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TEMA 10: LA AGRESIÓN

La agresión es una capacidad y una tendencia que todos los seres humanos poseemos. El
que la manifestemos en mayor o en menor medida depende de múltiples factores.
La psicología social entiende la agresión como un problema social que se produce en la
interacción entre individuos y entre grupos. Se da en múltiples formas y contextos: bullying,
mobbing, maltrato doméstico, bandas violentas, terrorismo, agresión institucional,
ostracismo, pero también calumnias, “zancadillas”, negación de ayuda…
El comportamiento agresivo es un aspecto del ser humano normal, que existe porque tuvo
un valor adaptativo para la supervivencia. Probablemente este campo de estudio sea el que
más ha contribuido a popularizar la psicología social. Los estudios más conocidos de esta
disciplina son: el de Milgram, sobre la obediencia ciega a la autoridad (Tema 7), el de
Sherif sobre conflicto intergrupal en unos campamentos de verano (Tema 13), y el de
Zimbardo sobre simulación de una prisión en la Universidad de Stanford (lecturas
recomendadas).
Obtener medidas de comportamientos agresivos plantea muchos problemas a los
investigadores, normalmente de tipo ético: no es aceptable crear situaciones experimentales
en las que se dé a los participantes la oportunidad de infligir un daño real a otra persona.
Por eso, se crean simulacros que permiten estudiar dicho comportamiento de forma inocua,
y después se comparan los resultados con otros obtenidos a partir de la observación de
situaciones reales. Pero también el estudio de la agresión en contextos naturales plantea
problemas, porque muchos actos de agresión son difíciles de encontrar en la vida cotidiana.
Partiendo de estas limitaciones, los estudios de agresión se basan, fundamentalmente,
en la observación de la conducta, ya sea en el laboratorio o en ambientes naturales en la
recogida de informes sobre pensamientos, sentimientos y conductas agresivas (de los
propios implicados o de personas que los conocen) y en el empleo de registros oficiales,
como estadísticas y datos de archivo.

¿QUÉ SE ENTIENDE EN PSICOLOGÍA SOCIAL POR AGRESIÓN?

La definición más consensuada es la de Baron y Richardson (1994): agresión es cualquier


forma de conducta realizada con la intención de hacer daño a otra persona (o grupo) que
quiere evitarlo.
- La conducta agresiva se caracteriza por la motivación que impulsa (a hacer daño a
otro), no por sus consecuencias. Esto quiere decir que, aunque el daño realmente no
llegue a producirse, si la acción se ha llevado a cabo con esa intención, es un acto
agresivo. Y, por el mismo razonamiento, si el que realiza la acción no tenía intención
de hacer daño, aunque el resultado sea perjudicial para el otro, no se consideraría
agresión.
- Pero no es suficiente la intención del actor para que una acción se considere
agresiva. Al ser un procedimiento interpersonal (o bien grupal o intergrupal), el punto
de vista de la víctima también es decisivo. Sólo si este quiere evitar dicha acción
intencionada del otro hablaríamos de agresión. Esto excluye situaciones en las que
el daño se produce con el consentimiento de la víctima, como ocurre en los
tratamientos médicos dolorosos en las prácticas sexuales sadomasoquistas, por
ejemplo.
- Es importante distinguirlo de “conducta antisocial”, “violencia” y “maldad”.
● Conducta antisocial: término más general; se refiere a todos aquellos
comportamientos que violan las normas sociales sobre lo que se considera
una conducta apropiada (DeWall y Anderson, 2011). Incluye acciones que
no son realizadas con la intención de hacer daño a otras personas, como por
ejemplo, los actos vandálicos o arrojar desperdicios en lugares públicos no
destinados para ello.
● Violencia: término más concreto; se refiere a las formas más graves de
agresión física o no física (psicológica o emocional) que buscan controlar,
castigar o incluso destruir a las personas. Todos los actos violentos son
agresivos (si la víctima no los acepta), pero no toda conducta agresiva tiene
porque ser violenta.
● En cuanto a la maldad, cada vez mayor porcentaje de investigadores centran
su atención en ella (p.e., Bandura, 1999; Baumeister, 2000; Berkowitz,
1999; Darley, 1992; Miller, 2004; Zimbardo, 2007). Existen diferentes
definiciones del concepto, pero los elementos esenciales de los actos de
maldad son su carácter cruel y extremadamente dañino y el tratarse de
acciones (u omisiones) injustificadas, al menos desde el punto de vista de
la víctima. Como ocurriría en el caso de la violencia, la maldad siempre
implica agresión, pero no toda agresión debe considerarse un acto de
maldad.
La conducta agresiva puede adoptar múltiples formas, podemos agredir directa o
indirectamente, abierta o encubiertamente, de palabra, obra u omisión (Cuadro)

Algunas formas que puede adoptar la conducta agresiva humana*

Tipo de conducta Descripción Ejemplos


Física Con el cuerpo Golpear o disparar a alguien
Verbal Con palabras Gritar o insultar a alguien
Psicológica Daño a la autoestima Humillar a alguien
Relacional Daño a las relaciones Extender rumores negativos
sociales sobre alguien a sus espaldas
Directa En contacto directo con Dar un puñetazo a alguien
la víctima
Indirecta Sin contacto directo con Encargar a alguien que agreda a
la víctima otro por nosotros
Manifiesta Abiertamente Dejar en ridículo a alguien por
delante de otros
Encubierta El agresor oculta su iden- Enviar anónimos amenazantes
tidad. a alguien.
Acción El agresor actúa infligiendo Obligar a alguien a hacer algo
daño por la fuerza.
Omisión El agresor se niega a ayudar Negarse a defender a alguien
injustamente criticado.
*En este cuadro sólo se recogen los tipos más representativos de conducta agresiva. Estos
tipos no son excluyentes entre sí. Por ejemplo, extender rumores negativos sobre alguien a
sus espaldas es un ejemplo de agresión relacional, pero también verbal, indirecta y, muchas
veces, encubierta.
Lo que más interés ha despertado es la agresión relacional, por las consecuencias que
tiene para la víctima. Es un daño intencionado a las relaciones sociales de otra persona, a
sus sentimientos de aceptación y de inclusión. Produce en la víctima dolor social, con
efectos más duraderos y nocivos que el dolor físico.
Hay una distinción clásica en el estudio de la conducta agresiva que hace referencia a su
función y a los motivos que la impulsan -> la que se establece entre agresión hostil y
agresión instrumental.
- Agresión hostil: es impulsiva, va acompañada de fuerte carga emocional, y está
motivada por el objetivo de hacer daño. Se produce como reacción a una
provocación, por eso se llama también “agresión reactiva”.
- Agresión instrumental o proactiva: es fría, premeditada, no está motivada por el
deseo de hacer daño sino por otra meta. La agresión no es más que un medio.
Aunque se hace esta distinción, ambas están muy relacionadas y muchas veces se
mezclan.

LAS RAÍCES BIOLÓGICAS DE LA AGRESIVIDAD HUMANA

Enfoques evolucionistas: la tendencia que manifiestan los seres humanos actuales a


