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Bloque 1: Prehistoria e Historia Antigua

El Neolítico: características y cambios con respecto a la época Paleolítica (cambios


económicos, sociales y culturales).

El Neolítico es la segunda gran época de la prehistoria y significa, etimológicamente, “piedra


nueva” que hace referencia al desarrollo de la piedra pulimentada que contrasta con la piedra tallada
o “piedra vieja” característica de la etapa paleolítica. Esta nueva técnica de trabajo está en
consonancia con la llamada “Revolución Neolítica” (Gordon Childe) sucedida en Oriente Medio
entre el 13.000 a, C. y el 9.000 a. C. y que se caracteriza por el desarrollo de la agricultura y la
ganadería lo que supuso un cambio transcendental en las formas de vida humanas al producir su
propio alimento (economía productiva) que contrata con la economía depredadora de la caza y
la recolección paleolítica.
El origen de este cambio se asocia con el final de la última glaciación y el inicio de la fase
climática actual más cálida y seca lo que, unido al aumento de la población humana, redujo las tierras
disponibles y “obligó” a cultivar la tierra y a domesticar algunas especies animales con la que
conseguir alimentar a una población en crecimiento.
La agricultura trajo la necesidad de vivir junto a los cultivos lo que provocó el sedentarismo
y, así, los agricultores neolíticos empezaron a construir aldeas, con casas fijas de adobe o de piedra
(Jericó), que contrasta con el nomadismo de hábitats de cuevas y tiendas del paleolítico. También,
la agricultura y la ganadería trajeron consigo el desarrollo de nuevas técnicas como la cerámica y la
cestería para disponer de recipientes resistentes para cocinar y almacenar cereales y como tejidos,
de lana o lino, que desbancan a las pieles a la hora de fabricar la vestimenta. Estas actividades
generarán formas artesanales que traerán una especialización en el trabajo y el desarrollo del
comercio todavía en forma de trueque. A nivel social, la sedentarización y la especialización del
trabajo generó una complejidad creciente, apareciendo la propiedad privada junto a la división social
del trabajo y las diferencias de riqueza y poder. La consecuencia es una sociedad más jerarquizada
que prefigura las jerarquías sociales y políticas posteriores.
Desde el Oriente Próximo esos modos de vida se transmitieron por la costa sur europea del
Mediterráneo y llegaron a la costa mediterránea de la Península en torno al V milenio a. C. y desde
allí penetrara hacia el interior. Más tarde, también llegaron influencias a través del continente
europeo. En la Península, el Neolítico, se suele dividir en dos etapas: En el Neolítico inicial (5.000-
3.500 a.C.) localizado, fundamentalmente, en la costa mediterránea donde se desarrolló la cultura de
la cerámica cardial y una segunda fase, el Neolítico pleno (3.500-2.500 a.C.), cuando surgieron
verdaderos poblados situados en zonas más llanas y adecuadas para el cultivo. En el sureste
peninsular se desarrolló la llamada cultura de Almería y en Cataluña la cultura de los sepulcros de
fosa.
El desarrollo de ritos funerarios se manifestó en la aparición del fenómeno arqueológico
conocido como megalitismo de mega (grande) lito (piedra) que nace más o menos en el VI milenio
a.C. en las regiones atlánticas europeas y que tiene en Galicia su mejor exponente en la Península.
Son, por lo tanto, monumentos realizados con piedras de enorme tamaño y que presentan una variada
tipología como los menhires, crómlech y, sobre todo, los dólmenes. Por último, hay que mencionar
que, desde el Mesolítico hasta la Edad del Bronce, con un periodo de apogeo en el Neolítico, se
desarrolla el arte rupestre levantino caracterizado por la monocromía, la esquematización de las
figuras y la presencia de representaciones humanas con el desarrollo de escenas. Destacan las pinturas
de los abrigos de Cogull, Valltorta y Alpera.
Los pueblos prerromanos de la Península Ibérica (pueblos del sur y del levante, meseteños y
del occidente peninsular)
Denominamos pueblos prerromanos al conjunto de pueblos que vivían en la Península a la
llegada de los romanos. Aunque hay discusiones sobre su origen parece claro es que estos pueblos
están asociados a las culturas del hierro y tienen similares estructuras sociales, políticas, económicas,
etc. pero presentan claras diferencias en aspectos culturales – étnicos y, en general, de desarrollo
destacando la zona levantina y andaluza consecuencia del proceso de aculturación vinculado a la
presencia de los pueblos colonizadores, fenicios y griegos. Así, se conformaron en la Península dos
culturas distintas, pero relativamente interrelacionadas entre sí: la cultura celta y la cultura íbera.
La cultura íbera estaba asentada en el sur de la Península y en la costa mediterránea. Eran
un conjunto de pueblos de características comunes, pero que nunca establecieron formaron grandes
unidades políticas. Destacaron por una economía basada fundamentalmente en la agricultura y la
ganadería a la que añadían una importante actividad comercial y minera con griegos, fenicios y
cartagineses, llegando a acuñar moneda. Su sociedad era tribal y jerarquizada en función del poder
económico y militar donde dominaban los nobles llamados “régulos”. Sus poblados solían
amurallarse y donde podemos encontrar esbozos de urbanismo. Destacaron por su desarrollo cultural
ya que desarrollaron escritura y arte figurativo en la que fue significativa la escultura de figuras
humanas y de animales con ejemplos como la Dama de Elche, la Dama de Baza y la Bicha de Balazote.
Pueblos íberos importantes fueron los ilergetes, bastetanos, edetanos, contéstanos, mastetanos, etc. y,
sobre todo, los turdetanos alrededor del cual nació el reino mítico de TARTESSOS, una cultura
desarrollada en la primera mitad del Iº milenio a.C. alrededor de la desembocadura del Guadalquivir
y de la cual se conservan importantes restos arqueológicos como el de Cancho Roano y magníficos
tesoros como el del Carambolo gracias al importante desarrollo económico alcanzado por esta cultura
relacionado con el comercio de metales con los fenicios.
La cultura celta está presente en la Meseta Norte y el noroeste de la Península y está asociada
a la presencia de pueblos celtas centroeuropeos llegados a la Península a comienzos del primer
milenio y al proceso de celtización de los pueblos indoeuropeos presentes en estas regiones. Su
economía era predominantemente ganadera no obstante encontramos entre ellos a los vacceos
asentados en el Duero que destacaron por la agricultura cerealística; su comercio era escaso y no
acuñaban moneda. Es generalmente aceptado que su sociedad se organizaba en tribus y sus
asentamientos más representativos fueron los castros, hablaban lenguas indoeuropeas y no
conocían la escritura. Sus manifestaciones artísticas son pobres, limitándose a decoraciones
cerámicas esquemáticas y a un importante grupo de esculturas toscamente esculpidas en granito que
representan cerdos, toros y jabalíes, denominadas genéricamente verracos. Dentro de estos pueblos
destacaron los galaicos, astures, cántabros, vascones, carpetanos, vacceos, etc. Mención aparte
merecen los celtíberos asentados en la zona de confluencia entre celtas e íberos (Sistema Ibérico,
este de la Meseta y Sistema Central) y que tenían una cultura celta, pero con un desarrollo similar a
los íberos. Por último, es necesario hacer un apéndice sobre la cultura castreña que empezó
alrededor del siglo VIII a. C. y llegó a su apogeo en el siglo I a. C. conviviendo con el proceso de
romanización hasta su desaparición. Fue el resultado de la fusión de las tradiciones autóctonas con
las aportaciones de pueblos celtas o celtizados llegados desde Centroeuropa. Extendida más allá de
los límites actuales de Galicia destaca por sus poblados, los castros (más de 2.000) que son pequeños
recintos fortificados (100 y 200 habitantes) de casas predominantemente circulares similares a las
pallozas típicas de los Ancares. Su economía se basaba en la agricultura (trigo y habas), y, sobre todo,
en la ganadería (ovejas y caballos, sobre todo). También se practicaba la caza, la pesca y el marisqueo,
además de una importante actividad minera y metalúrgica: estaño, hierro, plomo y metales
preciosos, como el oro, con los que se comerciaba siguiendo el sistema del trueque. Era una sociedad
belicosa y con signos de jerarquía, según se deduce de las ricas joyas que aparecen y de las esculturas
de los guerreros.
Conquista y romanización (etapas de la conquista, elementos de romanización: organización
político-administrativa del territorio, lengua y cultura, obras públicas).

