Está en la página 1de 22

LOS LIBERALES SEXUALES

Y EL ATAQUE AL FEMINISMO

Primera parte: Feminismo y Liberalismo

 Agradecimientos
 Introducción (por Dorchen Leidholdt)

 El liberalismo y la muerte del


feminismo (Por Catharine A. Mackinnon)

 Sexología y Antifeminismo (Por Sheila


Jeffreys)

 Odiando a las mujeres: la derecha y la


izquierda (Por Andrea Dworkin)

Traducción no oficial por Eugenia Chareun


2019
Sexología y Antifeminismo
Por Sheila Jeffreys

Título original: Sexology and Antifeminism

Estuve involucrada en Gran Bretaña en el activismo feminista


contra la pornografía desde 1978. En los primeros años de esa lucha
hubo un movimiento maravilloso y creciente y luego, para nuestro
asombro, descubrimos que teníamos una fuerte oposición a nuestros
esfuerzos desde una dirección que no habíamos esperado. Quizás
deberíamos haberlo esperado, pero no lo hicimos. En conferencias

socialistas-feministas ㅡen conferencias de izquierda particularmenteㅡ

algunas mujeres que se describían a sí mismas como feministas no


hacían más que arremeter contra las feministas que luchaban contra la
pornografía.
Realmente nos sorprendió este ataque desde dentro del feminismo,
especialmente a medida que el ataque crecía y crecía. Nuestro
activismo se hizo cada vez más difícil. Algunas feministas fueron citadas
en todo tipo de revistas y todo tipo de lugares diciendo lo ridícula que
era la lucha contra la pornografía. Durante muchos años todas
habíamos acordado, como muy buenas feministas, que era importante
no tener hostilidad horizontal. De hecho, se había pensado que no
debíamos dedicar nuestro tiempo y energía a contrarrestar la campaña
que las mujeres que se autodenominaban feministas estaban librando
contra nosotras. Sin embargo, al final sentí que era importante desafiar
esta reacción directamente.
El ataque, por supuesto, no proviene simplemente de mujeres que
se describen a sí mismas como feministas. También proviene de los
liberales sexuales de la izquierda, en particular de los varones, y de

32
gran parte del movimiento homosexual masculino. De ahí es donde
viene la reacción, pero también se está manifestando dentro del
feminismo. Lo que realmente he querido es abordar los argumentos que
estas personas han estado formulando contra nosotras. Creo que es
hora de que nos defendamos.

ANTIFEMINISMO Y REFORMA SEXUAL


A COMIENZOS DEL SIGLO XX
Quiero mostrar que una reacción muy similar contra las feministas
ha ocurrido antes, contra la primera ola del feminismo. Esta reacción
violenta a principios del siglo XX, que se prolongó hasta la década de
1920, fue calificada por los historiadores como la primera revolución
sexual del siglo. Se supone que hubo dos, una en la década de 1920 y
otra en la década de 1960. Lo que sugiero es que esta llamada
revolución sexual fue en realidad una reacción violenta contra las
feministas, y que los valores producidos por esta revolución son los
valores que ahora están promoviendo los liberales sexuales en su
ataque al feminismo.11
No creo estar diciendo nada controversial porque los mismos
liberales sexuales están muy contentos de señalar sus vínculos con los
sexólogos y los reformistas del sexo que participaron en esa reacción
contra las feministas a principios de este siglo. Por ejemplo, Gayle
Rubin, una promotora del sadomasoquismo y libertaria sexual, se ve a
sí misma en una tradición pro-sexo con una genealogía que se remonta
a Havelock Ellis, el reformista sexual (Gayle Rubin, 1984). Las
feministas que luchan contra la pornografía y la violencia sexual

11
Los liberales sexuales son aquellos que suscriben a la agenda de tolerancia sexual de la década
de 1960, a la idea de que el sexo es necesariamente bueno y positivo y que la censura es algo malo.
Los libertarios sexuales tienen una agenda más moderna y abogan activamente por las
―sexualidades marginales‖, como el sadomasoquismo, con la creencia de que las ―minorías sexuales‖
encabezan la creación de la revolución sexual.

33
masculina están en lo que ella considera la tradición anti-sexo,
comenzando en la primera ola del feminismo. Y me complace verme a
mí misma como parte de esa tradición, aunque, por supuesto, no la
vería exactamente como una tradición anti-sexo.
Me tomo en serio a Gayle Rubin. Ella ciertamente está en la
tradición de Havelock Ellis. Quiero contarles algunas cosas sobre
Havelock Ellis que sabrán aquellas de ustedes que han leído mi libro.
Su trabajo debe ser tenido en cuenta porque los liberales sexuales dicen
que él es tremendamente importante para ellos. Se escriben libros
completos sobre él diciendo lo bueno que fue para las mujeres y para
todos.
Antes de revisar lo que Ellis dijo, me gustaría abordar el feminismo
de fines de siglo XIX y el modo en que éste encaraba la sexualidad
(Sheila Jeffreys, 1985; Sheila Jeffreys, 1987). Cuando comencé a
analizar la labor de estas feministas, aunque había obtenido una
maestría en estudios sociales de la época victoriana y eduardiana que
abarcaba la actuancia feminista entre otros temas, no tenía idea de que
hubiera luchas significativas con respecto a la sexualidad o la violencia
contra las mujeres, porque ese trabajo no fue mencionado en los libros
de texto. En las antologías no se recopilan documentos que nos digan lo
que estas mujeres estaban diciendo. No había manera de tener acceso
a sus ideas. No creo que fuera accidental que esa enorme labor en que
las feministas estaban comprometidas haya sido eliminada de la historia
del feminismo. Creo que fue muy intencionado. Implica un gran esfuerzo
recuperar esa labor de la historia, devolverla a la conciencia y ponerla a
nuestra disposición. Temo mucho que las campañas en las que
estamos comprometidas hoy puedan desaparecer de la historia
precisamente de una manera similar.

