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Guía de examen y Apuntes complementarios

1.- Finalidad de las costumbres, y requisitos para una costumbre alcance fuerza de ley (c. 23,24 y 25)
2.- En las costumbres se pueden encontrar diversas divisiones, cuales son por razón de su tiempo, y de
su extensión:
3.- Describe que son los decretos generales y los tipos de decretos pueden ser legislativo, ejecutorios y
judiciales; describe loa dos primeros de manera breve
4.- Cual la finalidad de una instrucción y que carácter tienen ordinariamente.
5.- Define que es un acto administrativo.
6.- Tiene por autor el acto administrativo a quienes tienen potestad de:
7.- Los actos administrativos singulares: decretos, preceptos, rescriptos, privilegios, dispensas y
licencias. Describe cada uno.
8.- Porque se llaman decretos o preceptos singulares
9.- Elementos formales y accidentales de los actos administrativo
10.- que se entiende por estatutos y reglamentos
11.- De las personas físicas y jurídicas
Describe que se entiende por persona física.
-Medio por el cual se constituye como persona física en la Iglesia:
-Que se entiende por capacidad jurídica.
-La persona física se divide en razón de su género, estado, de la comunión, edad, uso de
razón entre otros. Explique brevemente en que consiste cada una de estas divisiones.
-Que pueden decir en cuanto al domicilio de la persona física. (adquisición, perdida,
domicilio, cuasi-domicilio, vecino, transeúnte, vago, etc.)
-Que se entiende por consanguinidad y sus líneas
-Que se entiende por afinidad y su íntima relación con la consanguinidad
En cuanto a las personas jurídicas:
-Como se constituyen las personas jurídicas
-Que se entiende por corporaciones y fundaciones
-Como se da su gobierno y su funcionamiento
TITULO II
DE LA COSTUMBRE

En el derecho romano la costumbre era la única fuente legal, sin embargo fue perdiendo fuerza
en la medida en que la ley escrita cobró mayor importancia. 1 Lo mismo sucedió en el ámbito
eclesial, es decir, poco a poco las leyes emanadas de los concilios y las decretales pontificias
fueron prevaleciendo sobre las costumbres.

1. Valor jurídico

Aunque es el pueblo el que introduce la costumbre, sin embargo, es el legislador la causa eficiente de la
costumbre en el sentido de que es éste quien da su consentimiento expreso, tácito y legal para que tenga
fuerza de ley, toda vez que se cumplan los requisitos establecidos por él mismo para introducirla, según lo
veremos más adelante.

El CIC 83 establece que alcanza fuerza de ley tan solo aquella costumbre que es introducida por una comunidad
de fieles, siempre y cuando sea aprobada por el legislador, de acuerdo a los requisitos que él mismo sanciona
para poder otorgarle un valor jurídico, o sea para que se convierta en una costumbre legal (Cf. can. 23).

2. Finalidad

El fin que persigue una costumbre, desde el inicio de su observancia por parte de una comunidad, es introducir
derecho: «Ninguna costumbre puede alcanzar fuerza de ley sino aquella que es observada, con intención de
introducir derecho, por una comunidad capaz, al menos, de ser sujeto pasivo de una ley» (can. 25).

Nótese que no cualquier comunidad de fieles puede introducir una costumbre, sino sólo aquella que de por sí
sea capaz de recibir leyes y observarlas, evidentemente con la misma intención de hacer valer el derecho, o sea
de observar el derecho. Quedan, por tanto, excluidas de la posibilidad de introducir costumbres grupos
reducidos de fieles que no sean capaces de observar las leyes. Así, podemos decir, por ejemplo, que de entre
las comunidades de fieles con capacidad de observar las leyes eclesiásticas están las diócesis y demás iglesias
equiparadas, los institutos de vida consagrada, las sociedades de vida apostólica, las prelaturas personales, y
algunas otras que, de suyo, se rijan por normas particulares o especiales.

3. Tipología

Los tipos de costumbres que se deducen de los cánones 23 al 28 son las siguientes:

a) Con relación a la ley vigente

 Extralegales
 Legales
 Contralegales
b) Por razón del tiempo

1
Cf. J. GARCÍA MARTÍN, Le norme generali, 137.
 Legítimamente observadas durante 30 años continuos y completos
 Centenarias
 Inmemoriales
c) Por su extensión

 Universales
 Particulares
d) Por su efecto

 Positivas
 Negativas
Por el momento, remitimos a lo estudiado en el canon 5 acerca de los tipos de leyes que hemos elencado.

4. Racionalidad

«La costumbre expresamente reprobada por el derecho no es razonable» (Can 24, § 2). Nótese que el punto de
referencia de la racionalidad de la costumbre es la ley misma, pues, recordemos que la ley se define como un
ordenamiento racional. De este modo, si el legislador juzga que una costumbre es contraria a la ley, significa en
estricto sentido canónico que la costumbre no es racional. Sin embargo, las discusiones entre los canonistas
versan sobre este asunto, pues incluso una ley misma puede perder su racionalidad por el hecho de ser
obsoleta y no responder al contexto de lo regulado. De este modo, nos enfrentamos al problema de la
racionalidad de la ley vigente, es decir, la utilidad, conveniencia y necesidad con respecto a la costumbre que se
juzga irracional a partir de lo establecido en el CIC hasta ahora, pero que más adelante pueda considerarse
legal por ser considerada no inmoral, ni contraria al derecho divino, pues una costumbre no puede ser
reprobada si no es intrínsecamente contraria al derecho divino. De esto trataremos en el siguiente apartado.

5. Revocación

El canon 28 establece que la costumbre contra legem y la costumbre extralegal, quedan revocadas por otra
costumbre o una ley, contrarias a éstas. Quedan exentas de la fuerza revocatoria las costumbres centenarias,
las inmemoriales y las particulares.

Recordemos que aquí nos estamos refiriendo a las costumbres que han aparecido después de la promulgación
del Código vigente, pues de las que ya existían antes del CIC 83 tratamos en el canon 5.

Debemos anotar que sobre este tema de las costumbres se ha escrito relativamente muy poco, a mi modo de
entender, no porque sea irrelevante el tema en cuestión, sino porque su aplicabilidad es realmente mínima.
TITULO III
DE LOS DECRETOS GENERALES Y DE LAS INSTRUCCIONES

1. Los decretos generales

Los cánones 29-33 tratan sobre los decretos generales. Esta materia, junto con la que se refiere a las
instrucciones (can. 34) constituye una materia nueva en el Código vigente. En la anterior legislación de 1917 no
se había regulado expresamente, aunque se puede afirmar que se había desarrollado una praxis extracodicial
generalizada sobre el derecho administrativo de la Iglesia.2

El término «Decreto» es demasiado genérico, pues comprende cualquier medida o disposición de la autoridad
competente. Desde este punto de vista podemos hablar de decretos generales que emanan de la potestad
legislativa, ejecutiva o judicial. Sin embargo, el bloque de cánones que hemos enunciado, o sea del 29 al 33,
sólo trata de los decretos generales legislativos y ejecutivos; los decretos judiciales son más bien singulares, los
cuales estudiaremos en el título cuarto.

El canon 29 nos ofrece una definición de decreto general: «Los decretos generales, mediante los cuales el
legislador competente establece prescripciones comunes para una comunidad capaz de ser sujeto pasivo de
una ley, son propiamente leyes y se rigen por las disposiciones de los cánones relativos a ellas».

También debemos advertir que el legislador distingue entre decretos generales y decretos singulares. Sobre los
decretos singulares trata el título cuarto del libro de las normas generales que estudiaremos un poco más
adelante. Se llaman decretos generales en razón de las personas o de la materia o de la extensión.

1.1. Legislativos

Los decretos generales por excelencia son los legislativos. De ellos dice el canon 29 que son propiamente leyes,
porque el legislador establece prescripciones comunes mediante éstos. Sin embargo, el legislador ha preferido
tratarlos en un título distinto para poner de relieve la naturaleza de la ley misma, según lo hemos estudiado ya
en los cánones 7 al 22.

Si analizamos detenidamente el canon 29, podemos deducir del texto legal que los elementos constitutivos de
los decretos generales legislativos son los mismos de la ley: 1)Son emanados por el legislador o un delegado de
éste; 2)Son dados a una comunidad capaz de recibir una ley; 3)Su finalidad es el bien común.

La distinción entre las leyes propiamente dichas y los decretos generales consiste básicamente en que las
primeras tienen un contenido autónomo y son de suyo estables o perpetuas, mientras que los decretos
generales, aunque también tienen un contenido autónomo, sin embargo, son dados para situaciones urgentes
que merecen la atención del legislador, pero no suelen ser prescripciones estables o perpetuas sino apropiadas
a ciertas circunstancias que no habían sido contempladas por el legislador. Por tanto, en la mayoría de las
veces requieren una adaptación o renovación constante, por eso, cesan en virtud de lo establecido por el
canon 20 del Código de Derecho canónico de 1983.

Así pues, podemos decir que los decretos generales legislativos son emanados para llenar una laguna jurídica
(Cf. can. 19) o para tolerar las costumbres centenarias o inmemoriales de las que trata el canon 5, §1, o para
aprobar aquellas costumbres introducidas por una comunidad de fieles (can. 23; Cf. can. 25). Así pues, estos
decretos generales se mueven en el terreno de las normas.

2
Cf. J. GARCÍA MARTÍN, Le norme generali, 157.
Algunos canonistas consideran que se trata de leyes urgentes no solemnes, sin embargo, precisan ser
promulgadas, conforme lo establecido en el canon 8, al igual que las leyes, en cuanto emanan de un acto de
potestad legislativa. Otra distinción entre las leyes y los decretos generales es que la ley emana del mismo
legislador y un decreto general puede ser dado por un delegado, por eso el canon 29 tiene cuidado en subrayar
«legislador competente», expresión que comprende al delegado del legislador, el cual actúa con potestad
legislativa ordinaria vicaria o con potestad delegada, pero no propia.3

Recordemos que en el ámbito universal el legislador competente es el legislador supremo, o sea, el Romano
Pontífice y el Colegio episcopal junto con la cabeza; en el ámbito particular sólo el Obispo. El legislador
supremo puede delegar, y de hecho delega, su potestad legislativa en el Pontificio Consejo de Interpretación de
los Textos Legislativos (PCITL), y en algunos casos al Sínodo de Obispos (Cf. can. 343), a las Conferencias
episcopales (Cf. can. 455), a los Dicasterios de la Curia romana (Cf. Pastor Bonus, art. 18) y a quien goza de
potestad ejecutiva (Cf. can. 30). En cambio, el legislador particular no puede delegar válidamente su potestad
legislativa, a no ser que el Código disponga explícitamente otra cosa, pero el principio general es que no se
delga (Cf. cann. 135, §2; 391 y 466). Así pues, de los cánones 30 y 135 se deduce la reserva que el Código hace
de la potestad legislativa al legislador supremo y al legislador inferior, que es el obispo, sin embargo, no se
excluye la posibilidad de ser delegada ab homine o a iure.

1.2. Ejecutorios

Los decretos generales ejecutivos son actos normativos de la potestad ejecutiva y no de la potestad legislativa.
Por tanto, no son leyes sino normas jurídicas no autónomas. En cuanto se trata de decretos generales, se
entiende que son disposiciones comunes, es decir, que también son dadas para una comunidad que es sujeto
capaz de recibir una ley.

Los decretos generales ejecutivos son, por naturaleza, ejecutorios de las leyes existentes, es decir, determinan
más detalladamente el modo que ha de observarse en el cumplimiento de la ley o urgen su observancia, y se
distinguen de los decretos generales legislativos que son propiamente leyes (can. 31, §1). También se
distinguen de los decretos singulares, de los que trataremos en el apartado siguiente.

Ahora bien, según el canon 31, la autoridad competente para dar un decreto general ejecutivo son todos
aquellos que tienen potestad ejecutiva. Recordemos que la potestad ejecutiva se obtiene cuando se recibe un
oficio, pero también se puede obtener por delegación. Si la potestad ejecutiva va aneja a un oficio puede ser
propia o vicaria (can. 131, §2), y la que es delegada siempre se obtiene por concesión del delegante y no por el
oficio que se esté desempeñando (can. 137, §1).

