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FEMINISMO

Pese a que el feminismo no se inició formalmente hasta finales del siglo XVIII, fueron muchas las
mujeres que, a lo largo de la historia, se cuestionaron el rol que la sociedad les había impuesto y
desafiaron las convenciones de su época. Pensadoras como Guillermina de Bohemia, que en pleno
siglo VIII propuso crear una iglesia de mujeres, o escritoras como Christine de Pizan quien, en 1405,
escribió La ciudad y las damas, un libro contra la misoginia,pusieron las primeras piedras de una
causa que nacería años después. Sin embargo, a todas estas mujeres no se las incluye dentro de
ninguna ola feminista, ya que realizaron sus aportaciones de manera individual y no con la plena
conciencia de estar luchando por una causa colectiva, como hicieron las primeras feministas tiempo
después.

PRIMERA OLA: LOS DERECHOS DE LA MUJER


Al siglo XVIII se lo conoce como el Siglo de las Luces. Con este llegaron la Ilustración y la Revolución
Francesa, y la defensa por la igualdad entre los ciudadanos adquirió un gran protagonismo en la
sociedad. En 1789, en plena revolución, la Asamblea Nacional Constituyente francesa aprobó
la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano. Este documento, lejos de respaldar los
derechos de todas las personas, recogía y proclamaba exclusivamente los derechos fundamentales
de los hombres. Siendo parte de la revolución y del movimiento ilustrado, las mujeres empezaron
ser conscientes de la opresión en la que vivían y decidieron luchar contra ella.
SEGUNDA OLA: LAS SUFRAGISTAS
La segunda ola feminista, también conocida como sufragismo, surgió en Estados Unidos y Reino
Unido a mediados del siglo XIX. En esta segunda fase, el feminismo pasó de ser una lucha
únicamente intelectual a convertirse en un movimiento de acción social.
En Estados Unidos, tras haber luchado por la independencia de su país, las mujeres empezaron a
agruparse para defender sus derechos y los de los esclavos. En 1848, Elizabeth Cady Stanton y
Lucretia Mott organizaron la Convención de Seneca Falls, la primera convención estadounidense
sobre los derechos de la mujer donde, gracias a la firma de 68 mujeres y 32 hombres, se aprobó
la Declaración de Seneca Falls o Declaración de Sentimientos. En este primer programa político
feminista se reivindicaba la igualdad de los derechos civiles, incluyendo el derecho a voto y la
educación.
Al otro lado del Atlántico, las mujeres inglesas empezaron a pedir el sufragio femenino en en 1832,
pero su solicitud fue completamente ignorada. Por eso, más de tres décadas después, las sufragistas
pasaron a la acción: Emily Davies y Elizabeth Garret Anderson redactaron la Ladies Petition, la
primera petición masiva de voto para las mujeres que fue respaldada por 1.499 firmas. Sus
compañeros y aliados John Stuart Mill y Henry Fawcett presentaron el documento en la Cámara de
los Comunes, donde la Ladies Petition fue rechazada.
A finales del siglo XIX e inicios del XX, el sufragio femenino empezó a convertirse en una realidad.
El primer país del mundo en aprobar el voto para las mujeres fue Nueva Zelanda, el 18 de septiembre
de 1893. Le siguieron Australia en 1902, Finlandia en 1906 y Rusia en 1917. Finalizada la Primera
Guerra Mundial, Reino Unido aceptó el sufragio femenino como “agradecimiento a las mujeres por
sus trabajos prestados durante la guerra”. En 1920, Estados Unidos aprobó el voto para las mujeres
blancas. En España, el sufragio femenino llegó en 1931, durante la Segunda República Española,
pero desapareció nuevamente con la llegada de la dictadura franquista tras la Guerra Civil.

