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8. El destete de los padres.

Víctor Villalba

El capítulo inicia dando un panorama sobre las diferencias en las intervenciones


entre terapeutas como Mesmer y Freud, al momento de realizar una separación de
los hijos con sus padres, enfocándose solamente en el/la paciente, lo que lleva a
una recaída del mismo.

Por otro lado, las intervenciones de Erickson que, aunque algo inusuales, sus
métodos buscan resolver los problemas del desenganche y reenganche de la gente
joven con sus padres centrándose en el sistema familiar más que en el paciente
identificado en sí, lo que mostraba mayor eficacia a largo plazo y permitían superar
las crisis del ciclo vital familiar.

Todo esto se da ya que parece que toda familia ingresa en


un período de crisis cuando los hijos/as comienzan a
irse, y las consecuencias son variadas.

Frecuentemente, el matrimonio entra en estado de


turbulencia, que cede progresivamente a medida que los hijos se van y los padres
elaboran una nueva relación como pareja. Logran resolver sus conflictos y se las
arreglan para permitir que los hijos tengan sus propias parejas y carreras, haciendo
la transición a la condición de abuelos. En las familias donde sólo hay un progenitor,
la pérdida de un hijo puede sentirse como el comienzo de una vejez solitaria, pero
es necesario sobrevivir a la pérdida y encontrar nuevos intereses.

En algunos casos, el que los padres superen este período como parte del proceso
normal depende hasta cierto punto de cómo intervenga una ayuda externa en
ese momento crucial, en este caso, LA TERAPIA <3.

En muchas culturas, el destete de niños y padres recibe la asistencia de una


ceremonia que define al niño como un flamante adulto, por ejemplo, en la India.
Estos ritos de iniciación otorgan al niño un nuevo status y requieren de los padres
que de ahí en más lo traten de otro modo. En la clase media norteamericana no
existe una demarcación tan clara; la cultura no tiene medios para anunciar que el
adolescente es ahora un adulto individualizado. En la cultura latinoamericana, este
fenómeno se ve más marcado aún, ya que los hijos e hijas siguen viviendo con sus
respectivos padres y familias, retrasando el inevitable (o no) “destete”.

A veces, la turbulencia entre los padres sobreviene cuando el hijo mayor deja el
hogar, mientras que en otras familias la perturbación parece empeorar
progresivamente a medida que se van yendo los hijos, y en otras cuando está por
marcharse el menor. En tales casos, el hijo en cuestión ha tenido, por lo general,
una especial importancia en el matrimonio. Puede haber sido el hijo a través del

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8. El destete de los padres.
Víctor Villalba

cual los padres hicieron pasar la mayor parte de su comunicación mutua, o por el
cual se sintieron más abrumados o se unieron en un común cuidado y
preocupación. Una dificultad marital que puede emerger en esta época es que los
padres se encuentren sin nada que decirse ni compartir. Durante años no han
conversado de nada, excepto de los niños. A veces la pareja empieza a disputar en
torno de las mismas cuestiones por las que disputaban antes de que llegaran los
hijos. Puesto que estas cuestiones no se resolvieron sino simplemente se dejaron
de lado con la llegada de los niños, ahora resurgen. Con frecuencia el conflicto lleva
a la separación o el divorcio.

Cuando el hijo y los padres no toleran la separación, es posible abortar una


amenaza en tal sentido si algo anda mal en el chico. Al desarrollar un problema
que lo incapacita socialmente, el hijo permanece dentro del sistema familiar.
Entonces los padres siguen compartiendo al hijo como fuente de preocupación y
desacuerdo, y consideran innecesario interactuar entre ellos sin el hijo. Éste tal vez
continúe participando en una pelea triangular con sus padres, mientras les ofrece
(y se la ofrece a sí mismo) su “enfermedad mental” como una excusa para todas las
dificultades. Cuando los padres llevan a la consulta a un adolescente definido como
problema, el terapeuta puede centrarse en él y ponerlo en tratamiento individual, y
hospitalizarlo. En tal caso, los padres parecen más normales y preocupados, y el
hijo manifiesta conductas más extremas. Lo que, en realidad, está haciendo el
experto es cristalizar a la familia en esta etapa de su desarrollo, rotulando y tratando
al hijo como “el paciente”. De ese modo los padres no necesitan resolver su mutuo
conflicto y pasar a la siguiente etapa matrimonial, y el hijo no tiene que avanzar
hacia las relaciones íntimas fuera de la familia. Una vez establecido este
ordenamiento, la situación se estabiliza hasta que el hijo mejora. Si este se hace
más normal e intenta seriamente casarse o mantenerse por sus propios medios, la
familia entra nuevamente en la etapa del abandono del hogar por parte del hijo, y
así resurgen el conflicto, y por ende, la respuesta de los padres a esta nueva crisis
es retirar al hijo del tratamiento, o rehospitalizarlo. Por ello, como se dijo al
principio, la meta del terapeuta de familia a quien le ofrecen un adolescente como
caso no debe ver el problema de éste, sino en la situación familiar global.

Si el terapeuta facilita la salida del chico de la familia y resuelve los conflictos que
surgieron en torno de la separación, el hijo abandona sus síntomas y queda en
libertad de desarrollarse a su manera. Cuando el joven abandona el hogar y
comienza a establecer una familia propia, sus padres deben transitar ese cambio
fundamental de la vida al que se llama “convertirse en abuelos”.

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