comportarse agresivamente es producto de la evolución. A lo largo de la historia de nuestra
especie, este comportamiento ha resultado útil para la supervivencia y la reproducción, y
esa es la razón por la que se ha mantenido a pesar de sus consecuencias muchas veces
perjudiciales, no sólo para las víctimas sino incluso para el agresor, por el riesgo que
conlleva (Archer, 2009). Por ejemplo, gracias a la conducta agresiva era posible defenderse
de otros agresores, asegurarse una pareja con la que procrear, proteger a los hijos y luchar
por los recursos escasos. De ahí que evolucionaran una serie de mecanismos cerebrales y
de procesos fisiológicos que facilitaran esas conductas, aunque éstas sólo se manifestaran
ante los estímulos pertinentes.
Existen varios indicios que avalan el componente innato de la conducta agresiva:
- Aparece demasiado temprano en el desarrollo del niño como para que pueda
deberse sólo al aprendizaje (Tremblay y Nagin, 2005).
- Se encuentra en todas las sociedades conocidas, aunque con diferencias
culturales en cuanto a su expresión.
- Diversos factores genéticos parecen predisponer a las personas a ser más o menos
agresivas (estudios realizados con gemelos adoptados por familias distintas (Burt,
2009) y secuencias de ADN que afectan a los Nts.).
- Se ha encontrado relación entre los niveles de testosterona (como estimuladora
de la conducta agresiva) y bajos niveles de cortisol (inhibe la conducta agresiva) la
que predice niveles altos de agresión.
- Un Nt. (neurotransmisor), la serotonina, y regiones cerebrales del sistema límbico y
del córtex prefrontal desempeñan un papel importante en el comportamiento
agresivo, tanto en su manifestación como en su control (Denson, 2011).
No obstante, ni los estudios genéticos ni los referentes a las hormonas muestran una
correlación perfecta con la conducta agresiva. Más bien, lo que se demuestra en todas las
investigaciones es que se da una influencia conjunta de factores biológicos y ambientales.
Lo cual confirma la tesis evolucionista, puesto que la agresividad, como cualquier otra
tendencia, ha evolucionado en interacción con las demandas del medio. Algunas muestras
de ello:
- La agresión en los seres humanos está muy regulada socialmente.
- Según el ambiente sea propicio o no, la tendencia a comportarse agresivamente se
manifestará más o menos.
- Relación recíproca testosterona-agresión: niveles más altos de testosterona
correlacionan (correlaciones no muy altas) con un aumento de la conducta agresiva;
por otra parte, el resultado de interacciones agonísticas en las que se gana o se
domina al otro también aumentan los niveles de testosterona, tanto en hombres
como en mujeres. En el Cuadro 2 se describe un estudio donde se muestra esa
interacción entre factores biológicos (niveles de testosterona) y ambientales.

CUADRO 2 Armas, testosterona y agresión

Klinesmith, Kasser y McAndrew (2006) realizaron un experimento en el que ponían a prueba


la influencia de la situación en los niveles de testosterona. En una de las condiciones
experimentales pedían a los participantes (todos hombres) que sostuvieran una pistola
durante 15 minutos. Los que habían sido asignados a otra condición experimental debían
sujetar un juguete. Antes y después de eso se les midió los niveles de testosterona en
sangre. Se encontró que los participantes de la primera condición mostraban un aumento
significativo en el nivel de esa hormona de la primera medición a la segunda, algo que no
ocurría en los que habían sostenido el juguete. En una segunda fase del experimento se
midió su conducta agresiva mediante el “paradigma de la salsa picante”, que consiste en
decidir qué dosis de ese tipo de salsa se debe administrar a una persona (ficticia) a la que
supuestamente le disgusta ese sabor. Los autores encontraron que los participantes de la
condición “pistola” se mostraban más agresivos que los de la condición “juguete”, y explican
esa diferencia como en parte debida al aumento en los niveles de testosterona. Más
adelante veremos que la presencia de armas puede influir en la mayor predisposición a
agredir a otros, y en esa influencia parece estar mediando el efecto de los factores
biológicos.

LA INFLUENCIA AMBIVALENTE DE LA CULTURA

Como en todo comportamiento social, el sustrato biológico se combina con el influjo de la


cultura, que, en el caso de la agresión, es incluso más determinante que en otros. Esa
influencia se puede contemplar de varias formas:
- Gracias a la cultura, los seres humanos no necesitamos recurrir a la agresión
para conseguir los objetivos que nos proponemos. Podemos obtener recursos y
estatus, y proteger a nuestros hijos por otros medios, como la educación y el trabajo.
No obstante, la evolución no ha tenido tiempo para erradicar la agresión de nuestro
repertorio desde que la cultura la hizo menos necesaria. Además, hay muchos casos
en los que esos medios alternativos de lograr nuestros objetivos no están al alcance
de todos, mientras que la posibilidad de recurrir al comportamiento agresivo es
universal.
- Gracias a la cultura, las personas aprenden, mediante la socialización, a controlar
su ira y los impulsos agresivos, y a emplear métodos menos antisociales para
obtener sus objetivos. Las normas que impone la cultura, como forma de proteger el
orden social y la convivencia, son interiorizadas por los individuos y, de esa forma,
influyen en su comportamiento (CUADRO 3).
- La cultura a veces contribuye a la presencia de la agresión. Baumeister (2000)
menciona las “matanzas idealistas” de Stalin, Hitler, Mao y los Jemeres Rojos,
perpetradas por grupos (el líder y sus seguidores) que creían que la violencia era
necesaria para crear una sociedad mejor, creencia que lleva a racionalizar y justificar
actos violentos y contrarresta cualquier escrúpulo moral, lo cual no se puede
achacar a la biología. Ocurre lo mismo con la identidad y la dignidad de las
personas, cuya amenaza (mediante críticas, faltas de respeto, insultos o injurias, por
ejemplo) muchas veces promueve respuestas agresivas por parte de los individuos o
grupos afectados. Otros procesos, como el nacionalismo extremo, los conflictos
religiosos o la influencia de los medios de comunicación, serían impensables sin la
existencia de la cultura.

CUADRO 3 Desarrollo de las tendencias agresivas y de su control

Los niños de todas las culturas dan muestras de comportamiento agresivo desde poco
después de nacer, tanto como reacción a alguna provocación como para conseguir algún
objetivo deseado. De hecho, el período de mayor incidencia de la agresión física es el
comprendido entre 1 y 3 años de edad (Tremblay et al., 2004). Después, por lo general, ese
tipo de agresión va disminuyendo y, en su lugar, se produce un aumento de la agresión
verbal e indirecta, especialmente en las niñas (Loeber y Hay, 1997) y, por supuesto también
van desarrollándose estrategias no agresivas para resolver los conflictos. Como ocurría en
el caso de la conducta de ayuda, esa evolución se explica por factores culturales,
madurativos y de aprendizaje social.
Durante el proceso de socialización el individuo aprende e interioriza las normas y valores
morales propios de la sociedad en la que vive. Esas normas y valores indican lo que debe y
lo que no se debe hacer en la interacción con los demás y, al interiorizarse, forman parte del
propio sistema de valores de la persona, que guía su comportamiento mediante un
mecanismo de autocontrol o autorregulación. Ese mecanismo evitaría la realización de
acciones que atenten contra esos valores interiorizados, anticipando las consecuencias
negativas que tendrían para nosotros (sentimientos de culpa, vergüenza) y para los demás
(Bandura, Barbaranelli, Caprara y Pastorelli, 1996).
La importancia del desarrollo cognitivo se hace evidente, por ejemplo, en el hecho de que
los niños muy pequeños son incapaces de diferenciar ataques de otros según los motivos o
intenciones del agresor y, por tanto, reaccionan vengándose indiscriminadamente ante
cualquier ataque. A medida que van madurando, adquieren la capacidad de ajustar su
venganza a atribuciones cognitivas respecto a la naturaleza y la intención del ataque (Geen,
2001).
En cuanto al aprendizaje social, este se produce a través de los modelos familiares, de los
compañeros de edad y, de forma muy importante, de los modelos que se transmiten a
través de los medios de comunicación y entretenimiento (Bushman y Huesmann, 2006).
Gracias a ellos, los niños aprenden cómo y cuándo agredir y cuándo no hacerlo.
Aunque el patrón normal muestra un descenso en la incidencia de comportamiento agresivo
a partir de los 3-4 años, existen diferencias individuales que dependen de factores
personales (cognitivos y emocionales) y también de factores ambientales, como veremos en
este capítulo.

- Existen diferencias culturales en el grado de aceptación de la conducta agresiva,


tanto en cuanto a las formas que puede adoptar como en relación con los motivos
que la justifican -> determinadas sociedades aceptan el trato agresivo de un hombre
hacia su esposa o de padres hacia sus hijos; en otras culturas, actos que atenten
contra el honor propio o de la familia justifican respuestas violentas para restaurarlo:
“Culturas de la violencia”.

¿CÓMO SE EXPLICA LA CONDUCTA AGRESIVA EN PSICOLOGÍA SOCIAL?

Las primeras teorías psicológicas pretendían explicar todo el comportamiento agresivo


centrándose en un único factor, bien de carácter innato o bien aprendido, resultando
bastante simplistas: como la teoría de la frustración-agresión y las teorías del aprendizaje.
Aunque no son estrictamente psicosociales, a partir de ellas se fueron desarrollando
modelos más complejos que tenían en cuenta otros elementos que interactúan entre sí.

