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Los usos de la historia de vida en las ciencias sociales. I - Obreros y mov... https://books.openedition.

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Los usos de la historia de vida en las ciencias
sociales. I | Thierry Lulle, Pilar Vargas, Lucero Zamudio

Obreros y
movilidad social en
Bahía, Brasil
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Un análisis de trayectoria social*

Antonio Sergio Alfredo Guimarães


p. 143-170

Texte intégral
1 En anteriores trabajos se señala el hecho de que muchos
trabajadores cualificados en la gran industria de Bahía son
originarios de la pequeña clase media (hijos de pequeños
funcionarios públicos, pequeños comerciantes, etc.) que,
apremiados por las circunstancias y la percepción de éstas,
cambiaron una trayectoria tradicional de ascenso, que
pasaba por una educación universitaria, por una trayectoria
obrera que requería una carrera técnica (Guimarães, 1988;
Guimarães y Agier, 1990).
2 La trayectoria típica de esos obreros era, más o menos, así: a
una determinada edad, generalmente entre los dieciocho y
los veinticinco años, ellos pensaban que no podrían seguir
los estudios y sin abandonar sus proyectos de ascenso social,
creyeron entonces que una carrera técnica en la industria los
llevaría más rápidamente a la posición deseada: una clase
media asalariada, estabilizada y que ganara bien (para los
modelos familiares de referencia). De manera general ese
proyecto resultó en su aspecto financiero y falló en sus
gratificaciones emocionales y simbólicas. Así, los salarios de
los técnicos petroquímicos eran equivalentes a los salarios de
profesionales de nivel superior, empleados en el tercer nivel,
sobre todo en el gobierno. Pero por el lado emocional, la
experiencia de la subordinación y disciplina de fábrica, así
como el régimen de trabajo y la falta de perspectivas de
progreso, causaron malestar y tensiones que fueron, de cierta
manera, reordenadas, ya sea por el abandono del trabajo
(reorientación de trayectorias) o por el desarrollo de
posiciones de liderazgo en la empresa (activismo político-
sindical o ascenso a los puestos de mando).

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3 Entre trabajadores cualificados este esquema no es extraño,


y así lo registra la literatura pertinente al tema. Un estudio
realizado por Kahl (1960), en los años cincuenta, en la
ciudad de México, repite el mismo argumento: de cierta
manera la insatisfacción con el trabajo y con la carrera
significan también en esa ciudad, por parte de los cuadros
medios, la transposición de una frustración más profunda
con sus expectativas de trayectoria social.
4 Con el presente texto, pretendo iniciar un análisis más
profundo de la movilidad social entre trabajadores
bahianenses en las dos décadas pasadas. En éste examino la
trayectoria de vida de un obrero petroquímico de la
generación de 1976, actualmente con treinta y ocho años,
activista sindical desde hace siete. En el análisis que se
desarrolla se buscan los posibles mecanismos psicosociales
que expliquen la singularidad de ese caso y las características
más generales del habitus (Bourdieu, 1979) y de la
socialización que pueden sustentar un cierto patrón de
trayectoria de clase en el espacio social de Bahía de los años
setenta y ochenta.
5 Se utilizan dos tipos diferentes de datos:1 entrevistas abiertas
o estructuradas (una hora y media en 1985, once horas en
1986 y dos horas en 1992) y datos estadísticos recogidos en
1986 y 1987 respectivamente del archivo del sindicato y del
archivo de la empresa donde este obrero trabajaba.
6 El texto tiene la siguiente estructura: empiezo por narrar la
historia de vida de ese obrero reconstruyéndola a través de
su discurso, destacando en ella lo típico y específico.
Continuo con el análisis de cinco aspectos de su trayectoria:

1. la estrategia familiar de movilidad social;


2. las razones de su decisión de transformarse en un
trabajador calificado;
3. su estrategia de vida y sus tensiones internas;
4. las razones que explican su trayectoria ocupacional; y

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5. su transformación en activista sindical.2

La historia de Alberto
7 Alberto nació en Sao Félix, una pequeña ciudad del
Recóncavo bahianense en 1954. Justino, su padre, era un
comerciante de comidas y bebidas, con educación primaria
incompleta y su madre, Nair, funcionaria municipal, con
educación primaria, quien hacía bordados y pequeñas
costuras en las horas libres para ayudar en el presupuesto
doméstico. Justino nació en el sertão de Bahía. Después de
la separación del segundo matrimonio, la abuela de Alberto,
infeliz y emprobrecida por las muchas desventuras de su
marido ya que había perdido casa, cultivo y parte de la
economía, llevó a Justino y a sus 6 hermanas a Salvador.
8 Alberto cuenta con orgullo la aventura de los pequeños
migrantes, guiados por la tenacidad de la abuela Josefa, de
ciudad en ciudad, del sertão hasta el Recóncavo bahianense,
donde finalmente se establecieron, trabajando como
empleados en una fábrica de cigarros. Su padre intentó
establecer un pequeño almacén en Salvador, pero acabó por
quedarse en Sao Félix, donde se casó. Nair, su madre, era
hija de un comerciante de la ciudad, en decadencia. En la
adolescencia disfrutó de la prosperidad paterna, dueño de
cultivos, señor de prestigio y relativo poder. Alberto no tiene,
es claro, memoria de esa prosperidad. Conoció los abuelos ya
pobres, viviendo con sus padres, junto con una tía materna,
pero se acuerda muy bien de esa historia, repetida
ritualmente por la madre, inconforme con la decadencia
familiar, siempre inquieta y batalladora, espiando en los
fracasos de los hijos la oportunidad para denigrar del
destino. El comercio del interior, según él, está hecho de esas
ilusiones de fortunas que se amontonan con el vigor juvenil y
se deshacen con la vejez, dejando en algunos el sabor de la
riqueza.
9 Doña Nair pensaba en recuperar la antigua posición familiar

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por medio de la educación de los hijos. Cuidó con dedicación


su educación religiosa (todos iban a misa los domingos) y
acostumbró a todos al destino que les reservaba: el de ser
doctores. Pero no era severa en la implementación de sus
planes: conversaba, influenciaba, seducía. Los hijos
aprendían las primeras letras, a cartilla, en una pequeña
escuela particular y alfabetizados, ingresaban en las escuelas
públicas y gratuitas, donde hacían la primaria y el gimnasio;3
de ahí en adelante eran enviados a casa de los parientes en
Salvador, para cursar el colegio y la universidad, también
públicos.
10 A diferencia de los hermanos mayores, Alberto se alfabetizó a
los siete años y apenas en 1962 empezó el primer grado. A los
trece años, habiendo concluido el curso primario, presentó
examen de admisión en el gimnasio local y lo perdió.
Durante 1967 solamente se preparó para el siguiente examen
de admisión. Hasta el año siguiente no ingresó en el
gimnasio en el colegio de la ciudad. Su período de gimnasio
estuvo marcado por una gran inquietud religiosa, que lo llevó
a leer la Biblia, discutir asuntos teológicos con sus
compañeros buscando conocer otras religiones, además de la
católica. En realidad esa inquietud había empezado un poco
antes, en el período en que estuvo inactivo, cuestionando las
creencias, hábitos y justificaciones religiosas de su madre,
católica ferviente. Pasó en esa época a frecuentar la iglesia
Bautista de la ciudad en compañía de sus amigos igualmente
inquietos, a asistir a los rituales de los Testigos de Jehová, a
leer a Alan Kardec, a discutir sobre espiritismo, etc. No
desarrolló sin embargo, ninguna afiliación duradera. Quería
conocerlo todo.
11 A los dieciocho años, al completar el curso de secundaria, se
trasladó a Salvador para vivir en el barrio Roma con unos
tíos paternos de clase media. Los hermanos mayores ya se
encontraban en Salvador hacía algún tiempo. El hermano de
veinte años había hecho como Alberto, el gimnasio en Sao