34
Los sexólogos y los reformistas sexuales tildaron a las feministas
en la última ola del feminismo como puritanas anti-sexo que actuaban
contra los intereses de las mujeres. Así es como los historiadores las
han representado hasta nuestros días. Así es como nosotras estamos
siendo representadas ahora mismo por los liberales sexuales. Así es
como ellos están escribiendo nuestra historia.
Cuando comencé a analizar la actuancia feminista de fines de siglo
XIX, supe que las mujeres habían estado involucradas en el trabajo
contra la prostitución porque había una labor feminista histórica en las
Leyes de Enfermedades Contagiosas. Lo que me sorprendió de estas
mujeres fue que el lenguaje que usaban era ferozmente feminista.
Describieron el uso que los varones hacen de las mujeres en la
prostitución como un abuso de las mujeres, como una división de lo que
ellas llamaban la clase de las mujeres, apartando la mitad de esa clase
únicamente para ser usada por los varones para sus propios fines. Me
sorprendió la fuerza del lenguaje que usaron y la forma en que estas
escritoras señalaron de manera muy directa el abuso de los varones
contra las mujeres en la prostitución y como apuntaron directamente a
los varones en todo lo que decían.
Seguí descubriendo algo de lo que no tenía conocimiento y sobre lo
cual prácticamente no había información en fuentes secundarias: hubo
una campaña de cincuenta años hecha por esas mujeres contra el
abuso sexual de niñas. Esta comenzó a partir de la lucha contra la
prostitución, y al principio se centró en aumentar la edad de
consentimiento de las niñas para que no pudieran ser prostituidas. No
había una ley contra los varones que usaban mujeres en la prostitución,
pero las leyes de edad de consentimiento habrían sacado a las niñas
del alcance de los hombres. Esa campaña culminó con el aumento de la
edad de consentimiento para las relaciones sexuales en Gran Bretaña a

35
16 en 1885 y para el asalto indecente a 16 en 1922. Estos cambios
tardaron cincuenta años.
Las feministas no estaban simplemente tratando de aumentar la
edad de consentimiento. Estaban luchando contra el incesto, señalando
que es un crimen de la familia patriarcal, de varones contra mujeres, y
que el abuso sexual de niñas y niños era un crimen cometido por
varones de todas las clases. Luchaban por mujeres jurado, mujeres
magistradas y mujeres policías para atender a las víctimas, luchaban
por todo tipo de reformas que pensé habían sido inventadas por la ola
feminista actual. Participaron en la creación de refugios para mujeres
que escapaban de la prostitución, algo que está sucediendo
nuevamente en esta ola de feminismo.
Estas feministas me impresionaron enormemente. De hecho, me
senté en la Biblioteca Fawcett de Londres sintiéndome terriblemente
emocionada y queriendo contarle a todo el mundo lo que estaba
descubriendo. Teóricas feministas como Elisabeth Wolstenholme Elmy y
Frances Swiney escribían a finales del siglo XIX sobre sexualidad. No
hemos tenido acceso a su trabajo porque no ha sido tomado en serio.
Cuando se escribe sobre ellas en los libros de historia simplemente son
llamadas mojigatas y puritanas, y sus ideas son consideradas
regresivas. Lo que ellas afirmaron fue que la subordinación sexual de

las mujeres ㅡla apropiación de los cuerpos de las mujeres por parte de

los varonesㅡ es la base de la opresión de las mujeres.

Curiosamente, estas dos mujeres, Swiney y Elmy, dejaron clara su


oposición a la práctica del coito12. Esta práctica se ha vuelto tan sagrada
que es casi imposible imaginar que se la pueda cuestionar de manera
significativa. Lo que hemos visto en los últimos cien años es la ejecución

12
Nota de la traductora (NdT): a partir de ahora ―coito‖ se refiere específicamente al acto sexual de
introducción del pene en la vagina.

