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OLGA

Nuestra tarea ha de ser ampliar continuamente el


significado de nuestro amor a las mujeres (1977)-
Adrienne Rich

El verano de 1977 fue un verano de marchas militantes de celebración del orgullo


gay, seguidas atentamente por los medios de comunicación. Todas ellas
convocadas como respuesta a una campaña contra la homosexualidad que tuvo
como símbolo mediático a una mujer: Anita Bryant. El movimiento gay masculino
había escogido a Bryant como blanco de su ira con un entusiasmo que parecía
indicativo de la ginefobia subyacente no examinada de dicho movimiento. Se la
equiparó a Hitler o se la satirizó agresivamente haciendo mofa de su anatomía
femenina; entre tanto, el marido y pastor que la acompañaba, los intereses
empresariales que financiaban «su» cruzada, las iglesias y las divisiones de la
American Legion1 que la propagaban quedaron borrados del mapa mientras la
imagen de una mujer se convertía en el foco de atención simplista del
movimiento gay.

Muchas lesbianas/feministas participamos en esas marchas con un sentimiento


ambivalente y de ajenidad; teníamos claro que era necesaria una presencia
importante de mujeres para aumentar la conciencia pública de que las mujeres
son un grupo significativo que se ve privado de sus derechos ciudadanos por las
leyes contra la homosexualidad; sin embargo, el odio contra las mujeres que
marcaba el tono en amplios sectores de las marchas nos confirmaba la
imposibilidad de encontrar una auténtica solidaridad «fraternal» en el movimiento
gay. Nuestra interpretación de lo que significaba Anita Bryant y lo que significaba
la identificación con mujeres era por fuerza más compleja. El siguiente texto, que
leí ante un pequeño grupo de mujeres que habíamos decidido separarnos de la
manifestación del Orgullo Gay convocada en la zona de Sheep Meadow en
Central Park y celebrar nuestra propia concentración, se publicó posteriormente
como el primero de una serie de folletos sobre el feminismo lésbico editados por
Out & Out Books de Brooklyn, Nueva York.

1
Organización de veteranos de guerra. Es la que cuenta con mayor número de afiliados
del país. (N. de la T.)
***

Quiero hablar de algunas vinculaciones que considero urgente establecer en este


momento; unas vinculaciones que, además de orgullo, indignación y valor,
también requieren que estemos dispuestas a reflexionar y a encarar nuestra
complejidad.

La homosexualidad está siendo objeto ahora mismo de un ataque concertado


por parte de la Iglesia, los medios de comunicación y todas las fuerzas de este
país que necesitan un chivo expiatorio para desviar la atención del racismo, la
pobreza, el desempleo y la absoluta corrupción obscena de la vida pública. 2 No
es nada sorprendente que este ataque haya creado una nueva y nefasta imagen
popular de la perversidad femenina: Anita Bryant. Para todas nosotras debería
ser evidente que en una sociedad dominada por los hombres ninguna mujer
puede tener la influencia pública que se le atribuye a Anita Bryant, a menos que
haya hombres que lo autoricen y que las redes de poder masculinas le concedan
acceso a los medios de comunicación, publicidad gratuita y apoyo financiero,
como se los han concedido a Phyllis Schlafly en el marco de la campaña contra la
enmienda a favor de la igualdad de derechos.

El fin de semana pasado en Los Ángeles, esas fuerzas se unieron para intentar
ocupar la Conferencia del Año Internacional de las Mujeres del estado de
California. Solo la asistencia masiva de feministas impidió la aprobación de
resoluciones que habrían anulado básicamente todos los logros conseguidos por
el movimiento feminista en los últimos ocho años. Deberíamos tener claro que
Anita Bryant y Phyllis Schlafly son las máscaras tras las cuales se oculta el ataque
del sistema de dominación masculino, no solo contra las lesbianas o los hombres
gais, sino también contra las mujeres y contra el movimiento feminista, incluso
bajo su forma más moderada; que quienes alimentan y promueven ese ataque
son las únicas personas que disponen de los recursos para ello en Estados
Unidos: hombres.