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Félix y el colegial en la escuela pública de Salvador. Vivió con


tres tíos: el primero vivía en el barrio Liberdade,4 el segundo
en Barra y el tercero en el suburbio ferroviario.5 La hermana
de diecinueve años había estado a los doce años en Salvador,
donde había estudiado el gimnasio y en la Escuela Normal de
Barbalhos.6 Vivió al principio con otros parientes en el barrio
de Saúde, y después en la Residencia Universitaria. Su salida
precoz de la casa paterna se debió, oficialmente, a
malentendidos domésticos con la tía, pero en realidad este
episodio no pasó de ser un buen pretexto para que la madre
implementase su estrategia de dar a la hija mujer una buena
educación en Salvador.
12 Cuando llegó a la capital Alberto estaba, en comparación con
sus dos hermanos, por lo menos tres años atrasado en los
estudios. Uno estudiaba en la facultad de Medicina, y la otra
en la de Derecho. Ambas facultades eran gratuitas, y por eso
mismo exigían mucha competitividad para el ingreso. Los
padres, desde el interior, mandaban mesadas para todos, a
costa de mucho sacrificio. La madre bordando en casa y
trabajando en la Prefectura de la ciudad, encontraba aún
tiempo para preparar dulces y enviar ropa a los hijos. Con la
venida de Alberto, se hizo difícil sustentar a los tres hijos
estudiando en Salvador. Alberto se inscribió al comienzo en
el curso matutino de una escuela en el barrio Nazaré, como
habían hecho sus hermanos mayores, pero vio que la familia
no tenía condiciones para mantenerlo. Se transfirió entonces
para el curso nocturno de la misma escuela y durante el día
comenzó a trabajar en la oficina de una red de
supermercados. En 1974, a los veinte años, completó el
colegial e intentó ingresar en la Escuela de Agronomía de
Cruz de las Almas, donde estaría interno y, por consiguiente,
no tendría que mantenerse. Pero perdió su examen de
admisión. Su curso nocturno había sido de baja calidad,
atropellado por la falta de interés de profesores y alumnos.
Por segunda vez en la vida, Alberto fallaba en concursos

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escolares. Su novia y futura mujer Marta, hija de un gerente


de fábrica de cigarros de Sao Félix, quien fuera su compañera
de gimnasio, y que había venido como él a estudiar en
Salvador, fue más feliz al pasar el examen de admisión para
matemáticas en la Universidad Federal.
13 En 1976 sus hermanas más jóvenes de diecisiete y dieciocho
años respectivamente, se preparaban para venir a Salvador.
Con ellas vendrían los padres que agotaban los horizontes de
ascenso en el interior, terminando parte de su misión de
educar los hijos. Los padres venden la casa en el Recóncavo y
compran otra en Cosme de Farias, un barrio pobre de
Salvador, para posteriormente cambiarla por un
apartamento en Cabula, barrio que, en los años setenta, se
expande con la llegada de personas de los mismos estratos
sociales que habían poblado a Liberdade, tres décadas atrás.
La familia se reagrupaba de nuevo, volviendo a vivir todos
los hermanos junto con los padres.7
14 En el mismo año Alberto, de veintidós años, tomó la decisión
que cambió el curso de su vida, diferenciándolo de sus
hermanos y de su mujer: en lugar de intentar presentar un
nuevo examen de ingreso y obtener una profesión
universitaria, decidió inscribirse en un curso de operación de
procesos petroquímicos patrocinado por Petrobrás/Copene.
Las ventajas financieras de su decisión saltaban a la vista. Si
tomaba el rumbo de las hermanas o de su novia, haciendo
por ejemplo un curso universitario menos competido, el cual
le llevaría con certeza a la carrera de profesor (Letras,
Historia o Matemáticas), Alberto invertiría cuatro años, se
arriesgaría a un nuevo fracaso escolar, y terminaría ganando
un salario bastante menor que el de operador de proceso. Si
quisiese invertir en una profesión clásica, tendría en su
contra la desventaja de una escolarización deficiente y la
falta de recursos para sostener cinco o seis años de estudio.
De hecho diez años después, en 1986 ya como operador II,
segundo grado de su profesión, Alberto ganaba lo

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equivalente a lo que ganaba su hermano médico, un poco


más que la hermana abogada8 y tres veces más que las
hermanas menores o su mujer, todas profesoras.
15 Pero no solamente fueron las ventajas económicas las que
justificaron su escogencia. Como vimos, había entre los
mitos de la familia, la saga de los retadores corajudos,
inconformes con el destino y con las reglas muy rígidas, que
estaban dispuestos a buscar nuevos lugares y desafiar nuevas
ocupaciones; el lado loco y rebelde de la leyenda familiar
inspiró a algunos primos hacia la política, otros al hippismo
y otros como Alberto, a buscar nuevos caminos. Tampoco la
decisión de trabajar como obrero significó, al comienzo,
abandonar el sueño de una profesión universitaria: en 1977,
después de una segunda tentativa frustrada de ingreso,
hecha para el curso de Economía, Alberto abandona los
planes que perseguía por influencia de su madre.
16 Contrae matrimonio en 1979 con Marta, que se había
graduado en Matemáticas el año anterior y se van a vivir en
una casa alquilada en el barrio de Cidade Nova, donde
estuvieron un año. Inmediatamente, en parte influido por la
presión de la empresa, que anunciaba incentivos a los
obreros que se trasladaran a lugares próximos a la industria,
y en parte tentado pollas facilidades de financiamiento del
Sistema Federal de Habitación, compra un apartamento en
un conjunto residencial en Camaçari, a donde se mudó con
Marta, que encuentra en la Prefectura local su primer y único
contrato estable de trabajo. Tenían entonces, en el comienzo
de la vida, una expectativa juvenil de las potencialidades de
la nueva industria para llevar un estilo de vida nuevo y
decente: una carrera técnica en una ciudad del interior
dinámica y una casa propia poco costosa. Pero se quedaron
poco tiempo en Camaçari, solamente dos años. La
precariedad de los servicios y de las condiciones de la
infraestructura, acabó por convencerlos de comprar una
pequeña vivienda en Cadeal, zona residencial contigua al

