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La meta de la terapia es ayudar a las personas a superar la crisis, e ingresen en una nueva etapa de
la vida familiar. Esto puede llevar a concluir a algunos clínicos que se trata de adaptarlos a sus
familias o la sociedad. Esto descuida el hecho de que la liberta y el crecimiento de una persona
están determinados por su participación exitosa en su grupo natural y en el desarrollo de este. Hay
dos maneras de adaptar a una persona a su situación sin producir un cambio en el sentido del
crecimiento:
Habitualmente los síntomas aparecen cuando alguien está en una situación imposible y procura
salir de ella. En una época se pensaba que centrarse en los síntomas llevaba a un alivio de estos,
los clínicos ignoraban que es imposible curar un síntoma sin que se produzca un cambio básico en
la situación social de la persona, una modificación que le permita liberarse a fin de crecer y
evolucionar.
El ciclo de la familia: Los seres humanos comparten con otras criaturas los procesos evolutivos del
galanteo, el apareamiento, la construcción del nido, la crianza de los hijos y la mudanza de la
descendencia para iniciar una vida propia. Pero debido a que los seres humanos tenemos una
organización social más compleja, los problemas que surgen durante el ciclo vital familiar son
únicos de la especie. Una diferencia crucial entre el hombre y todos los demás animales, es que el
hombre es el único con parientes políticos. En cada etapa del a vida humana esta involucrada una
familia extensa, mientras que en las otras especies hay discontinuidad en las generaciones, ya que
los hijos se alejan y eligen compañero o compañera sin asistencia de sus mayores. El matrimonio
no es meramente la unión de dos personas, sino la conjunción de dos familias que ejercen su
influencia y crean una compleja red de subsistemas.
Se trata de un problema de destete, y este ultimo no es completo, hasta que el chico abandona el
hogar, y establece vínculos íntimos fuera de la familia. El prolongado periodo de crianza que
requiere el desarrollo humano, quizá induzca al joven a no abandonar el hogar. Los padres pueden
soltar a los hijos, pero también retenerlos perpetuamente en la familia y esto convierte a muchos
jóvenes en gente periférica.
Para muchos adolescentes la ayuda de un terapeuta facilita la salida la salida de su cerrada
organización familiar y el ingreso en un matrimonio y una familia propia. La terapia, si logra el
éxito, reubica al joven en una vida en la que puede desarrollar al máximo sus aptitudes
potenciales. Cuando no es exitosa el sujeto se convierte en una figura periférica. No hay un único
método terapéutico adecuado para jóvenes con problemas. Cada individuo esta en un contexto
que le es singular, y la terapia debe ser suficientemente flexible como para adaptarse a las
necesidades de la situación particular. El psicólogo clínico que opera con jóvenes debe tener la
sabiduría necesaria para ser un guía sin que ello implique adaptar a estos a una idea suya
estereotipada de como deberían ser.
Lo difícil para el clínico es determinar cuales son las restricciones que impiden al joven alcanzar
una vida más compleja e interesante y esto a menudo es imposible si el clínico no se reúne con
toda la familia.
El matrimonio: aunque el acto simbólico de contraer matrimonio tiene un significado diferente ara
cada uno, es ante todo un acuerdo de la joven pareja que se compromete de por vida. En estas
épocas donde divorciarse es fácil quizá entre con reservas o a amanera de ensayo. A medida que
van elaborando una relación mutua la joven pareja también debe diseñar modos de encarar los
desacuerdos. Con el tiempo las áreas de desacuerdo que son evitadas se van ampliando y los
miembros de la pareja se descubren una y otra vez al borde de una palea. Frecuentemente las
peleas asustan y la pareja hace las paces y votos para no volver a pelear nunca más. En el
transcurso de este proceso elabora modos de resolver desacuerdos y dejar las cosas en claro.
La mayoría de las decisiones que hace una parte no solo esta influenciado por lo que aprendió
cada uno de su familia de origen sino por las intrincadas alianzas con sus respectivos padres. La
pareja es necesario que desarrolle una relación con sus padres más adulta de lo contrario pueden
quedar atrapados en conflictos con las familias y posiblemente aparezcan los síntomas.
El nacimiento de los hijos: una pareja que durante el primer periodo marital ha desarrollado un
modo afectuoso de convivencia se encuentra con que el nacimiento de un nuevo miembro plantea
otros desafíos y desestabiliza los anteriores. Para muchas parejas es este un periodo de
expectativas mutuas y de actitud de bienvenida, pero para otras es un lapso penoso que adopta
diferentes formas.