La conquista romana fue bastante dilatada en el tiempo y terminó con la total integración del
territorio hispánico en el Imperio romano.
a) La conquista. Básicamente tres Etapas:
1ª La segunda guerra púnica (218-197 a.C.): En esta etapa las tropas romanas derrotaron a los
cartagineses presentes en la Península y conquistaron toda la costa mediterránea peninsular, el valle
del Guadalquivir y parte del valle del Ebro. La presencia militar romana se inició en el año 218 a.C.
con el desembarco de Publio Cornelio Escipión en Ampurias.
2ª La conquista del interior de la Península (197-29 a.C.): Más tarde, el interés de Roma se centró
en la conquista del interior de la Península. Se encontraron con una fuerte oposición de los pueblos
peninsulares, especialmente de celtiberos (Numancia) y de lusitanos (Viriato). El resultado de estas
guerras fue que casi toda la Península quedó bajo dominio romano.
3ª Sometimiento de los pueblos de la cornisa cantábrica (29-19 a.C.): con las guerras cántabras
(29-19 a.C.), que acabaron con el control de cántabros, astures y galaicos (en discusión) por el
emperador Augusto. De esta forma, toda la península ibérica pasó a formar parte del Imperio romano,
aunque el grado de integración y romanización fue más intenso en la costa mediterránea y en el
valle del Guadalquivir.
b) La romanización
Con la conquista se experimenta la romanización que es el proceso de aculturación y/o
asimilación de los modos de organización político-sociales, las costumbres, las formas culturales,
sociales, lingüísticas, religiosas, etc. romanas. Y aunque esta asimilación no fue uniforme, la cultura
y las formas de vida de Roma se divulgaron sobre todo a partir de las ciudades que reproducían el
modo de vida romano, en aspectos religiosos, políticos, económicos, etc. siendo su existencia un
testimonio claro del proceso de romanización.
Los factores que lo explican son variados, pero dentro de ellos destaca el papel del ejército
por la conquista que significó la entrada de los territorios en la órbita de la administración romana
que tiene a las provincias como principal demarcación y cuyo número varía dependiendo de la
época histórica. En los inicios de la conquista (siglo II a.C.), Hispania se dividió en dos provincias:
Ulterior y Citerior. En la época de Augusto (27 a.C.) se crearon tres provincias: Bética, Lusitania y
Tarraconense. En los siglos III y IV d.C. las provincias se hicieron más pequeñas y numerosas:
Gallaecia, Cartaginense, Tarraconense, Lusitania, Bética y Baleárica que quedaron integradas en una
unidad administrativa superior: la diócesis de Hispania. Por debajo estaban los conventus (que servía
para recaudar impuestos, para el reclutamiento militar y para la administración de justicia) y las civitas
o ciudades las cuales tuvieron un importante papel en la romanización por la presencia en ellas de
inmigrantes de origen romano e itálico siendo focos de difusión cultural y de control político y
administrativo: Itálica (Sevilla), Corduba (Córdoba), Emerita Augusta (Mérida) o Lucus Augusti
(Lugo) son buenos ejemplos. Estas ciudades se apoyaron en las políticas colonizadoras, sobre todo,
de Augusto con los veteranos de las legiones, muchos de ellos de origen provincial hispano, los cuales
que después de cumplir con su servicio a Roma obtuvieron la deseada ciudadanía de Roma.
La unidad política del Imperio permitió la integración de Hispania en el entramado
económico romano gracias a la “Pax Romana” y a las excelentes infraestructuras como la conocida
red de vías y obras como puentes (Alcantara), acueductos (Segovia), etc. que con la minería y el
comercio introdujeron las formas económicas romanas apoyadas, además, en la unidad monetaria. A
lo anterior se añade la unidad social gracias a la integración de las élites indígenas que rápidamente
imitaron a los romanos para mantener sus estatus. Conforme avanzó la romanización, la población
tendió a unificarse con sucesivas concesiones de ciudadanía (como el Ius Latii de Vespasiano para
Hispania en el año 74 d. C.) convirtiéndose, en el año 212 d. C. con Caracalla, en ciudadanos romanos
a todos los habitantes libres del Imperio. La consecuencia final es la asimilación cultural que tiene
en la adopción del latín, como lengua hablada y escrita por encima de las lenguas locales, y en la
adopción del derecho romano sus mejores ejemplos.
La monarquía visigoda (organización política)

La crisis y el proceso de desintegración del Imperio Romano permitió la entrada de los pueblos
bárbaros. En este contexto, suevos, vándalos y alanos invadieron la Península a comienzos del siglo
V y para hacerles frente, el emperador llamó a los visigodos, pero como pueblo federado o sea aliado.
Los visigodos entran en el año 411 como federados (aliados del Imperio romano para someter a los
bárbaros rebeldes) y cuando en el año 476 cae el Imperio romano de Occidente, los visigodos se hacen
con el control del sur de la Galia y del norte de Hispania. En el año 507 fueron definitivamente
expulsados de la Galia por los francos y desde esta fecha se dedican casi exclusivamente al control
de Hispania, instalando su capital en Toledo. Entre los siglos VI y VII unificaron la Península
frente a los suevos instalados en el NO y los bizantinos en el Sur.
Los principales problemas de los visigodos radicaban en que tenían una monarquía muy
inestable como consecuencia de tener una monarquía de carácter electivo que contrasta con el
intento de muchos reyes por implantar un sistema hereditario y los constantes enfrentamientos entre
las familias nobiliarias por el poder. Otro problema no menos importante fue su integración social,
es decir, la fusión del elemento visigodo con la mayoría hispanorromana, tardía e incompleta como
consecuencia de la tardía conversión religiosa (Recaredo 589) al cristianismo peninsular de los
visigodos que eran cristianos arrianos, y por la tardía unificación jurídica de los visigodos con la
población hispanoromana (liber ludiciorum del año 654 de Recesvinto) agravado por su escaso
número (200.000) frente a la población hispanoromana (6 millones)
Su organización política empezaba por el rey que, en teoría, tenía un gran poder, pero lo
compartían con otras instituciones de gobierno. La más importante fue el Aula Regia, que era una
asamblea consultiva formada por la aristocracia visigoda y a partir de la unificación religiosa con
Recaredo, se creó la otra gran institución de gobierno del reino visigodo: los Concilios de Toledo.
Aunque esta era una institución en esencia religiosa, con el paso del tiempo los concilios adquirieron
un gran peso político y asumieron importantes funciones legislativas.
Los visigodos mantuvieron la antigua división provincial romana, colocando a su frente a
Duces (duques), aunque fueron perdiendo gran parte de su anterior importancia como divisiones
administrativas y judiciales. Este papel lo fueron asumieron unas nuevas circunscripciones, los
territora, que fueron encomendados a Cómites (condes). Las grandes fincas rurales (villae), siguiendo
el proceso iniciado en el Bajo Imperio, se fueron sustrayendo a la autoridad del Estado y ejercieron
su propia jurisdicción. Las instituciones municipales prácticamente desaparecieron. El proceso de
feudalización se fue consolidando.
Bloque 2: Historia Medieval
Los musulmanes en la Península Ibérica (etapas políticas y realidad socioeconómica).
Al – Andalus fue el nombre que los musulmanes dieron a las tierras que conquistaron y ocuparon
en la Península Ibérica ente el 711 y el 1492. Su evolución política se divide en etapas definidas
fundamentalmente por la forma de gobierno.
La primera etapa fue el Emirato Dependiente de Damasco (711 – 756). Fruto de la rápida
conquista protagonizada por Tarik y Muza tras el desmoronamiento visigodo en Guadalete en el 711 y el
sometimiento a través de pactos de muchos nobles visigodos. Al-Andalus era una provincia del califato
omeya de Damasco al mando de un gobernador o wali que gozaba de gran autonomía.
La segunda etapa fue el emirato independiente de Córdoba (756 – 929). Tras la llegada del
omeya Abd al-Rahman I quien se proclamó emir (príncipe) rompiendo la dependencia con Bagdad, nueva
sede del califato. Él y sus sucesores consolidaron el poder musulmán.
La tercera etapa fue el Califato de Cordoba (929-1031). Tras la proclamación de Abd al-
Rahman III como califa. Fue el período de máximo esplendor de Al-Ándalus consolidado por Al-Hakam
II pero que entra en crisis con Hisham II quien delegó el poder en Almanzor, un hachib que concentró
gran poder político y militar. La muerte de Almanzor en 1002 dio comienzo a una etapa de guerras civiles
que provocó la desaparición del califato y la disgregación política dividido en reinos independientes, las
Taifas, mientras la balanza de poder en la Península se inclina hacia los cristianos.
La cuarta etapa política se caracteriza por la alternancia de los reinos de taifas y de las
invasiones de bereberes. (1031- 1238). La división musulmana fue aprovechada por los por los reinos
cristianos del Norte para avanzar y ante el creciente expansionismo cristiano las principales taifas
buscaron el ayuda primero de los Almorávides (1086-1144) y luego de los Almohades (1172 - 1212) que
solo retrasaron el avance cristiano consolidado tras la decisiva derrota de Las Navas de Tolosa (1212).
La subsiguiente fragmentación del poder político permitió la aparición de unas terceras taifas (1212 -
1238) que, poco a poco, fueron cayendo en manos cristianas, con la sola excepción del reino de Granada.
La última etapa de Al – Andalus está circunscrita al Reino de Granada (1238-1492) que se
mantuvo gracias a una hábil gestión diplomática y a la crisis bajomedieval de Castilla. No obstante, los
problemas sucesorios y el reinado de los Reyes Católicos culminarán con la Guerra de Granada (1482 –
1492) que termina con la entrega y rendición del rey Boabdil en enero de 1492 que pone fin al dominio
musulmán en la Península.
La llegada del islam significó la recuperación de la economía gracias a una potente agricultura
basada en el trigo y el aceite de oliva producido en los grandes latifundios de la oligarquía musulmana
conquistadora y en el desarrollo del regadío en huertas cercanas a las ciudades y, sobre todo, en la zona
del levante con productos introducidos desde Oriente como la caña de azúcar, el arroz, las naranjas, etc.
También destacó la artesanía urbana muy rica con el trabajo de productos como como el cuero, el
pergamino, el papel, el vidrio, etc. También mejoraron la actividad comercial gracias al desarrollo de las
ciudades y los lugares destinados a ello como son los zocos. Con la introducción del dinar de oro y del
dirham de plata se desarrollaría un potente comercio de reexportación que consolidó a Al- Andalus como
centro de un circuito económico mercantil del mundo musulmán, revitalizando antiguas rutas
comerciales mediterráneas y abriendo rutas nuevas como la ruta do oro del Sudán o las rutas desde
Europa hacia Asia.
Pese a que el elemento invasor fue muy pequeño ente 50 a 100 mil en 6 millones de habitantes, la
población creció con respecto a la etapa anterior. Este crecimiento fue sobre todo de población urbana
en ciudades como Córdoba y Sevilla. Su sociedad se caracterizó por una gran variedad de grupos
étnicos destacando la minoría árabe y siria, dueña de los grandes latifundios del valle del Guadalquivir
que, junto con los bereberes concentrados en tierras de la Meseta, Sierra Morena y los sistemas béticos,
formaban parte del elemento invasor. Luego estaban los judíos en las ciudades, esclavos de origen eslavo
sobre todo en la administración; y, sobre todo, los hispanovisigodos, muladí y mozárabe. Los muladíes
son antiguos cristianos convertidos al islam, principalmente campesinos, aunque posteriormente la
conversión de la nobleza hispano – romana – visigoda desarrolló una nobleza muladí como los Banu Qasi
de Zaragoza. Los Mozárabes son cristianos que viven en territorio de Al-Andalus sometidos a los
musulmanes, al principio tolerados, con el paso del tiempo las relaciones se deterioran y a finales del siglo
X el grueso de esta población ha emigrado a zonas cristianas.
Reconquista y repoblación (etapas de la Reconquista, modelos de repoblación).

