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Seminario Introducción al pensamiento de Antonio Gramsci

Coordinador: Hernán Ouviña

SELECCIÓN DE ESCRITOS JUVENILES DE GRAMSCI (1916-1920)


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SOCIALISMO Y CULTURA1

Nos cayó a la vista hace algún tiempo un artículo en el cual Enrico Leone, de esa forma
complicada y nebulosa que le es tan a menudo propia, repetía algunos lugares comunes acerca
de la cultura y el intelectualismo en relación con el proletariado, oponiéndoles la práctica, el
hecho histórico, con los cuales la clase se está preparando el porvenir con sus propias manos.
No nos parece inútil volver sobre ese tema, ya otras veces tratado en el Grido y que ya se
benefició de un estudio más rigurosamente doctrinal, especialmente en la Avanguardia de los
jóvenes, en ocasión de la polémica entre Bordiga, de Nápoles, y nuestro Tasca.

Vamos a recordar dos textos: uno de un romántico alemán, Novalis (que vivió de 1772 a
1801), el cual dice: "El problema supremo de la cultura consiste en hacerse dueño del propio
yo trascendental, en ser al mismo tiempo el yo del yo propio. Por eso sorprende poco la falta
de percepción e intelección completa de los demás. Sin un perfecto conocimiento de nosotros
mismos, no podremos conocer verdaderamente a los demás".

El otro, que resumiremos, es de G. B. Vico. Vico (en el Primer corolario acerca del habla por
caracteres poéticos de las primeras naciones, en la Ciencia Nueva) ofrece una interpretación
política del famoso dicho de Solón que luego adoptó Sócrates en cuanto a la filosofía,
"Conócete a ti mismo", y sostiene que Solón quiso con ello exhortar a los plebeyos -que se
creían de origen animal y pensaban que los nobles eran de origen divino-a que reflexionaran
sobre sí mismos para reconocerse de igual naturaleza humana que los nobles, y, por tanto,
para que pretendieran ser igualados con ellos en civil derecho. Y en esa conciencia de la
igualdad humana de nobles y plebeyos pone luego la base y la razón histórica del origen de
las repúblicas democráticas de la Antigüedad.

No hemos reunido esos dos textos por capricho. Nos parece que en ellos se indican, aunque
no se expresen ni definan por lo largo, los límites y los principios en los cuales debe fundarse
una justa comprensión del concepto de cultura, también respecto del socialismo.

Hay que perder la costumbre y dejar de concebir la cultura como saber enciclopédico en el
cual el hombre no se contempla más que bajo la forma de un recipiente que hay que rellenar
y apuntalar con datos empíricos, con hechos en bruto e inconexos que él tendrá luego que
encasillarse en el cerebro como en las columnas de un diccionario para poder

1 Il Grido del Popolo, 29 de enero de 1916, reproducido en Antonio Gramsci: Antología, Editorial Siglo XXI,
Buenos Aires.
contestar, en cada ocasión, a los estímulos varios del mundo externo. Esa forma de cultura es
verdaderamente dañina, especialmente para el proletariado. Sólo sirve para producir
desorientados, gente que se cree superior al resto de la humanidad porque ha amontonado en
la memoria cierta cantidad de datos y fechas que desgrana en cada ocasión para levantar una
barrera entre sí mismo y los demás. Sólo sirve para producir ese intelectualismo cansino e
incoloro tan justa y cruelmente fustigado por Romain Rolland y que ha dado a luz una entera
caterva de fantasiosos presuntuosos, más deletéreos para la vida social que los microbios de
la tuberculosis o de la sífilis para la belleza y la salud física de los cuerpos. El estudiantillo
que sabe un poco de latín y de historia, el abogadillo que ha conseguido arrancar una
licenciatura a la desidia y a la irresponsabilidad de los profesores, creerán que son distintos
y superiores incluso al mejor obrero especializado, el cual cumple en la vida una tarea bien
precisa e indispensable y vale en su actividad cien veces más que esos otros en las suyas.
Pero eso no es cultura, sino pedantería; no es inteligencia, sino intelecto, y es justo reaccionar
contra ello.

La cultura es cosa muy distinta. Es organización, disciplina del yo interior, apoderamiento


de la personalidad propia, conquista de superior conciencia por la cual se llega a comprender
el valor histórico que uno tiene, su función en la vida, sus derechos y sus deberes, Pero todo
eso no puede ocurrir por evolución espontánea, por acciones y reacciones independientes de
la voluntad de cada cual, como ocurre en la naturaleza vegetal y animal, en la cual cada
individuo se selecciona y específica sus propios órganos inconscientemente, por la ley fatal
de las cosas. El hombre es sobre todo espíritu, o sea, creación histórica, y no naturaleza. De
otro modo no se explicaría por qué, habiendo habido siempre explotados y explotadores,
creadores de riqueza y egoístas consumidores de ella, no se ha realizado todavía el
socialismo. La razón es que sólo paulatinamente, estrato por estrato, ha conseguido la
humanidad conciencia de su valor y se ha conquistado el derecho a vivir con independencia
de los esquemas y de los derechos de minorías que se afirmaron antes históricamente. Y esa
conciencia no se ha formado bajo el brutal estímulo de las necesidades fisiológicas, sino por
la reflexión inteligente de algunos, primero, y, luego, de toda una clase sobre las razones de
ciertos hechos y sobre los medios mejores para convertirlos, de ocasión que eran de vasallaje,
en signo de rebelión y de reconstrucción social. Eso quiere decir que toda revolución ha sido
precedida por un intenso trabajo de crítica, de penetración cultural, de permeación de ideas a
través de agregados humanos al principio refractarios y sólo atentos a resolver día a día, hora
por hora, y para ellos mismos su problema económico y político, sin vínculos de solidaridad
con los demás que se encontraban en las mismas condiciones. El último ejemplo, el más
próximo a nosotros y, por eso mismo, el menos diverso del nuestro, es el de la Revolución
francesa. El anterior período cultural, llamado de la Ilustración y tan difamado por los fáciles
críticos de la razón teorética, no fue --o no fue, al menos, completamente--ese revoloteo de
superficiales inteligencias enciclopédicas que discurrían de todo y de todos con uniforme
imperturbabilidad, que creían ser hombres de su tiempo sólo una vez leída la Gran
enciclopedia de D'Alembert y Diderot; no fue, en suma, sólo un fenómeno de intelectualismo
pedante y árido, como el que hoy tenemos delante y encuentra su mayor despliegue en las
Universidades populares de ínfima categoría. Fue una revolución magnífica por la cual, como
agudamente observa De Sanctis en la Storia della letteratura italiana, se formó por toda
Europa como una conciencia unitaria, una internacional espiritual burguesa sensible en cada
una de sus partes a los dolores y a las desgracias
comunes, y que era la mejor preparación de la rebelión sangrienta luego ocurrida en Francia.

En Italia, en Francia, en Alemania se discutían las mismas cosas, las mismas instituciones,
los mismos principios. Cada nueva comedia de Voltaire, cada pamphlet nuevo, era como la
chispa que pasaba por los hilos, ya tendidos entre Estado y Estado, entre región y región, y
se hallaban los mismos consensos y las mismas oposiciones en todas partes y
simultáneamente. Las bayonetas del ejército de Napoleón encontraron el camino ya allanado
por un ejército invisible de libros, de opúsculos, derramados desde París a partir de la primera
mitad del siglo XVIII y que habían preparado a los hombres y las instituciones para la
necesaria renovación. Más tarde, una vez que los hechos de Francia consolidaron de nuevo
la conciencia, bastaba un movimiento popular en París para provocar otros análogos en
Milán, en Viena, y en los centros más pequeños. Todo eso parece natural, espontáneo, a los
facilones, pero en realidad sería incomprensible si no se conocieran los factores de cultura
que contribuyeron a crear aquellos estados de ánimo dispuestos a estallar por una causa que
se consideraba común.

El mismo fenómeno se repite hoy para el socialismo. La conciencia unitaria del proletariado
se ha formado o se está formando a través de la crítica de la civilización capitalista, y crítica
quiere decir cultura, y no ya evolución espontánea y naturalista. Crítica quiere decir
precisamente esa conciencia del yo que Novalis ponía como finalidad de la cultura. Yo que
se opone a los demás, que se diferencia y, tras crearse una meta, juzga los hechos y los
acontecimientos, además de en sí y por sí mismos, como valores de propulsión o de repulsión.
Conocerse a sí mismo quiere decir ser lo que se es, quiere decir ser dueños de sí mismo,
distinguirse, salir fuera del caso, ser elemento de orden, pero del orden propio y de la propia
disciplina a un ideal. Y eso no se puede obtener si no se conoce también a los demás, su
historia, el decurso de los esfuerzos que han hecho los demás para ser lo que son, para crear
la civilización que han creado y que queremos sustituir por la nuestra. Quiere decir tener
noción de qué es la naturaleza, y de sus leyes, para conocer las leyes que rigen el espíritu. Y
aprenderlo todo sin perder de vista la finalidad última, que es conocerse mejor a sí mismos a
través de los demás, y a los demás a través de sí mismos.

Si es verdad que la historia universal es una cadena de los esfuerzos que ha hecho el hombre
por liberarse de los privilegios, de los prejuicios y de las idolatrías, no se comprende por qué
el proletariado, que quiere añadir otro eslabón a esa cadena, no ha de saber cómo, y por qué
y por quién ha sido precedido, y qué provecho puede conseguir de ese saber.

INDIFERENTES2

Odio a los indiferentes. Creo, como Federico Hebbel, que “vivir significa ser partisano”3. No
pueden existir quienes sean solamente hombres, extraños a la ciudad. Quien vive

2 La Città Futura, 11 de febrero 1917. Reproducido en Antonio Gramsci: La Ciudad Futura y otros escritos,
Selección y Estudio Introductorio a cargo de Daniel Campione, Editorial Dialektik, Buenos Aires, 2006.
verdaderamente no puede no ser ciudadano y no tomar partido. La indiferencia es abulia,
parasitismo y cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes.

La indiferencia es el peso muerto de la historia. Es la bola de plomo para el innovador, es la


materia inerte en la que se ahogan a menudo los entusiasmos más brillantes, es el foso que
circunda la vieja ciudad y la defiende mejor que las murallas más altas, mejor que los pechos
de sus guerreros, porque engulle con sus gargueros barrosos a los asaltantes, los diezma, los
desanima y en cualquier momento los hace desistir de la heroica empresa.

