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29 de MAYO 2008
El Tesoro de Nicarao
Cuentan que en tiempos del General Zelaya, Nicaragua era un país con pueblos llenos de
aparecidos y espíritus nocturnos, las señoras metían a sus hijos temprano a la casa para que
no se los llevara la carreta nagua y los hombres apuraban el paso en los caminos de tierra
para que las micas brujas o las ceguas no los fueran a embrujar.
Fue en esos tiempos que Don José Castellón decidió tantear la suerte y se fue por los
caminos dejando a su familia al cuido de sus hermanos en el pueblito que los había visto
nacer. No vayan a creer que Don José era un desobligado, no señor, él sólo quería encontrar
Podría contarles muchas historias de aquella gira que hizo Don José: su encuentro con
Santa Casilda, su pleito con los duendes del bosque de pinos o la vez que atrapó un brujo
convertido en hormigón, pero esas son para contarlas en otra ocasión. Lo que les quiero
contar es que al final de su viaje llegó a una isla que tenía dos volcanes y ahí tuvo un sueño
que le puso la carne de gallina: soñó que a la orilla de una laguna estaba enterrado el tesoro
del Cacique Nicarao, un tesoro de joyas de todos los colores que lo dejaban ciego a uno de
tanto brillo.
Al día siguiente de su llegada a aquella isla, se levantó del petate y se fue derechito a
encontrar la laguna del sueño, pasó entre varios árboles y matorrales y luego apareció ante
él una laguna verde, rodeada de un bosque tupido. Don José agradeció al cielo por haberlo
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Pasó todo el día cavando con una palita que le había comprado a un árabe que vendía todo
tipo de chunches en el puerto del gran lago. Al caer la tarde ya estaba cansado pero sólo
Al anochecer Don José se acostó al lado de la laguna con su cutacha al lado, pero no se
lograba dormir porque sentía un hormigueo en el estómago, tenía miedo y no sabía de que.
Así pasaron algunas horas hasta que escuchó que alguien lo llamaba desde la laguna, “José”
decía una voz ronca, “¡José!” volvía a decir cada vez más cerca; Una figura larga y oscura
se empezó a formar de las sombras de la noche y a Don José se le erizaron hasta los pelos
“¿Quién anda ahí?” preguntó con valor a la sombra que tenía enfrente “Aquí me dicen
Chico Largo” le respondió el espanto, “Quiero hacer un trato con vos” agregó. Don José
sintió que se le iba el alma a los pies, en la isla la gente le había contado que un demonio
vivía en el charco verde y ahora lo tenía frente a frente. “¿Qué trato?” le preguntó con voz
fuerte, “Tu alma por la fortuna que has estado buscando” le respondió quedito Chico Largo.
jamás volverás a ver a tu familia” respondió Chico Largo amenazante y al acabar de hablar
se hizo grande como la noche y su oscuridad se convirtió en una densa niebla que cubrió
toda la laguna.
Don José dio dos pasos para atrás y espero a ver si Chico Largo volvía a hablar pero sólo se
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Cuando se levantó estaba asustado de que la noche siguiese cerrada, Don José se dijo a sí
mismo que debían ser los nervios por la pesadilla con el espanto y se volvió a acostar; así
le pasó dos veces más hasta que el hambre en su estómago lo convenció que debían ser
pasadas las nueve de la mañana, “Esto está mal” dijo en voz baja y empezó a caminar por
Dicen que caminó varios días en la oscuridad y siempre regresaba al mismo lugar, a veces
le parecía escuchar voces de gente pero nunca encontraba a nadie, sólo la noche oscura y el
charco verde. Ya muerto de hambre cayó a la orilla de la laguna y se puso a llamar a Chico
Y así dicen que pasó: Chico Largo hizo aparecer del fondo de la tierra el tesoro oculto del
Cacique Nicarao y las joyas alumbraron la noche como una docena de candiles. Don José le
prometió al espanto que después de siete años su alma volvería a aquel lugar.
Don José compró dos mulas en la isla con algunas de las joyas más sencillas y ahí comenzó
la leyenda de su riqueza que hasta los cerros del Norte llegó. Cuentan que al regreso los
ladrones no se atrevieron a asaltarlo porque ya se rumoraba que había hecho tratos con el
Diablo, y así llegó a su pueblo Don José Castellón, con el tesoro de Nicarao al lomo de las
mulas, con un peso en el corazón pero contento de poder darle una mejor vida a su familia.
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Un Zanate y tres regalos
Don José se compró la finca más grande del pueblo y la llenó de vacas lecheras y aves de
corral, mandó a traer los mejores vestidos de la capital para Doña Chilo, su mujer y le pagó
al sastre del parque central para que le confeccionara a él y a sus dos hijos mayores, trajes
Don José y Doña Chilo tenían tres hijos varones y una hija mujer, Pedro y Mateo eran los
mayores, uno tenía 17 y el otro tenía 20 años, eran los que ayudaban a su papá en las
labores de la finca. María de los Ángeles era una niña morena de cabellos rizados, en aquel
entonces tenía 10 años, era alta y bonita como su mamá. Luego estaba el más chiquito, el
favorito de Don José, se llamaba Miguel y aunque sólo tenía 5 años se sabía los nombres de
todos los árboles de la zona y llamaba a cada animal de la finca por el nombre que él les
había puesto. Había una gallina que se llamaba Josefa, un pato pardo era Casimiro y una
Vaquilla que venía corriendo cuando le decía Clotilde, Miguel quería a todos los animales
Con ellos vivía también la mamá de Don José, pero sólo Miguel la podía ver, los demás
sólo escuchaban al niño hablar de ella, lo extraño es que la señora había desaparecido una
noche de luna llena en una inundación que había desbordado los ríos del pueblo antes que
Miguel naciera.