TERCERA OLA: EL SEGUNDO SEXO


En el periodo de entreguerras, el movimiento feminista se paralizó. Las mujeres habían conseguido
el voto, algunas empezaron a ir a la Universidad y, satisfechas con estos nuevos derechos
libertades, muchas se desmovilizaron. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, la sensación
de malestar apareció de nuevo. Las mujeres habían participado de manera activa durante la guerra
y ya no querían volver al rol de esposas sumisas, obedientes y complacientes. Ahora
querían disponer de su independencia, trabajar, tener salarios justos, controlar su maternidad y
divorciarse sin presión.
En este contexto aparecieron las dos escritoras y filósofas que lideraron la tercera ola feminista: Betty
Friedan y Simone de Beauvoir.
La socióloga estadounidense Betty Friedan publicó, en 1963, la La mística de la feminidad, un
ensayo en el que abordaba el “problema que no tiene nombre”. En La mística de la feminidad,
Friedan criticó la situación de sometimiento que vivían las mujeres y afirmó que estas eran infelices
porque el sistema las obligaba a priorizar el cuidado de los demás frente al suyo propio. El
pensamiento de Friedan tuvo un gran impacto en Estados Unidos e hizo que muchas mujeres se
replantearan su papel en la sociedad.
Por su parte, el estudio más completo sobre la condición de la mujer llegó en 1949, cuando la filósofa
francesa Simone de Beauvoir publicó El segundo sexo. En su ensayo, de Beauvoir defendía que no
hay nada biológico que justifique los roles de género, sino que estos se van creando a medida que
las personas cumplen con una serie de roles asociados a su sexo. La filósofa hizo una dura crítica
del androcentrismo y apuntó: “no se nace mujer, se llega a serlo”. En definitiva, lo que afirmaba era
que el género es una construcción social. Durante la tercera ola, el debate feminista fue
evolucionando y terminó por dividirse en dos ramas. Por un lado, apareció el “feminismo liberal”, que
describía la situación de las mujeres como una desigualdad y consideraba que había que luchar por
implementar cambios hasta conseguir la igualdad entre los sexos. Y, por otro, se instauró
el “feminismo radical”, que proponía eliminar la “raíz” del problema, es decir, el patriarcado o sistema
establecido de dominancia del hombre hacia la mujer. En los años sesenta y setenta, hubo una gran
producción literaria alrededor del movimiento y se crearon revistas como Ms. Magazine, la
publicación feminista fundada por Gloria Steinem y Dorothy Pitman Hughes, mujeres referentes del
final de la tercera ola. En estas publicaciones se incorporaron componentes de la teoría queer, el
antirracismo, la teoría post colonial y la visión positiva de la sexualidad. A partir de los noventa, se
puso el énfasis en reivindicar que no hay un solo tipo de mujer sino múltiples, dependiendo de
cuestiones sociales, culturales, étnicas, religiosas, nacionales y demás.
De hecho, al igual que en el siglo XIX con la lucha anti esclavista, el feminismo siempre ha ido del
brazo de otras luchas históricas de colectivos minoritarios que han sido perjudicados.
CUARTA OLA: FEMINISMO EN EL SIGLO XXI
A lo largo del siglo XXI, la conciencia sobre la persistente desigualdad entre géneros ha ido creciendo
en el mundo. El feminismo ha cogido fuerza a nivel global, dando pie a fenómenos como las
multitudinarias manifestaciones feministas del 8 de marzo de 2018 o el movimiento #MeToo, en el
que miles de mujeres denunciaron sus experiencias de acoso sexual en redes sociales.
Los expertos apuntan a que nos encontramos en la cuarta ola feminista, en la que cuestiones como
la violencia de género, la brecha salarial o los techos de cristal están en el centro del debate. Pese
a los grandes avances logrados por el feminismo, a día de hoy aún no se ha alcanzado la plena
igualdad entre hombres y mujeres. Por eso el movimiento feminista continúa luchando: aún queda
mucho camino por recorrer. virginidad es uno de los mandatos de género centrales del sistema
patriarcal para el control y dominio de la sexualidad femenina. Este mandato, presente en todas las
culturas del mundo, vulnera los derechos sexuales y tiene graves consecuencias para la salud de
las mujeres”, denuncia Norma Bernad, directora de UNAF.