36
total y obligatoria de esta práctica sexual sobre las mujeres para que no
se les permita ninguna salida o escape.
Sin embargo a fines del siglo XIX había feministas que estaban
preparadas para cuestionar el coito. Estaban dispuestas a decir, por
ejemplo, que es peligroso para la salud de las mujeres; que lleva a
embarazos no deseados y obliga a las mujeres a usar formas de
tecnología anticonceptiva que las reducen simplemente a objetos para
uso masculino; que humilla a las mujeres y las convierte en cosas. Las
feministas señalaron que las enfermedades sexuales transmitidas a
través del coito eran peligrosas para la vida de las mujeres. Sentían que
el coito era una práctica humillante porque mostraba el dominio de los
varones de forma más obvia que cualquier otra cosa. Creían que esta
práctica debería llevarse a cabo únicamente con fines reproductivos, tal
vez cada tres o cuatro años. Sé que estas son ideas que, si las
expresaras hoy, harían que la gente pensara que perdiste la cordura.
Pero estas eran ideas absolutamente extendidas, estaban siendo
presentadas por respetables mujeres casadas, una de ellas casada con
un general.
Estas mujeres hicieron campaña fundamentalmente por el derecho
de la mujer a controlar su propio cuerpo y el acceso al mismo. La
integridad del cuerpo de las mujeres fue el elemento básico de su
campaña.
Los liberales sexuales ahora dicen que los esfuerzos de estas
mujeres son regresivos y peligrosos. Un ejemplo de tales críticas es el
artículo de Linda Gordon y Ellen Dubois, dos historiadoras
estadounidenses, presentado en la Conferencia de Barnard sobre la
sexualidad (Ellen Carol Dubois y Linda Gordon, 1984). Algunas de
ustedes pueden estar familiarizadas con esta conferencia y con la
antología que surgió de ella, llamada Placer y peligro. El artículo que dió

37
título a ese volúmen ―Placer y peligro: buscando el éxtasis en el campo
de batalla” fue escrito por Gordon y Dubois sobre las luchas feministas a
fines del siglo XIX. En ese artículo sugieren que, aunque estas
feministas pueden haber tenido buenas intenciones, se aliaron a fuerzas
conservadoras y al final fueron peligrosas para el feminismo y el placer
sexual de la mujer.
Entonces, ¿cómo fueron eliminadas de la historia estas feministas?
¿Cómo se interrumpió su trabajo? Cuando quise responder estas
preguntas fui a ver los escritos del movimiento del reformismo sexual y
―la ciencia del sexo‖ fundada a fines del siglo XIX. Probablemente sepas
que en el siglo XIX los varones científicos victorianos estaban
estableciendo sistemas de clasificación para insectos, piedras, todo tipo
de cosas. Estaban interesados en la clasificación porque querían que
todo estuviera bajo su control y encontrar el compartimiento correcto los
hacía sentir seguros. A finales de siglo empezaron a hacer esto con la
sexualidad. Los médicos, por ejemplo, comenzaron a definir las
―perversiones‖ sexuales. La llamada nueva ciencia del sexo se formó
para decirle a las personas cuáles eran las formas correctas de actuar
sexualmente y cuáles las incorrectas.
A principios del siglo XX el nombre más famoso del campo de la
sexología en Gran Bretaña, y creo que probablemente en el mundo, era
Havelock Ellis. Aunque Freud es un nombre más familiar y, por
supuesto, un sexólogo que mantenía correspondencia epistolar con
Havelock Ellis, si miramos el manual de consejos para el matrimonio,
son las palabras e ideas de Ellis las que encontraremos allí, no las de
Sigmund Freud. Havelock Ellis es tu simpático vecino que habla de
sexo.
Ellis ha sido considerado el fundador y padre de la literatura de
consejos sexuales, por lo que Jeffrey Weeks, un historiador gay y

38
libertario sexual del presente, describe el trabajo de Ellis como ―uno de
los manantiales de los cuales la corriente del liberalismo sexual ha
brotado con aparente facilidad‖ (Sheila Rowbotham y Jeffrey Weeks,
1977). Edward Brecher lo describe como ―el primero en decirle sí‖ a la
sexualidad. No hay duda de que fue y es una influencia crucial e
importante.
En primer lugar argumentó que los varones y las mujeres eran
completamente diferentes en cuanto la biología, por lo tanto también
psicológicamente. Usando esta idea de diferencia se dispuso a mostrar
cómo la sexualidad masculina y femenina eran completamente distintas.
No es sorprendente que el mapa que nos dio sobre la sexualidad
masculina y femenina mostrara que la sexualidad masculina era
absoluta e inevitablemente agresiva, tomando la forma de persecución y
captura, y que era normal e inevitable que los varones se complacieran
en infligir dolor a las mujeres (Sheila Jeffreys, 1987). La sexualidad de
la mujer, dijo, era pasiva. Se suponía que las mujeres debían ser
capturadas y que se ―deleitaban‖ al experimentar dolor a manos de
amantes masculinos.
Según Ellis, la sexualidad femenina estaba basada en la evolución
y derivaba de hembras animales coquetas que guiaban a los animales
macho. Se suponía que la hembra humana también fuera coqueta. Se
suponía que ella debía seguir mirando por encima del hombro, incitando
al animal macho. En el último momento se suponía que debía ceder. La
sexualidad femenina era pasiva y masoquista, ¿cómo lo supo Ellis?
Bueno, dijo, era obvio. Las mujeres en Francia disfrutaban ser
golpeadas por sus proxenetas; las mujeres de clase trabajadora en East
End de Londres disfrutaban ser golpeadas por sus esposos; y luego
estaba la mujer que se sometía a una clitoridectomía y tenía un
orgasmo cuando el cuchillo atravesaba su clítoris. Ellis insistió en que