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tradicional barrio de Brotas, cerrada, lejos de las favelas que


normalmente bordean estos barrios. Marta continuó todos
esos años dando clases en el gimnasio de Camaçari. Dos años
más tarde, al final de 1983, adquieren una casita de playa en
Arembepe, en el litoral norte de Salvador, zona de veraneo
de la clase media. En 1986, con un hijo de un año, resuelven
salir de Cadeal. Compran entonces un apartamento usado en
Pituba, en una localidad poco valorizada de un barrio
afluente. Los dos apartamentos fueron financiados por el
Banco Nacional de Habitación, práctica común entre la clase
media brasileña de aquel período.
17 En 1986, el patrón de vida de Alberto no se diferenciaba en
nada de la pequeña clase media emergente de jóvenes
profesionales en Salvador. Tenía un carro Chevrolet de cinco
años de uso, videocasetera, televisión a colores, frecuentaba
bares, cines, playas y ocasionalmente restaurantes. Prefería,
sobre todo, las comidas en familia. Viajaba los fines de
semana hacia el nordeste (Fortaleza, Natal, Recife, Maceió).
Amaba los viajes cortos a Aracaju y al Sertão. Prefería éstos a
ir hacia el sur, conoció Río de Janeiro que, por más extraño
que parezca, le atemorizó por la frialdad de sus habitantes.
18 Alberto tenía un círculo grande de amigos, que se confundía
con su familia extensa: hermanos, cuñados, concuñados,
primos y parientes de los cuñados. Con ellos se encontraba
en las fiestas de cumpleaños, en la casa de la playa o en las
cenas familiares. No tenían ningún amigo fuera de la gran
familia, apenas tenía «conocidos». Gente con quien
ocasionalmente tomaba una cerveza o jugaba en la playa,
todos compañeros de trabajo. Tanto el afecto a la familia
como la preferencia por los lugares denotaban su origen del
interior y la humildad de Alberto. Un hombre que parecía
haber encontrado su lugar. Aun cuando lo entrevistamos en
1985, pocos meses después de una huelga a raíz de la que
había recibido el castigo de un mes de suspensión, Alberto
no deseaba salir de la petroquímica o dejar la carrera de

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obrero. Al contrario, tenía miedo a ser despedido. No


consideraba que pudiera rehacer la vida, ni siquiera en el
mismo nivel si estuviera fuera del Polo Petroquímico.
Tampoco encontraba realista el sueño alimentado por
jóvenes obreros de transformarse en un pequeño
comerciante, después de reunir algún dinero como
trabajador. Apenas consideraba tal posibilidad como una
fuente adicional de renta o como una aplicación que ayudaría
a aminorar la incertidumbre que mantenía en cuanto a su
permanencia en la empresa. Para él su castigo era el
preanuncio de un despido próximo. Tenía miedo. Correcto e
íntegro, no pensaba en cambiar su actuación en la fábrica, ni
en reorientar sus recientes preocupaciones filosóficas, a
cambio de la seguridad del empleo. Estas últimas se habían
desplazado bajo la fuerte influencia de colegas sindicalistas y
a medida que vivenciaba la condición trabajadora, desde
preocupaciones religiosas, hasta cuestiones de injusticia
social. Había cambiado así, veinticinco años después, la
inquietud religiosa por la reflexión política.
19 Hasta 1984, Alberto hizo una carrera sin tropiezos en la
petroquímica. Aunque no poseyera una inteligencia brillante,
era aplicado, trabajador, tranquilo, bien educado. Le debe
haber ayudado mucho la buena apariencia de moreno de
clase media y las maneras adquiridas en el medio en el que
fue socializado. Sin ser audaz, era una persona de coraje, con
un desarrollado sentido de justicia y un gran sentimiento de
dignidad personal. Incapaz de ser grosero o autoritario,
reaccionaba con firmeza frente a las arbitrariedades y no
tenía miedo de presentar anhelos colectivos siempre que
fueran justos. Logró progresar relativamente bien, pero sin
destacarse, recibiendo anualmente las promociones de
carrera, las «letras», hasta alcanzar en 1984 el
antepenúltimo nivel de obrero II. Del mismo modo, se ganó
el respeto de los compañeros y de los superiores. Enfrentó
demostraciones de autoritarismo sin peleas o escenas, a

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través de diálogos francos. Cierta vez protestó contra


condiciones insalubres de trabajo y en un gesto espectacular,
tan raro en su vida, logró corregir estas condiciones: fue
cuando dibujó y expuso en el auditorio de la empresa,
obviamente sin permiso, un ratón trabajador colgado de la
cola a un tanque que contenía producto tóxico. Expresó así
su inconformidad con una situación que perduraba hacía
años, en una determinada área operacional y contra la cual
había accionado sin éxito, frente a todos los supervisores.
20 Descubierto, Alberto no solamente asumió la
responsabilidad sino que justificó la necesidad de su acto.
Con igual coraje y calma participó en todas las
movilizaciones colectivas ocurridas en su planta: en 1977,
recién ingresado, luchó para conseguir la igualdad salarial de
los obreros de su fábrica, con los de una empresa vecina; en
1979, por la trimestralidad de los reajustes salariales de su
categoría; en 1981, en el primer paro por la estabilidad de
empleo de los colegas de mantenimiento; en huelgas (1983,
1984 y 1985) por mejores salarios. Ni esas movilizaciones
fueron heroicas, ya que los movimientos reivindicatorios
disfrutaban de alguna legitimidad entre las gerencias, ni
Alberto participaba por motivos distintos de sus intereses y
deberes éticos. Tanto es así que, aún después de castigado y
considerado comunista por muchos de sus colegas, Alberto
no se consideraba un activista sindical ni mucho menos un
militante político. Frecuentaba reuniones de partidos de
izquierda y aun las reuniones de sindicato como
antiguamente había frecuentado distintas iglesias en busca
de verdades y de una mejor comprensión de las injusticias
del mundo. Alberto era, para sí mismo, un hombre correcto y
libre, a quien le gustaba formar sus propios juicios. Por eso
esquivaba las patrullas ideológicas o los alineamientos
partidarios.
21 Un ciudadano de clase media «industriario»,9 que sólo en la
definición de compañeros y parte de la familia, era al mismo