La agresión como impulso innato

Uno de los primeros representantes de este enfoque es la teoría de la


frustración-agresión -> toda la conducta agresiva humana es resultado de un impulso
interno del organismo que se activa cuando a éste se le impide conseguir una determinada
meta que intenta alcanzar (basada en escritos de Freud, el cual postulaba que no se trata
de un instinto siempre presente). Esa interferencia inesperada en el logro de una meta
por parte de un agente externo (otra persona) es lo que se entiende aquí por frustración,
es decir, no tiene una connotación emocional sino conductual. En la primera versión de esta
teoría, sus autores (Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears, 1993) defendían dos
postulados:
1. Toda conducta agresiva es resultado de la frustración.
2. La frustración siempre da lugar a alguna forma de agresión.
Pronto se vio que esta forma determinista de relacionar la frustración y la agresión no se
ajustaba a la realidad.
Esta teoría de la frustración-agresión tiene dos inconvenientes graves:
1. Niega la posibilidad de que la agresión se deba al aprendizaje y a la influencia de la
cultura.
2. Considera que toda agresión tiene como objetivo hacer daño a quien obstaculiza la
obtención de la meta que el agresor perseguía.
En resumen, no explica aquellas conductas agresivas que se realizan para obtener algún
beneficio al margen de hacer daño a otro, o porque se han visto reforzadas en ocasiones
anteriores, o porque hay un sistema cultural y social que las hace posibles, las justifica e,
incluso, las fomenta, aunque sea indirectamente.
Años después, Berkowitz (1989), trató de ampliar dicha hipótesis, proponiendo tres
matizaciones:
1. No es la frustración en sí la que provoca la tendencia a agredir, sino el estado
afectivo negativo que la frustración desencadena.
2. Cualquier suceso o estímulo aversivo (no sólo la frustración) produce un estado
de ánimo negativo (un sentimiento que la persona quiere disminuir o eliminar) que
puede llevar a la agresión o a la huída.
3. El que la agresión se produzca o no, dependerá de la interpretación cognitiva que
se haga de la situación y de la presencia de claves externas asociadas con la
agresión.
Berkowitz -> propone que es un proceso más complejo en el que intervienen factores
cognitivos y emocionales, no sólo una relación directa entre bloqueo de una meta
(frustración) y respuesta agresiva.
La agresión como comportamiento aprendido

Explicaciones basadas en la teoría del aprendizaje por condicionamiento instrumental


proponen que las personas tendemos a repetir aquellas conductas por las que hemos
obtenido recompensas. En la conducta agresiva, la recompensa puede ser lograr la meta u
obtener la aprobación social.
Otra teoría de aprendizaje que ha sido también aplicada para explicar la conducta agresiva,
aunque en menor medida, es la del condicionamiento clásico: el modelo
neoasociacionista se base en él. Si se asocia repetidas veces un EC (inicialmente E
neutro) con un EI (que provoca una respuesta agresiva), al final el EC acaba provocando la
misma respuesta que el EI. De este modo, aprendemos a asociar ciertos símbolos con
determinados grupos, aunque, en realidad, no tengan relación, como por ejemplo la
esvástica, que aunque se trate de un símbolo que aparece en culturas de todo el mundo
desde tiempos remotos, y cuyo significado nada tiene que ver con el que Hitler le dio,
hemos aprendido a asociarla con el movimiento nazi, y nos produce la misma repulsa que
dicho movimiento y sus consecuencias.

Teorías psicosociales de la agresión

Nos centraremos en tres teorías que consideramos suficientemente representativas.

1. El modelo neoasociacionista cognitivo

La más importante matización que Berkowitz incluye en la teoría de la frustración-agresión,


consiste en proponer un mecanismo causal que explica por qué los estímulos o
situaciones que nos resultan aversivos (como una meta frustrada, una provocación, o
factores ambientales desagradables) pueden instigar nuestra tendencia a agredir. Ese
mecanismo causal es, para Berkowitz, el estado afectivo negativo. Hay que tener en
cuenta que este autor se centraba en la agresión reactiva u hostil (no premeditada). Según
su modelo, el proceso se desarrolla así:
1. Una experiencia desagradable nos provoca un estado afectivo negativo.
2. Debido a nuestra programación biológica, ese estado afectivo negativo
automáticamente activa en nosotros tendencias de ataque y de huida. Esas
tendencias se manifiestan a través de una serie de respuestas fisiológicas y
reacciones motoras, que por CC tenemos asociadas en nuestra mente con
determinados pensamientos y recuerdos. Cuál de las dos tendencias domine
dependerá de factores genéticos, de nuestras experiencias anteriores y de nuestra
percepción inicial de la situación.
3. Cuando nos percatamos, aunque de forma preconsciente, de esas reacciones
corporales y mentales asociadas al ataque o a la huida, se da en nosotros una
experiencia emocional de ira o de miedo.
4. Si estamos lo suficientemente motivados, podemos dar un paso más y pensar en
cómo nos sentimos, hacer atribuciones causales sobre qué ha hecho que nos
sintamos así, y considerar las consecuencias de actuar según nuestros sentimientos
teniendo en cuenta los riesgos y nuestras experiencias anteriores, así como la
norma sobre lo que es apropiado sentir en ese tipo de situaciones. Esta actividad
cognitiva deja de ser automática y se convierte en un procesamiento controlado y
deliberado, que da lugar a sentimientos más elaborados de enfado, irritación, celos,
desprecio u otros derivados de la emoción inicial de ira, y más diferenciados del
miedo.
5. La tendencia a agredir, instigada por el afecto negativo, se transformará en conducta
agresiva con mayor probabilidad cuando se den las siguientes condiciones:
- cuando la activación interna provocada por la experiencia aversiva sea lo
suficientemente intensa;
- cuando haya algún blanco disponible para descargar en él la agresión;
- cuando falle la autorregulación -> cuando actuemos de forma impulsiva, sin
pensar en lo que hacemos ni lo que sentimos (sin procesamiento cognitivo
deliberado).
Berkowitz deja muy claro que la experiencia emocional de ira y los sentimientos más
elaborados derivados de ella acompañan a la agresión, pero no son su causa. Como
tampoco lo es el procesamiento cognitivo que nos permite interpretar la situación. Es el
estado afectivo negativo que activa la asociación de pensamientos, emociones y
conductas relacionadas en nuestra memoria con la agresión, el que instiga el
comportamiento agresivo, y el procesamiento cognitivo deliberado posterior es el que
inhibe o potencia nuestra tendencia a agredir.
La agresión también puede ser provocada por estimulación externa procedente de la
situación, que no es en principio aversiva pero que aumenta la accesibilidad de
pensamientos agresivos (por ejemplo, la presencia de un arma o de una bandera nazi). Dos
explicaciones del poder instigador de los estímulos externos, según Berkowitz:
1. Que los estímulos pueden tener un significado agresivo para la persona.
2. Que le recuerden alguna experiencia desagradable y, por asociación, sin necesidad
de experimentar un estado afectivo negativo, producen el mismo efecto.
El modelo neoasociacionista de Berkowitz va más allá de la simple dicotomía
innato-aprendido al tener en cuenta tanto los aspectos impulsivos como la experiencia
previa, la cual interviene en dos sentidos -> está presente en la formación de
asociaciones de elementos relacionados con la agresión, influye en el procesamiento
deliberado. Introduce un tercer elemento: el procesamiento cognitivo. Ha recibido un
fuerte apoyo empírico en Neurociencia.

2. Teoría del aprendizaje social

Bandura amplió el alcance de las teorías del aprendizaje por condicionamiento. No le


