Está en la página 1de 4

1.1. Sociedad y economía en el Paleolítico y Neolítico.

La pintura rupestre

Un solo yacimiento, el de Atapuerca en la Sierra de Burgos, alberga ya la secuencia completa de la evolución


humana en Europa. En la Gran Dolina se ha documentado la presencia del Homo antecessor (más de un
millón de años) con pruebas de canibalismo no ritual, y en la Sima de los Huesos, los restos de Homo
heidelbergensis de 400.000 años de antigüedad. Estos homínidos se corresponden con el Paleolítico Inferior
y desarrollaron la cultura Achelense con una industria lítica representada por el bifaz. El Paleolítico Medio se
asocia con los neandertales (120.000-35.000 a.C.) de gran corpulencia física y desarrollo cerebral, y a la
cultura Musteriense (Sidrón, Cova Negra) con instrumentos líticos más variados y especializados, viven en
cuevas adaptándose al clima de la glaciación y practican los primeros enterramientos (ritual funerario infantil
en el yacimiento de Pinilla del Valle descubiertos en 2015). Su evolución no alcanza al hombre moderno o
Homo sapiens, con el que llegó a convivir, que procede de otra oleada migratoria procedente de África que
desplazó en todo el mundo a los pobladores previos y que se asocia con el Paleolítico Superior (35.000-8000
a.C.) con una industria lítica y ósea muy sofisticada como los arpones y propulsores, lo que les permitió un
aprovechamiento más efectivo del territorio y una dieta más diversificada que produjo un aumento de la
población. Estos primeros pobladores peninsulares del Paleolítico eran cazadores-recolectores, nómadas que
se desplazaban siguiendo los movimientos de los rebaños, vivían en pequeños grupos sin una clara división
del trabajo o jerarquización social.

Tras el Mesolítico (9000-6000 a.C.), en el VI milenio comienza en la Península el Neolítico, procedente del
Próximo Oriente, en el que la sociedad y economía se transforma de depredadora en productora de
alimentos mediante la agricultura y la ganadería y con ellas la sedentarización, produciéndose la división
del trabajo y la aparición de diferencias sociales. Prueba de estas actividades son instrumentos como la hoz, la
azada, el molino de mano y la cerámica, esencial para la conservación y cocción de alimentos. La primera fase
del Neolítico se relaciona con la cultura de la cerámica cardial en el Levante y Andalucía (Cova de l´Or),
mientras que la segunda fase fue de expansión en el resto de la Península, desde el IV milenio a.C, momento
en que se desarrolla en Cataluña la cultura de los sepulcros de fosa, tumbas individuales con ajuar, cubiertas
con grandes losas.

En la pintura rupestre sobresalen las pinturas del magdaleniense de las cuevas del cantábrico (Altamira, El
Castillo, Tito Bustillo) que representan animales aislados y superpuestos de distintas especies, tratadas con
policromía y gran realismo, interpretadas como mágicas propiciatorias de la caza o de simbolismo sexual; y la
pintura de cronología neolítica ubicada en abrigos rocosos del Levante que representa escenas con
movimiento de figuras humanas muy estilizadas y monócromas (Valltorta, Cogul). A finales del Neolítico, el
uso de los metales y el megalitismo suponen un avance decisivo en el desarrollo cultural.
1.2 Pueblos prerromanos. Colonizaciones históricas. Tartesos

A lo largo del primer milenio a.C., durante la Edad del Hierro, la Península Ibérica ofrece diferentes áreas
culturales explicables por la geografía, el sustrato étnico y los influjos recibidos. A la zona meridional,
influida por los colonizadores, corresponde el reino tartésico del Bajo Guadalquivir (s. VIII –VI a.C.), de
gran riqueza minera y desarrollo agrícola y comercial que configura el mundo orientalizante (tesoro de
Carambolo y Aliseda).

Desde el siglo V a.C. se desarrolla la cultura ibérica desde el Rosellón a Andalucía, dividida en pueblos
(turdetanos, edetanos, contestanos, ilergetes, oretanos…) en el que su relativa homogeneidad se justifica por
interrelaciones internas, actuando el influjo griego como elemento unificador y en el que emerge una
aristocracia urbana que impulsó la escritura, el comercio, la metalurgia y formas artísticas originales como la
escultura monumental (Damas de Elche y Baza o Pozo Moro) y la cerámica pintada, dominando poblaciones
fortificadas tipo oppidum que constituían centros jerarquizados de control del territorio circundante.

