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Biografía de Tales de Mileto

Tales de Mileto, como su nombre indica y a la usanza de la época, nació en Mileto que hoy es lo que
conocemos como Turquía. Se estima que nació en el 624 a.e.c y murió en 548 a.e.c. Aunque no se conoce
muchos detalles de su vida, se le reconoce como un filósofo y matemático griego. Una de las razones
fundamentales de su reconocimiento es que fue nombrado por Aristóteles en su libro Metafísica y en éste
lo considera como el primero en sugerir una constitución de la materia (arjé) y en pensar la naturaleza
desde una relación causa efecto de los fenómenos, saliendo así de las creencias mitológicas y
consagrándose como el primer filosofo de la antigua Grecia.
Mileto era una próspera ciudad costera (hoy costa de Turquía), que fue considerara cuna del pensamiento
occidental pues en el siglo VI antes de la era común, fue el sitio que vio nacer y crecer a los filósofos
milesios, primeros hombres en reflexionar sobre su realidad y naturaleza:
Tales, Anaximandro y Anaxímenes. Ésta época se considera un hito en la historia porque se pasa del mito
(el panteón griego que daba explicaciones mitológicas y religiosas) al logos, es decir, a la razón, esto no
significa que se deje el mito totalmente puesto que es una característica cultural, sino que el hombre
comienza a buscar respuestas por medio de la razón y para la razón, así empieza la filosofía occidental.
Uno de los puntos convergentes entre estos tres filósofos fue la búsqueda del arjé, es decir, el origen o
principio de las cosas, alejándose del mito fundacional. Para Tales el arjé era el agua y para sus
compañeros (uno su discípulo y otro su contemporáneo) era lo indefinido (Anaxi mandro) y el aire
(Anaxímenes). Éste tema, el buscar el elemento o principio de todas las cosas sería tema de discusión para
muchos otros filósofos después de Tales y a estos se les conoce como presocráticos, ya que después
de Sócrates la filosofía se encargó de buscar otras preguntas y respuestas.
Ahora bien, ¿por qué el agua como arjé? Tales de Mileto pensaba que era el principio de las cosas porque
se encuentra en todos lados, entre continentes y alrededor de la Tierra (para él la tierra era un disco plano
flotando en un océano infinito). Además, se ha destacado siempre su importancia pues todo nace del agua,
esa idea, que después sería corroborada por la evolución, no tenía esas connotaciones científicas, sino que
Tales creía que al dar vida a las plantas podía ser parte constitutiva de todo. Otra característica importante
del agua como arjé era su variabilidad puesto que puede ser vapor, líquido y sólido. Aunque otros filósofos
no siguieron con su propuesta del agua como origen y parte de todo, se considera a Tales el padre de
la filosofía por pensar, por medio de la deducción y la observación, que había un principio universal de las
cosas, dándole así orden al caos de la realidad.
Aunque no comprobables, hay algunas historias interesantes sobre Tales de Mileto; se dice que en su
juventud viajó a Egipto y allá aprendió geometría y astronomía, al volver, enseñó en Grecia astrosofía (una
mezcla entre ambas). También se cree que dirigió una escuela de náutica y llego a dar consejos políticos.
Así pues, en la imagen popular que se ha creado por algunas menciones en la historia antigua Tales de
Mileto se consolida como un hombre de muchas cualidades y diferentes trabajos, finalmente, fue maestro
de Pitágoras y Anaxímenes. Según Platón en su diálogo Teeteto Tales de Mileto cayó en un pozo mientras
miraba las estrellas y una campesina se burló del filósofo mientras éste respondió: «tenía ansias de
conocer las cosas del cielo pero que lo que estaba… justo a sus pies se le escapaba».
Como se ha visto, siempre se le relaciona con su discípulo Anaxímenes y su contemporáneo Anaximandro,
hoy en día a los tres se les conoce como “Escuela de Mileto” puesto que compartieron algunas preguntas y
preocupaciones: desde el arjé y el elemento constitutivo, la idea de que no hay un comienzo absolutos
pues todo está constituido por una cosa eterna y cambiante, la búsqueda de la racionalidad que se
evidencia en la relación causa y efecto que rechaza lo mágico y contradictorio, la búsqueda de una ley que
regule al universo y la ausencia de distinción entre ciencia y filosofía.
No es posible pensar en su conocimiento y posición frente al mundo sin relacionarlo con la geometría pues
después de estudiar en Egipto elaboró algunos teoremas y razonamientos deductivos que después
recogió Euclides en su obra Elementos; por esto se le considera, además del padre de la filosofía, el
primero en introducir la geometría a Grecia. Aun así, todo lo que sabemos sobre éste personaje nos ha
llegado por libros de Herodoto, Jenófanes y Aristóteles ya que ninguna de sus obras sobrevivió al tiempo.
Se cree que murió a los setenta y ocho años pues así lo escribió Apolodoro en Crónicas. Otros dicen que
murió a los noventa años en la olimpiada LVIII. Muchos historiadores aceptan que su muerte fue cerca de
546 a.e.c; es decir, entre su hipótesis de nacimiento y muerte, Tales de Mileto vivió 76 años.

Biografía de Anaxímenes

Filósofo griego
–El principio de todas las cosas, es el aire–
Uno de los primeros filósofos.
Etapa: Filosofía presocrática
Alumno de: Anaximandro
Escuela: Escuela de Mileto, Escuela jónica
Área: Metafísica
Padre: Eurystratos de Mileto
"Así como nuestra alma, que es aire, nos sostienen, así también el soplo y el aire rodean el mundo entero"
Anaxímenes
Anaxímenes nació el 585 a.C. en Mileto, Jonia, Asia Menor.
Fue discípulo de Anaximandro. Se distinguió sobre todo como meteorólogo y astrónomo, además de
filósofo.
Filósofo
Como otros en su escuela de pensamiento, practicaron el monismo material; tendencia a identificar una
realidad subyacente específica compuesta de algo material.
Pensamiento
Tales de Mileto y Anaximandro propusieron que el material subyacente del mundo era agua, él se opuso
en la determinación de ese primer principio, que Anaxímenes consideró que era el aire.
Afirmaba que el aire es el elemento primario al que todas las demás cosas pueden ser reducidas. Explicó
cómo los objetos sólidos se forman a partir del aire, para lo que introdujo las nociones de condensación y
rarefacción. Creía que el aire se calienta y se vuelve fuego cuando se rarifica y que se enfría y se vuelve
sólido al condensarse.
Anaxímenes usó sus observaciones y razonamiento para entender fenómenos naturales como los
terremotos, afirmó que eran causa del resultado de la falta de humedad, que hace que la tierra se rompa
debido a su sequedad.
La importancia de Anaxímenes no radica en su cosmología sino en su intento de descubrir la naturaleza
última de la realidad.
Obras
Escribió una obra en prosa que se ha titulado más tarde Peri Physeos (Sobre la Naturaleza), y que se ha
perdido.
Muerte
Anaxímenes murió el 528 a.C.
Sabías que...
Autor prolífico
A través de los escritos del historiador griego Diógenes Laercio, se conoce que Anaxímenes escribió
múltiples obras. Aunque no existe registro de la mayoría de ellas.