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La casa de la hacienda era de madera, tenía cuatro cuartos y dos pisos, una escalera con
trece escalones iba de la sala a la planta superior donde estaban los cuartos, abajo estaba un
viejo piano que nadie sabía tocar y varias sillas mecedoras alrededor de un tapete que la
abuelita decía que había pertenecido a un rey persa siglos atrás, pero claro esto sólo Miguel
Todas las mañanas María de los Ángeles y Miguel iban a la única escuelita del pueblo,
salían de la hacienda después del ordeño y cruzaban un bosque de guiño cuabos y acacias
secas que estaba siempre lleno de unas aves negras azuladas, eran los zanates.
Un día de verano María de los Ángeles se enfermó de varicela y tuvieron que traer una gran
pana desde los establos de Don Santiago Herrera para meter a la niña en agua con
manzanilla y así combatir las grandes fiebres que le trajo su enfermedad. Los niños dejaron
de asistir a la escuelita hasta una mañana de Domingo en que Miguel entró tempranito al
cuarto de sus padres y les dijo en voz alta que él ya estaba grandecito y que podía ir sólo a
la escuela; sus padres se asustaron al comienzo pero luego se pusieron contentos con la
Esa noche, antes de su primera salida solo, la abuelita Castellón estaba cociendo un
pantalón con hilos tan finos que parecían de tela de araña, “Cuando vayas por el bosque
mañana, recuerdá que toda vida es sagrada” le dijo al nieto y luego le extendió un bordón
de madera de guanacaste, “Este era el bastón de tu abuelo, le ayudó a andar por caminos
desconocidos” el niño lo tomó con dificultad y cuando quiso darle las gracias a la abuelita
ya no estaba, sólo la mecedora moviéndose con el viento que entraba por las ventanas.
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El Lunes, Miguel salió más temprano que de costumbre, con la emoción del viaje todo le
parecía nuevo, se fijaba más en todos los detalles del camino: las flores silvestres
multicolores, el movimiento suave de las ramas de las acacias y todas las formas mágicas
A mitad del camino se escuchó un alboroto, eran varios niños con tiradoras, Miguel se
asustó y se escondió entre unos matorrales, cuando llegaron a su lado no lo vieron, eran tres
pero sólo se fijaban en las copas de los árboles. “Allá está” dijo un chavalo espigado como
de diez años, Miguel miró hacia arriba desde su escondite y se quedó maravillado al ver un
zanate inmenso, si hasta parecía aguila, cuando el sol iluminaba su plumaje, parecía como
si la luz hiciera una danza en sus colores negros azulados, fue entonces que los chavalos
apedrearon al maravilloso pájaro, dos piedras pasaron de largo pero una de ellas le dio en el
Miguel se había tapado los ojos para no ver aquello, pero el sonido del zanate al caer se le
había metido en los oídos como una abeja enojada, de repente el temor se convirtió en furia
y el niño salió de entre los matorrales con el bordón arriba de su cabeza, aún tenía los ojos
cerrados así que sólo escuchó una gritería y luego el ruido de gente corriendo, cuando al fin
abrió los ojos estaba sólo y por más que buscó tampoco encontró al zanate, se sentó en la
hierba y escuchó su corazón, sonaba alto como si se fuera a salir, así estuvo un rato hasta
que se tranquilizó y partió de nuevo para la escuelita en carrera porque las sombras de los
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En la escuelita la profesora Matilde le dio un besito por la alegría de volverlo a ver y lo
mandó a sentar al lado de una niña nueva que venía de una ciudad lejana llamada Rivas;
Miguel casi no ponía atención recordando la aventura y en recreo escuchó a unos chavalos
mayores hablando sobre una pandilla de cipotes que temprano en la mañana habían sido
atacados por un duende con una espada, Miguel se puso a reír pero no contó sui historia a
nadie.
Esa tarde Miguel llegó contando todo sobre su viaje sólo a la escuela, pero no le dijo a sus
padres lo que había pasado con el zanate, tenía miedo de que se asustaran y no lo volvieran
a dejar salir sin compañía, sólo su abuelita supo la historia completa y se prometieron
A las ocho Miguel se fue a dormir y soñó con una isla de dos volcanes y un zanate inmenso
como un águila que lo llevaba por los aires hasta la cima de uno de ellos, al llegar ahí el
zanate se posaba delante de él y le picaba la mano y de su palma caían tres gotas de sangre
a la tierra, entonces había un temblor y tres piedras negras emergían desde el suelo,
entonces el zanate lo miraba con ojos humanos y le hablaba sin decir palabras “estos son
tus regalos úsalos cuando tu corazón los necesite y ya no sepás que hacer” y entonces
Miguel se despertó levantó el brazo izquierdo y al llevar la mano cerca de la cara vio una
herida en el centro, luego sintió unos pesos en las piernas y encontró las tres piedras encima
de su sábana, escuchó un crujir de madera al lado de la cama y volteó asustado, pero sólo
era su abuelita tejiendo en su mecedora, ella le miró y le dijo sonriendo “Este también será
nuestro secreto”
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El Jinete negro
Siete años pasaron y los hijos de Don José crecieron, los mayores se casaron y formaron
sus propias familias, pero siempre siguieron trabajando con su padre en las labores de la
finca que ahora era tan grande que se necesitaba un día a caballo para poder recorrerla toda.
