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Esta traducción fue realizada por un grupo de personas que de


manera altruista y sin ningún ánimo de lucro dedica su tiempo a
traducir, corregir y diseñar de fantásticos escritores. Nuestra única
intención es darlos a conocer a nivel internacional y entre la gente de
habla hispana, animando siempre a los lectores a comprarlos en físico
para apoyar a sus autores favoritos.

El siguiente material no pertenece a ninguna editorial, y al estar


realizado por aficionados y amantes de la literatura puede contener
errores. Esperamos que disfrute de la lectura.
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Sinopsis ................................................................................ 3
Capítulo 1 ............................................................................. 4
Capítulo 2 ........................................................................... 11
Capítulo 3 ........................................................................... 24
Capítulo 4 ........................................................................... 38
Capítulo 5 ........................................................................... 45
Capítulo 6 ........................................................................... 55
Capítulo 7 ........................................................................... 68
Capítulo 8 ........................................................................... 82
Capítulo 9 ........................................................................... 98
Capítulo 10 ....................................................................... 114
Capítulo 11 ....................................................................... 124
Capítulo 12 ....................................................................... 135
Capítulo 13 ....................................................................... 143
Capítulo 14 ....................................................................... 157
Sobre la Autora ................................................................. 160
Próximo Libro .................................................................... 161
Saga The Boundarylands................................................... 162
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La dejaron por muerta, pero Mia no estaba realmente perdida hasta
que su Alfa la encontró.

Ninguna mujer viaja voluntariamente a las Tierras Fronterizas.

Es donde están los Alfas.

Se mantienen así mismos entre lo salvaje, y la civilización Beta sabe


mantener su distancia. Especialmente las mujeres Beta... por temor a
que no sean Beta después de todo.

La única forma de conocer tu verdadera naturaleza es sentir el toque


de un Alfa. Las Omegas pueden ser raras, pero cada mujer sabe que sus
destinos son infernales: cautivas, rotas, apareadas, atadas y criadoras.

Lesionada y abandonada en el corazón de las Tierras Fronterizas,


Mia sabe que sus posibilidades de regresar con vida a la civilización son
escasas. Aun así, tiene que intentarlo. Pero cuando un gran Alfa la
captura primero, no puede detener el deseo que siente por él.

Mia siempre ha sido una superviviente, pero ni siquiera ella puede


luchar contra el hambre abrumador que la invade, o la necesidad de ser
suya en todas las formas posibles.
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—Dustin, esto no es divertido.

El pánico contrajo la garganta de Mia Baird. Su voz salió tan alta y


estridente que apenas reconoció el sonido.

—Tienes que detener esto. Dile a Josh que dé vuelta el coche. Ahora.

Su desgarbado y rubio novio no reaccionó a sus palabras. No le


sorprendió. La expresión y la postura de Dustin no habían cambiado en
los últimos cuarenta minutos. No importaba cuánto gritara o suplicara,
él permaneció en silencio, con la boca floja, su cuerpo flojo sobre el
asiento trasero del BMW de su mejor amigo, mirando vagamente por la
ventana.

Mia tenía que encontrar la manera de comunicarse con él. Esta


estúpida broma había ido demasiado lejos. Lo agarró por los hombros y
lo sacudió con fuerza.

—¡Dustin!

Afortunadamente, el contacto físico violento atravesó el estupor de


Dustin. Sus ojos vidriosos se alejaron del oscuro y borroso paisaje más
allá de su ventanilla y se dirigió a su rostro. El estómago de Mia se
retorció cuando soltó una respiración que apestaba a tequila y cigarrillos
rancios.

Querido Dios, ¿cuánto bebió esta noche? ¿Qué otras sustancias


había tomado cuando no estaba mirando?
—Dustin, por favor —intentó Mia otra vez, esperando más que
creyendo que estaba llegando a su novio.

Bueno, su ex novio ahora, porque era mejor que creer que lo primero
que haría una vez que regresara a territorio seguro sería echar a su
lamentable culo.

Por supuesto, tendría que vivir ese tiempo primero.

—Cállala, hombre —gritó una voz arrastrada desde el asiento


delantero.

Mia giró la cabeza para mirar al conductor. El reflejo del bastardo le


disparó una sonrisa cruel en el espejo retrovisor.

Ella no necesitaba perder el tiempo con él. Él había pasado la

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redención. Su única oportunidad en este punto era con Dustin.

Y, parecía que finalmente podría estar llegando.

La esperanza floreció en el pecho de Mia cuando la mirada borrosa


en los ojos de Dustin comenzó a aclararse. Rezó para que eso significara
que salía de su bruma llena de drogas.

Desafortunadamente, esa esperanza no duró mucho.

Dustin la agarró del brazo, sus uñas mordieron brutalmente su piel.

—Has oído a Josh —gruñó, las palabras se enredaron en su boca—


. Cállate.

Mia hizo todo lo posible para liberarse de su agarre, pero Dustin se


aferró con fuerza. Podía estar tan drogado como el infierno, pero aún era
fuerte.

—Dustin, no tienes que hacer esto —intentó Mia nuevamente. Tal


vez ahora que la estaba mirando a los ojos, podía ver la razón—. Es una
locura. ¿No sabes lo que sucederá una vez mi padre…?

Un fuerte golpe resonó en el coche. Mia registró el sonido antes de


sentir el dolor. Un segundo después, una quemadura familiar y punzante
se extendió por su mejilla. Se tocó la cara con la mano para cubrir la
marca que sabía que la palma de Dustin había dejado atrás.

Santa mierda.
La había golpeado. Había sido golpeada muchas veces antes, pero
nunca por Dustin. Solo habían sido pareja durante cinco meses, pero
quería creer que él era diferente.

Estúpida de ella.

Mia sabía muy bien que, si él estaba lo suficientemente enojado


como para abofetearla, entonces estaba dispuesto a hacer algo mucho
peor.

Un nuevo miedo invadió a Mia, áspero y penetrante como un viento


invernal. En el fondo, había estado esperando que todo esto fuera una
gran broma. Una cruel y terrible, seguro, pero se había convencido a sí
misma de que en algún momento Dustin y Josh iban a decidir que habían
demostrado su punto y darían la vuelta al coche.

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Ahora, Mia sabía con certeza que eso no iba a suceder.

—Esto es lo que obtienes. —Josh se rió alegremente detrás del


volante—. Deberías haber pensado en las consecuencias antes de
comenzar a besar a hombres al azar como una pequeña zorra.

—Pequeña zorra —repitió Dustin, su boca borracha arrastró las


palabras indefensamente.

Pero Mia no había besado a nadie. El chico en la multitud del


concierto la había agarrado. La había besado. La asaltó, realmente. Mia
se retorció y agitó e intentó escapar, pero aparentemente no lo
suficientemente fuerte como para satisfacer a Dustin.

No es que nada de eso fuera idea de Dustin. Su imbécil novio estaba


demasiado drogado para armar un plan coherente en este momento.

Esto era todo Josh.

Incluso ahora, podía ver la ira en sus ojos en el espejo retrovisor, su


ardiente necesidad de venganza.

Mia cerró los ojos. Esto no podía estar pasando. No podía quedar
atrapada en el asiento trasero de un automóvil, mientras que dos chicos
ebrios de fraternidad la llevaban profundamente al corazón de las Tierras
Fronterizas.

Ni siquiera supuestamente debía estar aquí. Debería haber estado


de vuelta en su dormitorio, estudiando para los exámenes parciales. Ahí
era donde todos pensaban que estaba: sus padres, sus profesores, sus
amigos.

Pero en cambio, había dejado que Dustin la convenciera para


conducir hasta la costa de California con él y Josh para ir al Festival
Fronterizo, el mayor festival de conciertos fuera de la red en el oeste.

Su padre la mataría si descubría a dónde había ido. El festival se


llevaba a cabo en los confines más al norte de la civilización de California,
a solo cinco millas de la frontera con las Tierras Fronterizas. Se
promocionaba como una fiesta de tres días en la que cualquier cosa podía
suceder, en la que podías rechazar las preocupaciones y expectativas del
mundo Beta por un tiempo.

Y para el primer día, eso es exactamente lo que fue.

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Mia lo había pasado muy bien bailando y bebiendo y
experimentando una rara sensación de libertad, algo que había faltado
extremadamente en su vida.

Debería haber sabido que no podía durar.

Todo terminó cuando un extraño la había manoseado entre la


multitud. Se había vuelto hacia Josh, esperando ayuda, pero en lugar de
simpatizar, Josh había sido envalentonado para hacer su primer
movimiento. Sus duras palabras volvieron a ella ahora: demandó saber
por qué Mia besaba a extraños, pero no a él. Había intentado hacerle
entender que no quería ninguna atención, pero Josh se negó a escuchar.
A pesar de que Dustin se encontraba a solo unos metros de distancia,
intentó acercarse a ella nuevamente. Y otra vez.

Y otra vez.

Cada vez, Mia esquivó los avances de Josh, pero eso solo lo hizo
esforzarse más. Él seguía tocándola cuando Dustin no estaba cerca,
intentando besarla, deslizando sus manos por su vestido.

Finalmente, Mia tuvo suficiente. Había dejado de ser cortés. Apartó


sus manos y le dijo que se fuera al infierno.

Y ahora parecía que la estaba transportando allí él mismo.

—Lo siento —intentó ella, tratando de inyectar un poco de


sinceridad en su voz.
Pero la mirada helada de Josh no reveló ni una pizca de pena.

—No tanto como vas a sentirlo cuando lleguemos.

El bastardo estiró sus brazos, apoyándose contra el volante mientras


golpeaba su pie en los frenos. Los neumáticos chirriaron contra el
pavimento cuando se cerraron.

La fuerza de la parada repentina lanzó a Mia y Dustin hacia


adelante. Se estrellaron contra el respaldo de los asientos frente a ellos.
Dustin dejó escapar un fuerte eructo, viéndose verde. Mia se sintió
enferma, aunque no por la misma razón.

—¿Josh? —Su voz temblaba por el miedo que se agitaba en su


interior.

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No se atrevió a preguntar por qué se había detenido. Mia tenía la
terrible sensación de que ya sabía la respuesta.

Josh se dio la vuelta en su asiento. Nada excepto desdén brillaba en


sus fríos ojos azules.

—Fuera.

No.

Mia sacudió la cabeza violentamente. No había manera en el infierno


de que saliera de ese coche. No aquí, no en medio de las malditas Tierras
Fronterizas. ¿Había perdido la cabeza?

—Josh, no seas…

—¡Fuera! —Saliva salió volando de los labios de Josh mientras


gritaba en su cara.

—Jódete —le lanzó ella de vuelta.

El rostro de Josh se puso rojo brillante, una lenta sonrisa curvó sus
labios.

—No te preocupes —dijo en una parodia de preocupación—.


Volveremos a por ti por la mañana. Estoy seguro de que para entonces
estarás feliz de verme.

La sangre de Mia se convirtió en hielo. El bastardo la iba a dejar allí


sabiendo que no viviría hasta la mañana.
—No puedes hacer esto, Josh. Moriré ahí afuera. —Intentó mantener
el pánico fuera de su voz mientras decía lo que ambos sabían que era la
fea verdad—. Si me encuentro con un Alfa, me matará.

—No seas ridícula —se burló Josh—. Simplemente te lo follarás


como una pequeña puta. A saber cuántos hombres ya has tenido entre
tus piernas, probablemente estás lo suficientemente dada de sí como
para que ni siquiera te desgarre por la mitad.

—¡Tú, gilipollas!

—Es por tu estupidez de lo que deberías preocuparte. —Se rió Josh,


antes de volverse hacia Dustin—. Abre la puerta.

—No. —Entrando en pánico, Mia envolvió ambos brazos alrededor

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del asiento frente a ella y se aferró a su querida vida.

Josh arañó sus brazos, pero Mia se negó a dejarlo ir. Al fin, Dustin
se despertó lo suficiente como para salir del coche y tirar de ella por las
piernas. Después de un minuto siendo empujada desde un lado y tirada
desde el otro, la fuerza de Mia cedió.

Aterrizó con fuerza en el pavimento. Sus dedos rasparon el suelo


irregular mientras intentaba regresar al coche con las uñas rotas, pero
no sirvió de nada. Dustin la arrastró hacia el costado del camino. Las
rocas y los escombros le cortaron los antebrazos y las piernas con cada
paso que daba.

—Dustin, para —rogó ella—. Por favor.

Mia sabía que esta era su última oportunidad para comunicarse con
él. Para hacerle ver la razón. Para que le crecieran los huevos y se
enfrentara a su amigo.

Dustin la arrojó al costado del camino. Mia se giró y lo miró sus ojos
desenfocados.

En ese momento, su última pizca de esperanza desapareció. Estaba


demasiado lejos. Muy ebrio. Demasiado drogado. Y algo más... demasiado
despiadado, algo que nunca antes había admitido para sí misma.

—Te advertí que Josh tenía mal genio. —Sonrió Dustin—. Te dije que
no te pusieras en el lado equivocado. Pero no escuchaste, ¿verdad, Mia?
Nunca escuchas.
Josh aceleró el motor de su BMW. Los neumáticos derraparon a un
lado de la carretera, levantaban piedras y arrojando humo.

—¡Vamos, hombre, tenemos que largarnos de aquí!

Como siempre, Dustin hizo lo que su mejor amigo le dijo que hiciera.
Estaba de vuelta dentro del coche antes de que Mia lograra ponerse de
rodillas. Para cuando se puso de pie tambaleándose, el BMW había
ejecutado un descuidado giro en U y se alejaba rápidamente... dejando a
Mia sola en la oscuridad.

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Mia nunca iba a salir de las Tierras Fronterizas.

La horrible comprensión se estableció de ella, apoderándose de su


mente y cuerpo mientras cojeaba por el camino bajo la luz de la luna,
intentando ignorar los crujidos y los ojos brillantes en el bosque a ambos
lados del camino. Había hecho todo lo posible para negar la verdad todo
el tiempo que pudo, pero a medida que pasaban los minutos, ya no podía
fingir que tenía una oportunidad. Las probabilidades estaban demasiado
altas contra ella.

Estaba al menos a veinte millas en territorio Alfa... y eso era


demasiado profundo.

Tal vez si fuera corredora de larga distancia entrenada, podría haber


regresado a territorio seguro por la mañana, pero no lo era. Era una chica
normal con un vestido ajustado y sandalias de tacones, con maquillaje y
delineador debajo de los ojos y nudos en el pelo... y una rodilla herida.

No podía olvidarse de la rodilla.

No es que el dolor que se disparó a lo largo de su pierna con cada


paso que daba la permitiera hacerlo. Tampoco la lenta corriente de sangre
que goteaba por su pantorrilla.

Mia pensó que su rotula debió haberse roto contra el pavimento


cuando Dustin la arrojó a un lado de la carretera como una bolsa de
basura. No había sentido el dolor en ese momento, pero estaba segura
como la mierda que lo sentía ahora.
Durante la última hora, apretó los dientes e intentó superar el dolor
y la desesperación. Incluso desde su primer paso, sabía que escapar era
una posibilidad remota, pero tenía que hacer algo. Josh y Dustin no iban
a volver a por ella, al menos hasta la mañana, y probablemente ni
siquiera entonces. Y nadie más sabía dónde estaba.

Si Mia lograba salir de las Tierras Fronterizas de una pieza, sería


porque se arrastró.

Énfasis en la palabra arrastró.

Incluso a la pálida luz de la luna, Mia podía ver un moretón oscuro


debajo de la piel. Caminar era una agonía, y la velocidad era imposible.
Supuso que solo había viajado una milla y media en la última hora.

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A este ritmo, no haría ni la mitad del camino a la frontera antes del
amanecer.

Aun así, tenía que seguir adelante.

¿Qué otra opción había allí? ¿Arrastrarse a la zanja al costado del


camino y esperar a que algún Alfa la encontrase?

Y cuando lo hiciera...

Oh, Dios. Se negó a pensar en ello. Solo esperaba que cuando la


encontrara, la matara rápidamente en lugar de jugar con ella.

Mia dobló una esquina y la pálida luz amarillenta de una señal


iluminó el tramo de la Autopista Central ante ella.

El letrero decía BAR DE EVANDER. Detrás, escondido de nuevo en


el borde del bosque, había una caseta de madera baja y anodina, con sus
ventanas oscuras. Solo un viejo camión estaba estacionado en la esquina
del aparcamiento de tierra.

Mia no recordaba haber pasado el lugar en el camino. Por otra parte,


había estado centrada en otras cosas.

Se quedó muy quieta, aterrorizada de que hubiera Alfas en el


interior. Era tarde, pasadas las dos de la mañana, pero ¿podría esperarse
que los bares de las Tierras Fronterizas siguieran las leyes de toque de
queda Beta?

De alguna manera, Mia lo dudaba.


Avanzó lentamente, dejando escapar una respiración irregular. El
lugar parecía vacío, pero solo para estar segura, cruzó al otro lado
opuesto de la carretera mientras cojeaba.

Acababa de pasar cojeando por la esquina del aparcamiento cuando


el sonido de unas bisagras crujiendo la detuvo a medio paso. Seguido del
golpe de una puerta pesada al cerrarse.

Mia se congeló. Temiendo respirar, apretó los brazos con fuerza,


haciéndose lo más pequeña posible.

Quizás estaría bien. Estaba fuera de la luz, justo más allá de la línea
de visión desde la puerta principal. Tanto como se quedara quieta y
callada, podría pasar desapercibida.

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Cerró los ojos ante el sonido de fuertes pasos. Los tablones de
madera gruñeron cuando alguien bajó los escalones del bar.

Mia nunca antes había visto un Alfa, no uno vivo, de todos modos.
Muy pocas personas tenían esa suerte. Había una parte de ella que quería
ver por sí misma cuán enorme era la criatura detrás suya, pero no se
atrevió a darse la vuelta para echar un vistazo.

La curiosidad no era lo mismo que la estupidez.

La noche estaba casi antinaturalmente quieta, y el corazón de Mia


latía al ritmo del crujido de las botas en la gravilla suelta. En silencio, le
pidió que caminara hacia el otro lado, que subiera a la camioneta o que
volviera a entrar. Cualquier cosa excepto acercarse.

—Malas noticias, señora —gruñó una voz profunda—. Te han dejado


atrás.

Mia saltó ante el sonido y dio unos pasos tambaleantes mientras su


rodilla surgía con un nuevo dolor. De alguna manera, se tragó el grito
que amenazaba con derramarse de sus labios.

Tal vez no estaba hablando con ella. Tal vez había alguien más en el
estacionamiento. Tal vez…

—Debes ser nueva. Aunque no vas a lograrlo en esta profesión si te


asustas tan fácil.

Estaba muy jodida y sin escapatoria.


Mia abrió la boca para rogar por su vida, pero el miedo le había
robado la voz. Apenas podía respirar.

—Relájate. —Sus pasos se hicieron más fuertes. Se acercaba—.


Preocuparse no servirá de nada. No hay a dónde ir hasta mañana.

Mia no sabía si podía correr. Por otra parte, no tenía muchas


opciones. Si tenía suerte, una oleada de adrenalina se activaría y
adormecería el dolor.

—La próxima vez, asegúrate de irte un poco antes. —El Alfa siguió
hablando, su voz carente de emoción—. A Nicky le gusta asegurarse de
que todas las chicas salgan de aquí a las dos.

¿Nicky? ¿Las chicas? ¿De qué demonios estaba hablando? Mia

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finalmente miró por encima del hombro con consternación, y la vista hizo
que su aliento se quedara atascado en su garganta.

El Alfa era enorme. Mucho más grande de lo que había imaginado.


Tenía que medir más de siete pies de alto y ser tan ancho como Josh y
Dustin juntos.

Pero eso no era lo más impactante... era magnífico. No del tipo


guapo. No era una estrella de cine cincelada. Sino sexy, viril y
abrumadoramente masculino. Verlo era aterrador e intrigante al mismo
tiempo. Mia no podía apartar la mirada.

Desafortunadamente, él parecía muy interesado en ella. Podía sentir


su mirada intensamente cuando él ladeó la cabeza hacia un lado.

—No recuerdo haberte visto antes —dijo, casi


conversacionalmente—. ¿Cuál es tu nombre?

Mia abrió la boca, pero no salió nada.

Él se acercó. Demasiado cerca. Fuera del estacionamiento y al borde


de la carretera.

Instintivamente, Mia retrocedió, intentando mantener un espacio


entre ellos. Hizo una mueca cuando su rodilla se dobló bajo su peso, y la
mirada del Alfa fue a su herida.

Incluso desde donde estaba, podía ver su expresión endureciéndose.


—Estás herida. —Su voz había tomado un borde, como si la visión
de su sangre lo enojara—. ¿Alguien te hizo eso? ¿Es por eso que llegaste
tarde?

Con cada pregunta daba un paso más cerca. A este ritmo, estaría
sobre ella en un latido.

Mia extendió las manos delante suyo.

—Por favor, retrocede. —Su voz chirriaba de terror, pero al menos


podía volver a hablar.

No es que sirviera de algo.

El Alfa cerró la distancia entre ellos. Mia tropezó hacia atrás,

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haciendo una mueca de dolor.

De cerca, pudo ver que sus ojos eran inusuales, oscuros, pero de
alguna manera aún luminosos a la luz de la luna.

—¿Alguien te hizo esto? —demandó—. ¿Con quién estabas esta


noche? Dime su nombre.

Mia no sabía de qué estaba hablando. No conocía a Nicky, y estaba


segura de que no le iba a contar nada sobre Dustin y Josh.

—Por favor —lo intentó de nuevo. Pero incluso cuando la palabra


salió de su boca, supo que no serviría de nada.

Suplicando y rogando nunca había llevado a Mia a ninguna parte.


Ni con Dustin. Ni con su padre. Ni con nadie. Nadie nunca había
escuchado.

Lo único que podía hacer era correr.

Ella giró sobre sus talones e ignoró el dolor punzante que le recorrió
la pierna con cada paso. Su rodilla estaba hinchada y tensa, pero no
estaba rota. Aunque dolía como el infierno, se obligó a moverse.

Pero no llegó lejos.

El Alfa se acercó a ella casi al instante. Fue entonces cuando se dio


cuenta de que nunca tuvo una oportunidad.
No habría importado si Mia hubiera estado en perfectas condiciones.
Podría haber sido velocista olímpica, y aun así no habría hecho ningún
bien. El Alfa era demasiado rápido.

Mia ni siquiera tuvo tiempo de gritar cuando unos brazos enormes


la rodearon por la cintura y la levantaron del suelo. Su columna vertebral
presionó contra su duro pecho, y se sintió... cálida.

Muy cálida.

El pulso de Mia desaceleró mientras tomaba la primera respiración


firme de la noche. Luego otra. Sin pensar, su cabeza cayó hacia atrás,
descansando contra su enorme y duro hombro. Ella respiró hondo,
llenando sus pulmones con su aroma.

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Aserrín, leña, humo y whisky.

Sin pensarlo, Mia levantó las manos y pasó la punta de sus dedos
por la piel expuesta de sus musculosos antebrazos. Era casi como si
pudiera sentir el poder y la vitalidad corriendo por su cuerpo, atrayendo
su toque.

¿Por qué había estado corriendo, otra vez? ¿Por qué demonios
querría alejarse de este hombre... este Alfa... cuando era obvio que estaba
destinada a estar con él?

Los ojos de Mia se abrieron de par en par ante el pensamiento


impactante, e intentó liberarse.

Lentamente, la bajó y la giró en sus brazos. Rasgos fuertes


destacaban en alivio en la pálida luz, sus ojos oscuros llenos de una
poderosa emoción que ella no podía nombrar.

—¿Quién eres? —exigió, mordiendo cada sílaba—. No eres una puta,


¿verdad?

—¿Qué? ¡No!

¿Por qué iba a pensar eso? Claro, hoy Mia llevaba un vestido
ajustado para el festival, pero no era tan revelador.

Sus palabras volvieron a ella. ¿Era eso lo que quería decir con 'Nicky
y sus chicas'? ¿Prostitutas?
—Eres una Omega —dijo, casi para sí mismo, soltándola
abruptamente.

Durante una fracción de segundo, Mia sintió una sensación


aplastante de pérdida cuando su toque desapareció, pero no duró mucho.

Solo hasta que la última palabra se hundió. Omega.

No.

No. No. No.

Eso era imposible. Ella no lo era. No podía serlo.

Era una Beta, al igual que todos los demás que conocía. No había
forma de que pudiera ser una Omega... y no solo porque no quisiera

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creerlo.

Las Omegas eran increíblemente raras. Incluso más raras que los
Alfas, o eso le habían enseñado. Pero también sabía que ninguna mujer
podía conocer su verdadera naturaleza hasta que estuviera en presencia
de un Alfa.

Hasta que tocase a uno. Sintió su piel, su mirada ardiente. Hasta


que sus feromonas llegaron a su torrente sanguíneo y desencadenaron la
reacción que había estado esperando toda su vida.

Oh, Dios, no.

Mia comenzó a correr de nuevo, su corazón latiendo con fuerza,


arrastrando su pierna lesionada. Ahora no solo estaba huyendo del Alfa,
sino que estaba huyendo de algo aún peor: su propia verdadera
naturaleza.

El Alfa la atrapó tan fácilmente como lo había hecho antes, dando


solo dos pasos a su docena. Levantándola con una mano, la giró y
presionó su pecho contra el suyo. Intensos ojos oscuros miraron los
suyos.

—Sí, lo eres. —Su voz era profunda y fuerte, vibrando a través de


ella.

La calidez que Mia había sentido cuando la tocó por primera vez se
encendió en llamas furiosas. Su corazón comenzó a latir con fuerza, pero
esta vez no tenía nada que ver con el miedo. Una emoción completamente
diferente se prendió en ella ahora, un tipo diferente de fuego.

Su mano se movió independientemente de su mente, y Mia se


encontró estirando los dedos y pasándolos por el grueso cabello castaño
oscuro del Alfa. No podía detenerse.

Oh, Dios, ¿por qué no podía detenerse?

No quería enlazar sus dedos alrededor de su enorme cuello. No


quería acercar sus labios a los de ella. Pero tenía que hacerlo.

Su boca se estrelló contra la de ella. Mia barrió su lengua con


hambre sobre su labio inferior, sobre la cresta de sus dientes, queriendo
saborearlo, beberlo.

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Pero solo un gusto no era suficiente. Quería más.

Necesitaba más.

Acunada fuertemente en sus brazos, Mia levantó las piernas y las


envolvió alrededor de su cintura. Una humedad desconocida humedeció
el interior de sus muslos. El aire nocturno enfrió su piel, haciéndola
temblar en delicioso contraste con el calor donde sus cuerpos se
encontraban.

El Alfa gruñó su aprobación en su boca antes de retroceder.

—Eres una Omega —rugió—. ¡Mi Omega!

El último hilo de pensamiento racional que Mia aún poseía se rebeló


ante sus palabras. Esto no podía ser real. Tenía que ser una pesadilla.
Preferiría estar muerta que ser una Omega. Al menos entonces, su
tortura habría terminado.

Ahora solo estaba comenzando.

Se sentía como fuego en sus manos. Su boca sabía a miel.

Una espesa neblina de lujuria y necesidad llenó la cabeza de Ty


mientras cargaba a la Omega por las escaleras y al costado del Bar de
Evander. No importaba que ya hubiera pasado algunas horas y mucho
dinero en efectivo con Nicky esta noche. Mierda, no habría importado si
hubiera follado su camino a través de todo su equipo. Esta no era tan
simple como follar.

Esta mujer era una Omega.

Su Omega.

Este era el momento por el que Ty había vivido toda su vida. Y ahora
ella estaba en sus brazos. Tan caliente y lista para él, a pesar de tratar
de negar su verdadera naturaleza.

No tenía ni idea de quién era o por qué estaba allí, caminando por
la Central Road a las dos de la mañana. Esas preguntas tendrían que
esperar hasta más tarde.

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Hasta después de haber extinguido el fuego en su sangre.

Apoyándose contra la pared de madera desgastada del edificio, Ty la


atrajo hacia él y deslizó una mano por su pierna. Ella hizo una mueca
cuando él le tocó la rodilla. La sangre pegajosa cubría las puntas de sus
dedos, su carne hinchada tibia contra su mano.

Alguien había lastimado a su Omega... y no solo su pierna. Ahora


que estaban a la luz, Ty pudo ver la marca roja en su mejilla, los rasguños
irregulares en sus palmas.

La ira lo llenó al verlo. No tenía ni idea de quién le hizo esto o por


qué, pero lo descubriría. Y cuando lo hiciera, lo pagarían.

Caro.

Ty acarició suavemente el lado sin marcar de su rostro con la punta


de un dedo. Ella se apoyó en el toque, su ronroneo suave golpeando
contra su pecho. El pene de Ty surgió ante el sonido, cada vez más fuerte.

Era bonita, de piel clara con cabello rubio oscuro y ojos inteligentes
azul marino. Joven también, quizás poco más de veinte.

Quienquiera que fuera, no había querido estar aquí. Había captado


el olor de su miedo mientras cerraba la barra, pero al principio no había
pensado demasiado en ello. Era raro que una de las chicas de Nicky se
quedara atrás, pero sucedió.
Cuando pasaba, Ty las dejaba pasar la noche en el bar. A veces, si
se sentía con ganas de otra ronda, se quedaba con ellas. De cualquier
manera, terminaba conduciendo a la mujer de regreso a la línea
fronteriza al amanecer para asegurarse de que saliera a salvo.

Pero debería haber sabido al principio que la Omega no era una de


las chicas. Su miedo estaba sombreado por la desesperación, con
verdadero terror. Esta mujer no tenía miedo de perder su trabajo, tenía
miedo de perder su vida.

Pero ya no tenía que tener miedo. Nadie volvería a lastimarla nunca


más. Nadie la tocaría.

Nadie más que él.

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Se inclinó y reclamó su boca con la suya. Capturando su labio
inferior entre sus dientes, Ty tiró suavemente, provocando su carne. Su
cuerpo reaccionó instantáneamente a la sensación cuando ella apretó las
caderas contra él, su humedad empapó el contorno de su pene. Su
humedad empapaba toda la gruesa tela de sus jeans, llegando a su eje.

Sí. Era obvio lo mucho que lo quería. Su sangre había despertado a


su verdadera naturaleza, incluso cuando su mente no estaba dispuesta
a ceder tan fácilmente. Ella se apartó de su beso, la confusión giraba en
sus ojos. Un suave gemido escapó de sus labios mientras sacudía la
cabeza.

—Yo no… —comenzó ella, pero él la interrumpió frotando la longitud


de su erección a lo largo de la unión de sus piernas. Sus párpados
revolotearon cuando su cabeza cayó hacia atrás por el placer.

—No quiero... —intentó de nuevo, su voz más suave esta vez. Menos
segura. Más servil.

La sangre de Ty surgió en reacción.

—Sí, quieres. —La besó de nuevo. Y otra vez. Golpeando la última


de sus defensas con su lengua.

Podía sentir la prueba de cuánto lo deseaba escurriéndose por sus


piernas. El dulce aroma de su humedad lo envolvió. Lo respiró hondo y
sintió que se filtraba por sus venas. Como una droga, el conocimiento de
ella se apoderó de su cuerpo, hasta que ella fue todo lo que pudo ver.
Todo en lo que podía pensar. Todo lo que necesitaba.
La realidad solo regresó cuando sintió los dedos de ella tocando la
parte delantera de sus jeans.

—No voy a follar contigo. No lo haré —murmuró, incluso cuando sus


dedos tiraron de la cremallera. Finalmente logró liberar el botón y tirar
de la cremallera, apresurándose a liberar su pene—. No soy una puta.

Ty casi se rio. Por supuesto que no lo era.

Ella era una Omega. Una que acababa de encontrar a su Alfa, su


destino. ¿No sabía lo raro que era esto? ¿Qué perfecto? Estaban hechos
el uno para el otro.

Pero Ty había escuchado la fragilidad detrás de sus palabras. Su


Omega estaba herida y asustada. Ella lo necesitaba con urgencia, pero

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eso no significaba que su primer apareamiento tuviera que ser contra la
pared de una casa de carretera maltratada.

