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Visi6n tragica y dura de un pueblo castellano, Las ratas ~galardonada con el Premio de la Critica 1962— es uno de los libros en los que ‘Miguel Delives mejor ha reflejado el drama de esa Castilla rural, de una Castilla que, no obstante, rezuma grandeza en su misma miseria, En la novela, el medio geogratico y social parece determinar de modo decieivo el ser y el existie de sus criaturas; el destino parece jugar con esos personajes, pobres lugarefios aferrados al terrufio, vivos y elementales, que defienden rabiosamente sulibertad y constituyen un retablo de cruda ¥y palpitante humanidad, Entre ellos surge poderosamente la figura del Ratero, y sobre todo adel Nini, ritfo que vive suftiendo eintenta rebelarse contra la sordidez que le rodea; pero su rebeldia es calladay dulee, y Ie levanta ala altura de sincbolo: simbolo del candor contra aastucia, dela modestia contra la vanidad; cen definiiva, del bien contra el mal. q a gl ¢ worwplanetadeliotoscom fe age ass ‘wor austraeditriaicom i) Recursos pedagsicns en ‘wrvlanetaletorcom ) ea |i LAS RATAS MIGUEL DELIBES L AUSTRAL MIGUEL DELIBES LAS RATAS | | . papel utiizado para la impresién de este libro est caiicado como papel fecol6gion y procede de bnsques gestionacos de manera sostenibl, No se permit a reproduceion tol 0 paca do este lo, ‘i suinceroracién aun sistema informeo, niu Wensision fen cualquier forma o por cuaeuet meso, 2 este ecto, ‘mecinico, por otoconia. por grabacion «aro métodas, ‘inal pamiso previo y por asoito del adr. Lainracci6n, {de as derechos menctonados puede ser consttutva de Ueto ‘conta la propiedad lectual (A. 270 y siqulnies del Gogo Penal. (ijase a CEDAD (Coniro Espa de Derechos Reprogriices) si necasta fotocoplar 0 escansar algun fragmento de esta obra. Pusde contactar con GEDRO a travos do a veo yw cenosncla.cam ‘por tléono an al 81 702 19 70/93 272 04 47 (© Hereceros de Niguel Dotibos, 2010 (© Estoril Plano, 8. A., 1962, 2020, Edisones Destino un gall editorial de Edtodal lancta, S.A ‘Aa, Diagonal, 662-064, 08034 Barcelona (Espa) vaw.edostino.es ‘tw planetadelres.com, Diseio de a colecotn: Compatia Disoto da la cubierta: Astral / Aven Ettore Grupo Planeta Primera edicin en esta presentacén en Asta marzo de 2020 ‘Segunda impresion: navierore de 2020 Depesito lege B. 1 497-2020 ISBN: 978-84-299-5720:2 Impresén y encuadernacin: CP! (Barcelona) ‘Printed in Spal - impreso e Espana Biografia Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se dio a conocer como novelista con La sombra del ciprés es alergada, Premio Nadal 1947, a la que siguieron, entre otras, Aun es de dia (1949), EI camino (1950), M/idolatrado hijo Sisi (1953), La partida (1964), Diario de un cazacior (1955), Diario de un emigrante (1958), La hoja roja (1969), Las ratas (1962), Cinco horas con Mario (1966), La mortajia (1970), EI principe destronado (1973), El disputad voto del serior Cayo (1978), Los sanios inocentes (1981), Cartas dle amor de un sexagenario voluptuaso (1983), E! tesoro (1985), Sefiora de rojo sobre fondo gris (1991), Diario de un jubilado (1998) y El hereje (1998), casi todas ellas publicadas en Destino. ‘Su extensa obra literaria le valié numerosos galardones, entre ellos, el Nacional de Literatura, el Principe de Asturias de las Letras, el de la Critica, ol Premio Nacional de las Letras y el Premio Cervantes de Literatura, Nota del autor a la edicién de las Obras Completas Bien puedo decir que mi novela «Las ratas» me la puso en bandeja la censura del periddico. Trataré de aclararlo. La campaia de «El Norte» sobre el aban- dono de Castilla terminé de mala manera: de un por- tazo ministerial. Sobre este asunto no podiamos volver a hablar; se habia acabado, 3 Qué cabta hacer? Afor- tunadamente los organizadores de la censura eran mds inteligentes que los mismos censores. Los cortes, que eran diarios en peliculas y periddicos, a causa de su facil difusién, eran menos frecuentes en las ensayos y novelas, y practicamente inexistentes en los libros de poesia, de tirada muy corta e interpretacion dificil, y en los que no cablan —a juicio de la institucion— posibilidades de adoctrinamiento. Yo podia ser, pues, condenado diariamente por la censura del periddico, ‘pero esto a los otros censores les trata sin cuidado. El grave problema del abandono rural, que habia sido aireado durante mucho tiempo en mi periédico «El Norte de Castilla», ante el cerrojazo definitivo, a mi, como escritor, tinicamente me dejaba una carta por 7 jugar: apelar a la novela. Escribir una novela de un pueblo de Castilla ahogado por sus necesidades. El li- bro venia a ser asi la culminacién deauestras denun- cias, remataria nuestra campaiia dignamente. Un nifo