39
podías decir, por la expresión en el rostro de una mujer durante el
orgasmo, que estaba sintiendo dolor. Para las mujeres, concluyó, el
dolor y el placer están inextricablemente vinculados.
Es importante recordar que a lo largo de este siglo las feministas
han criticado a estos sexólogos. También criticaron a Ellis, él respondió
diciendo que, a pesar de lo que las feministas pudieran decir, el goce
del dolor por las mujeres era tan obvio que no tenía sentido siquiera
tomar en serio los argumentos de estas mujeres.
Además de insistir en que la sexualidad se basaba inevitablemente
en el sadomasoquismo, Ellis tenía otras contribuciones para hacer. El
placer de la mujer por el dolor y la agresión significaba que el abuso
sexual no podía tomarse en serio: las mujeres que sufrieron violaciones
son simplemente mujeres que se habían quedado fuera más tarde de lo

que sus padres hubiesen deseado ㅡtenían que decir algo cuando

llegaban a casa; la gran mayoría de casos de abuso sexual en la


infancia fueron inventados; debería haber esferas separadas para
varones y mujeres, ellas deben quedarse en casa y no deben salir a
trabajar, tienen que poner todas sus energías en el embarazo porque ―la
crianza de los hombres está en gran parte en manos de las mujeres‖
(Havelock Ellis, 1917).
Ellis fue crucialmente importante en la lucha contra todas las ideas
feministas que se desarrollaron a fines del siglo XIX. ¿Por qué entonces
fue considerado tan progresista? Una razón es que no sólo dijo que las
mujeres deben practicar el coito y tienen que disfrutarlo, también habló
de los juegos previos. De acuerdo con el concepto de juego previo,
antes de que los varones comiencen el acto que desean realizar, deben
ocurrir cosas que hagan que las mujeres estén listas para ello. Es como
darle cuerda a un reloj, y es necesario porque las mujeres son lentas,
lentas para darse cuenta de lo que realmente quieren hacer y de lo que

40
realmente les da placer. Necesitan un incentivo que las preparare para
el acto. Esto se llamó juego previo, y se considera que Ellis lo inventó.
Es un concepto sorprendente del sexo, pero ¿conocen algún libro sobre
educación sexual que no esté basado en él?
Antes de que dejemos a Havelock Ellis, me gustaría decir algo
acerca de sus tendencias sexuales. Creo que es muy importante que
entendamos a estos varones sexólogos en profundidad. Creo que es
importante para nosotras entender en qué estaban interesados
realmente. Havelock Ellis ha enseñado, a través de su influencia en cien
años de libros de consejos sexuales, cómo debía desarrollarse el coito,
qué debían hacer los varones y qué debían experimentar las mujeres
durante el acto. Por lo que sabemos, él nunca practicó el coito. Esto no
es inusual, es típico de los sexólogos del siglo XX. Si entras en sus
biografías, descubres que nunca hicieron lo que dijeron que todos (y
todas) deberían hacer.
La práctica sexual favorita de Havelock Ellis era la urolagnia:
observar a las mujeres orinar. Hizo que mujeres lo visiten, entren en una
habitación y orinen en un inodoro con la puerta abierta para que él
pudiera escuchar, o directamente ver, lo que estaban haciendo.
Consiguió que algunas mujeres y reformistas sexuales muy conocidas
hicieran esto por él. Tenemos la suerte de que nos dejó un registro de
sus sentimientos sobre esta práctica sexual: escribió poesía sobre eso.
Dado que es considerado un gran pensador y el padre de la literatura
sobre consejos sexuales, su poesía debe ser digna de ser recordada.
Dice así:
Mi mujer una vez saltó de la cama,
donde ella desnuda yacía junto a mi corazón.
Y estaba de pie con un equilibrio perfecto, con las piernas
estiradas y separadas,
y luego a partir del racimo de pelo color marrón rojizo,
una maravillosa curva de fuente, toda la timidez huyó,

41
arqueada como un arcoiris líquido en el aire,
a ella no le importa, a ella, lo que a otras mujeres sí.
Pero contempló cómo caía y se tambaleaba y se derramaba.
(Eric Trudgill, 1976)

Puede que piensen que hay algo extraño con esta descripción, algo
que no no concuerda con lo que saben sobre la biología de las mujeres.
No hay muchas mujeres que tengan curvas de fuente y arcoiris. Creo
que esto nos indica que no eran las mujeres orinando lo que a Ellis
realmente le interesaba.
Otro de los supuestos signos progresistas de Ellis es que abogó por
el derecho de las mujeres al placer sexual. Escribió un artículo llamado
―Derechos eróticos de las mujeres‖, en el que afirmó que las mujeres
podían y debían tener placer sexual (Havelock Ellis, 1913). Pueden
imaginar, considerando lo que se supone fue el estado de profunda
ignorancia acerca de la práctica sexual en el siglo XIX, que muchas
personas que lean este artículo hoy en día lo verán como enormemente
progresista. Es importante prestar atención al concepto de placer sexual
de Ellis.