¿Quiénes son, pues, los sujetos que ostentan la potestad ejecutiva ordinaria y propia? Lo son el Romano
Pontífice, los Obispos diocesanos y sus equiparables; ¿Los que ostentan la potestad ejecutiva ordinaria, pero
vicaria? Son los vicarios generales y los vicarios episcopales, los Superiores mayores de Institutos de vida
consagrada y de las Sociedades de vida apostólica clericales de derecho pontificio y los dicasterios de la curia
romana; ¿Y la potestad ejecutiva delegada? Pueden serlo todos los sacerdotes y los diáconos, e incluso los
laicos, conforme a las normas del derecho, la reciben, ya para un caso determinado o para la generalidad de los
casos. Piénsese, por ejemplo, en que todos ellos pueden ser delegados para asistir al matrimonio (Cf. cann.
1108 y 1112).

3
Cf. Ib., 160; Código de Derecho Canónico de 1983, 10ª. Ed., «Comentario a los cánones 29-30», BAC, Madrid 1991,
39.
Todos estos deben de ejercer dicha potestad sólo dentro de los límites de su jurisdicción. Los que reciben
delegación de potestad delegada no deben rebasar los límites de los asuntos para los cuales les haya sido
concedida.

2. Las instrucciones

El canon 34 presenta una noción muy similar a la del decreto general ejecutivo que nos ofrece el canon 31.
Pero, sin duda, la noción de «instrucción» que fue finalmente aceptada por la comisión revisadora del esquema
De Normis Generalibus, obedeció a la necesidad de determinar con claridad cuál debe ser la formalidad y el
valor jurídico de una instrucción. Recordemos que el CIC 17 no contemplaba la «instrucción» y en la práctica de
las Congregaciones romanas, bajo este modo o figura jurídica se daban propiamente leyes, lo cual generó
confusiones y abusos, porque a veces derogaban con éstas leyes del derecho común y otras veces no, entonces
no se sabía a qué atenerse.4

El legislador del Código vigente establece, pues, que el fin de una instrucción es aclarar las prescripciones de las
leyes, desarrollar y determinar las formas en que se ha de ejecutar la ley. Además, señala que la instrucción
siempre va dirigida a quienes compete cuidar que se cumplan las leyes y las ejecuten los sujetos pasivos (can.
34, §1).

Ahora bien, son competentes para dar legítimamente una «instrucción» todos aquellos que gozan de potestad
ejecutiva, pero sólo dentro de los límites de su competencia, o sea, según la materia y las personas que les
corresponda.

Así pues, las «instrucciones» son un acto administrativo propio de la potestad ejecutiva competente, pero no
de la potestad legislativa o judicial. Tampoco tienen que ser aprobadas por quien tiene potestad legislativa. 5

Los destinatarios de las «instrucciones» constituyen un elemento específico para diferenciar una «instrucción»
de un decreto general ejecutivo», pues son bastante parecidas. Así pues, el destinatario último de una
«instrucción» es la comunidad que debe observar la ley. Por eso, el que la «instrucción» sea dada a quienes
tienen la responsabilidad de hacer que se cumpla la ley, no significa que ellos sean los sujetos pasivos.

Debemos subrayar que una instrucción no deroga las leyes, y carece de valor alguno lo que es incompatible con
ellas; mucho menos puede derogar las leyes (can. 34, §2). Su vigencia es temporal, pues dejan de tener fuerza,
no sólo por revocación explícita o implícita de la autoridad competente que las emitió, o de su superior, sino
también al cesar la ley para cuya aclaración o ejecución hubieran sido dadas (can. 34, §3).

La autoridad competente para revocar una instrucción es, por supuesto, la que la publicó, pero también lo es el
superior jerárquico de éste y su legítimo sucesor. Tal revocación, según el párrafo segundo del canon 34, puede
implícita o explícita.

La formalidad que se ha de observar para que comience a tener fuerza una instrucción debe seguir el siguiente
procedimiento: a)La autoridad competente la aprueba; b)La publica por un medio adecuado, según el canon 8,
§2; c)Entra en vigor según el plazo determinado por quien la emitió, aunque ciertamente el canon 34 no
dispone nada acerca de su promulgación y vacación;6

4
Cf. Communicationes 20 (1988) 102.
5
Cf. Communicationes 23 (1988) 28.
6
Sobre la promulgación y vacación de una «instruccíon» hay dos interpretaciones de los canonistas:
1) Los que dicen que no es necesario (Cf. P. LOMBARDÍA, «De las normas generales. Comentario al canon 34», en:
Código de Derecho Canónico, ed. Eunsa, Pamplona 1983, 88; L. CHIAPPETTA, Il Codice di Diritto Canonico. Comento
TITULO IV
LOS ACTOS ADMINISTRATIVOS SINGULARES

1. Definición

Aunque el Código no da una definición de acto administrativo singular, sin embargo, a partir de los cánones 35
y 76, § 1, y siguiendo la opinión de algunos autores podemos definirlo como sigue: es una decisión tomada por
quien tiene potestad ejecutiva o legislativa, por medio de la cual manda, reconoce, aprueba, confirma, prohíbe,
concede, provee o soluciona algo, en favor o en relación de una persona física o jurídica. Tal decisión, mandato,
reconocimiento, aprobación, etc., se explicita por medio de un decreto singular, un precepto, un rescripto, un
privilegio, una dispensa, una licencia, una delegación de potestad o una autorización de viva voz.

2. Normas o criterios generales

2.1. Autor del acto administrativo

El canon 35 establece el principio general que se refiere a la autoridad que realiza un acto administrativo
singular. Así pues, como norma el acto administrativo es emitido por quien tiene potestad ejecutiva, dentro de
los límites de su competencia. Pero, a veces, como en el caso de los privilegios (Cf. can. 76, § 1) está reservado
a quien tiene potestad legislativa; en otros casos deberá entenderse que quienes tienen potestad judicial
también pueden emitir actos administrativos singulares dentro del ámbito de su competencia, por ejemplo, el
vicario judicial exige mediante decreto la comparecencia de las partes en una causa criminal o matrimonial;
condona mediante un rescripto las costas judiciales al actor en una causa matrimonial.

2.2. Texto e interpretación

Los términos de cualquier acto administrativo deben ser claros, de modo que no quepa ninguna duda de quien
es la autoridad que lo emite, la materia que trata, la finalidad y el alcance del mismo. Por tanto, se deberá
tener cuidado de no acumular en un solo acto administrativo varios asuntos, varios destinatarios, diversas
materias y fines distintos. De lo contrario el acto sería susceptible de extender su aplicación a otros casos fuera
de los expresados o de interpretar ampliamente los términos empleados. Siempre será necesario evitar
ambigüedades en el lenguaje, es decir, términos equívocos o ambivalentes (Cf. can. 36, § 2).

2.3. Consignación escrita

El legislador establece que el acto administrativo que afecta al fuero externo debe ser consignado por escrito
(Can. 37). Ciertamente hay actos administrativos que son dados para el fuero interno, por ejemplo, un decreto
o un precepto que declaran o imponen una pena, una dispensa (Cf. can. 1356, § 1) un rescripto o un privilegio
para remitir una censura (Can. 1357).

giuridico-pastorale, I, Napoli 1988, 59; y F. X., URRUTIA, Les normes générales. Commentaire des canons 1-203, Paris
1994, 113.
2) Los que consideran que sí debe promulgarse, por tener similitud con el decreto general y, por tanto con las leyes: B.
GANGOITI, «De las Normas Generales», en: Código de Derecho Canónico, Edicep, Valencia 1993, 33-34.
2.4 Invalidez

Cualquier acto administrativo que lesione el derecho adquirido de un tercero o sea contrario a la ley o a una
costumbre aprobada es inválido, a no ser que en el mismo y por el mismo acto se incluya una cláusula
derogatoria (Can. 38). Puede el autor del acto administrativo condicionar la validez del acto mismo mediante
las partículas señaladas en el canon 39, u otras parecidas.

2.5 Ejecución de los actos administrativos

Normalmente el autor de un acto administrativo y su ejecutor coinciden en la misma persona, pero el


legislador contempla la posibilidad de que pueda ser ejecutado por otra persona distinta. Por ejemplo, el autor
de la provisión del oficio parroquial es el obispo, pero la ejecución del mismo puede encomendarse al vicario
general, al vicario episcopal, al decano o a cualquier otro.

Para que el ejecutor del acto administrativo no incurra en exageraciones o reducciones en su mandato, o sea
no rebase los límites de su mandato o no retenga, posponga o retrace innecesariamente la ejecución, los
cánones 40-45 contemplan algunos criterios que deben ser observados con diligencia.

3. Tipos de actos administrativos singulares

Los actos administrativos singulares son: decretos, preceptos, rescriptos, privilegios, dispensas y licencias. A
continuación damos el concepto de cada uno:

DECRETO SINGULAR: «Por decreto singular se entiende el acto administrativo de la autoridad ejecutiva
competente, por el cual, según las normas del derecho y para un caso particular, se toma una decisión o se
hace una provisión que, por su naturaleza, no presupone la petición de un interesado» (Can. 48).

PRECEPTO SINGULAR: «El precepto singular es un decreto por el que directa y legítimamente se impone a una
persona o personas determinadas la obligación de hacer u omitir algo, sobre todo para urgir la observancia de
la ley» (Can. 49).

RESCRIPTO: «El rescripto es un acto administrativo que la competente autoridad ejecutiva emite por escrito y
que por su propia naturaleza concede un privilegio, una dispensa u otra gracia a petición del interesado» (Can.
59).

PRIVILEGIO: «El privilegio, es decir, la gracia otorgada por acto peculiar a favor de determinadas personas, tanto
físicas como jurídicas, puede ser concedido por el legislador y también por la autoridad ejecutiva a la que el
legislador haya otorgado esta potestad» (Can. 76, § 1).

DISPENSA: «La dispensa o relajación de una ley meramente eclesiástica en un caso particular, puede ser
concedida, dentro de los límites de su competencia, por quienes tienen potestad ejecutiva, así como por
aquellos a quienes compete explícita o implícitamente la potestad de dispensar, sea por propio derecho, sea
por legítima delegación» (Can. 85).

LICENCIA: Es un acto administrativo similar al rescripto, mediante el cual se otorga un permiso o se concede la
celebración o ejecución de aun acto gracioso a una persona que cumpla con las condiciones a tenor de la
norma del derecho. También la licencia se distingue de la delegación de potestad para ejecutar válidamente un
acto, es decir, la licencia por lo general se requiere para la licitud.
Cabe señalar que existen otros actos administrativos que el legislador no incorpora junto a los que hemos
señalado líneas arriba. Podemos decir que éstos son actos genéricos, pues está claro que el legislador puede
ordenar, decidir, proveer, suspender, establecer, etc., mediante un tipo de acto administrativo que sería el
decreto. Incluso, la concesión de una gracia que en estricto sentido es un rescripto, lo pone en acto, o sea lo
confecciona y lo ejecuta la autoridad competente mediante un decreto. Es decir, que la finalidad es distinta,
pero el modo de poner jurídicamente ese acto es genérica. Pero esto, no nos debe confundir, porque podemos
incurrir en la exageración de emitir siempre decretos, en lugar de especificar que se trata de una dispensa, de
un privilegio, de una licencia, de una instrucción, etc.

4. Autoridad competente

El Código vigente contempla la posibilidad de que los actos administrativos, de que venimos tratando, pueden
ser puestos por el propio legislador o por quienes detenten potestad ejecutiva. Recordemos que la potestad
ejecutiva es ordinaria, propia, vicaria o delegada. La ordinaria es la que va aneja de propio derecho a un oficio;
ésta a su vez es propia o vicaria. En la Iglesia sólo el Romano Pontífice, el Colegio Episcopal y los obispos en
particular tienen potestad ordinaria propia, y todos aquellos a quienes el Romano Pontífice o el Obispo les
confíen un oficio que requiera habitualmente el uso de dicha potestad la obtienen ordinaria pero la ejercen de
manera vicaria, es decir, cumpliendo o haciendo las veces de ellos.

La potestad ejecutiva también es delegada, y es la que se concede a una persona por sí misma, y no en razón
de su oficio (Cf. can. 131).

Tengamos en cuenta que el autor de cualesquiera actos administrativos puede ejecutar por sí mismo o por
medio de otro dicho acto. La persona que es comisionada para ejecutar un acto administrativo recibe el
nombre de ejecutor. El autor del acto administrativo puede encomendar la ejecución del mismo a la persona
de su preferencia, sin embargo, ha de atenderse a la idoneidad de tal persona, toda vez que el acto requiera
ciertas cualidades o exija ciertos requisitos, dependiendo de la delicadeza del asunto.

