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El establecimiento de la creencia (Fragmento)

Charles S. Peirce

[Original en inglés: “The Fixation of Belief”, aparecido por primera vez en Popular
Science Monthly, Vol.12, pp.1-15 (1877).

I.
Pocas personas se molestan en estudiar lógica, porque todos se creen ya
suficientemente duchos en el arte de razonar. Pero observo que esta satisfacción
se limita al propio raciocinio de cada uno, y no se extiende al de otros hombres.
El poder de extraer inferencias es la última de todas nuestras facultades de la cual
llegamos a tener completa posesión, puesto que no se trata tanto un don natural
como un arte largo y difícil. (...)

II.
El objeto de razonar es encontrar, a partir de la consideración de lo que ya
conocemos, algo más que no conocemos. Consecuentemente, el acto de razonar
es bueno si es tal que nos da una conclusión verdadera a partir de premisas
verdaderas, y no de otra manera. Así, la cuestión de la validez es puramente una
de hecho, y no de pensamiento. Siendo A las premisas y B la conclusión, la
pregunta es si estos hechos están realmente relacionados de manera tal que si A
es, B es. Si esto es así, la inferencia es válida; si no, no lo es. No se trata en lo
más mínimo de la pregunta de si, cuando las premisas son aceptadas por la
mente, sentimos un impulso de aceptar también la conclusión. Es verdad que
generalmente razonamos correctamente por naturaleza. Pero eso es un accidente;
la verdadera conclusión permanecería verdadera si no tuviéramos impulso de
aceptarla; y la falsa permanecería falsa aunque no podamos resistir la tendencia a
creerla.
Somos, sin dudas, mayormente animales lógicos, pero no de manera perfecta. La
mayoría de nosotros, por ejemplo, somos naturalmente más sanguíneos y
esperanzados que lo que la lógica justificaría. Parecemos estar constituidos de tal
manera que en la ausencia de hechos de cualquier tipo para seguir adelante nos
hallamos felices y autosatisfechos; de modo tal que el efecto de la experiencia es
continuamente el de contrarrestar nuestras esperanzas y aspiraciones. Pese a ello
toda una vida de aplicación de este correctivo usualmente no erradica nuestra
disposición sanguínea. Allí donde la esperanza no está avalada por ninguna
experiencia, es probable que nuestro optimismo sea extravagante. El sentido
lógico en relación con asuntos prácticos es la cualidad más útil que un animal
puede poseer, y podría, por lo tanto, resultar de la acción de la selección natural;
pero fuera de esto, es probablemente de mayor ventaja para el animal tener su
mente llena de visiones agradables y alentadoras, independientemente de su
verdad; y así, a propósito de temas imprácticos, la selección natural podría
ocasionar una tendencia de pensamiento falaz.
Aquello que nos determina, dado ciertas premisas, a extraer una inferencia y no
otra es algún hábito de la mente, sea éste constitucional o adquirido. El hábito es
bueno o no de acuerdo a si produce conclusiones verdaderas de premisas
verdaderas; y una inferencia es vista como válida o no, sin hacer referencia a la
verdad o falsedad de su conclusión en particular, dependiendo de si el hábito que
la determina es tal que produce conclusiones verdaderas en general o no. El
hábito particular de la mente que gobierna esta o aquella inferencia puede ser
formulado en una proposición cuya verdad depende de la validez de las inferencias
que el hábito determina. Supóngase, por ejemplo, que observamos que un disco
de cobre que rota llega rápidamente al reposo cuando es ubicado entre los polos
de un imán, e inferimos que esto pasará con todo disco de cobre. El principio guía
es que lo que es verdadero de una pieza de cobre es verdadero de otra. Tal
principio guía con respecto al cobre sería mucho más seguro que con respecto a
muchas otras substancias – el bronce, por ejemplo.
Podría escribirse un libro para señalar los más importantes de estos principios
guías de razonamiento. Debemos confesar que probablemente éste no sería de
ninguna utilidad para una persona cuyo pensamiento esté totalmente dirigido a
temas prácticos, y cuya actividad se desarrolle por caminos conocidos. Los
problemas que se presentan a tal mente son asuntos de rutina que ha aprendido a
manejar de una vez por todas al aprender su negocio. Pero dejemos que un
hombre se aventure en terreno no familiar, o donde sus resultados no son
continuamente controlados por la experiencia, y toda la historia muestra que el
más masculino de los intelectos a veces perderá su orientación y derrochará sus
esfuerzos en direcciones que no lo acercan a su meta, o que lo descarrían
enteramente. Es como un barco en aguas abiertas, sin nadie abordo que
comprenda las reglas de navegación. Y en este caso algún estudio general de los
principios guía del razonamiento seguramente sería encontrado útil.
Sin embargo, difícilmente podría tratarse el tema sin haberlo limitado primero;
puesto que prácticamente cualquier hecho puede servir como un principio guía.
Pero ocurre que existe una división entre los hechos, tal que en una clase están
todos aquellos que son absolutamente esenciales como principios guía, mientras
que en la otra están todos aquellos que tienen algún otro interés como objeto de
investigación. Esta división separa aquellos que son necesariamente dados por
sentado al preguntar si cierta conclusión se sigue de ciertas premisas, de aquellos
que no están involucrados en dicha pregunta. Un momento de reflexión mostrará
que una variedad de hechos están ya presupuestos cuando la pregunta lógica es
formulada por primera vez. Se sigue, por ejemplo, que hay estados mentales tales
como la duda y la creencia; que el pasaje de la una a la otra es posible,
permaneciendo invariable el objeto del pensamiento, y que esta transición está
sujeta a reglas que constriñen a todas las mentes por igual. Como estos son
hechos que debemos ya conocer antes de poder tener cualquier concepción clara
del razonamiento, no puede presuponerse que sea de mucho interés inquirir en su
verdad o falsedad. Por otro lado, es fácil creer que aquellas reglas de
razonamiento que son deducidas de la idea misma del proceso son aquellas que
son más esenciales; y, por cierto, que tan pronto como el razonamiento se
conforma a éstas, por lo menos no conducirá a conclusiones falsas a partir de
premisas verdaderas. Para ser exactos, la importancia de lo que puede ser
deducido de los supuestos involucrados en la pregunta lógica resulta ser mayor
que lo que podría esperarse, y esto por razones que son difíciles de exhibir de
entrada. Lo único que mencionaré aquí es que las concepciones que son realmente
producto de reflexiones lógicas, sin ser prontamente percibidas como tales, se
mezclan con nuestros pensamientos ordinarios, y son frecuentemente causa de
gran confusión. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la concepción de cualidad.
Una cualidad como tal nunca es objeto de observación. Podemos ver que algo es
azul o verde, pero la cualidad de ser azul y la cualidad de ser verde no son cosas
que veamos; son productos de reflexiones lógicas. La verdad es que el sentido
común, o el pensamiento tal como primero emerge por sobre el nivel de lo
estrechamente práctico, está profundamente imbuido de aquella mala cualidad
lógica a la cual el epíteto metafísico es comúnmente aplicado; y nada puede
aclararlo más que un severo curso de lógica.