Desde su origen, los diferentes poderes cristianos del norte emprendieron una lucha contra Al-
Andalus, proceso que se denominó “reconquista” dado que se trataba de devolver las tierras peninsulares
a los pobladores cristianos. Este proceso fue acompañado de la “repoblación” del territorio conquistado
que varía a lo largo del tiempo dando lugar a diferentes modelos de repoblación.
Hasta la caída del Califato de Córdoba (1031) la superioridad musulmana fue incontestable
por cual las fronteras entre Al Andalus y los reinos cristianos se mantuvieron estables. El valle del Duero
fue desde mediados del siglo VIII un “desierto estratégico” o “tierra de nadie” que marcaba la distancia
entre la zona islámica y la cristiana. La primera repoblación se inicia a mediados del siglo IX y durara
hasta el siglo X sobre todo en el Valle norte del Duero y en menor medida en los altos valles
pirenaicos. Es un sistema por Pressura o Aprissio por la que se accede a una parcela de tierra libremente,
basada en el derecho romano y que consistía en que quien ponía en explotación durante un tiempo una
zona sin cultivar, era reconocido como su propietario. En el Reino de Asturias y posteriormente León los
protagonistas fueron campesinos libres y tendrá como consecuencia un modelo de propiedad agraria de
tamaño pequeño y medio. En Cataluña lo harán monasterios y señores, con lo cual se acentúa el carácter
feudal del territorio. A medida que avanza la reconquista se establece una Repoblación Oficial por la cual
las tierras son distribuidas por medio de una carta-puebla que concede privilegios para la constitución de
pequeños núcleos urbanos y en las zonas de frontera se establecen los caballeros villanos que reciben
importantes extensiones de terreno dedicadas la mayoría a la ganadería.
Entre los siglos XI y XII, se conquistan y repueblan los valles del Tajo y del Ebro. La
desaparición del califato de Córdoba en 1031 y su división en reinos de taifas marca el cambio en la
balanza de poder a favor de los cristianos que inician expansión hacia el sur. Figuras claves fueron el rey
de Castilla Alfonso VI que conquista Toledo en el año 1085 y el rey de Aragón Alfonso I el Batallador
que ocupó Zaragoza en el año 1118. Es especialmente importante la zona del Tajo porque había numerosas
ciudades y por ello se aplica el sistema de Repoblación Concejil a través de fueros y cartas puebla
donde los nuevos habitantes de las ciudades recibirán privilegios como estímulo para repoblarlas. Estas
ciudades estaban gobernadas por Concejos (integrados mayoritariamente por caballeros villanos) que
desde finales del siglo XII fueron convocados por el monarca leonés para constituir las Cortes. A estos
Concejos se les concedieron amplios territorios, en muchos casos semivacíos, por lo que predominó la
mediana propiedad libre con abundancia de tierras comunales. Se concedía una Carta Puebla colectiva,
con o sin Fuero especial a un grupo de repobladores y se les asignaba un territorio o Alfoz en el que se
integran varios concejos; en el Alfoz se diferencian las propiedades libres, las concejiles y las tierras
comunales. En el reino Aragonés es el sistema de Cartas-Puebla era similar, de esta forma se repobló el
valle del Ebro y zona oriental del sistema Ibérico.
A partir del siglo XIII se aplica un sistema de repoblación llamado de REPARTIMIENTO
motivado por el cambio en los usos de la guerra contra los musulmanes que se realiza, ahora, por medio
de las mesnadas (ejércitos) nobiliares, de forma que tras la conquista de nuevos territorios estos se reparten
a modo de botín de guerra entre los nobles según su grado de participación (tropas aportadas, éxitos
militares). Esto consolida la tendencia a la constitución de latifundios en el sur de la Península y el
reforzamiento de la nobleza en los reinos cristianos.
Este modelo tiene dos etapas una iniciada ya en el siglo XII durante la etapa de presencia de
los almorávides y almohades en la cual la reconquista y la repoblación de la zona de frontera, del Tajo
hasta el Guadiana y la serranía de cuenca (“Extremadura”) fue otorgada a las Órdenes Militares (del
Temple, de Santiago, de Alcántara, Calatrava, Montesa, etc.) a través de las Encomiendas, tierras
entregadas a las Órdenes, con poca población y sin posibilidad de repobladores, por lo que mantuvieron
la tradición romano–visigoda de grandes latifundios con una orientación eminentemente ganadera tal
como la habían practicado los bereberes. Una segunda etapa empieza en el siglo XIII que es un siglo de
grandes avances, Aragón gracias a Jaime I incorpora Baleares (1229) y Valencia (1238) y Castilla, tras la
victoria decisiva de los almohades en las Navas de Tolosa en 1212 el rey Fernando III se hace con el
control del Valle del Guadalquivir: Córdoba (1236), Sevilla (1248) y el Reino de Murcia (1242). Esta
etapa es el origen de los latifundios nobiliarios del sur. Los Reyes Católicos en la conquista de Granada
en 1492 también usaron el sistema de repartimiento.
El Régimen feudal y la sociedad estamental.

El Régimen feudal o feudalismo es el régimen político, económico y social característico de