interesaban los aspectos impulsivos de la agresión, sino las influencias externas que la
instigan y la mantienen. A diferencia de Berkowitz, su foco de atención se centra en la
agresión instrumental. Según su teoría del aprendizaje social (o aprendizaje por
observación) -> el comportamiento agresivo se aprende no sólo por las consecuencias que
tiene para el que lo realiza (recompensas o castigos), sino, sobre todo, viendo a otras
personas comportarse agresivamente (Bandura, 1973), lo cual resulta mucho menos
arriesgado.
Una vez observada y aprendida, la conducta puede ser imitada, pero no es necesaria la
ejecución de la conducta para su aprendizaje. Esto se debe a que el proceso no depende
de refuerzos contingentes con la ejecución, sino de la atención prestada a la conducta del
modelo, y esa atención puede estar motivada por refuerzos anticipados: por ejemplo, un
niño que ve cómo su hermano mayor consigue lo que quiere de sus padres mediante
amenazas o acciones agresivas.
Esa imitación no tiene por qué darse justo después de que la conducta haya sido
observada, puede producirse mucho después y en un contexto distinto (el niño puede
recurrir a las amenazas para conseguir algo de sus amigos).
La probabilidad de imitación aumenta si el modelo es percibido como semejante a
nosotros en algún sentido, si nos resulta atractivo y si recibe algún premio por agredir, o su
comportamiento agresivo permanece impune. A estas recompensas que recibe el modelo
por su conducta las llama Bandura refuerzos vicarios, porque no es el propio observador
quien los recibe, aunque tienen el mismo efecto para hacer atractiva la conducta. No
obstante, aunque los refuerzos vicarios aumenten la probabilidad de imitación, se ha
comprobado que no son imprescindibles, y que se puede adquirir la conducta
simplemente por observarla en otro.
Sin embargo, las personas no imitamos todo lo que vemos y nos llama la atención, hay
mecanismos internos que regulan la ejecución de la conducta -> las normas morales
personales, las creencias que tenemos sobre nuestra autoeficacia. Si una vez adquirida e
imitada la conducta, recibimos recompensas por ella (o no recibimos castigos), esa
adquisición se verá reforzada y el comportamiento se consolidará. En otras palabras, el
comportamiento se adquiere por observación y se mantiene por refuerzos
contingentes (relacionados con la ejecución).
La observación de modelos también da lugar a inferencias cognitivas basadas en esa
observación, que llevan a generalizar la conducta a otras situaciones -> no sólo se aprende
cómo agredir, sino también cuándo hacerlo. Por ejemplo, si un niño ve a sus padres
tratarse de forma agresiva a menudo, además de aprender ese comportamiento, también
puede desarrollar la creencia de que ese trato es adecuado y utilizarlo para relacionarse con
los demás.
A diferencia de las teorías del aprendizaje clásicas, Bandura concede un papel fundamental
a la cognición, dado que sin una representación mental del comportamiento observado
sería imposible imitarlo en diferido. Su teoría constituye quizá el principal enfoque a la
hora de explicar cómo las personas adquieren comportamientos agresivos y los mantienen
en su repertorio conductual, y han demostrado ser especialmente relevante para
conceptualizar la influencia que ejerce en las personas la observación de violencia en los
medios.

3. Modelo general de agresión

Berkowitz -> agredimos porque un estímulo externo nos hace sentirnos mal y eso despierta
nuestra tendencia a acabar con él.
Bandura -> agredimos porque hemos aprendido que, haciéndolo, podemos conseguir lo
que hemos propuesto.
El modelo General de Agresión tiene la ventaja de ser aplicable a cualquier tipo de
conducta agresiva.
El modelo general de agresión (Anderson y Bushman, 2002) -> constituye la
integración de las aportaciones de otros modelos, y pretende tener en cuenta factores
biológicos, ambientales, psicológicos y sociales para explicar cómo aparece un acto
agresivo en una situación concreta y, también, cómo se desarrolla ese tipo de
comportamiento a lo largo del tiempo.
De acuerdo con este modelo, el punto de partida de una interacción agresiva reside en
características personales del actor (p. e., su grado de irascibilidad) y en estímulos
externos (como una provocación por parte de otro), que coinciden en una determinada
situación y evocan en esa persona un conjunto de procesos internos interrelacionados
(cogniciones, emociones y síntomas de activación). Por ejemplo, alguien irascible
necesitará una mínima provocación por parte de un extraño para entrar en un estado de
cólera. Este estado interno, a su vez, da lugar a una evaluación rápida y automática de la
situación. Si el actor carece de tiempo, capacidad y/o motivación, actuará de forma
impulsiva a partir de esa evaluación automática, con agresión o sin ella según sea el
resultado de dicha evaluación. En caso contrario, tendrá lugar una fase de reevaluación
más controlada y elaborada, en la que intervienen el razonamiento y los juicios morales.
Dependiendo de esa reevaluación la respuesta será:
- agresiva (“lo ha hecho a propósito, así que me voy a vengar”);
- no agresiva (“no tenía intención de perjudicarme, así que vamos a intentar
calmarnos un poco”);
● Además, esa acción puede ser fría y calculada o bien contener una fuerte
carga emocional.
Más allá de un episodio concreto, el modelo también contempla el desarrollo del
comportamiento agresivo a lo largo del tiempo. Cada episodio agresivo es un ensayo de
aprendizaje social en el que los esquemas se refuerzan y terminan automatizando. Cuanto
más a menudo realice actos agresivos sin consecuencias negativas, más abajo su umbral
para elegir ese tipo de actos y más rápidamente se activan sus cogniciones relacionadas
con la agresión.
El modelo general de Agresión tiene también una importante proyección aplicada para el
diseño de programas de intervención destinados a prevenir la violencia.

¿POR QUÉ AGREDIMOS A OTROS?

El comportamiento agresivo tiene que explicarse apelando a varios factores -> factores
detonantes de la agresión en un momento determinado, que interactúan con otros factores
que predisponen a las personas a comportarse agresivamente. Nos ocuparemos de las
causas inmediatas de las conductas agresivas, de los factores desencadenantes o
instigadores y los factores de riesgo.

Factores de la situación

La mayoría de los factores situacionales tienen una naturaleza social, la instigación procede
de otra persona o grupo, pero hay algunos no sociales, como la presencia de claves
agresivas o estresores ambientales.

Factores que precipitan la Agresión

De los múltiples factores situacionales que instigan el comportamiento agresivo, la mayoría


tienen una naturaleza social, es decir, la instigación procede de otra persona o grupo, pero
hay también algunos que no pueden considerarse sociales, como la presencia de
claves agresivas o los llamados “estresores ambientales”.

Instigadores sociales

La provocación es el principal detonante de agresión en el ser humano, al menos de la


llamada agresión hostil o reactiva. Incluso, tiene la peculiaridad de anular las diferencias
de género que habitualmente aparecen en los estudios sobre agresión. Ante una
provocación fuerte, hombres y mujeres reaccionan igual (Bettencourt y Miller, 1996).
En realidad, todos los instigadores sociales de agresión pueden considerarse en cierto
modo provocaciones, aunque algunos, por sus características particulares, han recibido una
atención especial por parte de los investigadores. Es el caso del rechazo y la exclusión
social. En muchas ocasiones las personas reaccionan agresivamente cuando son
rechazadas por otras personas o por su grupo.
La relación entre rechazo y agresión no se limita a experiencias recientes, sino que
incluso el recuerdo de episodios pasados es suficiente para instigar la tendencia a
agredir. La respuesta agresiva parece más probable cuando la persona rechazada no tiene
expectativas de volver a ser aceptada (Twenge, 2005). En estos casos, no es infrecuente
que se busque esa aceptación en grupos extremistas, muchas veces violentos. Al unirse a
esos grupos y seguir sus normas, la persona rechazada ve satisfechas sus necesidades de
pertenencia, potenciación personal y control, así como la de tener una existencia
significativa.
Otro factor social instigador de agresión que también puede considerarse una
provocación es la percepción de ser injustamente tratado. Cuando se considera que se
ha violado el derecho a un trato justo y respetuoso, las personas tienden a sentirse heridas
y menospreciadas, a experimentar ira, y a reaccionar agresivamente para recuperar una
imagen positiva ante sí mismas (autoestima), y ante los demás (DaGloria, 1984). Este sería
un ejemplo de cómo la agresión puede ser al mismo tiempo hostil (reactiva) e
instrumental.
Esa percepción de injusticia es la que está en la base de muchos movimientos colectivos de
protesta, que se originan porque la gente experimenta lo que se conoce como “privación
relativa” -> la imposibilidad percibida de alcanzar lo que se considera una aspiración
razonable o justa porque otra persona o grupo lo impide. No es la privación en sí misma la
causa del conflicto, sino la privación en comparación con lo que uno espera o cree que
debería tener.