hermano Miguel, ahora un muchacho alto y fuerte de doce años, la cuidaba siempre que
salía a pasear. El también ayudaba con el ganado y le dedicaba tiempo al estudio y a los
Ya nadie recordaba la leyenda de la fortuna de Don José, sólo él llevaba la cuenta de los
meses y años que habían pasado desde su viaje a la isla, desde entonces siempre andaba
cargado de rosarios y se santiguaba todas las noches esperando que el demonio durmiese en
Pasaron los primeros meses sin que nada extraño ocurriese, los días eran tranquilos en la
inmensa casa hacienda hasta que llegó la última luna nueva del verano. Era una noche
oscura y el silencio era tan grande que lastimaba los oídos, parecía que uno se había vuelto
sordo de repente, ni siquiera los grillos sacaban sus chirridos nocturnos. Los que aún
recuerdan, dicen que algunos pobladores lo vieron pasar, un jinete vestido de negro en un
caballo grande y cenizo que corría como el viento, Doña Chepita Herrera cuenta que el
jinete se apeo frente a la casa de su abuelo Santiago y preguntó con voz ronca la dirección
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de los Castellón, luego se montó rápido sin tiempo de verle la cara, “El Diablo!” había
En la hacienda Miguel vio de lejos al jinete, llevaba rato oyendo el sonido de los cascos del
caballo, era el único sonido en aquella noche de espanto. Vio que al llegar al portón de la
finca su padre ya estaba ahí para recibirlo, nadie supo lo que hablaron pero el jinete no se
quedó mucho tiempo, después de algunos gestos de plática entre ellos el jinete tomó las
“¿Quién era ese papá?” preguntó Miguel, “Un comprador de ganado que anda buscando
reses de primera” respondió Don José sin ver a su hijo a los ojos y luego se metió rápido a
la casa, Miguel sabía que su papá le estaba mintiendo así que lo siguió para sacarle la
verdad, en la entrada su abuelita lo detuvo desde la mecedora “Déjalo” le dijo con suavidad
“Todos tenemos derecho a nuestros silencios” agregó mientras lo invitaba a sentarse con un
gesto de la mano.
“Qué está pasando?” le preguntó Miguel a la anciana, ella dejó de tejer y lo miró
profundamente a los ojos mientras le respondía “Han pasado siete años desde que tu padre
viajó a Ometepe, la isla de dos volcanes, ese es el hogar de Chico Largo, él compró el alma
de tu papá a cambio de un tesoro” Miguel se levantó del susto pero su abuelita lo tomó de
las manos con las suyas que eran frías como hielo derretido, “Es tiempo de que tu padre
pague lo que debe” agregó con severidad, “¿Y no hay nada que yo pueda hacer?” le dijo
Miguel con desesperación, “puede ser, puede ser que sí” le respondió la abuelita Castellón
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A la mañana siguiente Don José no se despertó, respiraba normal y su pecho se alzaba y
Llamaron al cura Juan y al farmacéutico Don Tele Martínez, los dos llegaron en chinelas
porque los hermanos de Miguel los habían sacado sin desayunar para traerlos a la casa,
ellos tampoco supieron que hacer hasta que Don Santiago mencionó lo del jinete y todas las
señoras se pusieron a rezar. El cura bañó el cuerpo de Don José en agua bendita y mandaron
a llamar a los monaguillos para que quemaran incienso en toda la casa, pero al atardecer
Aquel cura provenía de una familia con una historia larga en la Iglesia, un tío lejano había
sido monaguillo del Papa Julio Segundo durante la época en que El Vaticano tuvo que
enfrentar mil guerras contra países vecinos, por eso en el pueblo algunas beatas le llamaban
eminencia como si fuera un obispo. El farmacéutico, que lo habían bautizado con el nombre
farmacia leyendo lo que decían los almanaques y la publicidad de los diarios donde se
un Doctor a León, Doña Chilo se molestó porque eso significaba seis días de espera ya que
el viaje a aquella ciudad necesitaba de tres días en mula y eso con buen tiempo. Al final,
después de mucha discusión, mandaron a Mateo junto con el hijo mayor de Don Santiago a
buscar el médico, el cura les dio la bendición y salieron en la madrugada del siguiente día.
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Poco después de que los habían despedido, Miguel se acostó en su cuarto, en sus manos
tenía un caballito de madera que su papá le había tallado dos años atrás, no le había dicho
nada a su mamá ni a sus hermanos del asunto de la isla, la abuelita Castellón le hizo jurar
de guardar silencio pero a él le estaba explotando el pecho con las ganas de decirles todo.