Europa durante la Edad Media. Se define como una “relación de dependencia personal”, pero estas
relaciones de dependencia varían según se perteneciera a uno u otro estamento y varían su intensidad
dependiendo de los territorios.
Las relaciones feudo – vasalláticas eran pactos que se establecían entre el rey y los grandes
nobles o eclesiásticos y entre estos y otros nobles de menor rango que recibían un feudo de su señor
que era, generalmente una concesión de tierra mientras que las relaciones señoriales o de
servidumbre se establecían entre los campesinos y los señores. Los campesinos (siervos) se
encomendaban a la protección del noble o señor y a cambio, recibían tierras, los mansos; por su uso
los campesinos debían pagar, al señor, una parte de su cosecha (sobre un tercio) y trabajar las tierras
de la reserva señorial además de prestarle servicios domésticos, de construcción (castillo, puentes,
molino, etc.), hacer reparaciones, etc. (un día de casa tres). A veces al señorío territorial se le añadía
el señorío jurisdiccional en territorios donde los nobles, aunque no son los propietarios de la tierra,
imponían la ley, dictaban los castigos y les imponían obligaciones y pagos a los campesinos.
Como consecuencia de lo anterior la sociedad medieval peninsular se dividía en tres
estamentos: nobleza y clero con privilegios y el resto o pueblo llano sin ellos. La nobleza y el clero
no eran grupos homogéneos y mientras la alta aristocracia disponía de grandes propiedades y
cuantiosas rentas, la baja nobleza (hidalgos, infanzones, caballeros, etc.) tenía menos recursos e
incluso fue empobreciéndose. Por otro lado, los campesinos constituían la mayoría de la población,
y entre ellos existían notables diferencias. En el norte, abundaban los campesinos libres que eran
dueños de pequeñas propiedades. En los territorios que se fueron conquistando a los musulmanes en
la mitad sur de la Península se establecieron grandes señoríos nobiliarios o eclesiásticos, y allí los
campesinos no eran propietarios de las tierras. En las ciudades vivían fundamentalmente artesanos y
comerciantes. La expansión comercial del siglo XIII potenció el crecimiento y la riqueza de las
ciudades; en ellas se formó una oligarquía urbana protegida por la monarquía, que a menudo
conformó la representación popular en las Cortes medievales. Pero la mayoría de la población tenía
una forma de vida modesta y había amplios grupos de pobres y marginados. Las minorías religiosas
más importantes que habitaron en los territorios cristianos peninsulares fueron los musulmanes
(mudéjares) y los judíos.
A nivel de los reinos peninsulares también de aprecian diferencias. En Castilla se impuso un
modelo autoritario de monarquía en el que el rey tuvo un gran poder. Las instituciones (Consejo Real,
Cortes, etc.) vieron reducidas sus funciones a tareas consultivas o de simple aprobación de los
designios reales. De hecho, sus principales tareas fueron la presentación de agravios y el voto de
subsidios. A nivel local, el órgano municipal más importante era el concejo, que incluía al principio
a todos los vecinos, aunque el gobierno recaía en los regidores. A finales del siglo XIV surgió la figura
del corregidor, cuya función era representar a la corona en los municipios y tenía funciones judiciales
y militares. Esta figura afianzó la autoridad del rey en las ciudades.
En la Corona de Aragón se implantó un modelo político diferente, conocido como el modelo
pactista. En este territorio, cada uno de los reinos que lo conformaron mantuvo sus propias Cortes.
La fortaleza de los nobles y de la Iglesia otorgó a las Cortes un poder legislativo importante, ya que
el rey no podía legislar sin ellas; además, el rey, al ser investido, se comprometía a respetar las leyes
(fueros) y costumbres. Las Cortes podían hacer propuestas legislativas y peticiones al rey a cambio
de aprobar las aportaciones económicas que solicitaba la monarquía. La administración municipal de
la Corona de Aragón variaba según los reinos.
Las crisis bajomedievales (crisis demográficas, problemas sociales, el caso gallego: las
revueltas irmandiñas del siglo XV)
La crisis bajomedieval afectó a toda Europa y aunque sus manifestaciones y sus consecuencias
varían en su intensidad y en sus formas según cada zona, podemos establecer hay unas causas
comunes: La primera causa es la crisis de subsistencia, intensa a partir de mediados del siglo XIV,
consecuencia de la llegada al límite de la productividad agraria fruto de las innovaciones de siglos
anteriores y de la climatología adversa. La deficiente alimentación, fruto de las hambrunas, minará
las defensas de la población lo que permitió que la peste negra de 1348 llegada desde Oriente
asolara Europa provocara una catástrofe demográfica y aunque el impacto de la peste fue muy
irregular se calcula que los fallecidos por la misma rondan entre el 20% y 60% de la población de
cada territorio y que en la Península afectó principalmente a la Corona de Aragón (50%).
La crisis de subsistencia y la peste negra arrastraron a la mayoría de los territorios a una
profunda crisis económica por la paralización, total o parcial, de las actividades económicas por falta
de mano de obra. La principal consecuencia es la crisis social que tiene en la nobleza su mejor
exponente, La disminución de ingresos de la nobleza los llevó a intensificar la explotación de los
campesinos estableciendo nuevos y más duros derechos señoriales (los “malos usos”) y la reacción
campesina se visualizó en diversas revueltas como las Guerras irmandiñas en Galicia y la de los
payeses de remensa en Cataluña. El malestar social dio lugar, también, a conflictos sociales urbanos
como los que enfrentó en Barcelona a la Biga, alta burguesía, y a la a Busca, clases populares.
La crisis tuvo también su parte política que nace, fundamentalmente, del intento de los
monarcas por recuperar el poder político perdido en los largos siglos del feudalismo y que se traducirá
en grandes enfrentamientos en Europa como la Guerra de los cien años y en guerras civiles como las
que asolaron Castilla durante este período como la de Pedro I contra Enrique II o las guerras durante
el reinado de Enrique IV, y las que afectaron a Aragón como la guerra civil dinástica y nobiliaria de
1462-72 que ensangrentarán a toda Europa y agravarán las consecuencias trágicas de la crisis
bajomedieval.
De las revueltas sociales destacaremos las “Revueltas Irmandiñas” de Galicia. Aunque en
Galicia la crisis de subsistencias y la peste negra tuvieron un menor impacto existían, en la Baja Edad
Media, constantes conflictos entre nobles y concejos, nobles entre sí, y nobles y campesinos fruto del
proceso de refeudalización por los “malos usos” que sometían cargas abusivas a los siervos y que
fueron aplicados a muchas villas que pasaron de realengo a manos nobiliares gracias a las “mercedes”
de Enrique II para pagar su apoyo en la victoria contra su hermanastro y rey de Castilla, Pedro I;
también, los nobles, pagaban y defendían a grupos de bandidos que les servían de amenaza contra
todo aquel que cuestionase su dominio. Es en este caldo de cultivo donde nacen las revueltas
irmandiñas. La primera se le conoce como “fusquenlla” que fue un levantamiento burgués y
campesino en los dominios de los Andrade en 1431 que se extendió por las comarcas de Pontedeume,
Ferrol e Vilalba dirigida por el hidalgo ferrolano Roi Xordo contra Nuño Freire de Andrade “o mao”
siendo aplastado por la acción conjunta de los Andrade y del arzobispo de Santiago de los Andrade.
Más importante fue la segunda, la Gran Guerra Irmandiña (1467-69) precedida por la
formación a partir de 1465 de Irmandades (apoyadas por el rey Enrique IV) a imitación de las
castellanas (milicias urbanas) con el fin de mantener el orden y la seguridad frente a los nobles y los
bandidos apoyados por estos. En cada comarca se organizó una Irmandade autónoma participando en
ellas también hidalgos que acabaron ejerciendo la jefatura militar de la revuelta como Pedro Osorio,
Alfonso Lanzós y Diego de Lemos. Su éxito militar obligo a la huida de la mayoría de los nobles y
en su avance destruyeron más de 140 fortalezas (muchas de ellas abandonadas) porque para muchos
de los irmandiños eran el símbolo de la opresión nobiliar. No obstante, es importante mencionar que
las irmandades no eran revolucionarias y lo que pretendían era volver a situación anterior sin los
abusos de los nobles, por los que no querían liberar de la servidumbre a los campesinos. Esta división
permitió en 1469 el contraataque nobiliar de Pedro Madruga de Soutomaior desde Portugal y del
arzobispo Fonseca y el conde de Lemos desde Castilla derrotando decisivamente a los irmandiños en
la batalla de Almáciga (cerca de Santiago) y aunque no hubo castigos se volvió a la situación anterior,
reforzados los nobles con su victoria, hasta la llegada al trono de Castilla de Isabel la Católica.
Bloque 3: Siglos XVI-XVII
La nueva monarquía de los Reyes Católicos (unión dinástica, reorganización político-
administrativa).

Los RRCC no unificaron España como muchas personas piensan, sino lo que hicieron fue
una unión dinástica; es decir, un vínculo personal y dinástico entre los titulares que no implicó la
fusión de los territorios donde gobernaban. Así, cada Corona, Castilla y Aragón, mantuvieron sus
propias leyes, instituciones, moneda, etc. Posiblemente la explicación del porqué no se unieron ambos
reinos está en que eran reinos muy diferentes, ya que Castilla era un reino unificado y de larga
tradición de autoritarismo monárquico mientras que Aragón parecía más una confederación de reinos
basados en la tradición pactista entre el rey y las cortes.
Lo que sí hicieron los RRCC fue desarrollar una serie de reformas que convirtieron a
Castilla en la primera monarquía moderna o autoritaria. Los instrumentos desarrollados por los
RRCC para imponer la autoridad real y crear la primera monarquía autoritaria fueron: el control
de la nobleza, la política religiosa, las reformas políticas y administrativas y la ampliación
territorial.
Para sometimiento de la nobleza se aprovechó la lucha por la sucesión de Enrique IV en la
Guerra de Sucesión de Castilla (1474-1479) entre Isabel y Juana la beltraneja, hija de Enrique IV.
Tras la Batalla de Toro (1476), el bando de Isabel ganó la guerra y sometió a la nobleza no adicta
ejecutando a líderes como el Mariscal Pardo de Cela. También tuvo gran importancia la creación de
la Santa Hermandad, la milicia urbana que permitió a los RRCC tener un cuerpo militar propio y
no depender de los nobles para garantizar el orden interno.
La política religiosa tuvo como eje principal la creación del Consejo de la Suprema
Inquisición (1478) que garantizaba la uniformidad religiosa sobre todo tras la expulsión de los
judíos 1492 y la conversión forzosa de los que se quedaron y la de los musulmanes convertidos de
mudéjares a moriscos diez años más tarde. Pero, también reforzaba el poder real, puesto que era la
única institución que tenía jurisdicción tanto en Castilla como en Aragón y que dependía directamente
de los monarcas.
Las reformas políticas y administrativas completaban el reforzamiento del poder real y
para conseguirlo modificaron y ampliaron instituciones como el Consejo Real que pasó a llamarse
Consejo de Castilla (1480). Se crearon nuevos consejos como los de la Inquisición, el de Aragón
y el de las Ordenes Militares abriendo paso al gobierno polisinodial característico de la monarquía
hispánica. Se crearon dos cancillerías o audiencias para completar el control jurídico, una en
Valladolid y otra en Granada. Se crearon nuevos cargos como los secretarios reales que eran
funcionarios reales con formación en leyes y de la confianza de los monarcas, que efectuaban tareas
de conexión entre los consejos y los reyes. También crearon la figura del Virrey, representantes de
los reyes con competencias administrativas, judiciales y militares. Se redujo el papel de las Cortes
de Castilla, ya que algunas de sus funciones fueron asumidas por los consejos. Sus reuniones se
espaciaron y solamente se convocaban para jurar al heredero al trono o para aprobar subsidios
extraordinarios. En lo referente a poder municipal, los RRCC consolidaron un oficial que les
representase en los gobiernos locales, el corregidor. Se creó un ejército permanente: los tercios,
nombre que recibió el ejército de la Monarquía hispánica, integrados por mercenarios y soldados de
levas.
Como comentamos la unión dinástica no implicó la unificación política, pero si significó el
fortalecimiento de las coronas que iniciaron una política expansiva para controlar la Península
que se desarrolló con la conquista del reino nazarí de Granada en 1492 seguida por la anexión de
Navarra por Castilla en 1512, aunque conservó sus instituciones y sus fueros. En política exterior, el
objetivo principal era aislar a Francia por el enfrentamiento en Navarra, en Italia y en el Rosellón y
la Cerdaña. Por ello se establecieron acuerdos con el Papado y alianzas matrimoniales con Portugal,
Inglaterra y el Sacro Imperio que darían origen al imperio hispánico en la herencia de Carlos I. En el
Atlántico, en 1492 Colón llegó a América en una expedición financiada por el reino de Castilla. Los
viajes de conquista y exploración del nuevo continente se hacían en nombre de Castilla y a ella
correspondían los beneficios de la conquista del Nuevo Mundo.
La configuración del imperio español en el siglo XVI. (la herencia de Carlos I, los cambios en
tempos de Felipe II: rebelión de Flandes, incorporación de Portugal, guerra contra Inglaterra).