CUADRO 4. ALGUNOS PARADIGMAS EXPERIMENTALES EMPLEADOS PARA


ESTUDIAR EL EFECTO DEL RECHAZO EN LA CONDUCTA AGRESIVA

Una estrategia muy utilizada es el juego de la “ciberbola” (Williams, Cheung y Choi, 2000),
una versión “online”, de un juego que consiste en lanzarse una pelota entre los
participantes. La manipulación experimental reside en que, en la condición de exclusión, el
sujeto ve cómo los demás participantes (ficticios) dejan de pasarle la bola y siguen jugando
entre ellos. Empleando este paradigma, numerosos estudios han encontrado que los
participantes que son excluidos del juego por otros experimentan una fuerte emoción de ira,
incluso cuando la exclusión sólo dura unos pocos minutos, o los que les excluyen
pertenecen a un grupo que no les gusta, o saben que el rechazo ha sido diseñado
aleatoriamente por un programa de ordenador (Williams, 2007).
Twenge, Baumeister, Tice y Stucke (2001) idearon el paradigma de la “vida solidaria”, en el
que se da a los participantes información sobre cómo van a ser sus relaciones sociales en
el futuro, información supuestamente basada en sus puntuaciones en un test de
personalidad. En la condición de exclusión, al participante se le dice que lo más probable es
que acabe estando solo la mayor parte de su vida (por supuesto al final de la sesión
experimental, a los participantes se les explica muy claramente que todo lo que les ha dicho
sobre su futuro ha sido inventado, y que no hay nada en sus puntuaciones del test de
personalidad que permita llegar a esa conclusión). Twenge y sus colegas encontraron que
los participantes de la condición de exclusión mostraban un comportamiento
significativamente más agresivo hacia alguien que les había insultado que los de las otras
condiciones experimentales. En el trabajo de Fernández Arregui (2019) citado en el listado
de Referencias Bibliográficas, al final del capítulo, puede encontrarse una descripción más
detallada de éste y otros paradigmas diseñados para el estudio de la exclusión social en el
laboratorio.

Las personas y los grupos se basan en varios criterios para decidir que sus
aspiraciones son razonables:
- Las normas sociales que especifican lo que cualquiera debería conseguir en esas
circunstancias.
- La propia experiencia en circunstancias similares del pasado.
- Los resultados obtenidos por otros que se consideran comparables a uno mismo o al
propio grupo.
- Lo que otros dicen que uno, o el propio grupo merece.
Un ejemplo extremo de lo que puede ocurrir cuando se desencadena un conflicto por este
motivo, es el famoso Motín de la prisión de Attica. Los reclusos pidieron que cesaran los
duros castigos y mejorase la vida en la prisión. Las autoridades se comprometieron a ello,
pero las mejoras no sucedieron.

CUADRO 5. El motín de Attica

Sucedió en 1971, los reclusos, en su mayoría afroamericanos y también una notable


proporción de puertorriqueños, habían reclamado meses antes que cesaran los duros
castigos y mejorase la vida en la prisión, donde sólo se permitía una ducha semanal o un
rollo de papel higiénico por mes, entre otras limitaciones. Las autoridades responsables
habían prometido a los presos numerosas mejoras en las condiciones de la cárcel, pero por
diversas razones esas mejoras no se produjeron, lo que hizo que los presos se sintieran
muy frustrados. El resultado fue una revuelta en la que perdieron la vida un total de 43
personas, entre ellas 10 rehenes y más de 80 fueron heridas.

La frustración asociada con la privación relativa es una fuente de energía que aumenta
la probabilidad y la intensidad de los esfuerzos para luchar contra dicha privación, y, si la
causa se atribuye a una persona o a un grupo, esa energía suele transformarse en ira, que
impulsa hacia una respuesta agresiva. Pero si la situación de privación continúa puede
llegarse a un estado de desesperanza que hará descender las aspiraciones y reducirá el
conflicto sin haberse resuelto el problema.

INSTIGADORES NO SOCIALES

Las claves agresivas son objetos o imágenes que están presentes en la situación y que
activan en nuestra memoria pensamientos o emociones relacionados con la agresión. El
proceso que interviene es el priming.
Una de las claves más estudiadas por los psicólogos sociales es la presencia de armas.
Experimento de Berkowitz y LePage (1967) -> demostraron que los participantes a los que
previamente se les había provocado, actuaban de forma más agresiva contra el provocador
cuando había un arma en la sala que cuando había un objeto neutro o no había ninguno.
Estudios posteriores han confirmado este efecto. Otros resultados sobre las claves
agresivas:
- Cualquier estímulo que la persona relacione con la agresión (no sólo armas, por
ejemplo las películas violentas) puede aumentar la saliencia de pensamientos
agresivos con su mera presencia en la situación (Anderson, 1997).
- No es necesario que la persona sea consciente de esa presencia para que el
efecto del priming se produzca (demostrado incluso presentando los estímulos de
forma subliminal), lo que indica que las claves agresivas funcionan de forma
automática.
- Sí que es fundamental para que un determinado estímulo active cogniciones
agresivas en la persona que esta lo asocie con la agresión. El significado agresivo
se lo asigna la persona a partir de su experiencia previa, no es una propiedad
inherente al estímulo (estudio de cazadores, no cazadores y armas: cazadores -> las
armas de caza no tienen connotaciones agresivas; no cazadores -> mismo priming
un arma de caza que un revólver.
La implicación de estos estudios es que la exposición repetida a claves relacionadas con
la agresión (a través de los medios o de los videojuegos…), a fuerza de activar
pensamientos, emociones y opciones de respuesta agresivas, termina por hacerlos
crónicamente accesibles, lo que probablemente contribuye a una mayor tendencia a
comportarse agresivamente, ya sea como reacción ante una provocación o como medio
para conseguir algo.
En cuanto a la investigación sobre los ESTRESORES AMBIENTALES, se ha centrado
fundamentalmente en el efecto del calor, aunque también se ha analizado el impacto de
otros factores aversivos, como el hacinamiento o el ruido. Todos estos factores
ambientales se relacionan con la agresión a través del aumento de la activación
fisiológica (arousal) y el estado afectivo negativo que provocan, y parecen afectar más
a la conducta agresiva hostil que a la puramente instrumental.
1. Relación entre calor y agresión -> es una de las más confirmadas. Los resultados
de estudios coinciden en indicar que las altas temperaturas se asocian con niveles
mayores de agresión y violencia (Anderson, 2001). Esta relación se conoce como
“hipótesis del calor”. No obstante, existe cierta controversia sobre si, en
determinadas condiciones, la relación entre calor y agresión deja de ser positiva, es
decir, a partir de cierta temperatura, la agresión no aumentaría, sino que disminuiría.
La explicación vendría dada por el modelo de escape del afecto negativo: cuando
el estado afectivo alcanza un determinado nivel de asertividad, lo que provoca no es
agresión sino huida (Baron, 1972). La relación probablemente depende de diversos
factores, como el tipo de agresión o el contexto. El efecto del calor sobre el
comportamiento agresivo parece producirse por dos vías: 1) directa: aumentando
la irritabilidad y los sentimientos de hostilidad; 2) indirecta: activando pensamientos
agresivos.
2. Hacinamiento -> experiencia psicológica desagradable provocada por la
percepción que tiene la persona de que hay demasiada gente en el espacio en
que se encuentra: una sensación subjetiva, que no debe confundirse con la
densidad objetiva (número de personas en un espacio concreto), ya que solo el
hacinamiento se ha relacionado con la agresión en diferentes contextos, como
bares, cárceles y vecindarios.
3. El ruido fuerte -> también potencia la conducta agresiva. Pero es el ruido en sí el
que instiga reacciones agresivas, sino el hecho de que sea un fenómeno aversivo
incontrolable, como lo demuestran los resultados del estudio de Geen y McCown
(1984): los participantes se comportaban mucho menos agresivamente cuando
percibían que podían controlar el ruido.

Factores que interfieren en la INHIBICIÓN de la agresión

Agresión: es una tendencia natural, solo que aprendemos cómo y cuándo inhibirla. Pero,
incluso aunque se haya aprendido, factores situacionales obstaculizan esa inhibición ->
como el consumo de alcohol y el anonimato.
1. Consumo del alcohol: revisiones meta-analíticas -> el consumo excesivo de
alcohol aumenta la agresión, pero la relación no es directa. No se trata de un factor
instigador, sino que su influencia se produce en combinación con otros factores
instigadores (que haya sido provocada, que la situación tenga claves agresivas…).
En ausencia de factores instigadores, el efecto es prácticamente nulo.
2. Anonimato: se incita a la agresión si el agresor piensa que es poco probable que
otros le identifiquen y le hagan responsable de sus actos agresivos. Experimento de
Zimbardo -> distribuyó aleatoriamente a sus participantes (estudiantes
universitarias) entre dos condiciones participantes: la mitad vestidas ocultando su
identidad, y la otra mitad con rótulos grandes con su nombre escrito. Las
participantes tenían que decidir cuánto debían durar las descargas eléctricas que se
iban a administrar a una chica que era entrevistada (supuestamente como parte de
un estudio). Resultado: el grupo “anonimato” decidió dar descargas durante más
tiempo que el de la condición en el que las participantes eran perfectamente
identificables, sobre todo (aunque no sólo) si la cómplice se había comportado mal
durante la entrevista.
El anonimato es una estrategia utilizada por los criminales, llevar máscaras para
ocultar su identidad, mezclarse en un grupo grande, presentarse con una identidad
falsa (por ejemplo, en comunicaciones a través de internet)... Incluso cuando no se
busca deliberadamente (como ocultarse dentro de un coche).