Había otras formas de tomarla. Para domar el fuego que había


envuelto a sus dos cuerpos.

En este punto, Ty tenía que hacer algo, y ella también. A pesar de


sus protestas, él ya había agarrado sus dedos y los había envuelto
alrededor de la base de su pene. Los ojos de la Omega se agrandaron
cuando sintió su circunferencia y peso, y la angustia apareció en sus
profundidades azules.

—No puedo... —tartamudeó—. No hay forma.

—Puedes —gruñó Ty, el hambre dentro de él crecía aún más cuando


imaginaba la dulce tensión de su sexo mientras se presionaba dentro de
ella por primera vez—. Y lo harás... pero no esta noche.

Su expresión parpadeó tan rápidamente entre alivio y desilusión que


casi la perdió. Su necesidad por él era poderosa... pero también lo era su
miedo.

Era hora de que él respondiera a ambos.

En un movimiento suave, la hizo girar boca abajo en sus brazos. La


Omega jadeó mientras su cabeza llegaba incluso a sus piernas. Él
enganchó un brazo debajo de sus rodillas y presionó su rubor contra él.
Con la otra mano, le arrancó las delicadas bragas de encaje rojo.
Un gruñido primitivo retumbó desde el pecho de Ty al ver sus suaves
labios rosados brillando con una fragante humedad. La atrajo hacia sí y
la cubrió con su boca.

La Omega gritó de asombro cuando su lengua barrió su vulva. El


sabor de su humedad le llenó la boca, y Ty ansió más. Él chupó, sacudió
y bebió hasta que los gemidos de la Omega resonaron entre los árboles.
Hasta que sus piernas temblaron contra sus mejillas.

Esto era lo que él había deseado desesperadamente.

Esto era lo que se había estado perdiendo.

Pero había más.

22
Ty se puso rígido mientras hambrientamente le lamía mientras
todavía colgaba boca abajo de su brazo. Un calor húmedo se apoderó de
la cabeza de su pene. Remolinos de placer irradiaron a través de él
cuando ella lamió alrededor de su eje. Podía sentirla, oírla, tratando de
llevarlo dentro de su boca, pero ella no podía hacerlo encajar.

En cambio, lo trabajó con sus manos. Sus palmas lo acariciaban con


urgencia, largo y duro, tratando de mantenerse al día con su ritmo
despiadado.

Sí.

Ella lo necesitaba. Tanto como él la necesitaba. Necesitaban hacerse


explotar mutuamente. Necesitabas hacer que el otro se viniera una y otra
vez.

El aliento de la Omega creció más rápido mientras todo su cuerpo


se retorcía contra él. Ty podía sentir la tensión creciendo dentro de ella,
los estrechos límites del éxtasis a punto de romperse.

Ella lo bombeó más fuerte, más rápido, rogándole sin palabras que
la acompañara. Cerrando sus labios alrededor de su clítoris, succionó la
delicada protuberancia de carne en su boca, frotándola bruscamente con
su lengua.

Todo el cuerpo de su Omega se sacudió. Su boca y manos trabajaron


su pene frenéticamente hasta que ella se hizo añicos en sus brazos,
gritando en pura liberación. Una nueva ola de humedad recorrió la
barbilla y el pecho de Ty. El sabor solo fue suficiente para llevarlo al límite
con ella.

Sus bolas se tensaron y pulsaron. Salieron chorros espesos de


semen, fruto del placer más intenso que Ty había sentido en su cuerpo.
Le temblaban las piernas. Su cabeza cayó hacia atrás mientras rugía
triunfante.

Momentos después, sintiéndose completamente desgastado más


que nunca antes en su vida, Ty dejó caer todo su peso contra la pared.
Acunó el lánguido cuerpo de la Omega en sus brazos y la enderezó
suavemente.

Esta vez ella no luchó contra él. Toda la tensión había sido
arrancada de sus músculos. Los últimos vestigios de miedo se habían

23
desvanecido. Sus párpados cayeron.

La fuerza de su orgasmo la había agotado.

Somnolientamente envolvió sus manos alrededor de su cuello, su


mejilla contra su pecho. No se habló más de lo que era o no era posible.

Solo quedaban ellos ahora.

Juntos.
24
Incluso en los mejores días, Mia odiaba las mañanas.

Ella gimió cuando fragmentos dolorosos de luz del día apuñalaron


sus párpados, pensando que su compañera de cuarto debía haber abierto
las persianas de nuevo.

Con los ojos cerrados, sintió alrededor de la parte superior de la


cama, buscando algo que poner sobre su cabeza para bloquear la luz. Su
mano aterrizó contra algo suave y esponjoso. Una almohada. Perfecto. Lo
agarró y lo presionó sobre su rostro.

En un instante, la gloriosa oscuridad regresó.

Soltando un suspiro de alivio, Mia volvió a meter los brazos debajo


de la manta y se acurrucó de lado. Solo necesitaba cinco minutos más de
sueño antes de la clase de matemáticas.

De acuerdo, tal vez diez.

Si se saltaba el café en su camino a través el campus, aún podría


hacerlo con suficiente tiempo.

Mia movió sus hombros y caderas contra el colchón. Se sentía


diferente esta mañana. Acogedora, suave y realmente cómoda, palabras
que nadie usaba para describir una cama doble en el dormitorio. Pero
había más que eso.
Pateó su pierna y se sorprendió cuando su pie se deslizó sobre la
vasta extensión del colchón en lugar de sobresalir en el frío aire de la
mañana.

Imaginar que su cama se había vuelto más cómoda durante la noche


era una cosa, pero creer que en realidad había crecido...

Una sensación incómoda echó raíces en el estómago de Mia.


Visiones de las terribles pesadillas que había tenido la noche anterior
pasaron por su mente. Sueños desagradables.

Y tan vívidos. Sueños de Dustin sacándola del coche, de Josh


corriendo por el camino, de un Alfa gigante persiguiéndola y...

Y atrapándola.

25
Oh, mierda.

Mia cerró los ojos con tanta fuerza como pudo. Tenía que ser un
sueño. Tenía que serlo. No es que estuviera a punto de abrir los ojos y
descubrirlo con seguridad. Demonios no. Mientras mantuviera los ojos
cerrados, podría seguir fingiendo que aún estaba dormida. Que estaba a
salvo en su cama, y todo esto era un sueño.

Pero con cada segundo que pasaba, ella estaba cada vez más
despierta y consciente. Mia se metió en una pequeña bola, tratando de
mantener la realidad a raya, pero cuando tiró de sus piernas, una
punzada de dolor recorrió su cuerpo.

Su rodilla.

La herida la trajo de vuelta a la realidad en un instante.

Lágrimas ardientes pincharon los ojos de Mia cuando apartó la


almohada de su cabeza y abrió los ojos.

La brillante luz del sol entraba por una ventana en la pared del
fondo. A través del cristal, podía ver las puntas de los altos pinos
meciéndose en el viento contra el cielo azul claro.

Solo había un lugar donde los árboles crecían tan altos. Las Tierras
Fronterizas.

Mia envolvió sus dedos alrededor del borde de la manta y la apretó


contra su pecho. Su pecho desnudo.
Su boca se abrió cuando todos esos recuerdos volvieron a aparecer:
el cuerpo del Alfa tan duro contra su piel, su lengua lamiéndola, su
liberación disparándose en su boca.

Entonces las palabras de Josh se repitieron en su mente: solo lo


follarás como la pequeña zorra que eres.

La vergüenza roja y ardiente iluminó sus mejillas. La terrible


sensación se extendió por todo su cuerpo. Querido Dios, Josh tenía
razón: cada cosa horrible que había dicho sobre ella era verdad.

No había durado una hora completa en las Tierras Fronterizas antes


de terminar con un pene en la boca.

Mia intentó respirar, pero en su lugar salió un sollozo. Las lágrimas

26
picaron en sus ojos y rodaron por sus mejillas.

¿Qué iba a hacer?

Iba a irse de aquí, eso es lo que haría.

Nueva resolución llenó su pecho ante la idea. Mirando


frenéticamente alrededor de la habitación, Mia vio su vestido sobre el
respaldo de una silla. Parecía que había pasado por el infierno, sucio y
desgarrado.

Justo como ella.

Lentamente apartando las mantas de su cuerpo, cerró los ojos y se


concentró en escuchar los sonidos a su alrededor. Justo afuera de la
ventana, pudo distinguir un pájaro cantando y el susurro del viento. Todo
lo que podía escuchar dentro de la casa era el sonido de su propio aliento.

Nada más.

Sin pasos, sin tablas crujientes, sin puertas cerradas. Solo silencio.
Estaba sola en la casa.

Lo que significaba que, si iba a salir corriendo, era ahora o nunca.

Mia hizo una mueca mientras balanceaba los pies sobre el costado
del colchón. Su rodilla todavía estaba roja e hinchada, y ahora rígida por
varias horas de descanso. Siseó en un suspiro mientras probaba su peso
sobre ella.
Maldición, dolía, pero al menos podía ponerse de pie. Eso significaba
que no estaba rota. Simplemente magullada hasta el infierno. Tendría
que pedirle a un médico que la revisara si volvía a la civilización.

Cuando, no si, se corrigió.

Lanzando su vestido sobre su cabeza, Mia cojeó hacia la puerta. Solo


por si acaso, presionó su oreja contra la pesada losa de madera. No
escuchó nada más que silencio al otro lado, por lo que susurró una
pequeña oración y abrió la puerta.

La habitación principal era tan rústica como la habitación. Los


suelos eran de madera dura y estaban pulidos. Las paredes estaban
desnudas y sin pintar. Las únicas decoraciones que vio en todo el lugar
eran los detalles finamente tallados grabados en los muebles simples.

27
Podía haber habido más, pero Mia no estaba dispuesta a detenerse y
mirar a su alrededor.

Solo le interesaba una cosa: la puerta de entrada.

Correr estaba fuera de la cuestión, por lo que cojeó tan rápido como
pudo a través de la sala principal y suspiró de alivio mientras su mano
se envolvía alrededor del pomo.

Tal vez iba a salir de aquí después de todo.

Su suspiro se convirtió en un jadeo en el momento en que abrió la


puerta. No, no iba a lograrlo después de todo.

De pie justo afuera, ocupando cada espacio en el marco de la puerta,


estaba el Alfa. Sus manos descansaban a ambos lados de la abertura
como si la hubiera estado esperando todo el tiempo. Sus ojos oscuros
miraban intensamente los de ella. Su expresión era dura pero no cruel.
Mia luchó por leerlo.

Como un conejo en la mirada de un lobo, ella no sabía si correr o


congelarse en su lugar. En cambio, retrocedió un paso.

El Alfa no se movió. Sus brazos permanecieron apoyados. Su amplio


pecho se quedó quieto. Todo sobre su lenguaje corporal gritaba que
estaba atrapada. No había escapatoria.

—Yo... yo solo quería tomar algo de aire —dijo.

Sus ojos se entrecerraron. Estaba claro que no le creía.


—¿Está bien?

Mia tragó el grueso nudo que se estaba formando rápidamente en


su garganta.

—No iba a correr.

Levantó la barbilla una fracción de pulgada.

—No dije que fueras a hacerlo.

Mierda.

Después de un largo y tenso silencio, sus brazos se apartaron del


marco y entró en la casa, cerrando la puerta detrás de él. El chasquido
del pestillo al deslizarse sonó como el cerrojo de la puerta de una prisión.

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Como para conducir el punto a casa, el Alfa apoyó su espalda contra ella.

No había manera de que saliera ahora.

—Me alegra que estés despierta y fuera de la cama —dijo, cruzando


los brazos—. Tengo algunas preguntas.

El corazón de Mia golpeaba contra su esternón. No estaba segura de


tener respuestas. No las que quería dar, de todos modos.

—¿Quién eres? —preguntó.

No quería decirle su nombre, incluso aunque no creía que él lo


reconociera. El Alfa no le parecía del tipo que seguía las noticias, pero no
quería correr el riesgo. Esto ya era una maldita pesadilla. Lo último que
necesitaba era que esto se convirtiera en una situación de rehenes.

Entonces, le dijo lo que era en su lugar.

—Soy estudiante en UC Berkeley.

—Lo eras —dijo.

Mia parpadeó.

—¿Disculpa?

—Lo eras —repitió—. Eras estudiante allí. Ya no.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No. No podía decir lo que ella


pensaba que era.
—Pero los exámenes parciales comienzan el lunes, y si no regreso...

—No volverás. —Su voz era firme, dominante. Más segura que el de
Josh. Más poderosa que la de su padre.

Mia retrocedió otro paso.

—¿Pero por qué?

La dureza en sus ojos se intensificó.

—Creo que ya sabes la respuesta a eso.

Por supuesto que lo hacía. No importaba cuánto quisiera negarlo, lo


sabía. Había tomado suficientes clases de introducción de ciencias para
saber sobre la conexión Alfa/Omega. Ella sabía sobre el celo y sus

29
costumbres, su deseo animal de aparearse y la brutalidad de su unión
incivilizada.

Mia simplemente se negaba a creer que posiblemente podría


aplicarse a ella.

—No soy una Omega —susurró.

—Sí, lo eres. —No había disculpas en su voz. Sin suavidad en


absoluto. Solo la cruel verdad.

Mia sacudió la cabeza violentamente, esperando que si lo intentaba


lo suficiente, podría sacudirse la realidad.

—No, no puedo serlo.

Un retumbar bajo emanó de sus labios. En un solo paso, el Alfa cerró


la distancia entre ellos. Antes de que Mia pudiera deslizarse, él le rodeó
la nuca con la mano y la besó.

En un instante, un ardiente deseo se incendió en sus venas. La


sensación se expandió en su sangre, extendiéndose por su cuerpo y
prendiendo fuego a cada parte de su cuerpo. Cada golpe de su lengua
avivó las llamas cada vez más altas. Cada toque agregaba más
combustible.

Cuando se apartó, sus ojos eran tan duros como el granito.

—Sí, lo eres.
Una nueva vergüenza, más aguda que nunca, atravesó a Mia como
una navaja de afeitar. Se llevó una mano a los labios y maldijo su cuerpo
traidor.

Pero el Alfa no se relajó. Ni siquiera por un segundo. Mientras una


mano acunaba su cabeza, la otra le rodeaba la cintura.

—No me importa cómo fuera tu vida antes. Ahora eres mi Omega. —


Y para demostrar su punto, dirigió su mirada fijamente al lugar entre sus
piernas, al lugar donde Mia sintió una vergonzosa oleada de charcos
resbaladizos en reacción a su beso—. Y hay cosas que quiero saber.

—¿Cómo qué?

—¿Quién te hirió?

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Oh Dios. Ella apretó los labios con fuerza. No podía decirle eso. Claro,
estaba enojada con Dustin y Josh, especialmente con Josh, y quería
justicia.

Justicia, no venganza.

Su ex y su mejor amigo eran mocosos mimados. Eran idiotas. Quizás


incluso criminales. Y merecían unas semanas en la cárcel por lo que le
habían hecho. Con la influencia de su padre, ella podría sacarlos de la
escuela. Ese era el tipo de retribución que había estado esperando.

No asesinato.

Pero eso era lo que vio brillar en los ojos del Alfa: pura rabia animal.
No había levantado una mano contra ella, al menos no todavía, pero de
alguna manera sabía que Dustin y Josh no tendrían tanta suerte.

—Nadie. —Mia sacudió la cabeza y miró a sus pies mientras


mentía—. Tuve un accidente.

—¿Un accidente? —Un segundo después, sus dedos pellizcaron su


barbilla, levantándola y ladeándola, exponiendo su mejilla a la luz—.
Alguien te golpeó accidentalmente.

Mia se mordió el labio, tanto para tragarse los sentimientos de


calidez que florecieron en su núcleo como para evitar decir la verdad.

—No tienes que preocuparte por eso —dijo.

Su profundo y aterrador gruñido llenó toda la habitación.


—Por supuesto que sí —dijo—. Tú eres mi…

Antes de que pudiera terminar la oración, Mia le quitó la mano de la


cara. Estaba harta de que la gente le dijera lo que era.

—No soy tu nada.

Girando fuera de su alcance, ella corrió como el infierno hacia la


habitación. Se sorprendió al entrar y cerrar la puerta detrás de ella. El
Alfa era mucho más rápido. Podría haberla atrapado fácilmente si
hubiera querido.

Atraparla, tomarla en sus brazos y apoyarla contra la pared, y...

Los recuerdos de la noche anterior le invadieron la cabeza. Ella... no


había sido ella misma. No había tenido el control. Cuando la tocó, algo

31
más se hizo cargo. La hizo ceder a los impulsos oscuros y sensuales
enterrados profundamente dentro de ella.

No podía permitir que eso volviera a suceder.

Mia buscó algo para cerrar la puerta. Desafortunadamente, no había


mucho para elegir. Por lo que podía ver, el Alfa vivía una vida espartana.

Aunque sabía que no sería suficiente, agarró la única silla en la


habitación. Sin embargo, resultó ser mucho más pesada de lo que
parecía, y Mia luchó para arrastrarla por el suelo y colocarla debajo del
pomo.

Era un buen comienzo. Probablemente era lo suficientemente


grande como para mantener al Alfa fuera durante unos minutos, pero no
un día entero. Necesitaba algo más. Algo más grande. Algo más fuerte.

Pero no había nada. La habitación estaba vacía, excepto por un


armario lleno de ropa y una cama sin hacer.

La cama.

Eso podría funcionar. Corriendo hacia el otro lado, Mia empujó con
todas sus fuerzas. El enorme marco de madera maciza no se movió ni
una pulgada. Había sido estúpido pensar que lo haría.

El corazón de Mia saltó a su garganta ante el sonido de fuertes pasos


que se dirigieron hacia el dormitorio.

El Alfa se acercaba.
Y se estaba tomando su tiempo. ¿Por qué no? No era como si hubiera
un lugar hacía donde pudiera ir.

Aun así, Mia no podía enfrentarlo en este momento. Estaba


demasiado asustada. Lastimada. Demasiado cruda. Podría no ser capaz
de mantenerlo fuera para siempre, pero al menos tenía que intentar
defenderse. Tenía que probarse a sí misma y a él que no iba a darse la
vuelta y someterse al destino.

Respirando hondo, Mia intentó una vez más empujar la cama por el
suelo. Los gruesos postes de madera no cedieron, pero el colchón sí.

Bien, entonces.

Deslizando sus manos debajo de la almohadilla gruesa, levantó y

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empujó con todas sus fuerzas. Era pesado y difícil de manejar, pero al
menos se movía... un total de cuatro pulgadas.

Esa fue la distancia que recorrió antes de que la puerta se abriera


de golpe. La silla que había luchado por mover voló a través de la
habitación, rompiéndose en pedazos cuando se estrelló contra la pared
del fondo.

Mia se congeló cuando el Alfa la capturó en su mirada. No quedaba


más paciencia en sus ojos. Sin moderación en su expresión. Estaba
molesto y enojado... y hambriento.

—¿Qué estás haciendo? —Su rugido llenó la habitación, sacudiendo


las paredes. Las rodillas de Mia temblaron por su intensidad. Su mirada
culpable cayó sobre el colchón, que ahora estaba torpemente cubierto
sobre el borde de la cama.

—Intentando mantenerte fuera. —No tenía sentido mentir.

El Alfa echó los hombros hacia atrás. Su pecho empujado hacia


afuera. Mierda, era grande. Tan enorme que Mia entendió por qué
necesitaba mantener sus habitaciones tan abiertas y espaciosas. Apenas
había espacio suficiente para él.

—¿Por qué?

¿De verdad? ¿En serio no lo sabía o solo quería escucharla decirlo


en voz alta? Tal vez se desharía de su miedo, al igual que Josh.
Si ese era el caso, Mia estaba harta de eso. Si estaba a punto de
morir aquí, iría a su tumba con al menos una pizca de dignidad intacta.

—Porque no sé qué demonios está pasando —le gritó—. No te


conozco. No sé dónde estoy. Ya ni siquiera sé quién soy.

—Tú eres mi…

—Lo juro por Dios, voy a gritar si dices esa palabra una vez más.

La mandíbula del Alfa se endureció.

—Entonces grita —dijo—. No cambiará nada. No secará la humedad


que corre por tus piernas.

Mia jadeó mientras miraba a sus pies. Efectivamente, corrientes de

33
humedad brillante corrían hacia el suelo. No lo había notado antes. Había
estado demasiado concentrada en intentar escapar.

Pero ahora que el Alfa había hablado de su humedad, era todo lo


que podía sentir: el calor húmedo, la acumulación y el goteo, la espiral
apretada en su vientre que se tensaba aún más cada vez que miraba al
Alfa, la necesidad que no era como nada que hubiera sentido antes.

—Esto no puede estar pasando —dijo en voz alta, más para sí misma
que para el Alfa.

—Pero lo está —dijo, acercándose y doblando la esquina de la


cama—. Estás entrando en celo y no puedes combatirlo.

Al infierno que no podía.

Levantando la barbilla, Mia agarró lo primero que cayó sobre su


mano y lo levantó como un escudo. Resultó ser una almohada.

Mierda.

—Quédate atrás —dijo.

El Alfa sacudió la cabeza.

—Realmente no quieres que lo haga. —La certeza en su voz hizo


temblar las manos de Mia—. Al igual que no quieres encerrarte o volver
corriendo al mundo Beta.

Mia negó con la cabeza, pero no había convicción en el gesto.


—No sabes lo que quiero.

Los ojos del Alfa estaban firmes cuando él cerró la brecha entre ellos.
Sin esfuerzo, le quitó la almohada de los dedos y la arrojó sobre su
hombro.

Mia retrocedió un paso hasta que su trasero fue presionado contra


la pared. Estaba atrapada. Ahora realmente no había escapatoria.

—Sí. —Su mirada bajó a sus labios—. En este momento, hay una
tensión dolorosa dentro de ti. Es como nada que hayas sentido antes, tan
fuerte... tan intensa. Hasta ahora, has podido controlar tu deseo. Pero ya
no.

Mia se mordió el labio inferior. ¿Por qué su boca de repente estaba

34
tan seca?

—Te preocupa que si cedes a la lujuria que te está atravesando,


nunca volverás a ser la misma —continuó—. Y tienes razón. No lo serás.
Pero aun así lo quieres.

—No lo hago —dijo, tratando de sacudir la cabeza, pero descubrió


que no podía apartar la mirada de los ojos del Alfa.

Todo su cuerpo temblaba. Intentó respirar, pero el aire estaba


demasiado caliente. Muy pesado. El peso de la presencia del Alfa la
presionaba como una tormenta.

—No me mientas. —Sus palabras no reflejaban enfado, pero eran


firmes. Como el hormigón.

Bajando la mano, se quitó la camisa.

Todo el aire dejó los pulmones de Mia al ver su pecho desnudo,


ancho, duro y perfecto. Antes de que ella supiera lo que estaba haciendo,
su mano se extendió hacia él. Se contuvo en el último momento y retiró
los dedos.

—No —dijo el Alfa, agarrando su muñeca. La ardiente necesidad la


invadió ante su toque. La espiral en su vientre se tensó aún más—. Toma
lo que quieras.

Él empujó su mano hacia adelante, presionándola contra su


esternón.
Los dedos de Mia se extendieron sobre los músculos de su pecho.
Su palma se aplanó.

—Sí —susurró ella mientras un hormigueo eléctrico bajaba por sus


brazos.

Su piel era tan cálida, tan viva. Ella levantó su otra mano y la
extendió sobre los músculos esculpidos de su vientre. Arriba y abajo,
pasó los dedos sobre su cuerpo. Con cada caricia, su deseo crecía y su
humedad fluía.

Él tenía razón. Ella no podía evitarlo. No podía detenerlo. No quería


hacerlo.

Lo que quería era sentir cada parte de él, aceptar toda su fuerza y

35
vitalidad dentro de ella y alimentarse de ella. Dejar que su cuerpo la
llevara a alturas de placer que nunca había sabido que existían.

Y todo lo que tenía que hacer era rendirse.

Ceder a su Alfa.

Él sabía lo que ella necesitaba. Sabía cómo aliviar ese miedo dentro
de ella. Cómo quitar el dolor.

Sus músculos se flexionaron y tensaron debajo de las yemas de sus


dedos. Un suave retumbar vibró en su pecho.

Sí.

No estaba sola en estos sentimientos. La comprensión la empujó aún


más hacia la bruma de la necesidad. Su cuerpo reaccionó al de ella con
la misma fuerza. Trazó sus dedos hacia abajo aún más... debajo de la
cintura de sus jeans y sintió la prueba de su necesidad.

El contorno de su erección presionó contra su mano. Muy dura. Muy


grande.

Demasiado grande.

—No creo que pueda…

—Puedes. —No la dejó terminar. En cambio, deslizó su mano entre


sus piernas, y ella contuvo el aliento entre los dientes apretados cuando
sus dedos se deslizaron entre los labios de su vulva. Se inclinó y le
susurró al oído—. Estás tan mojada. Tan lista para convertirte en lo que
naciste para ser.

Mia dejó escapar un gemido cuando lo último de su vacilación se


desvaneció. Cuando su pulgar rozó su clítoris, ni siquiera podía recordar
por qué había estado luchando.

Estaba pensando con un nuevo cerebro ahora. Sintiendo con un


cuerpo nuevo. Dejando atrás a la vieja Mia y convirtiéndose en alguien,
algo, nuevo.

Se dejó caer de rodillas mientras liberaba su pene, lamiendo,


acariciando y frotando el miembro gigante contra sus labios. Un
momento después, el Alfa la agarró por los codos y la levantó de nuevo.
Girándola, él guió su cuerpo hacia el colchón.

36
Sí. Esto era lo que ella quería. El Alfa retumbó bajo en su pecho
cuando sus manos se cerraron alrededor de sus caderas. La atrajo hacia
él, acurrucando su cuerpo entre sus piernas. Su pene se presionó contra
ella, y ella no pudo evitar frotarse contra su rígida longitud.

Dios, se sentía bien.

Pero el Alfa estaba equivocado. Ella no quería su pene. Ella lo


necesitaba.

Como el aire, lo necesitaba. Tenía que conocer la sensación de él


profundamente dentro de ella.

Aun así, Mia no podría haber imaginado la sensación del Alfa


presionando contra su hendidura. Su sexo se tensó para estirarse
alrededor de la cabeza de su pene. En respuesta a la presión exquisita,
derramó más humedad, cubriendo su eje.

—Ábrete para mí. —Otra orden enunciada con los dientes apretados.

Mia hizo todo lo posible para relajarse mientras el Alfa introducía su


miembro, era tan grande, tan grueso, tan duro.

Durante un segundo, Mia se preocupó de haber tenido razón. Que


no había forma de que encajara.

Pero tenía que hacerlo.


El instinto se hizo cargo, cerrando su mente consciente. De repente,
el cuerpo de Mia se movió con una sabiduría propia. Sus músculos se
relajaron. Su matriz se expandió. Sus labios gritaron mientras sus
paredes interiores se aferraban a él. Sus dedos se envolvieron alrededor
de las mantas y la ropa de cama cuando sus caderas comenzaron a
balancearse.

Pronto ella lo tomaría todo. Cada golpe la alejaba más y más de su


antiguo yo, llenando el espacio vacío de placer y pasión, hasta que eso
fuera lo único que importaba.

Detrás de ella, el Alfa aceleró el paso. Su carne se apretó contra la


suya cuando la tomó con fuerza y rapidez. Su aliento bañó su piel. Su
mano la sujetó con fuerza. Todo el tiempo, Mia clamó por más.

37
Y eso era precisamente lo que él le dio. Más y más de sí mismo. Más
de su pene. Más éxtasis de lo que podía soportar.

Su cuerpo se contrajo, estalló y, al mismo tiempo, se apretó más


fuerte que nunca. Las paredes de su sexo pulsaron contra el eje del Alfa
mientras él rugía. Caliente, pegajoso se vino con su humedad, llenándola
hasta desbordarse. Pero en lugar de estallar, quedó atrapado dentro,
apretado por un nudo grueso que los unía.

Unos momentos después, su cuerpo se derrumbó sobre el de ella,


pero Mia no se quejó. De alguna manera tenerlo tanto sobre como dentro
de ella se sentía bien. Se sentía seguro. Se sentía perfecto.

Por primera vez desde que llegó a las Tierras Fronterizas, no estaba
pensando en escapar. Estaba justo donde necesitaba estar.

Lo único que quería era más.


38
Cuatro días.

Ty se frotó el hombro derecho y rodó el cuello. Los músculos que


corrían a lo largo de su espalda se tensaron en protesta mientras
levantaba los brazos para estirarse. Cada centímetro de su cuerpo se
sentía agotado y gastado.

Cuatro días seguidos de mierda harían eso.

No es que se estuviera quejando. El celo de su Omega había sido


asombroso, más intenso de lo que se había atrevido a soñar. Después de
su primer apareamiento, ella se había deslizado en una niebla de lujuria
primaria. Durante ese tiempo, ella no habló, no comió, apenas durmió.
Todo lo que ansiaba era su pene.

Y Ty había estado muy feliz de darle lo que necesitaba.

Se puso un par de pantalones y miró su cuerpo exhausto. Por


primera vez desde que la llevara de regreso a su cabaña, su Omega estaba
quieta. Acurrucada en sus sábanas, con el pelo extendido sobre su
almohada, podía admirar lo hermosa que realmente era. Lo frágil.

Ty rechazó la necesidad de quitarse la ropa y deslizarse debajo de


las sábanas con ella. Necesitaba descansar. Su cuerpo había pasado por
mucho. El cambio en su naturaleza y su primer celo la habían agotado
por completo, pero pronto tendría que despertarse. Necesitaba comer.

Y él necesitaba respuestas.
Ty sabía que había cometido un error al intentar hacer que le
contara todo demasiado pronto. Con su primer celo, había estado
demasiado abrumada para pensar con claridad. Había demasiadas
hormonas, demasiadas emociones, todas ellas nuevas.

Pero ahora las cosas eran diferentes. La verdadera naturaleza de Mia


había florecido, sus necesidades biológicas se habían cumplido y su
vínculo era innegable.

Una vez que se despertara, le contaría todo: quién era realmente,


por qué había venido a las Tierras Fronterizas y quién la había lastimado.

Ty entró en su cocina y encendió un fuego en la estufa. Estaba a


punto de freír un huevo cuando escuchó el débil y lejano crujido de pasos
que se acercaban a su casa. Echó la cabeza hacia atrás y probó el aire.

39
Samson. Un amigo.

El otro Alfa se ocupaba de hacer el mayor ruido posible mientras


atravesaba la tierra de Ty. Sus pasos eran lentos y pesados. Cayeron
ruidosamente sobre ramas y hojas viejas. Incluso tosió visiblemente un
par de veces. Su amigo quería hacer evidente que venía la compañía.

Lo que solo podría significar una cosa. Otros sabían sobre su Omega.

La mandíbula de Ty se tensó. No estaba seguro de cómo se sentía al


respecto.

Las Tierras Fronterizas estaban separadas del mundo Beta, pero no


existían en el vacío. Siempre había consecuencias cuando una Omega
encontraba a su Alfa.

Siempre.

Ty tuvo tiempo suficiente para terminar de freír su huevo y tirarlo


sobre un trozo de pan con mantequilla antes de que Samson llegara a su
porche. Al salir por la puerta principal y sentarse en el escalón superior,
Ty esperó a que el otro Alfa emergiera de los árboles.

—Te tomaste tu tiempo para traer tu dulce trasero hasta aquí —dijo
cuando Samson finalmente mostró su rostro.

—Pensé que estarías agradecido por la advertencia —dijo el otro Alfa


encogiéndose de hombros. Samson le dio una mirada a Ty, su oscura
mirada mostraba una mezcla de diversión y preocupación.
—Lo aprecio. —Ty dejó escapar un largo suspiro—. Entonces ya lo
sabes.

Su amigo asintió.

—Lo sé.

—¿Cuántos otros?

Samson se detuvo al borde del porche de Ty y apoyó su hombro


contra la alta viga de soporte. Él inclinó la cabeza, su expresión
pensativa.