La indiferencia obra en la historia con fuerza. Opera pasivamente, pero opera. Es la fatalidad;
es aquello con lo que no se puede contar, es lo que desbarata los programas, desvirtúa los
planes mejor construidos; es la materia bruta que se rebela contra la inteligencia y la
estrangula. Aquello que sucede, el mal que se abate sobre todos, el posible bien que un acto
heroico (de valor universal) puede acarrear, no es tanto debido a la iniciativa de los pocos
que actúan, sino a la indiferencia, a la prescindencia de los muchos. Aquello que adviene, no
lo hace tanto porque algunos quieren que suceda, sino porque la masa de los hombres abdica
de su voluntad, deja hacer, deja entrelazarse los nudos que luego sólo la espada podrá cortar,
permite promulgar las leyes que sólo la revuelta podrá abrogar, asiste pasiva al ascenso al
poder de hombres que luego sólo un motín podrá derrocar. La fatalidad que parece dominar
la historia no es otra cosa que la apariencia ilusoria producida por esta indiferencia, este
ausentismo. A partir de hechos concebidos en la sombra, pocas manos no sometidas a ningún
control, hilan la tela de la vida colectiva, y la masa permanece ignorante porque no se
preocupa. Los destinos de una época son manipulados según la visión estrecha, los objetivos
inmediatos, la ambición y pasión personal de pequeños grupos activos, y las masas
permanecen ignorantes, porque no se preocupan. Pero los hechos que han sido concebidos
suceden; la tela hilada en las sombras se completa: y entonces parece ser la fatalidad la que
arrolla a todo y a todos, parece que la historia no es más que un enorme fenómeno natural,
una erupción, un terremoto, del cual todos resultan víctimas, quien ha querido y quien no,
quien sabía y quien no sabía, el activo y el indiferente. Y este último se irrita, querría
sustraerse a las consecuencias, quisiera que apareciese claro que él no ha querido, que no es
responsable. Algunos lloriquean piadosamente, otros profieren obscenidades, pero ninguno
o muy pocos se preguntan: ¿si hubiese también yo cumplido mi deber, si hubiese procurado
hacer valer mi voluntad, mi opinión, hubiera acontecido lo que sucedió? Pero muy pocos o
ninguno se echa la culpa por su indiferencia, su escepticismo, de no haber ofrecido su brazo
y su actividad a ese grupo de ciudadanos que combatían por evitar el mal que ocurrió, que se
proponían el bien que no se realizó.

Los más de ellos, en cambio, ante los hechos consumados, prefieren hablar de ideales
fallidos, de programas definitivamente hundidos y de otras ocurrencias similares.

3 Cf. Friedrich Hebbel (Diario, traducción e introducción de Scipio Slataper), Lanciano, Carabba, 1912
(Cultura dell’ anima), p. 82: “Vivere significa esser partigiani” (riflessione Nº 2.127). El mismo pensamiento
de Hebbel ha sido publicado en el número del Grido del Popolo del 27 de mayo de 1916, junto con las siguientes
dos “reflexiones” incluidas en la misma obra: 1. “Un prisionero y un predicador de la libertad”. 2. “A la juventud
se le reprocha a menudo creer que el mundo comienza con ella. Pero la ancianidad cree aún más a menudo que
el mundo se termina con ella. ¿Cuál es peor?”.
Recomienzan así la elusión de toda responsabilidad. Y no se trata de que no vean claro las
cosas ni de que no sean capaces de concebir excelentes soluciones para los problemas más
urgentes o de aquéllos que, requiriendo amplia preparación y tiempo, son, no obstante, igual
de urgentes. Pero estas soluciones resultan tan bellas como infecundas, esta contribución a la
vida colectiva no es animada por algún impulso moral; es producto de la curiosidad
intelectual, no del fuerte sentido de responsabilidad histórica que exige a todos ser activos en
la vida, que no admite agnosticismos ni indiferencias de ningún género.

Odio también a los indiferentes porque me produce repulsión su plañir de eternos inocentes.
Pido cuentas a cada uno de ellos de cómo ha realizado la tarea que la vida le ha asignado y
le asigna cotidianamente, de lo que ha hecho y sobre todo de lo que no ha hecho. Y siento
que puedo ser inexorable, que no debo malgastar mi piedad, que no debo compartir con ellos
mis lágrimas. Soy partisano, vivo, siento en la conciencia la parte que me toca impulsar de
la actividad de la ciudad futura que quienes están de mi lado están construyendo. Y en ella la
cadena social no pesa sobre pocos, todas las cosas que suceden no son debidas al acaso, a la
fatalidad, sino que es obra inteligente de los ciudadanos. No hay en ella nadie que se quede
en la ventana observando mientras unos pocos se sacrifican, se desangran; y aquél que está
en la ventana, al acecho, quiere usufructuar del escaso beneficio que la actividad de unos
pocos obtiene y desfoga su decepción vituperando al sacrificado, al que se ha desangrado por
no cejar en su intento.

Vivo, soy partisano. Por eso odio a quien no toma partido, odio a los indiferentes.

NOTAS SOBRE LA REVOLUCION RUSA5

¿Por qué la Revolución rusa es una revolución proletaria?

Al leer los periódicos, al leer el conjunto de noticias que la censura ha permitido publicar, no
se entiende fácilmente. Sabemos que la revolución ha sido hecha por proletarios (obreros y
soldados), sabemos que existe un comité de delegados obreros que controla la actuación de
los organismos administrativos que ha sido necesario mantener para los asuntos corrientes.
Pero ¿basta que una revolución haya sido hecha por proletarios para que se trate de una
revolución proletaria? La guerra la hacen también los proletarios, lo que, sin embargo, no la
convierte en un hecho proletario. Para que sea así es necesario que

4 Il Grido del Popolo, 29 de abril de 1917, reproducido en Antonio Gramsci: Revolución rusa y Unión
Soviética, Ediciones Roca, México, 1974.
intervengan otros factores, factores de carácter espiritual. Es necesario que el hecho
revolucionario demuestre ser, además de fenómeno de poder, fenómeno de costumbres,
hecho moral. Los periódicos burgueses han insistido sobre el fenómeno de poder; nos han
dicho que el poder de la autocracia ha sido sustituido por otro poder, aún no bien definido y
que ellos esperan sea el poder burgués. E inmediatamente han establecido el paralelo:
Revolución rusa, Revolución francesa, encontrando que los hechos se parecen. Pero lo que
se parece es sólo la superficie de los hechos, así como un acto de violencia se asemeja a otro
del mismo tipo y una destrucción es semejante a otra.

No obstante, nosotros estamos convencidos de que la Revolución rusa es, además de un


hecho, un acto proletario y que debe desembocar naturalmente en el régimen socialista. Las
noticias realmente concretas, sustanciales, son escasas para permitir una demostración
exhaustiva. Pero existen ciertos elementos que nos permiten llegar a esa conclusión.

La Revolución rusa ha ignorado el jacobinismo. La revolución ha tenido que derribar a la


autocracia; no ha tenido que conquistar la mayoría con la violencia. El jacobinismo es
fenómeno puramente burgués; caracteriza a la revolución burguesa de Francia. La burguesía,
cuando hizo la revolución, no tenía un programa universal; servía intereses particulares, los
de su clase, y los servía con la mentalidad cerrada y mezquina de cuantos siguen fines
particulares. El hecho violento de las revoluciones burguesas es doblemente violento:
destruye el viejo orden, impone el nuevo orden. La burguesía impone su fuerza y sus ideas
no sólo a la casta anteriormente dominante, sino también al pueblo al que se dispone a
dominar. Es un régimen autoritario que sustituye a otro régimen autoritario.

La Revolución rusa ha destruido al autoritarismo y lo ha sustituido por el sufragio universal,


extendiéndolo también a las mujeres. Ha sustituido el autoritarismo por la libertad; la
Constitución por la voz libre de la conciencia universal. ¿Por qué los revolucionarios rusos
no son jacobinos, es decir, por qué no han sustituido la dictadura de uno solo por la dictadura
de una minoría audaz y decidida a todo con tal de hacer triunfar su programa? Porque
persiguen un ideal que no puede ser el de unos pocos, porque están seguros de que cuando
interroguen al proletariado, la respuesta es indudable, está en la conciencia de todos y se
transformará en decisión irrevocable apenas pueda expresarse en un ambiente de libertad
espiritual absoluta, sin que el sufragio se vea adulterado por la intervención de la policía, la
amenaza de la horca o el exilio. El proletariado industrial está preparado para el cambio
incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que conoce las formas tradicionales del
comunismo comunal, está igualmente preparado para el paso a una nueva forma de sociedad.
Los revolucionarios socialistas no pueden ser jacobinos; en Rusia tienen en la actualidad la
única tarea de controlar que los organismos burgueses (la Duma, los Zemtsvo) no hagan
jacobinismo para deformar la respuesta del sufragio universal y servirse del hecho violento
para sus intereses.

Los periódicos burgueses no han dado ninguna importancia a este otro hecho: los
revolucionarios rusos han abierto las cárceles no sólo a los presos políticos, sino también a
los condenados por delitos comunes. En una de las cárceles, los reclusos comunes, ante el
anuncio de que eran libres, contestaron que no se sentían con derecho a aceptar la libertad
porque debían expiar sus culpas. En Odesa, se reunieron en el patio de la cárcel y
voluntariamente juraron que se volverían honestos y vivirían de su trabajo. Esta noticia es
más importante para los fines de la revolución que la de la expulsión del Zar y los grandes
duques. El Zar habría sido expulsado incluso por los burgueses, mientras que para éstos los
presos comunes habían sido siempre adversarios de su orden, los pérfidos enemigos de su
riqueza, de su tranquilidad. Su liberación tiene para nosotros este significado: la revolución
ha creado en Rusia una nueva forma de ser. No sólo ha sustituido poder por poder; ha
sustituido hábitos por hábitos, ha creado una nueva atmósfera moral, ha instaurado la libertad
del espíritu además de la corporal. Los revolucionarios no han temido poner en la calle a
hombres marcados por la justicia burguesa con el sello infame de lo juzgado a priori,
catalogados por la ciencia burguesa en diversos tipos de la criminalidad y la delincuencia.
Sólo en una apasionada atmósfera social, cuando las costumbres y la mentalidad
predominante han cambiado, puede suceder algo semejante. La libertad hace libres a los
hombres, ensancha el horizonte moral, hace del peor malhechor bajo el régimen autoritario
un mártir del deber, un héroe de la honestidad. Dicen en un periódico que en cierta prisión
estos malhechores han rechazado la libertad y se han constituido en sus guardianes. ¿Por qué
no sucedió esto antes? ¿Por qué las cárceles estaban rodeadas de murallas y las ventanas
enrejadas? Quienes fueron a ponerles en libertad debían ser muy distintos de los jueces, de
los tribunales y de los guardianes de las cárceles, y los malhechores debieron escuchar
palabras muy distintas a las habituales cuando en sus conciencias se produjo tal
transformación que se sintieron tan libres como para preferir la segregación a la libertad,
como para imponerse voluntariamente una expiación. Debieron sentir que el mundo había
cambiado, que también ellos, la escoria de la sociedad, se había transformado en algo, que
también ellos, los segregados, tenían voluntad de opción.

Este es el fenómeno más grandioso que la iniciativa del hombre haya producido. El
delincuente se ha transformado, en la revolución rusa, en el hombre que Emmanuel Kant, el
teórico de la moral absoluta, había anunciado, el hombre que dice: la inmensidad del cielo
fuera de mí, el imperativo de mi conciencia dentro de mí. Es la liberación de los espíritus, es
la instauración de una nueva conciencia moral lo que nos es revelado por estas pequeñas
noticias. Es el advenimiento de un orden nuevo, que coincide con cuanto nuestros maestros
nos habían enseñado. Una vez más la luz viene del Oriente e irradia al viejo mundo
Occidental, el cual, asombrado, no sabe más que oponerle las banales y tontas bromas de sus
plumíferos.

LOS MAXIMALISTAS RUSOS6

Los Maximalistas rusos son la misma revolución rusa.