De repente se abrió la puerta de su cuarto y su abuelita apareció vestida toda de blanco con
un chal en la cabeza “Ahora es tiempo de que vos también emprendás el viaje” le dijo,
“¿Para donde, para León?” le preguntó el muchacho asustado y la viejita se puso a reír, “No
hijo, vos si vas a encontrar la cura para tu papá” y Miguel se sintió confundido. “A tu papá
le quedan seis días para que Chico largo se quede con su alma, si pasa ese tiempo ya nadie
podrá volver a despertarlo jamás” le dijo con miedo en los ojos “¿Y como podemos
despertarlo antes que pase ese tiempo?” preguntó Miguel y la viejita le respondió “Pocos
son los seres que saben como rescatar las almas del reino de Chico Largo, pero existen”
Miguel con ansiedad la zarandeó de los hombros mientras la preguntaba “Decíme abuelita,
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Granos de mostaza
En los tiempos antiguos las Ceguas salían por las noches en los caminos polvosos, se
embrujaban a los hombres vagos y sabían los secretos de la noche, pero a Miguel no le dio
miedo, pensaba en su papá y estaba dispuesto a atrapar a una Cegua para saber como
salvarlo.
a la cocina y llevar varias alforjas con agua y comida para su viaje, “Ahora sólo te falta el
bastón de tu abuelo y tus tres regalos” le dijo ya en la salida de la casa y Miguel recordó por
primera vez en años el sueño con el zanate, corrió al cuarto y recogió todo aquello “¿Dónde
están las ceguas?” preguntó con firmeza, “Caminá hacia el sol y cuando anochezca, no
importa donde estés, subite a un árbol y espera sin dormirte, cuando aparezca ya sabés que
verás, este es el adiós nieto mío” al muchacho le salieron las lágrimas y le beso la mano,
pero ya no estaba ahí, no había nada, sólo unas palabras que parecían murmurar el viento
zanate años atrás, siempre de cara al sol, con el bordón en la mano y las alforjas al hombro,
iba a pie porque su abuelita le había dicho que no podía usar un caballo en aquella aventura,
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Atravesó el pueblo de lado a lado y se metió a los montes donde aún cazaban venados los
ceibas gigantes, tan espeso que a veces tenía que caminar en cuatro patas para poder pasar.
Cuando al fin salió la luna supo que era el momento de parar y se subió a un guanacaste
alto y ahí se dispuso a esperar. En la noche todo tipo de ruidos lo sobresaltaron, parecía que
había un mundo de animales cruzando debajo de sus pies, el acostado en una rama espiaba
hacia abajo pero sólo se veían sombras rápidas a pesar de ser noche de luna llena.
Horas más tarde sus ojos se cerraban del sueño y cuando estaba a punto de dormirse un
chasquido lo despertó, alguien caminaba abajo y el lo podía sentir. Desde arriba distinguió
la figura de una muchacha con una cabellera espesa negra azabache, vestida con una cotona
gris que le llegaba hasta el ojo del pie, en sus manos traía un guacal y lo puso en el piso, la
muchacha miró para todos lados como si esperase que alguien la hubiese seguido y cuando
se sintió segura miró hacia la luna, Miguel también lo hizo, estaba exactamente en el centro
La muchacha se puso de rodillas delante del guacal y se inclinó con la cabeza hacia abajo,
Miguel escuchó como que escupía y luego vio que se iluminaba desde abajo, cuando la
muchacho se levantó pudo ver lo que era: ahora había una lucecita dentro del guacal,
parecía como un algodón quemándose pero su color era blanco intenso, “Es su alma” pensó
así pasó, abajo la muchacha se encogió y su vestido se convirtió en una piel peluda hasta
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que quedó transformada en una mona gris, una mica bruja y salió dando brincos y chillidos
Miguel tenía las manos heladas al bajar del árbol, escondió el guacal con la lucecita y se
puso a esperar con los granos de mostaza en la mano, la noche se le hizo eterna, mientras
estuvo ahí vio pasar formas de animales que nunca había visto, algunos peludos y largos,
otros con los ojos brillantes como el fuego, parecía que se acercaban con curiosidad pero
Al fin se empezó a escuchar el barullo que armaba la mica bruja a su regreso, el muchacho
estaba tan tieso que le dolía el cuello y la mica se puso igual de tensa al verlo, sus ojos se
volvieron como dos carbones prendidos y empezó a correr hacia él, cuando estaba a dos
metros Miguel le lanzó los granos de mostaza y la mica bruja se paró, aquello era la
debilidad de las Ceguas, por una antigua maldición tenían que recoger los granos de
Mientras recogía los granos, la Cegua convertida en Mica Bruja le habló “Qué querés?” le
preguntó con dulzura y Miguel le respondió mientras tiraba más granos de mostaza “Quiero
saber como se puede rescatar un alma comprada por Chico Largo” la Cegua se detuvo y le
hizo una mueca de burla, “No me interesa decírtelo, además cuando acabe de recoger estos
granos me voy a divertir con vos muchachito” pero a Miguel no lo asustó “Si no me
ayudás no te daré tu guacal y al amanecer te quedarás convertida en una mona para toda tu
vida” la Cegua dejó caer los granos que había recogido y se puso de rodillas hacia él “No
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Y así dicen que en medio de aquel monte espeso, bajo la luna llena, la Cegua le contó a
Miguel de la ciudad bajo la laguna verde de Ometepe, la finca del Encanto, un lugar donde
los animales salvajes son mansitos y las almas compradas por Chico Largo se convierten en
ganado para vendérselas a dioses antiguos venidos de otras tierras, “ Y cómo lo saco de
ahí” le preguntaba Miguel, pero la Cegua sólo le contaba de las reses con ojos humanos que
vendido telas en el Encanto y así le narraba las leyendas mientras recogía los granos de
mostaza hasta que los primeros rayos del sol empezaron a salir desde atrás de la montaña y
la Cegua había recogido todos los granos, entonces Miguel sacó el guacal del escondite y
preguntó por última vez “Y cómo lo saco de ahí?” y la Cegua le respondió con furia en sus
ojos “Tenés que viajar sin cuerpo hasta la finca del Encanto y ahí buscar el alma que querés
encontrar” los primeros rayos empezaban a tocar las copas de los árboles pero a Miguel le
quedaba una pregunta “Y cómo puedo viajar sin cuerpo?” dijo mientras miraba hacia el
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El Señor del espejo ahumado
estaba totalmente cubierto de hojas secas y los árboles eran tan altos que mareaba ver hacia
arriba de ellos, si lo escuchabas con atención parecían emitir un sonido sordo como si una
enorme energía saliese de ellos, “era la fuerza de la vida” le había explicado un día su papá,
“en el trópico seco los árboles necesitan mucha fuerza para crecer tan alto y si te acercás a
los eventos de los últimos días, tenía que descubrir quien era Chombo y donde encontrarlo,
ya no sabía hacia donde ir y se sentía agotado por el desvelo de la noche anterior así que se
fue quedando dormido hasta que se acostó en las hojas secas con la comida al lado.