EL CONCEPTO DE PLACER SEXUAL


En general, se acepta como una verdad que los sexólogos, los
reformistas del sexo y los terapistas sexuales del siglo XX se han
esforzado por garantizar que las mujeres disfruten del coito. Por esta
razón, las mujeres a veces consideran erróneamente que la industria de
la terapia sexual vela por sus intereses. Esta percepción errada ha
impedido que algunas echen una mirada crítica a la industria.
Es muy desafortunado que no tengamos una palabra en nuestra
lengua que nos permita hablar sobre la respuesta sexual o la sensación
sexual que no es positiva. La única palabra que tenemos es placer. Por
lo tanto, existe un supuesto en la bibliografía de los libertarios sexuales

42
y en la comprensión general del sexo, de que cualquier tipo de
respuesta o sensación sexual de alguna manera es positiva. Esta
limitación lingüística conduce a una confusión considerable.
Necesitamos desesperadamente y, espero, pronto adquiriremos una
palabra que nos permita describir sensaciones sexuales que no son
positivas, no en nuestro interés. Semejante palabra debería resumir los
sentimientos de humillación y traición, las sensaciones totalmente
negativas que las mujeres solemos tener cuando experimentamos ese
algo llamado excitación sexual. Estas sensaciones negativas se asocian
con la excitación sexual que proviene de la literatura, las imágenes, los
actos, las experiencias y las fantasías que nos son forzosas, que nos
humillan y nos degradan.
En Buscando el éxtasis en el campo de batalla, Gordon y Dubois
proporcionan un ejemplo para los problemas que surgen al tener una
noción unidimensional del ―placer sexual‖. Afirman que las mujeres de
clase media a fines del siglo XIX estaban resistiendo al patriarcado de
una manera muy positiva (Ellen Carol Dubois y Linda Gordon, 1984).
¿Cómo sabemos esto? Bueno, es porque muchas de ellas
aparentemente tuvieron orgasmos. El 40% según una encuesta, tenía
orgasmos de vez en cuando; el 20% con frecuencia. Esto es lo que
Gordon y Dubois vieron como algo maravillosamente revolucionario.
Estas mujeres de clase media estaban en relaciones
absolutamente patriarcales, en las cuales los varones tenían todo el
poder. Estas mujeres probablemente estaban siendo utilizadas como
escupideras en el acto del coito. ¿Era el orgasmo en tal situación algo
positivo, empoderante, algo que signifique resistencia a la opresión
patriarcal? Yo sugeriría que no, a menos que veamos la felicidad tan
elogiada del trabajador japonés en las fábricas como una forma de
resistencia al capitalismo. Si no vemos la felicidad en el trabajo como

43
una forma de resistencia, entonces no hay manera de que podamos ver
el orgasmo de la mujer de clase media en el siglo XIX como algo que
significa inevitablemente la resistencia a la opresión patriarcal. Más
bien, lo vería como una acomodación a esa opresión. Estas mujeres
habían aprendido a tener ―placer‖ en su propia subordinación. ¿Se
trataba realmente de placer?
Hay otros casos que muestran que el orgasmo no siempre puede
verse como positivo y placentero. Por ejemplo, los veteranos de
Vietnam tenían orgasmos mientras mataban mujeres en la guerra; los
violadores tienen orgasmos mientras violan a las mujeres (Deborah
Cameron & Elizabeth Frazer, 1987). Todo esto lo sabemos. Por lo tanto,
seguramente eso llamado orgasmo o respuesta sexual, en el caso de
los varones en particular, no puede considerarse necesariamente
positivo. Mujeres han tenido orgasmos durante el abuso sexual en la
infancia y pueden tenerlos durante la violación. Esto no es algo que
debamos esconder, porque es lo que sucede. ¿Cómo podemos ver esto
como placer? Se llama placer sexual porque no tenemos otra palabra.
Pero necesitamos otra palabra y la necesitamos rápido.
Tenemos que entender que, para las mujeres, la respuesta sexual y
el orgasmo no son necesariamente placenteros y positivos. Pueden ser
un auténtico problema, una acomodación a nuestra opresión, la
erotización de nuestra subordinación. Necesitamos entender que la
palabra placer se usa a menudo para lo que experimentamos como
humillación y traición. Necesitamos confiar en esos sentimientos y
seguirlos, en lugar de ser persuadidas por los libertarios sexuales de
que nuestras sensaciones no son realmente de humillación y traición y
de que son algo bueno.
Teniendo esto en cuenta, tenemos que mirar de manera bastante
diferente los cien años de sexología y reformismo sexual encaminados a