FACTORES INTERNOS DEL INDIVIDUO

Las personas no somos meros reactores a los estímulos, sino que respondemos a ellos de
forma distinta en función de una serie de procesos cognitivos, emocionales y
motivacionales.

FACTORES EMOCIONALES

Estado afectivo negativo -> Berkowitz sostiene que la relación entre un suceso aversivo y
la conducta agresiva no es directa, sino que se produce a través de la experiencia
emocional negativa que ese suceso provoca. Si ese estado negativo se asocia con
reacciones, pensamientos y emociones relacionadas con la agresión, será más probable
una respuesta agresiva. Sin embargo, el estado emocional negativo no es condición ni
necesaria ni suficiente para la agresión (el modelo neoasociacionista se refería sobre todo
a la agresión hostil, no tanto a la instrumental).
La emoción que más se ha asociado con la agresión es la ira, como causa directa de la
agresión. Anderson y Bushman (2002) distinguen varias formas en que esta emoción
puede causar agresión:
- La ira preactiva (mediante priming) pensamientos, esquemas de situaciones y
reacciones motoras expresivas asociadas con la agresión, que se utilizan para
interpretar la situación.
- La ira aumenta el nivel de activación del organismo, aportando energía a la
conducta que sea dominante en ese momento. La conducta agresiva resultará
fortalecida por esa energía aportada.
- Sirve como clave informativa que puede ayudar a interpretar situaciones
ambiguas, siempre en un sentido hostil. Este proceso es diferente de la
preactivación, puesto que es en la propia experiencia emocional (y no en los
procesos asociados a ella) en la que se basa la interpretación.
- Hace que la persona que la siente preste especial atención a los estímulos o
sucesos que la han provocado, y que los procese de forma más profunda. Eso
facilitará que los recuerde mejor después y reviva el estado en el que se encontraba
durante el episodio original y, de esa manera, sus intenciones agresivas se
mantendrán durante más tiempo.
- Interfiere en la inhibición de la agresión, y lo hace de dos formas: 1)al activar un
guión (esquema) relacionado con la agresión, puede justificar acciones agresivas
como la venganza, que forman parte de las opciones de conducta incluidas en ese
guión; 2) puede interferir en el procesamiento cognitivo elaborado que interviene en
la reevaluación de la situación (como se señala desde el modelo general de
agresión).
Pero la ira puede promover el comportamiento agresivo incluso cuando no se siente
realmente, sino que se interfiere. Esto es lo que encontró Zillmann en varios estudios en los
que los participantes etiquetaban erróneamente como ira la activación que les había
provocado una fuente neutra, es decir, irrelevante para la agresión. En realidad, el proceso
es algo más complejo. Zillmann lo llamó transferencia de la excitación -> cuando dos
episodios que provocan activación (excitación) en una persona se producen cerca uno del
otro en el tiempo, la activación procedente del primero se suma a la del segundo y puede
ser atribuida erróneamente a este último. Esa atribución errónea sólo se producirá si la
persona no es consciente (o se ha olvidado) de cuál es la fuente real de la activación
neutra, porque si tiene claro el origen de esa activación no lo atribuirá al episodio aversivo
(frustrante, provocador, o de otro tipo). Una vez transferida la activación y etiquetada la
emoción resultante como ira, el individuo seguirá dispuesto a agredir mientras la etiqueta
persista (mientras siga pensando que está enfadado, aunque la excitación se haya
disipado).
El modelo desarrollado por Zillmann para explicar este proceso pone de relieve el efecto
combinado de la activación fisiológica y su evaluación cognitiva en la experiencia
emocional de ira. Y ese efecto puede darse en dos sentidos -> del mismo modo que
etiquetar la excitación provocada por un estímulo neutro como ira puede intensificar las
tendencias de respuesta agresiva, la atribución de la activación provocada por un estímulo
aversivo como debida a otra causa (por ejemplo, al efecto de una pastilla) hará que la
persona se perciba como menos enojada y reaccione menos agresivamente que si no
hiciera esa atribución (Younger y Doob, 1978).

FACTORES COGNITIVOS

1. Activación de scripts o guiones: es probablemente el proceso cognitivo más


estudiado en relación con la agresión. Se trata de estructuras de conocimiento
almacenado en la memoria que representan de forma abstracta cuáles son los
rasgos característicos de un determinado tipo de situación y cómo es la secuencia
apropiada de acciones en ella. Incluyen expectativas sobre cómo se comportan las
personas y las consecuencias de las opciones de conducta. Los guiones se
adquieren mediante la experiencia directa o vicaria; suelen adquirirse durante el
período de socialización. En ellos van incluidas creencias normativas, creencias que
guían la decisión de si una determinada respuesta es apropiada o no en esas
circunstancias (Huesmann y Guerra, 1997). Por ejemplo, a partir de lo que ha
observado en otros, o de lo que le ha ocurrido a él en varias ocasiones, un niño
quizá desarrollará la creencia normativa de que se puede (es normal) devolver el
golpe si te pega un compañero en una pelea (un tipo de situación), pero no si te
pega un adulto como medida disciplinaria (otro tipo de situación diferente). Cuanto
más frecuente sea la exposición a episodios agresivos más se reforzarán los
guiones correspondientes y más accesibles estarán en la memoria. Este es un
argumento que defiende que la exposición reiterada a la violencia en los medios
tiene un efecto nocivo en el desarrollo social del niño.
Muchos factores pueden provocar la activación de guiones agresivos. Estudios han
encontrado que los individuos con un historial de comportamiento agresivo
seleccionan preferentemente interpretaciones que atribuyen la conducta del otro a
intenciones hostiles, sobre todo cuando la conducta es ambigua. Esto ocurre porque
el individuo basa su interpretación de la intención de la otra persona más en
creencias personales y esquemas que en la información que aporta la situación.
Este sesgo de atribución hostil puede activar un guión agresivo y aumentar la
probabilidad de que seleccione una respuesta agresiva: se da en las personas que
suelen reaccionar agresivamente ante el comportamiento de los demás (agresión
reactiva), pero no en los que tienden a provocar otros (agresión proactiva) ->
respuesta bastante adquirida como resultado de la experiencia repetida de tener que
defenderse.
2. Rumiación: pensamientos recurrentes referidos a una meta frustrada o a una
provocación, que tienen la propiedad de mantener los sentimientos de ira tiempo
después del suceso. Es un proceso cognitivo que se relaciona con la activación
fisiológica, la emoción, las atribuciones y las intenciones de conducta, y puede
aumentar la agresión. Por ejemplo, puede hacer que la persona sea más consciente
de las reacciones fisiológicas y las emociones que experimentó durante el episodio
(aumento del ritmo cardíaco, rabia, etc.), que realice atribuciones hostiles sobre las
intenciones del otro (“me estaba tomando por imbécil”), y que le dé vueltas a cómo
desearía haber reaccionado en respuesta a la provocación. La consecuencia es el
desplazamiento de la agresión hacia otra persona que tenemos a mano, y que es
inocente. Esta redirección de la agresión se produce sobre todo cuando no es
posible o aconsejable vengarse del provocador y supone una reacción desmesurada
ante un comportamiento que no habría merecido una respuesta de tal intensidad.
Aunque guarda relación con la transferencia de excitación (Zillmann) existen
diferencias importantes:
- Cuando la persona tiene claro cuál ha sido la causa de la activación
generada por un primer episodio, no se produce transferencia; en cambio, la
rumiación consiste en pensar constantemente en la primera provocación, y
es ese pensamiento recurrente el que mantiene activa la representación
cognitiva del estado emocional negativo que puede llevar a agredir a la
segunda persona.
- La transferencia de excitación se produce si el intervalo es corto; la rumiación
permite que sea más largo.
- La transferencia suele aumentar el nivel de agresión hacia el que ha
provocado a la persona, no hacia un tercero, como ocurre con el
desplazamiento de la agresión (que tiene que ver con la rumiación).
Desconexión moral: considerar que los criterios éticos o morales que rigen el propio
comportamiento en situaciones normales no se aplican en un caso concreto. Este
proceso de reinterpretación cognitiva de la situación actúa interfiriendo en las
inhibiciones que suelen funcionar en contra de comportarse de forma agresiva,
reduciendo la autocensura. Es lo que ocurre cuando individuos con principios morales se
comportan con otros de forma inhumanos (tortura, genocidio). No se trata de un brote de
enajenación mental transitoria, sino de acciones absolutamente racionales que les parecen
prosociales (“matanzas idealistas”). Mecanismos que la producen:
- Justificación moral. Apelando al bien de la persona o de la sociedad o salvaguarda
del honor.
- Deshumanización de la víctima.
- Culpabilización de la víctima.
- Disfunción de la responsabilidad.
- Obediencia ciega a una autoridad (experimento clásico de Milgram, 1974).
En todos ellos se desinhibe la agresión al desaparecer la autosanción o autocensura. Muy
relacionado con la desconexión moral se encuentra el fenómeno de la maldad.