Al mediodía se despertó, el sol le hería los ojos desde arriba y la comida se la había llevado
algún animal del bosque, se incorporó y sintió el corazón oprimido, estaba descansado pero
no habían respuestas y gritó con fuerza hacia los árboles “¡¡Chombooo!!” pero sólo el
sonido de las ramas movidas por el viento le respondió, se incorporó un poco y miró que
una de las piedras negras se había salido de la alforja, se dijo a sí mismo que aún no era el
momento para usar sus regalos, que antes podía preguntar a las personas que se encontrasen
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Miguel se fue casa por casa en la zona en la que estaba, y a todos preguntaba por Chombo
pero nadie le decía lo que necesitaba. En una casa de adobe roj,o una señora grande con tres
niños le dijo que el pulpero del pueblo se llamaba Jerónimo y que tenía fama de hierbero,
pero cuando llegó a ver al hombre este le dijo que no sabía nada de Chico Largo ni de
Ometepe, así que Miguel siguió su búsqueda por los caseríos hasta que cayó la tarde y la
luna volvió a asomarse para ver al muchacho que ya tenía las piernas cansadas de tanto ir y
Finalmente se agotó su paciencia y las casas también, ya no había nadie a quien preguntar y
Miguel se encontró solo de nuevo al caer la noche, así que con las últimas esperanzas
metió su mano en la alforja y acarició en su mano una de las piedras negras. La sacó
despacito y murmurando una antigua plegaria que le había enseñado su abuela; la lanzó lo
más fuerte que pudo hacia el Este, y Míguel no estuvo seguro de lo que pasó a
continuación. Entre el cansancio y el desvelo creyó ver que la piedra en lo que avanzaba se
hacia cada más grande y viajaba más y más rápido hasta que fue a dar a un enorme
montículo de tierra y al pegar con él este pasó de ser gris a transformarse lentamente a un
color blanco, que bañado por la luz de la luna parecía hasta brillar.
Miguel vio entonces algo aún más sorprendente: el montículo blanco brillante empezó a
Finalmente lo tuvo totalmente de frente, tenía el tamaño de una casa de dos pisos y toda la
figura de un coyote pero más grueso, como si fuera un enorme buey con cabeza y garras de
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coyote. Aquel ser extraño lo miró con ojos brillantes como brasas y le habló en una voz
ronca pero suave: “Soy Tezcatlipoca, señor del espejo ahumado, protector de los chamanes,
pero por estas tierras he recibido otros nombres, me llaman Cadejo porque estoy en todos
lados a la vez”
Miguel había escuchado del Cadejo, decían que había uno negro malo que atacaba a los
caminantes en la noche y uno blanco bueno, que los acompañaba y protegía. Se inclinó un
poco hacia el ser en señal de respeto y se presentó: “Yo soy Miguel Castellón y estoy
buscando la manera de rescatar el alma de mi padre del reino de Chico Largo y una Cegua
me ha dicho que Chombo sabe como, pero yo no sé donde está, ¿me puede ayudar?”
El Cadejo resopló primero y luego se sentó apoyándose entre sus patas delanteras como lo
hacen los gatos, aún así la cabeza del animal quedaba mucho más arriba que la de Miguel
“Si te puedo ayudar, Chombo es nuestro hermanito nagual, es el único hombre que todavía
recuerda las danzas de la luz y puede hablar con las lucecitas de los seres y las cosas, yo te
llevaré a la montaña del Quilambé donde todavía vive, así que subite a mi lomo y sujetate
Y así pasó que en medio de la noche, sin más testigos que la luna y los grillos que hacían
sonar la música que habían aprendido de sus abuelos, Miguel se subió al lomo del cadejo
escalando a través de su espesa cabellera blanca. Aún se preguntaba como había pasado
todo aquello, pero luego se dijo así mismo que ese era el regalo y que era mejor no hacerse
muchas preguntas. Una vez arriba, el Cadejo se levantó y corrió y corrió como el viento y
poco a poco Miguel se fue quedando dormido encima del ser que olía a monte y sudor.