sabio, al que otorgué el protagonismo, suavizé la aspereza de la exposicién pero no la dureza de la denuncia. Una victima habitual de los censo- res de prensa, aunque casi inmune a los censores de li- bros, se tomaba la revancha y ponia los puntos sobre las ies. Aquel pueblecito de barro sin comunicaciones, olvidado, sin el menor atisbo de confortabilidad, resu- mido en un libro, desperté a la Administracién y fui Vamado urgentemente a Madrid por los ministros de Agricultura y Obras Pablicas. El problema salia al fin de los despachos de la censura de prensa y aleanzaba dimensién mds alta, El Gobierno terminé por admitir nuestras denuncias y la necesidad de adoptar medidas urgentes. De esta entrevista arrancé el estudio del Plan Tierra de Campos, que no lleg6 a buen puerto, pero cuyos preliminares —nuevos precios de los frutos del campo, comunicaciones, primeras mdquinas— aliviaron la situaci6n dramética de la vieja Castilla. Una victoria pequeita, incompleta, pero victoria al fin. M.D. Octubre de 2007 Si alguno quiere ser el primero, que sea el tiltimo de todos y el ser- vidor de todos. Y tomando un nifio lo puso en medio de ellos... Marcos, 9, 35-38 Poco después de amanecer, el Nini se asomé ala boca de la cueva y contemplé la nube de cuervos reunidos en concejo. Los tres chopos desmocha- dos de la ribera, cubiertos de pajarracos, parecian tres paraguas cerrados con las puntas hacia el cie- lo, Las tierras bajas de don Antero, el Poderoso, negreaban en la distancia como una extensa tizo- nera. La perra se enredé en las piernas del nifioy élle acarici6 el lomo a contrapelo, con el sucio pie des- nudo, sin mirarla; luego bostez6, estiré los brazos y levanté los ojos al lejano cielo arrasado: —El tiempo se pone de helada, Fa. El domingo iremos a cazar ratas —dijo. La perra agité nerviosamente el rabo cercena- do y fijé en el nifio sus vivaces pupilas amarillen- tas. Los parpados de la perra estaban hinchados y sin pelo; los perros de su condicién rara vez, llega- ban a adultos conservando los ojos; solfan dejarlos entre la maleza del arroyo, acribillados por los abrojos, los zaragiielles y la corregiiela. EI tfo Ratero rebullé dentro, en las pajas, y la perra, al oirlo, ladré dos veces y, entonces, el bando de cuervos se alzé perezosamente del suelo en un vuelo reposado y profundo, acompasado por una algarabfa de graznidos siniestros. Unicamente un grajo permanecié inmévil sobre los pardos terro- nes y el nifio, al divisarlo, corrié hacia él, zigza- gueando por los surcos pesados de humedad, es- quivando el acoso de la perra que ladraba a su lado. Al levantar la ballesta para liberar el cadaver del pajaro, el Nini observé la espiga de avena in- tacta y, entonces, la desbaraté entre sus pequefios, nerviosos dedos, y los granos se desparramaron so- bre la tierra, Dijo, elevando la voz sobre los graznidos de los cuervos que aleteaban pesadamente muy altos, por encima de su cabeza: —No llegé a probarla, Fa; no ha comido ni si- quiera un grano. La cueva, a mitad del teso, flanqueada por las cArcavas que socavaban en la ladera las escorren- tfas de primavera, semejaba una gran boca boste- zando. A la vuelta del cerro se hallaban las ruinas de las tres cuevas que Justito, el Alcalde, volara con dinamita dos afios atras, Justo Fadrique, el Alcalde, aspiraba a que todos en el pueblo vivie~ ran en casas, como sefiores. Al tio Ratero le atosigaba: —Te doy una casa por veinte dures y ti que nones. {Qué es lo que quieres, entonces? El Ratero mostraba sus dientes podridos en una sonrisa ambigua, entre estapida y socarrona: —Nada —decfa. Justito, el Alcalde, se irritaba y, en esos casos, la roncha morada de la frente se reducia a ojos vistas, como una cosa viva: —¢Es que no te da la gana entenderme? Quie- ro acabar con las cuevas. Se lo he prometido asi al sefior Gobernador. EI Ratero encogia una y otra vez sus hombros fornidos, mas luego, en la taberna, Malvino le dectaz —Andate al quite con el Justito. El tipo ese es de cuidado, ya ves. Peor que las ratas. EI Ratero, derrumbado sobre la mesa, le enfo- caba implacable sus rudos ojos huidizos: —Las ratas son buenas —decia. Malvino fue Balbino en tiempos, pero sus con- vecinos le decfan Malvino porque con dos copas en el cuerpo se ponia imposible. Su taberne era an- gosta, s6rdida, con el suelo de cemento y media docena de mesas de tablas, con bancos corridos a los costados. Al regresar del arroyo, el Ratero se recogfa allf y se merendaba un par de racas fritas rociadas de vinagre, con dos vasos de clarete y me- dia hogaza. El resto del morral se lo quedaba el Malvino, a dos pesetas la rata, El tabernero solia sentarse junto a él mientras comia: 3

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