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LA CONDUCTA AGRESIVA: se caracteriza por ser la motivación que la impuso (hacer daño
a otro) no por sus consecuencias. Aunque el daño no llegue a producirse, si la acción se realiza
con esa intención, es un acto agresivo.
Para que se considere agresión, como es un proceso interpersonal se tiene en cuenta el punto de
vista de la víctima.
Solo si la victima quiere evitar la acción del otro, es agresión. Esto excluye el daño producido
con consentimiento como tratamientos médicos dolorosos o sadomasoquismo (a veces en
deportes).
CONDUCTA ANTISOCIAL. Comportamientos que violan las normas sociales sobre lo que se
considera una conducta apropiada, aunque no son realizadas con la intención de hacer daño a
otras personas, por ejemplo, los actos vandálicos o arrojar desperdicios en lugares públicos.
La conducta agresiva puede adoptar múltiples formas, y en este sentido los seres humanos
hacemos gala de una enorme creatividad. Podemos agredir directa o indirectamente, abierta o
encubiertamente, de palabra u omisión.
AGRESION RELACIONAL: Es la que más interés ha despertado en los últimos años por las
consecuencias psicológicas que tiene la víctima. Es el daño intencionado a las relaciones
sociales de otra persona, a sus sentimientos de aceptación y de inclusión en un grupo. Por
ejemplo, extender rumores negativos sobre alguien a sus espaldas, retirarle la amistad si no se
presta a hacer lo que queremos, excluirla de nuestro círculo de amistades, ignorarla, todo ello
produce en la víctima lo que se ha dado en llamar “dolor social”, cuyos efectos han demostrado
ser más duraderos y nocivos que los del dolor físico.
Los estudios genéticos y hormonales muestran una correlación perfecta con la conducta
agresiva. Se da una influencia conjunta de factores biológicos ambientales. Esa relación
confirma, la tesis evolucionista, puesto que la agresividad, ha evolucionado precisamente en
interacción con las demandas del medio.
He aquí algunas muestras de esa influencia conjunta entre factores genéticos y ambientales:
La agresión en los seres humanos está muy regulada socialmente.
Según el ambiente sea propicio o no, la tendencia a comportarse agresivamente se manifestará
más o menos. Por ejemplo, depende del ambiente familiar y del grupo de amigos.
Parece haber una relación recíproca entre niveles de testosterona y agresión: niveles más altos
de testosterona en sangre correlacionan significativamente (aunque las correlaciones no son
muy altas) con una aumento de la conducta agresiva; por otra parte, el resultado de
interacciones agonísticas en las que se gana o se domina al otro también aumentan los niveles
de testosterona, no sólo en hombres sino también en mujeres.
Pero además de transmitir las normas contra la agresión, la cultura a veces contribuye a su
presencia:
En este sentido, Baumeister, menciona las “matanzas idealistas” de Stalin, Hitler, Mao y los
Jemeres Rojos, perpetradas por grupos (el líder y sus seguidores) que creían que la violencia era
necesaria para crear una sociedad mejor. Y esa creencia, que lleva a racionalizar y justificar
todo tipo de actos violentos y contrarresta cualquier escrúpulo moral, no se puede achacar a la
biología, sino a la cultura.
Lo mismo ocurre con la identidad y la dignidad de las personas, otro producto de la vida
cultural, cuya amenaza (mediante críticas, faltas de respeto, insultos o injurias, por ejemplo)
muchas veces promueve respuestas agresivas por parte de los individuos o grupos afectados.
Otros procesos, como el nacionalismo extremo, los conflictos religiosos o la influencia de los
medios de comunicación, serían impensables sin la existencia de la cultura.
Miller la modificó en parte, admitiendo que la frustración instiga otros impulsos aparte del de
agredir, como puede ser el de huir de la situación. No obstante, seguía afirmando que la
agresión siempre va precedida de frustración.
Esta teoría niega la posibilidad de que la agresión se deba al aprendizaje y a la influencia de la
cultura y, considera que toda agresión tiene como objetivo hacer daño a quien obstaculiza la
obtención de la meta que el agresor perseguía.
Por tanto, lo que propone Berkowitz ya no es una relación directa entre bloqueo de una meta
(frustración) y respuesta agresiva, sino un proceso más complejo en el que intervienen factores
cognitivos y emocionales.
Se instiga cuando
1. los estímulos tienen un significado agresivo para la persona es decir, están asociados con la
agresión en su mente.