5. Interpretación, materia y límites

El canon 36 repite los mismos principios y criterios de interpretación que los cánones 17 y 18, pero, debemos
subrayar que aún cuando los actos administrativos singulares no son propiamente leyes, deben de
interpretarse de modo que su ejecución no rebase los límites del asunto para el que ha sido dado, y que debe
tener muy en cuenta la materia de que trata. Así por ejemplo, no podemos conceder, por medio de un decreto,
el oficio parroquial a quien carece del orden sagrado del presbiterado (Cf. cann. 150 y 521, §1) o no podemos
obligar, mediante precepto, que los vicarios parroquiales cumplan con las obligaciones especialmente
establecidas para los párrocos (can. 530); tampoco se puede conceder a un diácono, mediante rescripto o
decreto la gracia o el privilegio para confirmar (Cf. can. 882); ni es posible conceder la dispensa de un
impedimento natural, por ejemplo, de pasar a nuevas nupcias a quien se encuentre ligado por el vínculo
matrimonial (Cf. can. 1085).

Así pues, cualquier acto administrativo singular debe entenderse según el significado propio de las palabras, ha
de interpretarse estricta o ampliamente, según la materia de que se trate, evitando perjudicar los derechos de
terceros o de contradecir una norma precedente, o de un privilegio concedido o de un derecho adquirido (can.
36, § 1). Por tanto, como bien señala el párrafo segundo del mismo canon 36: «El acto administrativo no debe
extenderse a otros casos fuera de los expresados».
6. Modo y formalidades

Los actos administrativos singulares pueden referirse al fuero interno, pero por lo general son dados para el
fuero externo. Para aquellos que afectan al fuero externo, el Legislador establece que deben consignarse por
escrito (Cf. can. 37). Pero los que se refieren al fuero interno pueden concederse de palabra.

Así pues, una licencia, un permiso, un oráculo, una dispensa, una delegación, etc., pueden concederse de
palabra, tanto si tienen efecto en el fuero externo como en el interno, aunque es preferible que quede
constancia escrita de dichos actos, salvaguardando siempre el anonimato de los sujetos pasivos, cuando se
trate de materias que pueden dañar su buena fama.

Ahora bien, en cuanto a las formalidades de cualquier acto administrativo, debemos distinguir cuáles son los
elementos esenciales y cuáles los accidentales. También por formalidad de un acto administrativo se entiende
la manera de presentar los contenidos del documento.

Los elementos esenciales que debe contener cualquier acto administrativo son: 1) Sujeto Activo, es decir, la
autoridad que lo emite, que lo realiza, que lo emite; 2) Sujeto Pasivo, aquel en el que recaen los efectos del
acto; 3) La causa, es decir, la razón o las motivaciones por las cuales se emite el acto; 4) El Objeto, aquello que
se concede, se obliga, se exige, se tutela, etc., mediante el acto administrativo; 5) La finalidad, o sea, aquello
para lo cual se emite el acto; y 6) Las formalidades, o sea, aquellos elementos como los nombres, las firmas, la
fecha, el sello, etc., que autentifican el acto.

Los elementos accidentales de cualquier acto administrativo, por su parte, son: 1) La condición, o sea, la
cláusula que se fija en ciertos casos para que el acto administrativo surta sus efectos; 2) El tiempo, o sea, la
fijación del tiempo desde el cual, durante el cual y hasta el cual tendrá efecto el acto administrativo; y 3) El
modo, que se refiere a la forma de dar a conocer el acto, de entregarlo al destinatario, de hacerlo público
cuando así se requiera.

Queremos insistir en la formalidad del acto administrativo. Es decir, todo acto debe de seguir un modelo
documental de tipo jurídico. Para ello se hace conveniente que, además de contener los elementos esenciales y
los accidentales, según cada caso, la forma externa del documento sirva para tener la suficiente claridad de
quién es la autoridad que emite el acto, o sea, qué facultad o potestad ostenta (Intestación); que motiva la
emisión del acto administrativo (Motivación in facto); en qué fundamentos jurídicos sustenta su acción
(Motivación in Iure) y cuál es la decisión que se está tomando (Parte dispositiva). Finalmente, para demostrar la
autenticidad del acto administrativo realizado, la formalidad del documento exige que se plasme la firma del
emisor y, en algún caso la del receptor, así como la fecha y el sello que indique que ha procedido de la
autoridad arriba mencionada.
TITULO V
DE LOS ESTATUTOS Y REGLAMENTOS

1. Principios generales

Se trata de una materia nueva que no aparecía en el Codex de 1917. Son sólo dos cánones que contienen los
elementos genéricos pero propios de lo que se ha venido denominando derecho estatutario, es decir, de los
estatutos y reglamentos. Ciertamente los contenidos de este tipo de ordenamientos no son leyes sino normas,
pero son vinculantes para quienes son dadas.

Las personas jurídicas públicas o privadas −asociaciones de fieles: corporaciones y fundaciones− se rigen
internamente por los contenidos establecidos en sus estatutos propios. Los reglamentos especifican los
mecanismos que se han de observar para aplicar lo contenidos de lo estatuido. Con toda razón se le llama
derecho particular, especial o peculiar a estos ordenamientos.

Aunque son sólo dos cánones los que integran nuestro título V del libro primero, sin embargo, diversos
cánones del CIC 83 vienen a completar lo que llamaremos en adelante derecho estatutario.

2. Los estatutos

El canon 94 nos ofrece una definición descriptiva: «Estatutos, en sentido propio, son las normas que se
establecen a tenor del derecho en las corporaciones o en las fundaciones, por las que se determinan su fin,
constitución, régimen y forma de actuar»

Desmenucemos nuestro canon para analizar y puntualizar lo contenido en él. Para ello planteamos algunas
cuestiones: ¿Que significa la expresión «en sentido propio»? ¿Los estatutos son leyes o normas? ¿Son normas
explicativas o aplicativas de las leyes universales? ¿Las corporaciones y fundaciones deben regirse
necesariamente por estatutos propios? ¿Los estatutos pueden determinan otros aspectos de las corporaciones
y fundaciones o estrictamente los enunciados en el canon 94?

2.1. Normas particulares

La formulación del canon no dice que los estatutos sean leyes, pero tampoco dice que no lo sean. En el primer
esquema de codificación presentado por el grupo de estudio De normis generalibus se había definido a los
estatutos como leyes eclesiásticas,7 pero finalmente se rechazó esta especificación, pues podría generar serias
confusiones; además se pensó que la definición de «estatutos» debía ser válida para cualquier asociación de
fieles y no sólo para aquellas personas jurídicas, como los Institutos de vida consagrada que gozan del
reconocimiento de un derecho particular, pues las Constituciones son verdadero derecho particular, o sea, son
leyes en sentido propio.

Así pues, de la expresión usada por el canon para llamar a los estatutos «normas en sentido propio» deducimos
que se trata, en efecto, de leyes particulares, especiales o peculiares, cuya naturaleza depende de la autoridad
que los establece y promulga. En el tercer esquema de redacción del actual canon 94, el párrafo tercero, el
término estatutos era sinónimo de Constituciones.8

7
Communicationes 20 (1988) 109: Can 6. «
8
Communicationes 23 (1991) 47.
El término «estatutos» tiene diversas acepciones. Con relación a los Institutos de vida consagrada el CIC 83
utiliza los términos «Constituciones», «Código fundamental» y «Reglas o normas fundamentales» (Can. 587, §
1). También asume el significado de «leyes particulares emanadas por un legislador inferior al Romano
Pontífice, por ejemplo, can. 513, § 1; el CIC 83 se refiere a los estatutos diocesanos llamándolos «derecho
particular» (Cf. cann. 521, § 2 y 3; 527, § 2; 533, § 3; 535, §§ 1 y 5; 536, § 2; 537; 538, § 1.

2.2. Sujetos pasivos

En el canon 304 establece el principio de que todas las personas jurídicas eclesiásticas deben regirse por sus
estatutos propios, pues es cierto que los entes jurídicos de origen eclesiástico no pueden tener existencia sin
los estatutos: «Todas las asociaciones de fieles, tanto públicas como privadas, cualquiera que sea su nombre o
título, deben tener sus estatutos propios...».

Así pues, los sujetos pasivos de las normas particulares, especiales o particulares, son los miembros de las
corporaciones o fundaciones can 94, § 2: «Los estatutos de una corporación obligan sólo a las personas que son
miembros legítimos de ella; los estatutos de una fundación, a quienes cuidan de su gobierno».

En otros lugares, el Código, al irse refiriendo a un ente jurídico en particular señala la necesidad y obligación de
regirse por estatutos propios; en otros muchos casos remite a ellos. Por ejemplo, «El consejo presbiteral debe
tener sus propios estatutos, aprobados por el obispo diocesano...» (can. 496; ver también cann. 497-499 y 501,
§ 1); respecto de las Universidades católicas remite a los estatutos de este ente jurídico: «La autoridad
competente según los estatutos debe procurar que, en las universidades católicas, se nombren profesores que
destaquen no sólo por su idoneidad.... y que ... sean removidos de su cargo, observando el procedimiento
previsto en los estatutos» (can. 810, § 1); «Todas las universidades y facultades eclesiásticas han de tener sus
propios estatutos y su plan de estudios aprobado por la Sede Apostólica (can. 816, § 2); «Todo cabildo, tanto
catedralicio como el de una colegiata, debe tener sus propios estatutos, elaborados mediante legítimo acto
capitular...» (can. 505; ver también cann. 506 y 507);

2.3. Determinación

En cuanto a lo que los estatutos determinan, dice claramente el can 94, § 1: «Estatutos, en sentido propio, son
normas que se establecen a tenor del derecho en las corporaciones o en las fundaciones, por las que se
determinan su fin, constitución, régimen y forma de actuar»

En los estatutos se ha de aludir en primer lugar a la naturaleza de la persona jurídica de que se trate. En este
sentido, es claro que los estatutos no determinan cuál es la naturaleza del ente jurídico, pues esto lo determina
el derecho universal. Los demás aspectos que determinan los estatutos deben ser congruentes con la
naturaleza de la persona jurídica de que se trate. Por tanto, en razón del principio de legalidad, deberán
observar para ello las prescripciones del derecho universal y a partir de allí adecuarlas en cada caso, teniendo
cuidado de que no sean contrarias al derecho superior, pues de lo contrario serían inválidas.

Téngase en cuenta, sin embargo, que muchas de las prescripciones contenidas en los estatutos particulares de
las personas jurídicas vienen a llenar los vacíos jurídicos. En este sentido, con toda razón podemos afirmar que
las normas de los estatutos son verdadero derecho particular, sobre todo las que son establecidas y
promulgadas en virtud de la potestad legislativa, como es el caso del derecho particular de una diócesis. Por
eso dice el canon 94, § 3: «Las prescripciones de los estatutos que han sido establecidas y promulgadas en
virtud de la potestad legislativa, se rigen por las normas de los cánones acerca de la leyes».
3. Los reglamentos

El canon 95 introduce la figura del «reglamento». Allí se determina con claridad cuál es su naturaleza, el objeto
y el sujeto pasivo. Su naturaleza es que se trata de normas o reglas; su objeto es regular las reuniones de
personas o cualquier otra celebración de los miembros de la persona jurídica de que se trate; es decir, tales
reglas o normas determinan lo que se refiere a la constitución, régimen y forma de proceder de los miembros.

3.1 Sujetos pasivos

Los sujetos pasivos de los reglamentos son las personas que toman parte en dichas reuniones o celebraciones.
En estricto sentido el canon se refiere a los miembros legítimos de la persona jurídica de que se trate, pero
también puede contemplar a otras personas ajenas que puedan ser admitidas a sus reuniones o celebraciones,
conforme a los estatutos.

3.2 Finalidad

Los reglamentos descienden a detallar o especificar todo cuanto sea necesario observar, de acuerdo a los
estatutos propios de la persona jurídica. Es decir, las reglas o normas de los reglamentos completan, en modo
más específico, lo establecido en los estatutos de modo general y esencial.

Los Reglamentos no pueden regular aquello que no haya sido contemplado en los estatutos, es decir, no deben
rebasar ni contradecir lo que establecen los estatutos.