Biografia de Pitágoras
(Isla de Samos, actual Grecia, h. 572 a.C. - Metaponto, hoy desaparecida, actual Italia, h. 497 a.C.) Filósofo
y matemático griego. Aunque su nombre se halla vinculado al teorema de Pitágoras y la escuela por él
fundada dio un importante impulso al desarrollo de las matemáticas en la antigua Grecia, la relevancia de
Pitágoras alcanza también el ámbito de la historia de las ideas: su pensamiento, teñido todavía del
misticismo y del esoterismo de las antiguas religiones mistéricas y orientales, inauguró una serie de temas
y motivos que, a través de Platón, dejarían una profunda impronta en la tradición occidental.

Se tienen pocas noticias de la biografía de Pitágoras que puedan considerarse fidedignas, ya que su
condición de fundador de una secta religiosa propició la temprana aparición de una tradición legendaria en
torno a su persona. Parece seguro que fue hijo del mercader Mnesarco y que la primera parte de su vida
transcurrió en la isla de Samos, que probablemente abandonó unos años antes de la ejecución del tirano
Polícrates, en el 522 a.C. Es posible que viajara entonces a Mileto, para visitar luego Fenicia y Egipto; en
este último país, cuna del conocimiento esotérico, Pitágoras podría haber estudiado los misterios, así como
geometría y astronomía.
Algunas fuentes dicen que Pitágoras marchó después a Babilonia con Cambises II, para aprender allí los
conocimientos aritméticos y musicales de los sacerdotes. Se habla también de viajes a Delos, Creta y Grecia
antes de establecer, por fin, su famosa escuela en la ciudad de Crotona, una de las colonias que los griegos
habían fundado dos siglos antes en la Magna Grecia (el actual sur de Italia), donde gozó de considerable
popularidad y poder. La comunidad liderada por Pitágoras acabó, plausiblemente, por convertirse en una
fuerza política aristocratizante que despertó la hostilidad del partido demócrata, de lo que derivó una
revuelta que obligó a Pitágoras a pasar los últimos años de su vida en la también colonia griega de
Metaponto, al norte de Crotona.
La comunidad pitagórica estuvo siempre rodeada de misterio; parece que los discípulos debían esperar
varios años antes de ser presentados al maestro y guardar siempre estricto secreto acerca de las
enseñanzas recibidas. Las mujeres podían formar parte de la hermandad; la más famosa de sus adheridas
fue Teano, esposa quizá del propio Pitágoras y madre de una hija y de dos hijos del filósofo.
La filosofía de Pitágoras
Pitágoras no dejó obra escrita, y hasta tal punto es imposible distinguir las ideas del maestro de las de los
discípulos que sólo puede exponerse el pensamiento de la escuela de Pitágoras. De hecho, externamente
el pitagorismo más parece una religión mistérica (como el orfismo) que una escuela filosófica; en tal
sentido fue un estilo de vida inspirado en un ideal ascético y basado en la comunidad de bienes, cuyo
principal objetivo era la purificación ritual (catarsis) de sus miembros.
Sin embargo, tal purificación (y ésta es su principal singularidad respecto a los cultos mistéricos) se llevaba
a cabo a través del cultivo de un saber en el que la música y las matemáticas desempeñaban un papel
importante. El camino hacia ese saber era la filosofía, término que, según la tradición, Pitágoras fue el
primero en emplear en su sentido literal de «amor a la sabiduría»; cuando el tirano Leontes le preguntó si
era un sabio, Pitágoras le respondió cortésmente que era «un filósofo», es decir, un amante del saber.
Pitágoras en La escuela de Atenas (1511), de Rafael
También se atribuye a Pitágoras haber transformado las matemáticas en una enseñanza liberal (sin la
utilidad por ejemplo agrimensora que tenían en Egipto) mediante la formulación abstracta de sus
resultados, con independencia del contexto material en que ya eran conocidos algunos de ellos. Éste es, en
especial, el caso del famoso teorema de Pitágoras, que establece la relación entre los lados de un triángulo
rectángulo: el cuadrado de la hipotenusa (el lado más largo) es igual a la suma de los cuadrados de los
catetos (los lados cortos que forman el ángulo rectángulo). Del uso práctico de esta relación existen
testimonios procedentes de otras civilizaciones anteriores a la griega (como la egipcia y la babilónica), pero
se atribuye a Pitágoras la primera demostración del teorema, así como otros numerosos avances a su
escuela.
El esfuerzo para elevarse a la generalidad de un teorema matemático a partir de su cumplimiento en casos
particulares ejemplifica el método pitagórico para la purificación y perfección del alma, que enseñaba a
conocer el mundo como armonía. En virtud de ésta, el universo era un cosmos, es decir, un conjunto
ordenado en el que los cuerpos celestes guardaban una disposición armónica que hacía que sus distancias
estuvieran entre sí en proporciones similares a las correspondientes a los intervalos de la octava musical;
las esferas celestes, al girar, producían la llamada música de las esferas, inaudible al oído humano por ser
permanente y perpetua.
En un sentido sensible, la armonía era musical; pero su naturaleza inteligible era de tipo numérico, y si
todo era armonía, el número resultaba ser la clave de todas las cosas. Mientras casi todos sus
predecesores y coetáneos (desde los filósofos milesios Tales, Anaximandro y Anaxímenes hasta Heráclito y
los eleatas Jenófanes y Parménides) buscaban el arjé o principio constitutivo de las cosas en sustancias
físicas (el agua, el aire, el fuego, la tierra), los pitagóricos vieron tal principio en el número: las leyes y
proporciones numéricas rigen los fenómenos naturales, revelando el orden y la armonía que impera en el
cosmos. Sólo con el descubrimiento de tales leyes y proporciones llegamos a un conocimiento exacto y
verdadero de las cosas.
La voluntad unitaria de la doctrina pitagórica quedaba plasmada en la relación que establecía entre el
orden cósmico y el moral; para los pitagóricos, el hombre era también un verdadero microcosmos en el
que el alma aparecía como la armonía del cuerpo. En este sentido, entendían que la medicina tenía la
función de restablecer la armonía del individuo cuando ésta se viera perturbada, y, siendo la música
instrumento por excelencia para la purificación del alma, la consideraban, por lo mismo, como una
medicina para el cuerpo.
La santidad predicada por Pitágoras implicaba toda una serie de normas higiénicas basadas en tabúes
como la prohibición de consumir animales, que parece haber estado directamente relacionada con la
creencia en la transmigración de las almas; se dice que el propio Pitágoras declaró ser hijo de Hermes, y
que sus discípulos lo consideraban una encarnación de Apolo. La creencia en la metempsicosis, idea
orientalizante y extraña a la tradición griega, implicaba la concepción del alma como ente racional inmortal
aprisionado en el cuerpo y responsable de sus actos, de forma que de su conducta en la vida dependería el
ser en el que se reencarnaría tras la muerte del cuerpo.