III.
Generalmente sabemos cuándo deseamos formular una pregunta y cuándo
deseamos pronunciar un juicio, puesto que la sensación de dudar y la de creer no
son similares.
Pero esto no es todo lo que distingue la duda de la creencia. Hay una diferencia
práctica. Nuestras creencias guían nuestros deseos y dan forma a nuestras
acciones. Los Asesinos, o seguidores del Viejo Hombre de la Montaña, solían correr
hacia la muerte a su menor comando, porque creían que la obediencia para con él
los aseguraría felicidad eterna. Si lo hubieran dudado, no habrían actuado como lo
hicieron. Así sucede con cada creencia, de acuerdo con su grado. El sentimiento de
creencia es una indicación más o menos segura de que en nuestra naturaleza se
ha establecido algún hábito que determinará nuestras acciones. La duda nunca
tiene ese efecto.
Tampoco debe pasarse por alto un tercer punto de diferencia. La duda es un
estado incómodo e insatisfactorio del cual luchamos por liberarnos y pasar a un
estado de creencia; mientras que este último es un estado calmo y satisfactorio
que no deseamos evitar, ni cambiar por otra creencia en cualquier otra cosa. Por el
contrario, nos adherimos con tenacidad no meramente al hecho de creer, sino al
hecho de creer aquello que creemos.
Así, tanto la duda como la creencia tienen efectos positivos sobre nosotros,
aunque muy diferentes entre sí. La creencia no nos hace actuar inmediatamente,
pero nos coloca en una condición tal que, cuando se presente la ocasión,
habremos de comportarnos de cierta manera. La duda no tiene el menor efecto de
este tipo, pero nos estimula a la acción hasta que es destruida. Esto nos recuerda
la irritación de un nervio y la acción refleja producida en consecuencia; mientras
que para el análogo de la creencia, en el sistema nervioso, debemos reparar en las
llamadas asociaciones nerviosas – por ejemplo, aquel hábito de los nervios según
el cual el olor de un durazno nos hará agua la boca.