En concreto, el cumplimiento de este mandato conlleva la construcción de sexualidades y relaciones


poco sanas que alimentan la cultura de la violación y generan múltiples violencias de género, desde
crímenes de honor a violencia sexual a menores, matrimonios forzados, mutilación genital femenina,
test de virginidad, intervenciones quirúrgicas de reconstrucción, violencia psicológica, etc.

Asimismo, durante la jornada se puso de manifiesto que el concepto de “virginidad” es una


construcción social y no una realidad médica. “La virginidad es una construcción social del sistema
patriarcal, que ha considerado la sexualidad femenina algo peligroso de lo que hay que defenderse
y que hay que controlar”, explica Charo Altable, terapeuta y experta en coeducación emocional y
sexual.

En este sentido, Isabel Serrano, ginecóloga de la Federación de Planificación Familiar Estatal, aclara:
“No hay forma de demostrar por el himen si una mujer ha mantenido relaciones sexuales o no”. De
ahí que la Organización Mundial de la Salud (OMS) condene los test de virginidad como una “prueba
invasiva y degradante que carece de validez científica”. “Los test de virginidad son una forma de
discriminación de género, una violación de los derechos fundamentales de las mujeres y un tipo de
agresión y violencia sexual”, añade Serrano.

Además, existe todo un mercado en torno a la virginidad, tal como señaló Isabel Menéndez, Doctora
en Filosofía y experta en estudios de género, como la cirugía estética para reconstrucciones de
himen u otras partes de la anatomía genital femenina. “El cuerpo de la mujer sigue
instrumentalizándose. Incluso algunos reality shows han subastado el cuerpo de las mujeres,
ofreciendo su himen al mejor postor. Hay un mercado que compra la virginidad de mujeres y niñas”.

El mandato de la virginidad es de por sí una violencia simbólica que genera otro tipo de
violencias, según Bárbara Tardón, Doctora en Estudios Interdisciplinares de género y experta en
violencia sexual, y apeló a la responsabilidad de los Estados para combatir estas violencias, ya que
no lo están haciendo con suficiente diligencia. “No hay políticas públicas ni protocolos que
promuevan la necesaria educación afectivo-sexual. Y en España faltan recursos específicos para
atender a mujeres víctimas de violencia, especialmente de violencia sexual”.

En Marruecos la exigencia de certificados de virginidad antes del matrimonio sigue siendo habitual.
“La mujer es obligada a ir al médico con miembros de su familia y de la de su futuro marido para
comprobar esa supuesta virginidad”, relata Soumaya Naamane, Doctora en Sociología y profesora
de la Universidad Hassan II de Casablanca. “Además, la noche de bodas se convierte en una
violación marital donde el esposo debe actuar violentamente para demostrar su hombría a través de
la cantidad de sangrado de la mujer. Esto es una realidad que sigue ocurriendo hoy en día y que hay
que denunciar y penalizar”.

Por su parte, Rosalía Vázquez, Presidenta de la Asociación de Mujeres Gitanas Alboreá, apuntó a la
educación como una herramienta fundamental para que las mujeres puedan decidir libremente sobre
su sexualidad. “Las mujeres gitanas no queremos casarnos a los 15 o los 16 años, queremos
formarnos y cambiar las cosas. Hay que adaptar la cultura a los tiempos y que nuestras hijas tengan
libertad y ocupen los espacios de decisión”.

En este sentido, UNAF concluye que “la decisión de mantener relaciones sexuales coitales o no y
en qué momento es una decisión personal y respetable pero no debe ser una imposición que
condicione la libertad de las personas, las exponga a sufrir violencia, ni justifique discursos y
conductas con graves consecuencias para la salud física, mental y emocional”. Y recuerda que,
según la OMS, “todas las personas tienen derecho a una sexualidad libre de coerción, discriminación
y violencia”.

La virginidad femenina es un mandato cultural machista aún vigente en muchos lugares del mundo
que se utiliza para someter a las mujeres, tiene consecuencias nocivas para su salud física y
psíquica y en su nombre se cometen atrocidades cuyo exponente más grave son los crímenes de
honor.