—¿En este punto? —dijo su amigo—. Casi todos.

—¿Cómo lo averiguaste?

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Samson levantó una ceja.

—¿Estás bromeando? Era obvio.

—¿Obvio? —Cuando Kian encontró a su Omega frente a un bar


lleno, eso fue jodidamente obvio—. ¿Qué demonios hice?

—Dejaste un charco de semen mezclado con la liberación de la


Omega lo suficientemente grande como para ser detectado a kilómetros
de distancia —dijo Samson—. Luego desapareciste durante cuatro días.
Elige la palabra que quieras para describir lo que sucedió, siempre que
no sea sutil.

Ty no apreciaba por completo la risa que brillaba en los ojos de su


amigo. Samson podría haber sido un amigo y un hermano Alfa, pero en
este momento, su sentido del humor era un dolor de cabeza.

—Supongo que la gente está enojada porque Evander ha estado


cerrado tanto tiempo —dijo Ty.

El Bar de Evander no era solo una casa de campo. En los años


transcurridos desde que Ty se había apropiado del lugar, se había
convertido en el centro de la vida Alfa en las Tierras Fronterizas del
Noroeste del Pacífico.

El bar no solo era el lugar donde sus hermanos iban a beber y


socializar, sino que también era donde recogían sus suministros y
comerciaban con el mundo Beta. Cuatro días era mucho tiempo para que
estar cerrado.
Samson se pasó la mano por la nuca.

—Entre otras cosas.

Ty estrechó la mirada.

—¿Qué otras cosas?

El pecho de Samson se levantó con una respiración profunda, pero


no cayó al exhalar. Eso y la siguiente pausa hicieron que Ty pensara que
esto podría ser más que una simple visita amigable.

Su amigo, Samson, podría haber sido el Alfa más grande en su


pequeña sección del mundo, pero siempre había sido un poco diferente.
Más reflexivo que la mayoría. Más abierto. Algunos incluso susurraban
que había desarrollado sentimientos por una Beta, algo que Ty no quería

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creer.

Pero además de todo eso, también era el más diplomático. Las malas
noticias siempre sonaban mejor viniendo de Samson.

—Unos extraños llegaron hace dos días —dijo Samson


cuidadosamente, todo el humor desapareció de su voz.

La gente de su Omega. Tenían que serlo. Ty se tensó. Si ellos eran


los que la habían lastimado, él...

Oscuros pensamientos se arremolinaban en la cabeza de Ty.


Docenas de posibilidades violentas flotaban en su mente. Tantas
maneras de hacerlos sufrir.

—¿Siguen viniendo? —preguntó Ty.

—Esa es la cosa —dijo Samson con un suspiro—. Nunca se fueron.


Han establecido un campamento en el estacionamiento de Evander.

¿Establecido un campamento? ¿Por qué diablos harían eso? Ningún


Beta se quedaba en las Tierras Fronterizas durante días. Ni siquiera los
miembros de la familia más decididos.

—¿Son sus padres? —preguntó Ty.

Samson sacudió la cabeza.


—Policías Beta —dijo—. Muchos de ellos. Algunos de ellos locales.
Algunos federales. Parece que están preparados para quedarse por un
tiempo. Han traído vehículos de comando y camiones blindados.

¿Qué mierda? Ty apretó los labios. Todo esto por una pequeña
Omega, la que estaba profundamente dormida en su cama. ¿Quién
demonios era?

—¿Que quieren? —preguntó Ty.

—A una chica llamada Mia Baird. Cinco pies con seis. Cabello rubio.
Ojos azules. En el lado leve. ¿Te suena familiar?

Mia Baird. Entonces ahora sabía su nombre.

—Tal vez.

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—Resulta que tu Omega es la hija de un Senador.

Ty curvó los dedos y apretó los puños. ¿Se suponía que eso
significaba algo para él? Le importaba una mierda quién era su padre.
Ella ya no pertenecía a ese mundo.

Ella era una Omega. Su Omega. En su tierra. En su cama. Nadie


tenía derecho a ella excepto él.

No importaba cuántos camiones blindados trajeran.

—Un Senador debería conocer los tratados mejor que nadie —dijo
Ty con los labios apretados—. La ley Beta se detiene en el límite. No tiene
derechos sobre una Omega.

—No tiene derechos sobre una Omega reclamada —aclaró Samson—


. Y como no veo un mordisco en tu hombro, supongo que tampoco hay
mordisco en el suyo.

—Todavía está durmiendo por su primer celo —gruñó Ty—. No ha


habido una oportunidad.

Samson le lanzó una mirada severa, algo raro de su amigo.

—Entonces necesitas encontrar una oportunidad. Y pronto. No solo


por tu bien, sino por el de todos.

—¿Qué significa eso?


—Las tensiones están llegando a su límite, Ty —respondió Samson—
. En ambos lados, y cuanto más tiempo permanezca cerrado Evander,
peor será. Nuestros hermanos no pueden soportar que los forasteros se
apoderen del único terreno neutral en el área, y a los Betas no les gusta
el hecho de que, no respondamos a sus preguntas. La relación entre los
mundos Alfa y Beta es tenso en las mejores circunstancias, pero una vez
que los ánimos estallen, inevitablemente vendrá el derramamiento de
sangre.

—No estarías dispuesto a hacerte cargo de las operaciones en el bar


durante unos días, ¿verdad? —le preguntó Ty a su amigo.

Samson asintió lentamente. No parecía tan sorprendido por la


pregunta. Probablemente había estado pensando en una solución

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similar.

Abrir el bar le daría a los Alfas en el área un lugar para beber y


desahogarse. No haría que los forasteros se fueran, pero los haría más
fáciles de tratar.

—Siempre y cuando te des cuenta de que solo es una solución


temporal —dijo Samson—. Tendrás que venir y hablar con estos
forasteros antes de que se les ocurra venir y hablar contigo.

La sangre de Ty se calentó al pensar en extraños invadiendo su


tierra. De ellos acercándose a su Omega.

Pero por mucho que sus instintos se rebelaran ante la idea de dejarla
atrás, Ty reconoció la verdad en las palabras de Samson. Cuanto antes
se ocupara de esta invasión Beta, mejor.

Para todo el mundo.

—Bajaré hoy —dijo—. Sin embargo, probablemente no les va a


gustar lo que diré. Podría empeorar las cosas.

—No lo sé —dijo Samson, apartándose del poste—. Hablé con el


extraño a cargo de toda la operación. Parece razonable... para una Beta.

Ty asintió con la cabeza. Por lo general, no creería esa descripción


de un policía Beta, pero confiaba en Samson.

—Bajaré esta tarde —dijo Ty—. Tan pronto como ella... Mia... esté
levantada y acomodada.
Su nombre se sentía bien en sus labios, pero no le gustaba el sabor
amargo de tener que aprenderlo de otra persona.

—Me alegra escucharlo —dijo Samson. Dio un paso hacia atrás, listo
para hacer la caminata de regreso a su propia tierra—. Y felicidades.

—Espera. —Ty se levantó de su asiento en el escalón, deteniendo a


Samson cuando estaba a solo unos metros de distancia—. ¿Explicaron
estos extraños lo que estaba haciendo aquí en primer lugar?

—Aparentemente, es una fugitiva —dijo Samson—. Algo sobre una


discusión con su novio.

Los molares de Ty se apretaron uno contra el otro cuando su


mandíbula se cerró de golpe.

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Una discusión.

Del tipo que concluía con una mejilla magullada y una rodilla rota.
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—Mia

Oh, no. Mia se acurrucó más profundamente en el suave nido de


almohadas. La última vez cuando había permitido que algo la atrajera
fuera del cálido y reconfortante capullo del sueño, se arrepintió al
instante. No iba a cometer ese error otra vez.

Esta vez no fue la luz del sol tratando de romper el maravilloso


respiro de sus sueños, sino una voz baja y retumbante. Una que cayó
sobre ella, cubriéndola y consolándola como una manta gruesa.

—Mia, despierta.

Una que sabía su nombre.

Oh, mierda.

La conciencia se estrelló en la mente de Mia como un ladrillo


arrojado a través de una ventana.

Nunca le había dicho al Alfa su nombre. Estaba segura de eso.


Demonios, durante los últimos días, apenas podía recordarlo ella misma.
Lo que significaba que lo había descubierto de otra manera.

Sus ojos se abrieron de golpe. El cuerpo corpulento del Alfa se alzaba


a un lado de la cama. Ella no creía que fuera posible, pero de alguna
manera parecía aún más grande que antes.
Por un segundo, se sorprendió de haber sido capaz de tomarlo
dentro de su cuerpo. Y mucho menos prácticamente sin parar durante
varios días seguidos.

No era de extrañar que cada parte de ella se sintiera tan rígida y


dolorida.

—¿Cómo averiguaste mi nombre? —preguntó ella, luchando por


sentarse en la cama. Sus brazos estaban débiles. Sus piernas también.

Y sus músculos centrales... estaban más que doloridos. Si Mia no lo


supiera bien, habría pensado que había pasado la mayor parte de una
semana con el entrenador físico más brutal del mundo... lo que no estaba
lejos de la verdad.

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El Alfa se cruzó de brazos.

—La gente te está buscando.

¿Gente?

Dustin y Josh.

Tenía que ser eso.

Habían vuelto. ¿Cuánto tiempo la habían estado buscando? ¿Un


día? ¿Dos? Mia negó con la cabeza, solo ahora dándose cuenta de que no
estaba segura de cuánto tiempo había pasado desde que el Alfa la había
encontrado.

No importaba. Lo importante era que Dustin la estaba buscando. Se


había preparado, enfrentó sus miedos y le preguntó a los Alfas dónde
estaba. Fue casi suficiente para que Mia lo perdonara.

Casi.

La adrenalina comenzó a bombear por sus venas, y miró alrededor


de la habitación buscando su vestido. Tenía que estar aquí en alguna
parte.

Intentó saltar de la cama para encontrarlo, pero sus piernas estaban


demasiado cansadas para sostenerla. Su rodilla se dobló en el momento
en que le puso peso, y cayó al suelo. Habría aterrizado con fuerza sobre
su trasero, pero Ty la atrapó en el último segundo. Deslizando un brazo
debajo de sus piernas y el otro alrededor de sus hombros, la levantó y la
acunó contra su pecho.

—¿A dónde crees que vas? —dijo.

—Dijiste que había gente allí fuera.

Sus cejas bajaron. Líneas profundas arrugaron su frente.

—No afuera de la puerta. Incluso si lo estuvieran, ¿qué ibas a hacer?


¿Correr hacia ellos? ¿Rogarles que te lleven?

El ceño del Alfa se profundizó.

¿Era eso lo que estaba haciendo? Mia no estaba completamente


segura.

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Hace solo unos días, habría hecho cualquier cosa para salir de las
Tierras Fronterizas, pero ahora estaba en conflicto. Una parte de ella
todavía quería irse. Volver a la escuela. Con sus amigas. A su vida
normal.

Pero otra parte, una parte más profunda y más fundamental, sentía
una conexión cada vez mayor entre ella y el Alfa. Una conexión de la que
no estaba segura de poder alejarse incluso si lo intentaba.

Lo cual era ridículo, considerando que ni siquiera sabía su nombre.

—No lo sé —admitió—. Todo lo que sé es que me están buscando.

—Nunca dije que fueran a encontrarte —dijo, llevándola a la


habitación contigua—. Nadie nunca te alejará de mí. Nunca.

Nunca.

Mia tragó el nudo en su garganta. Su tono era tan áspero. Dijo cada
palabra como si fuera un juramento sagrado.

—Pero no lo entiendes —intentó ella—. Dustin tiene que estar


preocupado si…

—¿Dustin? —El alfa se congeló a medio paso—. ¿Ese es su nombre?


¿El novio de quien huiste?

¿Qué? Ella no había huido de nadie. Había sido dejada atrás. Tirada
como una bolsa de basura.
Pero Mia no podía decirle eso. En este momento, sus ojos ardían con
una ira que la asustaba. Una ira como esa combinada con una fuerza
que podría arrancarle los brazos a un oso era una combinación peligrosa.

Al menos toda su intención asesina no estaba dirigida a ella.

Por el momento.

Mia apretó la mandíbula. Tampoco podía permitir que toda su


agresión se dirigiera a Dustin. O incluso Josh. Estaría firmando sus
sentencias de muerte.

A pesar de que Mia podía sentir la tensión ondulando a través de su


cuerpo, el Alfa fue gentil mientras la recostaba en el sofá. Frente a ella,
en la mesa, había un plato enorme repleto de deliciosa comida: tostadas,

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queso y huevos. Junto a eso había una humeante taza de café caliente.
El estómago de Mia gruñó de hambre.

El Alfa hizo un gesto hacia el plato con una inclinación de cabeza.

—Come. —Mia parpadeó confundida. ¿Había hecho esto para ella?

¿Él? ¿Un Alfa?

Se sentó y acercó el plato. Dio un mordisco. Maldición, estaba


bueno... y tenía mucha hambre. Antes de que se diera cuenta, Mia estaba
llevando bocado tras bocado a su boca.

El Alfa se sentó en la silla frente a ella y la miró. Su rostro no se


suavizó exactamente, mierda, ni siquiera estaba segura de que pudiera
hacerlo, pero él parecía complacido de verla comer.

—¿Te sientes mejor? —preguntó cuándo ella comenzó a disminuir la


velocidad.

—Un poco.

—Bien. Ahora puedes darme una respuesta directa —dijo—. ¿Fue


Dustin el que te golpeó?

Mia bajó la mirada.

—Te lo dije. Me lastimé en un accidente.

—Eso es mentira. —No parecía enojado, tan seguro de sí mismo—.


Nunca le mientas a tu Alfa.
Tal vez fue el hambre, o el dolor en sus músculos, o el estrés
continuo, pero Mia no pudo evitar soltar una risa sin humor.

—¿Cómo puedes ser mi algo? —Se atrevió a levantar la mirada,


mirándolo directamente a los ojos—. No puedes haber aprendido mi
nombre hace más de un par de horas, y todavía no sé el tuyo.

Los músculos a lo largo de su mandíbula se tensaron.

—Ty Wick.

Ty. El nombre le quedaba bien.

—Eso fue solo un ejemplo. Todavía no sé nada de ti. No realmente.

—Sabes lo que se siente al aliviar la necesidad de tu celo alrededor

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de mi pene. Sabes lo que significa perderte cuando mi nudo se expande
dentro de ti.

El calor inundó las mejillas de Mia. ¿Estaba tratando de


avergonzarla, o simplemente demostrar su punto? De cualquier manera,
estaba funcionando.

—Eso es solo sexo —dijo—. Urgencias biológicas. No es lo mismo que


intimidad.

—¿No? —La furia volvió a su mirada—. ¿Qué detalles íntimos sabe


este Dustin sobre ti?

No muchos, admitió Mia para sí misma. Había tenido algunos


buenos momentos con Dustin en los primeros meses de su relación, pero
sabía que no debía confiarle sus secretos. Su padre había golpeado ese
punto en su cabeza desde una edad temprana.

No se puede confiar en las personas.

No hay tal cosa como la lealtad.

La única persona que te cuida eres tú misma.

Por mucho que Mia odiara admitirlo, su padre tenía razón.

—Nada —dijo ella—. Ya te dije que no tienes que preocuparte por él.
No es una amenaza para ti.

Una sonrisa oscura levantó los labios de Ty.


—Lo sé.

—Entonces no lo entiendo —dijo Mia—. ¿Por qué no me dejas verlo?

—Porque él no es el que te está buscando.

¿Qué? El estómago de Mia cayó.

—¿Entonces quién es?

—Tu padre.

Oh, mierda.

Eso era malo. Muy malo. Si su padre sabía que estaba aquí en las
Tierras Fronterizas, no se detendría ante nada para sacarla... al menos

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hasta que la prensa se enterara.

—¿Mi padre está aquí?

Ty sacudió la cabeza.

—Lo dudo. Nunca he oído hablar de ningún Beta importante que


pase por el límite. Ciertamente no los Senadores.

Mia cerró los ojos. Sintió que la sangre se le escapaba de la cara.


Sus dedos de manos y pies hormiguearon cuando una sensación ominosa
la invadió.

Dios, Ty sabía quién era su padre. Lo que él era.

Si tan solo se hubiera quedado en casa en lugar de ir con Dustin a


ese maldito festival.

Pero no. Había cedido a sus impulsos rebeldes. Liberarse y vivir un


poco, como siempre había soñado. ¿Y a dónde la había llevado? A una
mierda profunda, al igual que su padre siempre le advirtió que haría.

—Entonces, ¿quién está aquí?

—Policías de fuera —respondió Ty—. Tanto locales como federales.

¿El FBI estaba involucrado? Eso debía haber significado que la


prensa sabía de su desaparición. Si no lo hacían, su padre no se habría
molestado con los canales oficiales. Habría enviado un equipo de
operaciones encubiertas que podría encargarse del problema en silencio.
Sin embargo, la presencia del FBI no significaba que estuviera a
salvo. Mia solo podía adivinar lo que su padre planeaba hacer con ella
después de que la sacara de las Tierras Fronterizas. El pensamiento envió
escalofríos por su columna vertebral.

No era como si ser una Omega, fuera una condición médica tratable.
No había hospital ni centro de rehabilitación donde pudiera enviarla.

Sería una responsabilidad. Una marca negra en la reputación de su


padre. Una carga que reduciría su número de encuestas. Sabía que su
padre nunca toleraría eso.

Su miedo debió haberse demostrado porque Ty se inclinó hacia


delante. Alcanzando todo el camino a través de la mesa, tomó su mano.
Al instante, Mia sintió una oleada de calma. Se sorprendió de lo rápido y

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completamente que disminuyó su ansiedad.

—No te preocupes. —Esta vez la intensidad en su voz fue un


consuelo—. No dejaré que nadie te lastime nunca más.

Y Mia le creyó.

Podía sentir la verdad en su toque. Sus palabras no estaban llenas


de falsas promesas o mentiras reconfortantes. Todo lo que decía era
honesto y verdadero. Sabía que Ty se encargaría de ello.

Cuidar de ella.

¿Pero a qué precio?

—No vas a lastimar a nadie, ¿verdad? —Ella no pudo evitar hacer la


pregunta. Tenía que saberlo.

—No puedo prometerte eso.

—Tienes que hacerlo. —Mia agarró su mano aún más fuerte.

—No, no lo haré. —Sus ojos se volvieron duros. Su boca se presionó


en una línea plana—. Lo único que te debo es la verdad. No entiendo por
qué te importa. Estás aterrorizada de estas personas. Lo olí esa primera
noche, y ahora lo huelo.

—Tienes que entender que estas personas son mis amigos y mi


familia —intentó ella.

Ni siquiera un destello de simpatía se mostró en la cara de Ty.


—¿Cuál de ellos te lastimó, los amigos o la familia?

Mia sintió el aguijón de las lágrimas. Cerró los ojos y se apartó.

Al menos lo intentó. Pero Ty ahuecó su mejilla y la obligó a mirarlo.

—Dime lo que te hicieron.

Mia se mordió el labio. No había manera en el infierno de que le


contara lo que había hecho su padre porque sabía que en el fondo no
había forma de que él lo entendiera.

Claro, su padre la había corregido en el pasado. Su egocentrismo y


su ansia de poder la asustaba muchísimo, pero el hombre seguía siendo
su padre. No estaba dispuesta a entregarlo a un Alfa dos veces su

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tamaño.

—Lo siento —dijo, conteniendo un sollozo—. No puedo hacer esto.

Ty la miró durante unos segundos más antes de limpiarle las


lágrimas con la yema del pulgar.

—No te disculpes —dijo, poniéndose de pie—. Te he presionado


demasiado de nuevo. Todavía te estás recuperando de tu primer celo.

Mia asintió en señal de agradecimiento mientras Ty se dirigía a otra


habitación. Pronto, escuchó el sonido del agua corriendo. Cuando regresó
al sofá, la levantó.

—¿Qué estás haciendo?

—Te preparé un baño.

—¿Tienes agua caliente aquí? —Los ojos de Mia se abrieron por la


sorpresa. ¿Cómo era eso posible?

—Hay una red de aguas termales que atraviesan estas colinas —


respondió Ty—. Lo primero que todos aprenden a construir cuando
vienen aquí es un sistema de fontanería.

Una fuente termal que proporcionaba agua para bañarse... tal vez
este lugar no era tan horrible como temía Mia.

La llevó a una habitación con una hermosa bañera de hierro fundido


blanco. El vapor salía del agua que salía del grifo. Ty separó la manta de
su pecho y la dejó caer al suelo. Luego bajó suavemente su cuerpo
desnudo al agua.

Mia dejó escapar un profundo suspiro mientras se hundía en el


abrazo del baño caliente. Sus músculos doloridos prácticamente gritaron
de placer.

Curiosamente, no sintió una pizca de vergüenza con su cuerpo


expuesto. Ni siquiera sintió la necesidad de cubrir las partes de sí misma
que no le gustaban. Estar desnuda cerca de él se sentía... bien.

—Deberías pasar al menos un par de horas aquí antes de salir —


dijo Ty, retrocediendo—. Después de eso, puedes descansar hasta que
regrese.

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Espera. ¿Se iba?

—¿A dónde vas?

—Hay algunos asuntos que tengo que atender en el bar —dijo.

A pesar del agua humeante, un escalofrío recorrió la columna


vertebral de Mia.

—No puedes dejarme aquí.

—No tardaré mucho.

—Pero… —Mia se atragantó con las palabras que no quería admitir,


pero salieron por su cuenta. Casi como si no tuviera control sobre ellas—
. Pero no quiero estar sola.

La línea de la mandíbula de Ty se endureció. Ella podía decir por la


tensión alrededor de sus ojos que él tampoco quería irse.

—No iría si no fuera vital.

Mia envolvió sus dedos alrededor del borde de la bañera. Quería


levantarse, ponerse entre él y la puerta, pero le faltaba la fuerza.

—Vas a hablar con el FBI, ¿verdad?

—Cuanto antes lo haga, antes se irán.

Tal vez si alguien aparte de su padre estuviera involucrado, eso sería


cierto, pero Mia conocía a su padre demasiado bien. No había forma de
que se dejara influenciar por la voluntad de un extraño, especialmente
un Alfa.

—Por favor no lastimes a nadie.

Ty se detuvo en la puerta.

—Volveré antes del anochecer.

Eso fue lo que dijo su boca, pero la dureza de piedra en sus ojos
decía algo completamente diferente.

Sin promesas.

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Samson no había estado exagerando. Los forasteros realmente
habían establecido un campamento en el estacionamiento de su bar.
Coches, camiones, un maldito vehículo recreativo, todos ellos de color
negro brillante del gobierno, por supuesto, ocupaba casi cada centímetro
del estacionamiento.

Los Betas habían venido preparados para quedarse un tiempo.

Demasiado jodidamente malo.

Ty estaba a punto de enviarlos a casa temprano.

Golpeó el pie en el pedal del freno de su camioneta mientras daba la


vuelta, enviando polvo y grava volando en el aire. Apagó el motor y abrió
la puerta. Veinte caras Betas más o menos se giraron mientras bajaba.

—¿Quién está a cargo? —demandó.

Todos lo miraron, ninguno se atrevió a moverse. Su estacionamiento


se había convertido en un mar helado de trajes negros mal ajustados y
bocas abiertas.

—Traedme al Beta a cargo ahora —gritó Ty nuevamente.

Eso lo hizo. Uno de los trajeados salió de su estupor. Corrió hacia la


casa rodante en el centro de la caravana y golpeó la puerta. Después de
tres golpes fuertes, finalmente se abrió.
Ty se cruzó de brazos y se recostó contra el capó de su camioneta
mientras un hombre con un traje ligeramente más agradable que el de
los demás salía. Este Beta no parecía particularmente asombrado o
asustado cuando miró a Ty. Mechones de plata brillaban en su cabello
oscuro y peinado hacia atrás. Una red de líneas tenues en las esquinas
de sus ojos sugería que había visto algo del mundo.

—Debe ser el Sr. Wick —dijo el Beta.

¿Señor? Nadie lo llamaba así nunca.

—Mi nombre es Ty.

—Soy el agente Michael Christie. —El Beta dio un paso adelante con
una confianza que Ty rara vez veía en extraños. El hombre no era

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engreído: Ty sintió una oleada de miedo saludable en el sudor, y había
una sana medida de respeto en su mirada. Incluso era lo suficientemente
inteligente como para detenerse a una buena distancia de diez pies entre
ellos—. Soy el agente principal en esta tarea.

Tal como Samson había dicho, el hombre parecía ser razonable.

—¿Qué tarea? —dijo Ty—. El tratado establece claramente que la


leyes de los Betas no se aplican más allá del límite.

—Cierto. —El agente asintió—. No pretendo tener ninguna autoridad


sobre usted o su tierra.

Bien. Al menos eso estaba claro.

—Pero los Betas tienen ciertos derechos en territorio neutral —


continuó el agente Christie—. Incluyendo el derecho a congregarse y
hacer preguntas sin temor a daños corporales.

—Has estado en las Tierras Fronterizas antes, ¿no? —se aventuró


Ty a adivinar.

—Así es —dijo el agente—. Aunque es mi primera visita al Noroeste


del Pacífico. Todos mis casos anteriores han sido en las Tierras
Fronterizas del Sureste.

—Deben hacer las cosas de manera diferente allí abajo —dijo Ty,
cambiando su peso sobre el capó—. En general, no damos la bienvenida
a grandes grupos de extraños.
El agente asintió su comprensión.

—Entiendo que nuestra presencia aquí esté molestando a muchos


de sus hermanos Alfa. Le pido disculpas por eso.

—¿Eso significa que se van?

Los labios del Beta se tensaron cuando él sacudió la cabeza.

—Desafortunadamente, todavía no. Me han enviado aquí para hacer


un trabajo, y no puedo irme hasta que lo termine.

El agente no parecía más feliz con la respuesta que Ty, pero al menos
el hombre no estaba tratando de molestarlo. Estaba siendo honesto. Ty
podía respetar eso.

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Ty no estaba tan seguro de los otros agentes. Algunos de ellos
apestaban a tensión nerviosa. Otros lo miraban con disgusto apenas
velado. No confiaba en ninguno de ellos. Eran demasiado jóvenes,
demasiado inexpertos. El tipo de Beta con instintos desencadenantes y
algo para probar.

—Tengo sed —dijo Ty, saliendo de la camioneta. Se dirigió hacia la


puerta del bar y no miró atrás—. Si quieres hacer preguntas, tendrás que
hacerlas dentro del bar. A solas.

Un coro de protestas se levantó cuando el Agente Christie le siguió


unos pasos por detrás. Aparentemente, a sus subordinados no les
gustaba la idea de perder de vista a su líder.

Aunque mierda. A Ty no le gustaba que llenaran su estacionamiento


con su mierda.

Sintió que algo de su tensión disminuía en el momento en que entró.


El lugar estaba lleno, una vista inusual para un miércoles por la tarde.
Algunos de estos Alfas solo los veía los viernes por la noche cuando Nicki
traía a sus chicas. Pero parecía que después de cuatro días de encierro,
todos tenían sed de una cerveza y una partida de billar.

Samson le dio a Ty un gesto de bienvenida desde detrás de la barra.

—Veo que conociste al agente Christie.

El Beta sabiamente dejó un taburete vacío entre él y Ty mientras


tomaba asiento.
—Dos cervezas —dijo Ty.

Samson asintió y vertió de un grifo mientras Ty y el Beta se


evaluaban en silencio. El agente sacó su billetera y deslizó a Samson un
billete lo suficientemente grande como para cubrir las bebidas para todos
en el lugar.

—Fue sabio abrir el bar —dijo el agente antes de tomar un sorbo—.


Las tensiones disminuyen de inmediato.

—Desaparecerían si empaquetas tu caravana y te vas.

—Realmente desearía poder hacerlo —suspiró el agente.

—Pero tienes un trabajo que hacer —terminó Ty por él—. Entonces,

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hazlo. Sé que has estado esperando para hablar conmigo. Aquí estoy.
Habla.

El Beta tomó otro trago largo y fortificante. Cuando dejó el vaso, su


mirada firme e inquebrantable indicaba por qué había sido ascendido a
agente principal.

—Estoy buscando a una mujer Beta llamada Mia Baird —dijo


Christie.

—No conozco a ninguna Beta con ese nombre.

Las cejas del agente se arquearon. Esto no podía ser información


nueva para él, pero era obvio por su expresión que no era la noticia que
había estado esperando.

—Entonces... ¿ella es una Omega? —preguntó Christie con cuidado.

Ty echó los hombros hacia atrás, recordando instintivamente al Beta


con quién y con qué estaba tratando.

—Ella es mi Omega.

La expresión del beta se endureció. Obviamente no estaba ansioso


por decir lo que fuera que tuviera en mente.

—No se pretende faltar al respeto, pero eso no es exactamente cierto,


¿verdad?

Los ojos de Ty se entrecerraron.


—¿Me estás llamando mentiroso?

—En absoluto —dijo Christie—. Creo que fuiste el primero en


encontrar a la señorita Baird. No tengo dudas de que fue tu... toque... lo
que reveló su verdadera naturaleza. Y dado que este bar ha estado
cerrado durante cuatro días, estoy razonablemente seguro de que has
estado a su lado en su primer celo.

—Eso la hace mía —dijo Ty.

El Beta sacudió lentamente la cabeza.

—No. Un mordisco de reclamo sella el vínculo entre un Alfa y una


Omega.

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Ty se obligó a respirar.

—¿Y si vuelvo mañana con una marca? —dijo Ty—. ¿Te irás
entonces?

—Honestamente no. —El Beta se movió en su asiento, su calma se


disolvió. El olor a preocupación se derramó de él—. No podré suspender
esta investigación sin una prueba sólida de que Mia Baird está
completamente vinculada a un Alfa y, por lo tanto, fuera de mi
jurisdicción.

—No estarás sugiriendo que arrastre a mi Omega aquí y la entregue


para que algún extraño pueda examinar su cuerpo, ¿verdad?

Christie sacudió la cabeza. Era evidente que no quería tener esta


conversación. El Beta sabía lo físicamente superado que era, pero al
menos era lo suficientemente valiente como para decirle a Ty la verdad
cara a cara. Eso contaba para algo en el mundo Alfa.

—Nadie necesita tocarla —dijo el agente Christie—. En mi


experiencia, los Alfas actúan de manera muy diferente alrededor de las
Omegas reclamadas que las no reclamadas. Eso, combinado con un
mordisco en el hombro, debería ser suficiente como prueba para que lo
lleve a mis superiores.

Ty tomó su vaso y se bebió toda la cerveza.

—Me importa una mierda tus superiores.


—Deberías —respondió el agente—. No creo que aprecies lo
importantes que son las personas involucradas en este caso, o cuánto
poder tienen.

Ty sacudió la cabeza. Nada de eso hacía la diferencia.

⸻Tal vez en tu mundo, pero no tienen poder aquí.

⸻No oficialmente —admitió el agente—. ¿Pero desde cuándo eso


detuvo a los corruptos? Tienes que entender que el padre de tu Omega
ha sido Senador durante varias décadas. No ha mantenido su asiento
tanto tiempo jugando limpio. Lo ha hecho destruyendo a cualquiera que
intervenga en su camino.

—¿Es eso una amenaza? —preguntó Ty, apretando los músculos de

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la mandíbula.

—Es una advertencia —dijo Christie—. Dada por un amigo. Mis


superiores no solo me asignaron este trabajo porque conozco las Tierras
Fronterizas. También tengo una reputación siendo muy minucioso. Lo
último que queremos hacer es dejar a Mia atrás con un... hilo suelto del
que el senador pueda obtener apoyo público.

—¿De qué diablos estás hablando?

El Beta le indicó a Samson que le trajera a Ty otra cerveza mientras


se encargaba de la suya.

—La desaparición de Mia ha sido una gran noticia —dijo Christie—.


El senador ha estado en la televisión y en los periódicos.

—Porque quiere que vuelva su hija.

Christie sacudió la cabeza.

