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2.- El magisterio de Vitoria.

La fama inmortal de Francisco de Vitoria en la historia de la filosofía depende


sólo de unos pocos escritos breves, llamados en su época ‘relecciones’: Se
exponían ante el auditorio de la Universidad de Salamanca (alumnos y
profesores); cada profesor pronunciaba una relección al año, como resumen de su
programa. El estilo debía ser claro, preciso, elegante y detallado, todo ello en una
conferencia de dos horas.

Se explicaban los días de fiesta, no lectivos, ante un auditorio numeroso y


heterogéneo, muchos de los cuales no estaban familiarizados con las conferencias
o tenían opiniones diferentes. Como es de suponer, las relecciones eran escritos
ocasionales; la mayoría de ellas serían de una erudición y una pedantería
insufribles, de bajo nivel para salir del paso. Sólo Francisco de Vitoria aprovechó
las relecciones para crear unos escritos modélicos por sus ideas en filosofía y por
su estilo en literatura, con tal originalidad que permanecen en la historia del
pensamiento.

Vitoria redactó quince relecciones, de las que sólo se conservan trece, y aun las
fundamentales, que forman un conjunto sistemático, son sólo seis. En ellas
aborda los temas decisivos y actuales en su época, donde otros tendrían otras
opiniones, o incluso no había aún ‘nada escrito sobre eso’.

La primera, ‘De potestate civili’, es de 1528, cuando Vitoria tenía 45 años. Luego
vendría ‘De potestate Ecclesiae prior’ (1532), ‘De potestate Ecclesiae posterior’
(1533) y ‘De potestate Papae et Concilii’ de 1534; todas ellas abordan el
espinoso tema de las relaciones entre el poder civil y el eclesiástico, los dos
grandes poderes de la época.

Después vendrían incluso las más importantes, ‘De indis prior’ y ‘De indis
posterior’, también conocida como ‘De iure belli’ (de 1539, ya con 56 años); en
ellas se plantea Vitoria el aún más espinoso tema de los deberes y derechos
mutuos entre los españoles y la América recién descubierta. No es casualidad que
el Derecho Internacional se fundara en España, la sociedad que universalizó el
planeta con sus exploraciones.

En una época en que el saqueo, el pillaje, la explotación y la conquista eran


frecuentes con los territorios descubiertos, este hombrecillo se propuso desde la
teología ética enunciar las normas básicas del Derecho entre todos los hombres.
Y eso supuso el nacimiento del Derecho Internacional. Lo hizo con cautela,
sabiendo dónde se metía, en unas pocas relecciones.
Con ello se ganaría muchos antagonistas, todos los partidarios del único derecho
de la explotación del débil por el fuerte, o que se beneficiaban de esa situación.
¿Pero quién recuerda hoy a sus enemigos? Sin embargo la figura de Francisco de
Vitoria brilla aún en la historia del pensamiento.

Además se puede considerar que descubrió un nuevo estilo de pensamiento: El


Derecho es inseparable de la ética, al menos en una etapa social madura. Y no se
trata de una razón analítica mecánica, sino de una razón ética, que mide todas las
circunstancias particulares, todas las perspectivas, una razón vital e histórica:
Vitoria se adelanta en cuatro siglos a las teorías de Ortega, en una corriente
común. En el futuro se trataría de clarificar las relaciones entre esa razón ética y
la razón analítica.

3.- La antropología de Vitoria.

Antes de entrar en los derechos de los indios, Vitoria enuncia unas ideas
generales sobre el hombre, de las que poder deducir luego sus opiniones más
particulares sobre el Derecho. Lo hace partiendo del tomismo, pero con
importantes novedades:

Todo hombre (español o indio) por poseer razón y lenguaje, tiene derecho a
pertenecer a una sociedad ética justa. Esta idea de apariencia inocente era una
gran novedad para una sociedad que en buena parte consideraba a los indios
como bárbaros o infantiloides; que en 1512, con las ‘Leyes de Burgos’ y en 1542,
con las ‘Leyes nuevas’, se planteaba todavía si los indios podían ser considerados
como verdaderos hombres, vasallos libres, capaces de recibir la fe. Y esa idea
incluso hoy no se ha cumplido en muchas zonas del planeta.

La razón es el fundamento del derecho; donde hay razón puede y debe haber
derecho; las criaturas irracionales no son responsables, pero todas las racionales
sí. Y como apunta Vitoria con una penetrante ironía, ‘también entre nosotros
vemos gente rústica, en muy poco diferentes de los animales’, porque no han
desarrollado su razón o la han encaminado al mal.

Todos los hombres, en tanto racionales, son responsables de sus actos. Los seres
irracionales, como animales, niños o deficientes, no son responsables. Esto
implica que todo hombre, sea español o indio, ‘debe’ tener igual dignidad en
virtud de su razón (otra cosa es que eso se realice). Y los seres racionales tienen
responsabilidad sobre los irracionales; ‘deben’ usar su predominio racional para
su cuidado, no para un dominio indiscriminado.
También hay que tener en cuenta que no todos los malvados son totalmente
responsables. Algunos no han elegido el mal con libertad, sino presionados por
un ambiente muy precario o determinados por sus genes; cuando el delincuente
es en realidad un desgraciado lo que necesita es ayuda, educación, no castigo: el
Derecho debe refinarse en ese sentido. El castigo se reserva para los que sí han
elegido el mal libremente.

Pero si de hecho hay graves carencias en las etapas primitivas humanas, la meta
es alcanzar estadios éticos de mayor madurez; difíciles, pero no imposibles; y
una obligación para todo ser racional; que satisfagan todas las demandas éticas
que la razón humana tiene dentro de sí.

Por último, el punto de la sociedad. El hombre necesita la sociedad para


satisfacer todas sus posibilidades, toda su capacidad ética. Sin sociedad no podría
hacerse nada de esto y el hombre permanecería en un estado de salvajismo tribal.
En realidad el hombre seguiría siendo social, siempre lo es; pero no desarrollaría
su ética, para lo cual es necesario un Estado ético que dirija adecuadamente las
posibilidades humanas, sin el cual esas posibilidades no se desarrollarían o se
derivarían hacia el mal.

El Estado comenzó siendo despótico, y todavía a veces lo es; pero un nuevo tipo
de Estado ético es también precisamente lo único que puede salvarnos de esa
barbarie. Creer que eliminando el Estado se eliminará el mal social es un grave
error; eso sólo produciría un regreso a la barbarie total, al estado de guerra
perpetuo; sería imposible todo sentido de justicia, para premiar el mérito y
castigar el vicio; sería el caos y el desastre para el hombre. Entre el Estado
totalitario y la selva sin Estado, debe haber un término medio beneficioso para
la sociedad y para los hombres: el Estado ético, cuya función es administrar
integralmente la justicia.

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