Su influencia
Más de un siglo después de la muerte de Pitágoras, en el transcurso de un viaje al sur de Italia efectuado
antes de la fundación de la Academia, Platón tuvo conocimiento de la filosofía pitagórica a través de sus
discípulos. Se ha afirmado que la concepción del número como principio de todas las cosas preparó el
terreno para el idealismo platónico; en cualquier caso, la influencia de Pitágoras es clara al menos en la
doctrina platónica del alma (inmortal y prisionera del cuerpo), que también en Platón alcanza su liberación
mediante el saber.
De este modo, a través de Platón, diversas concepciones pitagóricas se convertirían en temas recurrentes o
polémicos de la filosofía occidental; todavía en el siglo XVII un astrónomo tan insigne como Kepler, a quien
se debe el descubrimiento de las órbitas elípticas de los planetas, seguía creyendo en la música de las
esferas. Otros conceptos suyos, como los de armonía y proporción, quedarían incorporados a la música y
las artes. Pitágoras ha sido visto también como el precursor de una aspiración que tendría grandísimo
predicamento a partir de la revolución científica de Galileo: la formalización matemática del conocimiento.

Biografía de Platón
Se le considera el padre de la filosofía académica, nació en Atenas en el año 427 antes de Cristo en el seno
de una familia de aristócratas. Desde pequeño tuvo interés por la política, pero finalmente se decantó por
la filosofía gracias a la influencia del filósofo Sócrates, a quien siguió durante años, enfrentándose incluso a
sofistas como Protágoras.

Cuando Sócrates murió en el año 399 antes de Cristo, decidió alejarse por completo de la política aunque
temas relacionados con la materia siempre estuvieran en su mente, lo que le permitió teorizar sobre
el modelo ideal de organización de un Estado.
Comenzó a viajar por Oriente y por el sur de Italia. Durante su viaje tuvieron lugar algunos acontecimientos
destacables, como que conoció a los discípulos de Pitágoras y fue hecho prisionero por unos piratas hasta
que le rescataron, tras lo cual regresó a su ciudad natal, Atenas.
La Escuela de Atenas de Platón
En el año 387 antes de Cristo fundó una escuela donde se enseñaría filosofía a las afueras de la ciudad.
El lugar escogido estaba junto al jardín de un héroe clásico, Academo, de donde procede el término de
Academia.
En este centro se reunían sabios; uno de los más conocidos sería Aristóteles años más tarde.
También actuó como residencia de estudiantes, biblioteca, organizaba seminarios especializados para
desarrollar el conocimiento y plantó las bases para las actuales instituciones universitarias.
Dentro de este centro no sólo se estudiaba, sino que también se investigaba sobre las más diversas
materias, ya que en aquellos tiempos la filosofía abarcaba casi la totalidad de los saberes.
Allí se fueron creando las áreas específicas que darían lugar a las diferentes ramas del saber, como son la
ética, la lógica o incluso la física. Sus puertas estuvieron abiertas durante siglos hasta que Justiniano
mandó clausurarla en el año 529 después de Cristo.
Platón dejó todos sus trabajos escritos, al contrario que su maestro Sócrates, por lo que sus obras se han
conservado casi completas.
Algunas de sus obras más conocidas son “La República” o “El Banquete”.
La filosofía de Platón
Su filosofía se basa en la diferenciación entre el mundo de las ideas y el mundo del ser contra puestos al
mundo de las apariencias.
Así, el hombre está formado de cuerpo y alma, el cuerpo relacionado con el mundo sensible y el alma
inmortal con el mundo de las ideas.
El hombre ideal sería aquel que vinculase las ideas a través del conocimiento. Pero esto sólo puede
realizarse en la vida social de la comunidad política.
El Estado de Platón
Para Platón el Estado ideal sería la República formada por tres clases sociales, el pueblo, los guerreros y los
filósofos, cada una con una misión específica.
Los filósofos tendrían la característica de la sabiduría, así que serían los encargados de gobernar.
Los guerreros serían los encargados de velar por la seguridad debido a su fortaleza. Y el pueblo cultivaría la
templanza en las actividades productivas. Cada uno tenía que tener claro su misión y estar subordinado a
los intereses del Estado.
Acudió junto con su discípulo Dión a exponer sus ideas al rey Dionisio II de Siracusa.
Trató de que sus ideas fueran instauradas en dos ocasiones, pero las dos veces fueron rechazadas, ya que
su pensamiento idealista chocó con la verdadera situación política.
Regresó a Atenas y allí estuvo hasta el fin de sus días estudiando e investigando. Falleció en el año 347
antes de Cristo.
Biografía de Aristóteles
La filosofía occidental se asienta en la obra de los tres grandes filósofos griegos de la Antigüedad: Sócrates,
Platón y Aristóteles. Pese a la singular relación que los unió (Sócrates fue maestro de Platón, quien lo fue a
su vez de Aristóteles), la orientación de su pensamiento tomó distintos caminos, y correspondería a
Aristóteles culminar los esfuerzos de sus maestros y ejercer la influencia más perdurable, no sólo en el
terreno de la filosofía y la teología, sino prácticamente en todas las disciplinas científicas y humanísticas.
De hecho, por el rigor de su metodología y por la amplitud de los campos que abarcó y sistematizó,
Aristóteles puede ser considerado el primer investigador científico en el sentido moderno de la palabra.
Algunos ejemplos pueden dar idea de hasta qué punto Aristóteles estableció las bases que configurarían el
pensamiento europeo: las teologías cristiana y musulmana del Medioevo asumieron su metafísica; la física
y la astronomía aristotélicas se mantuvieron vigentes hasta el siglo XVII; sus estudios zoológicos, hasta el
XIX; la lógica, hasta el siglo XX; sus apenas cincuenta páginas sobre estética se siguen debatiendo en
nuestros días.
Su incuestionada autoridad, reforzada desde la Baja Edad Media por el aristotelismo eclesiástico, llegó
incluso a frenar el desarrollo de la ciencia. De tomarse este hecho como una acusación, habría que dirigirla
no al filósofo sino a sus dogmáticos seguidores; pero más razonable es tomarlo como ilustración de la
sobrehumana magnitud de su impronta y del abismal adelanto que representó su obra.
En la Academia de Platón
Aristóteles nació en el año 384 a.C. en Estagira, una pequeña localidad macedonia cercana al monte Athos;
de su población natal procede una designación habitual para referirse al filósofo: el Estagirita. Su padre,
Nicómaco, era médico de la corte de Amintas III, padre de Filipo II de Macedonia y, por tanto, abuelo de
Alejandro Magno. Nicómaco pertenecía a la familia de los Asclepíades, que se reclamaba descendiente del
dios fundador de la medicina y cuyo saber se transmitía de generación en generación. Ello invita a pensar
que Aristóteles fue iniciado de niño en los secretos de la medicina, y que de ahí le vino su afición a la
investigación experimental y a la ciencia positiva. Huérfano de padre y madre en plena adolescencia, fue
adoptado por Proxeno, al cual podría mostrar años después su gratitud adoptando a un hijo suyo llamado
Nicanor.