—Conociendo al hombre tan bien como yo, puedo decir con certeza
que es porque quiere que aumenten los números de su encuesta. Y hay
dos formas para que él juegue esta situación para que eso suceda. Mia
es rescatada y el Senador Baird es alabado como un héroe que luchó por
su familia, o...

El Beta tomó un trago largo en lugar de terminar la oración. Ty no


lo necesitaba. Podía llenar los espacios en blanco.

—O ella muere en el intento de rescate.


El agente Christie asintió.

—Y el Senador se gana la simpatía del público.

—¿Estás diciendo que a su propio padre no le importa si ella vive o


muere? —dijo Ty con disgusto.

—Oficialmente, no estoy diciendo nada —dijo Christie—. Pero fuera


del registro, he visto evidencia que me lleva a creer eso, sí.

Un escalofrío recorrió la sangre de Ty cuando sus hombros se


tensaron.

—¿Qué evidencia?

—Informes del hospital. Registros de la oficina de los médicos —dijo

61
el agente—. Mia Baird ha tenido muchos accidentes sospechosos en su
vida.

Tuve un accidente.

La voz de Mia resonó en los oídos de Ty.

Entonces, él no era el primero al que le había dicho esa mentira. Lo


había estado diciendo toda su vida.

La ira de Ty aumentó. Padre o no, no había manera en el infierno de


que dejara que ese hijo de puta se acercara a ella otra vez.

—¿Qué sucederá si Mia se queda conmigo por su propia elección?

—El Senador sería visto como abandonando a su hija a un


monstruo. —El agente levantó las manos mientras Ty soltaba un
gruñido—. Tranquilo, amigo. Estoy hablando de la opinión del público.
No la mía.

El Beta tenía mucha suerte de que Ty lo respetara. Cualquier otra


persona estaría acunando una mandíbula rota en este momento.

Ty tenía la sensación de que el agente Christie lo sabía. No habría


arriesgado una declaración tan inflamatoria de lo contrario.

—Y no crees que deje que eso suceda —dijo Ty.

—Apostaría dinero a ello. —El agente tomó un último sorbo de su


cerveza antes de apartarla—. Creo que es suficiente para mí.
Solo había bebido unas pocas onzas, mientras que Ty había
terminado dos tazas enormes. Ty apostaría que no era porque el Beta no
tenía sed. Después de pasar algunas noches en las Tierras Fronterizas,
el pobre bastardo probablemente necesitaba algo mucho más fuerte, pero
sabía que no debía debilitar su filo mientras estaba en territorio peligroso.

El agente Christie se levantó de su taburete.

—Gracias por venir y hablar conmigo.

—Me alegro de haberlo hecho —dijo Ty, siguiéndolo hasta la


puerta—. Volveré pronto.

—Estoy feliz de escucharlo.

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El Beta se quedó en el porche cuando Ty comenzó a cruzar el
estacionamiento hacia su camioneta. Dio dos pasos antes de que se
abriera la puerta del vehículo recreativo, y un Beta rubio que no podía
tener más de veinte años salió volando.

—Mierda —maldijo el agente Christie detrás de Ty—. Que alguien lo


devuelva dentro. Ahora.

Un par de agentes comenzaron a dirigirse hacia la niña, pero la


mayoría de los otros miraban con mudo miedo mientras el idiota se
acercaba a Ty.

—¿Es él? —exigió el chico con un gemido agudo. Una mezcla de


miedo y culpa salió de él—. ¿Es este el animal que se llevó a Mia? Lo es,
¿no?

Ty entrecerró la mirada. La ira hervía a fuego lento justo debajo de


la superficie, lista para liberarse.

Otra cabeza se asomó por la puerta abierta del vehículo justo cuando
los agentes alcanzaron al niño, le rodearon los hombros con los brazos y
lo empujaron a un lugar seguro. No había una mezcla compleja de
emociones en el segundo chico que saltó del RV. Simplemente apestaba
a autoconservación y miedo.

—Dustin, trae tu trasero aquí —gritó.

Dustin.
En un instante, toda la ira dentro de Ty estalló. Cruzó el
estacionamiento en unos pocos pasos largos, completamente enfocado en
el gusano que se había atrevido a lastimar a su Omega.

El chico idiota, dándose cuenta de lo que estaba a punto de


sucederle, se sacudió del agarre de los agentes y corrió como un demonio
de regreso al RV.

No lo logró, por supuesto. Asustado o no, no había forma de que un


Beta pudiera superar a un Alfa.

Ty envolvió una gran mano alrededor del cuello de Dustin y lo


levantó del suelo. El Beta arañó la mano de Ty con sus dedos,
ahogándose.

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—Tú —gruñó Ty, aflojando un poco su agarre para que el chico no
se desmayara—. Tú eres quien lastimó a Mia.

—No —farfulló Dustin—. No le hice nada. Huyó de mí.

—Ty, no quieres hacer esto —gritó la tranquila voz del agente


Christie detrás de él.

Pero lo hacía. Realmente lo hacía.

Ty volvió a apretar. Incluso una docena de armas sacadas de sus


fundas de cuero no le hicieron cambiar de opinión. No tenía que mirar
alrededor para saber que o estaban apuntando directamente a su cabeza
o a su pecho.

Aun así, no estaba dispuesto a dejar ir al gusano.

—Ella no huyó de nadie —gruñó Ty—. Apenas podía caminar cuando


la encontré. Le sangraban las rodillas. Tenía la cara magullada.

El último trozo de color desapareció de la cara de Dustin.

—Oh Dios —se atragantó—. ¿Qué hice?

Los labios de Ty se curvaron.

—Eso es lo que me vas a decir. Ahora.

—Ty —la voz razonable del Agente Christie nuevamente—. No podrá


decirnos nada si no lo bajas.
Cierto.

Ty reflexionó sobre el hecho de que el chico tampoco le había dicho


la verdad al FBI. Pero Ty no estaba restringido por las reglas y
regulaciones del agente Beta. No tenía que jugar limpio. Todo lo que le
importaba eran las respuestas.

Ty bajó al Beta inútil lo suficiente como para que las puntas de los
dedos de los pies rasparan la grava.

—Ahora, habla —exigió.

—No recuerdo mucho —se quejó Dustin—. Estaba muy drogado.

Ty clavó las uñas en carne suave.

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—Esfuérzate más.

—Recuerdo haber estado en el concierto —jadeó Dustin—. Recuerdo


que estaba enojado porque Mia besó a otro chico. Luego, lo siguiente que
supe fue que estábamos en el coche de Josh.

—¡Dustin! —El otra Beta, el que Ty casi había olvidado en su ira,


gritó desde detrás de la seguridad de la puerta de la casa rodante—.
Cállate, hombre.

Ty frunció el ceño ante el Beta en su agarre.

—Continua.

—Cierto —dijo Dustin como si el recuerdo de la noche comenzara a


volver a él—. Josh dijo que deberíamos traer a Mia aquí para darle una
lección. Que una noche en las Tierras Fronterizas la asustaría.

—Tío. ¡Cállate!

Pero Ty estaba concentrado en el recuerdo de las palabras de Mia


esa primera noche.

No soy una puta. No soy una puta.

Una nueva furia fluyó por las venas de Ty mientras consideraba que
estos dos sacos de carne sin valor se habían atrevido a hablar de su
Omega de esa manera.
—Eso no es lo que nos dijo en su declaración jurada —dijo el agente
Christie, bajando del porche—. Nos dijo que la hija del Senador huyó
después de una discusión.

—Está mintiendo —gritó el llamado Josh.

La mirada de Ty se dirigió al cobarde.

—No. Puedo oler la verdad saliendo de él. Al igual que puedo oler tu
cobardía. Pronto lo único en el aire será el hedor de tu sangre.

—Oh Dios. —Las lágrimas comenzaron a caer por la cara de


Dustin—. Le entregué a Mia a un mo… monstruo.

Un gruñido profundo retumbó en el pecho de Ty. Con un movimiento

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de su muñeca, envió a Dustin volando por el aire. El ex novio de Mia
podría haber sido el que hizo el trabajo sucio de lastimarla, pero era obvio
que él no fue el perpetrado de lo ocurrido a Mía esa noche. El cachorro
idiota no tenía las agallas... ni cerebro.

El grupo de agentes finalmente cobró vida y corrió hacia Dustin,


quien había aterrizado contra uno de sus SUV con un ruido sordo. Por el
sonido de sus gritos, necesitaría un yeso para al menos una de sus
piernas.

Con la atención de los agentes centrada en él, Ty tenía mucho


espacio para perseguir al que merecía un castigo mucho peor.

El llamado Josh.

El cobarde bastardo lo vio venir. Con un chillido aterrorizado, Josh


volvió a entrar en la casa rodante y cerró la puerta detrás de él.

Una sombría sonrisa se extendió por la cara de Ty. Como si una


puerta endeble pudiera detenerlo.

Con un fuerte tirón, soltó el delgado metal y lo arrancó de las


bisagras. Agachándose para despejar el marco de la puerta, Ty entró.
Encontró al cobarde que había herido a su Omega agazapado en la parte
trasera del vehículo.

—Por favor, no me mates —rogó Josh.

Puro asco se revolvió en el vientre de Ty. ¿Mia había suplicado


clemencia de este Beta antes de que él la arrojara a la noche implacable?
Ty solo podía imaginar lo asustada que había estado. Cuan sola se había
sentido.

Nunca volvería a sentir esas cosas. Ahora Mia lo tenía para


protegerla.

—Dame una razón por la que no debería desgarrarte miembro a


miembro —gruñó.

—Porque no fui yo quien la golpeó —gritó Josh—. No fui yo quien la


sacó del coche y la arrojó a una zanja.

A Ty le importaba una mierda. Debajo del hedor de miedo y orina,


Ty podía oler la naturaleza intrigante del Beta.

—Tal vez no —dijo—. Pero a tu amigo no se le ocurrió el plan por su

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cuenta. Tú eres quien le dijo qué hacer. Y ahora vas a enfrentar las
consecuencias.

—No quiero morir —lloró el Beta.

Ty apretó los dientes mientras retiraba el puño. Estaba a punto de


descenderlo tan fuerte como pudiera contra el costado del cráneo del
cobarde, convirtiendo el hueso en polvo, cuando escuchó el inconfundible
sonido de un martillo armándose en su lugar.

—Matarlo sería un error, Ty —dijo el agente Christie suavemente al


oído.

Ty hizo una mueca.

⸻Déjame adivinar, ¿porque entonces tendrías que dispararme?

—Esa es una razón —dijo el agente con calma—. Pero piensa en lo


que sucedería después. Si mueres, Mia se quedaría sola, y no tendría más
remedio que ir a tu tierra, traerla y devolverla a su padre. ¿Es eso lo que
realmente quieres?

Mierda.

Christie tenía razón. El maldito agente razonable tenía razón. Había


algo más importante que el deseo de venganza de Ty.

Mia.

No podía mantenerla a salvo si estaba en una tumba fría en el suelo.


⸻No tienes ni idea de lo afortunado que eres, ¿verdad, mierda? —le
gruñó a Josh.

—¿No me vas a matar? —Alivio, y un toque de presunción, se mostró


en los ojos del chico.

⸻No.

⸻Oh, gracias a Dios. —La presunción se apoderó de su expresión,


eliminando cualquier remordimiento.

—Romperé cada hueso de tu mandíbula —dijo Ty, antes de golpear


su puño contra el rostro de Josh.

El cobarde se derrumbó al instante, agarrándose la boca sangrante

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y gimiendo hasta el cielo.

Sintiéndose algo satisfecho, Ty giró sobre sus talones y se dirigió


hacia su camioneta.

—No está muerto —gritó por encima del hombro.

El agente Christie le hizo un gesto de aprobación.

—Eso es todo lo que pedí.


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Se había ido demasiado tiempo.

Mia se frotó las manos mientras se sentaba con las piernas cruzadas
en el sofá. Ya no tenía frío ni rigidez. El baño había calentado su piel y
calmado sus músculos. Ahora solo estaba nerviosa.

La sensación de ansiedad comenzó en el momento en que Ty salió


de la cabaña y se hizo más fuerte con cada minuto que pasaba.

Al principio, Mia pensó que estaba preocupada de que encontrara a


Dustin o a Josh o, Dios no lo quisiera, a su padre. Pero si ese era el caso,
¿por qué no estaba aprovechando la oportunidad para escapar?

Después de todo, cuando Ty se fue, Mia tuvo la oportunidad perfecta


de irse. En el momento en que recuperó su fuerza, podría haber salido
corriendo por la puerta y nunca haber mirado atrás.

Pero no lo hizo.

En cambio, se sumergió en el baño, se lavó el pelo y el cuerpo, y dejó


que el vapor le aliviara la mente.

Incluso cuando salió de la bañera, se secó, se vistió y se sintió


completamente recuperada, todavía se había quedado dentro de la casa.
Había una parte de ella que simplemente no podía irse. No solo quería
quedarse... aunque no podía explicarlo, tenía que hacerlo.
En un momento, Mia incluso abrió la puerta y salió al patio durante
un tiempo. Lo más lejos que había llegado fue al pie de las escaleras antes
de sentir la abrumadora necesidad de regresar rápidamente.

De alguna manera, en los últimos días de su vida, algo había


cambiado. Algo esencial e irreversible.

Ahora la cabaña de dos habitaciones de Ty era el único lugar donde


se sentía segura. El único lugar donde quería estar.

Pero la casa no se sentía completa. Le faltaba algo.

Él.

Esta nueva realidad confundió a Mia. No podía negar que su cuerpo

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necesitaba el de él. Eso se había vuelto vergonzosamente claro cuando
había perdido días en una bruma llena de lujuria.

Pero no. Había más que eso.

Mia se sentó, esperando escuchar el sonido de la camioneta de Ty


subiendo por el camino de tierra, pero no era porque simplemente quería
su pene. Necesitaba algo más profundo. Su constante presencia. La
sensación de seguridad que la rodeaba cuando él estaba cerca. El
conocimiento de que, en sus ojos, ella era especial... Digna... Sagrada.

No sabía de dónde venían estas necesidades. Todo lo que sabía era


que algo tan repentino y profundo tenía que venir de una fuerza externa
a ella.

Después de todo, apenas conocía a Ty. Había aprendido su nombre


hacía unas horas. Casi no sabía nada de su vida, ni de sus valores, ni de
su...

El sonido de los neumáticos en la grava sacó a Mia de sus


pensamientos. Se levantó de un salto del sofá y corrió hacia la puerta,
abriéndola justo cuando la familiar y desgastada camioneta marrón se
detuvo debajo del gran árbol en la parte delantera. Un grupo de pájaros
voló desde las ramas cuando Ty abrió la puerta y bajó.

Incluso desde su sitio en el porche, Mia podía ver las nubes de


tormenta oscureciendo su frente.
Pero mucho más aterrador eran las salpicaduras de sangre seca en
sus nudillos y camisa. Mia se cubrió la boca mientras contemplaba la
horrible vista.

Mil preguntas se arremolinaban en su cabeza. ¿De quién era la


sangre? ¿Qué habían hecho para calmar su ira? ¿Habían sobrevivido
para alejarse?

Mia no pudo hacer ninguna de sus preguntas en voz alta. No estaba


segura de poder lidiar con las respuestas. Entonces, en cambio, hizo la
pregunta más segura que se le ocurrió.

—¿Qué pasó?

—Te lo dije. —Ty no se molestó en mirarla a los ojos cuando llegó a

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la cima de las escaleras. Él siguió caminando directamente hacia la
casa—. Tenía negocios en el bar.

Mia debería haberlo dejado ir con eso. Si había algo que había
aprendido a lo largo de los años, era cómo callarse. Pero algo dentro de
ella había cambiado. Y a pesar de que temía lo que podría pasar si
empujaba a Ty demasiado, no podía detenerse.

Había estado sola demasiado tiempo. La preocupación dentro de ella


había aumentado a niveles insoportables. Necesitaba respuestas.

—¿Qué asunto? —Mia se inclinó a medias por la puerta abierta. Él


todavía no respondió, por lo que ella pisoteó el pie—. Quiero saberlo.

Ty se detuvo a mitad de camino por la habitación. La línea de sus


hombros se echó hacia atrás, tensándose.

Mia se tensó reflexivamente. Sabía lo que generalmente seguía


cuando un hombre se flexionaba así.

Ty se dio la vuelta. La mirada en sus ojos se había endurecido hasta


convertirse en acero pulido.

Mia tragó saliva, atemorizada. Ya era demasiado tarde para retomar


su pregunta. Sabía por experiencia que no podía escapar. Si estaba
destinada a recibir su castigo, bien podría mantenerse firme.

—¿Quieres respuestas? —El tono de Ty goteaba de burla—. No has


dicho una palabra sincera desde que atravesaste esa puerta.
—No puedes culparme por eso. —Mia levantó la barbilla—. Nunca
pedí que me trajeran aquí. Soy... soy una prisionera aquí.

—Una prisionera con una puerta abierta y horas a solas —


respondió—. Una prisionera que me ruega que no me detenga hasta que
esté llena de mi nudo y agotada por horas de placer.

Mia trató de no retroceder bajo la fuerza de sus palabras. Intentó de


ser fuerte.

Levantó la barbilla temblorosa.

—Tengo derecho a saber la verdad.

Las fosas nasales de Ty se dilataron y Mia sintió que su nuevo coraje

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se desvanecía.

—¿Y yo no? —Su voz bajó peligrosamente baja. El aire entre ellos
crujió por la tensión—. ¿Por qué no me dijiste que tu novio te dejó
sangrando y rota a un lado de la carretera por besar a un extraño?

La mandíbula de Mia cayó.

—¿Cómo sabes eso?

—Porque ese era mi asunto en el bar —murmuró Ty—. Fui a hablar


con los hombres que te están buscando.

Su sangre se convirtió en hielo.

—Me dijiste que Dustin no estaba aquí.

—Me equivoqué. Tus dos amigos Beta son... Dustin y Josh —gruñó
sus nombres—. Estaban ayudando al FBI a rastrearte. Al menos lo
estaban haciendo.

Estaban.

Oh, Dios.

—¿Qué les hiciste?

Ty apretó los dedos en un puño y levantó los nudillos cubiertos de


sangre hasta la luz.

—Lo hice para que nunca lastimen a nadie más.


Se le encogió el estómago. Olas de náuseas se agitaron en sus
entrañas cuando sintió que la sangre se le escapaba de la cara.

—¿Los mataste?

Su ceño se profundizó.

—Desafortunadamente, no.

Mia envolvió sus brazos alrededor de su cintura. Inclinándose, dejó


escapar un suspiro de alivio.

—Gracias a Dios.

⸻¿Gracias a Dios? —El rugido de Ty resonó contra las paredes,


haciendo que Mia se levantara de nuevo—. ¿Por qué? ¿Por salvar las vidas

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de los cobardes Beta que golpearon y ridiculizaron a una mujer indefensa
antes de abandonarla en una zanja?

Mia negó con la cabeza. No porque Ty no estuviera diciendo la


verdad, sino porque no creía que hubieran cometido un crimen digno de
la pena de muerte.

—Estaban borrachos —dijo—. Malditamente muy drogados. Dudo


que incluso supieran lo que estaban haciendo.

Los labios de Ty se curvaron con disgusto.

—Oh, lo sabían —dijo con absoluta certeza—. Sabían lo suficiente


como para inventar una historia de mierda sobre cómo todo esto fue
culpa tuya. Cómo escapaste a las Tierras Fronterizas después de lastimar
sus sentimientos.

¿Qué?

Mia apretó los labios. Su mentira se sintió como otra bofetada en la


cara, pero no estaba sorprendida. Ciertamente sonaba como el tipo de
historia que Josh inventaría, una que la pintara como la villana y le
quitara toda la responsabilidad. Mia respiró temblorosa.

—No digo que no sean imbéciles y cobardes, pero…

—¿Pero qué? —Ty caminó hacia ella, deteniéndose tan cerca que
tuvo que estirar la cabeza hacia atrás para mantener los ojos en él. Aun
así, ella no retrocedió. Ni siquiera un solo paso.
Mia no tenía ni idea de dónde venía su coraje. Ty era mucho más
grande que ella, mucho más fuerte. Él podría aplastarla como un insecto
si quisiera.

Pero no lo hizo... y de alguna manera ella sabía que no lo haría.


Nunca antes había sentido esa sensación de certeza con ningún otro
hombre.

—Pero nadie es un monstruo —dijo Mia, levantando su mano y


colocándola contra su pecho—. Ni ellos. Ni tú.

Incluso a través del material de su camisa, ella podía sentir el tirón


de su cuerpo. Como un impulso primario, todo lo que quería era estar
más cerca.

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Ty entrecerró la mirada.

—¿No crees que sea un monstruo?

Ella sacudió su cabeza.

—Por supuesto que no. Un monstruo no hubiera tratado de ayudar


a un extraño en el camino, de la forma en que me ayudaste.

Con las fosas nasales dilatadas, Ty respiró hondo. Su mano se


levantó y cayó con la hinchazón de su pecho.

—Entonces no pensabas eso. Te lastimaste intentando escapar.

—Eso es porque estaba asustada —intentó explicar. Mia solo tardó


un instante en darse cuenta de que no lo entendía.

Ty era un Alfa. No conocía el miedo, al menos no como ella. Nunca


había sido lastimado por alguien más grande, nunca había tenido miedo
de morir.

—¿Y ahora? —preguntó él—. ¿Después de pasar días encerrada


como una prisionera? ¿Sabiendo que puedo arrancar el corazón del pecho
de tu ex amante?

Mia se mordió el labio. No sabía cómo responder. Sus pensamientos


eran un revoltijo desordenado, sus emociones chocaban y entraban en
conflicto.

Sí, quería correr. Pero al mismo tiempo, quería quedarse.


Respondió de la única manera honesta que conocía.

—Todavía no creo que seas un monstruo.

Su boca permaneció plana, pero las esquinas de sus ojos apenas se


movieron con una emoción sin nombre.

Parecía que ella no era la única que tenía problemas para señalar
qué estaba pasando exactamente entre ellos.

—¿Estas segura de eso? —gruñó.

Mia no pudo evitar la sonrisa que apareció en sus labios. Sí, estaba
segura. No sabía por qué. Todo lo que sabía era que sentía algo poderoso
hacia Ty. Algo que nunca sentiría hacia una bestia irreflexiva.

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—A un monstruo no le importaría lo que pienso —dijo—. No me
habría bañado, ni me habría dado comida. Seguro como el infierno no se
habría contenido de matar a las personas que lo enojaron.

—Entonces dime qué soy. —Ty se acercó. No era mucho, solo


centímetros, pero la presión de su duro pecho aumentó contra su palma.
El latido constante de su corazón latía bajo su esternón, fuerte y rítmico,
como un tambor que la llama—. Dime que sientes.

La boca de Mia se abrió. No sabía qué decir. No tenía ni idea de cómo


poner todas sus emociones nuevas y conflictivas en palabras. ¿Cómo
podía?

Los sentimientos que se agitaban dentro de ella ahora eran tan


diferentes como la lujuria incontrolable que había experimentado antes.
Todavía reaccionó a la sensación de su cuerpo. Su atracción era igual de
fuerte, pero ahora todo se sentía... diferente.

—Yo... no lo sé —admitió—. Nunca he conocido a nadie como tú.

—No, no lo has hecho. —Sus labios se levantaron, solo un poco—. Y


nunca lo volverás a hacer.

—¿Porque eres un Alfa?

Se inclinó aún más cerca, forzando su mano a deslizarse por su


pecho, hasta su hombro. Aun así, ella no se apartó. No porque no
pudiera, estaba en completo control de sí misma, de sus emociones, de
sus reacciones, de todo, sino porque simplemente no quería.
—Porque soy tu Alfa y tú eres mi Omega.

Sus palabras hicieron que su núcleo se tensara. Su corazón


martilleó. La humedad se agrupó entre sus piernas. Aun así, todavía
había una parte de ella que luchaba contra sus palabras.

Mia no podía negar su atracción sexual hacia él, pero se erizó ante
la idea de ser algo de alguien. Había pasado toda su vida definida por su
relación con otra persona. Ella era la hija del Senador Baird. La novia de
Dustin.

La víctima de Josh.

Ahora era la Omega de Ty.

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Como para enfatizar el punto, envolvió su brazo alrededor de su
cintura y la atrajo hacia él. El contorno de su pene hinchado presionó
contra su vientre. Más humedad fluyó, incluso cuando el conflicto dentro
de ella creció.

Ty debió haber sentido su vacilación porque levantó su barbilla con


su dedo, obligándola a mirarlo a los ojos.

—No luches —dijo—. Sé que puedes sentirlo. El aroma de tu


humedad está llenando la habitación. Tu corazón late con fuerza. Tu
cuerpo se está calentando.

Cada palabra era cierta, pero eso todavía no significaba que ella
fuera suya.

Solo que lo quería. Lo necesitaba.

Eso era diferente. ¿Verdad?

Ty se agachó y tomó su culo con sus manos. Instintivamente, ella


envolvió sus piernas alrededor de su cintura cuando él la levantó.
Extendida, la parte más sensible de su cuerpo rozó contra él. Un gemido
escapó de sus labios cuando una descarga de placer la atravesó.

—Así es —dijo Ty antes de que su boca descendiera sobre la de ella.


Su beso fue brutal. Reclamando. No dejó ninguna duda en la mente de
Mia de cómo la veía, suya para tomar.
Y en cierto modo, no estaba equivocado. Cuando él se alejó de la
puerta abierta y entró en la casa, ella se retorció contra él, casi
desesperada por sentir su cuerpo firme presionarse contra su clítoris.

Para cuando la recostó en el sofá, sus piernas estaban empapadas y


su mente medio loca de deseo. Sus dedos se enredaban en su ropa,
desesperada por quitarlas de su cuerpo.

Lo que quería, lo que necesitaba, era sentir su cuerpo junto al de


ella. Su piel contra su piel. Su calor y vitalidad surgiendo dentro de ella.
Eso era lo único que calmaría los pensamientos de lucha en su cabeza.
Para expulsarlos con pura sensación.

Y Ty estaba demasiado ansioso por cumplir.

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En un abrir y cerrar de ojos, se quitó la camisa sobre la cabeza. Le
siguieron los pantalones. El aliento de Mia dejó su aliento al ver su
enorme cuerpo desnudo ante ella. No pudo evitar extender la mano y
extender las palmas sobre los músculos duros y apretados de su pecho.

No, eso no era del todo cierto.

Podría haberse detenido. En el fondo, Mia sabía que, si hubiera


querido, podría haber evitado tocarlo.

Pero no quería parar.

Lo que estaba sintiendo ahora no era como el calor sin sentido que
la había tragado antes. Los fuegos que ardían dentro de ella eran igual
de brillantes y calientes, pero también eran de ella para avivar o apagar
como quisiera.

Y en este momento, lo más placentero que podía imaginar era sentir


a Ty deslizarse profundamente dentro de ella.

—Por favor —rogó cuando luchó por levantar su propio vestido bajo
su peso.

Ty resolvió el problema agarrando el cuello de este y rasgando la tela


por la mitad.

Mia jadeó, no solo por la demostración de poder, sino por la pasión


detrás de él. Estaba claro que no importaba cuánto deseara a Ty, él la
deseaba a ella también.
Quizás más.

El pensamiento causó que otra oleada de humedad mojara sus


piernas. Ty dejó caer la cabeza sobre su hombro mientras respiraba
hondo. Su pene pulsaba contra su muslo, hinchándose aún más.

Querido Dios, ¿cómo había tomado algo tan enorme dentro de ella?
¿Podría hacerlo de nuevo ahora que no estaba en celo? En la parte
civilizada de su cerebro sonó una campana de advertencia, pero una
parte más profunda y primitiva apagó la alarma. La llevó a deslizar sus
manos por su cuerpo y ahuecar su pesado eje en sus manos.

Ella acarició la longitud. Abajo y arriba y de regreso otra vez.


Lentamente al principio, luego más rápido y con más insistencia. Con
cada movimiento de su mano, la necesidad dentro de ella creció.

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Por supuesto que podía tomarlo, susurró la parte primaria de ella.
Nació para ello. Una Omega hecha para su Alfa. Lista para recibir el
placer que solo él podía dar.

Mia no se dio cuenta de cuán desesperadamente estaba trabajando


su eje hasta que Ty gimió y atrapó su muñeca en su mano.

—¿Estás tratando de hacerme venir sobre tu vientre?

—No. —Sacudió su cabeza—. Solo necesitaba sentirte. —Una


sonrisa hambrienta levantó sus labios.

⸻Entonces déjame darte lo que quieres.

Antes de que ella pudiera decir otra palabra, Ty enganchó su brazo


debajo de su rodilla, levantándola y dejando espacio para sus caderas.

Todo el aliento dejó los pulmones de Mia cuando la cabeza de su


pene se deslizó dentro de ella. Su humedad cubrió su eje, facilitando su
entrada. Aun así, su cabeza cayó hacia atrás cuando los músculos tensos
de su sexo se estiraron a su alrededor. Un placer tan intenso que
bordeaba el dolor llenó su cuerpo.

Entonces se convirtió en éxtasis.

—Así es —gruñó él contra su oído—. Tómame. Toma todo de mí.

Y de alguna manera lo hizo.

Su cuerpo se abrió para él.


Solo para él.

Instintivamente, Mia sabía que no reaccionaría de esta manera por


ningún otro Alfa... porque no eran él. No eran Ty. No eran de ella.

Esa certeza solo creció con cada pulso y golpe de su cuerpo dentro
del de ella. No había nadie más que pudiera hacerla sentir así. Nadie que
pudiera complacerla. Satisfacerla. Completarla.

Solo estaba Ty.

Ella hundió sus dedos en sus hombros mientras se acercaba al


borde del máximo placer. Se apretó contra él. Pero, aun así, no era
suficiente.

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Faltaba algo.

Una necesidad fuera de alcance.

Un deseo que solo se cumpliría si ella se inclinaba hacia adelante y


apretaba los dientes sobre la carne de su hombro.

Mia jadeó al darse cuenta.

Un mordisco de reclamo. Eso era lo que ansiaba.

Y aparentemente también Ty.

—Eso es lo que necesitas —ronroneó contra su oído. Acunando la


parte posterior de su cabeza en su palma abierta, la guió hacia su
hombro—. Hazlo. Hazme tuyo.

Los labios de Mia se separaron. La punta de su lengua pasó por su


piel. Cálido y salado, las sensaciones llenaron su boca. Todo lo que tenía
que hacer era morder, y él sería suyo. Ahora y siempre. Podría disfrutar
de este cielo sensual hasta el día de su muerte.

Y todo lo que tenía que hacer era regalar su alma.

La hija del senador.

La víctima de Josh.

La Omega de Ty.

El recuerdo brilló en su cabeza justo antes de que ella mordiera.


Siempre de alguien más. Nunca de ella misma.
En el último segundo, Mia giró la cabeza hacia un lado. Presionando
su mejilla en su hombro, se dejó arrastrar por poderosas olas de placer,
un orgasmo que la sacudió hasta el centro.

Ty rugió en una extraña mezcla de frustración y éxtasis mientras su


pene latía con fuerza dentro de ella, su nudo formándose y encerrándolos
fuertemente. Su cabeza cayó en el momento en que estuvo dentro de ella.
Su respiración era superficial, lejos de los largos y satisfechos suspiros
que generalmente seguían al sexo.

Cuando finalmente levantó la cabeza y la miró, ella pudo ver la


decepción en sus ojos.

—¿Por qué?

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Mia no tuvo que preguntarle a qué se refería. Prácticamente podía
sentir el dolor saliendo de él. Él había querido, necesitaba, su mordisco.
Su reclamo. La marca que los uniría. Y se sintió traicionado porque ella
no le había dado lo que él quería.

Se puso rígida de ira debajo de él. Claro, era difícil enfadarse tan
pronto después de un orgasmo estremecedor y cuando su pene todavía
la estaba llenando, pero de alguna manera Mia logró generar un poco de
molestia.

No era justo para él exigirle más.

—Ya te lo dije —dijo—. Mi cuerpo puede conocerte, pero mi mente


no. Todavía no, al menos.

Sus labios se presionaron. Mia vislumbró de nuevo las manchas


secas de sangre en sus manos.