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tiempo un trabajador y un activista. Era de hecho un hombre


que no se inclinaba frente a los demás. Un asalariado que
vivenciaba muchas tensiones. Para empezar, por el hecho
siempre repetido en las entrevistas, de que su trabajo era un
trabajo «antisocial», o sea, no le permitía una convivencia
mayor con su grupo familiar. Trabajando en turnos no
siempre podía asistir a los cumpleaños (la mujer iba sola) y
sobre todo a las fiestas tan importantes como la de Navidad,
el carnaval o el Año Nuevo. Por la misma razón, se vio
obligado a interrumpir un círculo de cenas que habían
iniciado10 con los parientes y amigos. Su vida, por trabajar en
turnos, se distinguía radicalmente de la vida de su principal
grupo de referencia, aun cuando también había otro familiar,
un concuñado suyo, empleado por la Petroquímica. Muchos
ostentaban profesiones distintas, eran médicos, abogados,
profesores. Alberto era pues, uno de los dos únicos
trabajadores de industria, «industriarios», como se
autonombraban en el grupo.
22 Otras dos tensiones nublaban la vida profesional de Alberto:
primero, la agresividad del medio físico en que vivía
amenazaba su salud y le hacía correr riesgos a su vida. Eso le
atemorizaba un poco, aunque dijera estar algo acostumbrado
y estuviera orgulloso de su prudencia. Como niño del campo,
del interior, nunca había pensado en trabajar en una
industria, ni siquiera se le había ocurrido convivir con tantos
riesgos. Pero los riesgos en el Polo Petroquímico, en su
manera de decir, eran «inacabables» y escapaban al control
de todos. ¿Quién sabría las consecuencias del aire tóxico del
Polo Petroquímico en su organismo? La segunda, tan difusa
como la primera, era el engranaje social en que estaba
inserto y que nosotros, sociólogos, llamamos de gestión del
trabajo. A Alberto le incomodaba la extrema competencia
entre los colegas del trabajo, el poder indiscriminado de los
supervisores, la disciplina rígida y los límites mentales que
con el correr del tiempo provocaba su trabajo. Su

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sensibilidad se exasperaba contra la competencia, la


arbitrariedad y lo que consideraba la «deshumanización» de
las directivas, o sea el hecho de que los operadores no
siempre eran tratados como personas. Alberto, se sentía
humillado en su autoimagen. Al referirse a los ingenieros su
voz disminuía, el habla se volvía más pausada, no podía
disfrazar su malestar. No eran iguales pero podrían haberlo
sido. O podrían llegar a serlo si fueran otras las estructuras.
El «capitalismo», en el decir de Alberto.
23 Al comienzo él se sentía confortado con el salario que ganaba
con las perspectivas de carrera y disculpaba sus
inconvenientes. Sobre todo porque había tenido la
experiencia de trabajar durante cuatro años en una oficina
de contabilidad de un supermercado, vigilado de cerca por
un jefe. El trabajo realizado en equipos de turno, el trabajo
de industria, como lo prefería llamar, era una ocupación
donde él se sentía más libre, más responsable, más
importante. Nunca se arrepintió de haber escogido esta
profesión. Con el tiempo, sin embargo, a medida que fue
observando las debilidades humanas y acomodándose a los
sistemas de promoción y a la estructura jerárquica, sintió
que su futuro (tan limitado) dependía de los demás se
desilusionó. Le gustaría seguir estudiando, sí. Pero no para
cambiar su posición social o para ganar dinero, decía. Sino
para comprender mejor el mundo en que vivía: el sistema, el
capitalismo. Estudiar historia, sociología. Llegó incluso a
seguir cursos preuniversitarios en 1985, pero los abandonó,
pues sintió que había olvidado mucho desde el bachillerato,
once años atrás.
24 Su carrera en la empresa, con todo, se agotaría en 1984,
después de una activa participación en la huelga de ese año.
El puesto de operador jefe (operador III) estaba reservado
para los «cien por ciento confiables», para aquellos que
habían desarrollado una identificación especial con la
empresa. A pesar de sus cualidades, moderación,

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competencia y profesionalismo, las alternativas de futuro de


Alberto estaban trazadas: o profundizaba en sus reflexiones y
convicciones políticas y se mantenía en el Polo Petroquímico
como un líder sindical, o cambiaba radicalmente su
comportamiento; sino más pronto o más tarde sería
despedido. Alberto comenzó a tener conciencia de su destino
en 1985, después de la suspensión, pero rehusó admitirlo
claramente. Cuando retornó al trabajo, fue puesto bajo la
coordinación de un supervisor duro, con fama de
disciplinador de hombres. Fueron dos años muy difíciles.
Observado de cerca, vigilado en sus actividades en la fábrica,
contestado en sus opiniones, Alberto fue sintiendo
estrecharse el cerco. En 1987, convencido de que el único
medio de continuar en el Polo sería ganar la estabilidad legal
conferida a los miembros de la Comisión Industrial de
Prevención de Accidentes (CIPA), asume públicamente su
alineamiento con el sindicato. Tres meses después
comienzan las represalias patronales. Primero es alejado del
área industrial, a consecuencia de un choque de opinión con
su supervisor. Se queda ocho meses trabajando en las
dependencias administrativas, cuidando los archivos, con la
prohibición de ir a las áreas industriales. Después es
designado, en la misma área administrativa, coordinador del
sector del cuidado de la basura industrial, donde se deslaca
por la dedicación, la organización y las ideas que
implementa. Finalmente, en 1989, cuando inicia una nueva
planta es remitido a la operación. Un año después, seguido a
una onda de dimisiones, vuelve por fin a su unidad de origen.
Es reelegido miembro de CIPA en 1988, continúa en 1989
con la estabilidad garantizada por la nueva Constitución,
vuelve a ser elegido en 1990 y 1991. En todas esas elecciones
tiene en su contra el trabajo de las directivas. Ahora, en 1992,
su continuidad en el Polo dependerá de su elección como
miembro del directorio sindical.

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La estrategia familiar de ascenso social


25 La historia de Alberto revela una estrategia muy común entre
las familias de la clase media del interior bahianense, en
aquellos años. Viviendo de las rentas de pequeñas o
medianas fincas, del comercio o de un empleo público, esas
familias orientaban a los hijos hacia los estudios, usualmente
hechos en el interior, hasta el bachillerato. Después eran
enviados a la capital, donde vivían bien en repúblicas o
ciudadelas de estudiantes, en pensiones o en la casa de un
pariente, para cursar el colegio y la universidad. La familia
de Alberto ocupaba los estratos más bajos de esa
clasificación, pues tenía como vimos, origen muy humilde y
ningún capital cultural. Para familias como esa, era como si
los bienes materiales poseídos, ya fuera en comercio o en
tierras, no fuesen activos acumulables y transmisibles por
herencia, sino simples medios de subsistencia de una única
generación, que buscaba optimizarlos en la búsqueda de
otros capitales, el primero de los cuales era la educación
formal.11 Hay que tener en cuenta que el destino de mujeres y
hombres se diferenciaba, generalmente, por la intensidad de
la inversión: mayor para los hombres, que debían buscar las
profesiones más prósperas, y menor para las mujeres que se
podían contentar con profesiones menos solicitadas porque
estaban destinadas a una posición subordinada en el
matrimonio.
26 En el caso específico que estamos examinando, el
entrelazamiento de dos lógicas diferenció el destino de
Alberto y de sus hermanos. Una, social, tenía que ver con los
cambios que se operaban en el sistema escolar y que se
relacionaban directamente con la lógica de reproducción de
clases de Bahía. A partir de 1968, se deterioró rápidamente la
red escolar pública, lo que amenazó las trayectorias de
ascenso de los hijos de la pequeña clase media que buscaban
en el diploma universitario una palanca de movilidad social.
Tal deterioro se expresaba en la pérdida de salarios y de