2. Cuando le recuerdan alguna experiencia desagradable y, por asociación, sin necesidad de
experimentar un estado afectivo negativo, producen el mismo efecto que dicha experiencia,
activando pensamientos, emociones y reacciones ligadas a la agresión.
Una vez observada y aprendida, la conducta puede ser imitada, pero no es necesaria la
ejecución de la conducta para su aprendizaje. Esto se debe a que el proceso no depende de
refuerzos contingentes con la ejecución, sino de la atención prestada a la conducta del modelo,
y esa atención puede estar motivada por refuerzos anticipados incorporados a nuestro repertorio
conductual. Pensemos, por ejemplo, en un niño que ve cómo su hermano mayor consigue lo que
quiere de sus padres mediante amenazas o acciones agresivas (o aprender a través de los medios
de comunicación o la ficción).
No obstante, lo más probable es que, si se ha observado y aprendido una conducta, se lleve a
cabo, es decir, se imite en ese mismo momento, más tarde o en otro contexto (el niño puede
recurrir a las amenazas para conseguir algo de sus compañeros).
La probabilidad de imitación aumenta si es un semejante, si nos resulta atractivo, y si recibe
algún premio por agredir o su comportamiento agresivo permanece impune. A estas
recompensas que recibe el modelo por su conducta las llama Bandura refuerzos vicarios,
porque no es el propio observador quien los recibe, aunque tienen el mismo efecto para hacer
atractiva la conducta. No obstante, aunque los refuerzos vicarios aumenten la probabilidad de
imitación, se ha comprobado que no son imprescindibles, y que se puede adquirir la conducta
simplemente por observarla en otro.
En Resumen: Cuanto más positivas sean las consecuencias para el modelo, mayor probabilidad
habrá de que el observador incorpore esa conducta y que la repita en futuras ocasiones.
Alguien irascible necesitará una mínima provocación por parte de un extraño para entrar en un
estado de cólera, caracterizado por pensamientos agresivos, sentimientos negativos y síntomas
corporales de activación. Este estado interno, a su vez, da lugar a una evaluación rápida y
automática de la situación (“el comportamiento de esta persona es intolerable”). Si el actor
carece de tiempo, capacidad y/o motivación, actuará de forma impulsiva a partir de esa
evaluación automática, con agresión o sin ella según sea el resultado de dicha evaluación.
En caso contrario, tendrá lugar una reevaluación más controlada y elaborada, en la que
intervienen el razonamiento y los juicios morales, y que implica buscar distintas
interpretaciones alternativas de la situación y lleva a la selección y ejecución de una respuesta
conductual concreta. Dependiendo de esa reevaluación, la respuesta será agresiva (“lo ha hecho
a propósito, así que me voy a vengar”) o no agresiva (“no tenía intención de perjudicarme, así
que vamos a intentar calmarnos un poco”). Además, esa acción puede ser fría y calculada o bien
contener una fuerte carga emocional.
Por supuesto, como ocurre en toda interacción, la decisión conductual que tome el actor
provocará una respuesta en la víctima, que marca el comienzo de un nuevo episodio que puede
desembocar en una escalada de la agresión o en un descenso o desaparición de ésta, siempre en
función de los dos implicados en la interacción.
Más allá de un episodio concreto, el modelo también contempla el desarrollo del
comportamiento agresivo a lo largo del tiempo. Cada episodio agresivo es considerado como un
ensayo de aprendizaje social en el que los esquemas (de personas, de situaciones, de acciones)
adquiridos por observación o por propia experiencia y relacionados con la agresión se repiten,
se refuerzan y se acaban automatizando. Cuanto más a menudo la persona realiza actos
agresivos sin consecuencias negativas, o más se expone a la violencia de los medios o del
ambiente, más fácil será elegir ese tipo de actos en el futuro al relacionarse con los demás, más
accesibles le resultan los guiones de ese tipo de situaciones y más rápidamente se activan sus
cogniciones relacionadas con la agresión (creencias y expectativas sobre la hostilidad de los
demás, por ejemplo). Todos esos procesos combinados acaban afianzando la agresión en el
repertorio conductual de la persona y haciendo que forme parte de su personalidad.
Un ejemplo extremo de lo que puede ocurrir cuando se desencadena un conflicto por este
motivo es el tristemente famosos motín de la prisión de Attica:
La frustración asociada con la privación relativa es una fuente de energía que aumenta la
probabilidad y la intensidad de los esfuerzos para luchar contra dicha privación, y, si la causa se
atribuye a una persona o a un grupo, esa energía suele transformarse en ira, que impulsa hacia
una respuesta agresiva y si la situación de privación continúa puede llegarse a un estado de
desesperanza que hará descender las aspiraciones y reducirá el conflicto sin haberse resuelto el
problema.