44
garantizar que las mujeres sientan ―placer‖ en el coito. También
debemos tener en cuenta que estos sexólogos han sido antifeministas
desde el principio.
La bibliografía de consejos sexuales producida en la década de
1920, el período de la primera revolución sexual del siglo, critica
duramente a la solterona y la lesbiana. Insiste en que todas las mujeres
deben practicar el coito y disfrutarlo. Este período, inmediatamente
después de la Primera Guerra Mundial, fue un momento en el que
muchas mujeres tenían considerablemente más libertad e
independencia de la que tenían antes. El hecho de que un gran número
de mujeres no se casara, eligiera ser independiente y luchara contra la
violencia masculina despertó gran alarma. Esta señal de alarma es
evidente en las publicaciones sexológicas.
En respuesta a su alarma, los sexólogos inventaron el concepto de
la frigidez de las mujeres. Descubrieron que una enorme cantidad de
mujeres no estaban entusiasmadas con el coito, como se suponía que
debían estarlo, y que no tenían ningún interés en ello. Debes recordar
que las feministas de fines del siglo XIX habían dicho dicho a menudo
que no tenían ningún deseo de hacerlo. Además, pensaron
políticamente que ninguna mujer debería practicar el coito. Obviamente,
había que hacer algo frente a este problema: inventaron el concepto de
frigidez.
A lo largo del siglo XX, las mujeres han sido el problema para la
sexología y el reformismo sexual. Poco a poco las fronteras han
retrocedido, como dirían los revolucionarios sexuales. Más y más
prácticas se están volviendo perfectamente normales. Cada vez más
prácticas se están convirtiendo en el tipo de cosas que las mujeres
deben disfrutar con entusiasmo. Las mujeres siempre han sido un
problema porque nunca han mostrado el entusiasmo apropiado. Al

45
principio las mujeres simplemente tenían que disfrutar el coito. Luego
vino la revista Forum. A finales de los sesenta y los setenta las mujeres
disfrutaban los azotes y la garganta profunda. En Joy of Sex, de Alex
Comfort, las mujeres disfrutaban del sadomasoquismo y de vestirse
como una cruza entre ―serpiente y foca‖ (Alex Comfort, 1979). Todas
estas cosas tenían que disfrutar las mujeres, ahora puedes ver por qué
la falta de entusiasmo de las mujeres presentaba (y todavía presenta)
una dificultad.
En la década de 1920, cuando se inventó el concepto de frigidez
para explicar la falta de entusiasmo de las mujeres para disfrutar del
coito en una relación de dominio masculino, los sexólogos trataron de
averiguar cuántas mujeres eran frígidas. Algunos decían que el 100%,
pero no estaban seguros. Otros dijeron que el 60% o el 40%. ¿La
causa? El lesbianismo, la masturbación o el estreñimiento. Así que
podemos decir que lo que llamaban frigidez no era la falta de
sensaciones sexuales, porque las mujeres claramente experimentaban
dichas sensaciones en la masturbación y el lesbianismo. La frigidez
significaba la falta del grado correcto de admiración y entusiasmo por la
práctica del coito.
Cuando leí esta bibliografía, me sorprendió descubrir que estos
sexólogos eran absolutamente sinceros acerca de lo que consideraban
como la naturaleza y el propósito del placer sexual de las mujeres. Leí,
por ejemplo, la obra de dos volúmenes de Wilhelm Stekel: Frigidez en la
mujer en relación a su vida amorosa. En este trabajo, Stekel, un
psicoanalista, es muy claro. Él creía que las mujeres deben disfrutar del
coito porque su disfrute las subordinaría al varón en ese acto y en todos
los aspectos de sus vidas. Stekel resumió este mensaje en un breve
comentario: ―Sentir excitación por un hombre significa reconocerse a sí
misma como conquistada‖ (Wilhelm Stekel, 1936). Stekel vio la frigidez

46
de las mujeres como un arma en la guerra de los sexos. Era una
amenaza para la civilización que tantas mujeres se negaran a aceptar el
coito. La civilización, por supuesto, es sinónimo de dominio masculino.
Así que las mujeres tenían que practicar el coito para que la dominación
masculina sobreviviera.
El matrimonio ideal de Van de Velde, que se vendió bien en los
años sesenta y a principios de los setenta, fue una de las obras
principales de la bibliografía sobre consejos sexuales en este siglo. Van
de Velde definió la frigidez como ―hostilidad de la esposa hacia su
esposo‖ (Thomas Van de Velde, 1931). Las mujeres frígidas tenían que
ser enviadas a ginecólogos o psicoanalistas, a alguien que resolviera su
problema, el cual era, como dejó claro Van de Velde, que estaban
resistiendo el poder masculino.
Entonces, en la década de 1920, el placer de las mujeres en el
coito se convirtió en un modo de subordinarlas a los varones en ese
acto sexual y en todos los aspectos de sus relaciones, en la totalidad de
sus vidas. Este es el tema predominante en las obras de sexología a lo
largo del siglo XX.
Los finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta
fueron un período muy interesante. Era otro período de posguerra en el
que había que hacer algo con respecto a la independencia de las
mujeres y al hecho de que muchas no estaban mostrando el entusiasmo
adecuado. Durante este tiempo también hubo pánico sobre la frigidez.
Para resolver el problema, había libros que les decían a las mujeres el
placer que tenían que recibir del sexo, con títulos como La mujer
sexualmente adecuada. Este libro, de Frank Caprio es un clásico
absoluto (Frank Caprio, 1953). Después de decir lo importante que es el
orgasmo, cuántas mujeres son frígidas y la tragedia que esto
representa, Caprio tiene una sección llamada ―Errores graves en el