Kerenski, Tseretelli, Chernov son el estancamiento de la revolución, son los realizadores de


un primer equilibrio social. la resultante de fuerzas en las que los moderados tienen mucha
importancia todavía. Los maximalistas son la continuidad de la revolución, son el ritmo de
la revolución: por eso son la revolución misma.

5 Il Grido del Popolo, 28 de julio de 1917, reproducido en Antonio Gramsci: Revolución rusa y Unión
Soviética, Ediciones Roca, México, 1974.
Ellos encarnan la idea límite del socialismo: quieren todo el socialismo. Y tienen esta tarea:
impedir que se llegue a un compromiso definitivo entre el pasado milenario y la idea, es decir
seguir siendo el símbolo viviente de la meta última a la que se debe tender; impedir que el
problema inmediato del qué hacer hoy se dilate hasta ocupar toda la conciencia y se convierta
en la única preocupación, en frenesí espasmódico que levanta rejas insuperables para
ulteriores posibilidades de realización.

Este es el mayor peligro de todas las revoluciones: el formarse una convicción de que un
momento determinado de la vida nueva sea definitivo y que hay que detenerse para mirar
hacia atrás, para consolidar lo hecho, para gozar finalmente del éxito propio. Para descansar.
Una crisis revolucionaria agota rápidamente a los hombres. Cansa rápidamente. Y se
comprende un estado de ánimo semejante. Rusia sin embargo, tuvo esta suerte: ha ignorado
el jacobinismo. Por tanto, fue posible la propaganda fulminante de todas las ideas, y a través
de esta propaganda se formaron numerosos grupos políticos, cada uno de los cuales es más
audaz y no quiere detenerse, cada uno de los cuales cree que el momento definitivo que hay
que alcanzar está más allá, está todavía lejano. Los maximalistas, los extremistas, son el
último anillo lógico de este devenir revolucionario. Por ello se continúa en la lucha, se va
adelante porque siempre hay cuando menos un grupo que quiere ir adelante, que trabaja en
la masa, que suscita siempre nuevas energías proletarias y que organiza nuevas fuerzas
sociales que amenazan a los cansados, que los controlan, y que se demuestran capaces de
sustituirlos, de eliminarlos si no se renuevan, si no se enderezan para seguir adelante. Así la
revolución no se detiene, no cierra su ciclo. Devora a sus hombres, sustituye a un grupo con
otro más audaz y por esta inestabilidad, por esta perfección jamás alcanzada es verdadera y
solamente revolución.

Los maximalistas son los enemigos de los flojos en Rusia. Son el aguijón de los perezosos:
han derrumbado hasta ahora todos los intentos de contener el torrente revolucionario, han
impedido la formación de pantanos estancadores, de muertes por desgaste. Por eso son
odiados por las burguesías occidentales, por eso los periódicos de Italia, Francia y de
Inglaterra los difaman, intentan desacreditarlos, sofocarlos bajo un alud de calumnias. Las
burguesías occidentales esperaban que al enorme esfuerzo de pensamiento y de acción que
costó el nacimiento de la nueva vida siguiese una crisis de pereza mental, un repliegue de la
dinámica actividad de los revolucionarios que fuese el principio de un asentamiento
definitivo del nuevo estado de cosas.

Pero en Rusia no hay jacobinos. El grupo de los socialistas moderados, que tuvo el poder en
sus manos, no destruyó, no intentó sofocar en sangre a los vanguardistas. Lenin en la
revolución socialista, no ha tenido el destino de Babeuf. Ha podido convertir su pensamiento
en fuerza operante en la historia. Ha suscitado energías que ya no morirán. Él y sus
compañeros bolcheviques están persuadidos que es posible realizar el socialismo en cualquier
momento. Están nutridos de pensamiento marxista. Son revolucionarios, no evolucionistas.
Y el pensamiento revolucionario niega que el tiempo sea factor de progreso. Niega que todas
las experiencias intermedias entre la concepción del socialismo y su realización deban tener
una comprobación absoluta e integral en el tiempo y en el espacio. Basta que estas
experiencias se den en el pensamiento para que sean superadas y se pueda proseguir adelante.
En cambio, es necesario sacudir las conciencias, conquistarlas. Y Lenin con sus compañeros
ha sacudido las conciencias y las ha conquistado. Su persuasión no se
quedó sólo en audacia del pensamiento: se encarnó en individuos, en muchos individuos,
resultó fructuosa en obras. Creó ese grupo que era necesario para oponerse a los compromisos
definitivos, a todo lo que pudiese convertirse en definitivo. Y la revolución continúa. Toda la
vida se ha hecho verdaderamente revolucionaria; es una actividad siempre actual, es un
continuo cambio, una excavación continua en el bloque amorfo del pueblo. Nuevas energías
son suscitadas, nuevas ideas-fuerzas propagadas. De esta manera, los hombres, todos los
hombres son finalmente los artífices de su destino. Es imposible que se formen minorías
despóticas. El control es siempre vivo y eficaz. Ahora ya hay un fermento que descompone y
recompone los agregados sociales sin reposo, y que impide que la vida se adapte al éxito
momentáneo.

Lenin y sus compañeros más conocidos pueden ser arrollados en el desencadenamiento de


los huracanes que ellos mismos suscitaron, pero no desaparecerán todos sus seguidores, ya
son demasiado numerosos. El incendio revolucionario se propaga, quema corazones y
cerebros nuevos, hace brasas ardientes de luz nueva, de nuevas llamas, devoradoras de
perezas y de cansancios. La revolución prosigue, hasta su completa realización. Todavía está
lejano el tiempo en que será posible un reposo relativo. Y la vida es siempre revolución.

LA REVOLUCIÓN CONTRA EL CAPITAL7

La Revolución de los bolcheviques se ha insertado definitivamente en la Revolución general


del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses habían sido el fermento
necesario para que los acontecimientos no se estancaran, para que no se detuviera la marcha
hacia el futuro produciendo una forma definitiva de reajuste -reajuste que habría sido
burgués--, se han hecho dueños del poder, han asentado su dictadura y están elaborando las
formas socialistas en las que tendrá que acomodarse, por último, la Revolución para seguir
desarrollándose armoniosamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes
conquistas ya conseguidas.

La Revolución de los bolcheviques está más hecha de ideología que de hechos. (Por eso, en
el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora.) Es la Revolución contra El
Capital, de Carlos Marx. El Capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que
el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se
formara una burguesía, empezara una Era capitalista, se instaurase una civilización de tipo
occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus
reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los
hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la Historia de
Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los
bolcheviques reniegan de Carlos Marx, afirman con el testimonio de la acción cumplida, de
las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como
podría creerse y como se ha creído.

6 Il Grido del Popolo, 5 de enero de 1918, Reproducido en Antonio Gramsci: Antología, Editorial Siglo XXI,
Buenos Aires.
Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques
reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento
inmanente, vivificador. No son "marxistas", y eso es todo; no han levantado sobre las obras
del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el
pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista
italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y
naturalistas. Y ese pensamiento no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos
económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres
que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad
social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad
hasta que ésta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva,
la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición,
canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee.

Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o, por mejor decir, no
podía prever que esta guerra habría durado lo que ha durado e iba a tener los efectos que ha
tenido. No podía prever que, en tres años de sufrimientos indecibles, de indecibles miserias,
esta guerra iba a suscitar en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Una
voluntad de esa naturaleza necesita normalmente para constituirse un largo proceso de
infiltraciones capilares, una larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos,
necesitan organizarse, exteriormente primero, en corporaciones y ligas, y luego íntimamente,
en el pensamiento, en las voluntades de una continuidad incesante y múltiple de estímulos
exteriores. Por eso normalmente los cánones de crítica histórica del marxismo captan la
realidad, la aferran en su red y la tornan evidente y distinta. Normalmente las dos clases del
mundo capitalista producen la historia a través de la lucha de clases en constante
intensificación. El proletariado siente su miseria actual, se encuentra constantemente sin
asimilar por ella y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones. Lucha, obliga a
la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a conseguir que ésta sea más útil para que
resulte posible la satisfacción de sus necesidades más urgentes. Es una afanosa carrera hacia
el perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa constantemente la
suma de los bienes que servirán a la colectividad. En esa carrera caen muchos y dan más
urgencia al deseo de los que se mantienen, y la masa esta constantemente agitada, y va
pasando del caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez es más
consciente de su potencia, de su capacidad de hacerse con la responsabilidad social, de
convertirse en árbitro de sus propios destinos.

Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten según cierto ritmo. Cuando la historia
se desarrolla según momentos cada vez más complejos y más ricos en significación y valor,
pero, a pesar de todo, semejantes. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las
voluntades. Estas, a causa de los sufrimientos acumulados en tres años, se han encontrado al
unísono mucho más rápidamente. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte de inanición
podía aferrarles a todos, aplastar de un golpe decenas de millones de hombres. Las voluntades
se han puesto al unísono, primero mecánicamente y luego activamente, espiritualmente, a
raíz de la primera revolución.

La predicación socialista ha puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los
demás proletariados. La predicación socialista permite vivir dramáticamente en un instante
la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la larga serie de los esfuerzos
que ha de realizar para emanciparse idealmente de los vínculos del servilismo que hacían de
él algo abyecto, para convertirse así en conciencia nueva, en testimonio actual de un mundo
por venir. La predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por que
había de esperar que se renovase en Rusia la Historia de Inglaterra, que se formase en Rusia
una burguesía, que se suscitara la lucha de clases y que llegara finalmente la catástrofe del
mundo capitalista? El pueblo ruso ha pasado por todas esas experiencias con el pensamiento,
aunque haya sido con el pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve
de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales
para ponerse en poco tiempo a la altura de la producción del mundo occidental. América del
Norte está, desde el punto de vista capitalista, por delante de Inglaterra, precisamente porque
en América del Norte los anglosajones han empezado de golpe en el estadio al que Inglaterra
habla llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado de un modo socialista,
empezará su historia partiendo del estadio máximo de producción al que ha llegado la
Inglaterra de hoy, porque, puesto que tiene que empezar, empezará por lo que en otros países
está ya consumado, y de esa consumación recibirá el impulso para conseguir la madurez
económica que, según Marx, es la condición necesaria del colectivismo. Los revolucionarios
mismos crearán las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal.
Las crearán en menos tiempo que el que habría necesitado el capitalismo. Las críticas que los
socialistas dirigen al sistema burgués para poner de manifiesto sus imperfecciones, su
dispersión de la riqueza, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esas
dispersiones, para no caer en aquellas deficiencias. Será al principio el colectivismo de la
miseria, del sufrimiento. Pero esas mismas condiciones de miseria y de sufrimiento habrían
sido heredadas por un régimen burgués. El Capitalismo no podría hacer inmediatamente en
Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos que el
colectivismo, porque tendría enseguida contra él un proletariado descontento, frenético,
incapaz ya de soportar en beneficio de otros los dolores y las amarguras que acarrearía la
mala situación económica. Incluso desde un punto de vista humano absoluto tiene su
justificación el socialismo en Rusia. El sufrimiento que seguirá a la paz no podrá ser
soportado sino en cuanto los proletarios sientan que está en su voluntad, en su tenacidad en
el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.