3.3. Característica

Los Reglamentos no tienen necesidad de ser aprobadas por una autoridad superior, sino por los miembros de
la persona jurídica de que se trate, además, pueden modificarse según las necesidades. La flexibilidad de los
reglamentos es una característica que los estatutos no tienen. Algunos canonistas señalan que las normas de
los reglamentos también son verdaderas leyes, por ejemplo, el Reglamento del Concilio ecuménico, el
Reglamento del Sínodo de los obispos y las disposiciones para la celebración de los sacramentos, contenidas en
los directorios, en los «ordos», en los rituales o en otras fuentes litúrgicas.
TITULO VI
LAS PERSONAS FÍSICAS Y JURÍDICAS

1. Contenido

Del título mismo se deduce que debe ser abordada la materia en dos apartados específicos. De
suyo así está dividido esté título VI. En el primer capítulo se trata sobre las personas físicas y en el
segundo sobre las personas jurídicas.

En el CIC 17 la materia de nuestro título VI estaba contenida en el Libro II De Personis, el cual


constaba de veintiún cánones (87-107); en el CIC 83 la materia es ligeramente más extensa:
veintiocho cánones. Sobre las personas físicas contamos diecisiete cánones (96 al 112) y sobre las
jurídicas once (113 al 123).

Además de señalar la división establecida que hace el Código, nosotros dividimos nuestra
exposición de forma temática para hacerla más comprensible.

2. De la condición canónica de las personas físicas

Cuando en el Código se habla de «condición canónica», debemos entender que se toman en


cuenta diversos factores que ponen a la «Persona» en una situación específica respecto de sus
derechos y obligaciones, así como en relación a los quehaceres de la Iglesia: funciones, ministerios,
oficios, encomiendas, participación, exenciones, sanciones, etc. No se trata, por tanto, de que en
la Iglesia exista discriminación o exclusivismos, sino que atendiendo a los factores antes
mencionados, se debe afirmar la igualdad de las personas en cuanto a su dignidad y acción, como
lo establece el canon 208, pero también su diferenciación en cuanto a la forma de colaborar en la
misión de la Iglesia y en cuanto a la responsabilidad, desempeño y estado de vida.

Otros factores humano-naturales y jurídico-doctrinales, tales como la edad, el uso de razón, la


enfermedad, el género, las cualidades y aptitudes, la comunión, la fe, el estado de gracia, el
domicilio, la moralidad, las acciones, etc., determinan la condición o situación canónica de las
personas físicas en la Iglesia. Algunos de estos factores valen también para las personas jurídicas.

2.1. El concepto de persona

El término «Persona» en el ámbito jurídico significa el sujeto de derechos y obligaciones, que no se


identifica con el individuo sino que tiene un significado más amplio. Pero claro está que el sujeto
jurídico es ante todo la persona física, es decir, el ser humano. Por eso el canon 113, § 2 señala:
«En la Iglesia, además de personas físicas, hay personas jurídicas, que son sujetos en derecho
canónico de las obligaciones y derechos congruentes con su propia índole».

Así pues, el término «Persona» en sentido filosófico no es al que se refiere el título VI de nuestro
libro primero, pues aunque lo supone como principio de derecho divino-natural, sin embargo, el
marco de referencia es el jurídico-canónico.9

9
Cf. J. HERVADA, Vetera et nova, Cuestiones de Derecho Canónico y afines (1958-2004), 2ª. Ed.,
Pamplona 2005, 236-239.
En el Derecho canónico el término «Persona» se refiere en primer lugar al bautizado en la Iglesia
católica, que por esa misma razón se constituye fiel cristiano católico, en sujeto de derechos y
deberes:10 «Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se constituye persona
en ella, con los deberes y derechos que son propios de los cristianos, teniendo en cuenta la
condición canónica de cada uno, en cuanto estén en la comunión eclesiástica y no lo impida una
sanción legítimamente impuesta». Es decir, el término «persona» implica una doble capacidad:
jurídica y de hacer.

La capacidad jurídica significa ser sujeto activo y pasivo de las leyes y la capacidad de hacer
significa poder ejercer, por sí mismo o por medio de otro, sus derechos y cumplir sus obligaciones,
o sea, poner y realizar actos jurídicos con los mismos efectos canónicos.

Dicho lo anterior, el ser humano, incluso el que no ha sido constituido persona en la Iglesia, por
que aún no nace o porque no está bautizado, o como dice Hervada: «... por el sólo hecho de ser
hombre, la persona humana no tiene una posición en la Iglesia; la tiene, es cierto, respecto de la
Iglesia, pero no en ella. (Pues) para tener una posición en la Iglesia, debe estar elevada por la
gracia»,11 no obstante, es sujeto de los derechos inviolables, llamados también derechos humanos
o fundamentales, que la Iglesia también le reconoce y tutela.12

Aunque en el CIC 83 no hay un elenco especial de derechos humanos, es decir, no están


conjuntados en un mismo lugar, como sucede en otras legislaciones u ordenamientos jurídicos
civiles, nacionales o internacionales, sin embargo, sí se encuentran diseminados por todo el
Código. Por tanto, la Iglesia sí tutela los derechos fundamentales inherentes al ser humano, aún
cuando −desde el punto de vista jurídico-canónico− no sea «persona».

Así por ejemplo, el canon 1397 protege la vida del ser humano e incluso la del no nacido (can.
1398); Los cánones 211; 228, § 1; 248; 748; 787 y 788 determinan que todos los hombres,
bautizados o no, tienen el derecho a que se les anuncie el Evangelio, aunque, por otra parte,
reconoce que tiene derecho a la libertad de conciencia (can. 748, § 1); el canon 1476 reconoce que
los no bautizados pueden demandar en juicio. Finalmente, todavía a modo de ejemplo, señalamos
la especial atención y las prerrogativas que la Iglesia reconoce a los no bautizados, pero próximos
a incorporarse a la Iglesia, como es el caso de los catecúmenos (cann. 206; 788; 1170 y 1183).
Podríamos hacer referencia a otros derechos humanos, como aquellos que se refieren al
matrimonio, pero para nuestros fines basta con los mencionados.

Hay que señalar, sin embargo, que la doctrina canonística no es unánime en este tema de la
personalidad jurídica de las personas físicas, pues algunos canonistas señalan que todos los

10
Cf. Ib., 240-245.
11
Ib., 241.
12
Hervada insiste en que no ha de confundirse derechos fundamentales de los fieles cristianos con
derechos humanos: «Estos derechos fundamentales del fiel no son, repetimos, identificables con los llamados
"derechos humanos". Es de interés recalcar esta idea, porque no faltan quienes, ante el reconocimiento de los
derechos fundamentales del fiel, parecen dar a entender que se trata de que la Iglesia reconoce como vigentes
en su seno las declaraciones de derechos humanos. Y no es eso, No cabe duda de que hay una serie de
"derechos humanos" que tienen igual fuerza en la Iglesia que en la sociedad civil. Pero los derechos
fundamentales del fiel son otra cosa» (Ib., 242, nota al pie 19).
hombres son sujetos de derechos y deberes en el ámbito canónico y otros dicen que solamente los
bautizados, católicos o no.13

2.2. El Bautismo como plataforma constitutiva

El canon 96 comienza diciendo: «Por el bautismo, el hombre se incorpora a la Iglesia de Cristo y se


constituye persona en ella...». El bautismo es, por tanto, la puerta de entrada, más no de salida,
para pertenecer a la sociedad visible que es la Iglesia; el bautismo es el sacramento que incorpora
y que constituye en persona jurídica al hombre en el marco jurídico de la Iglesia. Según el canon
204 todos los válidamente bautizados (Cf. can. 849) en la Iglesia católica o fuera de ella son
igualmente constituidos en personas jurídicas dentro de la Iglesia de Jesucristo, la cual subyace en
la Iglesia católica. Nótese que estos cánones enunciados (96, 204 y 849) no distinguen entre
católicos y no católicos sino simplemente se refieren a los «bautizados».

Si hemos venido diciendo que la personalidad jurídica consiste en ser sujetos de derechos y
obligaciones, entonces debemos aclarar quiénes son pues esos sujetos. El canon 11 sí específica y
delimita quiénes son estos sujetos, aunque sólo los señala en orden al cumplimiento de las leyes
eclesiásticas. Así pues, podemos decir que en estricto sentido canónico sólo los bautizados en la
Iglesia católica latina y los recibidos en ella son los sujetos de derechos y obligaciones; en sentido
amplio canónico lo son también los bautizados en las Iglesias católicas orientales y los bautizados
en otras comunidades eclesiales acatólicas. De este modo, cuando se dice: «los deberes y
derechos propios de los cristianos», ha de entenderse ciertamente en sentido amplio, pero en el
contexto de la normativa canónica latina se ha de entender en sentido estricto.

Los derechos y las obligaciones de los fieles cristianos se determinan teniendo en cuenta «su
condición canónica» en la Iglesia. Así lo señala el canon 96 (cf. can. 204, § 1). Por tanto, se puede
afirmar que no todos los fieles tienen la misma condición canónica. Son diversos los factores que
determinan la condición canónica de cada uno, por ejemplo, el género, la edad, la residencia, la
nacionalidad, la familia, el estado de persona, el rito, etc.

Algunos de estos factores son considerados por los cánones de las normas generales y otros tantos
en los demás libros del CIC 83. Pero, debemos subrayar que el legislador no define explícitamente
muchos de estos factores. Veamos en los siguientes apartados aquellos que sí define o que de
alguna manera supone su concepto, según el modo común de hablar o según el significado propio
de las palabras (cf. can. 17).

2.3. En razón del género

El legislador no define quién es hombre y quién es mujer; presupone esta distinción, pero no
contempla el problema del cambio o preferencia de sexo. Mientras no se pronuncie en este
sentido, las normas que tocan el aspecto del género de las personas, que además tienen su

13
Cf. P. SUDAR, Il Concetto di “Persona Fisica” e l’ordinamento della Chiesa, Roma 1986, 33-39. Para
Hervada sólo a los bautizados «corresponden las situaciones jurídicas cuyo fundamento es la cristoformación
bautismal (derechos fundamentales del fiel, que no deben confundirse con los llamados derechos humanos) o
el ordenamiento positivo en cuanto contempla, no al simple hombre, sino al bautizado, al cristiano» ( J.
HERVADA, Vetera et nova, 241, nota al pie 16.
fundamento en los principios de orden natural o divino positivo, deben mantenerse en perfecta
coherencia con lo hasta ahora establecido.

El género es pues un factor determinante para conceder derechos y exigir obligaciones. De este
modo el legislador señala:

1) El matrimonio se celebra entre un hombre y una mujer (can. 1055). Claro está que el
matrimonio no podrá ser celebrado entre dos hombres o dos mujeres, ni tampoco reconocido,
como han hecho las legislaciones de algunos países actualmente. Este problema no es nada
simple, pero tampoco tiene sentido enfrascarnos en discusiones estériles, pues el matrimonio es
una institución de orden natural y no de derecho humano positivo, ya civil o eclesiástico.

2) la edad mínima para el matrimonio son los 14 años para la mujer y los 16 para el varón (can.
1083, § 1). Podríamos preguntarnos porque no se homologa la edad sin distinción de género. La
respuesta será simple, pues además de que el legislador tiene en cuenta las fuentes del derecho
romano que así lo establecieron, sin embargo, está claro que se atiende a la capacidad natural del
hombre y la mujer, pues está demostrado que ambos son capaces de engendrar a esa edad, con
todo y las excepciones que pueden tener cabida. De suyo, algunas legislaciones particulares, como
la de la Conferencia Episcopal ha elevado la edad, la cual hubiese podido homologarla, sin
embargo, para ello se han tomado en cuenta otros factores como aquellos de índole psicológica y
social.

3) el impedimento del rapto lo atribuye sólo al hombre (can. 1089). La decisión del legislador para
atribuir este impedimento al hombre deviene del dato de la experiencia, pues lo que hasta ahora
se puede demostrar como una constante es que el hombre es quien rapta y no la mujer. Si se
verificara lo contrario, no nos cabe la menor duda de que el legislador tendría que extender la
norma hacia la mujer también.

4) sólo el varón puede recibir las órdenes sagradas (can. 1024).