47
dormitorio‖. Estos eran errores cometidos por las mujeres durante el
coito. Son graves porque la práctica del coito es sagrada, y se supone
que las mujeres la aborden con lo que Eustace Chesser, el famoso
sexólogo británico de la época, llama ―anticipación alegre‖ (Eustace
Chsser, 1946). La ―anticipación alegre‖ es una actitud casi religiosa. Se
suponía que las mujeres debían sentirla antes de entrar en la habitación
para la práctica del coito, entonces tendrían el tipo adecuado de placer.
Todo estaba en la mente, por lo que las mujeres tenían que
mentalizarse en el estado correcto.
En el capítulo de ―errores del dormitorio‖, tenemos los casos de dos
mujeres que no mostraron suficiente entusiasmo y no se molestaron en
―anticiparse alegremente‖. Una de ellas continuó leyendo un libro
mientras su esposo practicaba el coito, la otra mujer siguió pintándose
las uñas (Eusatace Chesser, 1946) . Estos fueron graves errores en el
dormitorio, ¡tienes que admitirlo!
Los sexólogos a finales de los años cuarenta y cincuenta
determinaron, al igual que los de la década de 1920, que el placer
sexual de las mujeres podía y debía subordinarlas. Eustace Chesser
dijo que muchas mujeres en el coito sólo se ―sometían‖. La sumisión,
dijo, no era suficiente. Tenían que ―entregarse y rendirse por completo‖
en el acto sexual. Esta es una cita de Chesser sobre una chica que
estaba enamorada pero que estaba teniendo dificultades para lograr el
estado mental adecuado:

Puede que le resulte imposible rendirse completamente en el acto sexual, y


rendirse por completo es la única manera en que puede obtener el mayor
placer tanto para ella misma como para su esposo. La sumisión no es lo
mismo que la rendición y la entrega. Muchas esposas se someten, pero
conservan en lo profundo de sí mismas un área que no ha sido conquistada. Y
que de hecho, está en una feroz oposición a la sumisión. (Eustace Chsser,
1946)

48
El placer de la mujer en la práctica del coito erradicaría esa
pequeña área de resistencia al poder masculino.
La bibliografía de la llamada revolución sexual de la década de
1960 continuó estos temas, pero ahora lo que se esperaba que hicieran
las mujeres era más complicado. Ahora tenían que tomar parte y ser
enérgicas. Esto fue un gran cambio. Después de la Segunda Guerra
Mundial, hubo una gran preocupación acerca de que si las mujeres
mostraban demasiado entusiasmo en el coito, como dijo el sexólogo
británico Kenneth Walker, el pene podría caerse (Kenneth Walker,
1949). Así que las mujeres tenían que ser cuidadosas: no podían
moverse demasiado. En la década de 1960 todo esto cambió. Se
esperaba que las mujeres se colgaran de lámparas, tragaran penes
erectos y realizaran otras hazañas para demostrarles a los varones
cuánto les gustaba.
Durante la década de 1980, los libertarios sexuales han seguido las
tradiciones de la sexología y la reforma sexual. Los libertarios sexuales
de ahora, como las organizadoras de la Conferencia de Barnard, Jeffrey
Weeks y otros varones historiadores y teóricos gays, se ven a sí mismos
en la tradición del reformismo sexual y consideran a Havelock Ellis su
padre fundador (Carol Vance, 1984; Simon Watney, 1987; Jeffrey
Weeks, 1985). Al igual que Ellis, están implicados en la erotización del
dominio y la sumisión. Los libertarios sexuales tienen una agenda sobre
sexualidad que está en oposición directa a la de las feministas. Donde
las feministas buscan transformar la sexualidad para mantener a las
mujeres y las niñas seguras y terminar con la desigualdad de las
mujeres, los libertarios buscan promover y legitimar la sexualidad
tradicional del dominio y la sumisión. Erotizan prácticas que se basan en
el desequilibrio de poder, como el sadomasoquismo, los roles de butch y
femme y la supuesta erótica que exhibe la humillación y degradación de