Instigadores no sociales
Los factores no sociales instigadores de agresión más estudiados son las claves agresivas y los
estresadores ambientales.
Las claves agresivas son objetos o imágenes que están presentes en la situación y que activan
en nuestra memoria pensamiento y/o emociones relacionados con la agresión. El proceso que
interviene aquí es el “priming”. Una de las claves más estudiadas por los psicólogos sociales es
la presencia de armas.
La implicación de estos estudios es que la exposición repetida a las claves relacionadas con la
agresión (a través de los medios o de los videojuegos, por ejemplo), a fuerza de activar
frecuentemente pensamientos, emociones y opciones de respuesta agresivas, termina por
hacerlos crónicamente accesibles, lo que probablemente contribuye a una mayor tendencia a
comportarse agresivamente, ya sea como reacción ante una provocación o como medio para
conseguir algún objetivo deseado.
La relación entre calor y agresión se conoce como “hipótesis del calor”, se confirma
comparando datos de archivo sobre regiones geográficas y periodos temporales con distintas
temperaturas. La explicación vendría dada por el modelo de escape del efecto negativo, que
propone que, cuando el estado afectivo alcanza un determinado nivel de aversividad, lo que
provoca no es agresión sino huida. El efecto del calor se manifiesta por dos vías: una directa,
aumentando la irritabilidad y los sentimientos de hostilidad, y otra indirecta, activando
pensamientos agresivos.
El hacinamiento es una experiencia psicológica desagradable provocada por la percepción
que tiene la persona de que hay demasiada gente en el espacio que se encuentra. Es, por tanto,
una sensación subjetiva, que no debe confundirse con la densidad (número de personas en un
espacio concreto).
El ruido fuerte, así como una provocación o la exposición a películas violentas. Por otra
parte, no es el ruido en sí el que instiga las reacciones agresivas, sino el hecho de que sea un
fenómeno incontrolable.
Factores cognitivos
La activación de scripts o guiones (esquemas que representan situaciones y guían la conducta
de las personas cuando se encuentran en ellas). Esos esquemas son estructuras de conocimiento
almacenado en la memoria, incluyen expectativas sobre cómo se comportan las personas que se
encuentran es esas situaciones y sobre las consecuencias de diferentes opciones de conducta.
Los guiones se adquieren mediante la experiencia con cada tipo de situación, ya sea
directamente o de forma vicaria, es decir, por observación. Una vez aprendidos, pueden ser
recuperados en cualquier momento y servir de guía para la conducta.
Los guiones agresivos, que se suelen adquirir durante el periodo de socialización: En ellos van
incluidas creencias normativas sobre cuál es el comportamiento normal en esas situaciones,
creencias que guían la decisión de si una determinada respuesta es apropiada o no en esas
circunstancias. Por ejemplo, a partir de lo que ha observado en otros, o de lo que le ha ocurrido
a él en varias ocasiones, un niño quizá desarrollará la creencia normativa de que se puede (es
normal) devolver el golpe si te pega un compañero en una pelea (un tipo de situación), pero no
si te pega un adulto como medida disciplinaria (otro tipo de situación diferente). Cuando más
frecuente sea la exposición a episodios agresivos, más se reforzarán los guiones
correspondientes y más accesibles estarán en la memoria, con la consecuencia de que la persona
los recuperará con mayor facilidad y los utilizará preferentemente como guía de su
comportamiento.
sesgo atributivo hostil los individuos con un historial de comportamiento agresivo atribuyen la
conducta del otro a intenciones hostiles, sobre todo cuando la conducta es ambigua. Esto ocurre
porque presta más atención a las claves agresivas que a las que indican buenas intenciones por
parte del otro. Este sesgo activa un guión agresivo y aumenta la respuesta agresiva. Este sesgo
se da en las personas que suelen reaccionar agresivamente ante el comportamiento de los demás
(agresión activa), pero no en los que tienden a provocar a otros (agresión proactiva), lo que
sugiere que se trata de una respuesta bastante automática adquirida como resultado de la
experiencia repetida de tener que defenderse de los ataques de los demás.
FACTORES DE RIESGO
El ambiente familiar
Numerosos estudios longitudinales han encontrado una clara relación entre el clima de agresión
y violencia existente en la familia durante la infancia y las creencias y conductas agresivas que
los individuos muestran en etapas posteriores de su vida. Hay varios factores que explican esa
relación. Por una parte, de acuerdo con lo que hemos visto al exponer modelos de conducta y el
niño aprende observándolos. Y no sólo adquiere pautas de comportamiento que incorpora a su
repertorio, sino también guiones de situaciones que presencia habitualmente y que, por tanto,
acaban afianzándose y resultando muy accesibles en su mente. Además, como se identifica con
su padres, adopta sus esquemas sobre la realidad y sus creencias normativas sobre qué
conductas son apropiadas o no. Por otra parte, las relaciones agresivas dentro de la familia
suelen ir acompañadas de otras prácticas en relación con la crianza de los hijos, como rechazo y
frialdad en el trato y empleo de fuertes castigos físicos. En cuanto al castigo físico fuerte, se
asocia también con un aumento de la agresión posterior, porque el niño aprende a considerarlo
como una forma normal y aceptable de resolver los conflictos.
Las amistades
Las relaciones con los compañeros de edad constituyen otra poderosa influencia sobre la
agresión. Aunque hay casos en que los niños moderadamente agresivos son considerados
populares, como modelos a los que imitar, por lo general, los niños cuyo comportamiento está
dominado por la agresión son rechazados por sus compañeros, lo cual genera un aumento de la
conducta agresiva que, a su vez, provoca más rechazo. Al sentirse marginados por sus
compañeros no agresivos, los niños agresivos tienden a asociarse con otros que también lo son,
entrando a formar parte de sistemas sociales como las bandas violentas, que promueven normas
favorables a la agresión y acciones agresivas. De esta forma, se ven atrapados en una situación
en la que la aceptación social depende de que cometan más actos agresivos. Incluso cuando, en
lugar de buscar ese tipo de compañías, optan por aislarse (encerrándose en su habitación, por
ejemplo), suelen pasar el tiempo con la televisión o los videojuegos, rodeándose de modelos
agresivos a los que imitar.
La cultura
Existe la etiqueta “culturas de violencia” para hacer referencia a aquellas culturas en las que la
agresión se considera aceptable y justificable en determinadas situaciones. Un ejemplo
paradigmático son las llamadas culturas del honor. Una cultura del honor es un tipo de cultura
colectivista que otorga un gran valor a la reputación de la persona, es decir, a su imagen social.
Como compartida, tolera y justifica que se responda a cualquier amenaza a la propia reputación
con agresión, incluso violenta, para restaurarla. Esto se manifiesta muy claramente en los
estados sureños de EEUU, por ejemplo, en la forma en que los medios de comunicación
presentan los sucesos en función de que se trate de violencia por cuestiones de honor o por otra
causa, siendo dicha presentación mucho más favorable en el primer caso; y también en las leyes
de esos estados, que reflejan mayor aceptación de la violencia cuando se trata de defender la
propia reputación.
Los estímulos violentos difundidos por los medios pueden afectar al comportamiento agresivo a
través de diversos mecanismos. A corto plazo, produce un aumento de la activación fisiológica
y de emociones relacionadas con la agresión, y hace más accesibles los pensamientos agresivos,
además de promover la imitación de los actos agresivos observados. La exposición habitual a
este tipo de contenidos crea una base para el aprendizaje observacional que fomenta el
desarrollo de estilos atributivos hostiles y de guiones agresivos. Además, al presentar la
violencia como algo normal y apropiado, se potencias actitudes favorables a la agresión y la
aceptación normativa de ese comportamiento, que desinhibe este tipo de conducta. Por último,
se produce una paulatina desensibilización (es decir, una respuesta tanto fisiológica como
emocional cada vez menor ante estímulos violentos), que se traduce también en un descenso de
la preocupación empática ante el sufrimiento de otros. Todos estos procesos se ven agravados
con el uso de internet, donde no sólo es posible acceder una y otra vez a contenidos violentos
más fácilmente que en otros medios, sino también poner en práctica conductas agresivas
dirigidas a personas reales, como ocurre en el ciberbullying.
recomendar que se reduzca el consumo y, por otra, fomentar que éste sea crítico, educando a los
usuarios sobre los potenciales riesgos del consumo de este tipo de contenido y enseñándoles a
analizar lo que ven y cómo evitar identificarse con los personajes violentos.
Factores personales
Además de estos factores ambientales que predisponen a la agresión, existen también una serie
de características personales que aumentan la tendencia a comportarse de forma agresiva, lo que
explica por qué no todo el mundo se comporta igual ante una misma situación:
Factores biológicos: ya hemos mencionado la relación entre agresión y bajos niveles de
serotonina y cortisol combinados con altos niveles de testosterona. Y también que parece haber
una predisposición genética.
Ragos de personalidad: hay personas que poseen un “estilo atributivo hostil”, es decir, son
especialmente propensas a percibir en los demás una actitud hostil, y, por tanto, a esperar que se
comporten de acuerdo con esa actitud y a interpretar sus reacciones (en situaciones ambiguas)
de forma congruente con esa expectativa. Por otra parte, las personas con una autoestima
exageradamente alta e inestable (los llamados “narcisistas”) son más propensos a experimentar
ira y a reaccionar de forma muy agresiva cuando sienten amenazada la elevada imagen que
tienen de sí mismos.
Búsqueda de autoestima positiva: esta relación entre narcisismo y agresión contradice la
creencia popular de que las personas agresivas tienen una baja autoestima y recurren a ese tipo
de comportamiento para aumentar su sentimiento de valía personal. En realidad, las personas
con una autoestima negativa intentan potenciarla buscando la aprobación y el apoyo de los
demás, no volviéndose hostiles hacia ellos.
Autocontrol: También conocido como “autorregulación”, se trata de la capacidad de ajustar la
propia conducta a las normas que rigen en la sociedad o en un contexto concreto, y sirve como
inhibidor interno de la tendencia a reaccionar agresivamente cuando nos encontramos ante
estímulos instigadores o a recurrir a la agresión para obtener un objetivo deseado. La
investigación ha demostrado que la falta de autocontrol es uno de los correlatos más fuertes de
la conducta criminal, en especial los crímenes violentos.
Creencias personales:
autoeficacia. Las personas que creen que pueden llevar a cabo determinadas acciones agresivas
con éxito, y que esas acciones producirán los resultados deseados, seleccionarán con mucha
mayor probabilidad este tipo de comportamientos que las que no tienen esa confianza en la
propia eficacia.
la catarsis, que consisten en considerar que, agrediendo, uno se desahoga y se siente mejor.
creencia en un mundo justo, según la cual cada uno tiene lo que se merece, puede llevar a la
persona a aceptar y justificar la agresión y la violencia mediante el proceso de culpabilización
de la víctima.
Diferencias de género: los resultados coinciden en que los hombres agraden más que las
mujeres, aunque esa diferencia sólo es importante en cuanto a la agresión física. Las mujeres
eligen formas de agresión indirecta y relacional más que directa y física.
LA AGRESIÓN GRUPAL
La agresión que llevan a cabo los grupos tienen mucho en común con la agresión interpersonal:
puede surgir a partir de la activación procedente de la provocación, la frustración u otro
estímulo instigador, o por el deseo de alcanzar algún objetivo concreto.
Un factor esencial y más característico de la agresión grupal es el papel de las normas
favorables a la agresión que se desarrollan dentro del grupo, suelen surgir de la interacción
grupal, y los miembros las interiorizan y ajustan su conducta a ellas, bien porque se sienten
identificados con el grupo o bien para evitar ser castigados o rechazados por él (ejemplo
película La ola).
Existen múltiples modalidades de agresión grupal. En unos casos, la agresión se produce en el
seno del grupo y, en otros, entre grupos distintos. Con objeto de aclarar conceptos:
Bullying: también llamado “acoso escolar”, aunque muchas veces se lo considera un
fenómeno interpersonal (entre acosador y víctima), la mayoría de las veces implica a otras
personas, que actúan como observadoras o como animadoras del acosador, a menudo movidas
por el miedo a represalias por parte de éste.
Bandas violentas: son grupos bastantes cohesionados, que se caracterizan por emplear
diversos símbolos para representar pertenencia de sus miembros y que suelen presentar un
elevado índice de actividad criminal, normalmente contra otras bandas.
Disturbios colectivos: son una forma de violencia colectiva que tiene lugar en contextos
específicos y es llevada a cabo por grupos sociales transitorios. El proceso psicosocial
subyacente se conoce como “desindividuación”.
Terrorismo: forma de violencia impulsada por motivos políticos, que puede ser perpetrada por
individuos, grupos o agentes estatales, y que pretende provocar sentimientos de terror e
indefensión en la población con el fin de influir en sus decisiones y modificar su conducta.