Se tiene la impresión de que los maximalistas han sido en este momento la expresión
espontánea, biológicamente necesaria para que la humanidad rusa no cayera en la
disgregación más horrible, para que la humanidad rusa, absorbiéndose en el trabajo
gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos crueldad los
estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se convierta en una enorme carnicería de
fieras que se desgarren unas a otras.

EL PRIVILEGIO DE LA IGNORANCIA8

7 Il Grido del Popolo, n. 690, 13 de octubre 1917, incluido en Hillert, Flora; Ouviña, Hernán; Rigal, Luis y
Suarez, Daniel: Gramsci y la educación. Pedagogía de la praxis y políticas culturales en América Latina,
Editorial Novedades Educativas, Buenos Aires.
El compañero Goad al imperativo categórico: -Primero: educar a los proletarios -quiere que
le siga otro -Segundo: educar a los burgueses9. Aceptamos todo aquello que el compañero
Goad escribe sobre la ignorancia y sobre el filisteísmo de los burgueses. Pero no nos
preocupamos de esta ignorancia y de este filisteísmo.

Los burgueses pueden ser hasta ignorantes en la inmensa mayoría: el mundo burgués sigue
adelante lo mismo. Ello está encarnado de tal modo que basta que haya una minoría de
intelectuales, de científicos, de estudiosos, para que los negocios prosperen. La ignorancia es
también un privilegio de la burguesía, como es un privilegio suyo no hacer nada y la pereza
intelectual. Aquel régimen burgués es un régimen de tutela; el principio de autoridad es su
base fundamental: la autoridad aborrece el control, aborrece la discusión. La crisis en la que
se debaten las democracias es producto en gran parte del contraste entre el principio de
autoridad, entre el jacobinismo necesario a cada estado burgués, y la tendencia a extender
cada vez más la propia tarea de control de parte de las masas populares, socialistas y
democráticas. Los teóricos de la burguesía han sentido alguna vez este contraste entre las
necesidades de la conservación del poder burgués y la necesidad electoral de servirse de la
propaganda para la realización de un programa inmediato. Alberto Caroncini10, por citar uno
de estos teóricos, sostenía que los grupos intelectuales deben combatir contra el impuesto
sobre el trigo y dar el pan a buen precio a los “cafoni”, pero deben cuidarse bien de incitar a
los “cafoni” a la batalla teórica, de hacer participar los “cafoni” en la lucha, porque si los
“cafoni” comienzan a interesarse en tales cuestiones, puede haber problemas, y no se sabe
dónde se puede terminar. La protección sobre el trigo puede ser comparada a la protección
sobre la propiedad privada, y la voluntad que ha logrado abatir una protección particular, de
categoría, puede proponerse, con la seguridad de lograr abatir también la protección de clase.

Los burgueses también pueden ser ignorantes. Los proletarios no. Para los proletarios es un
deber no ser ignorantes. La civilización socialista, sin privilegios de casta y de categoría, para
realizarse completamente necesita que todos los ciudadanos sepan controlar lo que sus
mandatarios cada vez deciden y hacen. Si los sabios, si los técnicos, si aquellos que pueden
imprimir a la producción y al intercambio una vida más ardiente y rica de posibilidades, son
una exigua minoría, no controlada, por la lógica misma de las cosas, esta minoría devendrá
privilegiada, impondrá su propia dictadura.

Debe existir un modo de elegir entre un número cuanto más grande sea posible de individuos
para enviar a los cargos públicos, para que haya garantía de libertad, para que la elección
recaiga sobre los mejores y no tenga necesariamente que recaer siempre sobre los mismos:
se necesita que nadie sea absolutamente indispensable. El problema de educación

8 Se refiere al artículo “Primero: educar a los proletarios”, bajo la firma Goad (seudónimo no identificado) en
Il Grido del Popolo del 6 de octubre de 1917, en respuesta a un artículo precedente con el mismo título de
Andrea Viglongo, publicado en el número del 22 de septiembre de 1917 del semanario socialista.
9 Alberto Caroncini (1883-1915), exponente del Partido de jóvenes liberales. Liberal en economía, enseñó en
la Escuela media de comercio de Turín. En el otoño de 1913 toma parte activa en la batalla electoral de las
colonias del “Resto del Carlino”, y fundó luego el semanario “L’ Acción. Reseña nacional liberal”. Fue
intervencionista. Una selección póstuma de sus escritos, Problemas de política nacional, al cuidado de Arrigo
Solmi, salió en 1922 en Laterza.
de los proletarios es un problema de libertad. Los proletarios mismos deben resolverlo. Que
los burgueses piensen en sus asuntos, si quieren pensar.

POR UNA ASOCIACIÓN DE CULTURA13

[Personalmente, y también en nombre de muchos otros, apruebo la propuesta del compañero


Pellegrino para la creación de una Asociación de cultura entre los compañeros turineses y no
turineses residentes aquí. Creo que, no obstante el momento poco favorable, esa asociación
puede realizarse muy bien. Son muchos los compañeros que, por inmadurez de convicciones,
y por impaciencia de la obra pequeña que es necesario desarrollar, se han alejado de las
organizaciones para dejarse arrastrar a las diversiones. En la Asociación encontrarían una
satisfacción a sus necesidades instintivas, encontrarían un lugar de descanso y de instrucción
que, de nuevo, los aficionaría al movimiento político, a nuestro ideal. Y gracias a esta
iniciativa, a la cual todos los compañeros querrían dar su apoyo, podría tener también una
solución el problema de los compañeros inscritos en las Secciones lejanas, nunca resuelto
precisamente por la dificultad de encontrar un campo de interés común en el cual desarrollar
una actividad.
Bartolomeo Botto]

El Avanti! Turinés ha acogido con simpatía la propuesta de Pellegrino y las adhesiones que
ésta ha suscitado. Botto en su carta presenta rasgos de gran interés, que creemos oportuno
desarrollar y presentar ordenados a la atención de los compañeros.

12 Avanti!, 18 diciembre 1917. Reproducido en Antonio Gramsci: La alternativa pedagógica, Editorial


Fontamara.
En Turín no hay ninguna organización de cultura popular. De la Universidad Popular es
mejor no hablar: nunca ha estado viva, nunca ha tenido una función que respondiera a una
necesidad. Es de origen burgués, y responde a un criterio vago y confuso de humanitarismo
espiritual: tiene la misma eficacia que las instituciones de beneficencia, que creen satisfacer
con un plato de sopa las necesidades fisiológicas de los desgraciados que no pueden quitarse
el hambre y mueven a piedad el tierno corazón de sus señores.

La Asociación de cultura, tal como los socialistas la deberían promover, debe tener objetivos
de clase y límites de clase. Debe ser una institución proletaria, con caracteres finalistas. El
proletariado, en un cierto momento de su desarrollo y de su historia, se da cuenta de que la
complejidad de su vida carece de un órgano necesario, y se lo crea, con sus fuerzas, con su
buena voluntad, para sus fines.

En Turín, el proletariado ha alcanzado un punto de desarrollo que es de los más altos, si no


el más alto, de Italia. La Sección socialista ha alcanzado, en la actividad política, una
individualidad de clase muy meritoria; las organizaciones económicas son fuertes; en la
cooperación se ha conseguido crear una institución potente como la Alianza Cooperativa. Por
tanto, se comprende que en Turín haya nacido y se sienta más la necesidad de integrar la
actividad política y económica con un órgano de actividad cultural. La necesidad de esa
integración nacerá y se impondrá también en las otras partes de Italia. Y el movimiento
proletario, con ello, ganará en unidad y en energía de conquista.

Una de las más graves lagunas de nuestra actividad es ésta: nosotros esperamos la actualidad
para discutir los problemas y para fijar las directrices de nuestra acción. Constreñidos por la
urgencia, damos a los problemas soluciones apresuradas, en el sentido de que no todos los
que participan en el movimiento conocen cabalmente los términos exactos de las cuestiones
y, por tanto, si siguen la norma fijada, lo hacen por espíritu de disciplina y por la confianza
que tienen en sus dirigentes, más que por una íntima convicción, por una espontaneidad
racional. Así sucede que, a cada hora histórica importante, se realizan las desbandadas, los
ablandamientos, las disputas internas, las cuestiones personales. Así se explican también los
fenómenos de idolatría, que son un contrasentido en nuestro movimiento y que hacen entrar
por la ventana al autoritarismo expulsado por la puerta.

No se ha difundido una convicción firme. No existe esa preparación, realizada a lo largo del
tiempo, que conduce a la rapidez del deliberar en cualquier momento, que determina los
acuerdos inmediatos, acuerdos efectivos, profundos, que refuerzan la acción.

La Asociación de cultura debería cuidarse de esta preparación, debería crear estas


convicciones. Desinteresadamente, es decir, sin esperar el estímulo de la actualidad, en ella
debería discutirse todo lo que interesa, o pueda interesar un día, al movimiento proletario.

Además, existen problemas (filosóficos, religiosos, morales) que la acción política y


económica presupone, sin que los organismos económicos y políticos puedan discutirlos en
su propia sede y difundir sus propias soluciones. Esos problemas tienen una gran importancia.
Son los que determinan las llamadas crisis espirituales, y nos ponen entre los pies
inoportunamente, de vez en cuando, los llamados “casos”. El socialismo es una visión
integral de la vida: tiene una filosofía, una mística, una moral. La asociación sería la sede
apropiada para la discusión de estos problemas, de su clarificación, de su propagación.

Se resolvería también, en gran parte, la cuestión de los “intelectuales”. Los intelectuales


representan un peso muerto en nuestro movimiento, porque no tienen en él un tarea
específica, adecuada a su capacidad. Lo encontrarían, se pondría a prueba su intelectualismo,
su capacidad de inteligencia.

Construyendo esta institución de cultura, los socialistas darían un fiero golpe a la mentalidad
dogmática e intolerante creada en el pueblo italiano por la educación católica y jesuítica.
Falta en el pueblo italiano el espíritu de solidaridad desinteresada, el amor por la libre
discusión, el deseo de averiguar la verdad con medios únicamente humanos, como los que
dan la razón y la inteligencia. Los socialistas darían con ello un ejemplo activo y eficaz,
contribuirían poderosamente a suscitar una nueva costumbre, más libre y desprejuiciada que
la actual, más dispuesta a la aceptación de sus principios y de sus fines. En Inglaterra y en
Alemania existían y existen poderosísimas organizaciones de cultura proletaria y socialista.
En Inglaterra es especialmente conocida la Sociedad de los Fabianos, que estaba adherida a
la Internacional. Tiene como función la discusión profunda y dilatada de los problemas
económicos y morales que la vida impone o impondrá a la atención del proletariado, y ha
logrado poner al servicio de esta obra de civilización y liberación de los espíritus a una gran
parte del mundo intelectual y universitario inglés.

En Turín, dado el ambiente y la madurez del proletariado, podría y debería surgir el primer
núcleo de una organización de cultura puramente socialista y de clase, que se convertiría, con
el Partido y la Confederación del Trabajo, en el tercer órgano del movimiento de
reivindicación de la clase trabajadora italiana.

DEMOCRACIA OBRERA14

Hoy se impone un problema acuciante a todo socialista que tenga un sentido vivo de la
responsabilidad histórica que recae sobre la clase trabajadora y sobre el partido qué
representa la conciencia crítica y activa de esa clase.

