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En América del Norte no había grandes imperios ricos para explotar ni riqueza fácil.
Para tomar la decisión de emigrar hacia esa región había que estar en problemas. Y
muchos ingleses a comienzos del siglo XVII tenían problemas económicos y
religiosos. La religión oficial anglicana se impuso como única e intolerante. Los
miembros de la secta de los puritanos, particularmente, sufrieron duras persecuciones
y comenzaron a emigrar.
Virginia – 1607
Massachusetts – 1629
Maryland – 1632
Rhode Island – 1635
Connecticut – 1636
New York – 1664
New Jersey – 1664
Carolina del Norte – 1670
Carolina del Sur – 1670
New Hampshire – 1680
Pennsylvania – 1681
Delawere – 1702
Georgia – 1732
Mientras los colonos del Norte, establecidos sobre un territorio hostil y con escasos
recursos naturales, se dedicaron a las actividades comerciales e industriales; los del
Sur, con grandes extensiones de tierras fértiles, se dedicaron a la plantación de
algodón y tabaco. En estas plantaciones se utilizaba mano de obra esclava proveniente
África. Estas diferencias dividieron claramente a la sociedad norteamericana entre un
Norte industrialista y liberal y un Sur agrícola, esclavista y conservador. Estas
diferencias insalvables llevarían en la segunda mitad del siglo XIX a una cruenta
guerra civil entre las dos regiones.
Desarrollo de la Independencia
De la Guerra de los Siete Años, concluida en 1763, Gran Bretaña emergió como la
gran vencedora, obteniendo inmensos territorios en Asia, África y América. La flema
británica veía con orgullo flamear su bandera alrededor del mundo, sin advertir que la
extensión del imperio se convertiría en un verdadero talón de Aquiles. La guerra dejó
al gobierno británico al borde de la bancarrota, con una deuda de 130 millones de
libras, mientras la administración de las nuevas posesiones obtenidas multiplicaría los
gastos por cinco, pasando de 70.000 a cerca de 350.000 libras anuales. Alguien –y
según la imperial costumbre, no Londres– tenía que levantar el muerto.
Al primer ministro George Grenville se le ocurrió aplicar “un plan de ajuste”, pero,
como decíamos, no en Gran Bretaña sino en las colonias americanas. Para ello,
propuso que el gobierno fortaleciera el control económico y político sobre sus
posesiones imperiales norteamericanas. El gobierno inglés, pionero en un truco
perdurable, intentó disfrazar el ajuste, con la Ley de Ingresos de 1764, conocida como
Ley del Azúcar, que reducía a la mitad el arancel a las importaciones de melazas
extranjeras, mientras gravaba nuevos productos como lino, seda, añil, café, limón y
vinos extranjeros. Además se ampliaba la lista de mercancías “enumeradas”, aquellas
que sólo podían exportarse a Inglaterra. Londres se convertía así en intermediaria de
los productos coloniales, elevando su precio y quedándose con jugosas ganancias.
El conflicto resurgió en 1773, cuando el Parlamento aprobó la Ley del Té, que
otorgaba a la Compañía Británica de las Indias Orientales el monopolio de la venta de
ese producto en las colonias, desplazando a los comerciantes locales. Las protestas no
tardaron en llegar. En Boston, cuando el gobernador intentó forzar la descarga de un
embarque, un grupo de colonos disfrazados de “indios” tomó los barcos y arrojó la
mercancía por la borda. Gran Bretaña vio en este episodio –que pasó a la historia
como el “Boston Tea Party”– un desafío inadmisible para el orgulloso espíritu
imperial y decidió dar un castigo ejemplar, aislando a la colonia rebelde.
Pero una vez más el tiro le saldría por la culata. En solidaridad con Massachusetts, las
colonias establecieron el boicot a los productos ingleses y crearon un ejército
continental, al mando de George Washington, para enfrentar a las tropas del rey.
Inglaterra envió a mercenarios alemanes, además de las fuerzas regulares, para
combatir a los sublevados, aumentando el resentimiento de los colonos.
Parece increíble que el país que avasalló a lo largo de su historia imperial los derechos
humanos de medio mundo, base su sistema democrático en aquella romántica
Declaración de la Independencia aprobada el 4 de julio de 1776, que contiene
conceptos como: “las leyes de la naturaleza”, que defiende los “derechos inalienables”
como “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad” y el derecho del pueblo a
“abolir o reformar” un gobierno que atente contra esos derechos.