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LA SABlDURÍA DE DIOS
Durante mucho tiempo la sabiduría de Dios, en cuanto propiedad intelectual del mismo, no
tuvo prácticamente papel ninguno en la vida de fe de Israel. Naturalmente, al igual que Dios
supera al hombre en todo, también es poseedor de la sabiduría suprema; si no, ¿cómo podrían
atribuirse a su instrucción la habilidad del campesino, la destreza del rey o del juez y las dotes
del artista? 61. Pero para el interés central de Israel la plenitud de vida divina o la
comunicación de Dios en la palabra y el espíritu eran mucho más importantes que la
sabiduría.
I. LA SABIDURÍA COMO CONOCIMIENTO PRÁCTICO
Cuando comienza Israel a interesarse más de cerca por la sabiduría, el contexto es
marcadamente profano y resulta muy endeble la conexión del tema con la fe religiosa. Al
iniciar los círculos salomónicos el cultivo de una sabiduría gnómica 62, el interés se centra,
principalmente, en la habilidad para las cosas prácticas y, después, en todo tipo de enigmas
y fábulas sobre el reino animal y vegetal; pero no en una investigación abstracta
sobre la sabiduría o una contemplación filosófica del mundo. Toda la atención se fija en un
conocimiento diligente de la riqueza y variedad de situaciones que presenta la vida humana,
y en el intento de establecer unas reglas que aseguren el éxito en medio de tanto marasmo
63.
Con esta instrucción en materias prácticas se adentraba Israel en un ámbito que ya
hacía tiempo estaba ocupado por sus vecinos 64. Sobre todo los egipcios eran cultivadores
diligentes de la sabiduría proverbial, y sus colecciones, que se remontan hasta el tercer
milenio, son a la vez bellos testimonios de una mentalidad piadosa y reverente. Dada la
apertura de la época de Salomón hacia las culturas extranjeras y habida cuenta de las
estrechas relaciones entabladas con Egipto por el matrimonio del rey, resulta más que
comprensible que de buena gana se hiciera uso de la producción de esta enseñanza sapiencial
extranjera 65, igual que se tenía en alto aprecio la sabiduría proverbial edomita y árabe 66.
Con que se conozca, simplemente, esta situación histórica se comprende que la literatura
sapiencial israelita no conceda el lugar central a la religión nacional de Yahvé, con su culto
y sus esperanzas mesiánicas, sino que parta de puntos de vista humanos más generales.
Añádase, además, que los representantes de la literatura sapiencial internacional pertenecían
a una clase muy determinada -la de los escribas y funcionarios de alto rango, ministros u
oficiales-, cuya sabiduría, naturalmente, estaba bastante marcada por los intereses y las
experiencias de su grupo y no se distinguía por un agudo sentido de solidaridad nacional.
Pero, por otra parte, esta importancia secundaria del sentido nacional tiene su base en la
misma naturaleza de las cosas: la preocupación por la vida individual y su configuración ha
de atender más a lo que es común a la humanidad en cuestión de carácter, aptitudes y
circunstancias, y si tiene que establecer directrices y principios prácticos lo más universales
posible, no puede ceñirse demasiado a los objetos supraindividuales de una historia nacional.
No excluye esto, por supuesto, la posibilidad de que tales objetivos determinen
indirectamente el contenido y la orientación de esa doctrina práctica (tal como de hecho
sucedió, aunque ya en la etapa final del estudio de la sabiduría en el judaísmo tardío). Al
principio, en cambio, fue constante la dependencia de los modelos extranjeros 67, aparte de
no existir aún una conciencia clara de que las bases morales en Israel y en los demás pueblos
habían de ser necesariamente diferentes.
Se llegó así a una situación en que sin mayores problemas se importaba la sabiduría
extranjera. Si hay que reconocer que ello facilitó la entrada de motivos de inferior categoría
moral, no se puede despreciar la importancia que tuvo esta participación en las ideas comunes
de los hombres civilizados. Ella suscitó el firme convencimiento de que también los demás
pueblos tenían parte en la verdad y se evitó de este modo la exclusión apresurada de todo lo
de fuera, con el peligro de un estrechamiento y una fosilización nacionalistas. En la común
posesión de la sabiduría, los israelitas se reconocieron iguales a otros muchos no israelitas.