Con la muerte de Fernando el Católico en 1516 la soberanía de las coronas de Castilla y Aragón pasó
a su nieto Carlos I, hijo de Juana “la loca” y de Felipe “el hermoso” de Austria. De esta forma se dio paso a
la dinastía de Austria en la Monarquía hispánica. La política matrimonial de los RR.CC. hizo que su
nieto Carlos recibiera en su persona la herencia de cuatro familias: por parte de su padre Felipe recibe la
herencia de su abuelo Maximiliano de Habsburgo, a saber, los estados de la Casa de Austria y el derecho al
Sacro Imperio Germánico; por parte de su abuela paterna, María de Borgoña, recibe Flandes, Luxemburgo y
el Franco Condado (el grueso de Borgoña estaba en manos de Francia). Por parte de su madre Juana “la loca”
heredera de los Reyes Católicos, las coronas de Castilla y Aragón y sus posesiones, por parte de la Corona de
Castilla, las islas Canarias, los territorios americanos y las plazas africanas y, por parte de la Corona de Aragón,
las posesiones en la península italiana: Cerdeña, Nápoles y Sicilia).
La política de Carlos I estuvo marcada por los intereses dinásticos de los Austrias y estaba enmarcada
en un pensamiento medieval basado en el ideal de una monarquía universal y cristiana cuyo poder terrenal
le correspondía. Desde esta perspectiva se explican los principales problemas de su reinado: el enfrentamiento
con Francia la otra gran potencia católica de Europa a lo que se sumaba el contencioso por Borgoña y por el
dominio de Navarra y de Italia. Y, aunque se disputaron cinco guerras con victorias como la de Pavía (1525),
estas, se saldaron sin una victoria decisiva. Como mayor éxito se consigue anexionar el ducado de Milán. La
lucha contra los protestantes alemanes nace con la Reforma de Lutero (1517) y el fracaso de los intentos de
acuerdo que deriva en una guerra en la que, aunque Carlos I derrota a los príncipes protestantes en Mühlberg
(1547), acaba aceptando la Paz de Augsburgo (1555) por la que los príncipes imponen su religión a los
súbditos y supuso el fracaso definitivo de la idea de unidad religiosa en el continente y de su ideal. La otra
gran amenaza para la monarquía y para la cristiandad en general era el Imperio Otomano que desde el siglo
XV habían iniciado una expansión que amenazaba Viena y el Mediterráneo occidental apoyando a la piratería
del norte de África; sin embargo, expediciones como la conquista de Túnez (1535) no solucionaron el problema.
El fracaso frente a los protestantes y la firma de la Paz de Augsburgo llevó a Carlos a renunciar al poder (1556).
Dividió sus posesiones entre su hermano Fernando, a quién cedió el título imperial y los Estados alemanes, y
su hijo Felipe, a quién traspasó la Monarquía Hispánica, a la que sumó los territorios borgoñones en los
Países Bajos y el centro de Europa.
En el reinado de Felipe II los objetivos principales de la Monarquía Hispánica era la defensa del
catolicismo y el mantenimiento de la hegemonía dinástica pero dentro de una visión más hispánica
acusándose una creciente castellanización. Felipe II estableció la capital de sus estados en Madrid (1561),
(monasterio de El Escorial). Esta visión hispánica se acrecentó con la anexión de Portugal en 1580 tras la
muerte sin descendencia de los reyes de Portugal que permitió a Felipe II como hijo de Isabel de Portugal hacer
valer sus derechos al trono portugués lo que consiguió tras la presión militar ejercida por el duque de Alba y
el nombramiento como rey por las Cortes portuguesas reunidas en Tomar en 1581. Los conflictos de su reinado
tuvieron su origen en los enemigos heredados del reinado de su padre Carlos I y de la intransigencia religiosa
por el impulso y apoyo a la Contrarreforma católica.
La rivalidad con Francia se cerró, al menos momentáneamente, tras la victoria en la batalla de San
Quintín contra Enrique II y la firma de la paz de Cateau-Cambrésis (1559). Contra los turcos que amenazaban
el Mediterráneo occidental, se obtuvo la importante victoria de Lepanto (octubre de 1571) junto a Venecia,
Génova y el Papa (Santa Liga). Si bien Lepanto no supuso la derrota absoluta del poder otomano, sí frenó su
expansión.
De mayor trascendencia fue la rebelión de Flandes que nació por los intentos de Felipe II de aumentar
en control en esos territorios, a lo que se opusieron las oligarquías autóctonas. Al malestar político se unía el
religioso ya que el calvinismo se había asentado por las provincias del norte y para contenerlo y castigar a los
herejes, el rey quiso introducir la Inquisición. En 1566 estalló una rebelión que dio inició a la guerra de los
ochenta años que pese al esfuerzo bélico y la dureza frente a los sublevados (Duque de Alba o Farnesio) no
se pudo impedir la independencia de facto del norte que paso a llamarse Provincias Unidas y que se
convirtieron en una de las grandes potencias marítimas del mundo y uno de los principales rivales de España.
La rivalidad con Inglaterra nace por motivos religiosos (anglicanismo), políticos (apoyo de Inglaterra
a los rebeldes holandeses) y económicos (corsarios – piratería – en el comercio con América). La creciente
tensión alcanzó su cenit con la ejecución, por orden de Isabel, de la reina católica de Escocia, María Estuardo.
Felipe II decide invadir Inglaterra con la llamada “Armada Invencible” (1588) que debía recoger al Ejército
de Flandes, pero el contacto fue imposible por el hostigamiento inglés y terminó en un rotundo fracaso ayudado
factores naturales adversos que hicieron perder una buena parte de los barcos a su regreso a la Península.
La crisis socio – económica del siglo XVII
(La crisis demográfica, el deterioro de la economía, los problemas de la hacienda real).