Además, sabemos que en la retórica de Anita Bryant, como también ocurre en la


retórica del movimiento «gay» masculino, la «homosexualidad» se contempla a
través de una lente masculina, como una experiencia masculina. Por mi parte, he

2
[129] Y evidentemente también de la destrucción psíquica y física de miles de
mujeres por obra de la heterosexualidad institucionalizada en el matrimonio y en la
práctica «normal» de la sexualidad.
dejado de creer que esto se deba a que a las lesbianas simplemente no se nos
considera «una amenaza». Por grande que sea el odio del varón homófobo contra
el homosexual masculino, en el patriarcado existe un temor mucho más profundo
—y sumamente bien fundado— a la mera existencia de lesbianas. Además de ser
perseguidas, también hemos sido objeto de un absoluto, sofocante silencio y
negación, del intento de eliminarnos por completo de la historia y la cultura. Este
silencio forma parte del silencio global sobre las vidas de las mujeres. También ha
sido un medio eficaz para obstaculizar el intenso y poderoso impulso a favor de
las comunidades femeninas y el compromiso de mujer a mujer que constituye una
amenaza mucho más grave para el patriarcado que la vinculación entre
homosexuales masculinos o la reivindicación de la igualdad de derechos. Y por
último, el feminismo lésbico plantea ahora una amenaza aún más profunda, que
constituye una fuerza completamente nueva, sin precedente en la historia.

Antes de que existiera ni pudiera existir ningún tipo de movimiento feminista, ya


había lesbianas: mujeres que amaban a mujeres, que se negaban a plegarse al
comportamiento que se exigía a las mujeres, que se negaban a definirse por su
relación con los hombres. Esas mujeres, nuestras predecesoras, millones cuyos
nombres no sabemos, fueron torturadas y quemadas como brujas, denostadas
en tratados religiosos y posteriormente también «científicos», representadas en
las obras artísticas y literarias como mujeres estrafalarias, amorales, destructivas,
decadentes. Durante mucho tiempo, la lesbiana ha sido una personificación de la
perversidad femenina. Simultáneamente, con el desarrollo de una cultura
homosexual masculina, las vidas de los hombres se han percibido, como ocurre
siempre, como la cultura «real». Las lesbianas no han tenido nunca el poder
económico y cultural que poseen los hombres homosexuales; y aquellas partes
de nuestras vidas con las que ellos no conectaban —la fidelidad de nuestras
relaciones duraderas, nuestra labor como activistas sociales a favor de las
mujeres y las niñas y niños, nuestra ternura y nuestra fortaleza femeninas,
nuestros sueños y visiones femeninos— solo han empezado a tener un lugar en
la literatura y en los estudios académicos por obra de algunas lesbianas.

Las lesbianas nos hemos visto obligadas a vivir entre dos culturas, ambas de
dominio masculino, cada una de las cuales ha negado y puesto en peligro nuestra
existencia. Por un lado, la cultura heterosexista patriarcal, que ha empujado a las
mujeres al matrimonio y a la maternidad mediante todas las presiones posibles —
económica, religiosa, médica y jurídica— y que ha colonizado literalmente los
cuerpos de las mujeres. La cultura patriarcal heterosexual ha empujado a las
lesbianas hacia la clandestinidad y la culpabilidad, a menudo hasta el
autodesprecio y el suicidio.