Ahora bien, los avatares políticos de Israel hipotecaron enormemente, cuando no
ahogaron por completo, esa actitud. Las duras luchas políticas y religiosas, en las que se
trataba de conservar los más importantes valores nacionales, no ofrecían el marco apropiado
para el cultivo de una sabiduría internacional, aunque, en épocas más tranquilas, se volvía de
nuevo a la tarea, según sugiere la actividad de "los hombres de Ezequías" de que habla Prov
25, 1. De todos modos, sólo cuando Israel renunció a una vida política independiente y se
constituyó en estado eclesiástico bajo la soberanía persa y muchos de sus miembros llegaron
a altos cargos del gobierno, y todavía más cuando, con la llegada del helenismo, soplaron
nuevos aires que favorecieron la comprensión entre los pueblos, sólo entonces, volvió a
florecer esta rama marchita de la vida espiritual. De nuevo se comenzó a aprender de modelos
extranjeros, pero esta vez seleccionando más cuidadosamente 10 que iba mejor con el propio
modo de ser. Porque, gracias a una larga historia de sufrimientos, Israel tiene ahora una
conciencia orgullosa de sus peculiaridades y no está dispuesto a perder nada de ellas. Los
testimonios de este nuevo florecimiento de la sabiduría los tenemos en la primera parte del
libro de los Proverbios (Prov 1-9), en Job, en el Eclesiastés y en algunos libros
deuterocanónicos como el Eclesiástico, Baruc y la Sabiduría de Salomón.
Fuente: EICHRODT, Walther. Teología del AT, Tomo II. Biblioteca Bíblica Cristiandad.
Ediciones Cristiandad S. L. Madrid 1975. Págs. 88-99.
TERCERA PARTE
TRES LIBROS NO PROFETICOS ENTRE
LOS PROFETAS
Dentro de la colección profética tal como está ordenada en el canon de la Iglesia católica se han
deslizado algunas obras que no pertenecen a la profecía sino a otros géneros literarios. Se trata de tres
productos postexílicos de diferente calidad pero de gran popularidad en la tradición judía y cristiana:
el delicioso relato sapiencial de Jonás que tiene como protagonista a un profeta renuente a la vocación
y como tesis el tema universalista, el libro apocalíptico de Daniel y, por último, una antología
colocada convencionalmente bajo el patrocinio de Baruc, el secretario de Jeremías. Esta última obra
nos ha llegado en griego y, por eso, se halla inserta entre los libros deuterocanónicos, pero es
reconocida como inspirada sólo por la Iglesia católica.
JONÁS
Esta joyita de la narrativa hebrea, —fechada de diferentes maneras entre 450 y 200 a.C.— tiene como
protagonista a un profeta que vivió varios siglos antes (s. VIII a.C.) bajo el rey Jeroboam II, soberano
de Samaría y contemporáneo de Amos y Oseas, Jonás, hijo de Amitay (2R 14,25). La obra es
considerada por la mayoría de los estudiosos como un relato sapiencial o un midrash, es decir, como
una parábola o una "ficción didáctica" (Feuillet) para demostrar una tesis, la de la voluntad salvífica
universal. El relato es rico en juegos escénicos y salidas exóticas. El nombre mismo "Jonás" significa
en hebreo "paloma" que, entre otras cosas, era el animal consagrado a la diosa Ishtar, cuyo santuario
mayor estaba precisamente ubicado en Nínive, la capital de Asiría hacia donde Dios envía al profeta.
El signo cuneiforme con el que se designa a esta ciudad es una casa y un pez. Muchos términos
marineros utilizados en el libro parecen derivar de la lengua fenicia, dado que Israel no tenía grandes
tradiciones náuticas a causa de su litoral más bien uniforme. La "nave de Tarsis" en que se embarca
Jonás para huir del mandato del Señor (1,3) es el equivalente de nuestros transatlánticos y recuerda
la flota de Salomón, pero evoca también la ciudad fenicia de Tarsis, que algunos identifican con
Gibraltar, otros con Nora-Pula junto a Cagliari.