El XVII fue un siglo de crisis para Europa en general, y, salvo Alemania, afectada por la
Guerra de los Treinta Años, su incidencia fue mayor en al Mediterráneo y muy especialmente, en la
Península Ibérica. En la Monarquía Hispánica la crisis se manifestó de tres maneras: como crisis
demográfica, como crisis económica y como crisis social.
La crisis demográfica tuvo como principal efecto el estancamiento de la población (sobre 7
millones de habitantes). Dentro del territorio, Castilla se vio más afectada que la periferia y el
período más intenso de la recesión demográfica fueron los años centrales del siglo mostrándose
una pequeña recuperación al final de este. Los factores que contribuyeron a esta situación fueron
variados: sucesivas crisis de subsistencias, la crisis económica, las continuas guerras (entre 1640 y
1668 fueron permanentes), la expulsión de los moriscos, especialmente grave en tierras valencianas
(300.000 entre 1609 y 1614), la emigración a América (que incidió de forma significativa en
Andalucía y Castilla), y, especialmente, las epidemias; en España hubo tres terribles epidemias (de
peste bubónica) durante este siglo. La primera, entre 1598 y 1602, afectó a casi toda la Península; la
segunda, entre 1647 y 1652, se inició en Valencia y se extendió a Cataluña, Aragón, Andalucía y
Murcia, y, la tercera, entre 1676 y 1685, se centró casi en los mismos territorios que la anterior.
El segundo factor fue la crisis económica, visible ya en los últimos años del reinado de Felipe
II, se agravó en los de sus sucesores y alcanzó tintes especialmente dramáticos por su coincidencia
con la crisis política y fiscal de la monarquía. Las manifestaciones más destacables de esta recesión
fueron varias: La decadencia de la agricultura, agravada por la expulsión de los moriscos, unida a
la de la ganadería lanar, que encontró graves dificultades para la exportación (exportaba a Francia,
Inglaterra y Holanda, nuestros enemigos). La crisis de las actividades textiles que afecto sobre todo
a Castilla fruto sobre todo de la competencia de la producción extranjera que arruinó a los artesanos
y gremios castellanos. El comercio también entró en una fase recesiva; la competencia francesa en
el Mediterráneo y la inglesa y holandesa en el Atlántico, agravaron la situación cuya consecuencia
decisiva fue la disminución de la llegada de metales preciosos de América necesarios no solo para
pagar nuestras abultadas importaciones, sino que eran decisivos para pagar el ingente esfuerzo bélico
de la Monarquía. La crisis de la Hacienda real. El incesante aumento de los gastos y la disminución
de los ingresos condujo periódicamente a sucesivas bancarrotas. Además, el recurso al aumento de
impuestos, al aumento de la deuda pública, a la emisión de moneda de poca calidad (vellón), a la
venta de impuestos y la venalidad de los oficios provocaban un aumento de la inflación y un
agravamiento de la recesión económica.
La crisis económica tuvo repercusiones sociales. La sociedad estamental vivió un proceso de
polarización marcada por el empobrecimiento del campesinado que constituía la mayor parte de la
población y por la casi inexistencia de una burguesía necesaria para el crecimiento económico.
Mientras los grupos privilegiados (nobleza y clero) se consolidaban todavía más, tanto por motivos
de prestigio como por sus privilegios y consolidaban una mentalidad marcada por el desprecio al
trabajo lo que agravó la crisis. Desde el otro lado la pobreza imperante creó una población de
marginados empujados a la mendicidad, a la delincuencia y al bandolerismo. Así el hidalgo ocioso
(Quijote) y el pícaro (Lazarillo, El Buscón) se convirtieron en los arquetipos sociales de la España
del siglo XVII.
El valimiento del conde-duque de Olivares y la crisis de la monarquía
(los proyectos de reforma, las revueltas de Cataluña e Portugal).
La figura del valido es una más complejas ya que su importancia y sus funciones varían en
cada reinado y en cada época. Básicamente es un noble que gobierna en nombre del rey, aunque
carece de título, y su mandato se basa en la cercanía y en la confianza del rey. Esta figura, con
antecedentes en la Edad Media, se desarrolla especialmente en siglo XVII ejemplificado en la figura
de Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares. Su valimiento se desarrolla en reinado
rey Felipe IV (1621 – 65) de 1622 a 1643. El reinado de Felipe IV coincidió con la reanudación de
las guerras en Europa (Guerra de los treinta años y contra las Provincias Unidas) que exigían grandes
sumas de dinero a una Hacienda real en crisis crónica y Olivares se propuso llevar a cabo importantes
reformas que devolvieran el antiguo esplendor a la monarquía hispánica para que pudiese continuar
siendo la principal potencia internacional y así impulsó medidas contra la corrupción como la
Junta Grande de Reformación de 1622 e impulsó medidas de orden económico con el Impuesto
único y de proteccionismo comercial, prohibiendo el comercio textil extranjero. Sin embargo, la
más importante de sus reformas fue la Unión de Armas (1625) que consistía en la constitución de un
ejército de 140.000 hombres sostenido por todos los reinos en función de su población y riqueza
porque hasta entonces el principal esfuerzo financiero y humano para la defensa de la monarquía lo
había efectuado Castilla, ahora exhausta y empobrecida y que no podía seguir soportado. Estas
reformas se inscribían en un plan más amplio que pretendía unificar políticamente el imperio, el Gran
Memorial de 1624, suprimiendo las diferencias forales y repartiendo por igual cargas y beneficios
entre todos los territorios de la corona. El plan buscaba crear una estructura centralizada del Estado,
más fácil de gobernar. Pero su aplicación tanto del Memorial como de la Unión de Armas era casi
imposible, tanto por las dificultades económicas, como por la oposición de los distintos reinos,
celosos de sus prerrogativas forales que culminaron en la sucesión de rebeliones de la década de
1640 (Cataluña, Portugal, Andalucía, Nápoles y Sicilia) que hicieron fracasar la política del conde-
duque de Olivares, quien se retiró del gobierno en 1643 dejando a la monarquía en una grave crisis
de la que no se recuperaría y que junto con las derrotas en Europa pusieron fin a la hegemonía
hispánica. De estas rebeliones destacamos la de Cataluña y la de Portugal
Las relaciones políticas entre Cataluña y Felipe IV no eran cordiales desde el momento en el
que el rey no se había trasladado a Cataluña a jurar sus fueros y privilegios. A esto se añadió la política
centralizadora del conde-duque de Olivares, centrada en la Unión de Armas, y la guerra con Francia
que convirtió a Cataluña en zona de guerra aumentando la tensión que estalló en el alzamiento
campesino y popular de junio de 1640 llamado “Corpus de sangre”, por coincidir con la fecha del
Corpus. Este día centenares de segadores entran en Barcelona donde se amotinan, saqueando la
ciudad, asesinando al virrey y a funcionarios reales. Ante la amenaza de una guerra social la nobleza
decidió ponerse en cabeza de la rebelión tomando la rebelión un carácter político. Olivares optará
por resolver el conflicto por la fuerza, ordenando la ocupación militar de Cataluña por lo que los
catalanes piden ayuda militar a Francia a la que juran fidelidad en enero de 1641. Con la ocupación
militar francesa se reproducirán los mismos problemas que con la castellana, lo que favoreció la causa
de Felipe IV. La rendición de Barcelona en 1652 y la aceptación de la soberanía de Felipe IV tras
firmar los fueros catalanes pusieron fin a la rebelión.
Paralelamente en 1640 se produjo la rebelión de Portugal. Su origen está en no sólo en la
política centralizadora de Olivares sino también en los perjuicios que la integración en la corona
hispánica había generado por las guerras contra los ingleses y holandeses los cuales aprovecharon
para capturar parte de las colonias portuguesas como Indonesia o el Cabo. Así, el rechazo a todo lo
castellano por parte de la nobleza y el pueblo llano iba en aumento con sucesivas revueltas en 1628,
1630 y 1637 que culminan en 1640 con la rebelión definitiva que empieza con el asesinato de Miguel
de Vasconcellos, hombre de confianza de Olivares y la expulsión de la virreina Margarita de Saboya.
Los rebeldes se apoderaron con facilidad de todo Portugal y proclamaron rey al duque de Braganza,
como Juan IV quien, apoyado por Francia e Inglaterra, rechazó los intentos militares de Felipe IV
por recuperar Portugal, cuya independencia fue reconocida con la firma del Tratado de Lisboa de
1668.
Economía y sociedad en la Galicia de los Austrias
(la agricultura y sus transformaciones, la importancia de la pesca en la Galicia litoral,
la estructura social: sociedad rentista y peso de la hidalguía)