La sangre de Dustin y Josh.

La sangre de las últimas personas que lo habían molestado.

Normalmente, la idea habría hecho que Mia se marchitara. La idea


de ese tipo de violencia la habría hecho rogar por otra oportunidad para
hacer las paces. Darle todo lo que quería.

Pero no esta vez.


De alguna manera sabía que Ty no la lastimaría. Podría enojarse.
Podría gritar. Podría mirarla con la mirada más oscura que pudiera
reunir. Pero él no la tocaría con violencia.

Él enderezó su brazo, apoyándose aún más por encima de ella. Aún


sujeta por el bulbo de su nudo, Mia tuvo que moverse para seguir sus
caderas.

—Entonces, ¿a qué esperas? —preguntó con una mirada aguda—.


¿Esperando ver si aparece un Alfa más grande y fuerte?

Mia negó con la cabeza.

—Por supuesto que no.

—Entonces dime qué estás esperando.

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Mia pensó durante un momento antes de responder. Realmente no
esperaba que él lo entendiera. ¿Cómo podía? Ty siempre había sido su
propio hombre. No tenía ni idea de cómo era ser prisionera de las
expectativas de todos los demás.

Pero la mordedura de reclamo era su elección. Su única opción en


esta vida que se encontraba viviendo, y por Dios, sería la que la tomaría.

—A que el momento se sienta el adecuado —dijo.

El gruñido que sacudió su cuerpo dejó claro que esa no era la


respuesta que esperaba.

—¿Y cuándo diablos va a ser eso?

—No lo sé —respondió Mia honestamente.

—¿Cuándo lo sabrás?

—No lo sé.

Sus ojos se entrecerraron. Los músculos a lo largo de su espalda se


tensaron. Incluso el nudo dentro de ella latió con la ferocidad de sus
emociones.

—¿Qué demonios sabes?

Mia levantó la barbilla desafiante.

—Que no me vas a intimidar para que te reclame.


—Eso no es lo que estoy tratando de hacer —dijo con firmeza—.
Simplemente no creo que sepas lo que está en juego aquí.

Al infierno que no. Todo su futuro. El camino de su vida. Su misma


naturaleza. Ella lo entendía todo.

—Te diré una cosa que sé con certeza —dijo, mirando al Alfa
directamente a los ojos—. Es que si tú eres el indicado, y esto está
destinado a ser, entonces, tomarme unos días más para decidirme no va
a cambiar una maldita cosa.

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El sexo era asombroso.

Mia se había venido más veces en los últimos tres días que en toda
su vida combinada.

Pero todavía no le había dado a Ty su mordisco, y no sabía cuándo,


o si, lo haría.

No ayudaba que cada día Ty se sintiera cada vez más frustrado y


cerrado. Sentirlo liberar esa energía acumulada entre sus piernas era una
cosa, pero lidiar con él refunfuñando y agitándose durante el resto del
día en la pequeña cabaña era otra.

No había alivio cuando salió por la puerta para trabajar afuera.


Aunque sabía que él estaba a menos de una milla de distancia cortando
leña o cazando, no podía evitar extrañarlo. A veces dolorosamente.
Parecía que cuanto más se alejaba, más fuerte crecía su deseo por él.

Y eso la volvía loca. Su vida se había reducido a tres emociones


separadas: nerviosa cuando él estaba cerca, anhelando por él cuando se
había ido, o montando olas de felicidad cuando estaba dentro de ella.

El último no estaba mal, pero esos dos primeros la estaban haciendo


sentir miserable.

Tal vez así era la vida para las Omegas. ¿Y si todo lo que tenía que
esperar eran sesenta años caminando sobre cáscaras de huevo? Si ese
fuera el caso, entonces no importaba si reclamaba a Ty o no.
La idea hizo que los ojos de Mia picaran con lágrimas no
derramadas. Si hubiera sabido que este era su destino, se habría
quedado en casa con su padre.

¡No!

Su respuesta innata fue instantánea y abrumadora, sorprendiendo


a Mia.

Ty no se parecía en nada al hombre que la había criado. Eso estaba


claro como el cristal. A pesar de que prácticamente podía sentir su
irritación constantemente zumbando por la cabaña, él nunca la había
atacado. No había levantado un dedo para lastimarla.

Justo lo contrario. Cada vez que Ty la tocaba, ella no sentía nada

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más que placer. Loco, placer intenso.

Mia se mordió el labio inferior, preocupándose entre dientes


mientras miraba por la ventana de la habitación. Contempló una
hermosa vista de densos árboles de hoja perenne que se aferraban
tercamente a una ladera. En los estrechos espacios entre sus troncos, las
frondas de helechos largos y rizados se extendían hacia los fugaces rayos
de luz solar brillante que se extendían por encima.

Dado el ángulo directo de la luz, Mia pensó que era alrededor del
mediodía. Era curioso lo rápido que se había adaptado a una vida sin
toda la tecnología en la que había confiado en casa.

Sin teléfono para verificar la hora u ordenador para revisar su correo


electrónico. No había electricidad para iluminar la cabaña por la noche.
Lo que era realmente extraño era que realmente no lo echaba de menos.

Si era completamente honesta, no había mucho que echara de


menos de su antigua vida Beta. Excepto tal vez sus amigos y el sentido
de comunidad y pertenencia que los acompañaba.

Los bosques eran innegablemente hermosos, pero también eran


aislados y solitarios. Y no ayudaba que la única persona que tenía para
la compañía no dejara de fruncir el ceño lo suficiente como para gruñir
más que unas pocas palabras.

Mia daría cualquier cosa por tener a alguien más con quien hablar.
Debería haber sido más cuidadosa con lo que pedía. Menos de
quince minutos después, oyó el ruido de dos pares de pasos en los
tablones del porche exterior.

Dos.

Mia se congeló. Durante medio segundo, el miedo surgió a través de


su sangre, congelándola en su lugar. Pero todo se disipó en el momento
en que escuchó la voz de Ty.

No podía entender lo que estaba diciendo, solo el familiar y profundo


estruendo. La cadencia de sus palabras fue relajada. No hubo gritos. Ni
gruñidos.

Quien estaba afuera era un amigo.

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Y, a juzgar por la pesada pisada, un Alfa tan grande como Ty. Quizás
más grande.

Mia se acercó de puntillas a la puerta del dormitorio y, tan


silenciosamente como pudo, la abrió un poco. Inclinó la oreja contra el
espacio, esperando que el espacio la ayudara a captar algunas palabras
claras, pero aún no podía entender lo que decían.

Maldición.

Necesitaba acercarse si quería escuchar lo que decían. Y realmente


quería escuchar.

Mia contuvo el aliento mientras salía del dormitorio y avanzaba


lentamente por el suelo de madera. Cuanto más se acercaba a la puerta
principal, más palabras podía identificar. Cuando llegó a la chimenea,
pudo distinguir la mayor parte de lo que decían los dos Alfas.

La mayoría, pero no todas.

—¿Cuántos... crees que han traído? —preguntó Ty. Su voz estaba


llena de preocupación.

—No estoy seguro —dijo el otro hombre—. Unos pocos…

La última palabra era demasiado baja y amortiguada para que Mia


la oyera. Tan cuidadosamente como pudo, arriesgó los últimos pasos
hacia la ventana delantera, asegurándose de permanecer detrás de la
cortina.
—¿Y están todos armados? —Eso llamó su atención.

Mia apoyó la cabeza contra la pared y vio a Ty en el espacio entre el


marco de la ventana y la cortina. Estaba apoyado contra la barandilla del
porche, con los brazos cruzados sobre su enorme pecho. Su boca era una
línea dura de frustración, una expresión que ella había visto mucho en
los últimos días.

—Por supuesto —dijo el segundo Alfa.

Mia estiró el cuello una fracción de pulgada para verlo mejor.

El extraño estaba sentado en la silla de madera tosca frente a Ty.


Estaba de espaldas a ella, por lo que no podía distinguir ninguno de sus
rasgos. Todo lo que podía decir era que él era enorme y de cabello

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oscuro... y mucho más relajado que Ty.

Sus hombros no estaban tensos. Sus brazos estaban casualmente


sobre los reposabrazos. Sus manos abiertas colgaban flojamente. En
general, el otro Alfa no parecía un barril de pólvora que estaba a punto
de explotar en cualquier momento.

No como lo hacía Ty.

—¿De verdad crees que enviarán a sus soldados aquí? —dijo Ty—.
No me importa cuántas armas tengan. Los mataré a todos.

El miedo se acumuló en las tripas de Mia.

Soldados Beta en las Tierras Fronterizas, amenazando con invadir


la tierra de un Alfa, esto tenía que ser obra de su padre.

Aparentemente, no confiaba en el FBI, por lo que había enviado al


maldito ejército. Si el senador Baird quería a su hija fuera de las Tierras
Fronterizas, no había una fuerza en la tierra que pudiera detenerlo.

Mia se sintió como una idiota. Debería haberle advertido a Ty que


algo así se acercaba, pero, a decir verdad, no había pensado en su padre,
ni en nada que ver con su antigua vida Beta, en días.

No es que ella lo hubiera olvidado. Sus recuerdos aún eran claros


como el cristal. Era solo que las cosas que parecían tan importantes hacía
solo una semana ya no importaban.

Sus prioridades habían cambiado. Justo como ella.


Sacudiendo el pensamiento de su cabeza, Mia centró su atención de
nuevo en la conversación de afuera.

⸻Están tratando esto como una situación de rehenes —continuó el


extraño.

⸻Eso es una mierda.

⸻Claro, pero ¿qué les importa si ella está aquí arriba por el destino
o por elección? Todo lo que quieren es ser el héroe que atrapó a un Alfa.
Puedes olerlo en ellos.

Mierda.

El pecho de Mia se apretó al pensar en soldados camuflados

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derribando la puerta y bañando la cabaña con balas. Ella no podía dejar
que eso sucediera.

¿Pero cómo podría detenerlo?

—¿Y a nadie le importan los tratados? —preguntó Ty.

—¿Es una broma? —El otro Alfa dio una risa oscura—. ¿Cuándo
demonios la ley ha impedido que un Beta haga lo que quiere?

—Y nos llaman monstruos —dijo Ty sombríamente.

—Sabes que solo hay una forma de que esto pueda terminar
pacíficamente.

—Lo sé.

—Todo lo que tiene que hacer es...

—Dije que lo sé. —Ty interrumpió el otro Alfa antes de que pudiera
terminar su pensamiento. Su voz no era lo único que era tenso. Todo su
cuerpo se tensó visiblemente ante las palabras del otro Alfa.

La curiosidad de Mia se despertó. Se inclinó un poco más cerca.


¿Solo tenía que qué?

—No es que después de una semana completa, ella se vaya a unir a


alguien más.

—No quiero hablar de eso, Samson —gruñó Ty.


—Lástima, porque hemos pasado el punto de necesidad. A menos
que algo cambie muy pronto, la sangre se derramará.

Aparentemente, ese era el punto de ruptura de Ty.

—Suficiente —ladró, con tanta fuerza que incluso Mia retrocedió.


Samson ni siquiera se inmutó.

En cambio, se levantó de la silla. Mia aún no podía ver su rostro,


solo la caída del cabello castaño que se sacudió en sus hombros. El Alfa
apretó una mano amiga sobre el hombro de Ty.

—Sabes que es verdad. —Hizo una pausa—. Ambos lo hacemos.

Y con eso, Samson soltó el hombro de Ty y comenzó a bajar las

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escaleras. Ty no se giró para ver a su amigo irse. Se quedó completamente
quieto contra la barandilla.

Mia descubrió que tampoco podía moverse. No podía alejarse. Todo


lo que podía hacer era quedarse de pie y mirar la expresión torturada de
Ty.

Después de un minuto completo, Ty levantó la vista. Aunque sabía


que no había forma de que pudiera verla a través de la cortina, Mia sintió
su mirada.

—Puedes salir ahora, Mia —dijo.

Mierda.

Pasaron unos segundos antes de que Mia abriera la puerta. Incluso


entonces, solo sus dedos desnudos rompieron la línea que separaba el
interior de la casa del patio. El resto de su cuerpo se quedó dentro, más
allá de la jamba de la puerta.

Se aferró a una manta que le cubría los hombros y la apretó con


fuerza contra el centro de su pecho. Llevaba el pelo recogido en una coleta
suelta que colgaba justo debajo de los omóplatos, lo que le daba una
visión clara del rubor rojo brillante que irradiaba hacia sus mejillas.

¿Cuándo se enteraría de que no podía esconderse de él? Sabía que


ella estaba escuchando a escondidas desde el momento en que las tablas
del suelo de su habitación chirriaron. Había sentido su delicado aroma
acercándose con cada paso.

Reclamado con mordedura o sin ella, era su Omega, y él era


consciente de su presencia cada maldito momento del día. No, caminar
de puntillas no iba a cambiar eso.

Aun así, tenía que admitir que su rubor de culpabilidad era sexy
como el infierno.

—Lo siento —murmuró, mirando a sus pies.

—¿Por qué? —preguntó Ty—. Esta es tu casa. Puedes ir a donde


quieras.

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Sus ojos brillaron, cejas juntas sobre el puente de su nariz. Su
confusión no era sorprendente. Era evidente que ella todavía no pensaba
en este lugar como su hogar.

Pero lo era.

Su casa.

Ahora y siempre. Si tan solo lograra eso a través de su terca cabeza.

—¿No estás enojado? —preguntó ella.

—No, estoy jodidamente furioso —dijo—. Pero no se debe a que mires


a través de las cerraduras.

—¿Entonces qué?

—No lo entenderías.

Ella parpadeó y sus ojos se abrieron ofendidos.

—Ya veo —dijo ella, su voz goteaba sarcasmo—. Solo soy una
estúpida Omega. No podría entenderlo.

Ty se pasó la mano por la barbilla. El crecimiento de unos pocos días


de vello áspero se erizó contra su palma mientras levantaba su mirada
hacia el cielo.

—No ves una maldita cosa.


—¿En serio? ¿Entonces no estás enojado por los soldados que
invaden las Tierras Fronterizas? —le escupió las preguntas—. ¿O que mi
padre probablemente esté detrás?

Seguro, era parte de eso. Una gran parte. Pero no todo.

—O que todavía no te he dado el extraño mordisco... —continuó.

Él volvió su mirada a ella.

—No hay nada extraño en el mordisco que nos une. Te he visto


luchar contra el impulso de compartirlo conmigo mientras mi nudo late
dentro de ti.

El sonrojo reapareció en sus mejillas. Encendiéndola brillante... pero

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esta vez el rubor no tenía nada que ver con la vergüenza. Por la mera
sugerencia de su nudo, podía sentir el calor que se elevaba en su sangre.

Parecía decidida a ignorarlo.

—Entonces, de eso se trata realmente —dijo—. Crees que todo esto,


Dustin, el gobierno, mi padre, desaparecerá si te muerdo.

—No lo creo —dijo Ty—. Lo sé.

Se cruzó de brazos y la manta se le cayó de los hombros. La tela se


enroscó alrededor de sus tobillos, dejando al descubierto sus delgadas
piernas. Llevaba una de sus camisetas, y era demasiado grande para ella.
El dobladillo colgaba hasta la mitad de sus muslos; el escote apenas se
aferraba a sus hombros. Solo le tomaría un segundo arrancarlo.

La idea hizo que el pene de Ty se agitara, presionando dolorosamente


contra la parte delantera de sus jeans.

La boca de Mia se apretó. La mirada en sus ojos cambió, pasando


de enojada a arrepentida en un instante. Ella sacudió la cabeza
lentamente.

—Eso es porque no conoces a mi padre o de lo que es capaz —dijo—


. Es un error subestimarlo.

Ty atrapó su mirada y la sostuvo mientras se quitaba las manos de


los muslos. Lentamente, se puso de pie. Solo le tomó un solo paso cerrar
el espacio entre ellos. Ella alzó la barbilla.

—Es un error subestimarme —dijo.


Su cuerpo reaccionó a la promesa. El dulce aroma de la humedad
resbaladiza entre sus piernas llenó el aire, y su pene se agitó.

Pero ella se negó a acercarse a él.

En cambio, retrocedió un paso... de regreso a la casa.

Sacudiendo la cabeza, le dio la espalda.

Como si pudiera escapar del tirón de su vínculo tan fácilmente.

—Eso no es lo que quiero decir —dijo a toda prisa—. Lo que estoy


tratando de decirte es que mi padre es despiadado. No le importa la ley.
Solo lo que puede hacer.

—Eso he escuchado —dijo Ty.

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Eso llamó la atención de Mia. Se dio la vuelta y levantó las cejas.

—¿Has oído de quién?

—El agente principal del FBI asignado a este caso —respondió Ty—
. Él tampoco tiene una gran opinión de tu padre.

—Suena como un hombre inteligente —dijo Mia, levantando las


manos—. Si no me escuchas, al menos deberías escucharlo.

—Lo hice —admitió Ty—. Parece pensar que puede lograr que el
gobierno suspenda la investigación si puede probar que tú fuiste
reclamada adecuadamente.

Mia puso los ojos en blanco.

—Bueno, entonces cambio de opinión. Es un idiota.

—O eres demasiado terca para tu propio bien.

Mia dejó escapar una risa sin humor.

—Eso es gracioso, viniendo de ti.

Ty se erizó. Habían pasado años desde que alguien se había atrevido


a hablarle de esa manera. No desde que era un niño indefenso, cuando
nadie sabía que sabía que crecería para convertirse en un poderoso Alfa.
En aquel entonces, incluso su propia familia se había sentido segura
ridiculizando y abusando de él.
Pero ya no más.

—Todo lo que hice fue para protegerte. —Lo que ella llamaba
terquedad, él lo llamaba moderación asombrosa.

¿No sabía de lo que era capaz? Nada estaba fuera de los límites para
él.

Especialmente cuando se trataba de ella.

No debía haberlo hecho, porque el acero en sus ojos no titubeó en


absoluto cuando se encontró con su mirada. En todo caso, se fortaleció.

—¿Y qué crees que estoy tratando de hacer ahora? —preguntó ella—
. Mi padre no es solo un político corrupto corriente, Ty. Le importa una

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mierda la ley. Una vez que decide que quiere algo, no se detendrá ante
nada para conseguirlo.

—Tampoco yo.

Mia levantó las manos y dejó escapar un grito frustrado.

—¿Por qué no me escuchas? —exigió—. Estoy tratando de decirte


que esta mordedura de reclamo no significa ni una maldita cosa.

Eso fue todo. Ella lo había empujado demasiado lejos.

Ty apretó los dientes. Mia no era la única que no tenía paciencia. La


había consentido lo suficiente, esperando que ella viera la razón, pero
ahora estaba claro que eso no iba a suceder.

Él la agarró del brazo y la apretó con fuerza contra su pecho. El


desafío brilló en sus ojos mientras lo miraba, pero Ty solo vio un desafío.

—Y yo te digo que lo significa todo —gruñó—. Me importa un bledo


tu padre, o tu novio, o el maldito ejército. Esto no se trata de ellos. Se
trata de que seas mi Omega y tomes tu lugar a mi lado.

Mia luchó por alejarse de su agarre, pero él la abrazó con fuerza.


Ella no se alejaría de él. Ni su cuerpo, y tan seguro como el infierno, ni
su alma.

—¿Y realmente crees que este movimiento de macho alfa me va a


influir para reclamarte? —Ella le escupió la pregunta.
Su indignación habría sido mucho más convincente si el olor de su
deseo no estuviera llenando sus fosas nasales. Ty sabía que todo lo que
tenía que hacer era agacharse entre sus piernas, y sus dedos estarían
cubiertos como prueba de su excitación.

Tal vez entonces los sumergiría en su boca y la obligaría a probar


sus mentiras.

La ingle de Ty se tensó ante la idea, y dejó escapar un gruñido que


resonó en las paredes.

—No —admitió con un gruñido—. Pero sé que lo será.

Sus ojos se entrecerraron. Ella levantó la barbilla en desafío. Todavía


había mucha resistencia brillando en su mirada, pero ahora también

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había una buena dosis de miedo.

—Lo dudo —dijo, sacudiendo la cabeza—. No eres el primer hombre


que ha intentado romperme. Josh, Dustin, mi padre, ninguno de ellos
tuvo éxito. No soy tan débil como la gente piensa que soy.

—Sé exactamente lo fuerte que eres. —Por supuesto que lo hacía. Lo


había visto con sus propios ojos—. Pero todos tienen su punto de
ruptura.

—¿Entonces, cuál es tu plan? —dijo ella. La mirada directa en sus


ojos se convirtió en un resplandor—. Déjame adivinar. Golpearme hasta
que te dé lo que quieres. Muchos chicos lo han intentado antes que tú.
No funcionó entonces, y no funcionará ahora. Te lo prometo.

La ira estalló dentro de Ty al pensar en alguien golpeando a su


Omega. Los informes del hospital sobre los cuales el agente Christie había
hablado pasaron por su mente, agregando fuego a las llamas.

Ty hizo todo lo posible para calmar su ira. Esos bastardos pagarían


por lo que le habían hecho a Mia. Cada uno de ellos pagaría... a su
tiempo.

Pero antes de que pudiera hacer algo de eso, tenía que hacerla
suya... de todas las formas posibles.

—No, Mia —dijo, bajando la voz hasta un susurro—. Nunca


levantaré mi mano contra ti. Nunca tendré que hacerlo. Hay otras formas
de conseguir lo que quiero.
Sus labios se doblaron con disgusto. Ella sacudió su cabeza.

—Ya deberías haber aprendido que no podrás seducirme para que


te muerda.

—Es una pena —dijo, queriendo decir cada palabra. La vida habría
sido mucho más fácil, mucho más placentera, si él hubiera podido
convencerla de morderlo con su pene.

Pero el destino había hecho que su Omega fuera terca.

Afortunadamente, sabía que tenía razón acerca de que había otras


maneras.

Desafortunadamente, a ninguno de ellos le iba a gustar.

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—Puedes ser fuerte cuando se trata de tu propio dolor y sufrimiento
—dijo Ty—. Pero eres débil cuando se trata de los demás.

Su expresión se volvió cautelosa.

—¿De qué estás hablando?

—Nunca te lastimaré —dijo—. Pero no tengo problema en lastimar a


otros. Especialmente a aquellos que te han lastimado en el pasado.

Los ojos de Mia solo tardaron un segundo en ampliarse en


comprensión. El horror llenó sus profundidades azules.

—No puedes.

—Puedo, y lo haré —No se molestó en atemperar la fría amenaza


corriendo a través de sus palabras. Necesitaba que lo oyera. Necesitaba
que Mia supiera que él quería decir cada palabra. Que él seguiría a través
con cada amenaza.

Y ella le creyó.

Eso estaba muy claro. Su corazón latía como un martillo en su


pecho. El olor a miedo se elevó de su piel. Una tensa mirada de horror
arrugó sus ojos.

Aun así, Ty sintió la necesidad de conducir su punto a casa.

—Si no me das el mordisco del reclamo, iré al bar y mataré a Dustin


y a Josh. Lo haré lenta y dolorosamente.
—Estás tirándote un farol —dijo Mia, pero no había convicción en
su voz. Infiernos, ni siquiera podía mirarle a los ojos. Su cara estaba
apuntando a sus pies mientras sacudía su cabeza.

—Sabes que eso no es verdad. —Ty recorrió el dorso de sus dedos


por su mejilla, la ternura del gesto contrastaba con la amenaza en sus
palabras. Él no quería hacer esto, pero había veces cuando la crueldad
era amabilidad disfrazada.

Mia no podía ver eso ahora.

Pero lo haría.

Con el tiempo.

—Ya has visto su sangre en mis manos —continuó él—. Sabes que

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quiero venganza por cómo te trataron. La única cosa que me retendrá es
tu deseo por misericordia. Pero si te niegas en darte a mí completamente,
entonces no veo por qué debería importarme.

Los músculos de su mandíbula se flexionaron debajo de sus dedos.


Ojos enojados brillaron hacia él.

—Me equivoqué —escupió las palabras—. Eres un monstruo.

—No —susurró Ty. No había necesidad de que gritara. No ahora que


podía ver su resolución escapando—. Soy un Alfa. Tu Alfa. Y haré
cualquier cosa para proteger a mi Omega.

Incluso si eso significaba que ella lo odiara durante el resto de sus


vidas. Un silencio tenso se extendió entre ellos mientras los segundos
pasaban.

Ty no se movió ni emitió ningún sonido.

La paciencia era algo que todo Alfa aprendía en las Tierras


Fronterizas. Sus vidas como cazadores dependía de ello. Si había algo
que él sabía, era cómo esperar a su presa.

—Está bien —dijo finalmente Mia, derrotada—. Tú ganas. Si


prometes no poner otro dedo sobre Dustin o Josh, te daré todo lo que
quieras.

Los labios de Ty se alzaron en victoria. Pero no sintió alegría.


Mia estaba equivocada. No estaba consiguiendo nada. Ni siquiera
cerca. Lo que él quería era todo de ella, cuerpo y alma. Quería que ella lo
necesitara con la misma ferocidad que la necesitaba él. Conocer la
satisfacción de una Omega que ansiaba su toque, su pene y su
protección.

Pero Ty había aprendido temprano que la vida no se trataba de


obtener lo que querías. Se trataba de sacar lo mejor de lo que tienes.

No tenía derecho a quejarse. Solo un puñado de Alfas encontraban


a sus Omegas. Era uno de los afortunados. Eso no cambiaría incluso si
Mia maldecía su nombre cada vez que se acostaba a su lado.

—Bien —dijo asintiendo—. Quítate la ropa.

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Sus ojos se abrieron de nuevo.

—¿Qué? ¿Ahora mismo?

—Por supuesto. —No tenía sentido esperar más. Él ya había


aprendido que ella no era del tipo que se calentaría con el tiempo.

—Pero…

—Sin peros —espetó Ty—. Has hecho tu trato, ahora quítate la ropa.
¿O estabas esperando a que te las arranque?

—No. —Ella apartó la vista y su mirada se deslizó hacia el suelo—.


Yo solo…

Sus palabras se fueron apagando.

Fue igual de bueno.

Ty levantó la cabeza. A lo lejos, a más de un par de millas de


distancia, había percibido el sonido de un motor que se acercaba por el
camino de tierra que conducía a su casa. Como si el conductor temiera
que pudiera no oír el sonido, o más probablemente, temiera que pudiera
estar ocupado, dio dos golpes en su bocina.

Solo un Alfa hacía eso. Kian. El mejor amigo de Ty.

Soltó un profundo suspiro. No estaba seguro de si estaba aliviado de


que Kian finalmente viniera o enojado por su intromisión. Después de un
segundo, se decidió por lo primero.
Kian era uno de los pocos Alfas que estaba unido a una Omega.
Incluso ahora, su compañera, Paige, estaba embarazada de su cachorro.
Esa era la razón principal por la que Ty no culpaba a su amigo por su
ausencia.

En solo un par de meses, Kian se convertiría en el primer padre de


las Tierras Fronterizas en más de cincuenta años. El Alfa tenía cosas
mucho más importantes de qué preocuparse que los problemas de
relación de su amigo.

Ty comprendía eso, pero aun así, Kian era el único Alfa que podía
entender lo que estaba pasando. El reclamo de Kian y Paige también
había sido complicado.

No tan complicado como el de Mia y el suyo, pero casi.

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Ty dejó escapar un largo suspiro y volvió a mirar a Mia.

—Puedes dejar de verte tan nerviosa —dijo—. Tus oraciones por


indulto han sido respondidas.

Pequeñas líneas arrugaron la piel sobre su nariz.

—¿Qué quieres decir?

—Hay una camioneta subiendo por el camino —dijo.

La cara de Mia palideció.

—Es…

Su voz se quebró de miedo.

Ella tenía mucho miedo. ¿Por qué estaba luchando tanto contra su
protección?

Ty sacudió la cabeza.

—No es el FBI... o el ejército. No esta vez, al menos.

—Entonces, ¿quién es? —preguntó.

—Un amigo mío —dijo Ty.

Caminó hacia la puerta y se apoyó contra el marco abierto mientras


la camioneta de Kian continuaba por el camino de tierra. Su amigo debió
haber bajado las ventanas porque, incluso desde aquí, Ty podía distinguir
el olor de una Omega embarazada que el viento llevaba hacia él.

—Y parece que estás de suerte —dijo, mirando de reojo a Mia, que


todavía estaba encogida en medio de la habitación—. Ha traído una amiga
para ti también.

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Ella era hermosa... y feliz.

Mia no estaba segura de que la sorprendió más cuando vio a la


Omega bajar de la camioneta que estaba estacionada frente a la cabaña
de Ty.

Bien, relajarse era una mejor descripción.

La Omega estaba embarazada. Muy embarazada.

Mia retrocedió, alejándose de la puerta principal abierta y


adentrándose en las sombras ocultas de la habitación delantera de la
cabaña.

Una parte de ella se sentía culpable por mirar fijamente, pero parecía
que no podía evitarlo. La Omega no se parecía en nada a lo que esperaba.

Paige, Ty le había dicho a Mia su nombre justo antes de que llegaran,


era encantadora. Llevaba el pelo hacia atrás y los rizos sueltos le
acariciaban la nuca. Su vestido de maternidad era moderno y elegante.
Pero lo que más sorprendió a Mia fue el brillo de la verdadera alegría en
sus ojos.

Mia sintió una inesperada punzada de celos al ver la felicidad de la


otra mujer. Había pasado mucho tiempo desde que había sentido esa
emoción.

No desde que la habían dejado en las Tierras Fronterizas. Tal vez ni


siquiera antes de eso, si era totalmente honesta.
Algo en la sonrisa de la Omega llamó a Mia. La hizo desear compartir
esa alegría.

Pero parecía que el destino tenía otros planes para ella. En lugar de
sonrisas radiantes y felicidad, su realidad estaba llena de amenazas y
compromisos forzados.

Los celos de Mia solo aumentaron cuando el Alfa de Paige, Kian,


corrió a su lado.

Pero fue la mirada tierna pero posesiva en los ojos del Alfa lo que
realmente presionó la daga de la envidia hasta el pecho de Mia.

Esa era la mirada del amor.

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Amor verdadero, eterno y apasionado.

Era todo lo que Mia había deseado. Y nunca iba a tenerlo.

Mia dejó escapar un largo suspiro cuando los dos Alfas se abrazaron
brevemente. Ty asintió respetuosamente con la cabeza hacia Paige, y ella
dijo algo que Mia no pudo entender. Fuera lo que fuese, hizo que Ty
sonriera.

Mia parpadeó para evitar el ardor de las lágrimas que amenazaban


detrás de sus ojos.

Ty nunca le sonreía de esa manera. La mayoría de las veces, parecía


que estaba conteniendo un gruñido. ¿Quién era esta mujer que podía
envolver Alfas alrededor de su dedo?

—Mia. —Ty ni siquiera miró hacia la casa cuando la llamó por su


nombre.

Durante un momento, Mia no se movió. De repente, no importaba lo


sola que hubiera estado. No quería salir ahí fuera. ¿Cuál era el punto?
Era obvio que no encajaba con estas personas que sonreían tan
fácilmente cuando no estaba cerca.

Como para confirmar su sospecha, la sonrisa en el rostro de Ty se


desvaneció cuando se volvió hacia la puerta principal.

—Mia, sé que estás ahí. Sal y saluda.

Apartándose el pelo de la cara y detrás de las orejas, Mia se arrastró


hacia la puerta principal. No tenía sentido tratar de permanecer oculta.
No cuando sabía que Ty simplemente irrumpiría, la arrojaría sobre su
hombro y la llevaría a donde la quería.

Al menos de esta manera, podría retener un mínimo de dignidad.

Juntó las manos a la espalda y salió al patio.

Tanto Kian como Paige se volvieron hacia ella. Los ojos del Alfa se
abrieron, y Mia pudo sentir su mirada evaluativa barriendo cada pulgada
de ella, juzgándola.

Aunque pareciera extraño, no se sentía amenazada. No estaba


asustada. Sus instintos no gritaron alarmados como lo habían hecho
cuando se encontró por primera vez con Ty.