¿Cómo dominar las inmensas fuerzas desencadenadas por la guerra? ¿Cómo disciplinarlas y
darles una forma política que contenga en sí la virtud de desarrollarse normalmente, de
integrarse continuamente hasta convertirse en armazón del Estado socialista en el cual se
encarnará la dictadura del proletariado? ¿Cómo soldar el presente con el porvenir,
satisfaciendo las necesidades urgentes del presente y trabajando útilmente para crear y
"anticipar" el porvenir?

13 L’ Ordine Nuovo, 21 de junio de 1919. Reproducido en Antonio Gramsci: Antología, Editorial Siglo XXI,
Buenos Aires.
Este escrito pretende ser un estímulo para el pensamiento y para la acción; quiere ser una
invitación a los obreros mejores y más conscientes para que reflexionen y colaboren, cada
uno en la esfera de su competencia y de su acción, en la solución del problema, consiguiendo
que sus compañeros y las asociaciones atiendan a sus términos. La acción concreta de
construcción no nacerá sino de un trabajo común y solidario de clarificación, de persuasión
y de educación recíproca.

El Estado socialista existe ya potencialmente en las instituciones de vida social características


de la clase obrera explotada. Relacionar esos institutos entre ellos, coordinarlos y
subordinarlos en una jerarquía de competencias y de poderes, concentrarlos intensamente,
aun respetando las necesarias autonomías y articulaciones, significa crear ya desde ahora una
verdadera y propia democracia obrera en contraposición eficiente y activa con el Estado
burgués, preparada ya desde ahora para sustituir al Estado burgués en todas sus funciones
esenciales de gestión y de dominio del patrimonio nacional.

El movimiento obrero está hoy dirigido por el Partido Socialista y por la Confederación del
Trabajo; pero el ejercicio del poder social del Partido y de la Confederación se actúa para las
grandes masas trabajadoras de un modo indirecto, por la fuerza del prestigio y del entusiasmo,
por presión autoritaria y hasta por inercia. La esfera de prestigio del Partido se amplía
diariamente, alcanza estratos populares hasta ahora inexplorados, suscita consentimiento y
deseo de trabajar provechosamente para la llegada del comunismo en grupos e individuos
hasta ahora ausentes de la lucha política. Es necesario dar forma y disciplina permanente a
esas energías desordenadas y caóticas, absorberlas, componerlas y potenciarlas, hacer de la
clase proletaria y semiproletaria una sociedad organizada que se eduque, que consiga una
experiencia, que adquiera conciencia responsable de los deberes que incumben a las clases
llegadas al poder del Estado.

El Partido Socialista y los sindicatos profesionales no pueden absorber a toda la clase


trabajadora más que a través de un esfuerzo de años y decenas de años. Tampoco se
identificarían directamente con el Estado proletario: en efecto, en las Repúblicas comunistas
subsisten independientemente del Estado, como instrumento de propulsión (el Partido) o de
control y de realizaciones parciales (los sindicatos). El Partido tiene que seguir siendo el
órgano de la educación comunista, el foco de la fe, el depositario de la doctrina, el poder
supremo que armoniza y conduce a la meta las fuerzas organizadas y disciplinadas de la clase
obrera y campesina. Precisamente para cumplir exigentemente esa función suya el Partido
no puede abrir las puertas a la invasión de nuevos miembros no acostumbrados al ejercicio
de la responsabilidad y de la disciplina. Pero la vida social de la clase trabajadora es rica en
instituciones, se articula en actividades múltiples. Esas instituciones y esas actividades son
precisamente lo que hay que desarrollar, organizar en un conjunto, correlacionar en un
sistema vasto y ágilmente articulado que absorba y discipline la entera clase trabajadora.

Los centros de vida proletaria en los cuales hay que trabajar directamente son el taller con
sus comisiones internas, los círculos socialistas y las comunidades campesinas.

Las comisiones internas son órganos de democracia obrera que hay que liberar de las
limitaciones impuestas por los empresarios y a los que hay que infundir vida nueva y
energía. Hoy las comisiones internas limitan el poder del capitalista en la fábrica y cumplen
funciones de arbitraje y disciplina. Desarrolladas y enriquecidas, tendrán que ser mañana los
órganos del poder proletario que sustituirá al capitalista en todas sus funciones útiles de
dirección y de administración.

Ya desde hoy los obreros deberían proceder a elegir amplias asambleas de delegados,
seleccionados entre los compañeros mejores y más conscientes, en torno a la consigna: "Todo
el poder de la fábrica a los comités de fábrica", coordinada con esta otra: "Todo el poder del
Estado a los consejos obreros y campesinos".

Así se abrirla un ancho campo de concreta propaganda revolucionaria para los comunistas
organizados en el Partido y en los círculos de barrio. Los círculos, de acuerdo con las
secciones urbanas, deberían hacer un censo de las fuerzas obreras de la zona y convertirse en
sede del consejo de barrio, de los delegados de fábrica, en ganglio que anude y concentre
todas las energías proletarias del barrio. Los sistemas electorales podrían variar según las
dimensiones del taller; pero habría que procurar elegir un delegado por cada quince obreros,
divididos por categorías (como se hace en las fábricas inglesas), llegando, por elecciones
graduales, a un comité de delegados de fábrica que comprenda representantes de todo el
complejo del trabajo "obreros, empleados, técnicos). Se debería tender a incorporar al comité
del barrio representantes también de las demás, categorías de trabajadores que vivan en el
barrio: camareros, cocheros, tranviarios, ferroviarios, barrenderos, empleados privados,
dependientes, etc. El comité de barrio debería ser emanación de toda la clase obrera que viva
en el barrio, emanación legítima y con autoridad, capaz de hacer respetar una disciplina,
investida con el poder, espontáneamente delegado, de ordenar el cese inmediato e integral de
todo el trabajo en el barrio entero.

Los comités de barrio se ampliarían en comisariados urbanos, controlados y disciplinados


por el Partido Socialista y por los sindicatos de oficio.

Ese sistema de democracia obrera (completado por organizaciones equivalentes de


campesinos) daría forma y disciplina permanentes a las masas, sería una magnífica escuela
de experiencia política y administrativa, encuadraría las masas hasta el último hombre,
acostumbrándolas a la tenacidad y a la perseverancia, acostumbrándolas a considerarse como
un ejército en el campo de batalla, el cual necesita una cohesión firme si no quiere ser
destruido y reducido a esclavitud.

Cada fábrica constituiría uno o más regimientos de ese ejército, con sus mandos, sus servicios
de enlace, sus oficiales, su estado mayor, poderes todos delegados por libre elección, no
impuestos autoritariamente. Por medio de asambleas celebradas dentro de la fábrica, por la
constante obra de propaganda y persuasión desarrollada por los elementos más conscientes,
se obtendría una transformación radical de la psicología obrera, se conseguiría que la masa
estuviera mejor preparada y fuera capaz de ejercer el poder, se difundiría una conciencia de
los deberes y los derechos del camarada y del trabajador, conciencia concreta y eficaz porque
habría nacido espontáneamente de la experiencia viva e histórica.
Hemos dicho ya que estos apresurados apuntes no se proponen más que estimular el
pensamiento y la acción. Cada aspecto del problema merecería un estudio amplio y profundo,
dilucidaciones, complementos subsidiarios y coordinados. Pero la solución concreta e
integral de los problemas de la vida socialista no puede proceder más que de la práctica
comunista: la discusión en común, que modifica simpatéticamente las conciencias,
unificándolas y llenándolas de activo entusiasmo. Decir la verdad, llegar juntos a la verdad,
es realizar acción comunista y revolucionaria. La fórmula "dictadura del proletariado" tiene
que dejar de ser una mera fórmula, una ocasión para desahogarse con fraseología
revolucionaria. El que quiera el fin, tiene que querer también los medios. La dictadura del
proletariado es la instauración de un nuevo Estado, típicamente proletario, en el cual
confluyan las experiencias institucionales de la clase obrera, en el cual la vida social de la
clase obrera y campesina se convierta en sistema general y fuertemente organizado. Ese
Estado no se improvisa: los comunistas bolcheviques rusos trabajaron durante ocho meses
para difundir y concretar la consigna "Todo el poder a los Soviet", y los Soviet eran ya
conocidos por los obreros rusos desde 1905. Los comunistas italianos tienen que convertir
en tesoro la experiencia rusa, economizar tiempo y trabajo: la obra de reconstrucción exigirá
ya de por sí tanto tiempo y tanto trabajo que se le puede dedicar cada día y cada acto.

LA CONQUISTA DEL ESTADO15

La concentración capitalista, determinada por el modo de producción, provoca, a su vez, una


correspondiente concentración de masas humanas trabajadoras. En este hecho hay que buscar
el origen de todas las tesis revolucionarias del marxismo; hay que buscar las condiciones de
la nueva costumbre proletaria, del nuevo orden comunista encaminado a sustituir la
costumbre burguesa y el desorden capitalista engendrado por la libre competencia y por la
lucha de clases.

En la esfera de la actividad general capitalista también el trabajador actúa en el plano de la


libre competencia: es un individuo-ciudadano. Pero las condiciones de partida para tal
carrera, para tal lucha, no son iguales, en el mismo momento, para todos: la existencia de la
propiedad privada coloca a la minoría social en una situación de privilegio, y hace, por ende,
que dicha lucha sea desigual. El trabajador está continuamente expuesto a los riesgos más
nocivos: su misma vida elemental, su cultura, la vida y el porvenir de su familia están
expuestos a las bruscas variaciones experimentadas por el mercado del trabajo. El trabajador
trata entonces de salirse de la esfera de la competencia y del individualismo. El principio
asociativo y solidario deviene esencial para la clase trabajadora; tal principio determina el
cambio de la mentalidad y de las costumbres de los obreros y de los campesinos. Y en ese
momento surgen instituciones y organismos que encarnan dicho principio, y sobre tal base
se inicia el proceso del desarrollo histórico, que conduce al comunismo, de los medios de
producción y de cambio.

14 L' Ordine Nuovo, 12 de julio de 1919. Reproducido en Antonio Gramsci: Escritos Políticos, Editorial
Siglo XXI, Buenos Aires.
El asociacionismo puede y debe ser considerado como el hecho esencial de la revolución
proletaria. Consecuentemente con esa tendencia histórica, han aparecido --y se han
desarrollado--en el periodo precedente al actual (periodo que podríamos denominar de la I y
II Internacionales o periodo de reclutamiento) los partidos socialistas y los sindicatos
profesionales.

Mas el desarrollo de las instituciones proletarias, así como de todo el movimiento proletario
en general, no fue un desarrollo autónomo ni obedeció a las leyes inherentes a la vida y a la
experiencia histórica de la clase trabajadora explotada. Las leyes de la historia eran dictadas
por las clases poseyentes organizadas en Estado. El Estado ha sido siempre el protagonista
de la historia, porque en sus organismos se centra la potencialidad de las clases poseyentes,
que en el Estado se organizan y se ajustan a unidad, por encima de las discrepancias y de las
luchas engendradas por la competencia, al objeto de mantener intacta su situación de
privilegio en la fase suprema de aquella misma competencia. Los enfrentamientos de las
clases poseyentes se reducen, pues, a una lucha de clase por el poder, por la preeminencia en
la dirección y en la organización de la sociedad.