Por otro lado, la cultura patriarcal homosexual, creada por hombres


homosexuales, refleja estereotipos masculinos como, por ejemplo, la dominación
y la sumisión como modos de relación, y la separación del sexo del compromiso
emocional; es una cultura marcada por un profundo odio a las mujeres. La cultura
«gay» masculina ha ofrecido a las lesbianas la imitación de los estereotipos de rol
butch y femme, «activa» y «pasiva», el cruising, el sadomasoquismo y el mundo
violento y autodestructivo de los bares «gay». Ninguna de las dos culturas, ni la
heterosexual ni la «gay», ha ofrecido a las lesbianas un espacio donde poder
descubrir qué significa ser una mujer autodefinida, que se ama a sí misma, que se
identifica en relación con mujeres: ni una imitación de hombre ni su opuesto
cosificado. A pesar de todo ello, las lesbianas han sobrevivido a lo largo de la
historia, han trabajado, se han apoyado mutuamente en comunidad y se han
amado con pasión. Ha habido feministas políticas conscientes desde hace casi
dos siglos,3 hace casi un siglo que existe un movimiento homófilo y, en todos los
movimientos a favor del cambio social, muchas de las activistas de convicciones
más firmes y más heroicas han sido lesbianas. Actualmente hemos llegado por
primera vez a un punto en que el lesbianismo y el feminismo comienzan a
fusionarse. Y esto es precisamente lo que más ha de temer el patriarcado, que
por su parte hará cuanto esté en su mano para que nosotras no lleguemos a
comprenderlo.

Estoy convencida de que un movimiento lésbico/feminista militante y pluralista es


potencialmente la fuerza más potente que existe actualmente en el mundo a
favor de una completa transformación de la sociedad y de nuestra relación con
toda la vida. Algo que va mucho más allá de cualquier lucha a favor de las
libertades civiles o de la igualdad de derechos, aunque estas sigan siendo
necesarias. En su forma más profunda e inclusiva es un proceso inevitable a

3
Un cálculo prudente. La caza de brujas de los siglos xiv-xvii en Europa fue sin duda
una forma de reacción antifeminista y, a medida que vamos desenterrando la historia
de las mujeres de siglos anteriores, descubrimos cada vez más mujeres políticamente
conscientes que se identificaban en relación con mujeres.
través del cual las mujeres reivindicaremos el papel de nuestra perspectiva
primordial y central en la configuración del futuro.

MARINA

Es posible, no obstante, que la misma estrategia que nos ha reducido a la


impotencia durante siglos vuelva a marginarnos. Esta adopta muchas formas,
pero su objetivo es siempre el mismo: dividirnos, decirnos que no podemos
trabajar juntas y amarnos. El patriarcado siempre nos ha dividido, entre
mujeres virtuosas y putas, madres y bolleras, vírgenes y medusas. La
izquierda masculina actual se ha negado incesantemente a ocuparse de los
problemas de las mujeres, a abordar el tema de la opresión sexual salvo desde
la perspectiva más superficial e hipócrita, a enfrentarse con su propio temor y
odio a las mujeres.

En cambio, sigue intentando dividir a las lesbianas y las mujeres que se


identifican como heterosexuales, a las negras y las blancas, continúa
presentando el lesbianismo como decadente y burgués y el feminismo como
contrarrevolucionario, una trivialidad de clase media, del mismo modo que los
hombres del movimiento negro han intentado definir el lesbianismo como un
«problema de la mujer blanca». (En este contexto, me encanta recordar a las
trabajadoras del ramo de la seda chinas que describió Agnes Smedley en la
década de los años treinta, mujeres independientes que se negaban a casarse,
vivían en comunidades femeninas, celebraban gozosas el nacimiento de una
hija, constituyeron sindicatos femeninos secretos en las fábricas y fueron
atacadas públicamente, acusadas de ser lesbianas). 4

La «revolución sexual» de la pornografía —un sector multimillonario que


presenta la violación como placentera, la humillación como erótica— definida
desde una perspectiva masculina también es un mensaje dirigido a las mujeres
que se relacionan sexualmente con hombres, un mensaje que les dice que
pueden seguir siendo «normales» por muchas degradaciones que sufran en
nombre de la heterosexualidad. Es preferible colaborar en las fantasías
masculinas de violencia sexual que ser lesbiana; es preferible ser apaleada
que ser bollera.

