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Cuando el sacerdote lo regañó, Mowgli amenazó con cargarlo también a él en el

burro. Entonces el sacerdote le dijo al marido de Messua que convenía poner a Mowgli
a trabajar cuanto antes. El jefe del poblado le dijo a Mowgli que al día siguiente
tendría que salir con los búfalos y cuidarlos mientras pacían. Nadie se sintió más
complacido que Mowgli y aquella noche, por haber sido nombrado servidor del
poblado, por decirlo así, se acercó a un círculo que cada noche se reunía en una
plataforma de ladrillos construida debajo de una gran higuera. Se trataba del club del
poblado y a él acudían, para hablar y fumar, el jefe, el vigilante, el barbero (que estaba
al corriente de todos los chismorreos del poblado) y el viejo Buldeo, que era el cazador
del lugar y poseía un viejo mosquete. Los monos se sentaban a conversar en las ramas
superiores, mientras que debajo de la plataforma había un agujero donde vivía una
cobra, a la que cada noche se servía un platito de leche, ya que era sagrada. Los
ancianos se sentaban alrededor del árbol, hablando y chupando sus largas hookahs
(pipas) hasta bien entrada la noche. Contaban prodigiosas historias de dioses, hombres
y fantasmas y Buldeo contaba cosas aún más portentosas sobre las costumbres de las
fieras de la jungla, hasta que a los niños que se sentaban fuera del círculo los ojos se
les salían de las órbitas a causa del asombro. La mayor parte de las narraciones tenían
que ver con animales, pues la jungla la tenían siempre a la puerta de sus casas. Los
ciervos y los cerdos salvajes se les comían las cosechas y de vez en cuando, al caer la
noche, algún tigre se llevaba un hombre a corta distancia de la entrada del poblado.
Mowgli, que, naturalmente, algo sabía acerca de lo que hablaban, tenía que taparse
la cara para que no lo vieran reír, mientras Buldeo, con el viejo mosquete sobre las
rodillas, pasaba de una historia maravillosa a otra, haciendo que los hombros de
Mowgli se agitasen convulsivamente a causa de la risa.
Buldeo estaba explicando que el tigre que se había llevado al hijo de Messua era un
tigre fantasmal, en cuyo cuerpo habitaba el fantasma de un viejo y malvado
prestamista fallecido unos años antes.
—Y sé que es así —dijo— porque Purun Dass siempre cojeó a causa del golpe que
recibió en una trifulca, cuando le quemaron los libros de cuentas, y el tigre del que os
hablo cojea también, pues las huellas de sus patas son desiguales.
—Cierto, cierto. Eso tiene que ser verdad —dijeron los hombres de barbas grises,
asintiendo todos con la cabeza.
—¿Son todos tus cuentos patrañas y sandeces como este? —preguntó Movvgli—.
Ese tigre cojea porque nació cojo, como sabe todo el mundo. Hablar de que el alma
de un prestamista se aloja en una fiera que jamás tuvo el coraje de un chacal siquiera
no es más que una paparrucha de críos.

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