IV.
La irritación de la duda genera un violento esfuerzo para conseguir un estado de
creencia. Llamaré a este esfuerzo investigación, aunque debe admitirse que ésta
no siempre es una designación apta.
La irritación de la duda es el único motivo inmediato para la lucha por alcanzar la
creencia. Ciertamente, es mejor para nosotros que nuestras creencias puedan
guiar efectivamente nuestras acciones de manera que satisfagan nuestros deseos;
y esta reflexión nos hará rechazar cualquier creencia que no parezca haber sido
formada de modo de asegurar este resultado. Pero sólo lo hará por medio de la
creación de una duda en lugar de aquella creencia. Por lo tanto, la lucha comienza
con la duda, y termina cuando la duda cesa. Por ende, el único objeto de la
investigación es el establecimiento de la opinión. Podemos imaginarnos que esto
no es suficiente, y que buscamos no meramente una opinión, sino una opinión
verdadera. Pero pongamos esta caprichosa sugerencia a prueba, y mostrará ser
infundada; puesto que tan pronto como una creencia firme es alcanzada, estamos
enteramente satisfechos, ya sea la creencia falsa o verdadera. Y es claro que nada
fuera de la esfera de nuestro conocimiento puede ser nuestro objeto, puesto que
nada que no afecte a la mente puede ser el motivo de un esfuerzo mental. Lo más
que puede mantenerse es que buscamos una creencia de la que habremos de
pensar que es verdadera. Pero pensamos que cada una de nuestras creencias es
verdadera, y, por cierto, es meramente tautológico decir semejante cosa.
Que el establecimiento de la opinión es el único fin de la investigación es una
proposición muy importante. Barre inmediatamente varios conceptos vagos y
erróneos sobre la prueba. Podemos detallar aquí algunos de ellos:

1. Algunos filósofos han imaginado que para comenzar una


investigación sólo era necesario formular una pregunta o escribirla en
papel; ¡e inclusive nos han recomendado que comencemos nuestros
estudios cuestionándonos todo! Pero el mero hecho de poner una
proposición en forma interrogativa no estimula la mente a ninguna
lucha en pos de la creencia. Debe existir una duda real y vital, y sin
todo esto la discusión es ociosa.
2. Es una idea muy común la de que una demostración debe
descansar en algunas proposiciones últimas y absolutamente
indubitables. Éstas, de acuerdo con una escuela, consisten en
primeros principios de naturaleza general; de acuerdo con otra,
consisten en primeras sensaciones. Pero en realidad, para tener ese
resultado completamente satisfactorio llamado demostración, una
investigación sólo tiene que comenzar con proposiciones
perfectamente libres de toda duda real. Si las premisas no son de
hecho dudadas en absoluto, no pueden ser más satisfactorias de lo
que son.
3. Algunas personas parecen deleitarse en argumentar sobre un
punto luego de que todo el mundo está plenamente convencido de
ello. Pero no pueden hacerse ulteriores progresos. Cuando la duda
cesa, la acción mental sobre el sujeto termina; y, si de hecho
continuara, sería sin propósito, excepto el de autocrítica.

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