Del Sistema Ibérico al Atlántico se encuentra la cultura céltica, entre los que podemos destacar pueblos
como los galaicos con poblados de viviendas circulares (citanias) situados en puntos estratégicos ligados a
redes de intercambio de metal; los vacceos de Tierra de Campos que mantienen una economía agraria de tipo
colectivo; los vetones, asentados en la zona occidental de la meseta que desarrollan la cultura de los verracos
relacionada con cultos ganaderos; los lusitanos con estructura pastoril primitiva y grupos de guerreros
dedicados al pillaje como forma de vida; los celtíberos en la zona de las altas tierras del Sistema Ibérico y
Meseta oriental favorables al pastoreo ovino trashumante que dio lugar a una sociedad jerarquizada de
guerreros-pastores que se entierran con panoplia de armas de hierro en necrópolis de incineración y habitan en
castros fortificados (Numancia) desde los que controlan pequeños territorios que explotan de forma
comunitaria. Finalmente, quedan las regiones más montañosas y apartadas de la zona cántabro-pirenaica, con
escaso poblamiento, que mantuvieron formas de vida más atrasadas y refractarias al mundo urbano (astures,
cántabros, vascones).

Desde el siglo VIII a.C. pueblos del Mediterráneo oriental iniciaron su navegación hacia occidente atraídos
por la riqueza en metales de la península y establecieron las primeras colonias en la costa levantina con
predominio de los griegos focenses en el norte (Ampurias, Rosas) y del sur para los fenicios (Cádiz,
Almuñecar). A cambio de tejidos, perfumes y objetos manufacturados los indígenas entregaban metales y
cereales. Con la llegada de estos pueblos se introdujeron nuevos elementos técnicos y económicos, entre los
que cabe señalar el uso del hierro, el torno de alfarero, la intensificación de explotaciones mineras e industrias
(salazón de pescado), cultivos (olivo y vid), uso de la moneda y de la escritura y la asimilación y desarrollo de
nuevas ideas políticas, religiosas y artísticas. Paralelamente hay que valorar la modificación de la estructura
social de las culturas indígenas con las que entraron en contacto con la aparición de jerarquías estables,
como la monarquía tartésica y territorios organizados cada vez más amplios, lo que supone la formación de
los primeros estados.
La acción colonizadora cartaginesa, heredera directa de los fenicios, fue sobre todo, salvo la ocupación de
Ibiza en el siglo V, consecuencia de su enfrentamiento con Roma en las guerras púnicas en el siglo III a.C.
1.3. Conquista y romanización de la Península Ibérica. Principales aportaciones romanas en los
ámbitos social económico y cultural

La conquista romana de la Península Ibérica se realizó en diversas etapas: en la primera, como consecuencia
de la II Guerra Púnica (h. 200 a.C.),se expulsa a los cartagineses y se domina la costa mediterránea y el sur
peninsular. La conquista de la meseta (mediados del siglo II a.C.) supuso un feroz enfrentamiento con los
pueblos lusitanos (Viriato) y celtíberos (Numancia). La Península fue escenario de la guerras civiles del final
de la República y la última etapa tuvo lugar en tiempos de Augusto (fines del s. I a.C.) cuando fueron
sometidas las belicosas tribus de cántabros y astures.
Tras finalizar la conquista de la Península, Augusto la dividió en tres provincias: la Bética con capital en
Córdoba, la Tarraconense con capital en Tarraco, y la Lusitania, con capital en Emerita Augusta. En el Bajo
Imperio se crearon nuevas provincias: la Carthaginensis, la Gallaecia y la Balearica. Al frente de estas
provincias se hallaba un gobernador.

La romanización consistió en la asimilación gradual por parte de las heterogéneas comunidades indígenas de
los elementos culturales y estructuras sociales, económicas y administrativas del mundo romano. Se trata de
un largo proceso de aculturación que no fue homogéneo ni en el tiempo (comenzó con la conquista y se
intensificó con la paz imperial) ni en el espacio (fue más acentuado en el litoral mediterráneo y en el sur y
más leve en el interior y el norte). Los factores de romanización fueron: la presencia de funcionarios,
comerciantes y soldados romanos; el latín como vehículo conceptual y unificador, la construcción de obras
públicas y calzadas; el reparto de tierras; la concesión del derecho de ciudadanía y la fundación de ciudades
(colonias y municipios) que seguían el modelo de la propia Roma, tanto en el esquema urbanístico, que
combina lo funcional con lo monumental, como en las instituciones de autogobierno.