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La Montaña Mágica
Miguel se despertó al sentir la luz del sol picándole los ojos, se dio cuenta que estaba
acostado en medio del monte y se incorporó para quitarse semillas y ramas que tenía
frente a él estaba una montaña imponente que parecía llegar hasta el cielo, “Ese debe ser el
Quilambé” pensó. No había rastros del Cadejo y en silencio agradeció al señor del espejo
Empezó a caminar hacia la montaña y sintió el cuerpo muy adolorido, debía ser el resultado
del viaje a lomos del Cadejo, tenía la sensación de haber viajado toda la noche y el olor del
Cuando el sol llegó cerca del medio del cielo, Miguel ya estaba subiendo por la montaña,
tenía mucha hambre pero el recuerdo de su papá en cama lo hacía seguir sin detenerse. En
la subida se iba encontrando con todo tipo de plantitas extrañas que nunca había visto antes,
y de vez en cuando miraba pequeñas cuevitas y tenía la impresión de que alguien o algo lo
miraba desde adentro pero suponía que solo sería su imaginación y continuaba el difícil
ascenso.
Ya pasado mediodía, Miguel logró llegar a la cumbre y para sus ojos acostumbrados a la
vida de campo fue fácil encontrar un caminito apenas visible entre los matorrales y los
arbustos, y así fue siguiendo las largas espirales que conducían hacia adentro de aquella
gran montaña.
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Al tiempo se encontró unos frutos de zarzamora en medio de unos espinales, y se acercó a
ellos con hambre, se detuvo un momento recordando que su abuela una vez le había dicho
que en las montañas era mejor no comer ni dañar nada de la naturaleza porque los caminos
se podían cerrar. Miguel dudaba si comer o no, pero el hambre era demasiada así que tomó
un puño de zarzamoras, pero lo hizo tan apresurado que se rasguñó la mano con las filosas
espinas.
terminado quiso reanudar su búsqueda y ya no supo por donde seguir, no había rastros de
Caminó muchas horas pero no hubo manera de encontrar el camino de nuevo, Miguel se
desplomó cansado, con hambre y con sed, arrepentido de haber comido las frutas y después
de mucho pensar sacó la segunda piedra de la alforja y abrió un hoyo en la tierra con sus
propias manos; enterró ahí la piedra negra como ofrenda a la montaña y así pagar por las
frutas que había tomado, pidiendo que se abriera el camino para poder encontrar a Chombo.
Después de haber hecho su ofrenda, la tierra tembló y el camino fue visible de nuevo.
Miguel se inclinó ante los cuatro puntos cardinales y agradeció en voz alta por el regalo, así
que siguió el camino nuevamente con el corazón liguero, mientras se decía a sí mismo que
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El hermano Nagual
Al atardecer Miguel se encontró con la Ceiba más grande que había visto en su vida, era tan
gruesa que cincuenta hombres tomados de las manos no podrían abrazarla. Arriba de ella,
cerca de la cumbre vio una hamaca colgada, no podía entender como alguien podía
acostarse allá sin caer y mientras miraba para arriba una voz le habló desde la espalda:
“Deberías ser más atento muchacho, cualquiera puede estar a tu espalda y no te das cuenta”
Miguel se volteó y miró a un hombre de baja estatura, moreno, vestido con cuero de animal
y el pelo largo, en una de sus manos tenía un bastón de bambú y en la otra varias hierbas
que parecían recién arrancadas. “Me llamo…” empezó a decir Miguel pero el hombre lo
interrumpió “Sé quien sos y a qué venistes, si no lo supiera el camino nunca habría vuelto a
abrirse y los seres de la montaña no habrían dejado que pasaras hasta el corazón del
Quilambé, soy Chombo, el hermano Nagual” Miguel se quedó asustado pero luego no se
“El Nagual es nuestro hermanito animal; cada ser tiene una lucecita y nosotros los humanos
también. Cada luz tiene una luz hermanita; algunos tienen como hermanitos de luz los
monos, los jaguares, los colibríes, para otros son las piedras, los hongos de la tierra.
Nuestros hermanitos de luz nos ayudan a entender el lenguaje del Universo… pero esa es
otra historia Miguel es hora de que yo te ayude a salvar la luz de tu papá, vení”
Los dos se sentaron bajo la sombra de la Ceiba gigante y Miguel vio como Chombo sacaba
platanal, todo lo colocó encima de una tela de colores rojos, amarillos, negros y blancos que
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había puesto encima de la tierra. “Vamos a compartir un ritual vos y yo, la única manera de
que vos llegues hasta las tierras de Chico Largo es que viajes sin cuerpo, en eso yo te puedo
ayudar, pero sin cuerpo vos no vas a poder viajar solo hasta ese lugar, te perderías, solo
nosotros, los tlamatinimes, los herederos de Quetzalcóalt, podemos viajar sin cuerpo sin
perdernos, así que vas a tener que viajar en la carreta sagrada, la que algunos llaman la
Y así inició el ritual de Chombo y Miguel, ambos saludaron al Norte, al Sur, al Este y al
Oeste, encendieron velas para las cuatro esquinas del Universo y Miguel se hizo en el
sonarlo al ritmo de palabras que se metían y salían por el cuerpo de Miguel, cada vez más
rápido y más rápido; en medio de los cantos y el ritmo del tambor, Chombo explicó a
Miguel como entrar en la carreta sagrada sin que la carretonera se diera cuenta y donde
Miguel estaba entre dormido y despierto y empezó a ver todo tipo de colores y formas
encima de él, escuchaba cada vez más lejos la voz de Chombo y el tambor, sentía como si
se iba, como que iba cayendo despacio hacia abajo, bajo la tela, bajo la tierra, bajo las
raíces de la Ceiba y hacia arriba miraba su cuerpo encima de la tela y a chombo sentado al
lado, cada vez más lejos, lejos, hasta que se hizo oscuridad.