La dinastía de los Austria reinara en la monarquía hispánica durante los siglos XVI y XVII englobados
en la Edad Moderna. El papel del Reino de Galicia durante esta época es periférico y secundario integrada
a través de nuevas instituciones como la Real Audiencia del Reino de Galicia, el Gobernador Capitán
General y las Xuntas del Reino de Galicia, institución que desde principios del siglo XVI pasa a ser
considerada como la representación de Galicia al ser la intermediaria entre esta y la Corona.
Desde un punto de vista demográfico Galicia durante los siglos XVI y XVII experimenta un
crecimiento sostenido y constante pero no uniforme porque pasa por varias fases, una de crecimiento en las
décadas centrales del siglo XVI, una de estancamiento desde finales del XVI hasta mediados del siglo XVII y
una última en la segunda mitad de este siglo de recuperación demográfica, asociada a la introducción del maíz,
y a la ausencia de epidemias.
La base económica de Galicia durante esta época estaba claramente basada en las actividades primarias
(agricultura, ganadería y pesca) y en el rural donde vivía el 90% de la población. Durante el siglo XVI la
producción crece, pero más por la intensificación de los cultivos y por el aumento de las tierras trabajadas que
por una mejora en las técnicas que no difieren mucho de las medievales basadas en un pobre policultivo de
subsistencia de bajos rendimientos y donde todavía el barbecho tiene un gran peso; estos cultivos se
complementan con la explotación del monte comunal para ganado y madera. La novedad más importante de
este período se producirá en el siglo XVII con la introducción del maíz a partir de 1630/40 que rompió la
coyuntura negativa del campo gallego iniciada a finales del siglo anterior y que se prolongaba en las primeras
décadas del XVII. Este cultivo americano fue rápidamente adoptado gracias a sus rendimientos agrarios y a su
ciclo vegetativo más corto que permitió un sistema de rotación más avanzado substituyendo al “millo miudo”
(el maíz es “millo gordo” en gallego) reduciendo el barbecho y mejorando la alimentación humana y animal
lo que permite algunas zonas estabularlo. Su introducción empieza en las Rías Bajas gracias a contar con un
clima más benigno y favorable para su cultivo y de aquí se extenderá por el resto del litoral gallego en los años
60 y 70 de este siglo; la consecuencia más significativa será el crecimiento demográfico anteriormente
mencionado.
Dentro de las actividades primarias además de la agricultura en los siglos XVI y hay que destacar la
importancia de la pesca que durante el XVI alcanza un buen desarrollo traducido en un crecimiento
demográfico que permitió a Pontevedra convertirse en la ciudad más poblada de Galicia. A finales del siglo,
sin embargo, se iniciará una importante recesión mantenida a lo largo de todo el siglo XVII como consecuencia
del incremento de la conflictividad de la monarquía. Episodios como la Armada Invencible y la rebelión de
Portugal llevó al incremento de las cargas fiscales, a las reclutas de los marineros y a las dificultades de
navegación al necesitar escolta armada. También fue negativo el frecuente desabastecimiento de sal y el
consecuente aumento del precio de esta. La actividad pesquera se centrará sobre todo en la captura de sardinas
destinadas una buena parte de ella a la exportación (Portugal, Andalucía y el Mediterráneo), complementada
con la pesca de congrios, merluzas y de ballenas en menor medida; los marineros se agrupaban en gremios que
poseían un importante poder social y económico en el litoral gallego.
La sociedad de Galicia en esta época era estamental y eminentemente rural con la nobleza y la Iglesia
como privilegiados (no pagar impuestos, justicia paralela, honores, etc.) y el resto, básicamente campesinos,
eran los no privilegiados sujetos al pago de todas las obligaciones. Un factor determinante en su organización
está en quien es dueño de las tierras y quien percibía las rentas agrarias. También en este caso los favorecidos
son la nobleza y la Iglesia convertidos en rentistas como dueños de la mayor parte de las tierras y de los
derechos jurisdiccionales de las mismas; además la extensión del foro no hizo más que acrecentar la tendencia
rentista de los privilegiados. El foro, de origen medieval, era un contrato agrario de larga duración, tres
generaciones de foreros o la vida de tres reyes y algunos años más e incluso foros perpetuos, firmado entre el
dueño de la tierra y el que afora que se hace cargo de esta a cambio de una renta fija en especie o dinero. La
gran particularidad gallega consiste en que la mayor parte de las tierras productivas de Galicia eran de dominio
eclesiástico y una buena parte de ella estaban arrendadas con el sistema de foros, pero no directamente a los
campesinos sino a la hidalguía (baja nobleza) que como intermediaria luego subforará a los campesinos. Así
la hidalguía, en ausencia de la alta nobleza gallega ocupada en la corte ejerciendo altos cargos, será la clase
dominante enriquecida por el papel intermediario en el sistema foral invirtiendo sus rentas en comprar tierras
o en erigir “pazos” símbolos de su nuevo poder económico y social. Esta peculiaridad de la hidalguía de ser
rentista y no explotar la tierra de manera directa dificultará de manera muy grave la transición agraria de
Galicia desde el Antiguo Régimen al mundo contemporáneo.
Bloque 4: Siglo XVIII
El cambio dinástico y la guerra de Sucesión
(causas de la guerra, bandos en conflicto, la paz de Utrecht)

En 1700 muere Carlos II de Austria dejando como heredero al Duque d´Anjou, Felipe de
Borbón, nieto de Luís XIV de Francia. Felipe fue reconocido como rey en los diversos territorios de
la Monarquía Hispánica. Pero en el resto de Europa la situación no parecía aceptable; los Austrias de
Viena no admiten que la corona pase a un Borbón en tanto en cuanto el archiduque Carlos de Austria,
hijo segundo del emperador de Austria Leopoldo I, podía aspirar al trono hispánico. A esto se suma
que muchos países europeos recelan del poder de los Borbones al reinar al tiempo Francia y España
teniendo en cuenta, además, que Felipe de Borbón podría heredar ambas coronas. Así en septiembre
de 1701 se firmó la Gran Alianza de la Haya entre Inglaterra, Holanda y Austria a la que más tarde
se unirían Prusia, Portugal, Saboya y pequeños estados alemanes con la finalidad de defender la
pretensión del archiduque Carlos al trono hispánico aunque realmente muchos de los aliados
pretendían evitar hegemonía francesa y/o conseguir territorios o ventajas comerciales del vasto
imperio colonial español; el conflicto subsiguiente será conocido como Guerra de Sucesión
Española (1701 – 1713).
La Guerra de Sucesión Española tendrá una doble dimensión: a nivel internacional y en
España. A nivel internacional los combates se generalizaron a partir de 1702 teniendo como
principales teatros de guerra el norte de Italia, Flandes y las colonias de ultramar. Se suceden batallas
que van agotando a los contendientes y así, en 1711, se produce el acontecimiento decisivo con el
fallecimiento del emperador austriaco, José I, sin herederos convirtiendo al archiduque Carlos en su
sucesor. La consecuencia es que su candidatura al trono de la Monarquía hispánica pierde fuerza
porque los restantes países europeos aliados no veían con buenos ojos que los Austria sumasen
demasiado poder en Europa uniendo de nuevo las coronas de Austria y España.
A nivel de España, la Guerra de Sucesión Española se convirtió en una guerra civil que
enfrentó a grupos sociales y a territorios, mezclándose las adscripciones. A nivel territorial, Castilla
optó por mantenerse fiel a Felipe V gracias, sobre todo, al apoyo popular, pero en la Corona de Aragón
las cosas fueron distintas puesto que después de jurarlo como rey decidieron pasarse al bando
“austracista” o del archiduque Carlos sobre todo en Cataluña. Es España la victoria fue clara para
Felipe V sobre todo tras las victorias de Brihuega y Villaviciosa (1710) manteniéndose la resistencia
austracista en Cataluña hasta 1714. Las consecuencias del conflicto fueron trascendentales, ya que
supuso un cambio drástico en la configuración política y administrativa de España con los Decretos
de Nueva Planta.
La paz se consiguió con los tratados de Utrecht (1713) firmado por la mayoría de los
contendientes y Rastadt (1714) cuando se suma a las paces el imperio austríaco. Estos acuerdos
tuvieron una gran importancia en la política internacional del siglo XVIII, pues establecieron un nuevo
sistema de relaciones internacionales basado en el equilibrio entre numerosas grandes potencias. Así
Felipe V fue reconocido rey de España previa renuncia a los derechos a la corona francesa y
compensando al pretendiente Carlos de Habsburgo, ya emperador de Austria con Flandes, Nápoles,
Milán y Cerdeña, a Saboya que recibe Sicilia (que poco después intercambió por Cerdeña con Austria)
e a Inglaterra que obtiene Gibraltar, Menorca, el monopolio del Asiento de negros (contrato para
enviar esclavos africanos) en la América española, y el llamado Navío de permiso para comerciar en
los puertos americanos que convirtieron a Inglaterra en la principal potencia comercial y marítima
del mundo.
Los Decretos de Nueva Planta y sus efectos.

La subida al trono de España de Felipe V de Borbón en 1700, confirmada tras la victoria en la


Guerra de Sucesión (1701-1714), facilitó la aplicación del modelo francés de absolutismo en los
territorios hispánicos. Los Decretos de Nueva Planta son la parte más visible de esa política cuyos
principales objetivos eran lograr que el monarca constituyera la encarnación misma del estado y, para
ello, se buscó el control, la modernización y la racionalización de la administración. Este modelo de
monarquía absoluta, centralista y uniformizadora, surgió en el siglo XVII y encontró su mejor
ejemplo en Francia con el reinado de Luis XIV de Borbón. No obstante, en la propia monarquía
hispánica de los Austrias, asistimos a esos impulsos centralizadores en los reinados de Felipe II y,
sobre todo, de Felipe IV y su valido Olivares siendo buenos ejemplo el Memorial de 1625 y la Unión
de Armas.
Los Decretos de Nueva Planta fueron aplicados en 1707 para Valencia y Aragón, de 1715
para Mallorca y de 1716 para Cataluña y suprimieron los fueros, privilegios, instituciones y leyes de
la Corona de Aragón y su sustitución por la legislación castellana como consecuencia de su apoyo a
la causa de Carlos de Austria durante la Guerra de Sucesión. De esta manera, todo el territorio de la
monarquía española pasaba a tener un sistema de gobierno uniforme, con la sola excepción de Navarra
y las Provincias Vascas, que por su apoyo a Felipe V pudieron conservar sus fueros y, así, asistimos
al nacimiento del reino de España. Por ellos los reinos son convertidos en provincias (Capitanías
Generales) imponiéndose, además, el castellano como idioma oficial y las leyes y cortes de Castilla
como las de España.
La administración de las nuevas demarcaciones provinciales quedó en manos de nuevos
cargos como los capitanes generales con funciones, además de la jefatura militar, administrativas y
judiciales, que sustituyeron a los virreyes, suprimidos salvo en América y en Navarra. Su figura
complementada con los intendentes (de inspiración francesa) establecidos definitivamente en 1749,
y cuyas funciones eran administrativas, judiciales y hacendísticas además de supervisar a los poderes
locales y encargarse del mantenimiento de los ejércitos. También, dentro de este proceso de
transformación, está la implantación en todo el reino de las Reales Audiencias con funciones
judiciales y presididas por el Capitán General; y en las ciudades la extensión de la figura del
Corregidor para el control y subordinación de estas al poder del rey.
La Nueva Planta también tuvieron su repercusión en la administración central en el proceso
de transformación del sistema polisinodial de los Austrias al sistema monosinodial o de gabinete
de los borbones como consecuencia de la desaparición del Consejo de Aragón quedando sólo el de
Castilla, pero con atribuciones reducidas.
La reordenación se extendió al ámbito de la hacienda, aunque no supuso la introducción de
los tributos castellanos significo la implantación de un sistema tributario nuevo estableciéndose una
cantidad para cada reino: Catastro en Cataluña de 1716, en Valencia de 1715, Única Contribución de
1716, en Aragón, y Talla en Mallorca de 1717 basado en cuotas fijas, repartiéndose en función de la
riqueza de los vecinos, que inspiraría el proyecto de única contribución del marqués de la Ensenada
para Castilla. La supresión de las aduanas interiores sería otras de las medidas adoptadas.
No obstante, y pese a esos intentos, el éxito final de la política borbónica es matizable ya que
subsistieron muchos particularismos como los de Navarra y las Provincias Vascas que, por su apoyo
a Felipe V, pudieron conservar sus fueros y como la pervivencia de los señoríos jurisdiccionales en
manos de la nobleza y la Iglesia. También podemos señalar como límite de estas reformas el fracaso
de la reforma hacendista del Marques de la Ensenada y cierta complejidad e irracionalidad
administrativa perceptible en la enorme variedad de tamaño y tipología de provincias, intendencias y
cargos administrativos.
El reformismo borbónico en Galicia
(la matrícula de mar, el arsenal de Ferrol, la apertura del comercio colonial).