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Kian podría ser un Alfa, pero en lo que concernía a sus instintos, era
solo un hombre: grande, musculoso y gigantesco, seguro, pero no una
amenaza física. Sobre todo, el Alfa parecía contento de retroceder y
juzgarla desde lejos.

La cara de la Omega, por otro lado, no mostró ni siquiera un destello


de juicio. Cuando vio a Mia, su sonrisa se ensanchó y comenzó a caminar
por el camino.

—Paige, tómalo con calma —le gritó su Alfa, pero ella rechazó su
preocupación con un movimiento de su mano.

—Él siempre está preocupado —dijo Paige, dirigiéndose hacia Mia.

No fue difícil ver por qué. La Omega resopló y resopló con cada
escalón.

Mia bajó corriendo las escaleras para que Paige no tuviera que
subirlas para encontrarse con ella. Resultó que no debería haberse
preocupado. La mujer podría estar embarazada, pero definitivamente no
era frágil. En el momento en que estuvo al alcance de la mano, Paige
abrazó a Mia y la apretó con fuerza.

—Bienvenida —dijo la Omega antes de finalmente liberarla—. No


tienes ni idea de lo feliz que estoy de que estés aquí en las Tierras
Fronterizas con nosotros.

A pesar de su naturaleza defensiva, Mia sintió que parte de la


tensión se derretía de su cuerpo. ¿Y por qué no? Esas eran las primeras
palabras genuinamente acogedoras que escuchó desde que la dejaron
aquí.

La Omega descansó sus manos sobre los hombros de Mia,


pareciendo perfectamente a gusto con el gesto íntimo. Ella sacudió la
cabeza lentamente mientras miraba a Mia de arriba abajo.

Era evidente que no estaba impresionada con lo que vio. Sin


embargo, para sorpresa de Mia, la Omega sabía exactamente a quién
culpar.

Le lanzó un ceño decepcionado a Ty.

—¿De verdad? —dijo Paige—. Y aquí estaba yo empezando a pensar


mejor de ti, Ty Wick.

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Las cejas de Ty se juntaron en confusión.

—¿Qué?

—¿Me estás diciendo que tuviste la suerte de encontrar a tu alma


gemela caminando en el lateral del camino, y así es como la tratas?

—¿De qué estás hablando?

—La pobre lleva una de tus viejas camisetas.

—Eso es porque su único vestido estaba... dañado.

Paige no parecía influida por su argumento en absoluto.

—Ty, está descalza.

—Llevaba tacones cuando la encontré —intentó Ty, comenzando a


sonar un poco avergonzado—. Tacones rotos.

Paige levantó los ojos al cielo como si rezara por paciencia.

—Déjame aclarar esto. ¿Tienes el único puesto comercial en cien


millas, pero no puedes pedir ropa decente para tu Omega porque...?

—No sé si lo has notado, Paige —protestó Ty—. Pero las autoridades


Beta han tomado el control de Evander.

Para Mia, la respuesta de Ty tenía sentido, pero la otra Omega no lo


estaba comprando fácilmente.
—Lástima que no conozcas a ninguna otra Omega que pueda
ayudarte —dijo Paige—. Como yo, por ejemplo. O Gail.

Ty miró al suelo con los ojos entrecerrados. Era una expresión que
Mia aún no había visto en él. Casi parecía... avergonzado.

Pero ese no podría ser el caso. Mia no creía que Ty, o cualquier Alfa
para el caso, fuera capaz de esa emoción.

—Está bien —se aventuró Mia incómodamente—. Ty ha estado...


lidiando con muchas cosas.

Paige le dio a Mia una mirada escéptica, dándole la espalda a los


Alfas.

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—Eres dulce —dijo ella—. Pero déjame darte un consejo. No dejes
que estos Alfas se libren tan fácilmente. Si Ty hubiera querido
encontrarte ropa, podría haberlo hecho.

—Está bien de verdad —dijo Mia, queriendo superar este tema sin
otra confrontación tensa—. No me importa.

—¿De verdad? —preguntó Paige, sin sonar convencida en absoluto—


. ¿Me estás diciendo que no te gustaría algo de ropa real, zapatos
decentes, algunas cintas para el cabello, tal vez un poco de maquillaje?

Mia dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que


había estado conteniendo. Por supuesto que quería esas cosas. No se
había dado cuenta de cuánto las extrañaba hasta que Paige las enumeró
en voz alta.

Sin embargo, dada la tensión entre ella y Ty en este momento, era


muy probable que no las viera pronto.

—Sí, eso es lo que pensé —dijo Paige con una sonrisa. Se dio la
vuelta y comenzó a caminar hacia el coche—. Afortunadamente, algunos
de nosotros pensamos con anticipación. Recogí algunas cosas para
prestártelas hasta que te instales.

Kian corrió para ayudar, recuperando una bolsa grande de la parte


trasera de la camioneta. Incluso en las manos del Alfa, parecía pesado.
Claramente, era pesado con mucho más que unas pocas cosas.

—Esto es demasiado —dijo Mia, sintiendo que sus lágrimas


cambiaban de desesperación a gratitud. Aparentemente, no se había
dado cuenta de cuánto echaba de menos los pequeños lujos de la vida—
. No es posible que me prestes tantas cosas.

Paige sacudió la cabeza cuando su Alfa llevó la bolsa a la casa.

—No seas tonta. No es como si yo encajara en nada de eso en este


momento —dijo, señalando su vientre hinchado—. ¿Sabías que incluso
tus pies crecen cuando estás embarazada? Porque estoy segura que no.

Mia se mordió el labio inferior, sin confiar en sí misma para hablar.


Afortunadamente, no tuvo que hacerlo. Paige se arrastró por el camino y
pasó el brazo sobre el hombro de Mia.

—Vamos —dijo, guiando a Mia hacia la casa—. Vamos a vestirte.


Después de eso, tal vez podamos tomar un pequeño descanso de los

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chicos y conocernos.

—Me gustaría —dijo Mia, casi con timidez. Los celos que había
sentido al ver a Paige por primera vez habían desaparecido por completo.
Era obvio que su nueva amiga sacaba lo mejor de la gente, incluso en
alguien tan duro como Ty.

Como si hubiera estado leyendo su mente, la voz de su Alfa sonó


detrás de ellas.

—Paige —llamó.

—¿Sí? —Se volvió sonriendo.

—Gracias.

La sonrisa de Paige amplió su expresión a la vez genuina y sabia.

—De nada —dijo ella—. Si hay algo que he aprendido en mi corto


tiempo aquí en las Tierras Fronterizas, es que a todos nos va mejor
cuando nos ayudamos unos a otros. Todos nosotros.

Mia se pasó el cepillo plano por el grueso cabello una y otra vez,
acariciándolo, hasta que finalmente comenzó a sentirse como el suyo
nuevamente. Pasando los dedos por las hebras suaves, lo tiró hacia atrás
en una larga cola de caballo, asegurándolo con una de las bandas
elásticas que Paige había traído.
Aunque el peinado realmente no lo requería, deslizó una horquilla
azul jaspeada cerca de su oreja derecha, solo porque le gustaba la forma
en que captaba la luz.

No pudo contener un suspiro de satisfacción mientras miraba su


reflejo en el espejo. Se parecía a ella otra vez. Su verdadero yo. No una
extraña que simplemente intentaba hacerlo y sobrevivir.

—Ves —dijo Paige detrás de ella, su voz ligera—. ¿No está eso mejor?
—Oh Dios, lo era. Mucho mejor. La Omega no tenía ni idea.

O tal vez lo hacía.

Mia tenía curiosidad por saber qué había llevado a Paige a las Tierras
Fronterizas. Fuera lo que fuese, supuso que no era bueno. ¿Cómo podía

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serlo? Ninguna mujer Beta venía aquí por libre albedrío.

Mia sonrió en el espejo a su nueva salvadora.

—Gracias de nuevo.

Paige le devolvió la sonrisa.

—Es un placer. Por lo que escuché, no aterrizaste aquí exactamente


con toneladas de equipaje.

Eso era ciertamente un eufemismo.

Aun así, Mia no quería que Paige pensara mal de Ty por no


proporcionarle ropa de inmediato.

—Sabes —dijo ella, tratando de mantener su tono informal—. Ty


realmente ha estado haciendo todo lo posible.

—Oh, lo sé. —Paige rio levemente—. Es solo que cuando se trata de


Alfas, en algunas situaciones, incluso sus mejores esfuerzos pueden
fallar un poco.

La mandíbula de Mia cayó. Nunca había escuchado a nadie hablar


de Alfas de esa manera.

Nunca.

Ni siquiera en el mundo Beta, donde todos tendían a pensar en los


Alfas como criaturas míticas en lugar de personas reales. A pesar de, o
quizás debido a, su reputación de brutalidad, siempre había un extraño
aire de respeto cuando los Alfas surgían en la conversación. Solo un
idiota pensaría que podían sobrevivir en un uno contra uno con un Alfa.

Y Paige no tomaría a Mia por idiota.

Mia habló en voz baja.

—Sabes que pueden escucharte, ¿verdad?

Paige se echó a reír, lo suficientemente fuerte y alto como para dejar


claro que no le importaba quién estuviera escuchando.

—Sí, lo sé.

—¿Y no te importa?

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Paige alisó un pequeño mechón de pelo de Mia que había escapado
de su elástico, un gesto reflexivo y tierno. Su sonrisa no abandonó su
rostro, pero se volvió más seria.

—Vamos —dijo ella—. Vamos a dar un pequeño paseo. Creo que


puede que hayas estado encerrada en esta cabaña demasiado tiempo.

Mia asintió. Paige tenía razón. No se había dado cuenta hasta ahora,
pero necesitaba urgentemente compañía y un cambio de escenario.
Alguien que no fuera Ty con quien hablar. Alguien que no la llenase de
una mezcla desconcertante de emociones a la vez: miedo, desafío y
lujuria.

Paige tomó la mano de Mia mientras salían de la cabaña pasando a


los Alfas, que estaban sentados y hablando en el porche tal como Ty y
Samson lo habían hecho antes.

—Vamos a dar un paseo —declaró Paige.

Kian y Ty se pusieron de pie.

—Esa no es una buena idea —dijeron, prácticamente al unísono.

Paige se rio.

—¿Estáis seguros de que no sois hermanos biológicos? Porque estoy


segura como el infierno de que actuáis como gemelos.

—No me gusta la idea de que te pierdas en un territorio desconocido


—dijo Kian, su voz muy fría.
La sonrisa de Paige se ensanchó mientras sacudía la cabeza con
fingida exasperación.

—Kian, es una caminata, no una caminata de tres días en un


desierto inexplorado. Ninguna de nosotras se va a perder. Además, un
poco de ejercicio es bueno tanto para mí como para el cachorro. Sin
mencionar que es bueno para Mia aquí. ¿Te das cuenta de que lleva más
de una semana atrapada en esta cabaña?

—Eso es porque las autoridades Beta la están buscando —dijo Ty,


tan firmemente como el otro Alfa—. Ella está más segura aquí dentro.

Las cejas de Paige se arquearon. Estaba claro que no estaba


comprando ese argumento en absoluto.

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—Bueno, no está a salvo de la fiebre de la cabaña, te diré —replicó
ella—. Necesita algo de aire. Un poco de espacio para respirar y alguien
con quien hablar.

—Yo soy alguien —dijo Ty, cruzando los brazos.

Paige le lanzó una mirada aguda.

—Alguien que entienda por lo que está pasando.

El gruñido que retumbó en el pecho de Ty solo causó que la Omega


lo fulminara con la mirada, sin dejarse intimidar.

Un segundo después, Ty volvió a sentarse.

—No vayas lejos —dijo, derrotado—. Quedaos cerca de la cabaña.

—Lo haremos —prometió Paige—. Aunque no es como si alguien se


atreviera a venir a tu tierra sin ser invitado. —Dando un apretón a su
mano, Paige condujo a Mia por el camino que se alejaba de la cabaña de
Ty. La pareja caminó en un agradable silencio durante un rato. Mia se
tomó el tiempo de admirar los densos y viejos árboles y las flores
silvestres que salpicaban los espacios abiertos.

—¿Mejor? —preguntó Paige finalmente una vez que estuvieron en lo


profundo del bosque cuyo silencio solo era interrumpido por el canto de
los pájaros.

—Un poco —admitió Mia encogiéndose de hombros—. Aunque estoy


segura de que todavía nos pueden escuchar.
—Oh, sin duda —dijo Paige—. Esa es probablemente la única razón
por la que acordaron dejarnos ir. Pero no todo es malo. Si pueden
seguirnos, también pueden rastrear a cualquiera que pueda estar detrás
de ti. —Mia tragó el nudo de su garganta. No había pensado en eso.

No era solo que Ty la estuviera vigilando. Él estaba manteniendo un


ojo en ella.

Y sus oídos.

Y nariz.

Podría no ser capaz de alejarse de Ty... pero eso significaba que


nadie más podía hacerlo.

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Mia respiró hondo, llenando sus sentidos con la belleza del
exuberante mundo verde que la rodeaba: los aromas de pino limpio y
tierra húmeda, el aire fresco que levantaba suavemente los finos pelos de
su brazo, el suave ruido de fondo de sus pasos y viento oxidado a través
de agujas y ramas.

Un poco más de su tensión se desvaneció.

Pero no todo.

La realidad aplastante de su situación no le permitía relajarse por


completo. Ahora no. Quizás nunca.

Entonces, ¿qué sentido tenía fingir?

—Supongo que me has traído aquí para tratar de convencerme de


que reclame a Ty como mi Alfa —dijo.

Paige le lanzó una mirada por el rabillo del ojo, pero mantuvo un
ritmo constante en el camino.

—Kian me pidió que lo intentara —admitió sin una pizca de disculpa


o vergüenza en su voz—. ¿Es tan obvio?

Mia sonrió.

—No eres exactamente del tipo sutil.

—No, supongo que no —dijo Paige—. Aunque solía serlo. Esta vida
tiene una forma de... cambiar a una mujer.
Mia no tuvo problemas para creer eso. Ella ya había cambiado
mucho en muy poco tiempo. Si no fuera por la ropa que Paige le había
prestado generosamente, Mia no estaba segura de sí se reconocería a sí
misma siquiera.

—Ya sea que lo queramos o no —dijo Mia.

Paige le apretó la mano.

—Oh, confía en mí, lo entiendo. Estoy segura de que no pedí esta


vida. Pero a veces las mejores cosas surgen cuando no las estamos
buscando.

—Y a veces nos las empujan por la garganta —dijo Mia, y al instante


se arrepintió de sus palabras.

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Paige se detuvo en medio del camino y se volvió hacia Mia. Todo el
humor había desaparecido de sus ojos, reemplazado por inquietud y
preocupación.

—¿No quieres a Ty? Él no te ha hecho daño, ¿verdad?

Mia negó con la cabeza, preguntándose cómo explicarlo.

—No, no es eso. —Paige tomó las manos de Mia entre las suyas y las
apretó.

—Entonces dime qué es.

Por un momento, Mia pensó en ignorar la preocupación de la otra


Omega. Sería tan fácil insistir en que no era nada. Que estaba
emocionada y confundida por las hormonas o alguna otra mierda.

Pero no lo hizo.

En el fondo, Mia estaba harta de todo lo que se ocultaba física,


social y emocionalmente. Todo ello. Había tanto que podía embotellar
antes de romperse.

—Estoy enojada porque no puedo hacer una sola elección. Ninguna.


No elegí venir a las Tierras Fronterizas; me dejaron aquí. No elegí ir a la
cabaña de Ty; él me trajo. No elegí que el FBI o el ejército amenazaran a
todos cuando vinieran a buscarme. Estoy segura de que no elegí que cada
Alfa y Omega en las Tierras Fronterizas conociera mi asunto más íntimo
y lo hiciera suyo.
Paige se mordió el labio inferior mientras Mia hablaba, asintiendo de
vez en cuando, sin soltar nunca las manos de Mia. No parecía enojada
por las palabras de Mia, sino todo lo contrario.

—Ahora, sientes que lo único que puedes controlar es retener tu


reclamo de Ty.

Entonces Paige lo entendía, pensó Mia. Excepto... que no sabía toda


la verdad.

—Era la única opción que tenía —dijo con amargura—. Ty también


me la quitó, unos cinco minutos antes de que tú y Kian llegarais.

Las cejas de Paige se fruncen.

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—¿Qué quieres decir?

Mia miró los altos árboles que las rodeaban, con la esperanza de que
el dosel verde y azul moteado del bosque calmara su ira creciente. No era
culpa de Paige, después de todo.

Pero no la hizo sentir más tranquila.

—Ty me dio un ultimátum —dijo, mordiendo las amargas palabras—


. O le doy el mordisco de reclamo, o matará a dos Betas que solían ser
mis amigos.

—Oh, ese imbécil.

Mia miró a Paige con sorpresa. No estaba segura de qué tipo de


respuesta había estado esperando de la Omega: simpatía, tal vez, o
incluso algunas bromas suaves para resignarse al plan de Ty por el bien
de la manada, pero ciertamente no era ira compartida.

—¿Qué dijiste? —preguntó Mia, solo para asegurarse de haber


escuchado bien.

Paige sacudió la cabeza con disgusto.

—Y aquí pensé que la forma en que Kian me manipuló para


reclamarlo fue mala. —Paige soltó las manos de Mia y comenzó a caminar
de nuevo por el camino, esta vez con más determinación en cada paso de
la caminata.

—¿Kian también te chantajeó?


—No —dijo Paige rápidamente—. Nada de eso. Solo un poco de
explotación emocional ligera. Pero lo que hizo Ty es horrible.

—¿Entonces no crees que debería hacerlo?

Paige inclinó la cabeza pensativa, sopesando las elecciones.

—No —dijo finalmente—. Todavía creo que deberías.

Mia sintió el pesado peso del desánimo asentarse sobre sus


hombros.

—Porque no hace amenazas vacías.

—No —dijo Paige—. Porque serás mil veces más feliz una vez que lo

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hagas.

Espera. ¿Qué?

—¿Quieres que crea que seré más feliz una vez ceda mi autonomía?

Paige la miró perpleja, con el menor indicio de una sonrisa tirando


de las comisuras de sus labios.

—¿Quién dijo algo acerca de regalar tu autonomía? ¿Qué crees que


es exactamente reclamar, Mia?

—Permitir que Ty sea mi Alfa. Mi maestro. Mi gobernante. —Todos


sabían eso. Mia lo había aprendido en su escuela primaria Beta, por el
amor de Dios. Era Alpha / Omega 101.

—Esa es solo una parte —dijo la otra Omega—. Hay otros aspectos
que quizás no hayas considerado. Cosas que el mundo Beta no quiere
que sepamos.

—¿Y cómo sé que esos no son tan malos? —preguntó Mia.

Paige sonrió gentilmente.

—Tendrás que confiar en mí.

Mia negó con la cabeza. Había pasado de confiar en alguien solo con
su palabra.

Al menos Paige pareció entender eso sin que se lo dijeran. Ella


consideró sus palabras antes de intentarlo de nuevo.
—Piénsalo de esta manera: ¿Ty está actuando como un imbécil? —
dijo—. Sí. Obviamente. Pero hay una razón, una poderosa. Toda la vida
de un Alfa está dedicada a proteger a su Omega. Es lo que cada instinto
en su cuerpo y mente le dice que haga. Es más importante para él que
su propia vida, y él hará cualquier cosa para garantizar que estés a salvo.
Siempre.

—Pero ¿De qué sirve la seguridad física, si solo estoy cambiando una
situación miserable por otra?

La sonrisa tranquilizadora de Paige se desvaneció.

—¿Eres miserable aquí?

—No exactamente —admitió Mia. Sus pensamientos y emociones

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eran demasiado confusos, demasiado complicados para resumir en una
sola palabra. Y cambiaron de un momento a otro, menguando y fluyendo
sin previo aviso. Era mucho más fácil decir lo que no era que lo que era—
. Pero no estoy feliz.

Paige la miró con complicidad.

—Eso va a cambiar.

—¿Después de reclamarlo, quieres decir?

—Y después de que él te reclame —dijo Paige con decisión—. Todo


cambia después de eso. Es como si todos los cambios en la química de
tu cuerpo de repente se establecieran. Comienzas a pensar con claridad
otra vez. Comienzas a darte cuenta de que estás en el lugar correcto. Que
estás con el Alfa correcto.

Mia encogió los hombros mientras continuaba caminando. Quería


creer las palabras de Paige, pero no estaba tan segura. No podía imaginar
nada que la hiciera sentir así. Pero en el fondo de su mente, un
pensamiento la molestaba.

Mia había estado luchando contra los instintos de su cuerpo durante


cada paso de este proceso. Nunca se le había ocurrido no resistirse. De
vuelta en casa, en la vida que había dejado atrás, rendirse significaba
caer en la miseria y el dolor. Al conformarse con la mierda, demasiadas
personas se habían repartido y, finalmente, creyeron que valía la pena.
Pero aquí... con Ty... ¿era posible que rendirse pudiera significar algo
más? ¿Que pudiera ser algo bueno para ella? ¿Que pudiera encontrar la
felicidad, la verdadera felicidad, al rendirse a algo más grande que ella?

Le costaba creerlo. Pero también era muy tentador.

Eso era lo verdaderamente extraño. Por primera vez, Mia realmente


quería creer que algo como lo que Paige había descrito pudiera ser real.
Esa felicidad realmente era una opción para ella. Que todo lo que tenía
que hacer era extender la mano y agarrarlo.

Mia estaba tan perdida en esos pensamientos que, después de unos


minutos más caminando, de repente se dio cuenta de que estaban en lo
profundo del bosque. Demasiado profundo. Ya no podía ver el camino que

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conducía a la cabaña. No podía ver el rizo de humo de la chimenea que
se elevaba en el cielo.

A su alrededor, no había nada más que el denso bosque, el sonido


del canto de los pájaros, la ligera brisa que crujía entre los helechos.

Un hilo de preocupación hizo que el pelo de sus brazos se erizara.

Había estado tan concentrada en la conversación con Paige que no


había prestado atención a lo lejos que habían caminado. ¿Sobre una
colina suavemente inclinada? ¿O fueron dos? Todo lo que sabía era que,
debido al temor que se asentaba en su cuerpo, se había alejado
demasiado de Ty.

Ella apretó la mano de Paige.

—Creo que deberíamos regresar.

Al principio, Mia pensó que la otra Omega no la había escuchado.


Los ojos de Paige estaban escaneando la línea de árboles a su lado
izquierdo, casi como si estuviera buscando algo.

Un pequeño sonido que había escuchado allí. Algo fuera de lugar.

El temor de Mia se hizo más fuerte.

Paige giró sobre sus talones y tiró de Mia por el camino por donde
habían venido.

—Sí, creo que tienes razón.

No llegaron lejos.
Mia solo había dado unos pasos cuando escuchó el sonido
inconfundible de una rama que se rompía bajo un pie. Su corazón se
aceleró en su pecho cuando se dio la vuelta para ver a un hombre
completamente vestido de camuflaje saliendo al camino.

Mia se congeló de terror.

Los soldados de su padre la habían encontrado.

113
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—Deberías haber encontrado otra forma. Una que no involucrara
amenazas de muerte.

Ty se erizó ante la crítica no tan constructiva de su amigo. No se


había tomado la molestia de repetir la última semana de su vida con
minucioso detalle para escuchar a Kian decirle qué trabajo de mierda
había hecho. No necesitaba ayuda para resolverlo.

—Es fácil para ti decirlo —gruñó Ty—. Todo lo que tenías que hacer
para convencer a Paige de que te reclamara era llevarla a una fuente
termal.

Kian le lanzó una mirada que estaba lejos de ser divertida.

—Fue un poco más complicado que eso.

Ty levantó una ceja.

—¿Realmente cómo?

Kian se encogió de hombros, pero no encontró la mirada de Ty.

—He estado en esto durante una semana —continuó Ty—. Toda una
maldita semana. Creo recordar que pensaste que te volverías loco
después de tener que esperar unos minutos.

Kian levantó la mano en señal de rendición.


—Tienes razón. No estoy tratando de darte una mierda. Solo digo
que no puedes sorprenderte de que aterrices en una pila cuando
amenazaste con matar a sus amigos.

Ty se levantó de su asiento, su ira sacando lo mejor de él.

—¡Esas pequeñas mierdas no son sus amigos! Son los bastardos que
la arrastraron hasta aquí, la arrojaron a una zanja y la dejaron morir.
Matarlos no sería un asesinato. Sería justicia.

Kian se cruzó de brazos frente a su pecho y asintió lentamente ante


cada palabra que Ty decía.

—Estoy de acuerdo contigo —dijo—. Pero lo que pienso no importa.


No soy Mia.

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Kian tenía razón en eso, al menos. Nada importaba excepto Mia.

Era verdad ahora. Sería cierto para siempre. Hasta el día de su


muerte.

Ty no necesitaba ningún mordisco para estar vinculado a ella.


Incluso ahora, podía sentirla en su sangre, latiendo a través de él,
dándole una razón para vivir, para respirar, para que su corazón siguiera
latiendo.

Pero ella también era la razón del dolor ardiente en el centro de su


pecho. El anhelo de finalización que no podía negar. Solo Mia podía
satisfacerlo. Solo entregándole cada parte de ella y dejando que se
entregara a cambio.

Hasta que ella hiciera eso, él continuaría ardiendo.

Entonces, dejó que Kian lo culpara por usar amenazas para obtener
lo que quería.

Lo que necesitaba.

Ty envolvió sus manos alrededor de la baranda del porche y respiró


hondo. El aire fresco llenó sus pulmones, pero no hizo nada para templar
su sangre. En todo caso, solo empeoró su fiebre.

Podía olerla allí afuera. Débil y distante.

Demasiado distante.
Mia y Paige y vagaron demasiado lejos. Todavía podía distinguir el
leve zumbido de sus palabras y el suave golpeteo de sus pasos, pero no
mucho más.

Pero también podía sentir algo más, algo que congeló su sangre: otro
conjunto de pasos, incluso más ligeros que el de las Omegas. Más
cuidadosos. Deliberadamente silenciosos.

Mierda.

La fiebre en la sangre de Ty se convirtió en hielo en un instante.

No podía ser.

Quizás no lo era. Tal vez estaba al límite, su vigilancia había

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aumentado hasta el punto de engañarlo.

Ty olisqueó el viento. De nuevo solo olía a Omegas. No había otras


personas.

Solo un extraño... la agudeza que luchó para apuntar con su dedo.


Algo nuevo. Algo que nunca había olido antes.

Kian también debió haber sentido algo fuera de lugar.

El porche de madera gimió cuando el Alfa se puso de pie.

—¿Qué es eso? —preguntó Kian, olisqueando el aire.

Ty sacudió la cabeza.

—No lo sé, pero está cerca de las chicas.

⸻Deberíamos ir. Ahora.

Ty asintió con la cabeza.

Estaba a medio camino de las escaleras cuando el grito de Mia


resonó entre los árboles.

Mia no corrió cuando su grito resonó por el bosque. No importaba


que su rodilla se hubiera curado, que su condición física fuera excelente
y que pudiera ser capaz de sobrepasar al soldado.
Lo único que importaba era que Paige no podía.

La Omega muy embarazada a su lado no podría escapar de un


caracol en este momento. Mucho menos defenderse de un soldado
armado.

Entonces, en lugar de correr, Mia se colocó entre Paige y el soldado


y estiró los brazos.

—No la toques —dijo con fuerza.

El soldado no parpadeó. Su expresión fría no cambió para nada


debajo de la gruesa pintura manchada en su rostro.

—No estoy aquí por ella —dijo.

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Por supuesto que no. Pero Mia no tomaría riesgos.

—Aléjate de las dos —gruñó ella.

—Mia Baird, tengo órdenes de sacarte de las Tierras Fronterizas.

Mia negó con la cabeza.

—No voy a ir a ningún lado contigo.

—Sí, lo harás. —El Beta hizo una demostración sacando una pistola
de la funda en la cadera—. Mis órdenes son llevarte viva o muerta.

Mia tragó saliva. El miedo surgió dentro de ella, pero estaría


condenada si dejaba que lo viera.

—¿Me vas a matar?

—Lo haré si no obedeces —dijo el soldado rotundamente.

Mia se pavoneó tragándose el miedo que le tapaba la garganta. Los


ojos del soldado eran fríos como el hielo. Estaba claro que había matado
antes, no tenía reservas sobre volver a hacerlo.

Lentamente levantó las manos cuando el hombre se acercó a ella,


con cuidado de no hacer movimientos bruscos. Temía que le dispararan,
claro, pero tenía mucho más miedo de que una bala perdida se alojara
en el vientre de Paige.

El soldado levantó la barbilla hacia una radio atada a su hombro.


—Tengo el paquete.

Probablemente pensó que había sido muy silencioso para no ser


escuchado por los Alfas en la cabaña, pero Mia lo sabía mejor.

—¿Cuál es su condición? —preguntó una voz crujiente en el otro


extremo.

—Actualmente viva y desafiante.

Actualmente. Mia se preguntó cuál de esas condiciones planeaba


cambiar.

—Estamos detectando otra firma de calor.

—Una segunda mujer —dijo el soldado—. Omega. Embarazada. Más

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allá de la redención. Asesorar.

¿Asesorar? ¿Sobre qué? ¿Dejar o no vivir a Paige?

—Jódete, gilipollas —gruñó Mia—. Haz lo que quieras conmigo, pero


déjala en paz.

Aparentemente, al soldado no le gustaba que le hablaran así. Retiró


el puño y golpeó la culata de la pistola en el pómulo de Mia.

Luces estallaron frente a sus ojos. Ella tropezó, pero antes de que
pudiera derrumbarse, el soldado le pasó un brazo por la cintura y la
levantó sobre su hombro.

—El paquete está incapacitado —dijo el Beta cuando comenzó a


correr a través de los árboles en dirección a Central Road—. Evacuando
ahora.

Mia abrió la boca, intentando gritar de nuevo, pero no salió nada.


Con cada paso que tomaba el soldado, el centro de Mia se estrellaba
contra la repisa implacable de su hombro, forzando el aire de sus
pulmones.

Sabía que tenía que hacer algo, cualquier cosa, para alejarse de él,
pero su cerebro todavía estaba tambaleándose por el golpe.
Desesperadamente intentaba enfocar sus pensamientos, pero no podía.
Con cada paso, el estómago de Mia se revolvía, se sacudía y se agitaba,
empeorado por el dolor desgarrador y desorientador en su cabeza. La bilis
caliente se alzó en su garganta.
—Voy a vomitar —trató de decir, pero las palabras salieron
destrozadas y arrastradas.

No es que importara. Mia tenía la sensación de que podría haberlas


gritado al cielo, y su captor aún no habría respondido.

Finalmente, no pudo luchar contra las oleadas de náuseas por más


tiempo y lo soltó sobre su espalda, jadeando dolorosamente.

Justo como pensaba, el soldado no se inmutó, y mucho menos se


detuvo.

Tenía otras cosas de qué preocuparse. Como tratar de salir vivo de


la tierra de un Alfa.

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¿Qué le pasaría tenía éxito?

La pregunta rebotó alrededor de su aturdido cerebro.

¿Le dispararía? O peor, ¿la sacaría de las Tierras Fronterizas?

Espera.

¿Cuándo se convirtió en la peor opción?

Mia no tenía ni idea. Todo lo que sabía era que era verdad. De
cualquier manera, no sobreviviría. No con una bala en la cabeza. Y no sin
Ty a su lado.

La única misericordia era que una bala sería más rápida. De


repente, Mia supo con perfecta claridad lo que quería. Quedarse aquí en
las Tierras Fronterizas. Con Ty.

Esa era su elección.

Su elección.

Y este idiota estaba tratando de quitárselo. No iba a dejar que eso


sucediera. No sin pelear.

Luchando a través de oleadas de náuseas y dolor, Mia comenzó a


luchar, pateando las piernas y golpeando la espalda del soldado con los
puños, pero no mostró signos de sentir los golpes.

Por supuesto que no lo hizo. Dudaba que él pudiera sentir algo a


través de toda su armadura.
Mia se concentró en el brazo que no estaba envuelto alrededor de
sus piernas. El que bombeaba a su lado con cada paso. No parecía que
tuviera ningún relleno protector.