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prestigio de los profesores de segundo grado. Esto, al mismo


tiempo, desvalorizaba los cursos universitarios que formaban
profesores (literatura, filosofía, historia, matemáticas,
biología, etc.) y empobrecía los cursos colegiales en las
escuelas públicas. Concomitantemente, se consolida la
enseñanza técnica de segundo grado que formaba obreros
calificados para la industria y aparecían los cursos rápidos de
especialización en proceso petroquímico, reclutando jóvenes
con el segundo grado completo. Ese segundo movimiento fue
acompañado por una intensa «vehiculación» en la lidia de
ideas sobre la industrialización, el surgimiento de nuevas
profesiones de nivel medio, ideas que legitimaron las
escogencias de muchos jóvenes de la pequeña clase media,
como Alberto.
27 Bajo ese primer aspecto es revelador que solamente los dos
hermanos mayores de Alberto hayan logrado ingresar en
profesiones liberales, aunque solamente como asalariados.
Las hermanas menores, al contrario, tuvieron que
conformarse en ser, o al menos intentar ser, profesoras de
secundaria. Además, en una situación de rápido cambio
social y deterioro creciente del valor de los títulos
universitarios, el pequeño capital material de la familia no
parece haber sido suficiente para dotarlos en todos los
eventos de buenos activos educacionales.
28 Una segunda lógica se entrelazaba a esta primera (de
carácter social), derivada del desempeño personal de
Alberto. Niño sensible, pero con dificultades en los estudios,
Alberto se demoró en completar su educación y lo hizo de
manera mediocre, lo que dificultó mucho la estrategia
familiar. Al contrario de los hermanos mayores que
completaron la secundaria a los dieciocho años, en un
desempeño típico de la clase media tradicional, Alberto tiene
una trayectoria escolar que lo aproxima más a las familias
menos estables y más pobres, estudiadas por Agier y Castro
en 1990. Ese pobre empeño personal sólo hubiera podido ser

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absorbido y reintegrado a la misma estrategia familiar


ascendente si sus padres hubieran tenido mayores recursos.

La «estrategia alternativa» y su fracaso


29 Los elementos capaces de explicar las razones que llevaron a
Alberto a transformarse en un obrero cualificado ya fueron
en cierto modo delineados arriba. Repito solamente las que
considero más importantes: el hito entre las aspiraciones
educacionales de su familia y la precariedad de los medios
materiales para realizarlas, el desempeño mediocre de
Alberto en los estudios, un «sistema de disposiciones»
(Bourdieu, 1979) que enfatizaba la cultura pero que estaba
minada por los mitos de la región y los rápidos cambios en la
estructura social y económica de Bahía en la década de los
setenta que escondían la verdadera posición de las clases
sociales.
30 Esos fueron también los elementos que hicieron que Alberto
adoptara una «estrategia alternativa», o sea que en vez de
continuar intentando obtener un diploma universitario de
prestigio, optara por una carrera menos prestigiosa de
trabajador cualificado que lo llevaría, venturosamente, al
mismo punto deseado de espacio social. Tal creencia se
basaba en un sistema de expectativas aparentemente amplio,
a saber, la creencia de que en la industria mantendría un
patrón de remuneración superior al del mercado regional,
donde los diplomas universitarios estaban inflados; la
expectativa de la consolidación de las profesiones técnicas de
nivel medio; que ganaría para sí un prestigio social superior
al de los trabajadores industriales corrientes; la esperanza de
que tal opción pudiese ser eventualmente reconvertida por
un rápido retorno hacia la formación universitaria; en fin, la
apuesta de que una vez estuviera en la industria, otras
oportunidades de ascenso vendrían. Ese sistema de
expectativas se frustró completamente la mayoría de las
veces, demostrando, primero, que las posibilidades reales de

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ascenso en la industria para portadores de educación media


eran terriblemente restringidas; segundo, que las
oportunidades de reconversión al mercado de los diplomas, a
través de cursos universitarios realizados
concomitantemente al trabajo, eran pocas; tercero, que tales
carreras de nivel medio jamás disfrutarían del prestigio que
laureaba a las profesiones universitarias.
31 Las insatisfacciones en el trabajo, demostradas por los
operadores, son la expresión dramática de estas
frustraciones. Para comenzar, por las constantes
reclamaciones contra el autoritarismo reinante en las
fábricas. ¿En qué consiste ese autoritarismo que, en
referencia aparentemente contradictoria, aparece (en el
discurso de Alberto) mezclado con un sentimiento de mayor
libertad y autonomía con relación a las condiciones del
empleo anterior en el comercio? Observando atentamente las
referencias de Alberto a lo cotidiano en la fábrica, analizando
la narración de algunos episodios donde tal autoritarismo se
manifestó, llego a la conclusión de que en gran parte tal
despotismo proviene de las distancias entre las normas
escritas (rutinas de trabajo, intervenciones, procedimientos
de seguridad) y el desempeño operacional efectivo de los
equipos. Tal distancia entre normas y prácticas permite a los
supervisores ejercer su arbitrio y discreción sobre un número
relativamente grande de conductas. Así, por ejemplo,
reunirse en grupos, fumar en las áreas, leer revistas o
escuchar la radio durante el turno, y dejar de realizar ciertas
lecturas de instrumentos, etc., son conductas prohibidas,
aunque toleradas en mayor o menor grado, dependiendo de
la fábrica y el supervisor de turno. Todos esos «desvíos» son
considerados más o menos inevitables o inofensivos tanto
por las directivas como por los equipos. Saber moverse en
esa zona gris sin dejarse inclinar por los caprichos de los
supervisores y al mismo tiempo sin ser arrogante, es el
primer aprendizaje del obrero. Aquí naufragan muchas

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carreras de gente como Alberto.


