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Organización de veteranos de guerra. Es la que cuenta con mayor número de afiliados
del país. (N. de la T.)
***
El fin de semana pasado en Los Ángeles, esas fuerzas se unieron para intentar
ocupar la Conferencia del Año Internacional de las Mujeres del estado de
California. Solo la asistencia masiva de feministas impidió la aprobación de
resoluciones que habrían anulado básicamente todos los logros conseguidos por
el movimiento feminista en los últimos ocho años. Deberíamos tener claro que
Anita Bryant y Phyllis Schlafly son las máscaras tras las cuales se oculta el ataque
del sistema de dominación masculino, no solo contra las lesbianas o los hombres
gais, sino también contra las mujeres y contra el movimiento feminista, incluso
bajo su forma más moderada; que quienes alimentan y promueven ese ataque
son las únicas personas que disponen de los recursos para ello en Estados
Unidos: hombres.
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[129] Y evidentemente también de la destrucción psíquica y física de miles de
mujeres por obra de la heterosexualidad institucionalizada en el matrimonio y en la
práctica «normal» de la sexualidad.
dejado de creer que esto se deba a que a las lesbianas simplemente no se nos
considera «una amenaza». Por grande que sea el odio del varón homófobo contra
el homosexual masculino, en el patriarcado existe un temor mucho más profundo
—y sumamente bien fundado— a la mera existencia de lesbianas. Además de ser
perseguidas, también hemos sido objeto de un absoluto, sofocante silencio y
negación, del intento de eliminarnos por completo de la historia y la cultura. Este
silencio forma parte del silencio global sobre las vidas de las mujeres. También ha
sido un medio eficaz para obstaculizar el intenso y poderoso impulso a favor de
las comunidades femeninas y el compromiso de mujer a mujer que constituye una
amenaza mucho más grave para el patriarcado que la vinculación entre
homosexuales masculinos o la reivindicación de la igualdad de derechos. Y por
último, el feminismo lésbico plantea ahora una amenaza aún más profunda, que
constituye una fuerza completamente nueva, sin precedente en la historia.
Las lesbianas nos hemos visto obligadas a vivir entre dos culturas, ambas de
dominio masculino, cada una de las cuales ha negado y puesto en peligro nuestra
existencia. Por un lado, la cultura heterosexista patriarcal, que ha empujado a las
mujeres al matrimonio y a la maternidad mediante todas las presiones posibles —
económica, religiosa, médica y jurídica— y que ha colonizado literalmente los
cuerpos de las mujeres. La cultura patriarcal heterosexual ha empujado a las
lesbianas hacia la clandestinidad y la culpabilidad, a menudo hasta el
autodesprecio y el suicidio.
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Un cálculo prudente. La caza de brujas de los siglos xiv-xvii en Europa fue sin duda
una forma de reacción antifeminista y, a medida que vamos desenterrando la historia
de las mujeres de siglos anteriores, descubrimos cada vez más mujeres políticamente
conscientes que se identificaban en relación con mujeres.
través del cual las mujeres reivindicaremos el papel de nuestra perspectiva
primordial y central en la configuración del futuro.
MARINA
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Véase Agnes Smedley, Portraits of Chinese Women in Revolution, Feminist Press, Old
Westbury, Nueva York, 1976.
Ahora el movimiento «gay» masculino insta a las lesbianas a unirse a los
hombres contra un enemigo común, simbolizado por una mujer «hetero»; a
olvidar que somos mujeres y a definirnos de nuevo como «homosexuales». Es
importante que las voces lesbianas se hagan oír en este contexto, que
insistamos en reivindicar nuestra realidad lésbica. No podemos permitirnos
rechazar o menospreciar a nuestras hermanas que hoy han asistido a la
concentración «gay», pero podemos tener la esperanza de que sigan
reclamando que el movimiento «gay» se enfrente a su propio sexismo
perverso si continúa esperando poder contar con el apoyo, aunque solo sea
puntual, de las lesbianas. Porque sin una conciencia feminista generalizada e
insistente, el movimiento «gay» será un promotor de cambios tan poco eficaz
como el Socialist Workers Party. 5
Otro llamamiento, que no procede de los hombres sino del intensísimo dolor,
rabia y frustración que hemos sentido, es el que promueve un separatismo
simplista de las lesbianas: la convicción de que separarnos de la inmensa y
floreciente diversidad del movimiento mundial de mujeres nos aportará de
algún modo una suerte de pureza y energía que nos permitirán avanzar hacia
nuestra liberación. Todas las lesbianas hemos experimentado la rabia, el dolor
y la decepción, hemos sufrido, política y personalmente, la homofobia de
mujeres que esperábamos que fuesen demasiado conscientes, demasiado
inteligentes, demasiado feministas como para hablar, escribir o actuar, o
guardar silencio, movidas por el temor y la ceguera heterosexuales. La
ginefobia de los hombres no nos afecta ni por asomo tan profundamente ni tan
devastadoramente como la de las mujeres. Muchas veces he rozado el límite
de ese dolor y esa indignación y he comprendido el impulso que conduce al
separatismo lésbico.