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La carreta sagrada
Miguel solo miraba oscuridad, cerrada, absoluta, pero no tuvo miedo, su abuela siempre le
había dicho que no era necesario temer a la oscuridad, lo importante era sentir la luz interna
y estar en paz con los seres y las cosas, así que se incorporó y trato de moverse en medio de
aquella nada oscura y silenciosa, caminó sin sentir nada bajo sus pies y movía las manos
De repente a lo lejos vio como una lucecita, al comienzo era apenas visible como una
estrella lejana, pero se fue haciendo más y más fuerte hasta que se vio que eran varias, eran
La carreta era muy larga, la jalaban tres bueyes enormes, casi tan grandes como el cadejo,
había uno rojo, otro amarillo y uno verde y la carretonera los guiaba con fuerza, ella estaba
vestida con un chal negro que cubría su rostro. Adentro de la carreta iban varias personas en
Miguel se fue acercando por detrás, siguiendo las instrucciones de Chombo, y cuando
estuvo muy cerca dejó de respirar y se impulsó con ambos pies flexionándolos y salió
volando por encima de la carreta y logró entrar con las completas en la parte más trasera de
la carreta entre los hombres y las mujeres silenciosos. Nadie lo vio ni le habló, todos tenían
la mirada perdida en la oscuridad, y sus rostros no tenían ninguna expresión, eso le dio un
poco de miedo a Miguel pero igual se sintió contento con haber logrado entrar y se
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La Finca del Encanto
La carreta siguió su camino y al rato entró a una cueva grande que se abrió en medio de la
oscuridad, estaba llena de raíces de árboles y se miraban todo tipo de seres colgando de las
paredes, a veces parecían monos, otras veces parecían ardillas grandes, pero todos
guardaban silencio cuando pasaba la carreta. Los bueyes hacían mucho ruido al caminar,
sonaba como si quebraran madera o como si muchas piedras cayeran desde una cima.
Finalmente cuando Miguel pensó que nunca llegaría la hora de bajarse, salieron de la cueva
y entraron a un bosque de árboles de acacia y supo que estaban llegando cerca de la Finca
del Encanto, así que volvió a contener la respiración y saltó por encima de la carreta con la
Al voltearse para ver como se iba la carreta, vio como la carretonera se volteaba hacia él y
desde la oscuridad de su chal le decía “Tu turno también llegará” y Miguel sintió un poco
de hielo en el corazón, y agradeció a las energías del Universo por haber podido bajar de la
carreta sagrada.
Puesto ahí se dio cuenta que no sabía hacia donde ir ni que hacer, había logrado finalmente
llegar a su destino pero estaba congelado pensando en que seguía después de ahí, entonces
se escuchó una gran bulla por el camino y Miguel se escondió rápidamente detrás de los
árboles.
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Por el camino apareció una gran cantidad de ganado, eran vacas de todos colores y
variedades, al lado iban dos hombres que las iban arreando, o al menos eso parecían de
lejos, porque cuando ya estaban cerca, Miguel se dio cuenta que no tenían cabezas
humanas. Uno de ellos tenía cabeza de chancho, rosada con un gran hocico y orejas caídas,
ese estaba vestido como campesino con sombrero de yute, camisa y pantalón de tela blanca
y caites en los pies, el otro tenía la cabeza de una gallina de guinea y era muy corpulento,
iba vestido como capataz, con cincho y botas de cuero de esas que llegan hasta las rodillas.
“¡Muévanse, más rápido, que ya estamos por llegar a la entrada del Encanto!” decía el ser
con cabeza de chancho, mientras el cabeza de gallina miraba para todos lados “Huelo como
a persona por aquí” dijo de repente y Miguel se pegó a la tierra pidiendo a todas las
Al rato vio como llegaban al final de bosque y comenzaba una extensión de tierra tan
grande que se perdía hasta donde la vista alcanzaba, eran tierras cultivadas con ríos y
trochas por todos lados; la comitiva se metió por uno de los caminos y Miguel se fue tras
ellos.
detenía de vez en cuando tratando de encontrar de donde venía la luz del cielo que era de un
color naranja claro, no se veía el sol por ninguna parte y tampoco había una sola nube o
pájaros.