Todavía para muchos, la pureza, el honor, la honra e incluso el valor de las mujeres viene
determinado por que esté intacto su himen, una pequeña membrana de colágeno de unos pocos
milímetros cuya función se desconoce y que se retrae de forma gradual con el paso de los años sin
necesidad de que se hayan mantenido relaciones sexuales.
“Esa pequeña membrana, que para muchos es una telilla sin importancia, para una mitad del
mundo es algo que produce gran sufrimiento e incluso la muerte. (…) La virginidad muchas veces
se escribe con sangre, simbólica pero también palpable”, explica la ginecóloga experta en
derechos sexuales Isabel Serrano, integrante de la Federación de Planificación Familiar.

Históricamente, el mandato de la virginidad ha sido un mecanismo de control androcéntrico del


cuerpo de la mujer, pero aún hoy se utiliza para discriminarlas, someterlas y hacerlas sufrir, incluso
en occidente.

El crimen de honor es la mayor atrocidad que se comete al poner en tela de juicio la virginidad de
la mujer, una práctica que también tiene como consecuencia suicidios, abandonos, violaciones,
agresiones y contagio de enfermedades sexuales. El test de virginidad para comprobar el estado
del himen de la mujer es frecuente en Afganistán, Bangladesh, Egipto, India, Palestina, Sudáfrica,
Uganda, Sri Lanka e incluso en España, entre la etnia gitana. La doctora Serrano insiste en que no
hay forma de demostrar mediante el himen si una mujer ha tenido o no relaciones sexuales previas
y critica que esta práctica perpetúa mitos que perjudican y discriminan a las mujeres y tiene
consecuencias para su salud en muchas partes del mundo. En primer lugar, la inmensa mayoría de
estos exámenes se hace en contra de la voluntad de las mujeres, lo que supone una agresión
sexual. “En los países con test de virginidad se favorece la declaración pública de la sexualidad de
la mujer, lo que conlleva un mayor riesgo de contraer el sida (por incremento del coito anal) y de
padecer violaciones y abusos”, explica la experta, quien alerta de que siempre que se exagera un
atributo físico de la mujer se la expone a sufrir mayor violencia. No tan lejos, aquí mismo, se
realizan exámenes de virginidad. Incluso los estudios forenses a las víctimas de violencia sexual
detallan si ésta es virgen o no, algo que Serrano pide que acabe.

Machismo

En México sigue siendo un referente de la identidad masculina, entendido como lo que los
hombres dicen y hacen para ser hombres. El macho es un estereotipo del que los hombres no se
pueden desprender fácilmente. Legitima y justifica socialmente sus acciones, en particular contra
las mujeres. Según Mathew Gutmann, “los estereotipos sobre el machismo constituyen los
ingredientes críticos en el capital simbólico empleado por los mexicanos comunes y corrientes [...]
para muchos, el machismo es considerado como una parte constitutiva del patrimonio nacional de
México”; asimismo, es uno de los elementos en los que se sustenta la homofobia.
El machismo se compone de ciertas conductas, comportamientos y creencias que promueven,
reproducen y refuerzan diversas formas discriminatorias contra las mujeres. Se construye a través
de la polarización de los roles y estereotipos que definen lo masculino de lo femenino. Suprincipal
característica es la degradación de lo femenino; su mayor forma de expresión, la violencia
en cualquiera de sus tipos y modalidades en contra de las mujeres.

Les dejamos algunos ejemplos de conductas machistas:

• Alejamiento del cuidado de los hijos e hijas;