32 Del mismo modo el trabajo a veces pesado, realizado bajo
condiciones adversas (lluvia, intemperie y escapes) cierra
precozmente muchas carreras de personas de «buena
educación» y «cuello blanco» y de los que tienen bachillerato
completo. Mas aún, vencidas esas primeras barreras, el
trabajo de turnos, más que una incomodidad física o
emocional, impone a los que tienen hábitos familiares y
círculos de convivencia de clase media otro tipo de obstáculo.
Es interesante anotar que el modo como Alberto caracteriza
el trabajo de tumos (antisocial), remite inmediatamente a la
frustración de una aspiración de vida social. Todo se hace
realmente como si la estrategia de contornear (llegar a un
mismo patrón de vida sin completar una educación superior)
fuera apenas parcialmente victoriosa. Gente como Alberto
parece sentirse como quien gana pero no lleva, o al menos no
disfruta integralmente, de lo que tiene. Alcanza un cierto
nivel de entradas pero teniendo la vida familiar y social
limitada de manera distinta a su grupo de referencia. No
quiero sugerir con esto que no existan elementos materiales,
como la fatiga, que influyen en la opinión negativa de los
obreros con relación al trabajo de turnos. Pero hay, y no son
pocos, los que se acomodan fácilmente a esa situación. ¿Por
qué? Me arriesgo a decir que eso se debe a diferencias de
estilos familiares, en lo que se refiere a prácticas y
representaciones acerca de las formas de sociabilidad.
33 Más generalizado es el descontento con la falta de
perspectiva en la carrera, el llamado «estrangulamiento».
Aquí también me parece que el caso de Alberto es simbólico.
De hecho, las posibilidades de progreso son limitadas sólo
cuando se comparan con una expectativa construida a partir
de la realidad de las verdaderas profesiones de clase media.
El problema real está en el hecho de que el horizonte de
progreso que los obreros tienen en el transcurso de toda una
vida de trabajo,12 se limita a una misma empresa o a un

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mismo tipo de proceso productivo y requiere además


habilidades de liderazgo, autoridad y maleabilidad.

La carrera y la trayectoria ocupacional


34 El grupo de Alberto fue el segundo en ser admitido por la
empresa, aún en fase de preoperación; eran 32 obreros, de
los cuales muchos se retiraron voluntariamente a través de
los años. Según Alberto, la mayoría de los que
permanecieron hasta el mismo nivel de carrera que él son
operadores especializados (II). Apenas 3 llegaron a
operadores plenos (II) y uno a supervisor. Como en 1979 la
empresa se agrupó con otra, conservando la antigua razón
social, los datos disponibles no pueden allegar tal
información. Pero coincidencialmente, en 1987, de los 185
obreros en actividad, 32 habían ingresado en 1976.
35 ¿Qué características sociales pueden condicionar mejor un
desempeño de los operadores en términos de carrera?
Examinaré a continuación el comportamiento de cuatro
variables disponibles: la escolaridad, la raza, el lugar de
nacimiento y la edad.
36 Desafortunadamente, no tengo datos sobre la escolaridad de
ingreso de esas promociones. Pero aun usando datos de la
población sindicalizada de 1986 como una aproximación,
puedo afirmar que la promoción de 1976 era bastante
homogénea desde el punto de vista de la escolaridad: todos,
con excepción de uno, tenían el segundo grado completo.13
En la competencia por los puestos más elevados, todos
estaban nivelados con Alberto. Como promoción pionera,
sería normal esperar que la movilidad de ascenso de sus
miembros fuese mayor que las otras, como de hecho parece
haber sido (véase cuadro No. 1)
CUADRO 1. Personal de operación por puesto y año
de admisión en la fábrica de Alberto en 1987

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Fuente: Investigación directa UFBA/ORSTOM, 1987


37 Ahora, en 1987 de todos los que entraron con Alberto, dos
personas solamente continuaban como operador I. Doce
ocupaban el mismo puesto que él (operador II),
probablemente 14 Fuente: Investigación directa UFBA/
ORSTOM, 1987 nueve ya habían alcanzado el puesto de
operador III, cuatro ya eran técnicos de operación, y uno
respondía por la supervisión de turno (sutur). Esto es, que
Alberto estaba entre el 41 % de los de peor desempeño
promocional. Examinando más de cerca esos últimos (véase
cuadro No. 2) la raza parecía ser un discriminador
importante: el ascenso de blancos y de mulatos era mayor
que la de los negros. A pesar de todo cabe anotar que tal
discriminador operó en forma sobrestimada: entre aquellos
que continuaban como operador I no había ningún negro.15
CUADRO 2. Operadores que ingresaron en 1976 en
la empresa de Alberto por color y lugar de
nacimiento

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Fuente: Investigación directa UFBA/ORSTOM, 1987


38 La variable que mejor se relaciona con la progresión
diferenciada, es el sitio de nacimiento de las personas: los
naturales de Bahía, tuvieron un ascenso mucho menos fuerte
que los migrantes de otros estados del noreste o del sur (Río
de Janeiro, San Pablo, Río Grande del Sur). Es a través de
esa variable que el color y la posición inicial en el mercado de
trabajo operan más eficazmente como discriminadores. Por
ejemplo, todos los negros que ingresaron en el 76 eran
bahianenses.
39 Entre los del sur, cuatro de seis, tenían veintiocho años o
más al ser admitidos, lo que indica que se trataba de obreros
más cualificados, probablemente venidos de otras empresas
petroquímicas y que por lo tanto no ingresaron en el nivel
más bajo de la carrera. Entre los nordestinos se pueden
encontrar algunos pocos casos de estos, pero entre los
bahianenses ninguno. Todos eran jóvenes cuyo primer
empleo industrial era en la petroquímica.
40 Es posible que la práctica de buscar supervisores, técnicos de
operación y capataces en el mercado «externo» en lugar de
utilizar las promociones internas (como acostumbran a hacer
las petroquímicas estatales y centrales) haya dificultado el
ascenso de Alberto. Así es que, si tomamos el conjunto de
obreros y no apenas aquellos de la generación de 1976 y
observamos la edad al ingreso (indicador de experiencia en
el mercado del Polo)16 y la residencia en el momento del
ingreso (indicador de presencia o no en ese mercado),

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verificamos que:

1. De los seis supervisores, solamente uno hizo carrera en


la empresa. Los demás, tenían más de veintisiete años
cuando ingresaron, probablemente en funciones más
calificadas. Con la excepción de uno, todos ya estaban
en el mercado regional de trabajo cuando fueron
contratados.
2. Ocho de catorce técnicos de operación, tenían también
más de veintisiete años al ingreso y apenas dos vinieron
directamente, de fuera del Polo.
3. Seis, de los veintiséis capataces, ingresaron en la
empresa con veintisiete años o más. Es interesante
anotar que aquellos oriundos del mercado
extrarregional de trabajo son sobre todo nordestinos (11
de 15) que migraron pronto, entre veinte y veinticuatro
años (11 de 15). Por lo tanto, los no bahianenses ya
estaban, en su mayoría, en el mercado regional cuando
fueron admitidos en la empresa; en cuanto a los venidos
de afuera, ingresaron, también en su mayoría, en el
grado inicial de la carrera.