En el año 367, es decir, cuando contaba diecisiete años de edad, fue enviado a Atenas para estudiar en la
Academia de Platón. No se sabe qué clase de relación personal se estableció entre ambos filósofos, pero, a
juzgar por las escasas referencias que hacen el uno del otro en sus escritos, no cabe hablar de una amistad
imperecedera. Lo cual, por otra parte, resulta lógico si se tiene en cuenta que la filosofía de Aristóteles iba
a fundarse en una profunda crítica al sistema filosófico platónico.
Ambos partían de Sócrates y de su concepto de eidos, pero las dificultades de Platón para insertar en el
mundo real su mundo eidético, el mundo de las Ideas, obligaron a Aristóteles a ir perfilando términos
como «sustancia», «materia» y «forma», que le alejarían definitivamente de la Academia. En cambio es
absolutamente falsa la leyenda según la cual Aristóteles se marchó de Atenas despechado porque Platón, a
su muerte, designase a su sobrino Espeusipo para hacerse cargo de la Academia: por su condición de
macedonio, Aristóteles no era legalmente elegible para ese puesto.
Preceptor de Alejandro Magno
A la muerte de Platón, acaecida en el 348, Aristóteles contaba treinta y seis años de edad, había pasado
veinte de ellos simultaneando la enseñanza con el estudio y se encontraba en Atenas, como suele decirse,
sin oficio ni beneficio. Así que no debió de pensárselo mucho cuando supo que Hermias de Atarneo, un
soldado de fortuna griego (por más detalles, eunuco) que se habla apoderado del sector noroeste de Asia
Menor, estaba reuniendo en la ciudad de Axos a cuantos discípulos de la Academia quisieran colaborar con
él en la helenización de sus dominios. Aristóteles se instaló en Axos en compañía de Jenócrates de
Calcedonia, un colega académico, y de Teofrasto, discípulo y futuro heredero del legado aristotélico.
El Estagirita pasaría allí tres años apacibles y fructíferos, dedicándose a la enseñanza, a la escritura (gran
parte de su Política la redactó allí) y a la vida doméstica. Primero se casó con una sobrina de Hermias
llamada Pitias, con la que tuvo una hija. Pitias debió de morir muy poco después y Aristóteles se unió a otra
estagirita, de nombre Erpilis, que le dio un hijo, Nicómaco, al que dedicaría su Ética. Dado que el propio
Aristóteles dejó escrito que el varón debe casarse a los treinta y siete años y la mujer a los dieciocho,
resulta fácil deducir qué edades debían de tener una y otra cuando se unió a ellas.
Tras el asesinato de Hermias, en el 345, Aristóteles se instaló en Mitilene (isla de Lesbos), dedicándose, en
compañía de Teofrasto, al estudio de la biología. Dos años más tarde, en el 343, fue contratado por Filipo II
de Macedonia para que se hiciese cargo de la educación de su hijo Alejandro, a la sazón de trece años de
edad. Tampoco se sabe mucho de la relación entre ambos, ya que las leyendas y las falsificaciones han
borrado todo rastro de verdad. De ser cierto el carácter que sus contemporáneos atribuyen a Alejandro (al
que tachan unánimemente de arrogante, bebedor, cruel, vengativo e ignorante), no se advierte rasgo
alguno de la influencia que Aristóteles pudo ejercer sobre él. Como tampoco se advierte la influencia
de Alejandro Magno sobre su maestro en el terreno político: años después, mientras Aristóteles seguía
predicando la superioridad de la ciudad-estado, su presunto discípulo establecía las bases de un imperio
universal sin el que, al decir de los historiadores, la civilización helénica hubiera sucumbido mucho antes.
El Liceo de Atenas
Poco después de la muerte de Filipo (336 a.C.), Alejandro hizo ejecutar a un sobrino de
Aristóteles, Calístenes de Olinto, a quien acusaba de traidor. Conociendo el carácter vengativo de su
discípulo, Aristóteles se refugió un año en sus propiedades de Estagira, trasladándose en el 334 a Atenas
para fundar, siempre en compañía de Teofrasto, el Liceo, una institución pedagógica que durante años
habría de competir con la Academia platónica, dirigida en ese momento por su viejo camarada Jenócrates
de Calcedonia.
Los once años que median entre su regreso a Atenas y la muerte de Alejandro, en el 323, fueron
aprovechados por Aristóteles para llevar a cabo una profunda revisión de una obra que, al decir de Hegel,
constituye el fundamento de todas las ciencias. Para decirlo de la forma más sucinta posible, Aristóteles
fue un prodigioso sintetizador del saber, tan atento a las generalizaciones que constituyen la ciencia como
a las diferencias que no sólo distinguen a los individuos entre sí, sino que impiden la reducción de los
grandes géneros de fenómenos y las ciencias que los estudian. Los seres, afirma Aristóteles, pueden ser
móviles e inmóviles, y al mismo tiempo separados (de la materia) o no separados. La ciencia que estudia
los seres móviles y no separados es la física; la de los seres inmóviles y no separados es la matemática, y la
de los seres inmóviles y separados, la teología.
La amplitud y la profundidad de su pensamiento son tales que fue preciso esperar dos mil años para que
surgiese alguien de talla parecida. Después de que, en el siglo XIII, Santo Tomás de Aquino integrase sus
doctrinas en la teología cristiana, la autoridad del Estagirita llegó a quedar tan establecida e incuestionada
como la que ejercía la Iglesia, y tanto en la ciencia como en la filosofía todo intento de avance intelectual
tendría que empezar con un ataque a cualquiera de los principios filosóficos aristotélicos. Sin embargo, el
camino seguido por el pensamiento de Aristóteles hasta alcanzar su posterior preeminencia es tan
asombroso que, aun descontando lo que la leyenda haya podido añadir, parece un argumento de novela
de aventuras.
La aventura de los manuscritos
Con la muerte de Alejandro en el 323, se extendió en Atenas una oleada de nacionalismo (antimacedonio)
desencadenado por Demóstenes, hecho que le supuso a Aristóteles enfrentarse a una acusación de
impiedad. No estando en su ánimo repetir la aventura de Sócrates, Aristóteles se exilió a la isla de Chalcis,
donde murió en el 322. Según la tradición, Aristóteles cedió sus obras a Teofrasto, el cual las cedió a su vez
a Neleo, quien las envió a casa de sus padres en Esquepsis sólidamente embaladas en cajas y con la orden
de que las escondiesen en una cueva para evitar que fuesen requisadas con destino a la biblioteca de
Pérgamo.
Muchos años después, los herederos de Neleo las vendieron a Apelicón de Teos, un filósofo que se las llevó
consigo a Atenas. En el 86 a.C., en plena ocupación romana, Lucio Cornelio Sila se enteró de la existencia
de esas cajas y las requisó para enviarlas a Roma, donde fueron compradas por Tiranión el Gramático. De
mano en mano, las obras fueron sufriendo sucesivos deterioros hasta que, en el año 60 a.C., fueron
adquiridas por Andrónico de Rodas, el último responsable del Liceo, quien procedió a su edición definitiva.