En el siguiente paso, Mia se giró con fuerza hacia un lado y agarró


su bíceps. Torciendo la cabeza, bajó la boca y mordió tan fuerte como
pudo. Su carne se desgarró bajo la tela de su camisa, y el fuerte sabor a
sangre llenó su boca. Mia luchó contra las oleadas de asco y se obligó a
morder aún más fuerte.

Un grito aullante llenó sus oídos, y su captor tropezó. El ímpetu


tomó agarre y su captor cayó al suelo.

Mia fue con él y se estrelló contra el suelo del bosque. En el momento

120
en que quedó libre, intentó ponerse de pie, pero su cabeza giró. Su visión
giró, volviéndose negra a lo largo de los bordes, y un segundo después,
se encontró de nuevo sobre sus manos y rodillas, arrugándose en una
pila de hojas.

—Pequeña perra —gruñó una voz enojada cerca de su oído—.


Pagarás por esto. Se suponía que debíamos hacer que pareciera que uno
de estos perros rabiosos te destrozó, pero a la mierda. Les diré que no
quedaban suficientes pedazos de ti para arrastrar a casa.

Oyó el chasquido metálico del seguro de la pistola al quitarse. Luego


la implacable presión del cañón presionando contra su cuero cabelludo.
Entonces... una gran fuerza salió de la nada. Escuchó el cambio en el
viento, sintió la conmoción de la ola de presión, y luego desapareció.

Él se había ido.

No había más soldado. Ni más armas presionadas contra su cabeza.


Ni más amenazas de muerte inmediata.

Mia intentó enderezarse, pero sus piernas se negaron a cumplir.


Débilmente, giró la cabeza para enfocarse en los borrosos colores oscuros
y las formas que se precipitaban frente a ella. Lentamente su visión se
enfocó. Podía distinguir la forma de un hombre gigante, un Alfa,
agachado con sus músculos tensos, su cuerpo irradiando pura rabia
animal.

Ty.
Había venido por ella. Había llegado a tiempo. Él le había salvado la
vida.

El soldado yacía frente a él, gimiendo con los ojos en blanco. Sus
extremidades estaban extendidas en ángulos incómodos. La fuerza del
cuerpo de Ty al chocar contra él debió haber roto varios de sus huesos.

—Nadie invade mi tierra —le gruñó Ty—. Nadie toca a mi Omega.

—Tenía órdenes —intentó justificarse su captor, su voz ahora


gimiendo y desesperado—. Solo las estaba siguiendo.

Ty se agachó y dejó escapar un rugido, dejando claro lo que pensaba


de las órdenes del Beta.

121
—¿Quién te dijo que la mataras?

El soldado se encogió, las lágrimas escapaban de sus ojos, incapaz


de hablar.

Ty lo agarró por el cuello de su chaleco antibalas. Sin ningún


esfuerzo aparente, lo levantó con una mano. Las piernas rotas del Beta
colgaban impotentes debajo.

—¿Quién? —exigió Ty de nuevo.

—E… el Senador. Senador Baird.

Mia contuvo el aliento y se encontró vomitando de nuevo, sacando


nada más que bilis.

Su propio padre dio la orden de matarla.

No solo asesinada, destrozada.

En el fondo, Mia sabía que no debería sorprenderse. Después de una


semana en las Tierras Fronterizas, sin duda la consideraba una causa
perdida.

¿Pero darles a sus hombres la orden de matarla? ¿Para humillarla


como un perro? Estúpidamente, se había aferrado a la esperanza de que
hubiera líneas que su padre no cruzaría. Que quedaba algo de decencia
en su interior.

El conocimiento de que realmente era un monstruo dolía mucho más


que sus puños.
Ty dejó al soldado caer de su agarre. El Beta gritó de dolor cuando
sus extremidades se rompieron de nuevo cuando tocaron el suelo.

Ty ignoró los gritos del hombre y dirigió su atención a Mia. Su


hermoso rostro estaba distorsionado por la ira y la preocupación. En sus
ojos, Mia podía ver la verdad detrás de las palabras de Paige: la agonía
que Ty sentía al verla así, maltratada y débil.

No era dolor figurativo. Estaba en una verdadera agonía física. Mia


podía ver la evidencia en su rostro, sentirla en la energía que brotaba de
su cuerpo.

—Mia... —Su voz se quebró.

—Estoy bien —trató de decirle, luchando por ponerse de pie, solo

122
para tambalearse y caer de nuevo.

Se apresuró a su lado.

—Estás herida. —Pasó los dedos por la curva de su mejilla. Su mano


era tan grande, pero su toque era tierno. Mucho más suave que cualquier
toque que hubiera conocido—. De nuevo.

—Estoy bien —le aseguró—. Todo está bien ahora que estás aquí.

Ty hizo una mueca, mostrando los dientes cuando algo crujió detrás
de ellos. Ambos se giraron para encontrar que el Beta había logrado
apoyarse en su único codo. En su mano, sostenía la pistola con la que
había golpeado a Mia. La que había presionado contra la parte posterior
de su cráneo.

Ty rugió, haciendo temblar aún más la mano temblorosa del soldado


cuando su dedo apretó el gatillo. El disparo se amplió, y un chorro de
aserrín brotó del tronco de un árbol a varios pies a un lado.

Mia hizo una mueca, sabiendo que el hombre no tendría otra


oportunidad.

Ty dio un paso adelante y levantó al hombre del suelo por el cuello.


Giró los dedos con fuerza, y un crujido impuro atravesó el bosque.

Esta vez, cuando el soldado cayó al suelo, no había un destello de


vida en su cuerpo inerte.
El alivio se apoderó de Mia. Nadie iba a lastimarla. Nadie la iba a
matar. Nadie la iba a alejar de Ty.

Observó a Ty agacharse y respirar profundamente sobre el cuerpo


del hombre.

—Mierda —murmuró.

—¿Qué pasa? —preguntó Mia.

—Las autoridades Beta deben haber desarrollado nuevos


bloqueadores de olores. Es por eso que Kian y yo no sentimos que algo
estaba mal hasta que fue demasiado tarde.

—¿Quieres decir que no pudiste olerlo?

123
Ty hizo una mueca. Estaba claro que no le gustaba la idea de tener
una debilidad.

—Capté el aroma de... algo. Pero no era un Beta.

—Proctor, ¿copias?

Ty gruñó a la radio en el hombro del Beta que cobró vida.

⸻¿Proctor?

Agachándose, arrancó la radio de la correa de la chaqueta del


muerto y apretó el botón.

—Tu hombre se ha ido —gruñó—. Puedes recoger su cuerpo en


Central Road. Envía más hombres, se encontrarán con el mismo destino.
¿Entendido?

La única respuesta fue la estática.


124
Mia no tardó mucho en recuperarse de sus heridas. Quizás era su
nueva naturaleza Omega, pero su cuerpo parecía sanar más rápido que
nunca.

Su mareo había retrocedido una hora después de que Ty la llevara a


casa. Su dolor de cabeza había desaparecido antes del atardecer. Se
durmió antes de que el sol se hubiera puesto por completo y se despertó
después de que estuviera alto en el cielo al día siguiente.

A la mañana siguiente, estaba casi recuperada. Su rostro y núcleo


todavía se sentían tiernos y magullados, pero no tan mal como temía.

Más importante aún, Ty estaba allí. De alguna manera ella sabía que
él había estado allí toda la noche, acunándola contra él. Al igual que
podía decir que algo había cambiado entre ellos.

Ahora no se hablaba de reclamar con mordiscos. No había amenazas


ni ultimátum. No había palabras en absoluto, en realidad.

Era casi como si estuvieran tan aliviados de estar en los brazos del
otro, vivos y completos, que nada más importaba.

Mia estaba segura de eso ahora.

Cuando el soldado Beta la agarró, su mayor temor fue ser arrebatada


de Ty. De no volver a verlo nunca más. Nunca tocarlo, besarlo o darle la
bienvenida dentro de su cuerpo.

Dolía solo de pensarlo.


Mia sabía que le dolía mucho. Podía sentir el dolor en el martilleo de
su corazón mientras descansaba su cabeza sobre su duro pecho. El latido
era tan fuerte que se preguntó si era lo que la había despertado del sueño.

Eso no era todo lo que despertó.

El calor en sus venas no podía ser ignorado. Antes de estar


completamente despierta, Mia ya estaba besando a Ty, desesperada por
su sabor. Ella acarició hambrientamente su pecho desnudo, pasando su
lengua por su tenso pezón.

Las manos de Ty barrieron su espalda y se hundieron en su cabello,


presionándola más cerca, instándola a seguir.

Mia no necesitaba el aliento. Ya sabía lo que quería.

125
Lo que necesitaba.

Ella deslizó su pierna sobre la dura llanura del vientre de Ty,


sentándose a horcajadas sobre él. Extendiendo sus dedos sobre sus
anchos pectorales, ella se levantó. Su pene, ya duro y listo, presionó la
unión de sus muslos.

Mia dejó caer la cabeza hacia atrás mientras giraba las caderas,
dejando que el largo eje rozara contra su abertura. Su clítoris hormigueó,
cobrando vida con cada movimiento. Humedad salió de ella, bañando su
pene y caderas, pero esta vez Mia no se avergonzó en lo más mínimo.

¿Por qué debería hacerlo?

No había nada malo con ella. Todo estaba tal como se suponía que
debía ser. Todo estaba muy bien.

Ty cerró su mirada con la de ella mientras rodeaba sus caderas con


las manos. El hambre ardía en sus ojos. Hambre de placer... y algo más.

Mia jadeó cuando él la levantó, lo suficientemente alto como para


que la punta de su pene hinchado encontrara la entrada de su sexo. El
dulce calor la llenó mientras la guiaba por su eje, hasta el fondo, hasta
que estuvo completamente envainado.

Querido Dios, ¿cómo podría haber pensado por un segundo que


necesitaba algo más que esto? Estaba tan llena. Tan completa.

Esto era el cielo.


Mia se tomó un momento para saborear la sensación de su sexo
estirado a su alrededor, apretándolo con fuerza antes de comenzar a
moverse.

Sus nervios cobraron vida a medida que aumentaba la deliciosa


fricción entre ellos. Ella sintió cada centímetro de él frotándose contra
sus partes más sensibles. Las paredes de su sexo se volvieron aún más
húmedas.

Mia intentó seguir el ritmo que exigía su cuerpo, pero las


sensaciones eran casi demasiado. Sus piernas temblaron. Sus brazos
temblaron. Su dolorido cuerpo luchaba por mantenerse en pie.

Entonces Ty se hizo cargo.

126
Con las manos ahuecando sus caderas, la levantó y la bajó una y
otra vez, incluso después de que Mia cediera el control y se derrumbara
contra su pecho.

No solo mantuvo el ritmo, sino que lo construyó lentamente, hasta


que Mia jadeó y tembló, completamente perdida en una tempestad de
placer y necesidad. Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Ty y lo
apretó con fuerza, confiando en que él la guiaría.

Y lo hizo.

Una y otra vez, él se movió dentro de ella hasta que el fuego se


calentó demasiado. Hasta que ya no pudo ser contenido. Y se liberó.

Mia gritó en éxtasis cuando su sexo ya estirado se apretó a su


alrededor, pulsando alrededor de su eje y aumentando las sensaciones.
Ella sintió que él comenzaba a hincharse, forzando aún más sus
entrañas. La presión de su nudo grueso y pesado los unió justo antes de
que chorros calientes de semen se derramaran dentro de ella.

Pero no era suficiente. No esta vez.

Esta vez ella necesitaba más.

Necesitaba dejar claro que él era todo lo que ella siempre había
querido. Él era todo lo que ella necesitaría. Y que nadie jamás lo alejaría
de ella.
Antes de que su pene dejara de tener espasmos dentro de ella, Mia
rozó sus dientes sobre la curva de su hombro. Probó la sal de su piel,
saboreó el calor y la fuerza de su cuerpo.

Y luego mordió.

El cielo puro fluyó a través de ella cuando sus dientes se hundieron


en su piel, apenas notando el rugido victorioso que sacudió el dormitorio.

Y entonces sintió el aguijón de su mordisco.

Pero no dolió. No exactamente. En cambio, al igual que todo lo que


había sucedido entre ella y Ty, se sintió como la cosa más natural del
mundo.

127
Ella era suya.

Verdadera y completamente.

Ty nunca se había sentido tan saciado en su vida. Nunca había


conocido una victoria tan completa y total.

Mia le había dado su mordisco, no porque la hubieran obligado a


hacerlo, sino porque era lo que quería.

Ella lo había elegido a él. Se entregó a él de la forma en que solo una


Omega podría hacerlo, ahora y para siempre.

Lo único que lamentaba Ty era que no tenían tiempo para disfrutar


del resplandor.

Había demasiada gente detrás de ella, viniendo tras ellos dos. No


tenían el lujo de descansar en la cama todo el día.

Ty necesitaba terminar con esta situación y sacar a los bastardos de


las Tierras Fronterizas para siempre.

De mala gana desenrolló sus brazos alrededor del pequeño cuerpo


de Mia en el momento en que su nudo se alivió. Tan gentilmente como
pudo, presionó un beso contra su frente.

—Necesitas bañarte —dijo—. Tenemos que ir al bar.


Los ojos de Mia se abrieron.

—¿Por qué?

—Porque necesitamos hablar con el hombre que puede terminar con


esto.

La expresión de Mia era problemática, pero no discutió. Sintió que


el peso de la responsabilidad de su preciosa Omega endurecía su
resolución a pesar de su escepticismo.

Él también estaba preocupado.

Pero el Agente Christie era su único contacto fiable en el mundo


Beta. No era un mentiroso ni un intruso. Hasta ahora, había sido el único

128
Beta que Ty había conocido y que era bueno con su palabra.

Ty solo rezó para que el agente del FBI continuara siendo honesto...
o habría muchos más cuerpos apilados al costado de Central Road.

Se levantó de la cama y llevó a Mia al baño, donde lavó sus cuerpos


con agua tibia de las aguas termales. Era casi imposible no dejar que sus
manos permanecieran sobre sus suaves curvas mientras él enjuagaba
suavemente la humedad que salía de sus muslos.

Casi tan duro como resistir el impulso de llevarla de vuelta a la cama


y volverla a ensuciar de nuevo.

Pero de alguna manera Ty logró sacarlos a ambos por la puerta y


subirlos a su camioneta sin dejar que su deseo se hiciera cargo.

Estaban a mitad de camino cuando se dio cuenta de que ella no


había hablado. Su rostro estaba alejado de él, su mirada desenfocada en
el paisaje que pasaba.

Su aroma era rico y complejo, a partes iguales de satisfacción y


preocupación. No había tensión en sus hombros, pero sus pensamientos
estaban muy lejos.

Ty le cubrió la rodilla con la mano.

—¿Estás conmigo? —preguntó.

Mia sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa, como si estuviera


sacando un profundo pensamiento.
—Sí, lo estoy bien.

—No tienes dudas, ¿verdad?

—¿Acerca de?

Ty levantó una ceja. ¿Qué pensaba ella?

—¿Reclamarte? —dijo las palabras como si fueran completamente


absurdas—. No. Me preguntaba si ir al bar es una buena idea. Tal vez
tenías razón antes, y estaríamos más seguros dentro de la cabaña.

Ty frunció el ceño. Él apretó su agarre sobre su rodilla, esperando


calmarla.

—Ahora eres mía —le aseguró—. Y una vez que el mundo lo sepa,

129
nos dejarán en paz.

Pero podía sentirla tensa.

—No sé cuánto tiempo ha pasado desde que has estado en el mundo


Beta, pero no es así cómo funcionan las cosas. La gente nunca te deja en
paz. No cuando quieren algo de ti.

Ty llevó su mano al volante y lo apretó con fuerza. El mundo Beta.


Él sabía lo que ella realmente quería decir con eso.

Sus amigos.

Su padre.

Las personas que la habían usado y luego descartado.

Ahora la querían de regreso para poder continuar haciendo de su


vida un infierno.

—Nadie te va a lastimar, Mia —dijo—. Nunca más. Mientras esté


vivo, estás a salvo.

Mia lo sorprendió al cruzar el asiento hacia él, apoyando la cabeza


contra el bulto de sus bíceps.

—Gracias —dijo suavemente.

Ty no sabía cómo responder. No parecía haber nada que él pudiera


decir que le hiciera saber lo que su confianza significaba para él.
Porque lo significaba todo.

Entonces, en lugar de decir una sola palabra, simplemente bebió la


simple alegría de tener a la mujer que significaba el mundo para él
sentada a su lado.

El hechizo se rompió cuando se detuvieron en el bar de Evander y la


caravana de vehículos negros brillantes todavía circulaba en su
estacionamiento.

Mia se tensó cuando Ty apretó los frenos y apagó el motor,


volviéndose hacia él con preocupados ojos azules.

—Quédate a mi lado —le dijo con firmeza—. No te alejes ni por un


segundo. ¿Entiendes?

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Mia asintió con la cabeza.

En el momento en que salieron de la camioneta, ella lo agarró del


brazo y lo sostuvo como si su vida dependiera de ella. Sus ojos recorrieron
la multitud de agentes de traje negro que se apretaban a su alrededor,
boquiabiertos.

—Todavía no creo que sea una buena idea —murmuró de nuevo.

Ty se mantuvo firme, levantándose en toda su altura.

—Todo terminará en un par de minutos —le aseguró—. Y luego


podemos continuar con el resto de nuestras vidas.

—Ty Wick —llamó el agente Christie mientras salía de la barricada


de los coches—. Estoy feliz de verte de nuevo.

El Beta no parecía que estuviera mintiendo. Ty olisqueó el aire.


Tampoco lo olió.

—Estoy feliz de escuchar eso —dijo Ty cuando estuvo satisfecho—.


No estaba seguro de qué tipo de bienvenida esperar después de lo que
sucedió ayer.

La expresión de Christie se tensó.

—No puedo decirte cuán molesto y cuanto lo siento por eso —dijo—
. Les aseguro que ni yo ni nadie en mi equipo teníamos ningún
conocimiento o participación.
Ty le creyó.

Sin embargo, Mia todavía dudaba. Su agarre en su brazo se apretó


aún más. Después de todo lo que había sucedido ayer, Ty no la culpaba.

—Mia, este es el agente Christie del FBI —dijo, sin apartar la vista
de la falange de los hombres armados.

Christie asintió a modo de saludo, pero no extendió la mano para


estrechársela.

Dado todo lo que sabía sobre los Betas, Ty estaba impresionado por
lo mucho que el agente había aprendido sobre la cultura Alfa. Había
muchos profesores y académicos que investigaban la vida en las Tierras
Fronterizas. Christie no solo se había tomado el tiempo de aprender, sino

131
que claramente respetaba sus costumbres.

—Sra. Wick —dijo Christie, usando su nuevo nombre—. ¿O


preferirías señorita?

Mia miró a Christie de arriba abajo.

—Señorita está bien —dijo con frialdad.

—¿Entonces lo sabes? —le preguntó Ty a Christie.

Con una sonrisa, dijo:

—Creo que es seguro decir que cualquiera que los mire a los dos
sabría que están emparejados.

Ty echó los hombros hacia atrás, un poco más alto.

Bueno. Eso era exactamente lo que esperaba. Cuanta más gente lo


supiera, menos probable sería que pensaran que podrían fastidiar a su
Omega.

Sin embargo, solo para estar seguro, Ty echó hacia atrás el cuello de
su camisa, revelando la marca roja de abajo.

—¿Todavía crees que esto será suficiente para cancelar este circo?

—Ciertamente eso espero —dijo el agente—. Por lo menos, yo


considero que el asunto está resuelto.
Ty notó cuán cuidadosamente el hombre había elegido sus palabras.
No era del tipo que hacía promesas que no podía cumplir. Especialmente
cuando él no era quien tomaba las decisiones finales.

—¿Y qué hay de los otros? —preguntó Ty.

—¿Te refieres a aquellos que autorizaron la misión de traspasar tu


propiedad? —dijo Christie, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Autorizaron muchísimo más que eso.

—¿Qué quieres decir?

Entonces, el hombre no lo sabía. No era sorprendente. Ty dudaba


que a los militares Beta les gustara compartir la noticia de sus intentos

132
de asesinato.

—No solo maté a ese soldado porque invadió mi propiedad —dijo


Ty—. Le rompí el cuello porque tenía una pistola en la cabeza de mi
Omega.

Los labios de Christie se apretaron. El aroma del Beta se profundizó


con ira... pero no sorpresa.

—El soldado dijo que la orden vino de mi padre —agregó Mia, su voz
teñida de una profunda tristeza que cortó a Ty hasta el hueso.

—Lo siento mucho —dijo Christie, arrepentimiento genuino en su


voz.

—¿Qué tipo de hombre querría que un hombre asesinara a su propia


hija? —exigió Ty.

—No conoces a mi padre —dijo Mia—. La opinión pública lo es todo


para él. Obviamente, mi cambio me ha convertido en una
responsabilidad.

—Ha habido mucha cobertura de noticias —admitió Christie—.


Furgonetas estacionadas fuera de la casa de tu familia. En primer lugar,
se especula sobre lo que te llevó a venir a las Tierras Fronterizas, y lo que
el Senador hará después.

—Debe haber revisado los datos y determinado que una hija


rescatada no lo levantaría en las urnas tanto como una mártir. —Dijo las
palabras tan fácilmente como si ya hubiera pensado en esto.
Aparentemente, Christie estaba de acuerdo.

—¿Mártir? ¿Crees que el Senador quería atribuir tu muerte a los


Alfas?

—El intruso lo dijo —dijo Ty.

—Y se ajusta a la forma en que opera mi padre —dijo ella. Ty no


estaba seguro de si se trataba de su presencia, o de que ella iba a confiar
en Christie, pero definitivamente había recuperado su coraje—. De esta
manera, podría matar a dos pájaros de un tiro: elevar su popularidad y
darle una plataforma anti-Alfa para correr.

—A los votantes les encanta culpar a un hombre del saco por todos
sus problemas —acordó Christie.

133
Ty apretó los dientes.

—¿Crees que el bastardo vendrá a por ella otra vez?

Christie dejó escapar un fuerte suspiro. Una luz determinada brilló


en sus ojos.

—No lo sé —dijo—. Pero puedo prometerte que haré todo lo que esté
en mi poder para detenerlo si lo hace.

Ty escaneó la línea de vehículos del gobierno. El RV todavía estaba


allí, pero no detectó ninguna señal de las pequeñas cosas asustadas que
había golpeado la última vez.

—¿Todavía están aquí?

Christie no le pidió que lo aclarara.

—No. Después de que salieran del hospital, enviamos a Dustin y


Josh a la cárcel de Sacramento. Después de algunas noches de insomnio,
estaban más que dispuestos a responder a todas nuestras preguntas.

Ty asintió con la cabeza.

—Entonces, esto es un adiós —dijo, tendiéndole la mano. El Beta la


tomó.

—Eso parece.
El agarre de Christie no era tan fuerte como el de Ty, pero resistió el
impulso de mostrar dominio al aumentar la presión. Christie le había
mostrado respeto, mucho. Y Ty apreciaba eso.

—Dudo que nos extrañes —dijo Christie—. Y por favor, no te ofendas


cuando digo que espero que nunca tengamos que volver a vernos.

Ty sonrió. Lo entendía perfectamente.

El agente Christie se volvió y se dirigió hacia sus hombres, haciendo


un círculo sobre su cabeza con la mano.

—Está bien, gente, terminemos y volvamos a casa.

Ty no se quedó para asegurarse de que los Betas realmente estaban

134
desintegrando su centro de comando. La palabra de Christie era lo
suficientemente buena para él.

En cambio, envolvió su brazo alrededor de Mia y la atrajo


fuertemente a su lado.

—Eso no estuvo tan mal.

—No, no lo estuvo —estuvo de acuerdo. Aun así, ella se contuvo


cuando él se dirigió al bar—. No me llevarás allí, ¿verdad?

—¿A dónde más iríamos?

—A casa —respondió ella.

—Este bar es mi hogar —dijo.


135
A Mia no le gustaban los bares. Nunca lo había hecho, no desde el
día en que había entrado por primera vez en su vigésimo primer
cumpleaños.

No tenía objeciones a tomar una copa o dos en casa o en fiestas o


conciertos. Pero nunca bares.

Había algo profundamente incómodo en la atmósfera de todos en los


que había entrado, una mezcla desagradable de espacios reducidos,
extraños y alcohol. Se sentían como lugares donde podía pasar cualquier
cosa... nada bueno.

Y ahora Ty le estaba diciendo que tenía uno.

Lo que significaba que ella también.

Se arrastró detrás de él, permitiéndole tirar de ella hacia las


escaleras.

Los recuerdos de la última vez que estuvo aquí volvieron a su mente.


Apoyada contra el costado... probando a Ty por primera vez... sintiendo
el exquisito placer de su toque.

Sintió el calor elevándose en sus mejillas.

Ty debió haber sentido el cambio en ella porque le apretó las manos


un poco más fuerte.

—Así es, cariño —le susurró al oído—. Yo también lo recuerdo.


La cara de Mia ardía de vergüenza cuando él abrió la puerta. Ella se
agachó cuando entraron, permaneciendo en su sombra.

No estaba segura de por qué. Había una cosa que había aprendido
en su corto tiempo en las Tierras Fronterizas: era imposible ocultarle algo
a un Alfa.

Aun así, no pudo resistirse a mirar desde atrás de su espalda tan


pronto como estuvieron dentro. Había más de una docena de Alfas en la
habitación. Algunos estaban agrupados alrededor de la mesa de billar,
otros alineados en la barra, pero por el momento, todos la miraban
fijamente.

Mia no se sentía totalmente cómoda siendo el centro de atención,

136
pero no tenía miedo. Todo lo que tenía que hacer era apretar el brazo de
Ty, y se sentía totalmente segura.

También ayudaba que cuando miraba a todos los Alfas, solo veía
curiosidad. No había malicia en sus ojos. Ni ira.

Mia logró levantar la cabeza cuando Ty la condujo hacia la puerta


con bisagras en el centro de la barra. Un indicio de una sonrisa apareció
en el rostro del Alfa de cabello oscuro que servía bebidas.

—Debes ser Mia —dijo.

Reconoció la voz del Alfa de su porche días antes.

—Y tú debes ser Samson.

Su sonrisa creció. Cogió una toalla de bar y se la colocó sobre el


hombro.

—Es agradable conocerte cara a cara al fin.

—Igualmente.

Samson se dirigió a Ty.

—Te oí hablar ahí fuera. ¿De verdad crees que se van para siempre?

No importaba cuántas veces Mia lo experimentara, se sorprendía de


lo bien afinados que estaban los sentidos de los Alfas. La hacía
maravillarse en sus límites. A qué distancia podían oír, oler y sentir.
—Christie ha cumplido su palabra hasta ahora —dijo Ty
encogiéndose de hombros—. No tengo motivos para dudar de él.

—Bueno, no seré feliz hasta que cada uno de esos bastardos esté de
vuelta sobre la línea límite —se quejó uno de los Alfas sentados en el bar.

—Joder, Zeke, nunca eres feliz —se rió uno de la mesa de billar.

—Eso es porque estoy atrapado mirando tu fea cara cada vez que
vengo a tomar una cerveza.

La risa llenó el bar.

Mia tuvo que admitir que el estado de ánimo era más ligero de lo que
esperaba, pero todavía no estaba totalmente cómoda allí. Al igual que la

137
primera vez que pisó la cabaña de Ty, estaba claro que estaba fuera de
lugar. No podía escapar de la sensación de que no pertenecía.

—Escuchad, todos —la voz retumbante de Ty llenó la habitación.

Al instante, el lugar quedó en silencio. Todas las cabezas se volvieron


hacia él. Mia se tensó cuando Ty la empujó hacia el centro de la barra.

—Este es mi Omega, Mia —dijo—. Ella estará conmigo aquí de ahora


en adelante.

Espera. ¿Qué?

Mia miró a Ty con una mezcla de sorpresa y horror. Ella no sabía


primero sobre trabajar en un bar, y mucho menos en un bar Alfa.

—¿Qué hay de Nicky? —preguntó el Alfa que jugaba al billar.

Ty se encogió de hombros

—¿Qué pasa con ella?

—¿Todavía vas a recibirla a ella y a las chicas aquí todos los viernes?

La sala quedó en silencio otra vez. Mia sintió sus ojos expectantes
sobre ella.

¿De verdad? ¿Querían su permiso para dejar que las trabajadoras


sexuales vinieran al bar? Todavía había mucho sobre la cultura
Alfa/Omega que Mia no entendía.
Aun así, era dolorosamente consciente de lo raras que eran las
Omegas. No había aplicaciones de citas en las Tierras Fronterizas. No
había clubes o cafeterías para conocer a esa persona especial. Solo Nicky
y sus chicas.

Y Mia no creía que fuera correcto eliminar la única oportunidad de


los Alfas para encuentros íntimos. Eso no sería justo para los Alfas, o
para las damas que solo intentaban ganarse la vida.

—Todos sois adultos —dijo—. Mientras no hagáis un desastre o un


espectáculo, no me importa lo que hagáis.

Un rugido de aprobación se alzó entre los hombres. Obviamente, esa


era la respuesta que habían estado esperando.

138
Ty la besó en la mejilla y le susurró al oído:

⸻Eres una natural.

Ella era una natural.

No había cómo negarlo.

Mientras se movían entre los Alfas y tomaban sus lugares detrás de


la barra, saludaban a los clientes y aceptaban sus felicitaciones, Ty vio
desaparecer la duda de los ojos de Mia. Claro, ella no sabía cómo hacer
una bebida, ni siquiera podía servir una cerveza del grifo sin derramarlo
por todo el lugar, pero era divertida y encantadora con sus hermanos
Alfa.

La reconocieron al instante. Aceptándola como una de los suyos.

No era sorprendente. Como Mia había sido reclamada, su confianza


crecía naturalmente. Se estaba abriendo, de la forma en que alguien solo
podía hacer cuando realmente se sentía seguro y protegido. Quizás por
primera vez, toda la fuerza de su verdadera personalidad estaba
brillando.

Y era magnético: fuerte, resistente, de aceptación.

Ella sería un complemento perfecto para el Bar de Evander. Bar.


Una fuerza calmante. Una energía estable.
Aun así, estaba claro que el bar no era su lugar favorito. Ella suspiró
aliviada cuando él la llevó de vuelta para mostrarle el almacén.

—Espera —dijo, registrando sorpresa en los estantes repletos de


productos secos, comestibles no perecederos y otras mercancías—. ¿Este
lugar también es una tienda?

—Por supuesto.

Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.

—Lo dices como si no fuera sorprendente.

—Bueno, ¿de dónde crees que todos obtienen sus suministros?

—En otro lugar que no sea el bar local —respondió ella, haciéndolo

139
sonreír—. Solía comprar lo mío en el supermercado.

—Bueno, no tenemos uno de esos —dijo Ty—. Evander es el puesto


comercial más cercano al mundo Beta por aquí. Casi todo el territorio del
sur de las Tierras Fronterizas del Pacífico viene aquí para abastecerse.

—Este lugar es importante, ¿no? —dijo Mia pensativamente.

—Es por eso que todos se irritaron cuando se cerró durante unos
días.

Ella puso los ojos en blanco.

—Ahora solo intentas culparme para que me guste el lugar.

—¿Está funcionando? —preguntó Ty, apoyando su hombro contra


la pared.

Ella sacudió la cabeza incluso cuando ese bonito rubor rosado se


extendió por sus mejillas.

—En lo más mínimo.

—Se supone que no debes mentirme, recuerdas —gruñó.

Ella se acercó y le rodeó la cintura con los brazos. Tuvo que inclinar
la cabeza hacia atrás para dejar que él mirara esos hermosos ojos azules.

—Y se supone que no debes hacerme desfilar frente a un grupo de


Alfas borrachos todas las noches.
—Mis hermanos saben quién eres —le recordó—. Saben que me
perteneces. No hay un alma ahí fuera que se atreva a tocarte. Ya te lo
prometí. Nadie volverá a aprovecharse de ti.