5) en consecuencia, la mujer no puede recibir la potestad de gobierno o jurisdicción (can. 129), ni


los oficios que requieren el orden sagrado (can. 274), ni los ministerios estables de lectorado y
acolitado (can. 230, § 1). Mucho se ha discutido en torno a este asunto, incluso a la Iglesia se le ha
tildado de «machista». Pero, lo que ocurre, y así lo ha afirmado el Papa Juan Pablo II:

Ella (la Iglesia) sostiene que no es admisible ordenar mujeres para el sacerdocio, por
razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo,
consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles sólo entre
varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo
varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión
de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia.14
La Sagrada Congregación de la doctrina de la Fe, recogiendo la doctrina expuesta por el Papa Pablo
VI, concluye que la Iglesia: «no se considera autorizada a admitir a las mujeres a la ordenación
sacerdotal»15

14
Cf. JUAN PABLO II, Carta Ap. Ordinatio sacerdotalis, acerca de la ordenación sacerdotal reservada sólo
a los hombres, 22 de mayo de 1994, en AAS 86 (1994) 545.
2.4. En razón del estado de persona

El Código reconoce tres estados jurídicos en la Iglesia; clerical, religioso y laical (Cf. can. 207). Cada
uno comporta deberes y derechos específicos que determinan la capacidad jurídica de la persona.
Del clerical podemos decir que la subdivisión en órdenes obvia la condición canónica de quienes
pertenecen a uno u otro.

Así los obispos, los presbíteros y los diáconos detentan derechos y deberes específicos que se
expresan en términos de facultades y potestades en su respectivo oficio, cargo o ministerio.

Los religiosos también son determinados por factores específicos, además de los aspectos
generales que se puedan conjugar, los cuales ya hemos venido enunciando. De modo que no será
la misma condición canónica de los religiosos clérigos que la de los religiosos legos, o la de los que
pertenecen a un Instituto de vida Consagrada o Sociedad de Vida apostólica de Derecho pontificio,
que los que pertenecen a un Instituto de Derecho diocesano; tampoco tienen la misma condición
canónica los que emiten votos solemnes, que los que emiten votos públicos no solemnes.

En cuanto a los laicos se refiere, su condición canónica viene determinada por factores que los
colocan en distinta situación, por ejemplo no es lo mismo haber contraído matrimonio que
permanecer soltero; ser miembro de una asociación de fieles que no serlo; estar confirmados que
no estarlo; tener una preparación profesional que no tenerla.

Ninguna especificación establecida por el legislador del Código deberá entenderse, por tanto,
como tendencia discriminatoria, sino más bien como condicional, pues en principio todos los
bautizados que conforman el cuerpo místico de Cristo pueden adquirir una condición canónica
concreta en la medida en que cubran los requisitos establecidos por el Derecho y sean
considerados idóneos.

2.5. En razón de la comunión con la Iglesia

Otro condicionante de los derechos y los deberes de los fieles es la «comunión con la Iglesia». En
principio la comunión eclesiástica es obligatoria para todos los bautizados (cann. 209; 1 y 149, § 1)

La comunión con la Iglesia es plena y no plena. Respecto de la primera, se ha de entender que lo


están sólo aquellos que se encuentran unidos a Cristo dentro de la estructura visible de la Iglesia
católica, por los vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del régimen eclesiástico (can.
205). Cuando falta uno de estos tres vínculos no se está en comunión plena, por tanto, esto
significa que quien se encuentra en esta situación no goza de todos los derechos ni tampoco le
puede ser exigido el cumplimiento de todas las obligaciones de los fieles que sí están en comunión
plena (Cf. can. 844, § 3 y 4)

Ahora bien, puede ser que un fiel rompa alguno de los tres vínculos mencionados y se coloque en
una situación carente de comunión, pero por razones de tipo disciplinar, por ejemplo por haber
incurrido en apostasía, en herejía o en cisma (Cf. can. 751), por haberse apartado de la Iglesia por
un acto formal (Cf. cann. 1071, § 1, n. 4º y § 2; 1086, § 1.

15
Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Declaración Inter insigniores sobre la cuestión de
la admisión de las mujeres al sacerdocio ministerial, 15 octubre 1976, en AAS 69 (1977) 100.
Los fieles cristianos que pertenecen a cualquiera de las Iglesias Orientales católicas «sui iuris» no
son sujetos pasivos de las normas del CIC 83, pero no porque no estén en comunión plena con la
Iglesia católica, sino porque ellos se rigen por la legislación del CIC 1990 (CCEO). Otra es la
situación de los fieles cristianos que pertenecen a las iglesias acatólicas. Sin embargo, ellos tienen
reconocidos todos aquellos derechos y obligaciones que se derivan de la communicatio in sacris,
salvo las prohibiciones hechas por el legislador supremo (Cf. can. 1365).

2.6. En razón de una sanción legítimamente impuesta

Otro factor que puede determinar la condición o situación canónica de un fiel en la Iglesia
proviene de una sanción legítimamente impuesta (Cf. cann. 11; 1111; 1312; 1331-1338).

El canon 96 no emplea el término «censura» como lo hacía el viejo canon 87, pues se discute si
cualquier sanción, por ejemplo las de índole administrativo, coartan el ejercicio de los derechos, o
sí sólo las de índole penal. Para dirimir esta cuestión simplemente diremos que el canon 1312
emplea el término «sanción» como el género, y el término «censura» como una especie, pues hay
otras sanciones penales en la Iglesia que no son censuras, y que también coartan el ejercicio de los
derechos o imponen con mayor rigor el cumplimiento de las obligaciones de los fieles que han
delinquido por alguna u otra razón y se encuentran en una situación canónica irregular.

2.7. En razón de la edad y del uso de razón

En cierto modo tenemos que repetir lo que hasta ahora hemos venido indicando sobre la persona
como sujeto pasivo de las leyes en razón de diversas circunstancias. La edad es una de estas
circunstancias que influyen determinantemente en la personalidad jurídica del sujeto, de la
persona física. El canon 97 establece una clasificación de las personas en razón de la edad,
mientras que el canon 98 determina la capacidad jurídica y los efectos jurídicos en el ejercicio de
los derechos de las personas físicas.

Comparemos los siguientes cuadros sinópticos para visualizar los cambios que se han introducido
en el CIC 83, en comparación con el CIC 17, respecto a la condición canónica de las personas físicas
en razón de la edad:

CIC 17 CIC 83

1. Mayor: Desde los 21 años en 1. Mayor: La persona que ha


adelante (c. 88, § 1) cumplido 18 años (can. 97, §
1)
2. Menor: Antes de los 21 años
(c. 88, § 1) 2. Menor: Antes de cumplir
18 años (can. 97, § 1)
a) Púber (c. 88, § 2)
a) Infante: antes de
I. la mujer desde los
cumplir 7 años y se le
12 años cumplidos
considera sin uso de razón
II. El varón desde los
14 años cumplidos (Cf. can. 97, § 2).
b) Impúber (c. 88, § 3)
b) Adulto: El que ha
I. Infante, niño o pasado la infancia y tiene uso
párvulo desde el nacimiento de razón (Cf. cann. 852, § 1 y
hasta los 7 años cumplidos, y 863)
se considera sin uso de razón
c) Púber (Cf. can. 1096,
II. Desde los 7 años
§ 2)
cumplidos hasta la pubertad
media un tiempo que el I. la mujer desde los
legislador no especifica 12 años cumplidos
ninguna denominación. II. El varón desde los
14 años cumplidos

 La clasificación de las personas físicas que hacía el CIC 17 era un tanto más clara que
la que hace el CIC 83;
 El CIC 83 ha rebajado la edad de 21 a 18 años para considerar a una persona Mayor, y
con pleno ejercicio de sus derechos;
 Los términos Mayor y Adulto no son equivalentes, pues según el canon 851, § 1 son
adultos los menores que han pasado la infancia y que aún no cumplen 18 años. El
término Adulto en el CIC 83 es una novedad.
 El término Púber es empleado por el legislador del CIC 83 sólo en el canon 1096, § 2.
Término que se ha de entender según el viejo canon 82.
 Aunque en el canon 97, § 2 no se mencionan los términos de Niño y Párvulo, como
equivalentes a Infante, sin embargo, en otros lugares el legislador sí emplea, al menos el
de Niño en el mismo sentido (ver. cann. 851, 2º; 857, § 2; 867, § 2; 868, §§ 1 y 2; 869, §
3; 870 y 913).

A. Mayoría de edad

El legislador del CIC 83, en conformidad con la mayor parte de las legislaciones civiles ha
establecido que se llega a la mayoría de edad a los 18 años (can. 97, § 1); el viejo canon 88, § 1
estableció los 21 años; el derecho romano la había fijado a los 25 años.

Los 18 años son pues el principio general establecido por el legislador para reconocer a la persona
el pleno uso de sus derechos y la responsabilidad jurídica de responder a sus obligaciones que la
ley exige (can. 98). Sin embargo, este principio admite excepciones, pues el mismo legislador
establece una edad menor o mayor para reconocer ciertos derechos o exigir ciertas obligaciones.
Por ejemplo, no se necesita llegar a los 18 años para poder adquirir cuasidomicilio (can. 105); pero
tampoco bastan los 18 años para emitir votos perpetuos, sino los 21 (can 658, 1º.); 23 para recibir
el sagrado orden del diaconado y 25 para el presbiterado (can. 1031, § 1); 30 años para poder ser
designado Vicario general o episcopal (can. 478).
Así pues, el que el legislador diga que la persona que ha alcanzado la mayoría de edad tiene el
pleno ejercicio de sus derechos, significa que la persona es plenamente responsable de sus actos,
de acuerdo a la ley, pero no significa que pueda ejercer todos los derechos reconocidos por la ley a
las diversas categorías de personas, sino tan sólo aquellos que correspondan a su condición
canónica.16

Por otra parte, la mayoría de edad no basta por sí misma para ejercer ciertos derechos que, en
principio parecería que le corresponden a una persona en su propia condición canónica, pues en
algunos casos el legislador exige algunas otras cualidades tales como la madurez humana,
espiritual o moral, la idoneidad; en algunos otros casos, el legislador establece otros límites de
edad para ejercer ciertos derechos o para exigir el cumplimiento de ciertas leyes. Por ejemplo, la
persona mayor que ha cumplido 60 años no está obligada a la ley del ayuno (can. 1252); el que ha
cumplido la edad determinada para seguir ejerciendo un oficio lo pierde (Cf. can. 184, § 1; 186;
401, § 1; 538; 3; Reglamento general de la Curia Romana, n. 43, §§ 1-6).

B. Minoría de edad

Según hemos indicado en el cuadro sinóptico anterior, la minoría de edad es antes de cumplir los
18 años. Los menores están sujetos a la potestad de sus padres o tutores en el ejercicio de sus
derechos, excepto en aquello en que por ley divina o por el derecho canónico, estén exentos de
dicha potestad (can. 98, § 2).

Infantes o sin uso de razón

Los menores son clasificados en Infantes (antes de cumplir 7 años); a ellos se equiparan los que no
gozan de suficiente uso de razón (can. 99); no son sujetos de las leyes eclesiásticas (can. 11). Sin
embargo, el legislador reconoce algunas prerrogativas a quienes sin haber cumplido 7 años se
presume que comienzan a tener uso de razón. Por ejemplo, para recibir la Eucaristía (can. 913, §§
1 y 2), incluso si no tiene uso de razón, para recibir el bautismo y la confirmación (cann. 867 y 891).

En cuanto a los Amentes o que no gozan de suficiente uso de razón, como lo hemos indicado ya, se
asimilan a los infantes para todos los efectos jurídicos, pues se les considera que no son dueños de
sí mismos (cann. 99; 852, § 2). Por tanto, cuanto se disponga para los infantes se ha de aplicar para
lo amentes. Todos estos no tienen capacidad para ejercer los propios derechos de manera
personal y libre. De hecho son incapaces para poner actos jurídicos. En consecuencia, no están
obligados a observar las leyes meramente eclesiásticas (can. 11); no son capaces de asumir la
propia responsabilidad, sea penal (can. 1322) sea administrativa; no pueden contraer matrimonio
porque no pueden asumir y cumplir las obligaciones inherentes al mismo matrimonio (can. 1095,
1º); sus derechos los ejercen por medio de sus padres, tutores o curadores, por ejemplo para
comparecer en un juicio (cann. 1478, § 1 y 1479);

16
Cf. J. GARCÍA MARTÍN, Le norme generali, 308.
Adultos o que gozan de uso de razón

Los que han cumplido 7 años y se presume que tienen uso de razón (can. 97, § 2); a ellos les
obligan las leyes meramente eclesiásticas (cann. 11; 989). Los menores de 14 años pueden ser
citados como testigos sólo si el juez lo considera conveniente (can. 1550, § 1)

La edad de los 12 años, sólo es referida indirectamente en el canon 1096, § 2, así como las de los
14, sin embargo, ésta última aparece expresamente en distintas ocasiones (Cf. cann. 111, § 2; 863;
1083; 1252; 1478, § 3; 1550, § 1).

La edad de los 16 años, es referida con relación al matrimonio (can. 1083); a la admisión como
padrinos de bautismo (can. 874, § 1, n. 2º); a las sanciones penales (can. 1323, 1º).