4
Véase Agnes Smedley, Portraits of Chinese Women in Revolution, Feminist Press, Old
Westbury, Nueva York, 1976.
Ahora el movimiento «gay» masculino insta a las lesbianas a unirse a los
hombres contra un enemigo común, simbolizado por una mujer «hetero»; a
olvidar que somos mujeres y a definirnos de nuevo como «homosexuales». Es
importante que las voces lesbianas se hagan oír en este contexto, que
insistamos en reivindicar nuestra realidad lésbica. No podemos permitirnos
rechazar o menospreciar a nuestras hermanas que hoy han asistido a la
concentración «gay», pero podemos tener la esperanza de que sigan
reclamando que el movimiento «gay» se enfrente a su propio sexismo
perverso si continúa esperando poder contar con el apoyo, aunque solo sea
puntual, de las lesbianas. Porque sin una conciencia feminista generalizada e
insistente, el movimiento «gay» será un promotor de cambios tan poco eficaz
como el Socialist Workers Party. 5

Otro llamamiento, que no procede de los hombres sino del intensísimo dolor,
rabia y frustración que hemos sentido, es el que promueve un separatismo
simplista de las lesbianas: la convicción de que separarnos de la inmensa y
floreciente diversidad del movimiento mundial de mujeres nos aportará de
algún modo una suerte de pureza y energía que nos permitirán avanzar hacia
nuestra liberación. Todas las lesbianas hemos experimentado la rabia, el dolor
y la decepción, hemos sufrido, política y personalmente, la homofobia de
mujeres que esperábamos que fuesen demasiado conscientes, demasiado
inteligentes, demasiado feministas como para hablar, escribir o actuar, o
guardar silencio, movidas por el temor y la ceguera heterosexuales. La
ginefobia de los hombres no nos afecta ni por asomo tan profundamente ni tan
devastadoramente como la de las mujeres. Muchas veces he rozado el límite
de ese dolor y esa indignación y he comprendido el impulso que conduce al
separatismo lésbico.

Pero pienso que es una tentación que conduce a una «corrección» estéril, a la
impotencia, una huida de la complejidad radical. Cuando se puede calificar el
aborto —un derecho que el Tribunal Supremo acaba de negar en la práctica,

5
Partido Socialista de los Trabajadores, de orientación trotskista. (N. de la T.)
con la máxima eficacia, a las mujeres pobres—, cuando el aborto se puede
calificar como un problema «hetero», simplemente no estamos encarando el
hecho de que miles de mujeres se siguen viendo obligadas, como resultado de
una violación o por necesidad económica, a tener contacto sexual con
hombres; que entre esas mujeres hay un número incuantificable de lesbianas;
que cualquiera que sea su orientación sexual, la libertad de reproducción es
una cuestión que tiene urgentes repercusiones en la vida de las mujeres
pobres y no-blancas; y que volver la espalda a millones de hermanas nuestras
en nombre del amor a las mujeres es una manera gravísima de engañarnos.

El racismo no es un problema «hetero», la maternidad y el cuidado infantil no


son cuestiones «hetero» mientras en el mundo exista aunque sea una sola
lesbiana negra o del Tercer Mundo, o una madre lesbiana. La violencia contra
las mujeres no hace distinciones de clase, color, edad o preferencia sexual.
Lesbianas y mujeres que se identifican como heterosexuales son igualmente
víctimas de las esterilizaciones forzosas, las mastectomías e histerectomías
indiscriminadas, el uso de fármacos y terapia de electrochoque para contener
y castigar nuestra ira. No podemos desentendernos de ningún modo de estas
cuestiones designándolas como «problemas creados por los hombres». No
podemos permitirnos de ningún modo reducir nuestro campo de visión.

En este país, como en todo el mundo en la actualidad, está en marcha un


movimiento de mujeres sin parangón en la historia. Un movimiento alimentado
y empoderado por el trabajo de lesbianas, no lo dudéis. Lesbianas que dirigen
editoriales, lanzan revistas y organizan sistemas de distribución, que crean
centros de atención de urgencia y refugios para víctimas de violación y
mujeres maltratadas; lesbianas que generan diálogos políticos, que están
transformando nuestro uso del lenguaje, que ponen a nuestro alcance por
primera vez la verdadera historia lesbiana y de las mujeres; lesbianas
activistas de base y lesbianas creadoras de arte visionario.