Sus ojos se arrugaron en la esquina mientras sonreía, y una risita


escapó de su garganta.

—¿Qué es tan gracioso?

—Solo algo que dijo Paige —respondió Mia—. Ella me dijo que sería
mucho más feliz después del mordisco de reclamo, y no le creí. Supongo
que le debo una disculpa.

—Ella no es del tipo que guarda rencor. —Ty se encogió de


hombros—. Créeme lo sé.

140
Un segundo después, Samson asomó la cabeza por la puerta.

—Lamento interrumpir, pero Russell y Gail están aquí para conocer


a Mia.

Mia lo miró con curiosidad.

—¿Gail?

—Otra omega —dijo Ty, llevándola fuera del almacén—. Durante


mucho tiempo, la única. Pero ahora hay tres, lo que la hará muy feliz.

Sus ojos se abrieron con fingido asombro.

—¿Tres? Guau. Nos estamos haciendo cargo del vecindario.

—No oirás a Gail quejarse.

—¿No me quejaré de qué? —preguntó una voz de mujer desde el


taburete más cercano en el bar. Gail era mayor que Mia por un par de
décadas, pero la plata en su cabello no le quitaba su belleza atemporal.
Una enorme sonrisa estaba plasmada en su rostro, y solo se ensanchó
cuando vio a Mia.

Su compañero Russell, por otro lado, le dio a Mia un solo gesto


silencioso de reconocimiento.

—De tener a otra Omega en las Tierras Fronterizas —respondió Ty.


Sin pedir permiso, Gail corrió detrás de la barra y envolvió a Mia en
un fuerte abrazo. Afortunadamente, a Mia no parecía importarle la
afectuosa presentación.

—Debes ser Gail —dijo cuándo la otra Omega finalmente se retiró.

—Y tú eres Mia. —La mirada de Gail recorrió el cuerpo de Mia. Su


expresión se tensó cuando aterrizó en el leve moretón que aún
permanecía en la mejilla de Mia—. Entonces, es verdad. Esos bastardos
Beta te atacaron.

—También escuché que Ty se aseguró de que tuvieran que


arrastrarlo en una bolsa para cadáveres —dijo Russell.

Mia miró de un lado a otro entre los dos.

141
—Las noticias viajan rápido.

—Sí, bueno, eres una gran noticia —dijo Gail.

—Sin ofender —dijo Mia—. Pero estoy deseando que llegue el día en
que no lo sea.

—Apuesto a que es verdad —dijo Gail con una sonrisa, volviendo a


sentarse al lado de Russell.

—¿Quieres una cerveza? —preguntó Ty.

Russell asintió con la cabeza. Era un Alfa de pocas palabras, pero


Gail lo compensaba con creces. Ty sabía que ya se habían apareado hace
muchos años, pero todavía había un fuego palpable entre los dos. Era
suficiente para asegurarlo en sus esperanzas para el futuro.

—Tomaré un whisky y un refresco —dijo Gail.

Ty se ocupó, sirviendo esas dos bebidas mientras las mujeres


hablaban.

—Quiero invitarte a tomar el té en mi casa los martes —dijo Gail—.


Paige y yo nos hemos estado reuniendo todas las semanas desde que
llegó.

—¿Para el té? —preguntó Mia con una sonrisa—. ¿No escocés?

—No hasta que Paige tenga a su cachorro —se rió Gail—. De todos
modos, me encantaría que vinieras a visitarnos.
Mia se volvió hacia Ty con una mirada esperanzada en sus ojos. Él
se encogió de hombros.

—No veo ningún problema.

Ty fue recompensado con una brillante sonrisa que iluminó su


rostro.

—Gracias —dijo ella, dándole un abrazo espontáneo antes de que él


pudiera colocar las bebidas en la barra. Un chorrito de la bebida de Gail
terminó en los zapatos de Mia, pero ella no pareció darse cuenta—. La
idea de tener amigos es...

Miró hacia el techo, luchando por encontrar las palabras.

142
—Un salvavidas —ofreció Gail.

—Exactamente.
143
El martes no pudo llegar lo suficientemente rápido. No era que Mia
no estuviera satisfecha con su nueva vida. Lejos de ahí. La verdad era
que todo era realmente mejor que antes.

Ella y Ty no podían tener suficiente el uno del otro, día y noche.


Trabajar en el bar era difícil, pero Ty era paciente y le mostraba: una y
otra vez, la forma correcta de verter, mezclar y agitar, y los clientes eran
sorprendentemente amables.

No había esperado una aceptación tan fácil de un bar lleno de Alfas.

Bueno, sobre todo Alfas, de todos modos. Algunas noches, venían


algunos Betas de confianza, la mayoría de ellos hombres que
comerciaban con los residentes de las Tierras Fronterizas.

Mia aprendió rápidamente que había una regla simple en las Tierras
Fronterizas: respeta, y serás respetado.

Ya había visto las consecuencias de romper esa regla: romper la


regla, te rompía el cuello.

Afortunadamente, nada de eso había sucedido en Evander desde


que comenzó a trabajar detrás de la barra. En su mayor parte, las
personas que no se llevaban bien sabían que se mantenían fuera del
camino del otro, y nadie parecía interesado en provocar a nadie más.

Pero a pesar de lo sorprendentemente agradable que era su tiempo


en el bar, Mia no era la interacción social que ansiaba. No solo quería
respeto. Quería reír, sonreír y sentirse a gusto con las personas que
realmente la entendían.

Quería amigos.

Y por eso el martes no pudo llegar lo suficientemente rápido.

Cuando Ty conducía por el camino arbolado hacia la casa de Gail,


Mia sintió que iba a estallar de anticipación. No podía imaginar cómo Gail
había logrado ser la única Omega durante tantos años. Debía haberla
vuelto loca de soledad.

Una ola de felicidad la golpeó cuando Ty dobló la curva, y vio a Gail


y a una Paige muy embarazada que ya estaba sentada en el porche. Sus
Alfas levantaron la vista desde la esquina opuesta, donde estaban

144
sentados y hablando.

—Gracias por traerme aquí —le dijo Mia a Ty.

—Cualquier cosa para hacerte feliz.

Ella se inclinó y lo besó, casi abrumada por su amor por él. Mia no
creía que Paige pudiera estar diciendo la verdad, pero estaba tan feliz que
era casi abrumador. Nunca en su vida Mia había soñado que un amor
como el suyo fuera posible.

Saltó de la camioneta y subió los escalones. Gail se levantó de su


asiento para abrazarla, pero Paige se quedó en el suyo, con las manos
cruzadas sobre su vientre redondo.

—Estoy tan contenta de que pudieras venir —dijo Gail.

—No me habría perdido la oportunidad de veros a las dos otra vez —


dijo Mia—. Por nada del mundo.

Paige le sonrió.

—Disculpa por no levantarme. Cada vez es más difícil moverse. Una


vez que estoy en un lugar en estos días, estoy allí por un tiempo.

Mia sonrió a su nueva amiga.

—No se necesitan disculpas. —Se inclinó y abrazó los hombros de


Paige—. Estás radiante.
—Esa es una buena manera de decir que el más mínimo movimiento
me hace sudar.

—Eso no es lo que quise decir en absoluto —dijo—. Te ves increíble.

—Y te ves muchísimo mejor que la última vez que te vi —dijo Paige⸻.


Más feliz... y menos secuestrada.

Mia se rió... en realidad se rió a carcajadas. No podía creer que


menos de una semana después de haber amenazado su vida, se estaría
riendo con amigas. Pero, de nuevo, casi todo sobre su vida la sorprendía
ahora.

Pero aparentemente, no todos compartían el humor de la situación.


Detrás de ella, Mia sintió a Ty tensarse cuando su mano la agarró por el

145
hombro con más fuerza.

—No entiendo cómo puedes encontrar eso divertido —dijo—. Podrías


haberte matado.

Gail agitó su mano despectivamente.

—No te preocupes por eso, Ty. El pobre Russell y Kian han estado
tratando de descubrir nuestro sentido del humor Omega durante meses.

—No te puedes imaginar algo que no tiene sentido —dijo Kian—. Ya


ni siquiera lo intento.

—Simplemente las dejamos aquí para reírse sin sentido mientras


hacemos algo productivo —coincidió Russell.

La expresión de Ty se tensó.

—¿Qué tenías en mente?

—He estado trabajando para restaurar una tubería de agua a una


milla de la casa —dijo Russell.

Mia y Ty compartieron una mirada. Una milla, eso no estaba muy


lejos.

—Eso suena bien —dijo él asintiendo.

Sin otra palabra, los Alfas se dirigieron al trabajo.


No podían haber estado a más de cien pies de distancia cuando Gail
comenzó a reír nuevamente.

—Bueno, ya era hora —dijo—. Pensé que nunca iban a ir a trabajar


y nos darían un poco de espacio.

Gail extendió la mano sobre la pequeña mesa a su lado y le sirvió a


Mia una taza de té.

—Ty todavía duda en dejarme sola —admitió Mia.

—No estoy sorprendida —dijo Paige, tomando un sorbo de su propia


taza—. Después de lo que sucedió, es una maravilla que esté dispuesto a
dejarte fuera de su vista.

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—Honestamente, yo también —admitió Mia—. No estaba segura de
que alguna vez lo hiciera.

—Ambos habéis pasado por mucho. —La simpatía teñía las palabras
de Gail.

—Sí, pero todo ha terminado ahora —dijo Mia.

Los ojos de Paige se entrecerraron.

—¿Estás segura?

Mia tomó un sorbo. El té era fuerte y sabroso. La taza de porcelana


se sentía frágil y femenina en sus manos. Se preguntó si Ty podría pedirle
una. Era el tipo de cosas que le gustaría tener en la casa, algo bonito y
poco práctico que fuera solo para ella.

Ella asintió.

—El FBI salió del estacionamiento del bar.

—Sí —dijo Paige con cautela—. Pero eso fue solo el FBI.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Mia, inclinando la cabeza.

—El hombre que vino detrás de ti hace una semana no era un agente
—dijo Paige—. Era militar.

—Nadie ha visto soldados desde entonces —dijo Mia.

Paige le lanzó a Gail una mirada preocupada. Debía haber sido


contagioso porque las otras Omega también parecían preocupadas.
—Creo que ese es el punto —dijo Gail—. Si el hombre que te capturó
era de una unidad de fuerzas especiales, es posible que no veas el
siguiente hasta que sea demasiado tarde.

—Odio preguntar, pero... ¿tu padre se rendiría tan fácilmente? —


preguntó Paige.

La cara de Mia cayó.

No. No lo haría. El Senador Baird nunca se rendía en nada. No, a


menos que se hubiera visto obligado a hacerlo. No, a menos que alguien
lo detuviera.

Pero tal vez había sucedido eso.

147
La verdad era que no lo sabía. Estar en las Tierras Fronterizas
significaba estar casi completamente fuera de contacto con el mundo
Beta. No sabía si el agente Christie había tenido éxito en derribar a su
padre.

Mia solo podía rezar para que lo hubiera hecho.

Sus sentimientos hacia él habían cambiado desde que llegó allí. La


persistente sensación de vergüenza que había llevado toda su vida, que
de alguna manera era responsable de la forma en que la trataba, se había
desvanecido por completo, dando paso a una ira ardiente. Al principio,
se sintió incómoda, y Mia deseó poder simplemente olvidarlo por
completo. Pero a medida que pasaban los días y su confianza crecía, una
sensación persistente crecía dentro de Mia de que su padre debía pagar
por la forma en que la había lastimado.

Nunca le había mencionado esto a Ty, temiendo que pudiera


encender su furia cuando no había nada que hacer al respecto. En
cambio, se consolaba con la certeza de que nunca permitiría que ningún
hombre la maltratara de nuevo, y que Ty se aseguraría de que nunca
tuviera que tomar esa decisión.

El viento golpeó el porche, enviando hojas y arbustos que pasaban.


Las mujeres tuvieron que agarrar sus servilletas para evitar que se fueran
volando.

—Hablemos de otra cosa —dijo Mia sobre el rugido del viento—. Algo
más feliz. Como que nombre le pondrías al cachorro.
Paige sonrió ante el cambio de conversación.

—Me gusta Wyatt si es un Alfa e Isobel si es una Omega, pero Kian


todavía no está seguro.

El viento se hizo más fuerte. Tan fuerte que Mia tuvo que sostener
tanto la taza como el platillo para evitar que se cayeran de sus manos.

De repente, se dio cuenta de que no era solo viento soplando sobre


ellas cuando un extraño sonido llenó el aire. Lento y rítmico... y de alguna
manera familiar. Mia sintió que alguna vez conoció el sonido, pero lo
había olvidado.

Whomp. Whomp. Whomp.

148
Llegó más rápido. Más fuerte. El viento soplaba más fuerte.

Y entonces se le ocurrió de repente. Aspas de helicóptero.

Oh, mierda.

Mia saltó del porche y salió corriendo al césped frente a la casa de


Gail. Efectivamente, dos helicópteros negros se acercaban rápido,
cruzando velozmente el cielo hacia ella.

La sangre se escurrió de la cara de Mia cuando se dio cuenta de lo


que estaba pasando.

Este no era un soldado solitario que se escondía detrás de un árbol,


esperando que ella pasara caminando.

Este era un asalto total.

Con un corazón en picado, se dio cuenta de que el Agente Christie


no había podido detener a su padre después de todo.

—Lleva a Paige adentro —le gritó Mia a Gail por encima del rugido
ensordecedor de las cuchillas—. Cierra la puerta y no salgas.

—Ven con nosotras —gritó Gail.

Mia negó con la cabeza.

—Si lo hago, asaltarán la casa buscándome. Todas moriremos.


Ahora ve a salvar a ese cachorro.
Gail no perdió más tiempo discutiendo. Agarró las dos manos de
Paige y ayudó a la embarazada Omega a ponerse de pie, prácticamente
arrastrándola al interior. La puerta principal se cerró detrás de ellas justo
cuando los brazos del helicóptero tocaban el suelo.

Mia adoptó una postura desafiante cuando las puertas negras mate
se abrieron y seis soldados fuertemente armados saltaron. Ella sabía que
no tenía sentido correr. Estos hombres felizmente le dispararían por la
espalda. Si iba a morir, se encontraría con su muerte de frente.

Pero los soldados no estaban solos. Otro hombre salió con ellos, una
figura alta que Mia conocía bien.

—Padre —murmuró con incredulidad. ¿Qué demonios estaba

149
haciendo aquí?

Su padre podía haber sido un bastardo diabólico y tortuoso, pero no


era imprudente. No habría venido aquí a menos que hubiera una buena
razón.

Ella se cruzó de brazos y esperó.

Una parte de ella todavía esperaba que él viniera a disculparse, a


pedirle perdón y decirle que todo estaba bien. Esa vieja fantasía patética
se hizo añicos en el momento en que salió de las sombras y salió a la luz
del sol, y vio la mirada dura y calculadora en sus ojos.

—Entonces es verdad —dijo con disgusto—. Te has convertido.

La ira se elevó dentro de Mia. Lo hacía sonar como si fuera leche que
había quedado en el mostrador toda la noche.

—Y me quieres muerta. —Pensó que no tenía sentido andarse por


las ramas.

La línea de su boca se tensó.

—Nunca deseé eso, querida —dijo—. Tenía la esperanza de que el


agente del FBI que vino a mi oficina haciendo fuertes acusaciones
estuviera equivocado acerca de tu naturaleza.

Sí, claro. Mia no lo creyó ni por un segundo.

—Pero no lo era —dijo Mia, igualando su tono helado⸻.


¿Entonces…?
Los ojos de su padre se entrecerraron.

⸻Entonces, ahora, estoy aquí, para hacer lo que hay que hacer. Lo
que los otros eran demasiado débiles para hacer.

Mia no esperaba ver ningún arrepentimiento o tristeza en sus ojos


grises, y no estaba decepcionada. Sin duda, estaba guardando todas esas
emociones para la conferencia de prensa.

—No estás aquí para hacer una maldita cosa —dijo ella.

No había duda de que su padre era un bastardo despiadado, pero


nunca tuvo sangre en sus propias manos. Nunca. Él siempre arreglaba
las cosas para que nunca le echaran la culpa.

150
Entonces, ¿por qué estaba aquí?

Mia sabía que no era por un sentido equivocado de responsabilidad


o culpa. Su padre no experimentaba esas emociones.

—Eso es cierto —reconoció su padre—. Estos hombres lo harán.

Mia negó con la cabeza. En el fondo, sabía que eso no iba a suceder.
Ty le había hecho una promesa. Y sabía que él la mantendría. Nunca
dejaría que nadie la lastimara.

—Hazme daño, y firmarás tu propia sentencia de muerte —escupió—


. Ty no dormirá hasta que retire los huesos de tu cuerpo.

—¿Ty? —Su padre se rio—. Ese debe ser el nombre de tu chucho.

—Mi Alfa —dijo Mia—. Y no hay forma de que deje que ninguno de
vosotros salga con vida de aquí.

—Oh, estoy seguro de que intentará salvarte —dijo su padre—. En


realidad, cuento con ello.

Mia entrecerró los ojos. No le gustaba el sonido de eso.

—¿Contabas con ser destrozado?

—Apenas —gimió su padre—. Puede que no esté tan familiarizado


con los Alfas como tú, querida, pero sé que siempre vendrán jadeando
por sus zorras.
—No soy una zorra —dijo Mia con los dientes apretados. Tales
palabras de su padre alguna vez habían picado. Ahora, ella se las arrojó
a la cara—. Soy su compañera. Su esposa.

Su padre sacudió la cabeza.

⸻No en lo que respecta a los votantes de nuestro gran estado.


Encuesta tras encuesta ha demostrado que desaprueban firmemente tu
comportamiento.

—¿Mi comportamiento? —Mia se hizo eco con indignación. Ella no


había elegido nada de esto. Ninguna Omega lo hizo. Así nació. Era su
naturaleza. Quien estaba destinada a ser.

Su padre continuó como si no hubiera hablado.

151
—Tanto que he perdido diecisiete puntos en las últimas encuestas
de opinión. Incluso se prevé que tu regreso a casa y la exitosa terapia de
conversión solo traiga de vuelta cinco de esos puntos. Pero... —La sonrisa
que apareció en su rostro era tan frágil como el cristal—. Si estuvieras
completamente perdida, quizás asesinada por un amante celoso que
preferiría romperte el cuello antes de que lo dejes en un intento fallido de
rescate, bueno, entonces en realidad gano veinte puntos. Veintidós si
mueres en mis brazos.

Mia esperó a que la amenaza de su padre se hundiera, a que su


rechazo la hiriera como siempre. Pero todo lo que sentía era desprecio.
Durante toda su vida, había temido a su padre, pero ahora solo sentía
un impulso creciente de contraatacar, de hacerlo sentir una fracción del
dolor que le había causado.

Una risa amarga se le escapó. Nadie podía decirle a Mia que su vida
solo valía veintidós puntos de aprobación.

—Padre, esta es la última vez que te voy a advertir. Necesitas irte


antes de que Ty llegue.

—No iré a ninguna parte.

—Sé qué piensas que tienes todo planeado —dijo Mia—. Pero esto
no es D.C. No tienes el control aquí.

Los labios de su padre se curvaron con disgusto.


—No seas ridícula. Estos hombres tienen rifles automáticos y miles
de balas. Tus perros rabiosos ni siquiera creen en las armas.

—Eso es porque no las necesitan —dijo Mia, repentinamente


cansada de la conversación—. Voy a hacer esto simple. Si no vuelves a
esos helicópteros ahora, tú y todos estos hombres vais a morir.

Algunos de los soldados de pie frente a su padre se movieron


ligeramente sobre sus pies. Mia podría no tener los sentidos
intensificados de un Alfa, pero incluso ella podía ver que estaban
nerviosos.

Sus ojos se lanzaron al bosque, a la vuelta de la esquina de la casa,


detrás del helicóptero, sabiendo que Ty y los otros Alfas no estaban muy

152
lejos.

De hecho, ya deberían haber estado aquí.

Por un breve segundo, Mia se preocupó de que les hubiera pasado


algo. Que podría haber otros soldados en el bosque que habían estado al
acecho de los Alfas.

Pero no.

No podía explicar cómo, pero de alguna manera sabía que Ty estaba


ileso. El vínculo entre ellos era demasiado fuerte para hacerla dudar. Si
él hubiera sido herido o asesinado, ella lo habría sabido.

Su padre sintió la inquietud de los soldados.

—No dejéis que se meta en vuestra cabeza, muchachos. Estas


bestias son enormes. Siete pies de alto y cientos de libras. No hay forma
de que puedan acercarse sigilosamente a nosotros.

Excepto... Mia sabía que podían. Había visto a Ty hacerle


exactamente eso al bastardo que la había agarrado por el bosque.
Ninguno de los dos sabía que Ty estaba allí hasta que derribó al Beta.

—Necesitas irte —repitió Mia.

La boca de su padre se aplanó en una delgada línea.

—No me digas qué hacer, pequeña.

La aguda nota de rabia en su voz le dijo todo lo que necesitaba saber.


Era el tono que usaba cada vez que golpeaba un nervio.
La mayoría de las veces, estaba marcado por el dorso de su mano
sobre su mejilla. Pero no esta vez.

Nunca más.

El Senador Baird se volvió hacia el soldado que estaba a su


izquierda.

—Ve a agarrarla, en caso de que necesitemos usarla como escudo.

El Beta asintió levemente y se acercó a ella. El pobre bastardo ni


siquiera dio dos pasos.

Ty dobló la esquina de la casa de Randall en un instante,


moviéndose tan rápido que Mia apenas pudo rastrearlo. El soldado no

153
tuvo tiempo de reaccionar. Ni siquiera pudo levantar su rifle antes de que
Ty chocara contra él, viendo su cuerpo flácido volando a través del claro.

Mia dio un paso atrás cuando vio a Kian y Randall corriendo hacia
ellos desde detrás del helicóptero. Se separaron y se dirigieron a los
extremos opuestos de la línea de soldados y eliminaron a los dos primeros
de un golpe cada uno.

Los tres Betas restantes levantaron sus armas, pero los Alfas fueron
implacables. Sus movimientos fueron demasiado rápidos. Demasiado
seguros. Cada golpe encontraba su objetivo. Los huesos se rompieron y
la sangre voló antes de que Mia pudiera retirarse.

El helicóptero cobró vida cuando las aspas comenzaron a girar.

Al ver que las mareas habían cambiado, su padre corrió hacia la


puerta abierta del helicóptero y entró.

Pero no pudo cerrarla lo suficientemente rápido. Randall estaba


justo detrás de él, y se arrojó dentro, derribando a su padre. El
helicóptero se había levantado unos metros del suelo, pero no llegó más
arriba. Hubo un fuerte estallido, y luego un silencio misterioso cuando el
motor murió instantáneamente. El helicóptero cayó de lado al suelo y
estalló en llamas.

Randall apareció en la puerta abierta, enmarcada por el fuego, con


su padre muy vivo en una mano y los controles arrancados del
helicóptero en la otra. Arrojó a su padre a la hierba de abajo antes de
saltar.
—Ty —dijo—. Creo que este es tuyo para tratar.

Ty cerró la distancia en dos zancadas y puso el pie sobre la espalda


de su padre mientras el Senador trataba de alejarse, dejándolo incapaz
de moverse.

—Sabes lo que tengo que hacer —dijo Ty, hablando solo con Mia.

Ella lo sabía. Al igual que sabía que él no le estaba diciendo lo que


iba a pasar. Él estaba preguntando. Pidiéndole permiso para matar a su
padre y poner fin a la amenaza a sus vidas para siempre.

Mia sabía qué le costaba la pregunta. La rabia se desprendía de él


en oleadas, cada músculo de su cuerpo se tensaba con venganza
enroscada. Tenía que estar matándolo el tener que contenerse.

154
Pero estaba dispuesto a inclinarse ante su deseo, incluso dispuesto
a dejarlo vivir para ver el mañana, si eso era lo que Mia quería.

Sabes lo que tengo que hacer.

Mia se encontró con la mirada de su Alfa sin pestañear,


comunicando sin palabras el amor ilimitado y el respeto que sentía por
él.

—Hazlo —dijo con una voz clara y fuerte.

El fuerte hedor a orina le llegó a las fosas nasales cuando su padre


tembló sin control, gimiendo y rogando.

Se acercaba el sonido de las sirenas de la policía. Si Mia podía


escucharlos, sabía que los tres Alfas los habían escuchado hacía bastante
tiempo. Sus manos se apretaron en puños; sus músculos se tensaron
mientras se preparaban para otro ataque.

Pero cuando el enjambre de sedanes negros con luces rojas y azules


encendidas giraron frente a la casa de Randall y se detuvieron, el Agente
Christie saltó del primer coche, su arma ya estaba desenfundada.

Sus hombres estaban muy cerca. Una docena de ellos salieron y


formaron una fila frente a los soldados contratados de su padre,
esperaron una señal.

Christie miró a su alrededor, asimilando la situación, antes de fijar


su mirada en Ty.
—Ty —dijo, asintiendo en reconocimiento—. Necesito que sepas que
intenté detenerlo antes de que él llegara a ella.

Ty ladeó la cabeza hacia un lado.

—¿Vas a tratar de detenerme ahora? ¿Cómo hiciste con ese cobarde


niño Beta antes?

—Sí, agente Christie —gritó su padre, con la voz quebrada por el


terror—. Dispara al chucho ahora. Hazlo, y te daré lo que quieras. Lo
juro. Cualquier cosa.

Christie respiró hondo y dejó escapar un fuerte suspiro. Lentamente,


bajó su arma.

155
—A la mierda —dijo—. Haz lo que tengas que hacer, Wick. La verdad
es que me salvarás de un montón de papeleo.

—No —gritó su padre.

Ty dejó escapar un gruñido de victoria.

—Esto es por cada vez que la lastimaste.

Él golpeó su puño contra el pecho de su padre, la fuerza del golpe le


aplastó las costillas.

Mia cerró los ojos cuando sus gritos de terror y dolor cruzaron el
campo. No sentía lástima por su padre, pero eso no significaba que
pudiera soportar verlo morir.

Una y otra vez, escuchó el golpeteo de las manos de Ty contra las


costillas de su padre. Los huesos se partieron y la sangre se derramó.

Y luego se acabó.

Todo el campo estaba en silencio. El único sonido que escuchaba


era la respiración irregular de Ty.

Solo entonces Mia se dio la vuelta. No miró directamente el cuerpo


de su padre, aunque su cadáver ensangrentado estaba en su visión
periférica.

La única persona que quería mirar era a Ty.


Su Alfa caminó hacia ella sin mirar atrás, limpiando la sangre de su
padre en sus pantalones. Se detuvo frente a ella con la cabeza gacha,
esperando, no disculpas o arrepentimiento, sino su señal de que había
terminado.

Mia colocó sus manos sobre su corazón, sintiendo su latido


constante, mirándolo a los ojos. Nadie, ni los Alfas, ni los sicarios
alquiladas de su padre o el FBI, hizo un movimiento. Nadie habló.

—Gracias —le susurró Mia a su Alfa.

—¿Por matar a tu padre? —gruñó.

—Por protegerme. Por mantenerme a salvo.

156
—Nada se interpondrá entre nosotros —dijo, cubriendo sus manos
con las suyas—. Eres mía y yo soy tuyo.

—Siempre.
157
Dos meses después

—Mia, siéntate.

La voz de Ty, suave pero firme, cruzó el patio en la casa de Kian y


Paige.

Y Mia quería obedecer. Realmente lo hacía.

Sin embargo, de alguna manera no podía. Estaba demasiado


nerviosa.

—Mia —repitió Ty. Esta vez no solo dijo las palabras, sino que se
levantó y envolvió su brazo alrededor de su hombro, tirando de ella hacia
su silla.

De mala gana, ella se sentó en su regazo.

Un segundo después, el grito largo y bajo de una mujer sonó desde


el fondo de la casa.

Y así, Mia estuvo de pie de nuevo.

Maldición. Las contracciones eran cada vez más rápidas y más


cercanas.

¿Cómo demonios lo soportaba Paige? No era solo el llanto de dolor


de su amiga lo que hacía que Mia se inquietara, sino también cuánto
trabajo sabía que Paige estaba haciendo allí.
No era de extrañar que lo llamaran trabajo.

Paige había estado en esto durante horas. El tiempo suficiente para


que Randall saliera a buscarla a ella y a Ty.

Al principio, Mia se sintió honrada de que su amiga la quisiera allí


cuando llegara el bebé.

¿Pero ahora?

Bueno, ahora no estaba tan segura.

—Mia. —Ty tomó su mano sobre su hombro nuevamente y la guió


de vuelta a su regazo—. Necesitas calmarte.

158
¿Cómo podía, cuando, en siete cortos meses, estaría en la posición
de Paige?

Su miedo debía haberse revelado en su aroma porque incluso


Randall intervino.

—Ella estará bien —dijo tranquilizador—. Las Omegas sois fuertes.


Estáis diseñadas para esto. Y Gail sabe lo que está haciendo. Era
enfermera antes de venir a las Tierras Fronterizas.

Mia sabía que era verdad. Cada palabra.

Gail estaba haciendo un gran trabajo. Paige era fuerte.

El cachorro estaría bien.

Pero, ¿por qué tenía que sonar tan doloroso?

Mia se movió en el regazo de Ty cuando los gruñidos y gritos salieron


de la casa de Paige.

Y luego se quedó en silencio... al menos para los oídos de Mia.

Mia contuvo el aliento mientras los Alfas se miraban el uno al otro.


Enormes sonrisas sabias se extendieron por sus rostros. Sabían algo.
Algo que no le estaban diciendo.

—¿Qué? —exigió Mia.

Pero Ty no dijo una palabra.

—¡Dime!
Antes de que pudiera responder, sonó un grito, este una queja
aguda.

Un cachorro.

Los ojos de Mia se llenaron de alegría.

Eso era lo que hacía que todo el dolor y el trabajo duro valieran la
pena.

Momentos después, Kian apareció en la puerta, con un bulto


acunado en sus brazos.

Gail lo siguió justo detrás con otro.

159
¿Otro?

—Hermanos míos —anunció Kian, con orgullo brillando en su


rostro—. Me gustaría que conocierais a mi pequeño Alfa y su hermana
Omega.

Los ojos de Mia se agrandaron. Se giró hacia Ty.

—¿Gemelos?

Su conmoción debió haberse demostrado porque la risa llenó los ojos


de Ty.

—No te preocupes, cariño —bromeó—. Los gemelos son algo raros.

—¿Algo?
160
Desde que era pequeña, la imaginación de Callie Rhodes la ha
estado metiendo en problemas. Desde soñar despierta con mundos
lejanos en clase, hasta escapar a las historias inventadas de su
mente en la sala de reuniones, ha estado creando historias para
alejarla del mundo real desde que tiene memoria. Ahora vive entre
los altos árboles del norte de California y ha encontrado la manera
de ganarse la vida con sus fantasías.
161
Ninguna mujer viaja voluntariamente a las
Tierras Fronterizas.

Es donde están los Alfas.

Se mantienen así mismos entre lo salvaje, y la


civilización Beta sabe mantener su distancia.
Especialmente las mujeres Beta... por temor a que
no sean Beta después de todo.

La única forma de conocer tu verdadera


naturaleza es sentir el toque de un Alfa. Las
Omegas pueden ser raras, pero cada mujer sabe
que sus destinos son infernales: cautivas, rotas,
apareadas, atadas y criadoras.

Cassidy es una de las pocas betas de confianza en las Tierras


Fronterizas, y tal vez la que mejor las conoce. Ha pasado años
manteniendo la cabeza baja y estudiando sus costumbres. Pero sus
formas sumisas y su naturaleza mundana no han impedido que el alfa
más grande y malo la note.

Aunque no es nadie especial, Cassidy no puede negar la atracción


que la atrae hacia Samson. Puede que nunca sea su omega, pero ese es
el beneficio de ser la alfa más grande del grupo: puedes hacer lo que
quieras...
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1. Kian (2020)

2. Ty (2020)

3. Samson (2020)

4. Maddox (2020)

5. Troy (2020)

6. Zeke (2020)

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