La edad de los 17 años es exigida como mínima para ingresar al noviciado (can. 643, § 1, n. 1º).

F. En razón del domicilio o cuasidomicilio

Otra circunstancia que condiciona o determina la capacidad jurídica o el ejercicio de los propios
derechos de las personas físicas es el Domicilio. La residencia se refiere al territorio y se ha de
entender como el lugar donde reside o habita una persona de modo continuo, como el centro de
la vida familiar o comunitaria, como es el caso de los miembros de Institutos de vida consagrada o
Sociedades de vida apostólica (can. 103).

El domicilio, pues es el criterio territorial que nos ayuda a localizar y determinar el origen de las
personas, su paradero o residencia habitual, la pertenencia a una diócesis y parroquia, etc. Es de
suma importancia para el derecho canónico el criterio del domicilio, pues son muchas las
ocasiones en que ha de tenerse en cuenta para tutelar los derechos de las personas o exigir el
cumplimiento de las leyes eclesiásticas. Por ejemplo, para celebrar los sacramentos; para ubicar
las instancias competentes para realizar actos administrativos, para reclamar los derechos y pedir
la justicia de los jueces y tribunales; para identificar su pertenencia eclesial, para verificar o
certificar los hechos jurídicos, etc.

El criterio de la territorialidad pareciera que es demasiado rígido y poco práctico en ciertos


aspectos, sin embargo, admite excepciones que lo hacen flexible. Así por ejemplo, los cánones
383, 517 y 518 contemplan tal flexibilidad.17

A. Clasificación

La norma del canon 100 clasifica a las personas en razón de la residencia:

 Vecino: La persona se llama «vecino», en el lugar donde tiene su domicilio;


 Forastero: allí donde tiene su cuasidomicilio;

17
En los esquemas de codificación el Card. Florit estimaba que la movilidad humana de nuestros días
exige que el criterio territorial sea más flexible. Se respondió en el seno de la comisión que no se puede
prescindir del principio territorial, pues la Iglesia está organizada territorialmente, ni tampoco puede
considerarse como algo rígido pues, no obstante, el nuevo Código contempla en otro lugar cierta flexibilidad
(Cf. PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI RECOGNOSCENDO, Relatio complectens synthesim, 31).
 Transeunte: si se encuentra fuera del domicilio o cuasidomicilio que aún conserva;
 Vago: si no tiene domicilio ni cuasidomicilio en lugar alguno.
Como se puede observar, del criterio de la residencia de las personas deriva el legislador una
clasificación de las mismas. Los efectos canónicos de los conceptos de domicilio o cuasidomicilio
aquí empleados, tienen referencias específicas a las leyes, a las costumbres, a los actos jurídicos, al
ejercicio de la potestad eclesiástica, a la celebración de los sacramentos, etc.

B. Lugar de origen

El domicilio o cuasidomicilio de los padres, o en su defecto sólo el de la madre, determina el lugar


del origen de los hijos. No se confunda el lugar de origen con el lugar de nacimiento, es decir, que
el origen de una persona, en sentido jurídico es aquel donde debería de nacer en razón del lugar
de residencia habitual de sus padres. En el caso del hijo de vagos el lugar de origen y el lugar de
nacimiento sí se identifican (can. 101, § 2). Así pues, el lugar de origen como el lugar de
nacimiento tiene efectos jurídicos diferentes. El primero depende, pues, de la residencia de los
padres (Cf. can. 98, § 2). Pero en el caso de un niño expósito, o sea, sin padres su lugar de origen lo
determina el lugar donde fue hallado (can. 101, § 2).

Algunos canonistas piensan que el lugar de origen tiene poca relevancia canónica, pues sólo sirve
para determinar quién es el Ordinario propio y el párroco propio.18

C. Adquisición

El domicilio y el cuasidomicilio son dos factores determinantes, más que de la condición jurídica de
la persona en sí misma, del ejercicio de sus derechos y del cumplimiento de las leyes eclesiásticas.
En este sentido la residencia influye de modo directo en la tutela de los derechos y en la
administración de la justicia y en la acción jurídica de ciertos actos administrativos. En sentido
netamente eclesial, pero canónico, diríamos que ambos institutos adquieren tal importancia para
la cura pastoral de las fieles en la Iglesia.19

El canon 102 trata de tres tipos de domicilio: propio, no propio y legal; también trata del
cuasidomicilio en base a dicha tipología. El punto de partida para explicar en qué consiste cada
una de las tres clases de domicilio o cuasidomicilio es el concepto de «adquisición», lo que
pareciera exigir el concepto de pérdida del domicilio o cuasidomicilio. De esto trata también el
legislador en los cánones 105 y 106. De lo que no trata, pero tampoco lo excluye es de la
acumulación de dos o más domicilios o cuasidomicilios.

El domicilio es el lugar donde se habita o reside de forma ordinaria, con la intención de


permanecer allí perpetuamente. Para adquirir el domicilio, según el derecho canónico, son
necesarias algunas condiciones: la residencia de hecho (habitual), la intención de permanecer
(estabilidad) y el tiempo transcurrido o que haya de transcurrir (5 años). El canon 102 así lo
establece:

18
Cf. Communicationes 6 (1970) 95.
19
Cf. Communicationes 6 (1974) 95-96.
§ 1. «El domicilio se adquiere por la residencia en el territorio de una parroquia o al
menos de una diócesis, que o vaya unida a la intención de permanecer allí
perpetuamente si nada lo impide, o se haya prolongado por un quinquenio completo».
Hay que notar que la residencia como condición para adquirir el domicilio debe ser habitual, pues
alguien puede residir de lunes a viernes en algún sitio sólo por razones de trabajo, o residir en una
casa de descanso sólo los fines de semana. Por tanto, no se puede decir que la residencia sea
determinada por el domicilio.

Las condiciones para adquirir un cuasidomicilio son las mismas que las del domicilio, sólo varía el
tiempo de la permanencia:

§ 2. «El cuasidomicilio se adquiere por la residencia en el territorio de una parroquia o


al menos de una diócesis, que o vaya unida a la intención de permanecer allí al menos
tres meses si nada lo impide, o se haya prolongado de hecho por tres meses».
También hay que notar que la residencia habitual se circunscribe dentro de los límites de un
determinado territorio parroquial o diocesano.20 Esto mismo se señala para la adquisición del
cuasidomicilio:

§ 3. El domicilio o cuasidomicilio en el territorio de una parroquia se llama parroquial;


en el territorio de una diócesis, aunque no en una parroquia, diocesano»
En cuanto a la intención de permanecer y del tiempo transcurrido de permanencia hay una
reciprocidad, pues de suyo tiene que verificarse o se verifica tal intención por el tiempo: para el
domicilio cinco años completos y para el cuasidomicilio tres meses. El tiempo se interrumpe si la
persona cambiando de casa cambia de parroquia o de diócesis.21

En el canon 92 del CIC 17 se establecía diez años completos para adquirir domicilio y la mayor
parte del año para adquirir cuasidomicilio. El cambio de los tiempos mencionados se debió a
razones pastorales.22

Ahora bien, respecto de los tipos de domicilio o cuasidomicilio que enunciamos al iniciar este
apartado, señalamos lo siguiente:

Propio

Se llama también domicilio o cuasidomicilio personal o voluntario porque es elegido libremente


por la persona. El que ha llegado a la mayoría de edad puede adquirir cualquiera de los dos; el
menor que ha salido de la infancia puede adquirir cuasidomicilio propio, y si está legítimamente
emancipado según la ley civil puede adquirir domicilio propio (can. 105); también puede adquirir

20
García Martín señala algunas consideraciones respecto de las parroquias o iglesias particulares con
carácter personal, que ciertamente están incluidas dentro de los límites de una parroquia o diócesis territorial.
Por eso dice: «... sarebbe stato meglio dire entro i limiti circonscrizionali di una parrocchia o di una diocesi»
(J. GARCÍA MARTÍN, Le norme generali, 317).
21
Cf. Ib., 318.
22
Cf. Communicationes 12 (1980) 65-66 y PONTIFICIA COMMISSIO CODICI IURIS CANONICI
RECOGNOSCENDO, Relatio complectens synthesim, 31.
domicilio o cuasidomicilio propio el cónyuge que está legítimamente separado o por otra causa
justa (can. 104).

No propio

Es aquel que corresponde a una persona que está sometida bajo la potestad de sus padres, tutores
o curadores. Los menores de edad tienen necesariamente el domicilio o cuasidomicilio de aquel a
cuya potestad está sometido; el que está legítimamente sometido a tutela o curatela por razón
distinta a la minoría de edad, tiene el domicilioo cuasidomicilio del tutor o curador (can. 105); los
miembros de IVC o SVA tienen necesariamente como domicilio el de la casa a la que pertenecen y
como cuasidomicilio el de la casa en donde residan (can. 103).

Legal

Se trata del domicilio o cuasidomicilio impuesto por la ley. Este tipo se equipara en cierto sentido
al «no propio», en cuanto que no es personal o voluntario, sin embargo, admite ciertos matices,
pues la denominación de legal deviene de la imposición de la ley. Por ejemplo los presos en una
cárcel o los miembros del ejército que deben permanecer por cinco año completos en la prisión o
en un cuartel o puesto de mando, adquieren por esta razón domicilio legal. Así mismo, los
menores de edad que no están legítimamente emancipados o los que carecen de uso de razón, al
no podérseles reconocer la capacidad de adquirir domicilio propio, la ley impone y sólo les
reconoce el domicilio o cuasidomicilio de aquellos a cuya potestad o cuidado se encuentran
sometidos.

Pérdida

El canon 106 establece que el domicilio o cuasidomicilio se pierden cuando la persona se ausenta
del lugar con la intención de no volver, y aunque señala que queda a salvo lo que prescribe el
canon 105, respecto de los infantes, consideramos que también un menor de edad que se
emancipa legalmente para adquirir domicilio propio y que, además, en adquiriéndolo, con todo y
que pueda no perder el de su padres o tutores, como lo considera García Martín,23 creemos que si
decide no volver jamás, entonces sí perdería el domicilio de sus padres o tutores, como lo
considera Velasio de Paolis.24

Así pues, para perder el domicilio o cuasidomicilio deben concurrir necesariamente los dos
elementos señalados por el canon 106: ausentarse del lugar y tener la intención de no volver más.
Ambos elementos pueden sintetizarse en los términos abandono definitivo. El abandono del lugar
pero con la intención de regresar no implica la perdida del domicilio o cuasimomicilio. Tampoco la
sola intención de abandonar el lugar sin la efectiva partida del mismo constituye la pérdida.

Las causas que pueden motivar la pérdida del domicilio, pero no de forma automática, son las
siguientes: el haber alcanzado la mayoría de edad, el cese de la tutela en el caso de recuperar la
capacidad jurídica: por quedar sano de la amencia o haberse emancipado legítimamente; por

23
J. GARCÍA MARTÍN, Le norme generali, 324.
24
V. DE PAOLIS, «Il libro primo del Codice: norme generali (cann. 1-203)», en: Il Diritto nel mistero
della Chiesa. Quaderni di Apollinaris 5, Roma 1995, 338.
quedar libre de la cárcel, por haber dimitido del ejército, por quedar separado definitivamente del
IVC o de la SVA; por cambiar de domicilio.

2.9. En razón de la consanguinidad, afinidad y adopción legal

Otras de las circunstancias que determinan la capacidad jurídica de las personas físicas es la
relación de los vínculos de sangre o de los vínculos legales, o sea, los lazos de familiaridad.
Parecería ocioso explicar las relaciones de parentesco que existen −por derecho natural− entre
padres e hijos, hermanos, primos, tíos y sobrinos, etc. Pero precisamente a partir de los principios
de índole natural se explica también los aspectos legales y canónicos que se derivan de tal orden.
Por tanto, en los siguientes párrafos explicaremos los cánones 108 al 110 que se refieren a lo
enunciado en el epígrafe de este apartado. Estos tres cánones describen en qué consiste el
sistema de cómputo, que luego en otros cánones encuentra su aplicación específica, quizás los
más relevantes son los cánones que se refieren a los impedimentos dirimentes del matrimonio
(cann. 1078, § 3 y 1091 al 1094). Pero también, en el caso de la consanguinidad, se tiene en cuenta
el parentesco con relación a los oficios eclesiásticos (cann. 478; 492, § 3 y 1298).