A Andrónico se debe, por ejemplo, la introducción del término «metafísica». En su ordenación de la obra
aristotélica, Andrónico situó, a continuación de los libros sobre la física, una serie de tratados que agrupó
bajo el título de Metafísica, rótulo anodino que significaba literalmente "después de la física" y que pasaría
posteriormente a designar esta rama fundamental de la filosofía. Aristóteles nunca empleó ese término;
los tratados así titulados versaban sobre lo que el Estagirita llamaba «filosofía primera».
Con la caída del Imperio romano, las obras de Aristóteles, como las del resto de la cultura grecorromana,
desaparecieron hasta que, bien entrado el siglo XII, fueron recuperadas por el árabe Averroes, quien las
conoció a través de las versiones sirias, árabes y judías. Del total de 170 obras que los catálogos antiguos
recogían, sólo se han salvado 30, que vienen a ocupar unas dos mil páginas impresas. La mayoría de ellas
proceden de los llamados escritos «acroamáticos», concebidos para ser utilizados como tratados en el
Liceo y no para ser publicados. En cambio, se ha perdido la mayor parte de las obras publicadas en vida del
propio Aristóteles, escritas (a menudo en forma diálogos) para el público general.
Biografía de Sócrates
(Atenas, 470 a.C. - id., 399 a.C) Filósofo griego. Pese a que no dejó ninguna obra escrita y son escasas las
ideas que pueden atribuírsele con seguridad, Sócrates es una figura capital del pensamiento antiguo, hasta
el punto de ser llamados presocráticos los filósofos anteriores a él. Rompiendo con las orientaciones
predominantes anteriores, su reflexión se centró en el ser humano, particularmente en la ética, y sus ideas
pasaron a los dos grandes pilares sobre los que se asienta la historia de la filosofía occidental: Platón, que
fue discípulo directo suyo, y Aristóteles, que lo fue a su vez de Platón.

Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates. Fue hijo de una comadrona, Faenarete, y
de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo. En su juventud siguió el oficio de su padre y
recibió una buena instrucción; es posible que fuese discípulo de Anaxágoras, y también que conociera las
doctrinas de los filósofos eleáticos (Jenófanes, Parménides, Zenón) y de la escuela de Pitágoras.
Aunque no participó directamente en la política, cumplió ejemplarmente con sus deberes ciudadanos.
Sirvió como soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis
(422), episodios de las guerras del Peloponeso en que dio muestras de resistencia, valentía y serenidad
extraordinarias. Fue maestro y amigo de Alcibíades, militar y político que cobraría protagonismo en la vida
pública ateniense tras la muerte de Pericles; en la batalla de Potidea, Sócrates salvó la vida a Alcibíades,
quien saldó su deuda salvando a Sócrates en la batalla de Delio.
Con los bienes que le dejó su padre al morir pudo vivir modesta y austeramente, sin preocupaciones
económicas que le impidiesen dedicarse al filosofar. Se tiene por cierto que Sócrates se casó, a una edad
algo avanzada, con Xantipa, quien le dio dos hijas y un hijo. Cierta tradición ha perpetuado el tópico de la
esposa despectiva ante la actividad del marido y propensa a comportarse de una manera brutal y soez. En
cuanto a su apariencia, siempre se describe a Sócrates como un hombre rechoncho, con un vientre
prominente, ojos saltones y labios gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto
desaliñado.
La mayor parte de cuanto se sabe sobre Sócrates procede de tres contemporáneos suyos: el historiador
Jenofonte, el comediógrafo Aristófanes y el filósofo Platón. Jenofonte retrató a Sócrates como un sabio
absorbido por la idea de identificar el conocimiento y la virtud, pero con una personalidad en la que no
faltaban algunos rasgos un tanto vulgares. Aristófanes lo hizo objeto de sus sátiras en una comedia, Las
nubes (423), donde es caricaturizado como engañoso artista del discurso y se le identifica con los demás
representantes de la sofística, surgida al calor de la consolidación de la democracia en el siglo de Pericles.
Estos dos testimonios matizan la imagen de Sócrates ofrecida por Platón en sus Diálogos, en los que
aparece como figura principal, una imagen que no deja de ser en ocasiones excesivamente idealizada, aun
cuando se considera que posiblemente sea la más justa.
La mayéutica
Al parecer, y durante buena parte de su vida, Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas,
mercados, palestras y gimnasios de Atenas, donde tomaba a jóvenes aristócratas o a gentes del común
(mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para sostener largas conversaciones, con
frecuencia parecidas a largos interrogatorios. Este comportamiento correspondía, sin embargo, a la
esencia de su sistema de enseñanza, la mayéutica.
El propio Sócrates comparaba tal método con el oficio de comadrona que ejerció su madre: se trataba de
llevar a un interlocutor a alumbrar la verdad, a descubrirla por sí mismo como alojada ya en su alma, por
medio de un diálogo en el que el filósofo proponía una serie de preguntas y oponía sus reparos a las
respuestas recibidas, de modo que al final fuera posible reconocer si las opiniones iniciales de su
interlocutor eran una apariencia engañosa o un verdadero conocimiento.
En sus conversaciones filosóficas, al menos tal y como quedaron reflejadas en los Diálogos de Platón,
Sócrates sigue, en efecto, una serie de pautas precisas que configuran el llamado diálogo socrático. A
menudo comienza la conversación alabando la sabiduría de su interlocutor y presentándose a sí mismo
como un ignorante: tal fingimiento es la llamada ironía socrática, que preside la primera parte del diálogo.
En ella, Sócrates proponía una cuestión (por ejemplo, ¿qué es la virtud?) y elogiaba la respuesta del
interlocutor, pero luego oponía con sucesivas preguntas o contraejemplos sus reparos a las respuestas
recibidas, sumiendo en la confusión a su interlocutor, que acababa reconociendo que no sabía nada sobre
la cuestión.
Tal logro era un punto esencial: no puede enseñarse algo a quien ya cree saberlo. El primer paso para
llegar a la sabiduría es saber que no se sabe nada, o, dicho de otro modo, tomar conciencia de nuestro
desconocimiento. Una vez admitida la propia ignorancia, comenzaba la mayéutica propiamente dicha: por
medio del diálogo, con nuevas preguntas y razonamientos, Sócrates iba conduciendo a sus interlocutores
al descubrimiento (o alumbramiento) de una respuesta precisa a la cuestión planteada, de modo tan sutil
que la verdad parecía surgir de su mismo interior, como un descubrimiento propio.
La filosofía de Sócrates
Al prescindir de las preocupaciones cosmológicas que habían ocupado a sus predecesores desde los
tiempos de Tales de Mileto, Sócrates imprimió un giro fundamental en la historia de la filosofía griega,
inaugurando el llamado periodo antropológico. La cuestión moral del conocimiento del bien estuvo en el
centro de las enseñanzas de Sócrates. Como se ha visto, el primer paso para alcanzar el conocimiento
consistía en la aceptación de la propia ignorancia, y en el terreno de sus reflexiones éticas, el conocimiento
juega un papel fundamental. Sócrates piensa que el hombre no puede hacer el bien si no lo conoce, es
decir, si no posee el concepto del mismo y los criterios que permiten discernirlo.