Factores de riesgo

Factores que ejercen un efecto más a largo plazo sobre el comportamiento agresivo, al
influir en lo que las personas aprenden, en sus creencias y en su forma de interpretar la
realidad. Cobra especial protagonismo el proceso de aprendizaje social. Factores ->
ambiente familiar, amistades, cultura, medios de comunicación, personales.

El ambiente familiar

Numerosos estudios longitudinales han encontrado una clara relación entre el clima
de agresión y violencia existente en la familia durante la infancia y las creencias y
conductas agresivas que los individuos muestran en etapas posteriores de su vida. Hay
varios factores que explican esa relación. Los padres ejercen el papel de modelos de
conducta, y el niño aprende observándolos. Y no sólo adquiere pautas de comportamiento
que incorpora a su propio repertorio, sino también guiones de situaciones que presencia
habitualmente y que, por tanto, acaban afianzándose y resultando muy accesibles en su
mente. Por otra parte, las relaciones agresivas dentro de la familia suelen ir acompañadas
de otras prácticas en relación con la crianza de los hijos, como rechazo y frialdad en el trato
y empleo de fuertes castigos físicos. Ya hemos visto en un apartado anterior que la
experiencia de rechazo es uno de los factores instigadores de agresión y que tiene un
efecto duradero. En cuanto al castigo físico fuerte, se asocia también como un aumento
de la agresión posterior, porque el niño aprende a considerarlo como una forma normal y
aceptable de resolver los conflictos.
Las amistades

Las relaciones con los compañeros de edad constituyen otra poderosa influencia sobre la
agresión. Los niños cuyo comportamiento está dominado por la agresión son rechazados
por sus compañeros, lo cual genera un aumento de la conducta agresiva que, a su vez,
provoca más rechazo. Al sentirse marginados por sus compañeros no agresivos, los niños
agresivos tienden a asociarse con otros que también lo son, entrando a formar parte de
sistemas sociales como las bandas violentas, que promueven normas favorables a la
agresión y acciones agresivas.

La cultura

Muchas de nuestras actitudes y valores proceden de la cultura a la que pertenecemos y nos


han sido transmitidos a lo largo del proceso de socialización, a través de la familia, la
escuela y otras instituciones. Por eso, cuando esa cultura tolera la agresión, sus miembros
mantienen la creencia de que es una vía normal y aceptable de resolver conflictos a
alcanzar metas, y recurren habitualmente a ella (Huesmann y Guerra, 1997).
Existe la etiqueta “culturas de la violencia” para hacer referencia a aquellas culturas en las
que la agresión se considera aceptable y justificable en determinadas situaciones. Un
ejemplo paradigmático son las llamadas culturas del honor -> un tipo de cultura
colectivista que otorga un gran valor a la reputación de la persona, es decir, a su
imagen social (Rodríguez Mosquera, Fischer, Manstead y Zaalberg, 2008). Como
contrapartida, tolera y justifica que se responda a cualquier amenaza a la propia
reputación con agresión, incluso violenta, para restaurarla. La susceptibilidad a los
ataques al honor no se limita a los percibidos contra la propia persona, sino que se
extienden a la familia, como es natural en culturas colectivistas. Eso quiere decir que
provocaría la misma respuesta agresiva ser insultado personalmente que sentir que el
honor familiar ha quedado empañado, por ejemplo, porque una mujer (hija o esposa) ha
cometido adulterio (Vandello y Cohen, 2003). De hecho, este tipo de valores están detrás
de muchos casos de violencia de género.

Los medios de comunicación

La agresión y la violencia están muy presentes en los medios de comunicación y


entretenimiento, incluidos los que van dirigidos a un público infantil y juvenil. El efecto se
produce sobre todo cuando la violencia se presenta vinculada al éxito y no resulta
castigada, y si aparece como justificada. De todas formas, no se trata de un factor
instigador de agresión, sino de un factor de riesgo -> no todo el que consume
habitualmente contenido violento en los medios será muy agresivo, aunque el riesgo de
serlo será mayor entre los altos consumidores. Por otra parte, la violencia de los medios
puede reforzar el efecto de otros factores de riesgo, sobre todo el de la exposición a la
violencia en la vida real (familia, amigos, comunidad).
Los estímulos violentos difundidos por los medios pueden afectar al comportamiento
agresivo a través de diversos mecanismos. A corto plazo, producen un aumento de la
activación fisiológica y de emociones relacionadas con la agresión, y hacen más
accesibles los pensamientos agresivos, además de promover la imitación de los actos
agresivos observados. La exposición habitual a este tipo de contenidos crea una base
para el aprendizaje observacional que fomenta el desarrollo de estilos atributivos
hostiles y de guiones agresivos. Además, al presentar la violencia como algo normal y
apropiado, se potencian actitudes favorables a la agresión. Se produce una paulatina
desensibilización (respuesta tanto fisiológica como emocional cada vez menor ante
estímulos violentos), que se traduce también en un descenso de la preocupación
empática ante el sufrimiento de otros. Todos estos procesos se ven agravados con el
uso de internet, donde no sólo es posible acceder una y otra vez a contenidos violentos
más fácilmente que en otros medios, sino también poner en práctica conductas agresivas
dirigidas a personas reales, como ocurre en el ciberbullying (Donnerstein, 2011).
A la hnora de diseñar intervenciones orientadas a evitar o mitigar los efectos adversos de la
violencia de los medios se han adoptado dos enfoques: por una parte, recomendar que se
reduzca el consumo y, por otra, fomentar que este sea crítico, educando a los usuarios
sobre los potenciales riesgos del consumo de este tipo de contenidos y enseñándoles a
analizar lo que ven cómo evitar identificarse con los personajes violentos (Cantor y Wilson,
2003).

Factores personales

Una serie de características personales aumentan la tendencia a comportarse de forma


agresiva, lo que explica por qué no todo el mundo se comporta igual ante una misma
situación:
1. Factores biológicos: relación entre agresión y bajos niveles de serotonina y cortisol y
altos de testosterona, predisposición genética.
2. Rasgos de personalidad: personas que poseen un “estilo atributivo hostil” y son
propensos a percibir en los demás una actitud hostil. Este estilo atributivo se va
moldeando a través de la experiencia. Además, las personas con una autoestima
exageradamente alta e inestable (narcisistas) son más propensos a experimentar
ira y a reaccionar de forma muy agresiva cuando sienten amenazada la elevada
imagen.
3. Búsqueda de autoestima positiva: la relación narcisismo-agresión contradice eso de
que las personas agresivas tienen poca autoestima y tratan de afianzarla. En
realidad, las personas con baja autoestima tratan de buscar la aprobación de los
demás y suelen carecer de la voluntad de asumir riesgos y de la confianza en el
éxito que se necesitan para las conductas agresivas. Sin embargo, la búsqueda de
autoestima sí puede relacionarse con el comportamiento agresivo, incluso en
ausencia de rasgos narcisistas: el deseo de demostrarse a sí misma y a los demás
su autoestima mediante valores externos impulsa a conductas agresivas (en mayor
medida que mediante valores internos).
4. Autocontrol o autorregulación: capacidad de ajustar la propia conducta a las
normas que rigen en la sociedad o en un contexto concreto. Sirve como inhibidor
interno de la tendencia a reaccionar agresivamente. La falta de autocontrol es uno
de los correlatos más fuertes de la conducta criminal (en especial crímenes
violentos).
5. Creencias personales: destacan las relativas a la autoeficacia (Bandura, 1977) ->
las personas que creen que pueden llevar a cabo determinadas acciones agresivas
con éxito, y que esas acciones producirán los resultados deseados, seleccionarán
con mucha mayor probabilidad este tipo de comportamientos que las que no tienen
esa confianza en la propia eficacia. El mismo efecto tienen las creencias en la
catarsis -> considerar que, agrediendo, uno se desahoga y se siente mejor. Por otra
parte, la creencia en un mundo justo -> según la cual cada uno tiene lo que se
merece, puede llevar a la persona a aceptar y justificar la agresión y la violencia
mediante el proceso de culpabilización de la víctima.
6. Diferencias de género: los hombres agreden más físicamente; las mujeres tienden
a la agresión indirecta y relacional. Las diferencias se deben a presiones evolutivas y
a las normas que rigen el comportamiento.