A. Consanguinidad

La consanguinidad es la relación o vínculo de sangre que existe entre todos los ascendientes y
descendientes. En la Sagrada Escritura se mencionan algunos grados que constituyen
impedimento y que luego fueron conservados por la Iglesia primitiva.25 El derecho Romano
consideró nulo el matrimonio cuando existían lazos de sangre en cualquier grado de línea recta y
en línea colateral hasta el tercer grado.26

En un principio la Iglesia adoptó el cómputo romano, pero las invasiones germánicas dieron lugar a
una gran confusión en el cómputo de los grados de parentesco. La Iglesia siguió siempre el
esquema germánico, desde la edad media (a. 1065) hasta 1974, pero el actual código de Derecho
Canónico adoptó nuevamente el sistema romano, seguido por la mayoría de los estatutos jurídicos
civiles y por las Iglesias orientales.27

El Codex de 1917 admitía la multiplicación de la consanguinidad y esto era relevante a la hora de


señalar los impedimentos para el matrimonio (can. 1076, § 2). La multiplicación de la
consanguinidad consistía en los siguiente: si se casaban dos hermanos de una familia con dos
hermanas o primas hermanas de otra familia, los descendientes se consideraban doblemente
primos hermanos o primos hermanos por parte de madre y primos segundos por parte de padre;
también cuando los consanguíneos se casaban entre sí, por ejemplo, si el tío se casaba con su
sobrina, los descendientes se consideraban hermanos, por un lado, primos hermanos, por otro, y
sobrinos nietos de su papá. En el CIC 83 no sólo no se contempla la multiplicación de

El impedimento de consanguinidad se computa por líneas (serie de personas desde el tronco) y


por grados. El nuevo código de derecho canónico, como ya lo hemos dicho, retoma el sistema de
25
Cf. Lv. 18, 6-20
26
Cf. D. 23, 2, 53.
27
Cf. Communicationes 1, 1974, 97; PIO XII, m. pr. Cleri Sanctitati, c. 24: 11 de Junio de 1957, in: AAS
49, 1957, 442.
computo o nomenclatura romana, que había sido adoptado por el CCEO y lo cambia por la
nomenclatura germánica que fue adoptada por el CIC del 1917. Este cambio es una de las
novedades en el CIC 83.

El canon 108 establece y describe el sistema de cómputo:

§ 1. La consanguinidad se computa por líneas y grados


§ 2. En línea recta, hay tantos grados cuantas son las generaciones o personas,
descontando el tronco.
§ 3. En línea colateral, hay tantos grados cuantas personas hay en ambas líneas,
descontando el tronco
Línea recta=(ascendente o descendente). Expresa la concatenación hasta o desde el tronco.

Línea colateral= (Horizontal o Diagonal). Expresa la existencia de dos líneas que se juntan en el
nombre común, desde el que bajan por separado, es decir, sin que los consanguíneos procedan
unos de otros.

El grado= (Expresa la distancia entre los consanguíneos pasando por el tronco, pero sin contar el
tronco)

Nomenclatura popular Cómputo

A) Padre-Hija 1er. Grado línea recta


B) Hermanos 2o. Grado línea colateral
C) Tíos Carnales-Sobrinos 3er. Grado línea colateral
Carnales 4o. Grado línea colateral
D) Primos Hermanos 5o. Grado línea colateral
E) Tíos Abuelos-Sobrinos Nietos

Así que en línea recta:

 Hay un grado entre padres e hijos


 Hay dos grados entre abuelos y nietos
 Hay tres grados entre bisabuelos y bisnietos, etc.

En línea colateral:

 Hay dos grados entre hermanos


 Hay tres grados entre tíos carnales y sobrinos carnales
 Hay cuatro grados entre primos hermanos
 Hay cinco grados entre tios abuelos y sobrinos nietos.
 Hay seis grados entre tios segundos y sobrinos segundos (Los sobrinos segundos son los hijos
de los primos hermanos)
 Hay siete grados entre primos segundos (Los primos segundos son los hijos de los tíos
segundos)
B. Afinidad

El parentesco de afinidad es la relación familiar sin vínculos de sangre, que se funda en el


matrimonio válido, es decir, no se requiere que sea matrimonio sacramental o consumado, basta
que sea matrimonio natural (relación existente de consentimiento entre las dos partes ratificado o
no civilmente). También es llamado parentesco político. Se computa igual que el de
consanguinidad. El canon 109 describe en que consiste:

§1 La afinidad surge del matrimonio válido, incluso no-consumado, y se da entre el


varón y los consanguíneos de la mujer, e igualmente entre la mujer y los consanguíneos
del varón.
§2 Se cuenta de manera que los consanguíneos del varón son en la misma línea y
grado afines de la mujer y viceversa.
En los primeros años de la historia de la Iglesia primitiva, ésta haciendo suyas las normas del
Derecho Mosaico (judío), y del Derecho romano, solo consideraba el impedimento de afinidad en
línea recta.28 A partir del siglo IV también lo era en el primer grado de línea colateral; a fines del
siglo VII se extendió hasta el séptimo grado, igual que el impedimento de consanguinidad; a partir
del siglo IX al X no sólo se consideraba el matrimonio válido como origen de este impedimento.

En el CIC 83 el impedimento de afinidad que dirime el matrimonio es sólo en línea recta (can.1092)
el cual, inclusive, puede ser dispensado por el ordinario del lugar, puesto que no es un
impedimento de derecho natural sino de derecho eclesiástico y civil.

Veamos cuál es el cómputo de la afinidad, desde una nomenclatura popular:

En línea recta:

 Entre padrastros e hijastros


 Entre suegro y nuera
 Entre suegra y yerno

En línea colateral:

 Entre los hijos del varón y los de la mujer.


 Entre la mujer y sus cuñados y el varón y sus cuñadas

Aunque en los cánones 108 al 110 no se habla de la pública honestidad (can. 1093). sin
embargo, por equipararse con la afinidad, decimos algo al respecto:

La pública honestidad constituye un impedimento dirimente del matrimonio. Surge del


matrimonio inválido después de instaurada la vida en común, o del concubinato notorio o público;
y dirime el matrimonio en el primer grado de línea recta entre el varón y los consanguíneos de la
mujer, y viceversa (can.1093; Cf. cann.109 y 1092). Dos causas tienen están a la base de este
impedimento:

28
Cfr. Lv. 18,8; Dt. 25,5; D. 38,10,4,3.
1. El matrimonio inválido, después de instaurada la vida en común;

2. El concubinato notorio o público, que se da cuando el varón y la mujer cohabitan pública o


notoriamente como casados cuando en realidad no lo están.

C. Adopción Legal

Parecido al impedimento de consanguinidad (en parte) y al impedimento de afinidad (también en


parte), es el que surge de la adopción en conformidad con el derecho civil. Es decir, los hijos que
han sido adoptados se consideran hijos de aquel o aquellos que lo adoptaron (can.110). De tal
manera que sus efectos canónicos de impedimento dirimente para contraer matrimonio constan
en el canon 1094: «No pueden contraer válidamente matrimonio entre sí quienes están unidos
por parentesco legal proveniente de la adopción, en línea recta o en segundo grado de línea
colateral».

En México, la adopción está legislada en el Código Civil, arts. 390-410; se hace mediante resolución
judicial, de acuerdo con el Código de Procedimientos Civiles. Por tanto, la práctica muy común, en
México, de “adoptar” un hijo de alguna casa cuna y registrarlo como propio, no es adopción en
sentido estricto; sin embargo, según una sentencia del Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de
México, la adopción de facto tiene los mismos efectos que la adopción de derecho. El alcance de
este impedimento es en línea recta indeterminada y en segundo grado de línea colateral. Es de
derecho eclesiástico que puede dispensar el ordinario del lugar.29

3. Las Personas jurídicas

El segundo tipo de personas o sujetos de derechos y obligaciones son las llamadas personas
jurídicas, que en el CIC 17 eran denominadas personas morales; en al ámbito civil también son
denominadas así. El CIC 83 utiliza siempre el término de personas jurídicas a excepción del canon
113, § 1 que emplea el de persona moral. La distinción entre persona jurídica y persona moral se
deriva de la sistematización clara del derecho de subjetividad en el ordenamiento canónico, de
modo que cada ente jurídico sea sujeto de derechos y deberes sin ambigüedad. Las personas
morales no son obra del derecho positivo sino que tienen una existencia y origen propios, aunque
sean susceptibles de regularse internamente. En este sentido es claro, por ejemplo, que el
Derecho positivo mexicano no le concede personalidad jurídica a la Iglesia sino que simplemente
se la reconoce. De lo contrario se entendería que la Iglesia existe gracias a dicha concesión, como
sucede con otros entes jurídicos, pero esto no es así. En el mismo derecho canónico, las personas
jurídicas existen gracias a que la autoridad competente les otorga o concede personalidad para
reconocerles ciertos derechos y, en consecuencia exigirles correspondientes deberes, congruentes
con su propia índole.

29
En la opinión de Federico Aznar, cuando la adopción desaparece, según la legislación civil, también
desaparece el impedimento de parentesco legal; ver Código de Derecho Canónico, 13a. ed., Madrid, BAC,
1995, p. 529.
3.1 Noción

Simplemente decimos que las personas jurídicas son sujetos, ante el derecho canónico, de las
obligaciones y derechos congruentes con su propia índole (can. 113, § 2).

En los trabajos de codificación hubo algunas dificultades para dar una definición general de
persona jurídica, entre otras el aspecto de la colegialidad, pues por ejemplo la diócesis y la
parroquia, así como otras figuras equiparadas a éstas por no ser colegiales, generaron
controversias terminológicas para establecer los elementos constitutivos de la naturaleza de las
personas jurídicas en general.

Los elementos que nos permiten comprender la definición genérica de persona jurídica son: 1) ser
sujeto de derechos y deberes, 2) tener un fin congruente con la misión de la Iglesia [can. 114]; 3)
ser sujeto indivisible; y 4) tener capacidad patrimonial [can. 114, § 3 y 115, § 3]. Podríamos agregar
otros, por ejemplo; 5) poseer una estructura interna [can. 115, § 1]; 6) tener la capacidad de
regularse y gobernarse internamente de forma colegial o no colegial [can. 115, §§ 2 y 3].

Las personas jurídicas eclesiásticas son también llamadas personas canónicas para distinguirlas de
las personas jurídicas civiles. Como hemos dicho líneas arriba, no se utiliza más el término de
persona moral a excepción del canon 113, § 1, porque hay personas canónicas que por ordenación
divina tienen personalidad y otras la reciben de la autoridad eclesiástica.

3.2 Constitución

El canon 114 establece: «Se constituyen personas jurídicas, o por la misma prescripción del
derecho o por especial concesión de la autoridad competente dada mediante decreto, los
conjuntos de personas (corporaciones) o de cosas (fundaciones) ordenados a un fin congruente
con la misión de la Iglesia que trasciende el fin de los individuos».

Para constituir una corporación o una fundación en persona jurídica es necesario que concurran al
mismo tiempo dos elementos: uno formal y otro material.

A. Elemento material

La base material, para que sea constituida en persona jurídica, se denomina universitas, es decir,
una pluralidad o conjunto de personas o de cosas. El conjunto de personas (universitas
personarum) se llama «corporación» y deben ser por lo menos tres personas, que es el mínimo
para constituir una persona colegial, un colegio; el conjunto de cosas (universitas rerum) se llama
«fundación» y obviamente es dirigida por personas físicas.

Otra característica necesaria de la base material es la unidad; o sea, que la corporación o la


fundación sean indivisibles, de tal manera que trascienda la singularidad de sus componentes,
pues el sujeto de atribución de la personalidad jurídica es el conjunto (universitas) y no los
individuos o las cosas en particular. Sin unidad no tendría sentido la personalidad jurídica.

Por otra parte, los fines que persiguen la corporación o la fundación, así como los medios con los
que cuenta, son factores fundamentales para obtener la personalidad jurídica. En cuanto a los
fines, dado que estamos tratando de personas jurídicas eclesiásticas, deben ser congruentes y
útiles con la misión de la Iglesia: obras de piedad, apostolado o caridad, tanto espiritual como
temporal (can. 114, § 2).

Los medios o bienes de los que debe disponer una corporación o fundación deben ser igualmente
congruentes con los fines que persiguen y, además, suficientes, pues si fueran insuficientes
difícilmente podría alcanzar los fines que se persiguen; además si el fin que se persigue no es útil
para la Iglesia no se debe otorgar la personalidad jurídica (can. 114, § 3).

