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¡Mamá! ¡Mamá!
Como un relicario beso los golpes
que hay en tu cara,
porque son como mil daños
que con pasión te hizo mi tata,
en la enjundia enorme
de su hombría pisoteada,
en el trapiche cruento
de una injusticia nefasta.
¡y no llores, mamá!
Que ya nadie por Dios,
habrá de matarte el alma,
te defenderé aunque sea con esta madera
que aspira a ser andamio
y a ser casa de un mundo nuevo,
grande y mejor.
Y si no,
que las cañas de nuestra milpa
se vuelvan lanzas.
Así que me has permitido
la ocasión de estas palabras,
anda, sigue tu camino
con tu soberbia de raza,
y el mundo de tus perjuicios
como joroba en la espalda.
La vida te ha sido fácil,
y por serlo inapreciada.