Está en la página 1de 2

**Capítulo 9: El Ciclo de la Eternidad**

Con el establecimiento de los Guardianes del Umbral, la Academia de los Custodios


alcanzó una nueva era de estabilidad y profundidad en su misión. Lilius y yo, ahora en
el crepúsculo de nuestras vidas, observábamos con un sentido de paz y logro cómo
nuestras ideas y sueños se habían cristalizado en una estructura que promovía un
equilibrio entre la exploración y la preservación del conocimiento ancestral.

A medida que el tiempo avanzaba, la academia no solo se convirtió en un faro de


sabiduría, sino también en un lugar de encuentro para aquellos que buscaban entender
más sobre el mundo y sobre sí mismos. Había algo profundamente reconfortante en ver
a nuevas generaciones de estudiantes y custodios caminar por los mismos pasillos que
nosotros habíamos recorrido, llenos de preguntas que quizás ahora tenían mejores
respuestas gracias a los esfuerzos de todos los involucrados.

Una tarde de otoño, mientras el sol poniente lanzaba un resplandor dorado sobre los
vastos jardines de la academia, Lilius y yo nos sentamos en nuestro banco favorito, bajo
el viejo roble que habíamos plantado años atrás. Era un símbolo de crecimiento y
continuidad, sus raíces profundas y ramas expansivas un espejo de nuestra propia
jornada.

"Serug," comenzó Lilius, su voz suave pero cargada de un leve pesar, "a veces me
pregunto sobre el ciclo de todas las cosas. Hemos visto tanto, hemos cambiado tanto...
pero, ¿cuánto permanecerá cuando ya no estemos?"

Su pregunta resonó profundamente en mí. Era una verdad con la que todos debemos
hacer las paces: que todos somos temporales, pero las ideas y el impacto de nuestras
acciones pueden perdurar mucho más allá de nuestra presencia física.

"Todo lo que podemos hacer es plantar las semillas," respondí, tomando su mano entre
las mías. "Como este roble, Lilius. Quizás no estaremos aquí para ver cómo sus ramas
más altas finalmente tocan el cielo, pero tenemos la certeza de que cada primavera
traerá nuevas hojas."

En ese momento, una joven custodia se acercó a nosotros, una de los muchos protegidos
que habíamos mentorizado a lo largo de los años. Su nombre era Elia, y en ella veíamos
una chispa de nuestro propio fervor juvenil, una sed de conocimiento y un compromiso
con la verdad que eran esenciales para el futuro de la Academia.

"Maestros," dijo Elia con respeto, "he venido a buscar su consejo. Estamos explorando
nuevas aplicaciones de la red de energía terrestre, y queremos asegurarnos de que
nuestras investigaciones sigan siendo fieles a los principios que ustedes establecieron."

La conversación que siguió fue un recordatorio del papel vital que aún jugábamos,
incluso cuando nuestras contribuciones se habían vuelto más filosóficas y menos
activas. Elia y su generación estaban preparados para llevar la antorcha, pero aún
valoraban la sabiduría que podíamos ofrecer desde nuestra experiencia.

Al final del día, cuando Elia se había despedido y nosotros permanecíamos sentados
bajo el crepúsculo, Lilius apoyó su cabeza en mi hombro. "Quizás eso es lo que
significa ser parte de un ciclo eterno," murmuró. "No solo crear y actuar, sino también
inspirar y guiar."

Y con el cielo ardiendo con los últimos rayos del sol poniente, entendí con una claridad
que llenaba el alma: nuestra verdadera obra no era solo la Academia o los
conocimientos que habíamos ayudado a descubrir. Era, y siempre sería, el flujo continuo
de inspiración y aspiración, un ciclo sin fin de aprendizaje y legado. En ese ciclo, Lilius
y yo habíamos encontrado nuestro lugar eterno, un enlace en la cadena infinita de la
búsqueda humana por la verdad y la belleza. Y con esa realización, el crepúsculo no
solo señalaba el final de un día, sino también el prometedor inicio de una nueva aurora.

También podría gustarte