41 Vista a partir de estos datos, la carrera de Alberto, se había


desenvuelto dentro de la media esperada. Pero... ¿qué
mecanismos intersubjetivos pueden dar sentido a tales
datos?
42 Un posible sentido está en que la condición de migrantes
(cuya disposición para «vencer» en la localidad de destino es
conocida por los científicos sociales) interacciona con la
estrategia de formación de grupos de lealtad, descrita en el
ítem anterior. Así el migrante, por no tener familia en
Salvador, sería en cierto modo forzado a integrarse en esos
grupos, aún más si los bahianenses eran originarios, en su
gran mayoría, de Salvador o migraban en familia como lo
ejemplifica el caso de Alberto. Refuerza esta sugestión, el
hecho de que Alberto poseía todas las condiciones (excepto el

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sitio de nacimiento y valores éticos) asociadas a una carrera


exitosa: era moreno (blanco meridional con algunos leves
trazos mulatos) y tenía un segundo grado completo.
43 Estos datos refuerzan la idea que he planteado al principio
del texto sobre la existencia de tres caminos alternativos de
desempeño de los hijos de la pequeña clase media en la
petroquímica bahianensa en los años ochenta:

Una tentativa frustrada de adaptación (que dura


algunos meses).
Una carrera exitosa en los puestos de jefatura
intermedia.
El desenvolvimiento de activismo sindical.

44 Para todos ellos, las tensiones oriundas de su nueva posición


social son grandes, al mismo tiempo porque la competencia
entre los obreros por una promoción es siempre muy
cerrada, exigiendo para ser victoriosa, el desarrollo de
estrategias ascencionales específicas.

El liderazgo político sindical


45 ¿Qué hizo de Alberto un activista sindical? En primer lugar,
su historia refuerza la tesis de que, por lo menos en las
primeras generaciones de obreros reclutados por el Polo de
Camaçari, había una tensión entre aspiraciones de carrera,
que se veían bloqueadas por la jerarquía fabril, y
aspiraciones de movilidad social en franca mutación. Aunque
correcta, esa tesis apenas explicaría la presencia de grandes
insatisfacciones ni tampoco el desenvolvimiento de formas
específicas de actitud política. En ese sentido, doy crédito a
que las formas de resistencia y las demostraciones de
insatisfacción varían de acuerdo con el origen de los
individuos y de acuerdo con sus valores y sus formas de
orientación de acción.
46 Así es que algunas formas de resistencia encontradas en el

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relato de las experiencias de Alberto y explícitamente


reprobadas por él, no se coadyuvan con los valores de esa
pequeña clase media; un ejemplo notable es el ausentismo, la
falta de interés y el trabajo despacioso. Esos
comportamientos parecen más fácilmente asimilados por
personas de otro origen social, aquellos que generalmente
desarrollan una estrategia del trabajo industrial como forma
de acumulación para el trabajo autónomo en microempresas
(Agier y Castro, 1990; Lautier, 1991).
47 Una forma de resistencia más común entre las personas del
mismo origen social de Alberto, es la formación de grupos
cerrados de solidaridad. Esos grupos de lealtad incluyen
tanto operadores I, como operadores II, llegando a veces
hasta incluir operadores III. Ellos se forman a partir de los
equipos de turno y requieren desarrollo de relaciones
personales y de amistad muy fuertes, que sobrepasan el
mundo propiamente fabril. Pueden funcionar
simultáneamente como un escudo de protección y una
estrategia de progreso profesional. En el caso de Alberto, un
obstáculo importante para que él desarrollara tal forma de
resistencia fue la orientación marcadamente familiar de su
círculo de amistad.
48 Más de acuerdo, tanto con su formación familiar y religiosa
como con sus valores, fue el ejercicio de actitudes abiertas de
resistencia y el desarrollo de preocupaciones colectivas.
Fueron esos valores los que ciertamente llevaron a Alberto al
activismo sindical, a pesar de su timidez y su estilo
reservado. ¿Qué valores son esos? Creo que siguiendo el
discurso de Alberto puedo indicar por lo menos algunos: el
repudio al egoísmo y a la competencia; una tendencia a la
construcción de utopías; una valorización de la persona en su
integridad. Sobre este último punto es interesante anotar
que el interés por Alberto sobre la necesidad de que los
supervisores desarrollen actitudes personalizadas cara a cara
con relación a los obreros, no se confunde en ese caso con

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ideas paternalistas de gestión. Al contrario, parece más


asociado a la reivindicación clásica de estatuto profesional,
esto es, a la idea de que el grupo de obreros debe controlar
todas sus condiciones de trabajo mediante la autodisciplina.
49 Ese argumento, sin embargo, presupone la definición
«objetiva» de qué es un activista. Por tanto el discurso de
Alberto, especialmente durante las entrevistas realizadas en
1986, estuvo lleno de salvedades y protestas, de que eran los
demás quienes lo consideraban un activista y no él.
Descontada la natural prudencia política que tales protestas
contenían (vimos anteriormente que vivenciaba entonces
una persecución política especialmente dura en el trabajo),
se puede aceptar el hecho de que no fue él quien escogió esa
denominación ni trazó solo ese destino. Inicialmente fue esa
la forma con que los otros pasaron a referirse despectiva o
elogiosamente a su comportamiento. Al ser preguntado
sobre las calidades de un líder, por ejemplo, Alberto
sencillamente afirmó que todos los que se oponen frente a
las arbitrariedades cotidianas, todos los que hacen lo que a
los demás les gustaría hacer (pero que por miedo u
oportunismo no lo hacen), etc., todos esos son candidatos
naturales a ser activistas. Podemos pensar tal situación,
según el modelo durkheimiano, de que la sociedad crea el
sujeto (Agier, 1992), pero lo que prefiero es observarlo según
otra óptica: la de que los intereses y los valores de los demás,
acaban por definir un espacio simbólico (un nombre, una
expectativa, una orientación) de relación con los intereses y
los valores del individuo. Lo cierto es que, en un momento
dado de su trayectoria ocupacional, el comportamiento de
Alberto no puede ser absorbido en términos de la
organización empresarial (puestos y carrera) y que desde ese
momento en adelante, él empieza a patinar en términos de
progreso y, sintiendo su empleo amenazado, opta por el
activismo sindical.
50 Obviamente el activismo de Alberto no se habría quizás

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manifestado si la fábrica donde trabajaba no abrigase en su


seno una de las más importantes células de organización
sindical de Bahía en ese período. Su propia evaluación, de
que a fin de cuentas él no era ningún activista, tendría
entonces la total credibilidad de los otros. Además, y ése es
un segundo trazo determinante, el tipo de gestión que
prevalecía en la fábrica aparentemente favorecía el
desarrollo de formas colectivas de resistencia.
51 Todavía no hay cómo poner en tela de juicio la adecuación
entre la nueva posición social de Alberto (sindicalista) y el
sistema de disposiciones y expectativas sociales de su
socialización. De hecho, a diferencia del trabajador
calificado, el sindicalista goza en nuestra sociedad actual de
un cierto prestigio que proviene de su capacidad de liderazgo
sobre una masa importante de hombres y mujeres, de su
dominio del análisis político y de su posible influencia
partidista. Preguntado, en 1986, sobre lo que haría si saliese
de la Petroquímica, Alberto respondió que lo que le
entusiasmaba era «el trabajo con la gente, con los problemas
de las personas, de sus derechos, ese trabajo de investigación
que ustedes están realizando, por ejemplo». Visto desde este
punto de vista, su actividad sindical no es más que una
sociología práctica, una política especial que restituye al
mismo tiempo, la naturaleza pública y la dimensión
profesional de una vida transcurrida sobre el dominio de
normas privadas.