B. Elemento formal

Por elemento formal entendemos la necesaria intervención de la autoridad eclesiástica


competente. Las corporaciones o fundaciones no existen como sujetos de derechos y obligaciones
en la Iglesia sino después de serles conferida la personalidad jurídica por parte de la autoridad
eclesiástica competente (can. 114, § 3). Es decir, dependen de un acto jurídico de la autoridad. Si
falta dicho acto no se puede decir que tengan personalidad en la Iglesia. Las personas físicas no
son capaces de conferirse a sí mismas dicha personalidad. Por eso se dice que la personalidad
jurídica es una concesión o reconocimiento.

Ahora bien, para que una corporación o fundación puedan obtener personalidad jurídica deben
poseer estatutos propios. La aprobación de tales estatutos es un acto previo al otorgamiento de la
personalidad jurídica, pues en ellos se ha de contemplar el fin, la naturaleza, los medios, la
organización, la estructura y régimen interno, factores que deben ser valorados para que se
proceda, en consecuencia al acto jurídico (decreto) de erección de la corporación o fundación en
persona jurídica. Por eso el legislador señala: «Ninguna corporación o fundación que desee
conseguir personalidad jurídica puede obtenerla si sus estatutos no han sido aprobados por la
autoridad competente» (can. 117).

La autoridad competente para aprobar los estatutos es señalada en cada caso: La sede apostólica
o una autoridad inferior. Por ejemplo, una diócesis (can. 373) o una provincia eclesiástica (can. 432
§ 2) son entes constituidos por la Santa Sede, mientras que la parroquia es constituida por el
obispo diocesano.

En cada caso se deben observar las formalidades del derecho y de la autoridad competente. En
este sentido se tiene que tener en cuenta también la naturaleza de los entes.

3.3 Tipos de personas jurídicas

Como hemos dicho arriba, las personas jurídicas pueden ser «corporaciones» o «fundaciones»;
colegiales, si su actividad es determinada por los miembros, que con o sin igualdad de derechos,
participan en las decisiones a tenor del derecho y de los estatutos, en caso contrario son no
colegiales (can 115, § 2).

También se distingue entre personas públicas y privadas. La distinción entre ambas es


eminentemente canónica, pues de las primeras se dice que son aquellas «... corporaciones o
fundaciones constituidas por la autoridad eclesiástica competente para que, dentro de los límites
que se les señalan, cumplan en nombre de la Iglesia, a tenor de las prescripciones del derecho, la
misión que se les confía, mirando al bien público » (can. 116, § 1); las personas privadas son, por
tanto, aquellas que también son reconocidas por la Iglesia, pero no necesariamente obtienen su
personalidad de la autoridad eclesiástica sino de otra autoridad competente. Son constituidas por
los fieles, personas privadas, por propia iniciativa.

Los elementos distintivos entre las personas jurídicas públicas y las privadas son los siguientes: el
fin meramente eclesiástico o no; la iniciativa de la Iglesia o no; el dominio de los bienes, el
cumplimiento de una misión en el nombre de la Iglesia o no; las repercusiones en el bien público o
en el bien privado. De aquí se colige que las personas jurídicas (asociaciones de fieles, Institutos,
Sociedades, movimientos, fundaciones, etc.) que son eminentemente eclesiásticas son aquellas
que dependen absolutamente de la Iglesia, es decir, son de la Iglesia y, por tanto, los fines, los
medios, los bienes, su estructura, su régimen, etc., son del dominio de la autoridad eclesiástica, al
menos en cuanto a la moderación y revisión de tales factores. Y las personas privadas son
autónomas, sobre todo en cuanto a sus actividades y al dominio de sus bienes patrimoniales.

3.4 Gobierno y funcionamiento

La capacidad jurídica de las personas jurídicas no puede ser señalada de manera expresa como se
hace respecto de las personas físicas. La cuestión sobre el gobierno y régimen de la persona
jurídica es considerada en los cánones 118 y 119. En estos dos cánones se trata de dos modos de
gobierno: el de carácter colegial y el de carácter personal. Podemos decir que el gobierno compete
a sus representantes, pero el problema es saber quién representa a la persona jurídica y cuál es su
competencia. El canon 118 dice: «Representan a la persona jurídica pública, actuando en su
nombre, aquellos a quienes reconoce esta competencia el derecho universal o particular, o los
propios estatutos; representan a la persona privada aquellos a quienes los estatutos atribuyen tal
competencia».

Cuando los actos de gobierno son puestos por una persona, el representantes será una persona
física, determinada por el derecho universal o particular; la persona puede gobernar en
colaboración con otros. Por ejemplo, el derecho establece que el obispo es el representante de la
diócesis en todos los negocios jurídicos (can. 393); el párroco es el representante de la parroquia,
a tenor del derecho, en todos los negocios jurídicos (can. 532); el rector al seminario en todos los
asuntos (can. 238, § 2).

Cuando los actos de gobierno son puestos por un colegio, el representante podrá ser un conjunto
de personas o una sola persona, pero para ello se requiere un acto colegial, mediante el cual todos
los miembros del colegio expresen su voluntad y sean representados sus intereses por aquellos o
aquel que ha sido elegido conforme a las disposiciones del derecho universal, particular o los
estatutos (Cf. cann. 119 y 164 al 179), pues lo que afecta a todos y a cada uno debe ser aprobado
por todos. Por eso, aunque la persona jurídica no sea colegial, en este sentido, deberá observarse
un acto colegial. (can. 119, § 3).

En el caso excepcional, contemplado en el canon 120, § 2, es decir, cuando sólo queda ya un solo
miembro de la persona jurídica pública, los actos de gobierno y representación, aun cuando no
puedan ser colegiales por obvias razones, competen al único miembro superviviente.
En el título IX abordaremos lo concerniente a la elección de los representantes de las personas
jurídicas colegiales.

3.5 Duración y extinción

El canon 120 trata acerca de la duración y extinción de las personas jurídicas, tanto corporaciones
como fundaciones, públicas como privadas, colegiales o no colegiales.

§ 1 Toda persona jurídica es, por naturaleza, perpetua; sin embargo, se extingue si es
legítimamente suprimida por la autoridad competente o si ha cesado su actividad por
espacio de cien años; la persona jurídica privada se extingue además cuando la propia
asociación queda disuelta conforme a sus estatutos, o si, a juicio de la autoridad
competente, la misma fundación ha dejado de existir según sus estatutos.
§ 2 Cuando queda un solo miembro de la persona jurídica colegiada y, según sus
estatutos, la corporación no ha dejado de existir, compete a ese miembro el ejercicio de
todos los derechos de la corporación.
El principio general de la duración de una toda persona jurídica es la perpetuidad, que le deviene
de su misma naturaleza. No se puede pensar en crear una persona jurídica por un tiempo
determinado, o sea, para diez años, veinte, cincuenta o más años, sino indefinidamente, sin límite
de tiempo. En este sentido se trata de perpetuidad relativa, pues sólo de la Iglesia, en cuanto
persona moral podemos afirmar que le conviene, por su misma naturaleza, la perpetuidad
absoluta.

Por otro lado, la existencia de las personas jurídicas no depende de las personas físicas que la
integran, sino del legislador, quien en los supuestos contemplados por el canon 120 la puede
suprimir legítimamente. Hay que decir sin embargo, que el Código vigente no determina el modo
de como debe ser hecha la supresión. En cada caso deberá procederse, atendiendo a las causas, la
forma más apropiada. Por ejemplo, en el caso de una parroquia, el canon 515, § 2 impone al
obispo la obligación de pedir el parecer del Consejo presbiteral antes de suprimirla. Este es un
elemento que integraría el modo de proceder; otros elementos pueden ser los criterios
establecidos por el obispo donde señale quiénes hayan de intervenir y cuál deba de ser el destino
de los bienes patrimoniales; otro elemento será también el decreto formal, dado por escrito, y la
publicación del mismo.

Hay que tener en cuenta lo que dispone el canon 123 respecto de los bienes patrimoniales de una
persona que se extingue:

Cuando se extingue una persona jurídica pública, el destino de sus bienes y derechos
patrimoniales, así como de sus cargas, se rige por el derecho y los estatutos; en caso de
silencio de éstos, pasan a la persona jurídica inmediatamente superior, quedando
siempre a salvo la voluntad de os fundadores o donantes, así como los derechos
adquiridos; cuando se extingue una persona jurídica privada; el destino de sus bienes y
cargas se rige por sus propios estatutos
Además de lo establecido por el legislador en la norma del canon 123, se deberá atender a las
disposiciones específicas contenidas en otros cánones y en los estatutos propios. Por ejemplo, el
derecho dispone que sobre el destino de los bienes temporales de un Instituto de vida consagrada
suprimido, únicamente la Sede apostólica puede decidir, pues a ella está reservada la supresión
(can. 584); lo mismo se dice respecto de una casa que sea la única de un Instituto (can. 616, § 2).
Nótese, sin embargo, que aunque la supresión de un monasterio sui iuris de monjes (as) está
reservado a la Sede Apostólica, sin embargo, sobre el destino de los bienes se dispone que a de
observarse lo que prescriben las constituciones (can. 616, § 4).

Una observación más respecto al destino de los bienes de una persona jurídica extinta: si no
existen disposiciones del derecho universal o particular al respecto, el canon 123 establece que los
bienes patrimoniales pasan a la persona jurídica inmediatamente superior, o sea, a la que está
subordinada. Así por ejemplo, la Santa Sede es inmediatamente superior a la diócesis; y ésta a la
parroquia; la casa general de un Instituto de vida consagrada es inmediatamente superior a la casa
provincial y ésta a una casa local.

Respecto al destino de los bienes patrimoniales de las personas jurídicas privadas ha de


observarse lo dispuesto en los cánones 123; 326, § 2 y 1257, § 1. Téngase presente que tales
bienes no son considerados eclesiásticos.

3.6 Unión y división

La unión o fusión de dos o más personas jurídicas podría considerarse como una alternativa para
evitar la extinción absoluta (can. 121) pues la fusión da lugar a una nueva persona jurídica, diversa
de las personas jurídicas que concurren para formarla. Es decir, se trata de un nuevo ente. Esto
supone también que las personas jurídicas fusionadas ya no gozan por separado de los mismos
derechos, ni tampoco están obligados a cumplir las mismas obligaciones que tenían cuando
estaban separadas. Esto equivale a la supresión jurídica, al menos parcial, de las primeras para dar
paso a la nueva.

El canon 121 parece distinguir dos momentos: 1) la supresión de las personas jurídicas
precedentes; y 2) la constitución de la nueva persona jurídica.

Consideramos que la nueva persona jurídica, resultante de la fusión de dos o más precedentes,
puede tener fines y características diferentes o bien retener los de alguna de ellas. De esto no se
menciona nada en el CIC 83, pero tampoco lo prohíbe. En cuanto a los bienes y derechos
patrimoniales, así como de las cargas que pesaban sobre las mismas, si explicita que la nueva
persona jurídica resultante los hace suyos (can. 121).

Por lo que toca a la división de las personas jurídicas, se contempla la posibilidad de originar una
nueva o simplemente fusionarla a otra. Si la parte dividida se une a otra, entonces estamos
hablando de fusión simple, o sea parcial, que podría bien derivar en la erección de otra persona
jurídica nueva o no; si la parte desmembrada esté llamada a ser una nueva persona jurídica, se
entiende que se trata de erección de una nueva persona jurídica (can. 122). Piénsese, por ejemplo,
en el caso de las parroquias: cuando se desmembra una parte de alguna y se une a otra parroquia
ya existente, no se requiere volver a erigir ésta, pero cuando se divide una parte con la finalidad de
erigir una parroquia distinta, obviamente se trata de una persona jurídica nueva.
En cuanto a los bienes patrimoniales, las deudas y demás cargas de las personas jurídicas que se
dividen, el canon 122 establece que deben repartirse de forma equitativa aquellos que comunes;
asimismo en lo que toca al usufructo de los bienes patrimoniales igualmente comunes.

En algunos casos se ha podido constatar que cuando una diócesis o una parroquia se dividen para
erigir otra nueva, la preexistente se queda ventajosamente con los bienes indivisibles comunes o
deja las cargas a la nueva. En tales casos, el territorio de unas y otras adquiere formas irregulares o
sin continuidad lineal.30

30
Sobre este particular véase mi artículo publicado en la Revista Mexicana de Derecho Canónico ( L. DE
J. HERNÁNDEZ M., «La erección y división de parroquias», en RMDC 10, n. 1 (2004) 101-128.

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