Quisiera citar solo unas cuantas instituciones que existen en esta ciudad
gracias a la labor de lesbianas/feministas: la revista 13th Moon; la editorial Out
& Out Books; Virginia Woolf House, un colectivo que está recogiendo fondos
para inaugurar un centro para lesbianas en situaciones de estrés y que
también ofrecerá asesoramiento a mujeres que se identifican como
heterosexuales; los Lesbian Herstory Archives, la primera biblioteca dedicada
exclusivamente a documentar nuestras vidas, pasadas y presentes; la revista
Conditions, que publica escritos de mujeres «con especial atención a los
escritos de lesbianas». Estas mujeres y muchas otras como ellas están
intentando revelar y expresar y apoyar nuestra complejidad como mujeres,
actuando a favor en vez de reaccionar contra; ayudándonos a avanzar. Estos
proyectos no son «reformistas». En estos momentos trabajamos para cambiar
todos y cada uno de los aspectos de la vida de las mujeres, no solo un par de
ellos.

Necesitamos muchas cosas, muchas más: necesitamos centros y cafeterías


de mujeres en todos los barrios, y no solo uno o dos espacios, donde las
mujeres puedan reunirse en comunidad lejos de los bares; necesitamos
centros de sanación para mujeres, refugios para las mujeres mayores que
ahora deambulan por las calles, refugios para mujeres maltratadas, sean amas
de casa o prostitutas; hogares de transición para mujeres que acaban de salir
de la cárcel; clínicas de atención de salud autogestionadas, guarderías,
asesoramiento psicológico y terapias auténticamente lésbicos y feministas,
por parte de profesionales experimentadas, que no sean una estafa.
Necesitamos el cerebro, las manos, la espalda y la determinación de cada
lesbiana, con todo su amor, todas sus capacidades, toda su valentía y toda su
ira.

Procedemos de muchos pasados: de la izquierda, del gueto, del holocausto, de


las iglesias, del matrimonio, del movimiento «gay», del armario, del armario
más oscuro aún de la larga represión de nuestro amor a las mujeres. El
feminismo lésbico ha sumado a la reivindicación feminista histórica de una
humanidad igualitaria y de un mundo libre de la dominación a través de la
violencia, el concepto más radical de una perspectiva proyecto de futuro
centrado en las mujeres, un proyecto para la sociedad que no tiene como
objetivo la igualdad, sino una transformación total.

A la histórica reivindicación feminista de una humanidad igualitaria, de un


mundo libre de la dominación a través de la violencia, el
lesbianismo/feminismo ha unido el concepto más radical de una visión
centrada en la mujer, una visión de la sociedad cuyo objetivo no es la igualdad
sino la transformación total.

El feminismo lésbico ha avanzado enormemente en los últimos años y lo ha


hecho porque lesbianas/feministas han asumido responsabilidades y han
encabezado las reivindicaciones sobre cuestiones que afectan a todas las
mujeres. Cuando estamos total y apasionadamente entregadas al trabajo y la
acción y la comunicación con otras mujeres y a favor de las mujeres, la idea de
«detraer energías de los hombres» se vuelve irrelevante; ya estamos haciendo
circular la energía entre nosotras. 6 Tenemos que recordar que se nos ha
penalizado, vilipendiado y ridiculizado, no por odiar a los hombres, sino por
amar a las mujeres. Nuestra tarea ha de ser ampliar continuamente el
significado de nuestro amor a las mujeres.