CUADRO 6. El origen de las diferencias de género en agresión

Perspectiva evolucionista -> demandas diferentes: los hombres necesitaban buscar una
pareja fiel y conservarla, para lo que tenían que luchar con otros rivales, detectar la
infidelidad sexual…; las mujeres, encontrar una pareja comprometida a cuidar a los hijos,
luchando contra otras rivales y prestando atención a la infidelidad emocional. La capacidad
para la agresión era fundamental en ambos casos, pero las diferencias físicas marcaron la
selección de la modalidad agresiva: los hombres, al ser más fuertes y tener que competir
con otros hombres, desarrollaron la tendencia a la agresión física; las mujeres, se
especializaron en estrategias menos arriesgadas de agresión indirecta y relacional, no
poniendo en peligro su capacidad para criar su descendencia.
Enfoque sociocultural -> la agresión se regula por roles de género adoptados en el
proceso de socialización. Masculino: asertividad y dominancia; femenino: afectuosa y
sensible. En situaciones de desindividualización (anonimato) las diferencias entre hombres
y mujeres en respuestas agresivas desaparecen.
En definitiva, aunque la explicación evolucionista y la basada en los roles sociales ponen el
énfasis en diferentes procesos subyacentes en las diferencias de género en agresión,
realmente no son incompatibles. La primera se centra en los factores que han podido actuar
a lo largo de la evolución de la especie, y la segunda en las influencias socioculturales que
se producen en el curso del desarrollo de los individuos.

LA AGRESIÓN GRUPAL

La agresión en grupos tiene cosas en común con la agresión interpersonal: surge a partir de
una provocación, frustración o estímulo instigador o por el deseo de alcanzar un objetivo;
puede verse facilitada por la presencia de claves situacionales y potenciada por la presencia
de modelos agresivos. Un factor esencial es el papel de las normas favorables a la
agresión que se desarrollan dentro del grupo, que suelen surgir de la interacción social.
Existen múltiples modalidades de agresión grupal. En unos casos, la agresión se produce
en el seno del grupo y, en otros, entre grupos distintos. Por eso, nos limitaremos a dar unas
breves pinceladas de algunos de ellos con objeto de aclarar conceptos:
1. Bullying -> forma de comportamiento agresivo caracterizado por un desequilibrio de
poder entre el agresor y la víctima y por tener lugar en un periodo de tiempo
prolongado. Muchas veces se considera interpersonal, pero como la mayoría de las
veces implica a otras personas, se trata de un fenómeno grupal. Los observadores
suelen mantener actitudes contrarias al acoso, pero se dejan influir por las normas
grupales.
2. Bandas violentas -> son grupos bastante cohesionados caracterizados. Existen
razones de tipo sociológico para unirse a esos grupos: bajo nivel socioeconómico,
dificultad de acceso a determinados recursos y estatus… Pero también hay
procesos psicosociales: la banda ofrece beneficios instrumentales y simbólicos y
supone un medio de lograr una identidad social positiva, al compartir normas.
3. Disturbios colectivos -> forma de violencia colectiva que tiene lugar en contextos
específicos y llevada a cabo por grupos sociales transitorios. El proceso
psicosocial subyacente es la desindividualización. Los primeros estudios
explicaban la conducta agresiva como resultado de la pérdida de sentido de la
identidad individual; posteriormente, se afirmó que no se trata de una falta de
normas, sino de un cambio del foco de atención de las normas personales a
las normas del grupo. Desde esta perspectiva, la conducta colectiva es más
agresiva que la individual, cuando el colectivo adopta normas que desinhiben el
comportamiento agresivo.
4. Terrorismo -> forma de violencia impulsada por motivos políticos, que puede ser
perpretada por individuos, grupos o agentes estatales, y que pretenden provocar
sentimientos de terror e indefensión en la población para influir en sus decisiones y
modificar su conducta. Hay poca evidencia empírica de que se deba a trastornos
psicopatológicos, dando importancia a los procesos psicológicos como el
aprendizaje de guiones agresivos y la búsqueda de una existencia significativa y una
identidad social positiva como bases motivacionales.

PREVENCIÓN Y REDUCCIÓN DEL COMPORTAMIENTO AGRESIVO

La conducta agresiva es el resultado de la historia de aprendizaje del individuo en el


proceso de socialización y la interrelación de procesos fisiológicos, emocionales y
cognitivos. Estrategias:
1. Desaprender a comportarse agresivamente, basado en el condicionamiento
instrumental -> el castigo debería inhibir las respuestas. Es el esquema que sigue la
educación y la familia, pero para que el castigo sea efectivo tienen que darse unas
condiciones:
- Tiene que percibir el castigo como fuerte y probable.
- Tiene que asociarlo a la conducta agresiva y recibirlo antes que los
beneficios de la conducta.
- Tiene que tener en cuenta los costes que supondría que le castigaran, y para
eso el arousal no puede ser demasiado alto (impide el procesamiento
deliberado).
Los castigos verbales y corporales pueden tener un efecto contraproducente al
activar guiones agresivos e implantar una conducta agresiva como forma de controlar el
conflicto.
Es, por tanto, más eficaz, premiar la conducta deseable. Se usan modelos no
agresivos para contrarrestar los agresivos, dando pautas alternativas.
2. Entrenamiento en el manejo de la ira: funcionan solo con personas que son
conscientes de que su comportamiento se debe a una falta de control y tienen
motivación de mejora.
3. Entrenamiento en autocontrol, entrenamiento en empatía, incitación de
respuestas afectivas y cognitivas incomparables con la agresión… Lo más
eficaz es trabajar desde niños, introduciendo la educación para la paz, enseñando
estrategias no agresivas.
4. El mito de la catarsis (desahogarse mediante formas simbólicas de agresión):
se ha demostrado que es ineficaz y hasta perjudicial, porque el solo hecho de darle
un valor positivo ya refuerza la agresión y, además, la simulación mental de
conductas agresivas sirve para practicar y afianzar guiones agresivos. Los actos
agresivos simbólicos activan pensamientos y sentimientos agresivos, alentando la
conducta agresiva.

RESUMEN

La agresión, definida como cualquier forma de conducta realizada con la intención de hacer
daño a otra persona (o grupo) que quiere evitarlo, es entendida en Psicología Social como
una tendencia del ser humano completamente normal, que existe porque tuvo un indudable
valor adaptativo para la supervivencia de nuestra especie, pero que está muy regulada
socialmente y sujeta a una fuerte influencia de la cultura, que no solo la inhibe sino que, en
muchas ocasiones, la tolera y la fomenta indirectamente. La agresión se considera como un
problema social que se produce en la interacción entre individuos y entre grupos, y que
resulta de la influencia conjunta de las condiciones sociales y situacionales en las que ese
comportamiento tiene lugar. Los modelos que se han propuesto para explicar el
comportamiento agresivo humano han ido evolucionando desde planteamientos simples
centrados en un único factor a otros más complejos, que tienen en cuenta aspectos
cognitivos, emocionales y motivacionales, así como elementos de la situación que actúan
como desencadenantes de respuestas agresivas o como factores de riesgo que
predisponen a ese tipo de comportamiento. A partir de la abundante investigación
desarrollada en esta área se ha podido desentrañar el papel potenciador o inhibidor de la
agresión que tienen muchos de esos factores, lo que ha redundado en el diseño de
estrategias de intervención para prevenir o reducir su incidencia; y también se han tirado por
tierra algunos mitos populares, como el de la eficacia de la catarsis para reducir las
tendencias agresivas o la creencia de que los criminales son personas con una baja
autoestima,

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