Pero pienso que es una tentación que conduce a una «corrección» estéril, a la
impotencia, una huida de la complejidad radical. Cuando se puede calificar el
aborto —un derecho que el Tribunal Supremo acaba de negar en la práctica,
5
Partido Socialista de los Trabajadores, de orientación trotskista. (N. de la T.)
con la máxima eficacia, a las mujeres pobres—, cuando el aborto se puede
calificar como un problema «hetero», simplemente no estamos encarando el
hecho de que miles de mujeres se siguen viendo obligadas, como resultado de
una violación o por necesidad económica, a tener contacto sexual con
hombres; que entre esas mujeres hay un número incuantificable de lesbianas;
que cualquiera que sea su orientación sexual, la libertad de reproducción es
una cuestión que tiene urgentes repercusiones en la vida de las mujeres
pobres y no-blancas; y que volver la espalda a millones de hermanas nuestras
en nombre del amor a las mujeres es una manera gravísima de engañarnos.
Quisiera citar solo unas cuantas instituciones que existen en esta ciudad
gracias a la labor de lesbianas/feministas: la revista 13th Moon; la editorial Out
& Out Books; Virginia Woolf House, un colectivo que está recogiendo fondos
para inaugurar un centro para lesbianas en situaciones de estrés y que
también ofrecerá asesoramiento a mujeres que se identifican como
heterosexuales; los Lesbian Herstory Archives, la primera biblioteca dedicada
exclusivamente a documentar nuestras vidas, pasadas y presentes; la revista
Conditions, que publica escritos de mujeres «con especial atención a los
escritos de lesbianas». Estas mujeres y muchas otras como ellas están
intentando revelar y expresar y apoyar nuestra complejidad como mujeres,
actuando a favor en vez de reaccionar contra; ayudándonos a avanzar. Estos
proyectos no son «reformistas». En estos momentos trabajamos para cambiar
todos y cada uno de los aspectos de la vida de las mujeres, no solo un par de
ellos.
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En este contexto es preciso señalar el riesgo de algunas formas irónicas de «falsa
trascendencia». Todavía no se ha definido adecuadamente el auténtico separatismo.
Algunas «separatistas» dedican una gran parte de sus energías a fantasías de
violencia contra los hombres mientras critican activa y destructivamente a las mujeres
que trabajan en instituciones dominadas por hombres, publican en medios de
comunicación controlados por hombres o incluso aquellas que celebran reuniones o
actos culturales en espacios abiertos a los hombres. El «separatismo» expresado en
forma de acoso psíquico y físico a las mujeres que no han roto todos los lazos con los
hombres (incluidos sus hijos varones) puede desviarnos del problema más grave y
difícil: el proceso, que nos ocupará toda la vida, de separarnos de los elementos
patriarcales incrustados en nuestro propio pensamiento, como puede ser el uso de
lenguaje fálico y el temor a cualquier diferencia con respecto a nuestra posición
«correcta». La mujer cuya psique sigue estando fuertemente implicada con un padre,
un hermano, un profesor u otras figuras masculinas de su pasado y que niega el poder
que dichas figuras todavía ejercen sobre ella puede negarse a acostarse, a comer o a
hablar con hombres y, sin embargo, seguir siendo psíquicamente cautiva de la
masculinidad. El movimiento del yo para apartarse de la identificación masculina, de la
dependencia de la ideología masculina, implica un auténtico combate psíquico. De ahí
que continuamente se reduzca a la categoría de una posición política rígida, un
programa, un acto de voluntad, y se aborde como tal. A. R., 1978: