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CIVILIZACIÓN Y BARBARIE

Por Fabio Wasserman

El 2 de mayo de 1845 los lectores del diario El Progreso de Santiago de Chile se encontraron con un nuevo
folletín titulado: Facundo. Su autor, el exiliado sanjuanino Domingo Faustino Sarmiento, lo ampliaría y lo
publicaría dos meses más tarde como libro con un nuevo título: “Civilización i barbarie. Vida de Juan
Facundo Quiroga. I aspecto físico i costumbres i hábitos de la República Arjentina” (sic). Ese cambio
evidenciaba que no se trataba tan sólo de una biografía del caudillo federal riojano. En efecto, a través de la
misma, Sarmiento se proponía indagar el estado social y político de las provincias argentinas, las causas de
sus guerras civiles y, sobre todo, explicar cómo fue posible la llegada de Rosas al poder.

El libro consagró a Sarmiento como escritor y publicista tanto en Europa como en América. Este éxito se
debió a sus cualidades literarias, pero sobre todo al hecho de haberlas puesto al servicio de una narración y
una explicación de esos conflictos basada en la lucha entre dos fuerzas, formas de vida y principios
antagónicos e irreductibles identificados con la ciudad y la campaña: la civilización y la barbarie.

En verdad, y tal como advirtieron sus detractores, esa fórmula no era una invención del sanjuanino, aunque
fue él quien la colocó en el centro del debate público como clave explicativa del drama que aquejaba a la
República Argentina. Una historia larga de esa antinomia debería comenzar por la Grecia Clásica en la que
se calificaba como bárbaros a quienes no eran helenos dando origen así a una de las funciones más
extendidas de ese concepto: identificar y agrupar a quienes son considerados radicalmente otros. El concepto
civilización, por su parte, y tal como lo conocemos, es mucho más reciente, ya que comenzó a utilizarse
durante la segunda mitad del siglo XVIII en el marco de la filosofía ilustrada para dar cuenta de conductas,
valores y formas de vida avanzadas y en ese sentido contrapuestas a las bárbaras, pero también como uno de
los nombres que se le dio al proceso a través del cual se producía el progreso de la humanidad.

Esta doble condición está presente en el libro de Sarmiento que está estructurado a partir de dicotomías que
pueden expresar distintos estadios de la historia (por ejemplo, al identificar a Buenos Aires con el progreso y
a Córdoba con la colonia), mientras que otras funcionan para distinguir lo que es propio de la historia de la
humanidad, la civilización, y lo que es parte de la naturaleza, lo barbarie. Parte de su éxito –y de su
complejidad- radica en haber logrado articular éstas y otras contraposiciones en un relato tan atrapante
como eficaz. Pero también, y por eso es nuestro clásico, en haber planteado un esquema que se
autonomizaría del texto y comenzaría a ser utilizado de ahí en más para referirse y dotar de sentido a
experiencias, estados de cosas y expectativas, perdurando como matriz interpretativa en la cultura y la
política argentina durante dos siglos, incluso pudiendo invertirse la carga valorativa, al considerarse en forma
positiva al campo y negativa a la ciudad. De ese modo, la antinomia entre civilización y barbarie contribuyó
a expresar, fundamentar y legitimar proyectos y, más precisamente, a definir o distinguir quiénes pueden ser
considerados parte de la sociedad y quiénes no, así como también quiénes deben ocupar distintas posiciones
dentro de la misma, y a precisar por qué deberían hacerlo y en qué condiciones.

La fórmula civilización y barbarie constituye uno de los esquemas interpretativos más importantes de la
historia de la sociedad argentina, y su uso está tan extendido que no siempre es necesario hacer una
referencia explícita ni a Facundo ni a esas categorías. Esto se puede apreciar en cada ocasión en la que se
identifica y contrapone a la población según sus actividades económicas (productivas y parasitarias), sus
perfiles socioculturales y raciales (clases medias blancas y clases populares de piel oscura), y/o sus opciones
políticas (antiperonismo y peronismo). Ahora bien, quienes e identifican con la civilización suelen omitir que,
en buena medida, la complejidad y la singularidad de Facundo radica en haber planteado una
contaminación e incluso una articulación entre ambos polos de la disyuntiva a pesar de considerarlos
irreductibles. En efecto, para Sarmiento, y tal como lo explicitó en el título de su obra, no se trataba de
civilización o barbarie, sino de civilización y barbarie. Y de hecho eso era lo que a su juicio había hecho
posible la llegada al poder de una figura tan híbrida y monstruosa como la de Rosas. En ese sentido, y tal
como lo plantearía casi un siglo después el filósofo alemán Walter Benjamin, ambas van de la mano. No hay
proyecto civilizatorio que, al plantearse en nombre del futuro y de los más altos valores la exclusión, la
marginación o el exterminio de un sector de la sociedad, no cargue también sobre su espalda con la sombra
terrible de la barbarie.

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