Cuando surge un problema durante este periodo no es fácil determinar la causa, porque en el
sistema familiar son muchos los ordenamientos establecidos que se revisan con la llegada de un
hijo. Con el nacimiento de un niño, están automáticamente en un triángulo. Es posible que se
desarrolle un nuevo tipo de celos cuando un miembro de la pareja siente que el otro está más
apegado al niño que a él o a ella. Muchas de las cuestiones que enfrentan la pareja empiezan a ser
tratadas a través del hijo, el niño se convierte en chivo emisario y en excusa para los nuevos
problemas y para los viejos aun no resueltos.
En muchos casos, el casamiento se precipita debido a un embarazo, y la joven pareja nunca tiene
la experiencia de vivir de a dos. El matrimonio comienza como un triángulo y sigue así hasta que
los hijos dejan el hogar. Con el nacimiento de un hijo, la joven pareja queda más distanciada de sus
familias y más enredada en el sistema familiar. El niño los introduce más en la red total de
parientes, en cuanto se modifica la índole de los viejos vínculos y se forman otros nuevos.
Si un matrimonio joven sobrevive al nacimiento de los hijos, durante un periodo de años ambos
están muy ocupados en el cuidado de los pequeños. Cada nacimiento modifica la situación y hace
surgir tanto cuestiones nuevas como viejas. Para las mujeres, el ser madres es algo que ellas
anticipan como una forma de autorrealización. Pero el cuidado de los niños puede ser una fuente
de frustración personal. El marido habitualmente puede participar con adultos en su mundo de
trabajo y disfrutar de los niños como una dimensión adicional de su vida. Para la mujer el anhelo
de una mayor participación en el mundo adulto para el que se preparó puede hacerla sentir
insatisfecha y envidiosa de las actividades de su marido. El matrimonio puede desgastarse en la
medida en que la esposa requiere más ayuda de su marido en la crianza de los niños y más
actividades adultas, mientras él se siente fatigado por su mujer e hijos y estorbado en su trabajo.
A pesar de las dificultades que se producen por los niños pequeños, el periodo más común de
crisis es cuando los hijos empiezan la escolaridad. El problema más habitual es que un progenitor,
generalmente la madre, se alíe sistemáticamente con un hijo en contra del otro; ella protestara
porque él es demasiado duro con el chico, mientras él lo hará porque ella es demasiado blanda. El
triángulo puede darse aun cuando los padres estén divorciados, ya que el divorcio legal no
modifica necesariamente este tipo de problemas.
El periodo intermedio: las dificultades iniciales que experimentó la pareja se han resuelto con el
paso del tiempo, el enfoque de la vida ha madurado. Es un periodo en el que la relación
matrimonial se profundiza y amplia, y se han forjado relaciones estables con la familia extensa y
con un círculo de amigos. La difícil crianza de niños pequeños ha quedado atrás, y ha sido
reemplazada por el placer compartido de presenciar como los hijos crecen y se desarrollan.
Para cuando llegan estos años medios, la pareja ha atravesado muchos conflictos y ha elaborado
modos de interacción bastante rígidos y repetitivos. Han mantenido la estabilidad de la familia por
medio de complicadas pautas de intercambio para resolver problemas y para evitar resolverlos.
Las pautas previas pueden resultar inadecuadas, y tal vez surjan crisis. Los años medios quizás
obliguen a una pareja a decidir si seguirán juntos o tomaran caminos separados.
Los padres comprenden que los hijos terminaran por irse del todo, y entonces ellos quedaran solos
y frente a frente. Al ver aproximarse el momento en que estos se marcharan, entran en un estado
de turbulencia conyugal. La resolución de un problema conyugal en la etapa media del matrimonio
suele ser más difícil que en los primeros años.
Cuando el hijo y los padres no toleran la separación, es posible interrumpirla si algo anda mal en el
chico. Al desarrollar un problema que lo incapacita socialmente, el hijo permanece dentro del
sistema familiar. Entonces los padres siguen compartiendo al hijo como fuente de preocupación y
desacuerdo.
El retiro de la vida activa y la vejez: una pareja puede llegar a un periodo de relativa armonía que
puede subsistir durante la jubilación del marido. El retiro puede complicar su problema, pues se
hallan frente a frente 24 horas al día. No es raro que la esposa desarrolle algún síntoma
incapacitante, el terapeuta debe centrarse en facilitar a la pareja el acceso a una relación más
afectuosa. En esta etapa la familia debe enfrentar el difícil problema de cuidar de la persona
mayor o enviarla a un hogar donde otros la cuidan. Este también es un punto crítico, que no suele
ser de fácil manejo.