En el plano económico Roma potenció la economía peninsular al margen de las economías locales aisladas
con tres pilares básicos: la explotación intensiva de las minas y de la tríada mediterránea, la exportación de
aceite y vino y la difusión de la moneda. En el plano social se genera un organización jerárquica en el que la
riqueza y el estatus jurídico (ciudadano romano, latino, peregrino, liberto, colono, esclavo) determinan la
estructura de la sociedad y las relaciones sociales que permiten la progresiva promoción de las aristocracias
locales a la elite imperial, conformada por caballeros y senadores, sobre la base del derecho a la propiedad
privada y del sistema familiar patriarcal.

Su legado cultural ha sido determinante en la historia de España, desde la primera unidad política al mismo
nombre de España (Hispania), el latín como origen de las lenguas romances, el derecho base aún de nuestro
ordenamiento jurídico y la herencia cristiana. En lengua latina surgieron intelectuales de la talla de Séneca,
Columela, Lucano, Marcial o Quintiliano. Es impresionante el legado arquitectónico, en buena parte muy
bien conservado: acueductos (Segovia), puentes (Alcántara), murallas (Lugo), anfiteatros (itálica), circos
(Tarragona), teatros (Mérida, Sagunto), arcos conmemorativos (Medinaceli), templos (Vic); además de
ciudades y villas con gran riqueza de mosaicos y otras obras de arte (Clunia, Segóbriga, Itálica, La Olmeda,
etc.).
1.4. El Reino visigodo. Origen y organización política. Los concilios

A comienzos del siglo V la crisis interna del Imperio romano se agravó por la entrada en la península ibérica
de los pueblos germanos suevos, vándalos y alanos. Las autoridades romanas establecieron un foedus con
los visigodos por los que éstos se asentarían en el sur de la Galia a cambio de contribuir a la defensa de
Hispania, Crearon un primer reino visigodo con capital en Tolosa del que fueron desplazados por los francos
tras la batalla de Vouillé (507) y establecieron en Hispania un reino independiente con capital en Toledo
hasta el año 711.

Los visigodos pretendieron crear en Hispania un estado centralizado continuador del poder romano, a cuya
cabeza estaba el rey que gozaba de amplios poderes. En origen era una realeza militar electiva y vitalicia que
para reforzar su prestigio adoptó atributos y ceremonial de los emperadores y la “unción regia” que recibía de
los obispos les confería un cierto carácter sagrado; los intentos de convertirla en una monarquía hereditaria
provocó enfrentamientos armados con parte de la nobleza. El organismo que asesoraba a los reyes en sus
funciones de gobierno era el Aula Regia, formada por altos funcionarios, aristócratas y clérigos, los magnates
de mayor confianza integraban el Officium palatinum. Los Concilios de Toledo eran asambleas de carácter
religioso y político, supremo poder legislativo y tribunal superior; las disposiciones conciliares no eran leyes
por sí mismas, pero recibían la sanción regia y formaban parte de los códigos. Los visigodos respetaron la
división romana en cinco provincias que pasan a llamarse ducados, a cuyo frente se sitúa el Dux, mientras los
viejos municipios romanos fueron sustituidos por distritos de carácter rural gobernados por el Comes.

La monarquía visigoda construyó su dominio sobre la Península a partir de un proceso de unificación


territorial, política, religiosa y jurídica, promoviendo la fusión entre visigodos e hispanorromanos. Leovigildo
derogó la prohibición de matrimonios mixtos, dominó el reino suevo de la Gallaecia y redujo el territorio
ocupado por los bizantinos. Su hijo Recaredo consiguió la unidad en torno al catolicismo con su conversión
en el Tercer Concilio de Toledo (589) acabando con la herejía arriana. La unidad jurídica se logró tras la
promulgación por Recesvinto del Liber Iudiciorum o Fuero Juzgo (654).

En el ámbito cultural el estado visigodo fue continuador de la tradición latina e imperial. Entre los escritores
destacan eclesiásticos como Isidoro de Sevilla que en las Etimologías dejó una recopilación enciclopédica de
todas las ramas del saber que tuvo una enorme influencia en la Europa medieval. El arte visigodo constituye
un ejemplo fundamental del prerrománico europeo destacando la orfebrería (Tesoro de Guarrazar) y las
iglesias de muros de sillería, abovedadas con uso de arco de herradura (San Juan de Baños, San Pedro de la
Nave, Santa Comba de Bande).

También podría gustarte