El pez monstruoso, incluso en la literatura bíblica, es símbolo de hostilidad y se transforma con el
correr del tiempo en la figura del leviatán, la serpiente marina, símbolo del caos y de la nada (Jb
40,25-41,26); en tanto que los tres días en el lenguaje bíblico son indicio de un acontecimiento
decisivo. Este pez, famoso gracias a ser "la señal de Jonás" en la frase de Jesús en Mt 12,39-40 y Lc
11,30, fue interpretado por la comunidad cristiana como representación del sepulcro del que resucita
Cristo: en el mismo capítulo 2 de Jonás se cita un salmo de súplica que describe al profeta en el vientre
del pez como si estuviera en el sheol, la morada de los muertos. El símbolo alcanzó inmensa
popularidad en la iconografía cristiana, incluso porque en griego la palabra "pez", icthús, era el
acróstico de la frase "Jesucristo Hijo de Dios Salvador". En el relato de Jonás, el pez es como el mar,
símbolo del reino de la muerte: vida y muerte se enfrentan en un duelo decisivo, al fiel se lo disputan
en cierta forma estas dos fuerzas. La liberación, precisamente por ser victoria sobre el pez-muerte,
sobre las aguas-destrucción (2,6-7) es celebrada como una resurrección.
Pero el tema fundamental que el relato quiere ilustrar es otro. En efecto, se encamina a celebrar la
misericordia universal de Dios que quiere la conversión de todos los hombres, hasta del enemigo
tradicional de Israel, el opresor por excelencia, la nación pagana e idólatra, Asiría, encarnada en su
capital Nínive. Más aún, ya en la apertura del relato, mientras irónica y paradójicamente, "Jonás, que
había bajado a lo hondo de la nave, dormía profundamente" (1, 5), los marineros paganos, "temieron
y cada cual gritaba a su dios" (1,5) y, una vez comprendida la causa de la tempestad "temieron mucho
al Señor. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos" (1, 16). Así, cuando los ninivitas
escucharon la llamada de Jonás a la conversión, al momento se pusieron a ayunar: la iniciativa partirá
de la base (3,5), se extenderá al soberano y, antropomórficamente, también al reino animal. Pero el
profeta, en su mentalidad racista e integrista postexílica, no quiere captar el bien que hay en los "ateos"
y en quienes son diferentes. Entonces llega la lección que el Señor le brinda. Este es el punto
culminante narrativo y temático del libro.
Jonás sintió un disgusto enorme. Irritado, rezó al Señor en estos términos:
—¡Ah Señor, ya me lo decía yo cuando estaba en mi tierra! Por algo me adelanté a huir a Tarsis;
porque sé que eres "un Dios compasivo y clemente, paciente y misericordioso", que te arrepientes de
las amenazas. Pues bien, Señor, quítame la vida: más vale morir que vivir.
Respondió el Señor —¿Y vale irritarse?
Jonás había salido de la ciudad y se había instalado al levante; allí se había hecho una choza, y estaba
sentado a la sombra esperando el destino de la ciudad.
Entonces el Señor Dios hizo crecer un ricino hasta sobrepasar a Jonás, para que le diese sombra en la
cabeza y lo librase de una insolación. Jonás estaba encantado con aquel ricino.
Entonces Dios envió un gusano al amanecer el día siguiente, el cual dañó el ricino, que se secó. Y
cuando el sol apretaba, envió Dios un viento solano bochornoso; el sol abrasaba la cabeza de Jonás y
lo hacía desfallecer. Jonás se deseó la muerte y dijo: —Más vale morir que vivir.
Respondió Dios a Jonás: —¿Y vale irritarse por lo del ricino?
Contestó: —¡Vaya si vale! Y mortalmente.
