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Mauro Martino
La Revolución norteamericana
Autor: Felipe Pigna
De la Guerra de los Siete Años (fue un conflicto que enfrentó a las grandes potencias
europeas entre los años 1756 y 1763), Gran Bretaña emergió como la gran vencedora,
obteniendo inmensos territorios en Asia, África y América. La guerra dejó al gobierno
británico al borde de la bancarrota, con una deuda de 130 millones de libras, mientras
la administración de las nuevas posesiones obtenidas multiplicaría los gastos por cinco,
pasando de 70.000 a cerca de 350.000 libras anuales.
Al primer ministro George Grenville se le ocurrió aplicar “un plan de ajuste”, pero, como
decíamos, no en Gran Bretaña sino en las colonias americanas. Para ello, propuso que el
gobierno fortaleciera el control económico y político sobre sus posesiones imperiales
norteamericanas. El gobierno inglés intentó disfrazar el ajuste, con la Ley de Ingresos
de 1764, conocida como Ley del Azúcar, que reducía a la mitad el arancel a las
importaciones de melazas extranjeras, mientras gravaba nuevos productos como lino,
seda, añil, café, limón y vinos extranjeros. Además se ampliaba la lista de mercancías
“enumeradas”, aquellas que sólo podían exportarse a Inglaterra. Londres se convertía
así en intermediaria de los productos coloniales, elevando su precio y quedándose con
jugosas ganancias.
El conflicto resurgió en 1773, cuando el Parlamento aprobó la Ley del Té, que otorgaba
a la Compañía Británica de las Indias Orientales el monopolio de la venta de ese
producto en las colonias, desplazando a los comerciantes locales. Las protestas no
tardaron en llegar. En Boston, cuando el gobernador intentó forzar la descarga de un
embarque, un grupo de colonos disfrazados de “indios” tomó los barcos y arrojó la
mercancía por la borda. Gran Bretaña vio en este episodio –que pasó a la historia como
el “Boston Tea Party”– un desafío inadmisible para el orgulloso espíritu imperial y
decidió dar un castigo ejemplar, aislando a la colonia rebelde.
Pero una vez más el tiro le saldría por la culata. En solidaridad con Massachusetts, las
colonias establecieron el boicot a los productos ingleses y crearon un ejército
continental, al mando de George Washington, para enfrentar a las tropas del rey.
Inglaterra envió a mercenarios alemanes, además de las fuerzas regulares, para
combatir a los sublevados, aumentando el resentimiento de los colonos.
Tras la victoria de los colonos en la batalla de Saratoga, Francia firmaría la alianza con
los rebeldes en febrero de 1778 y entraría en guerra contra Gran Bretaña. España se
sumaría a los franceses poco después. Uno de los combatientes franceses, el marqués
de Lafayette reconoció en la revolución norteamericana el comienzo de una nueva era:
“La era de la revolución norteamericana, que puede considerarse como el principio de
un nuevo orden social para el mundo entero, es propiamente hablando la era de la
declaración de los derechos”. Jacques Pierre Brissot, uno de los futuros revolucionarios
franceses, profetizará: “La revolución americana ha producido la Revolución Francesa:
ésta será el foco sagrado de donde partirá la chispa que incendiará a las naciones cuyos
amos se atrevan a acercársela”.
Referencias:
1 Morison, Samuel Eliot y Steele Commager, Henry, Breve historia de los Estados
Unidos, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pág. 111.
2 Jean Pierre Brissot, Memorias, tomo IV, citado por Lewin, Boleslao, Los movimientos
de emancipación en Hispanoamérica y la independencia de Estados Unidos, Raigal,
Buenos Aires, 1952, pág. 122.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar