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La encomienda, que, al menos en teoría, era un contrato por el que los indios
se confiaban al cuidado temporal y, en cierta manera, espiritual de un
español como contrapartida a su trabajo y parte de sus excedentes de
producción, se desvirtuó gradualmente como fuerza económica a medida
que la corona pudo desplazar la fuerza de trabajo en México y Perú.
El primer obstáculo para los que llegaron más tarde era la geografía humana
y epidemiológica del Caribe. Los españoles se habían establecido allí
primero y habían conseguido aclimatarse, y esto no era cosa de
poca importancia. Había otros factores que impedían el desarrollo del
comercio extensivo de contrabando con el imperio español. Los
holandeses y, en menor medida, los ingleses fueron capaces de hacer
descender muchos precios españoles desde fines del siglo XVI hasta casi
las guerras de independencia, pero se enfrentaban con graves problemas de
oferta y demanda, almacenamiento y transporte de mercancías voluminosas.
La piratería, el arruinar los puertos y capturar las islas, sobre todo, reflejaban
la mentalidad de la época. No se comerciaba con el enemigo si se tenía la
fuerza suficiente para arrebatarle sus bienes y asolar sus flotas y ciudades.
Sin embargo, a finales de la década de 1680 vanas alteraciones significativas
prepararon el camino del cambio hacia la era del contrabando o imperialismo
informal En Jamaica la clase comerciante ganó su larga lucha contra los
piratas y sus protectores, los plantadores más proteccionistas. La confianza
mutua no se estableció de un día a otro, pero alrededor de 1690 la gran
época de la piratería había pasado. A medida que los comerciantes
criollos españoles se iban convenciendo de que los gobernantes
extranjeros de las islas eran sinceros en sus esfuerzos por capturar
y eliminar a los piratas que quedaban, creció su confianza, así
como su interés en comerciar con los enemigos de España.
Los rivales imperiales de España irrumpieron también en otro terreno
del comercio americano del siglo XVII: era el comercio de esclavos
africanos, que se necesitaban principalmente como población sustitutiva en
las islas y costas tropicales donde se había aniquilado la población india.
Todas estas innovaciones juntas: la presencia de Jamaica y Curasao como
almacenes y reservas de esclavos y el esclavo africano como vía de entrada
involuntaria en el mercado colonial español, sentaron las bases para
una solución a los problemas del comercio directo
entrlasc o l o n i a s e s p a ñ o l a s y e l n o r o e s t e d e E u r o p a . S i n e m b a r
go, los cambios en esta zona, especialmente en Inglaterra, p
u e d e n h a b e r desempeñado un papel igualmente importante. Los años
comprendidos entre 1680 y 1720 en Hispanoamérica han sido poco
estudiados y presentan varios aspectos desconcertantes y paradójicos. En
España, el reinado de Carlos II fue débil, pero estudios recientes nos
muestran de forma convincente que la peor época de la depresión tuvo lugar
a mediados de siglo. Después, las regiones de la periferia empezaron a
recobrarse lenta pero significativamente.
La historia de la «carrera» en estos años es complicada. Sabemos que
continuó la reducción del número de barcos y de su tonelaje, que por esta
época partían de Cádiz y regresaban allí en su mayor parte. Sin embargo, el
aumento de la cantidad de metal precioso americano enviado a España
parece generalmente aceptado y necesitaría un nuevo examen y explicación.
Evidentemente las flotas, en decadencia, ponían especial énfasis en los
metales preciosos, excluyendo así, sin duda, otros cargamentos. También
puede haber tenido un papel en este proceso el relanzamiento de la minería
de plata y mercurio en el Nuevo Mundo a fines del siglo XVII. La
recuperación se notó más en la década de 1690, pero el comercio legal
volvió a recaer entre 1700 y 1720, años dominados por la guerra de Sucesión
española, antes de recuperarse de nuevo bajo la forma de un sistema más
libre y diferente de barcos con licencias durante la mayor parte del siglo.
España estaba haciendo denodados esfuerzos, algunos prácticos, la
mayoría ilusorios, por reformar su armada y su comercio marítimo y por
hacer revivir los astilleros. Cádiz, puerto de aguas profundas, reemplazó
definitivamente a Sevilla. Los «avisos», o barcos-correo, empezaron a
navegar con mayor frecuencia, acercando de ese modo la oferta y la
demanda. Aparecieron comerciantes extranjeros en pequeñas ciudades
coloniales donde hacía un siglo que no se veían. La producción de plata
volvía a aumentar en Nueva España y pronto reviviría en Perú. La carrera
fue el fundamento de esta dependencia de la exportación durante los dos
primeros siglos de mandato español y sus necesidades imponían una
estructura de comunicación en Hispanoamérica por la cual todas las rutas
principales se encaminaban desde las ciudades, plantaciones y minas hasta
el puerto de mar. Las áreas productivas dentro de cada masa continental
colonial no necesitaban estar conectadas entre sí. De hecho, esto se evitaba.
Sólo había un comercio interregional limitado. Una cuestión fundamental
que viene dada por el influjo del metal precioso americano es: ¿Cuál fue
su papel en la creación de un sistema mundial europeo ? Muchos
autores han creído que la plata americana, en sí misma resultado de
la inicial expansión de Europa, proporcionó más tarde la fuerza o el
lubricante para la transmisión de una estructura capitalista de imposición
europea a gran parte del mundo. Lo que aún queda por explicar de forma
satisfactoria es cómo se llevó esto a cabo. Quedan por desvelar todavía los
detalles concretos acerca de cómo Europa usó el metal precioso extraído de
su lejano oeste para abrir nuevas zonas en el este, pero la carrera de
Indias, en un sentido más general, fue una parte decisiva del
complejo de factores que aportaron el nacimiento del capitalismo, la
revolución industrial y la hegemonía de Europa en todo el mundo.