El Señor le replicó: —Tú te apiadas de un ricino que no te ha costado
cultivar, que una noche brota y otra desaparece, ¿y yo no voy a apiadarme
de Nínive, la gran metrópoli, en la que hay más de ciento veinte mil hombres que no distinguen la
derecha de la izquierda, y muchísimo ganado? (Jon4, 1-11).
Jonás había lanzado a pesar suyo la palabra de penitencia sobre los ninivitas; ahora irritado asiste al
éxito feliz de su predicación. Es el sentido del verso 2, cargado de ironía. Jonás soñaba en su corazón
con el fracaso de su misión a fin de dejar espacio a la irrupción de la cólera de Dios. Quien, por el
contrario, ha cambiado aquellos corazones pecadores. El razonamiento y escepticismo del profeta son
de corte farisaico: Dios debería ser menos paciente, más implacable, debería ser menos "humano".
Este Dios demasiado "padre", como el protagonista de la parábola de Lc 15, ofrece a los intolerantes
y a los fanáticos de todos los tiempos su enseñanza a través de una fábula en acción, representada en
tres actos: el ricino, el gusano, el viento. Y el significado se halla en la interrogación final a la que
todos quedamos invitados a responder, también nosotros los cristianos, a través del sí del amor (vv.
10-11).
BIBLIOGRAFÍA
G. BERNINI, Giona, Edizioni Paoline, Roma 1972.
H. H. WOLFF, Studi sut libro di Giona, Paideia, Brescia 1982.
DANIEL
Esta obra, compuesta durante la gran epopeya de la revolución de los Macabeos (167-164 a.C.) contra
el poder sirio de Antíoco IV Epífanes, pertenece al género literario apocalíptico que ya
encontrábamos en el libro de Isaías (ce. 24-27; 34-35), en Zacarías, Joel y, en gestación, ya en
Ezequiel. El marco histórico del volumen es ficticio y queda ambientado más de cuatro siglos antes,
en los comienzos del s. VI a.C. durante la conquista de Israel de parte del rey babilónico
Nabucodonosor. El protagonista es un joven hebreo fiel desterrado a Babilonia, Daniel ("Dios juzga")
con sus tres amigos Ananías, Azarías, Misael.
El volumen está escrito en tres lenguas: el hebreo para los capítulos 1 y 8-12; el arameo, lengua
dominante en el postexilio, para los capítulos 2, 4-7,28 y el griego (secciones 'deuterocanónicas') para
algunas partes del capítulo 3 (vv. 24-90) y para los capítulos 13-14. El género apocalíptico, derivado
de la profecía, según algunos estudiosos, y de la literatura sapiencial, según otros, utiliza un lenguaje
propio, tempestuoso en símbolos y visiones, gusta de las comunicaciones angélicas y de las
revelaciones mistéricas, se desarrolla sobre frecuentes alusiones y guiños intencionadamente oscuros
o velados. La apocalíptica tuvo gran éxito desde el s. II a.C. hasta el s. II d.C., dando origen a muchos
productos apócrifos (famoso es el Libro de Enoc) judíos y cristianos.
La visión del mundo que ofrece la apocalíptica es muy diferente de la profética. Se da un pesimismo
radical respecto al presente, considerado como la época del mal y el imperio de Satanás. En
consecuencia el compromiso del fiel en la historia es nulo. La única expectativa y la única lucha es
la que se emprende por un futuro reino de Dios que nacerá de las cenizas del mundo presente
destinado a ser aniquilado por el Mesías. Se trata, por tanto, de una visión dualística que opone
presente y futuro, cielo y tierra, fieles e historia. Del libro complejo de Daniel, célebre en el
cristianismo gracias a la figura mesiánica celeste del Hijo del Hombre (c. 7), ofrecemos aquí una
lectura "continua".
BIBLIOGRAFÍA
G. BERNINI, Daniele, Paoline, Roma 19772.
— La speranza nella risurrezione in Dn 12, 1-3 e 2 Mac 7, en "Parola Spiríto Vita" 8 (1983), 55-65.
Fuente: RAVASI, Gianfranco. Los Profetas. 1989 Ed. Paulinas. Bogotá, Colombia. Págs.
229-246.