En dicho periodo el movimiento proletario estuvo reducido a una mera función de libre
competencia capitalista. Las instituciones proletarias debieron adoptar esta forma, no por ley
interna, sino externa y bajo la tremenda presión de los acontecimientos y de las coerciones
inherentes a la competencia capitalista. De ahí arrancan los conflictos internos, las
desviaciones, las vacilaciones, los compromisos que caracterizan todo el periodo del
movimiento proletario anterior al actual que han culminado en la bancarrota de la II
Internacional.

Determinadas corrientes del movimiento socialista y proletario presentaron explícitamente,


como un hecho esencial de la revolución, la organización obrera a base de oficios, y sobre
esta base fundamentaron su propaganda y su acción. El movimiento sindicalista pareció, por
un momento, ser el verdadero intérprete del marxismo, el verdadero intérprete de la verdad.

El error del sindicalismo estriba en considerar como hecho permanente, como forma perenne
del asociacionismo el sindicato profesional en la forma y con las funciones actuales,
impuestas y no propuestas, y que, por ende, no son susceptibles de poseer una línea de
desarrollo constante y previsible. El sindicalismo, que se presentó como el iniciador de una
tradición libertaria "espontaneísta", ha sido en verdad uno de los tantos camuflajes del
espíritu jacobino y abstracto.

De ahí los errores de la corriente sindicalista, corriente que no consiguió suplantar al Partido
Socialista en la tarea de educar, para la revolución, a la clase trabajadora. Los obreros y los
campesinos comprendieron que, en el transcurso de todo el periodo en que la clase poseyente
y el Estado democrático-parlamentario sean quienes dicten las leyes de la historia, toda
tentativa de evasión de la esfera de tales leyes es completamente inoperante y está de
antemano condenada al fracaso. Cierto que, en la configuración general adoptada por la
sociedad con la producción industrial, todo individuo puede participar activamente en la vida
y contribuir a modificar el ambiente únicamente si actúa como individuo-
ciudadano, como miembro del Estado democrático-parlamentario. La experiencia liberal no
es infructuosa y no puede ser superada más que después de haber pasado por ella. El
apoliticismo de los apolíticos fue sólo una degeneración de la política: negar y combatir el
Estado es un hecho político por cuanto viene inserto en la actividad general histórica que se
unifica en el Parlamento y en los municipios, instituciones, éstas, populares del Estado. Varía
la calidad del hecho político: los sindicalistas realizaban sus actividades fuera de la realidad,
y por consiguiente su política resultó ser fundamentalmente equivocada; los socialistas
parlamentaristas realizaban su trabajo en el seno mismo de las cosas, podían errar el camino
(y, en efecto, cometieron muchos y muy graves errores), pero sus errores no fueron nunca
cometidos en el sentido de su acción, y por eso triunfaron en la "competencia"; las grandes
masas --aquellas que con su intervención modifican objetivamente las relaciones sociales--
se organizaron en torno al Partido Socialista. Pese a todos los errores y a todas las
deficiencias, el Partido cumplió, en resumidas cuentas, su misión: la dé convertir al proletario
en algo que antes no fue nada, en darle una conciencia, en dar al movimiento de liberación
el sentido recto y vital que correspondía, en líneas generales, al proceso de desarrollo
histórico de la sociedad humana.

El error más grave del movimiento socialista ha sido de naturaleza similar al de los
sindicalistas. Participando en la actividad general de la sociedad humana encuadrada en el
Estado, los socialistas olvidaron que su posición debía mantenerse esencialmente dentro de
una línea de crítica, de antítesis. Se dejaron absorber por la realidad, en vez de haberla
dominado.

Los comunistas marxistas deben caracterizarse por una mentalidad que podríamos llamar
"mayéutica". Su actuación no es en manera alguna la de abandonarse al curso de los
acontecimientos determinados por las leyes de la competencia burguesa, sino la de la
expectación crítica. La historia es un continuo acontecer y, por esto, resulta imprevisible.
Pero ello no quiere decir que "todo" sea imprevisible en el acontecer histórico, es decir, que
la historia esté supeditada a la arbitrariedad y al capricho irresponsable. La historia es al
mismo tiempo libertad y necesidad. Las instituciones en cuyo desarrollo y en cuya actividad
se encarna la historia han nacido y se mantienen en pie porque tienen una tarea y una misión
que llevar a cabo. Han surgido y se han ido desarrollando determinadas condiciones objetivas
de producción de bienes materiales y de conciencia espiritual entre los hombres. Si tales
condiciones objetivas --que, por su naturaleza mecánica, son casi matemáticamente
conmensurables--varían, varía también la suma de las relaciones que regulan e informan la
sociedad humana, y varía el grado de conciencia de los hombres; la configuración social se
transforma, las instituciones tradicionales decaen, degeneran, dejan de adecuarse a los fines
para que fueron creadas; devienen ineptas y aun nocivas. Si en el decurso de la historia la
inteligencia fuese incapaz de coger un ritmo, de estabilizar un proceso, la vida de la
civilización sería imposible: el genio político se caracteriza precisamente por esa capacidad
de apropiarse el mayor número posible de términos concretos necesarios y suficientes para
fijar un proceso de desarrollo, y de aquí esa su capacidad de anticipar el futuro próximo y
remoto y de iniciar, sobre la línea de esta intuición, la actividad de un Estado y arriesgar la
suerte de un pueblo. En este sentido, Carlos Marx ha sido el más grande de los genios
políticos contemporáneos.
Los socialistas han, con harta y supina frecuencia, aceptado la realidad histórica dimanante
de la iniciativa capitalista; han caído en el error psicológico de los economistas liberales; han
creído en la perpetuidad de las instituciones del Estado democrático, en su perfección
fundamental. Según ellos, la forma de las instituciones democráticas puede ser corregida, es
susceptible de ser retocada acá y allá, pero tiene que ser fundamentalmente respetada. Un
ejemplo de esa mentalidad estrechamente vanidosa nos viene dado por el juicio emitido por
Filippo Turati, según el cual el Parlamento es al Soviet lo que la ciudad es a la horda bárbara.

De esa errada concepción del devenir histórico, de la añeja práctica del compromiso y de una
táctica "cretinamente" parlamentarista, nace la fórmula actual acerca de la "conquista del
Estado".

Tras las experiencias revolucionarias de Rusia, de Hungría y de Alemania, estamos


persuadidos de que el Estado socialista no puede encarnarse en las instituciones del Estado
capitalista, sino que aquél es una creación fundamentalmente nueva con respecto a éste,
aunque no con respecto a la historia del proletariado. Las instituciones del Estado capitalista
están organizadas a los fines de la libre competencia: no basta con cambiar el personal para
dirigir en otro sentido sus actividades. El Estado socialista no es aún el comunismo, es decir,
la instauración de una práctica y de una costumbre económica solidaria; es el Estado de
transición que va a realizar la tarea de suprimir la competencia con la supresión de la
propiedad privada, de las clases, de las economías nacionales: y esta tarea no puede ser
realizada por la democracia parlamentaria. La fórmula "conquista del Estado" debe ser
entendida en el siguiente sentido: creación de un nuevo tipo de Estado, engendrado por la
experiencia asociativa de la clase proletaria.

Y aquí volvemos al punto de partida. Hemos dicho antes que las instituciones del movimiento
socialista y proletario del periodo precedente al actual no se han desarrollado de una manera
autónoma, sino como resultado de la configuración general de la sociedad humana dominada
por las leyes soberanas del capitalismo. La guerra ha trastocado la situación estratégica de la
lucha de clases. Los capitalistas han perdido la preeminencia; su libertad es limitada; su poder
ha sido anulado. La concentración capitalista ha alcanzado el máximo desarrollo tolerable,
realizando el monopolio mundial de la producción y de los cambios. La correspondiente
concentración de las masas trabajadoras ha dado una potencialidad inaudita a la clase
proletaria revolucionaria.

Las instituciones tradicionales del movimiento son ya incapaces de dar cabida a tanta plétora
de vida revolucionaria. Su forma resulta ya inadecuada para el debido encuadramiento de las
fuerzas presentes en el proceso histórico consciente. Esas instituciones no están muertas.
Nacidas en función de la libre competencia, deben continuar existiendo hasta la supresión de
todo residuo de competencia, hasta la completa supresión de las clases y de los partidos, hasta
la fusión de las dictaduras proletarias nacionales en la Internacional comunista. Pero al lado
de dichas instituciones deben surgir y desarrollarse instituciones de nuevo tipo, de tipo
estatal, que vengan precisamente a sustituir las instituciones privadas y públicas del Estado
democrático parlamentario. Instituciones que sustituyan la persona del capitalista en las
funciones administrativas y en el poder industrial y realicen la autonomía del productor en la
fábrica; instituciones capaces de asumir el poder
directivo de todas las funciones inherentes al complejo sistema de las relaciones de
producción y de cambio que articulan unas con otras las secciones de una fábrica,
constituyendo la unidad económica elemental, que articulan las diversas actividades de la
industria agrícola, que, por planos horizontales y verticales, deben constituir el armonioso
edificio de la economía nacional e internacional, liberado de la entorpecedora y parasitaria
tiranía de los propietarios privados.

Nunca fueron tan grandes ni tan fervorosos como en la actualidad el empuje y el entusiasmo
revolucionario del proletariado de la Europa occidental. Mas parece ser que a la lúcida y
precisa conciencia de los fines no le acompaña una conciencia igualmente lúcida y precisa
de los medios idóneos para alcanzar, en los momentos actuales, esos mismos fines. Se halla
ya enraizada en las masas la convicción de que el Estado proletario está encarnado en un
sistema de Consejos obreros, campesinos y de soldados. Pero todavía no se ha formado una
concepción táctica que asegure objetivamente la creación de tal Estado. Por eso es necesario
crear ya desde ahora una red de instituciones proletarias, enraizadas en la conciencia de las
amplias masas, garantes de la disciplina y de la fidelidad permanente de esas amplias masas,
en las que la clase de los obreros y de los campesinos, en su totalidad, adopte una forma
pletórica de dinamismo y de posibilidades de desarrollo. Cierto que si hoy, en las actuales
condiciones de la organización proletaria, se produjese un movimiento de masas con carácter
revolucionario, los resultados de tal movimiento se consolidarían en una mera corrección
formal del Estado democrático, se resolverían en un aumento del poder de la Cámara de
Diputados (a través de una asamblea constituyente) y en el acceso al poder de los socialistas
chapuceros y anticomunistas. La experiencia alemana y austriaca debe servirnos de algo. Las
fuerzas del Estado democrático y de la clase capitalista son todavía inmensas: no hay por qué
disimular que el capitalismo se halla sostenido por la actuación de sus sicofantes y de sus
lacayos, y la simiente de tal ralea no ha ciertamente desaparecido.