49
las mujeres. Se ven a sí mismos como parte de la llamada tradición pro-
sexo. Pro-sexo termina significando pro-dominación y sumisión sexual.
Desafortunadamente, los libertarios sexuales han tenido una gran
influencia en el movimiento de mujeres. Tengo una cita de un artículo de
una edición de Ms Magazine de 1985 para mostrar qué tan aceptadas
han sido sus ideas. Asumí que, tratándose de una edición sobre salud,
si hubiera algo sobre el sexo por supuesto trataría sobre los problemas
de salud que las mujeres tienen como resultado de la violencia
masculina y el uso de la pornografía contra ellas. Nada de eso apareció
en este número. El artículo sobre sexualidad era sobre ―El gran ‗O‘‖
(orgasmo) y cómo las mujeres debían tener más de ellos. (Sarah
Crichton, 1986).
El artículo explicaba que las mujeres tenían que mentalizarse tres o
cuatro días antes del coito para obtener suficientes orgasmos, porque
uno ya no era suficiente y debían tener muchos. ¿Cómo iban a
mentalizarse? Bueno, debían tener fantasías de sadomasoquismo,
bondage y demás. En otras palabras, deben humillarse dentro de sus
propias mentes para entrar en el estado de ánimo adecuado en el
momento de practicar el coito y así tener el número apropiado de
orgasmos.
Las autoras se dieron cuenta de que, debido a que estaban
escribiendo en una revista que se supone es feminista, podría ser un
problema recomendar que las mujeres se sometan en un acto sexual
con un varón. Ellas lograron evitar este problema, dijeron que las
mujeres en el coito no se rendían a los varones; las mujeres se rendían
a la ―Naturaleza‖ o a sí mismas. Dijeron:
Pero ㅡy este es un concepto muy importante para que una mujer aprendaㅡ
cuando una se deja ir y se da por vencida, no se entrega a su pareja sino a la
Naturaleza. Ella se está entregando a sí misma (Sarah Crichton, 1986).

50
Por supuesto, no encontrarás consejos sexuales para varones que
les digan que se sometan a sí mismos o incluso a la naturaleza en las
relaciones sexuales. Si lo hicieran, el sexo tal como lo conocemos
probablemente desaparecía. Creo que sería una buena idea que los
varones comenzaran a rendirse y entregarse a sí mismos de vez en
cuando.
Lo que esto demuestra es que el mensaje de los libertarios
sexuales se ha introducido en la cultura feminista. Incluso dentro del
movimiento feminista se alienta a las mujeres a ser cómplices de su
propia opresión al convertirse en consumidoras de pornografía,
participar en prácticas sadomasoquistas y erotizar su propia opresión.
Cien años de sexología nos han dicho que cuando las mujeres
aprendemos a disfrutar de la sumisión en el sexo estamos subordinando
la totalidad de nuestras vidas. En este sentido, los sexólogos conocían
su negocio. Su negocio era asegurar que las mujeres fueran socavadas,
volverlas incapaces de combatir su opresión. Hoy en día, los liberales
sexuales que luchan contra las activistas feministas, que se ven a sí
mismos como parte de los lobbies pro-sexo y anticensura, continúan el
trabajo de los sexólogos. Al erotizar nuestra subordinación en nombre
de la ―liberación sexual‖ reafirman los pilares de la supremacía
masculina.

51
REFERENCIAS
Brecher, Edward. (1970). The sex researchers. London: Andre Deutsch.
Cameron, Deborah, and Frazer, Elizabeth. (1987). The lust to kill. Cambridge:
Polity.
Caprio, Frank S. (1953). The sexually adequate female. (Reprint 1963). New
York: Citadel Press.
Chesser, Eustace. Love and marriage. (Reprint 1957) London: Pan.
Comfort, Alex. (Ed.). (1979). The joy of sex. London: Quartet.
Crichton, Sarah. (1986, May). Going for the big "O ." Ms.
Dubois, Ellen Carol, and Gordon, Linda. (1984). Seeking ecstasy on the
battlefield: Danger and pleasure in nineteenth-century feminist sexual thought. In
Carol Vance (Ed.) Pleasure and danger: Exploring female sexuality. Boston:
Routledge and Kegan Paul.
Ellis, Havelock. (1913). The task of social hygiene. London: Constable.
Ellis, Havelock. (1917). The erotic rights of women. London: British Society for
the Study of Sex Psychology.
Jeffreys, Sheila. (1985). The spinster and her enemies: Feminism and sexuality
1880-1930. London:Pandora.
Jeffreys, Sheila, (Ed.). (1987). The sexuality debates. London: Routledge and
Kegan Paul.
Rowbotham, Sheila, and Weeks, Jeffrey. (1977). Socialism and the new life.
London: Pluto Press.
Rubin, Gayle. (1984). Thinking sex. In Carol Vance (Ed.). Pleasure and danger:
Exploring female sexuality, Boston: Routledge and Kegan Paul.
Stekel, Wilhelm. (1936). Frigidity in woman in relation to her love life, vol. 2.
1926. (Reprint). New York: Livewright.
Trudgill, Eric. (1976). Madonnas and magdalens: The crigins and development
of Victorian sexual attitudes. London: Heinemann.
Van de Velde, Thomas. (1931). Sex hostility in marriage. London: Heinemann.
Vance, Carol, (Ed.). (1984). Pleasure and danger: Exploring female sexuality.
Boston: Routledge and Kegan Paul.
Walker, Kenneth. (1949). The art of love. In Sybil Neville-Rolfe, (Ed.). Sex in
social life. London: George Allen and Unwin.
Watney, Simon. (1987). Policing desire: Pornography, AIDS and the media.
Minneapolis: University of Minnesota Press.
Weeks, Jeffrey. (1985). Sexuality and its discontents. London: Routledge and
Kegan Paul.

52

También podría gustarte