• No involucrarse en las labores del hogar, excepto para dictar normas y ejercer castigos;
• Mantener una postura vertical en las relaciones familiares;
• Tener una sexualidad activa y heterosexual, cuestiones por las que se justifica la
poligamia; yNo permitirse expresar sus emociones y sentimientos.
De acuerdo con Claudio Tzompantzi Miguel, académico de la Facultad de Psicología de
la UNAM, el machismo es algo que los hombres aprenden desde pequeños sin
cuestionarse, “es algo que hemos naturalizado”.
Dentro de esta creencia, un varón debe probar cómo es un “verdadero hombre”. Así,
los hombres rechazan tres conceptos: “no soy mujer, no soy homosexual y no soy un
niño”.
Para empezar, no pueden hacer todo aquello que se relaciona con las mujeres:
evidenciar sus emociones, realizar los quehaceres de la casa y ser débiles tanto física
como emocionalmente.
No pueden mostrar sus emociones ante las mujeres ni ante ellos mismos porque los
proyecta como débiles. Tampoco pueden mostrar emociones hacia otros hombres
porque eso los relaciona con la homosexualidad. Y tampoco pueden relacionarse con
su niño interior. ¿Por qué? Un pequeño es dependiente y un hombre no debe ser así.
Se vuelve un proceso de deshumanización.
También se ven afectados en su sexualidad. Es muy importante el tamaño del pene
(entre más grande lo tengan, mayor es su hombría, y si se erecta fácilmente y eyaculan
bastante, serán grandes machos). Es muy importante el número de parejas sexuales
que tengan, porque a mayor cantidad, mejor.
Es así como el género masculino se pone en riesgo, tanto en su salud emocional como
física, en sus relaciones con otras mujeres y hombres, e incluso con su propia infancia.
En su cabeza tienen la idea de cómo ser un hombre, pero sus emociones les dicen
otras cosas. Su mente se ve afectada porque reciben un doble mensaje: “no tengo que
llorar, pero quiero llorar”.
Por vivir bajo los mandatos de una maculinidad tradicional los jóvenes pierden la vida
en peleas callejeras, en accidentes automovilísticos o por el consumo de drogas.
Y, sin duda muy importante, el machismo se convierte en hechos lamentables de
violencia contra las mujeres e incluso hacia otros hombres, explicó el académico
universitario.

Por qué aceptan el machismo si los afecta?


Los hombres no desean cambiar el machismo porque les da privilegios; tienen la
oportunidad de acceder a cosas que las mujeres no pueden.
Desde lo más sencillo, como caminar libremente por las calles a ciertas horas de la noche
(aunque todos pueden ser víctimas de algún tipo de violencia), hasta subirse al transporte
público sin sufrir acoso sexual. No tienen que pensar cada día en cómo se van a vestir
para no padecer acoso.Si una mujer cocina, es su obligación; pero si un hombre prepara la
comida, lo ponemos en un pedestal, y decimos: “qué buen papá”. Una mujer es cocinera,
pero un hombre es chef. En los empleos les pagan más a los varones que a las mujeres
por realizar el mismo trabajo. Debido a esos privilegios, los hombres no cuestionan el
machismo, porque les brinda un lugar al que no están dispuestos a renunciar.

Cómo viven el machismo las mujeres


Actualmente, la tecnología permite averiguar el sexo del bebé desde que está en el vientre
de la madre. Desde ese momento la sociedad le otorga una serie de atributos dependiendo
de si tiene vulva o pene. Por ejemplo, los niños visten de azul y las niñas de rosa,
dijo Carla Carpio, quien realiza una estancia posdoctoral en el Centro de Investigaciones y
Estudios de Género de la UNAM (CIEG).
El machismo llegó a América junto con los colonizadores, quienes trajeron de Europa una
serie de creencias mediadas en gran medida por la Iglesia católica y por las creencias
cristianas.
En ese momento en Europa había una cacería de brujas, en la que se juzgaba a las
mujeres por su comportamiento. Desarrollaban saberes en la medicina sobre el cuerpo,
que en ese momento se juzgaba como algo mágico.
En México el machismo prevalece porque está muy arraigado en la cultura. Aunque cada
vez menos gente se asume como católica, no dejan de tener ese tipo de comportamientos.
El machismo se traduce en una serie de roles y comportamientos de género, donde las
mujeres son subordinadas por los hombres. Por ejemplo, las chicas están destinadas a ser
mamás y su responsabilidad es cuidar a la familia. Si no lo hacen, son mal vistas por la
sociedad.
Las mujeres viven todos los días violencia en las calles; sus cuerpos son vulnerados y los
piropos se convierten en acoso. ¿Por qué hay un sector de la sociedad que tiene el
derecho de irrumpir en el espacio de otra persona? La mayor forma de violencia que sufren
son los feminicidios, dijo la universitaria.

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