Al reflexionar sobre la jornada de hoy y su significado, me he visto obligada a


ponerme totalmente en juego y a poner también absolutamente en juego todo
lo que siento. Esta concentración y algunas de mis hermanas, mujeres a las

6
En este contexto es preciso señalar el riesgo de algunas formas irónicas de «falsa
trascendencia». Todavía no se ha definido adecuadamente el auténtico separatismo.
Algunas «separatistas» dedican una gran parte de sus energías a fantasías de
violencia contra los hombres mientras critican activa y destructivamente a las mujeres
que trabajan en instituciones dominadas por hombres, publican en medios de
comunicación controlados por hombres o incluso aquellas que celebran reuniones o
actos culturales en espacios abiertos a los hombres. El «separatismo» expresado en
forma de acoso psíquico y físico a las mujeres que no han roto todos los lazos con los
hombres (incluidos sus hijos varones) puede desviarnos del problema más grave y
difícil: el proceso, que nos ocupará toda la vida, de separarnos de los elementos
patriarcales incrustados en nuestro propio pensamiento, como puede ser el uso de
lenguaje fálico y el temor a cualquier diferencia con respecto a nuestra posición
«correcta». La mujer cuya psique sigue estando fuertemente implicada con un padre,
un hermano, un profesor u otras figuras masculinas de su pasado y que niega el poder
que dichas figuras todavía ejercen sobre ella puede negarse a acostarse, a comer o a
hablar con hombres y, sin embargo, seguir siendo psíquicamente cautiva de la
masculinidad. El movimiento del yo para apartarse de la identificación masculina, de la
dependencia de la ideología masculina, implica un auténtico combate psíquico. De ahí
que continuamente se reduzca a la categoría de una posición política rígida, un
programa, un acto de voluntad, y se aborde como tal. A. R., 1978:

Actualmente se está empezando a definir un separatismo que no es simplista ni


tampoco rígido; por ejemplo, en la obra de Mary Daly, Gyn/Ecology: The Methaethics
of Radical Feminism y de autoras como Marilyn Frye en «Some Thoughts on
Separatism and Power», en Sinister Wisdom, n.º 6, verano de 1978.
que quiero, han creado las condiciones que me han obligado a hacer el intento
y reflexionar sobre las complejidades de estar viva, siendo lesbiana y
feminista, en Estados Unidos hoy. Os deseo a todas y cada una que podáis
contar con un estímulo, debate y apoyo crítico parecido a aquel del que me he
valido yo hoy, con el deseo de que todas recibamos la clase de amor que todas
nos merecemos.

En este contexto es preciso señalar el riesgo de algunas formas


irónicas de «falsa trascendencia». Todavía no se ha definido
adecuadamente el auténtico separatismo. Algunas «separatistas»
dedican una gran parte de sus energías a fantasías de violencia
contra los hombres mientras critican activa y destructivamente a
las mujeres que trabajan en instituciones dominadas por hombres,
publican en medios de comunicación controlados por hombres o
incluso aquellas que celebran reuniones o actos culturales en
espacios abiertos a los hombres. El «separatismo» expresado en
forma de acoso psíquico y físico a las mujeres que no han roto
todos los lazos con los hombres (incluidos sus hijos varones)
puede desviarnos del problema más grave y difícil: el proceso, que
nos ocupará toda la vida, de separarnos de los elementos
patriarcales incrustados en nuestro propio pensamiento, como
puede ser el uso de lenguaje fálico y el temor a cualquier
diferencia con respecto a nuestra posición «correcta».
La mujer cuya psique sigue estando fuertemente implicada con un
padre, un hermano, un profesor u otras figuras masculinas de su
pasado y que niega el poder que dichas figuras todavía ejercen
sobre ella puede negarse a acostarse, a comer o a hablar con
hombres y, sin embargo, seguir siendo psíquicamente cautiva de
la masculinidad. El movimiento del yo para apartarse de la
identificación masculina, de la dependencia de la ideología
masculina, implica un auténtico combate psíquico. De ahí que
continuamente se reduzca a la categoría de una posición política
rígida, un programa, un acto de voluntad, y se aborde como tal. A.
R., 1978:
Actualmente se está empezando a definir un separatismo que no
es simplista ni tampoco rígido; por ejemplo, en la obra de Mary
Daly, Gyn/Ecology: The Methaethics of Radical Feminism y de
autoras como Marilyn Frye en «Some Thoughts on Separatism and
Power», en Sinister Wisdom, n.º 6, verano de 197

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