La creación del Estado proletario no es, en suma, un acto taumatúrgico: es también un


devenir, un proceso de desarrollo. Presupone una labor preparatoria de sistematización y de
propaganda. Es preciso imprimir un mayor desarrollo y conferir mayores poderes a las
instituciones proletarias de fábrica ya existentes, y estimular la aparición de instituciones
análogas en los pueblos, conseguir que los hombres que las integran sean comunistas
conscientes de la misión revolucionaria que tales organizaciones deben cumplir. De lo
contrario, todo nuestro entusiasmo, toda la fe de las masas trabajadoras no logrará impedir
que la revolución degenere miserablemente en un nuevo Parlamento de embrollones, de
fulleros, necios e irresponsables, y que sean por tanto necesarios nuevos y más espantosos
sacrificios para el advenimiento del Estado de los proletarios.
SINDICATOS Y CONSEJOS (I)16

La organización proletaria que se resume como expresión total de la masa obrera y campesina
en las oficinas centrales de la Confederación del Trabajo, atraviesa una crisis constitucional
similar por naturaleza a la crisis en la que vanamente se debate el estado democrático-
parlamentario. La crisis es de poder y de soberanía. La solución de una será la solución de la
otra, ya que, resolviendo el problema de la voluntad de poder en el ámbito de su organización
de clase, los trabajadores llegarán a crear la estructura orgánica de su estado y
victoriosamente la contrapondrán al estado parlamentario.

Los obreros sienten que el complejo de "su" organización se ha convertido en un aparato tan
enorme que ha terminado por obedecer a leyes propias, implícitas en su estructura y en su
complicado funcionamiento pero extrañas a la masa que conquistó conciencia de su misión
histórica de clase revolucionarla. Sienten que su voluntad de poder no logra expresarse, en
un sentido neto y preciso, a través de las actuales jerarquías institucionales. Sienten que
también en su casa, en la casa que construyeron tenazmente, con esfuerzos pacientes,
cimentándola con sangre y lágrimas, la máquina oprime al hombre, la burocracia esteriliza el
espíritu creador y el diletantismo banal y verbalista trata en vano de ocultar la ausencia de
conceptos precisos sobre la necesidad de la producción industrial y la total incomprensión de
la psicología de las masas proletarias. Los obreros se irritan por estas condiciones de hecho,
pero son individualmente impotentes para modificarlas; las palabras y la voluntad de cada
hombre son muy poca cosa frente a las leyes férreas inherentes a la estructura funcional del
aparato sindical.

Los líderes de la organización no se hacen cargo de esta crisis profunda y difundida. Cuanto
más claramente se evidencia que la clase obrera no está integrada en forma coherente a su
real estructura histórica, cuanto más claro resulta que la clase obrera no está encuadrada en
una configuración que incesantemente se adapte a las leyes que gobiernan el íntimo proceso
de desarrollo real de la propia clase, tanto más estos líderes se obstinan en la ceguera y se
esfuerzan por solucionar "jurídicamente" las disidencias y los conflictos. Espíritus
eminentemente burocráticos, ellos creen que una condición objetiva, radicada en la
psicología que se desarrolla en las experiencias vivas de la fábrica, puede ser superada con
un discurso que mueva los sentimientos, y con un orden del día aprobado por unanimidad en
una asamblea embotada por el estruendo y por la verborragia oratoria. Hoy ellos se esfuerzan
por ponerse "a la altura de los tiempos" y, tanto por demostrar que son también capaces de
"meditar con dureza", sacan a flote las viejas y deterioradas ideologías sindicalistas,
insistiendo penosamente en establecer relaciones de identidad entre el Soviet y el sindicato,
insistiendo con constancia en afirmar que el sistema actual de organización sindical
constituye ya la estructura de la sociedad comunista, representa el sistema de fuerzas en el
que debe encarnarse la dictadura proletaria.

15 L'Ordine Nuovo, 11 de octubre de 1919, reproducido en Antonio Gramsci: Escritos periodísticos de


L’Ordine Nuovo, Editorial Tesis XI, Buenos Aires.
El sindicato, en la forma que existe actualmente en los países de Europa occidental, es un
tipo de organización no sólo esencialmente distinto del Soviet, sino muy distinto también del
sindicato tal como viene desarrollándose en la República comunista rusa.

Los sindicatos de oficios, las cámaras del trabajo, las federaciones industriales, la
Confederación General del Trabajo, constituyen el tipo de organización proletaria específica
del período de historia dominado por el capital. En cierto sentido se puede sostener que son
parte integrante de la sociedad capitalista, y tienen una función que es inherente al régimen
de propiedad privada. En este periodo, en el que los individuos valen en cuanto son
propietarios de mercancía y comercian con su propiedad, también los obreros han debido
obedecer a las leyes férreas de la necesidad general y se convirtieron en comerciantes de su
única propiedad: la fuerza de trabajo y la inteligencia profesional. Más expuestos a los riesgos
de la competencia, los obreros acumularon su propiedad en "empresas" cada vez más vastas
y organizadas, crearon un enorme aparato de concentración de carne de fatiga, impusieron
precios y horarios y disciplinaron el mercado. Tomaron de fuera o seleccionaron de su propio
seno un personal administrativo de confianza, experto en este género de especulaciones,
capacitado para dominar las condiciones del mercado, capaz de estipular contratos, de evaluar
los riesgos comerciales, de iniciar operaciones económicamente útiles. La naturaleza esencial
del sindicato es competitiva, no comunista. El sindicato no puede ser instrumento de
renovación radical de la sociedad: puede ofrecer al proletariado expertos burócratas, técnicos
capaces en cuestiones industriales de índole general, pero no puede ser la base del poder
proletario. El sindicato no ofrece ninguna posibilidad de selección de individualidades
proletarias capaces y dignas de dirigir la sociedad, no se puede lograr de él los cuadros en
que se encarnen el impulso vital, el ritmo de progreso de la sociedad comunista.

La dictadura proletaria puede encarnarse en un tipo de organización que sea específica de la


actividad propia de los productores y no de los asalariados, esclavos del capital. El consejo
de fábrica es la primera célula de esta organización. Puesto que en el consejo todos los
sectores del trabajo están representados proporcionalmente a la contribución que cada oficio
y cada sector de trabajo da a la elaboración del objeto que la fábrica produce para la
colectividad, la institución es de clase, es social. Su razón de ser está en el trabajo, está en la
producción industrial, en un hecho permanente y no ya en el salario, en la división de clases,
es decir, en un hecho transitorio y que precisamente se quiere superar.

Por eso el consejo realiza la unidad de la clase trabajadora, da a las masas una cohesión y una
forma que tienen la misma naturaleza de la cohesión y de la forma que la masa asume en la
organización general de la sociedad.

El consejo de fábrica es el modelo del estado proletario. Todos los problemas que son
inherentes a la organización del estado proletario, son inherentes a la organización del
consejo. Tanto en uno como en otro el concepto de ciudadano decae y es sustituido por el
concepto de compañero: la colaboración para producir bien y con utilidad desarrolla la
solidaridad, multiplica los lazos de afecto y fraternidad. Cada uno es indispensable, cada uno
está en su puesto, y cada uno tiene una función y un puesto. Aun el más ignorante y retrasado
de los obreros, el más vanidoso y el más "civil" de los ingenieros termina por convencerse
de ésta verdad en las experiencias de organización de fábrica: todos terminan
por adquirir una conciencia comunista, por comprender el gran paso hacia adelante que la
economía comunista representa sobre la economía capitalista. El consejo es el más adecuado
órgano de educación recíproca y de desarrollo del nuevo espíritu social que el proletariado
ha logrado extraer de la experiencia viva y fecunda de la comunidad de trabajo. La solidaridad
obrera que en el sindicato se desarrollaba en la lucha contra el capitalismo, en el sufrimiento
y en el sacrificio, en el consejo es positiva, permanente, está encarnada aun en el momento
más descuidado de la producción industrial, está contenida en la conciencia gozosa de ser un
todo orgánico, un sistema homogéneo y compacto que trabajando con fines útiles,
produciendo desinteresadamente la riqueza social, afirma su soberanía, realiza su poder y su
libertad creadora de historia.

La existencia de una organización en la que la clase trabajadora esté encuadrada con su


homogeneidad de clase productora y quo haga posible un espontáneo y libre florecimiento
de jerarquías o individualidades dignas y capaces, tendrá reflejos importantes y
fundamentales en la constitución y en el espíritu que anima la actividad de los sindicatos.

También el consejo de fábrica se basa sobre el oficio. En cada sección los obreros se dividen
en equipos y cada equipo es una unidad de trabajo (de oficio): el consejo está constituido
precisamente por delegados que los obreros eligen por oficio (equipo) de sección. Mientras
el sindicato se basa en el individuo, el consejo se basa en la unidad orgánica y concreta del
oficio que se realiza en el disciplinamiento del proceso industrial. El equipo (el oficio) siente
que es distinto en el cuerpo homogéneo de la clase, pero al mismo tiempo se siente como
engranaje del sistema de disciplina y de orden que hace posible, con su funcionamiento
exacto y preciso, el desarrollo de la producción. Como interés económico y político el oficio
es parte inseparable y perfectamente integrada con el cuerpo de la clase; se diferencia como
interés técnico y como desarrollo del instrumento particular que usa en el trabajo. Del mismo
modo todas las industrias son homogéneas y solidarias en el fin de realizar una perfecta
producción, distribución y acumulación social de la riqueza; pero cada industria tiene
intereses distintos por cuanto mira hacia la organización técnica de su actividad específica.

La existencia del consejo otorga a los obreros la responsabilidad directa de la producción, los
lleva a mejorar su trabajo, instituye una disciplina consciente y voluntaria, crea la psicología
del productor, del creador de historia. Los obreros aportan al sindicato esta nueva conciencia
y de la simple actividad de lucha de clase el sindicato pasa a dedicarse a la labor fundamental
de imprimir a la vida económica y a la técnica del trabajo una nueva configuración, se dedica
a elaborar la forma de vida económica y de técnica profesional que es propia de la civilización
comunista. En este sentido los sindicatos, que están constituidos por los obreros mejores y
más conscientes, logran el momento supremo de la lucha do clase y de la dictadura del
proletariado: crean las condiciones objetivas para que las clases no puedan ya existir ni
renacer.

Esto hacen en Rusia los sindicatos de industria. Fueron convertidos en organismos dentro de
los que todas las empresas de determinada industria se amalgaman, se conectan, se articulan,
formando una gran unidad industrial. El derroche de la competencia es eliminado, los grandes
servicios administrativos, de abastecimiento, de distribución y de almacenamiento, son
unificados en grandes centrales. Los sistemas de trabajo, los secretos
de fabricación, las nuevas aplicaciones se vuelven inmediatamente comunes a toda la
industria. La multiplicidad de funciones burocráticas y disciplinarias inherentes a las
relaciones entre propiedad privada y empresa individual, se reduce a las puras necesidades
industriales. La aplicación de principios sindicales a la industria textil permitió en Rusia una
reducción de burocracia de 100.000 empleados a 3.500. La organización por fábrica ordena
la clase (toda la clase) en una unidad homogénea y coherente que se adhiere plásticamente al
proceso industrial de producción y lo domina para adueñarse en forma definitiva. En la
organización por fábrica se encarna entonces la dictadura proletaria, el estado comunista que
destruye el dominio de clase en las superestructuras políticas y en sus engranajes generales.

Los sindicatos de oficio y de industria son las sólidas vértebras del gran cuerpo proletario.
Elaboran las experiencias individuales y locales, y las acumulan, logrando el equilibrio
nacional de las condiciones de trabajo y de producción sobre el que se basa concretamente la
igualdad comunista.