La llegada de los borbones en el siglo XVIII significó la implantación del modelo de absolutismo
francés y de una política reformista para conseguir una mayor racionalización, uniformización y
modernización del Estado que afectó a Galicia.
Desde el punto de vista administrativo tuvo como principal novedad la aparición de la
Intendencia del Reino de Galicia que, junto a la Real Audiencia del Reino de Galicia, al Gobernador
Capitán General y las Xuntas del Reino de Galicia, heredadas de la época de los Austria, completaba el
marco administrativo de Galicia.
En la economía la actuación de los borbones se manifestó en el intervencionismo económico,
hasta 1770 bajo el proteccionismo mercantilista y a partir de esa fecha con el libre-cambio. Ejemplos de
este intervencionismo lo encontramos en la construcción de los “caminos reales” durante los reinados de
Fernando VI y Carlos III que potenciaron el comercio interior y lo encontramos, en el comercio exterior
sobre todo colonial, con la concesión en 1764 al puerto de Coruña del servicio de Correos Marítimos
que le permite intercambiar correspondencia y mercancías directamente hacia América y mejorado con la
liberalización del comercio con América en 1778. Otras medidas importantes en este ámbito serán la
creación de la Real Compañía Comercial de Galicia en 1734 y la concesión de Carlos III de un Consulado
Marítimo y Terrestre en 1785 ambas con sede en la Coruña. Por todo ello la ciudad de A Coruña, junto
con Ferrol, se convertirá en la más grande y dinámica de Galicia apoyado en la presencia de una burguesía
comercial asentada gracias al comercio con América que convierte a su puerto en uno de los más activos
de España en el siglo XVIII.
Una de las reformas borbónicas de más impacto en Galicia fue la construcción del Arsenal
de Ferrol. Los Borbones comprendieron la necesidad de una marina eficiente y potente que nace, sobre
todo, de la necesidad de proteger el imperio ultramarino. El año clave es 1726 cuando Ferrol se convierte
en capital del Departamento Marítimo del Norte gracias a la facilidad de su defensa y por sus óptimas
condiciones como puerto. El reducido espacio de la Graña, el original emplazamiento del arsenal y
astillero, obligó, en época de Fernando VI y bajo las directrices del marqués de la Ensenada, a trasladar
el astillero, con asesoramiento de Jorge Juan, a la actual ubicación que entró en pleno funcionamiento en
1756. En 1770 tenía dos diques de carenar, fraguas, serrerías, fábricas, talleres, dársenas de tratamiento
de la madera y una gran dársena lo que generó un gran núcleo industrial y militar del que se alimentó la
comarca y que desarrolló la ciudad para convertirla en la segunda mitad del siglo XVIII en la más poblada
de Galicia pasando de 500 vecinos a 25.000 habitantes mientras construía 73 barcos.
También el sector pesquero sufre profundas transformaciones en el siglo XVIII sobre todo con la
llegada de los negociadores o fomentadores catalanes (15.000) interesados en el negocio de la sardina. Su
llegada e implantación, sobre todo a partir de la década de los setenta, supone la emigración de muchos
pescadores y el declive del sistema gremial tradicional. Uno de los factores que más influye en esta
decadencia es el establecimiento por parte de la administración borbónica de la Matrícula de Mar de
1737 pero efectiva con la ley básica de 1751. La Matrícula de Mar era un registro de la población
dedicada al sector pesquero que nació con la finalidad de garantizar la dotación de los buques de guerra
de la Real Armada ante la escasez de marineros pero que afectó sobre todo a los gallegos ya que los
catalanes por estar matriculados en Cataluña no están obligados al servicio en la Armada en el Atlántico.
Por último, hay que destacar que Galicia, en el siglo XVIII, siguió siendo una región
eminentemente rural puesto que las ciudades son pocas y pequeñas. En este mundo rural encontramos
novedades importantes: la expansión del cultivo del maíz al interior de Galicia y, sobre todo, la
introducción de la patata que permite cuya consecuencia será el extraordinario crecimiento demográfico
gallego (1.300.000 habitantes en 1752 de un total de 9.400.000) que la convierte en una de las regiones
más pobladas de España.
Desde el punto de vista social Galicia siguió teniendo a la hidalguía como grupo dominante
enriquecida por el papel intermediario en el sistema foral. Pero ahora habrá que añadir la figura de los
comerciantes, principalmente vascos, catalanes, maragatos y asturianos, atraídos por las ventajas
comerciales del comercio con América y por el desarrollo de la armada en Ferrol. De ellos destacamos la
figura del asturiano Antonio Raimundo Ibáñez quien puso en marcha el complejo siderometalúrgico de
Sargadelos (1791), para abastecimiento militar y civil.
Las ideas fundamentales del pensamiento ilustrado

La Ilustración surgió en el Reino Unido a finales del siglo XVII, aunque su centro difusor fue
Francia en el siglo XVIII, se creó como una forma de entender el mundo, la existencia y la sociedad,
separada de los preceptos teológicos y del tradicionalismo. Su objetivo era proporcionar instrumentos
culturales y políticos para ser una alternativa a aquellas bases e ilustrar a las sociedades europeas para
que abandonaran definitivamente la ignorancia y la superstición y actuaran según las ideas racionales.
El pensamiento ilustrado careció de una teoría sistemática. Sus ideas procedían de las
aportaciones de diversos autores: Locke, Montesquieu, Rousseau, Voltaire, etc. No obstante, tuvo
unas características doctrinales comunes: El predominio de la razón como instrumento para alcanzar
la verdad, frente a la revelación, la tradición, etc. La utilización de la crítica y la libertad para
rechazar lo opuesto a la razón. La concepción de la tolerancia religiosa como una manifestación de
la libertad y la pluralidad humanas. El interés por las actividades productivas y la mejora de las
condiciones de vida, como un medio de conseguir la felicidad. La valoración de la educación para
lograr la felicidad y difundir la razón. El proceso educativo debía ser dirigido por el Estado.
El pensamiento ilustrado no era revolucionario, ya que no cuestionaba de forma explícita el
orden social existente. Sin embargo, se oponía a los privilegios y a la desigualdad legal, aunque
admitía la desigualdad económica y la existencia de una aristocracia de mérito.
La Ilustración española hunde sus raíces a finales del siglo XVII, con el movimiento de los
novatores un grupo de científicos, médicos y humanistas que mostraron su preocupación por el atraso
científico español y por el predominio del escolasticismo en las universidades. Ya en el siglo XVIII
la Ilustración se difundió a través de nuevas instituciones como las academias (como la Real
Academia de la Lengua de 1713) y las Sociedades Económicas de Amigos del País que reunían a
grupos de ilustrados que tenían como objetivo desarrollar la economía de sus provincias y fomentar
la educación técnica de artesanos y campesinos. Bajo el reinado de Carlos III se produjo la eclosión
de la más amplia generación ilustrada española, aunque sin cuestionar el Antiguo Régimen. Entre las
figuras ilustradas españolas podemos destacar a Campomanes, el conde de Aranda y Floridablanca
y a científicos como Jorge Juan en astronomía y escritores como Moratín.
La ilustración en Galicia irrumpió con gran dinamismo en la segunda mitad del siglo XVIII
caracterizado por las ideas y preocupaciones similares a las de los ilustrados españoles, pero, además,
mostraron su preocupación por la situación del gallego y de la cultura en Galicia siendo la primera
toma de conciencia de la realidad diferente de Galicia que se manifestó claramente en sus obras. Los
principales ilustrados gallegos fueron Benito Jerónimo Feijo, Martín Sarmiento, Francisco de
Castro, José Cornide, Lucas Labrada, etc.

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