El ser humano aspira a la felicidad, y hacia ello encamina sus acciones. Sólo una conducta virtuosa, por otra
parte, proporciona la felicidad. Y de entre todas las virtudes, la más importante es la sabiduría, que incluye
a las restantes. El que posee la sabiduría posee todas las virtudes porque, según Sócrates, nadie obra mal a
sabiendas: si, por ejemplo, alguien engaña al prójimo es porque, en su ignorancia, no se da cuenta de que
el engaño es un mal. El sabio conoce que la honestidad es un bien, porque los beneficios que le reporta
(confianza, reputación, estima, honorabilidad) son muy superiores a los que puede reportarle el engaño
(riquezas, poder, un matrimonio conveniente).
El ignorante no se da cuenta de ello: si lo supiese, cultivaría la honestidad y no el engaño. En consecuencia,
el hombre sabio es necesariamente virtuoso (pues conocer el bien y practicarlo es, para Sócrates, una
misma cosa), y el hombre ignorante es necesariamente vicioso. De esta concepción es preciso destacar que
la virtud no es algo innato que surge espontáneamente en ciertos hombres, mientras que otros carecen de
ella. Todo lo contrario: puesto que la sabiduría contiene las demás virtudes, la virtud puede aprenderse;
mediante el entendimiento podemos alcanzar la sabiduría, y con ella la virtud.
De este modo, la sabiduría, la virtud y la felicidad son inseparables. Conocer el bien nos lleva a observar
una conducta virtuosa, y la conducta virtuosa conduce a la dicha. La felicidad no radica en el placer (la ética
socrática no es hedonista), a no ser que se considere como placer algo mucho más elevado: la íntima paz y
satisfacción que produce la vida virtuosa. En palabras de Sócrates citadas por Jenofonte, ningún placer
supera al de «sentirse transformado en mejor y contribuir al mejoramiento de los amigos». La vida virtuosa
lleva al equilibrio y a la perfección humana, a la libertad interior y a la autonomía respecto a lo que nos
esclaviza, y mediante ella se consigue la paz del alma, el gozo íntimo imperturbable, la satisfacción interior
que nos acerca a lo divino.
Sin embargo, en los Diálogos de Platón resulta difícil distinguir cuál es la parte de lo expuesto que
corresponde al Sócrates histórico y cuál pertenece ya a la filosofía de su discípulo. Sócrates no dejó
doctrina escrita, ni tampoco se ausentó de Atenas (salvo para servir como soldado), contra la costumbre de
no pocos filósofos de la época, y en especial de los sofistas. Si, como parece, las ideas éticas antes
expuestas son del propio Sócrates, su filosofía se sitúa en la antípodas del escepticismo y del relativismo
moral de los sofistas (Protágoras, Gorgias), pese a lo cual, y a causa de su pericia dialéctica, pudo ser
considerado en su tiempo como uno de ellos, tal y como refleja la citada comedia de Aristófanes.
Con su conducta, Sócrates se granjeó enemigos que, en el contexto de inestabilidad en que se hallaba
Atenas tras las guerras del Peloponeso, acabaron por considerar que su amistad era peligrosa para
aristócratas como sus discípulos Alcibíades o Critias; oficialmente acusado de impiedad y de corromper a la
juventud, fue condenado a beber cicuta después de que, en su defensa, hubiera demostrado la
inconsistencia de los cargos que se le imputaban. Según relata Platón en la Apología que dejó de su
maestro, Sócrates pudo haber eludido la condena, gracias a los amigos que aún conservaba, pero prefirió
acatarla y morir, pues como ciudadano se sentía obligado a cumplir la ley de la ciudad, aunque en algún
caso, como el suyo, fuera injusta; peor habría sido la ausencia de ley. La serenidad y la grandeza de espíritu
que demostró en sus últimos instantes están vivamente narradas en las últimas páginas del Fedón.

Biografía de René Descartes


(La Haye, Francia, 1596 - Estocolmo, Suecia, 1650) Filósofo y matemático francés. Después del esplendor
de la antigua filosofía griega y del apogeo y crisis de la escolástica en la Europa medieval, los nuevos aires
del Renacimiento y la revolución científica que lo acompañó darían lugar, en el siglo XVII, al nacimiento de
la filosofía moderna.

El primero de los ismos filosóficos de la modernidad fue el racionalismo; Descartes, su iniciador, se propuso
hacer tabla rasa de la tradición y construir un nuevo edificio sobre la base de la razón y con la eficaz
metodología de las matemáticas. Su «duda metódica» no cuestionó a Dios, sino todo lo contrario; sin
embargo, al igual que Galileo, hubo de sufrir la persecución a causa de sus ideas.
Biografía
René Descartes se educó en el colegio jesuita de La Flèche (1604-1612), por entonces uno de los más
prestigiosos de Europa, donde gozó de un cierto trato de favor en atención a su delicada salud. Los
estudios que en tal centro llevó a cabo tuvieron una importancia decisiva en su formación intelectual;
conocida la turbulenta juventud de Descartes, sin duda en La Flèche debió cimentarse la base de su
cultura. Las huellas de tal educación se manifiestan objetiva y acusadamente en toda la ideología filosófica
del sabio.
El programa de estudios propio de aquel colegio (según diversos testimonios, entre los que figura el del
mismo Descartes) era muy variado: giraba esencialmente en torno a la tradicional enseñanza de las artes
liberales, a la cual se añadían nociones de teología y ejercicios prácticos útiles para la vida de los futuros
gentilhombres. Aun cuando el programa propiamente dicho debía de resultar más bien ligero y orientado
en sentido esencialmente práctico (no se pretendía formar sabios, sino hombres preparados para las
elevadas misiones políticas a que su rango les permitía aspirar), los alumnos más activos o curiosos podían
completarlos por su cuenta mediante lecturas personales.
Años después, Descartes criticaría amargamente la educación recibida. Es perfectamente posible, sin
embargo, que su descontento al respecto proceda no tanto de consideraciones filosóficas como de la
natural reacción de un adolescente que durante tantos años estuvo sometido a una disciplina, y de la
sensación de inutilidad de todo lo aprendido en relación con sus posibles ocupaciones futuras (burocracia
o milicia). Tras su etapa en La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y de licenciado en derecho por
la facultad de Poitiers (1616), y a los veintidós años partió hacia los Países Bajos, donde sirvió como
soldado en el ejército de Mauricio de Nassau. En 1619 se enroló en las filas del Maximiliano I de Baviera.
Según relataría el propio Descartes en el Discurso del Método, durante el crudo invierno de ese año se
halló bloqueado en una localidad del Alto Danubio, posiblemente cerca de Ulm; allí permaneció encerrado
al lado de una estufa y lejos de cualquier relación social, sin más compañía que la de sus pensamientos. En
tal lugar, y tras una fuerte crisis de escepticismo, se le revelaron las bases sobre las cuales edificaría su
sistema filosófico: el método matemático y el principio del cogito, ergo sum. Víctima de una febril
excitación, durante la noche del 10 de noviembre de 1619 tuvo tres sueños, en cuyo transcurso intuyó su
método y conoció su profunda vocación de consagrar su vida a la ciencia.
