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**Capítulo 3: El Viaje Hacia Rupes Nigra**

Navegando hacia el norte en el *Aurora Edeni*, nuestra embarcación hecha de madera


divina, Lilius y yo nos adentrábamos en aguas cada vez más frías y desconocidas. El
cielo se oscurecía con la proximidad del Polo, y el aire se volvía cada vez más crudo,
cortando la piel con su frío penetrante. Pero el barco, forjado de la esencia misma del
Edén, nos mantenía seguros y resistentes a los elementos.

Los días se tornaron en semanas, y las semanas en meses, mientras nos acercábamos a
nuestro destino. Lilius pasaba horas estudiando antiguos textos y mapas, tratando de
descifrar cualquier indicio que pudiera orientarnos hacia la ubicación exacta de Rupes
Nigra, la mítica montaña magnética que, según las leyendas, se encontraba en el
extremo más remoto del norte, un lugar donde el mar y el cielo parecían unirse en un
abrazo eterno.

Durante nuestra travesía, nos encontramos con fenómenos que desafiaban toda
explicación racional. Auroras boreales iluminaban el cielo nocturno con colores
sobrenaturales, pintando el firmamento con luces danzantes que parecían guiarnos hacia
nuestro destino. Y más de una vez, vimos en la distancia lo que parecían ser figuras
etéreas, vigías de un reino olvidado, observándonos desde la soledad del hielo.

"Estas tierras y mares guardan secretos más antiguos que el tiempo mismo", murmuraba
Lilius, mientras observaba los espectros de luz bailar sobre el océano helado. "Cada
estrella, cada ola, cada soplo de viento podría ser un guardián de la verdad que
buscamos."

Finalmente, tras un largo y arduo viaje, llegamos a la sombra de una inmensa montaña
que emergía del mar como una monstruosidad negra, imantada y solemne. Era Rupes
Nigra, la montaña negra magnética, rodeada de mares turbulentos y mortales que habían
devorado a muchos marineros antes que nosotros. Pero el *Aurora Edeni*, con su
origen divino, cortaba las aguas con una gracia sobrenatural, imperturbable ante la
fuerza magnética que hacía que las brújulas convencionales enloquecieran.

Desembarcamos en la base de la montaña, el aire vibrando con una energía que hacía
temblar el alma. El suelo estaba cubierto de un musgo negro, suave pero firme bajo
nuestros pies, y el silencio era absoluto, como si el mundo entero estuviera conteniendo
el aliento.
"Es aquí", dijo Lilius, sacando la brújula que habíamos traído, no una brújula común,
sino una antigua, adornada con símbolos que solo los iniciados en los misterios más
antiguos podrían descifrar. Al acercarla a la montaña, la aguja comenzó a girar
frenéticamente, antes de apuntar directamente hacia la cima negra.

"La brújula no solo nos guía hacia un lugar, sino también hacia una comprensión",
reflexioné, mientras contemplaba el extraño comportamiento del instrumento.

Comenzamos nuestro ascenso, cada paso resonando con ecos de antiguas profecías y
leyendas. Con cada metro ascendido, sentíamos cómo la historia del mundo se revelaba,
capa tras capa, mostrándonos no solo el camino físico, sino también el espiritual y
metafísico hacia un entendimiento mayor.

En la cima, esperábamos encontrar no solo la brújula mágica sino también respuestas a


las preguntas que habían plagado a la humanidad desde el inicio de los tiempos. ¿Cuál
era el verdadero propósito del ciclo de creación y destrucción? ¿Qué es lo que realmente
separa a los divinos de los mortales? Y, sobre todo, ¿qué destino nos esperaba a Lilius y
a mí en este juego celestial de poder y redención?

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