Pero para que sea posible imprimir a los sindicatos esta dirección positivamente clasista y
comunista es necesario que los obreros dirijan toda su voluntad y su fe hacia la consolidación
y la difusión de los consejos, hacia la unificación orgánica de la clase trabajadora. Sobre este
fundamento homogéneo y sólido florecerán y se desarrollarán todas las superiores estructuras
de la dictadura y de la economía comunista.
EL CONSEJO DE FABRICA20

La revolución proletaria no es el acto arbitrario de una organización que se afirme


revolucionaria, ni de un sistema de organizaciones que se afirmen revolucionarias. La
revolución proletaria es un larguísimo proceso histórico que se realiza con el nacimiento y el
desarrollo de determinadas fuerzas productivas (que nosotros resumimos con la expresión
"proletariado") en un determinado ambiente histórico (que resumimos con las expresiones
"modo de propiedad individual, modo de producción capitalista, sistema de fábrica o fabril,
modo de organización de la sociedad en el Estado democrático- parlamentario").

En una fase determinada de ese proceso las fuerzas productivas nuevas no pueden ya
desarrollarse y organizarse de modo autónomo en los esquemas oficiales en los que discurre
la convivencia humana; en esa determinada fase se produce el acto revolucionario, el cual
consiste en un esfuerzo tendente a destruir violentamente esos esquemas, a destruir todo el
aparato de poder económico en el que las fuerzas productivas revolucionarias estaban
oprimidas y contenidas; un esfuerzo tendiente a romper la máquina del Estado burgués y a
constituir un tipo de Estado en cuyos esquemas las fuerzas productivas liberadas hallen la
forma adecuada para su ulterior desarrollo, para su ulterior expansión, y en cuya organización
encuentren la defensa y las armas necesarias y suficientes para suprimir a sus adversarios.

El proceso real de la revolución proletaria no puede identificarse con el desarrollo y la acción


de las organizaciones revolucionarias de tipo voluntario y contractual, como son el partido
político y los sindicatos de oficio, organizaciones nacidas en el campo de la democracia
burguesa, nacidas en el campo de la libertad política como afirmación y como desarrollo de
la libertad política. Estas organizaciones, en cuanto encarnan una doctrina que interpreta el
proceso revolucionario y prevé su desarrollo (dentro de ciertos límites de probabilidad
histórica), en cuanto son reconocidas por las grandes masas como un reflejo suyo y un
embrional aparato de gobierno suyo, son ya, y lo serán cada vez más, los agentes directos y
responsables de los sucesivos actos de liberación que intentará realizar la entera clase
trabajadora en el curso del proceso revolucionario. Pero, a pesar de eso, dichas
organizaciones no encarnan ese proceso, no rebasan el Estado burgués, no abarcan ni pueden
abarcar toda la múltiple agitación de fuerzas revolucionarias que desencadena el capitalismo
con su proceder implacable de máquina de explotación y opresión.

16 L’Ordine Nuovo, 5 de junio de 1920, reproducido en Antonio Gramsci: Antología, Editorial Siglo XXI,
Buenos Aires.
En el período de predominio económico y político de la clase burguesa, el desarrollo real del
proceso revolucionario ocurre subterráneamente, en la oscuridad de la fábrica y en la
oscuridad de la conciencia de las multitudes inmensas que el capitalismo somete a sus leyes;
no es un proceso controlable y documentable; lo será en el futuro, cuando los elementos que
lo constituyen (los sentimientos, las veleidades, las costumbres, los gérmenes de iniciativa y
de moral) se hayan desarrollado y purificado con el desarrollo de la sociedad, con el desarrollo
de las posiciones que la clase obrera va ocupando en el campo de la producción. Las
organizaciones revolucionarias (el partido político y el sindicato de oficio) han nacido en el
campo de la libertad política, en el campo de la democracia burguesa, como afirmación y
desarrollo de la libertad y de la democracia en general, en un campo en el que subsisten las
relaciones de ciudadano a ciudadano; el proceso revolucionario se realiza en el campo de la
producción, en la fábrica, donde las relaciones son de opresor a oprimido, de explotador a
explotado, donde no hay libertad para el obrero ni existe la democracia; el proceso
revolucionario se realiza allí donde el obrero no es nadie y quiere convertirse en el todo, allí
donde el poder del propietario es ilimitado, poder de vida o muerte sobre, el obrero, sobre la
mujer del obrero, sobre los hijos del obrero.

¿Cuándo decimos que el proceso histórico de la revolución obrera, que es inmanente a la


convivencia humana en régimen capitalista, que tiene en sí mismo sus leyes y se desarrolla
necesariamente por la confluencia de una multiplicidad de acciones incontrolables debidas a
una situación no querida por el proletario, cuándo decimos que el proceso histórico de la
revolución proletaria ha salido a la luz, se ha hecho controlable y documentable?

Lo decimos cuando toda la clase obrera se ha hecho revolucionaria no ya en el sentido de que


rechace genéricamente la colaboración con las instituciones de gobierno de la clase burguesa,
ni tampoco sólo en el sentido de que represente una oposición en el campo de la democracia,
sino en el sentido de que toda la clase obrera, tal como se encuentra en la fábrica, comienza
una acción que tiene que desembocar necesariamente en la fundación de un Estado obrero,
que tiene que conducir necesariamente a configurar la sociedad humana de una forma
absolutamente original, de una forma universal que abarca toda la Internacional obrera y, por
tanto, toda la humanidad, Y decimos que el período actual es revolucionario precisamente
porque comprobamos que la clase obrera tiende a crear, en todas las naciones, tiende con
todas sus energías -aunque sea entre errores, vacilaciones, timideces propias de una clase
oprimida que no tiene experiencia histórica, que tiene que hacerlo todo de modo original--a
engendrar de su seno instituciones de tipo nuevo en el campo obrero, instituciones de base
representativa, construidas según un esquema industrial; decimos que el período actual es
revolucionario porque la clase obrera tiende con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, a
fundar su Estado. Por eso decimos que el nacimiento de los Consejos de fábrica representa
un grandioso acontecimiento histórico, representa el comienzo de una nueva Era de la historia
del género humano: con ese nacimiento el proceso revolucionario ha salido a la luz y ha
entrado en la fase en la cual puede ser controlado y documentado.

En la fase liberal del proceso histórico de la clase burguesa y de la sociedad dominada por la
clase burguesa, la célula elemental del Estado era el propietario que en la fábrica somete a la
clase obrera según su beneficio. En la fase liberal el propietario era también empresario
industrial: el poder industrial, la fuente del poder industrial, estaba en la fábrica, y el obrero
no conseguía liberarse la conciencia de la convicción de la necesidad del propietario, cuya
persona se identificaba con la persona del industrial, con la persona del gestor responsable
de la producción, y, por tanto, también de su salario, de su pan, de su ropa y de su techo.

En la fase imperialista del proceso histórico de la clase burguesa, el poder industrial de cada
fábrica se desprende de la fábrica y se concentra en un trust, en un monopolio, en un banco,
en la burocracia estatal. El poder industrial se hace irresponsable y, por tanto, más
autocrático, más despiadado, más arbitrario; pero el obrero, liberado de la sugestión del
"jefe", liberado del espíritu servil de jerarquía, movido por las nuevas condiciones generales
en que se encuentra la sociedad por la nueva fase histórica, el obrero consigue inapreciables
conquistas de autonomía y de iniciativa.

En la fábrica la clase obrera llega a ser un determinado "instrumento de producción" en una


determinada constitución orgánica; cada obrero pasa "casualmente" a formar parte de ese
cuerpo constituido; casualmente por lo que hace a su voluntad, pero no por lo que hace a su
destino en el trabajo, puesto que representa una determinada necesidad del proceso de trabajo
y de producción, y sólo por eso encuentra empleo y puede ganarse el pan: cada obrero es un
engranaje de la máquina-división del trabajo, de la clase obrera que se determina en un
instrumento de producción. Si el obrero consigue conciencia clara de esa su "necesidad
determinada" y la pone en la base de un aparato representativo de tipo estatal (o sea, no
voluntario, no contractualista, no mediante carnet, sino absoluto, orgánico, pegado a una
realidad que es necesario reconocer si uno quiere asegurarse el pan, la ropa, el techo, la
producción industrial), si el obrero, si la clase obrera, hacen eso, hacen al mismo tiempo una
cosa grandiosa, comienzan una historia nueva, comienzan la era de los Estados obreros que
confluirán en la formación de la sociedad comunista, del mundo organizado sobre la base y
según el tipo del gran taller mecánico, de la internacional comunista, en la cual cada pueblo,
cada parte de humanidad, cobra figura en la medida en que ejercita una determinada
producción preeminente, y no ya en cuanto está organizada en forma de Estado y tiene
determinadas fronteras.

En realidad, al constituir ese aparato representativo la clase obrera realiza la expropiación de


la primera máquina, del instrumento de producción más importante: la clase obrera misma,
que ha vuelto a encontrarse, que ha conseguido conciencia de su unidad orgánica y que se
contrapone unitariamente al capitalismo. La clase obrera afirma así que el poder industrial,
la fuente del poder industrial, tiene que volver a la fábrica, y asienta de nuevo la fábrica,
desde el punto de vista obrero, como la forma en la cual la clase obrera se constituye en
cuerpo orgánico determinado, como célula de un nuevo Estado, el Estado obrero, y como
base de un nuevo sistema representativo, el sistema de los Consejos. El Estado obrero, por
nacer según una configuración productiva, crea ya las condiciones de su desarrollo, de su
disolución como Estado, de su incorporación orgánica a un sistema mundial, la Internacional
comunista.

Del mismo modo que hoy, en el Consejo de un gran taller mecánico, cada equipo de trabajo
(de oficio) se amalgama desde el punto de vista proletario con los demás equipos de una
sección, y cada momento de la producción industrial se funde, desde el punto de vista del
proletariado, con los demás momentos y pone de relieve el proceso productivo, así también
en el mundo el carbón inglés se funde con el petróleo ruso, el cereal siberiano con el azufre
de Sicilia, el arroz de Vercelli con la madera de Estiria... en un organismo único sometido a
una administración internacional que gobierna la riqueza del globo en nombre de la
humanidad entera. En este sentido el Consejo obrero de fábrica es la primera célula de un
proceso histórico que tiene que culminar en la Internacional comunista, no ya como
organización política del proletariado revolucionario, sino como reorganización de la
economía mundial y como reorganización de toda la convivencia humana, nacional y
mundial. Toda acción revolucionaria actual tiene un valor, es históricamente real, en la
medida en que coincide con ese proceso, en la medida en que es y se concibe como un acto
de liberación de ese proceso respecto de las superestructuras burguesas que lo frenan y lo
constriñen.

Las relaciones que debe haber entre el partido político y el Consejo de fábrica, entre el
sindicato y el Consejo de fábrica se desprenden ya implícitamente de esa exposición: el
partido y el sindicato no han de situarse como tutores o superestructuras ya constituidas de
esa nueva institución en la que cobra forma histórica controlable el proceso histórico de la
revolución, sino que deben ponerse como agentes conscientes de su liberación respecto de
las fuerzas de compresión que se concentran en el Estado burgués; tienen que proponerse
organizar las condiciones externas generales (políticas) en las cuales pueda alcanzar la
velocidad mayor el proceso de la revolución, en las cuales encuentren su expansión máxima
las fuerzas productivas liberadas.

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