Tras renunciar a la vida militar, Descartes viajó por Alemania y los Países Bajos y regresó a Francia en 1622,
para vender sus posesiones y asegurarse así una vida independiente; pasó una temporada en Italia (1623-
1625) y se afincó luego en París, donde se relacionó con la mayoría de científicos de la época.
En 1628 decidió instalarse en Holanda, país en el que las investigaciones científicas gozaban de gran
consideración y, además, se veían favorecidas por una relativa libertad de pensamiento. Descartes
consideró que era el lugar más favorable para cumplir los objetivos filosóficos y científicos que se había
fijado, y residió allí hasta 1649.
Los cinco primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su concepción
del hombre y del cuerpo humano. En 1633 debía de tener ya muy avanzada la redacción de un amplio
texto de metafísica y física titulado Tratado sobre la luz; sin embargo, la noticia de la condena de Galileo le
asustó, puesto que también Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo de Copérnico, opinión
que no creía censurable desde el punto de vista teológico. Como temía que tal texto pudiera contener
teorías condenables, renunció a su publicación, que tendría lugar póstumamente.
En 1637 apareció su famoso Discurso del método, presentado como prólogo a tres ensayos científicos. Por
la audacia y novedad de los conceptos, la genialidad de los descubrimientos y el ímpetu de las ideas, el
libro bastó para dar a su autor una inmediata y merecida fama, pero también por ello mismo provocó un
diluvio de polémicas, que en adelante harían fatigosa y aun peligrosa su vida.
Descartes proponía en el Discurso una duda metódica, que sometiese a juicio todos los conocimientos de
la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios
últimos sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia
conciencia que duda, en su famosa formulación «pienso, luego existo». Sobre la base de esta primera
evidencia pudo desandar en parte el camino de su escepticismo, hallando en Dios el garante último de la
verdad de las evidencias de la razón, que se manifiestan como ideas «claras y distintas».
El método cartesiano, que Descartes propuso para todas las ciencias y disciplinas, consiste en
descomponer los problemas complejos en partes progresivamente más sencillas hasta hallar sus
elementos básicos, las ideas simples, que se presentan a la razón de un modo evidente, y proceder a partir
de ellas, por síntesis, a reconstruir todo el complejo, exigiendo a cada nueva relación establecida entre
ideas simples la misma evidencia de éstas. Los ensayos científicos que seguían al Discurso ofrecían un
compendio de sus teorías físicas, entre las que destaca su formulación de la ley de inercia y una
especificación de su método para las matemáticas.
Los fundamentos de su física mecanicista, que hacía de la extensión la principal propiedad de los cuerpos
materiales, fueron expuestos por Descartes en las Meditaciones metafísicas (1641), donde desarrolló su
demostración de la existencia y la perfección de Dios y de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la
cuarta parte del Discurso del método. El mecanicismo radical de las teorías físicas de Descartes, sin
embargo, determinó que fuesen superadas más adelante.
Conforme crecía su fama y la divulgación de su filosofía, arreciaron las críticas y las amenazas de
persecución religiosa por parte de algunas autoridades académicas y eclesiásticas, tanto en los Países Bajos
como en Francia. Nacidas en medio de discusiones, las Meditaciones metafísicas habían de valerle diversas
acusaciones promovidas por los teólogos; algo por el estilo aconteció durante la redacción y al publicar
otras obras suyas, como Los principios de la filosofía (1644) y Las pasiones del alma (1649).
Cansado de estas luchas, en 1649 Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, que le
exhortaba a trasladarse a Estocolmo como preceptor suyo de filosofía. Previamente habían mantenido una
intensa correspondencia, y, a pesar de las satisfacciones intelectuales que le proporcionaba Cristina,
Descartes no fue feliz en "el país de los osos, donde los pensamientos de los hombres parecen, como el
agua, metamorfosearse en hielo". Estaba acostumbrado a las comodidades y no le era fácil levantarse cada
día a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal royéndole los huesos, para
adoctrinar a una reina que no disponía de más tiempo libre debido a sus obligaciones. Los espartanos
madrugones y el frío pudieron más que el filósofo, que murió de una pulmonía a principios de 1650, cinco
meses después de su llegada.
La filosofía de Descartes
Descartes es considerado como el iniciador de la filosofía racionalista moderna por su planteamiento y
resolución del problema de hallar un fundamento del conocimiento que garantice su certeza, y como el
filósofo que supone el punto de ruptura definitivo con la escolástica. En el Discurso del método (1637),
Descartes manifestó que su proyecto de elaborar una doctrina basada en principios totalmente nuevos
procedía del desencanto ante las enseñanzas filosóficas que había recibido.
Convencido de que la realidad entera respondía a un orden racional, su propósito era crear un método que
hiciera posible alcanzar en todo el ámbito del conocimiento la misma certidumbre que proporcionan en su
campo la aritmética y la geometría. Su método, expuesto en el Discurso, se compone de cuatro preceptos
o procedimientos: no aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga absoluta certeza de que lo es;
descomponer cada problema en sus partes mínimas; ir de lo más comprensible a lo más complejo; y, por
último, revisar por completo el proceso para tener la seguridad de que no hay ninguna omisión.
El sistema utilizado por Descartes para cumplir el primer precepto y alcanzar la certeza es «la duda
metódica». Siguiendo este sistema, Descartes pone en tela de juicio todos sus conocimientos adquiridos o
heredados, el testimonio de los sentidos e incluso su propia existencia y la del mundo. Ahora bien, en toda
duda hay algo de lo que no podemos dudar: de la misma duda. Dicho de otro modo, no podemos dudar de
que estamos dudando. Llegamos así a una primera certeza absoluta y evidente que podemos aceptar como
verdadera: dudamos.
Pienso, luego existo
La duda, razona entonces Descartes, es un pensamiento: dudar es pensar. Ahora bien, no es posible pensar
sin existir. La suspensión de cualquier verdad concreta, la misma duda, es un acto de pensamiento que
implica inmediatamente la existencia del "yo" pensante. De ahí su célebre formulación: pienso, luego
existo (cogito, ergo sum). Por lo tanto, podemos estar firmemente seguros de nuestro pensamiento y de
nuestra existencia. Existimos y somos una sustancia pensante, espiritual.
A partir de ello elabora Descartes toda su filosofía. Dado que no puede confiar en las cosas, cuya existencia
aún no ha podido demostrar, Descartes intenta partir del pensamiento, cuya existencia ya ha sido
demostrada. Aunque pueda referirse al exterior, el pensamiento no se compone de cosas, sino de ideas
sobre las cosas. La cuestión que se plantea es la de si hay en nuestro pensamiento alguna idea o
representación que podamos percibir con la misma «claridad» y «distinción» (los dos criterios cartesianos
de certeza) con la que nos percibimos como sujetos pensantes.
Clases de ideas
Descartes pasa entonces a revisar todos los conocimientos que previamente había descartado al comienzo
de su búsqueda. Y al reconsiderarlos observa que las representaciones de nuestro pensamiento son de tres
clases: ideas «innatas», como las de belleza o justicia; ideas «adventicias», que proceden de las cosas
exteriores, como las de estrella o caballo; e ideas « ficticias», que son meras creaciones de nuestra
fantasía, como por ejemplo los monstruos de la mitología.