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Finalmente llegaron a la casa hacienda, era un sitio enorme con grandes edificios blancos,
de adobe con teja, al lado pastoreaban más cabezas de ganado que las que tenía don José
Castellón y al fondo del lugar se podía distinguir un gran lago de colores verdosos. Miguel
se imaginó que debía ser charco verde, pero no entendía como podía estar ahí si se suponía
que estaban debajo de él. Se alejo de la comitiva y se acercó al charco y el asombro fue
mayor cuando divisó pastando en sus orillas cuatro venados con bellas cornamentas y de
Miguel recordó de repente donde estaba y se echó para atrás temiendo ser descubierto y fue
entonces que vio sus propias manos y las miró pequeñas, igual vio el resto de su cuerpo, se
tocó el rostro y se vio en el reflejo del agua para confirmar que había vuelto a tener el
Fue entonces cuando escuchó una voz de mujer a su espalda: “Chombo tiene razón, tenés
que ser más atento, cualquiera puede estar a tu espalda y no te das cuenta” Miguel se volteo
alarmado y se encontró con el rostro de una mujer joven, con el pelo largo azul marino, con
descalza y en las muñecas de sus manos tenía varios tipos de pulseras echas de conchas
marinas y hierbas del campo, ella le sonrió y le habló con suavidad: “Bienvenido Miguel”
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La Red de la vida
“Te estábamos esperando” le dijo la mujer, Miguel finalmente pudo responder “Pero,
¿como?... ¿Quien sos vos?” ella lo miró con dulzura y lo invitó a sentarse en la hierba,
ambos lo hicieron y ella empezó a hablar “Yo soy Xochipilli, príncipe flor, energía de la
danza y la fiesta, señor y señora de las flores, y esta es una de mis moradas, un centro de
poder que tus ancestros visitaron hace muchas lunas, también vinieron del Norte y del Sur
hasta la isla de los dos volcanes, el centro sagrado ceremonial, custodiado por los venados
azules y chico largo como le dicen por tus tierras” Miguel siempre curioso la interrumpió
mano por la frente de Miguel le respondió “No Miguel, los hombres y las mujeres han
perdido los ojos para ver lo sagrado y los oídos para escuchar al Universo, primero
olvidaron que las Ceguas eran mujeres sabias que conocían la magia de la noche, luego
sagrada, y han convertido las energías de este gran santuario en cuentos de espantos y
aparecidos” Miguel volvió a interrumpir un poco molesto “Pero yo encontré a una cegua y
me quería lastimar” Xochipilli le tapó la boca con suavidad y siguió hablando “Ella se
defendió de un muchacho que le lanzó granos de mostaza y que le quería robar el alma, si
vos le hubieras pedido con suavidad su ayuda ella te la habría dado, tu abuela es una mujer
sabia Miguel pero hay cosas que ella nunca supo. Chico Largo no es un demonio ni un
fantasma, es la energía de todos los árboles, plantas, animales y piedras que viven en esta
isla y yo soy parte de esa energía también, y vos, y tu familia, y cada uno de los seres y las
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Miguel se quedó un tiempo en silencio sin saber que decir y Xochipilli volvió a hablar:
“Hace siete años tu papá irrespetó este lugar, clavó metal en esta tierra sagrada en busca de
oro y joyas, a como hicieron los hombres barbados que vinieron de otro continente hace
quinientos años, pero la idea de darle el oro a cambio de su luz fue una idea mía, porque en
el río del tiempo que avanza y retrocede en espiral yo te ví, y supe que podrías llegar a ser
luminoso, así que preparamos tu camino hacia nosotros, y aquí estás ahora”
Miguel empezó a entender todo y se sintió muy enojado “Así que todo esto ha sido un
engaño, una trampa para que hiciera este recorrido hasta aquí, una mentira de Chombo y
tuya?” Xochipilli se puso seria y le respondió con fuerza pero con tranquilidad “No hay
mentiras, tu papá podía haberse quedado aquí hace siete años, pero lo dejamos volver con
la esperanza de que vos vinieras a nosotros. Cuando tenías siete años me transformé en un
zanate y vos me salvaste, demostraste entonces tu valor, tu amor por la red de la vida”
Miguel entendió todo entonces, los regalos, como Chombo sabía quien era él, su llegada
hasta el Encanto, solo necesitaba saber una cosa “¿Y el alma de mi papá? Podré llevarla
conmigo?” Xochipilli volvió a sonreír y respondió: “Si Miguel, solo tenés que usar tu
corazón para encontrarla, está en un bosque cercano en un jardín de orquídeas, una de ellas
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Miguel ya se iba retirar en busca del bosque pero se detuvo “¿Y porqué querían que viniera
hasta aquí?” Xochipilli se levantó y le invitó a hacer lo mismo y mientras lo tomaba de las
manos le dijo: “Los seres de luz como vos tienen que ser nutridos, cuidados. El mundo de
los hombres y las mujeres se irá oscureciendo cada vez más, la sordera y ceguera de
muchos que ya no ven su propia luz ni la de los demás seres y cosas, crecerá más.
danzas de la luz. Necesitamos que seas luz para los tiempos de oscuridad” Miguel sintió su
respiración fuerte y a través de sus manos podía ver pequeñas luces que iban y venían entre
él y Xochipilli “Seré luz entonces” respondió Miguel y Xochipilli lo abrazó con fuerza y se
Cuentan que Miguel entró al bosque y encontró el jardín de orquídeas, habían tantas que su
olor flotaba como incienso en medio del lugar y todo tipo de insectos volaban con alegría.
Miguel siguió su corazón y encontró una orquídea blanca florecida y supo que era la luz de
su papá, la tomó entre sus manos, sacó su tercer regalo, lo apretó contra su pecho y
Dicen que cuando abrió los ojos era de mañana y estaba nuevamente en su casa y había
vuelto a ser un muchacho de doce años y tenía entre sus manos la hermosa orquídea, así
que corrió hacia el cuarto de su papá y la colocó cerca de su nariz para que respirara su
fragancia y don José lentamente despertó con lágrimas en los ojos. La orquídea aún crece
en un jardín de la casa y Miguel tuvo muchas aventuras en los mundos custodiados por los
venados azules, pero esas son otras historias que tal vez otro día te pueda contar.
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