Las ideas «ficticias», mera suma o combinación de otras ideas, no pueden obviamente servir de asidero. Y
respecto a las ideas «adventicias», originadas por nuestra experiencia de las cosas exteriores, es preciso
obrar con cautela, ya que no estamos seguros de que las cosas exteriores existan. Podría ocurrir, dice
Descartes, que los conocimientos «adventicios», que consideramos correspondientes a impresiones de
cosas que realmente existen fuera de nosotros, hubieran sido provocados por un «genio maligno» que
quisiera engañarnos. O que lo que nos parece la realidad no sea más que una ilusión, un sueño del que no
hemos despertado.
Del Yo a Dios
Pero al examinar las ideas «innatas», sin correlato exterior sensible, encontramos en nosotros una idea
muy singular, porque está completamente alejada de lo que somos: la idea de Dios, de un ser supremo
infinito, eterno, inmutable, perfecto. Los seres humanos, finitos e imperfectos, pueden formar ideas como
la de "triángulo" o "justicia". Pero la idea de un Dios infinito y perfecto no puede nacer de un individuo
finito e imperfecto: necesariamente ha sido colocada en la mente de los hombres por la misma
Providencia. Por consiguiente, Dios existe; y siendo como es un ser perfectísimo, no puede engañarse ni
engañarnos, ni permitir la existencia de un «genio maligno» que nos engañe, haciéndonos creer que es real
un mundo que no existe. El mundo, por lo tanto, también existe. La existencia de Dios garantiza así la
posibilidad de un conocimiento verdadero.
Esta demostración de la existencia de Dios constituye una variante del argumento ontológico empleado ya
en el siglo XII por San Anselmo de Canterbury, y fue duramente atacada por los adversarios de Descartes,
que lo acusaron de caer en un círculo vicioso: para demostrar la existencia de Dios y así garantizar el
conocimiento del mundo exterior se utilizan los criterios de claridad y distinción, pero la fiabilidad de tales
criterios se justifica a su vez por la existencia de Dios. Tal crítica apunta no sólo a la validez o invalidez del
argumento, sino también al hecho de que Descartes no parece aplicar en este punto su propia
metodología.
Res cogitans y res extensa
Admitida la existencia del mundo exterior, Descartes pasa a examinar cuál es la esencia de los seres.
Introduce aquí su concepto de sustancia, que define como aquello que «existe de tal modo que sólo
necesita de sí mismo para existir». Las sustancias se manifiestan a través de sus modos y atributos.
Los atributos son propiedades o cualidades esenciales que revelan la determinación de la sustancia, es
decir, son aquellas propiedades sin las cuales una sustancia dejaría de ser tal sustancia. Los modos, en
cambio, no son propiedades o cualidades esenciales, sino meramente accidentales.
El atributo de los cuerpos es la extensión (un cuerpo no puede carecer de extensión; si carece de ella no es
un cuerpo), y todas las demás determinaciones (color, forma, posición, movimiento) son solamente
modos. Y el atributo del espíritu es el pensamiento, pues el espíritu «piensa siempre». Existe, por lo tanto,
una sustancia pensante (res cogitans), carente de extensión y cuyo atributo es el pensamiento, y una
sustancia que compone los cuerpos físicos (res extensa), cuyo atributo es la extensión, o, si se prefiere, la
tridimensionalidad, cuantitativamente mesurable en un espacio de tres dimensiones. Ambas son
irreductibles entre sí y totalmente separadas. Es lo que se denomina el «dualismo» cartesiano.
En la medida en que la sustancia de la materia y de los cuerpos es la extensión, y en que ésta es observable
y mesurable, ha de ser posible explicar sus movimientos y cambios mediante leyes matemáticas. Ello
conduce a la visión mecanicista de la naturaleza: el universo es como una enorme máquina cuyo
funcionamiento podremos llegar a conocer mediante el estudio y descubrimiento de las leyes matemáticas
que lo rigen.
La comunicación de las sustancias
La separación radical entre materia y espíritu es aplicada rigurosamente, en principio, a todos los seres.
Así, los animales no son más que máquinas muy complejas. Sin embargo, Descartes hace una excepción
cuando se trata del hombre. Dado que está compuesto de cuerpo y alma, y siendo el cuerpo material y
extenso (res extensa), y el alma espiritual y pensante (res cogitans), debería haber entre ellos una absoluta
incomunicación.
No obstante, en el sistema cartesiano esto no ocurre, sino que el alma y el cuerpo se comunican entre sí,
no al modo clásico, sino de una manera singular. El alma está asentada en la glándula pineal, situada en el
encéfalo, y desde allí rige al cuerpo como «el nauta rige la nave», por medio de los espíritus animales,
sustancias intermedias entre espíritu y cuerpo a manera de finísimas partículas de sangre, que transmiten
al cuerpo las órdenes del alma. La solución de Descartes no resultó satisfactoria, y el llamado problema de
la comunicación de las sustancias sería largamente discutido por los filósofos posteriores.
Su influencia
Tanto por no haber definido satisfactoriamente la noción de sustancia como por el franco dualismo
establecido entre las dos sustancias, Descartes planteó los problemas fundamentales de la filosofía
especulativa europea del siglo XVII. Entendido como sistema estricto y cerrado, el cartesianismo no tuvo
excesivos seguidores y perdió su vigencia en pocas décadas. Sin embargo, la filosofía cartesiana se convirtió
en punto de referencia para gran número de pensadores, unas veces para intentar resolver las
contradicciones que encerraba, como hicieron los pensadores racionalistas, y otras para rebatirla
frontalmente, como los empiristas.
Así, Nicolás Malebranche intentó, con su doctrina ocasionalista, conciliar el cartesianismo con la filosofía
de San Agustín. El filósofo alemán Gottfried Wilhelm Leibniz y el holandés Baruch Spinoza establecieron
formas de paralelismo psicofísico para explicar la comunicación entre cuerpo y alma. Spinoza, de hecho,
fue aún más lejos, y afirmó que existía una sola sustancia, que englobaba en sí el orden de las cosas y el de
las ideas, y de la que la res cogitans y la res extensa no eran sino atributos, con lo que se llegaba al
panteísmo.
Desde un punto de vista completamente opuesto, los empiristas británicos Thomas Hobbes, John
Locke y David Hume negaron que la idea de una sustancia espiritual fuera demostrable; afirmaron que no
existían ideas innatas y que la filosofía debía reducirse al terreno de lo conocido por la experiencia. La
concepción cartesiana de un universo mecanicista, en fin, influyó decisivamente en la génesis de la física
clásica, cuyo hito fundacional sería la publicación de los Principios matemáticos de la filosofía
natural (1687), obra en que Newton estableció los tres principios fundamentales de la dinámica, también
llamados leyes de Newton.
No resulta exagerado afirmar, en suma, que si bien Descartes no llegó a resolver muchos de los problemas
que planteó, tales problemas se convirtieron en cuestiones centrales de la filosofía occidental. En este
sentido, la filosofía moderna (racionalismo, empirismo, idealismo, materialismo, fenomenología) puede
considerarse como un desarrollo o una reacción al cartesianismo.

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