Conclusiones
52 La historia de Alberto ofrece un gran número de pistas para
comprender una parte importante de lo que significan los
trabajadores industriales, más específicamente aquella parte
de los trabajadores cualificados surgida en Salvador a partir
de los años sesenta con la implantación de la industria del
petróleo. Obviamente, su trayectoria no puede ser
generalizada para todos los trabajadores cualificados, ni

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siquiera para todos aquellos que participan de su mismo


origen social. Como indiqué en el texto, una parte de ellos
dejaron la petroquímica espontáneamente o fueron retirados
y una parte menor subió los escalones jerárquicos
intermedios, ya. sea de las empresas donde fueron
admitidos, o de las otras para donde se transfirieron
buscando mejores oportunidades (inclusive fuera del Estado
de Bahía). Opino que la diferencia entre esas trayectorias no
puede ser explicada sino a partir de las disposiciones
individuales transmitidas por prácticas y valores ligados a
ciertos tipos de organización y gestión del trabajo.
53 Del mismo modo, ni siquiera todos los sindicalistas y
activistas sindicales petroquímicos bahianenses presentan
trayectorias semejantes y el mismo origen social de Alberto.
Además, el sindicalismo puede tener significación social
diversa para personas que transitan por un mismo espacio
social. A ese respecto, tal vez sea útil distinguir entre
aquellos para quienes el sindicalismo puede representar una
simple posición en un curso de movilidad social, de aquellos
para quienes representa una ideología usurpadora (en el
sentido de Parkin) y de construcción de una condición social
políticamente contraria, pero que asegura propiedades
(principalmente simbólicas) de la clase media.
54 Para finalizar, me referiré brevemente a la sociedad en
mutación a través de la cual Alberto transitó.
55 Es claro que las prácticas y estrategias de los diferentes
actores, grupos y clases sociales se basan en una
representación del espacio social formada a partir de las
informaciones, más o menos precisas, que tales agentes
detentan sobre ese mismo espacio. Ahora, ¿cuáles de esas
premisas e imágenes que sustentan la «estrategia de los
atajos» y, hasta qué punto esas imágenes eran correctas,
como también, cuáles eran las posibilidades de éxito de tal
estrategia, teniendo en cuenta las estrategias de los demás
actores?

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56 Para responder a ese interrogante, es preciso trazar las


imágenes del pasado y del futuro de ese espacio tal como las
representaban esos agentes. Comienzo por el pasado. Tal
imagen retrataba básicamente una sociedad oligarquizada,
en la cual las clases dominantes eran los grandes
propietarios (de tierra, de casas comerciales e industriales),
los que ocupaban los cargos públicos de mayor importancia
(en los tres poderes republicanos) y los grandes intelectuales
y artistas.
57 Esas clases eran compuestas casi exclusivamente por las
mismas familias, demostrando un alto grado de endogamia.
Por debajo de estas tres franjas medias importantes: la de los
profesionales liberales (médicos, abogados, ingenieros),
cuyos títulos también eran poseídos por las clases
dominantes, los pequeños propietarios cuya lógica era más
de sobrevivencia que de acumulación y los funcionarios y
empleados en cargos intermedios, en el comercio, la
industria o el estado (gerentes, jefes de oficina, bancarios,
etc.), las clases subalternas estaban compuestas por
empleados del comercio, artesanos, obreros, etc., y por gente
del rebusque y sin empleo.
58 Esa imagen del pasado (desde la perspectiva de la pequeña
clase media) era alterada por dos hechos en la Bahía de los
años sesenta. Primero, la rápida diseminación de nuevas
profesiones universitarias que acompañó el crecimiento y
fortalecimiento de la máquina estatal y del tejido industrial y
comercial (economistas, administradores, contadores,
sociólogos, psicólogos, etc.), así como el boom de oferta de
profesionales de derecho, de medicina y de ingeniería. Esos
profesionales, lejos de ser originarios de las clases
dominantes, representaban de un lado la «reproducción
social» y la movilidad entre las propias franjas medias y de
otro lado, el ascenso social de las franjas subalternas.
Segundo, el surgimiento de nuevas ocupaciones industriales,
tanto de oficina como de producción, con rendimientos

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equivalentes a las franjas medias, proporcionado por la


implantación de la industria del petróleo, la siderúrgica y el
segmento metal-mecánico.
59 La imagen de futuro (de la perspectiva de ascenso) para la
pequeña clase media estaba indisolublemente asociada a dos
tipos clásicos (experiencia del pasado) de ascenso. Primero el
comercio que, como vimos, no formaba parle de lo
disponible heredado por Alberto. Segundo, la
profesionalización a través de la obtención de título
universitario que, como ya lo apunté, estaba inflada y
proletarizada, por un lado y que por otro, se desarrollaba en
un terreno fuertemente competitivo, a medida que las
nuevas ocupaciones originaban incrustaciones en el aparato
del Estado y en el mercado, exigiendo grandes inversiones,
algunas veces materiales y otras intelectuales. Había aún,
una tercera imagen, ésa asociada a las nuevas oportunidades
de empleo en la gran industria, justamente la que nutrió las
estrategias de los atajos.
60 Evidentemente, como demostró el análisis de la trayectoria
de Alberto, las oportunidades de que tal estrategia fuese
exitosa (en sus aspectos materiales y simbólicos) eran pocas:
se beneficiarían solamente aquellos obreros, principalmente
de las primeras generaciones, que consiguieran llegar a los
puestos de supervisión o de jefatura intermedia (jefes de
sector, coordinadores, etc.) y, hasta cierto punto, aquellos
que se convirtieran en dirigentes políticos y sindicales. Para
los demás, el éxito fue relativo: si por un lado, están hoy en
posición social superior a aquellos que, tomando la ría
tradicional, «se graduaron» y se emplearon en el sector
público, no son apenas inferiores en relación con aquellos
que emplearon su «capital escolar» de manera más
diversificada y emprendedora (ingresando en nuevos campos
y nuevas ocupaciones, por ejemplo) con la amargura
irremediable de una posición social subalterna.

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Revista Brasileira de Ciencias Sociais, No. 13, pp. 51-68.

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KAHL, Joseph, «Three Types of Mexican Industrial


Workers», Economic Development and Cultural Change,
No. 8 (1960), pp. 164-169.
DOI : 10.1002/tie.5060020209

LAUTIER, Bruno (1991): «Cycles de vie, trajectoires


professionnelles et stratégies familiales. Quelques réflexions
méhodologiques à partir de travaux latino-américains», Les
Cahiers (Série Pratiques et Travail en Milieu Urbain, Bondy,
ORSTOM), No. 14, pp. 119-142.

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PARKIN, Frank (1979): Marxism and class theory: A


bourgeois critique, Londres, Tavistock.

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DOI : 10.2307/40182929

Notes
1. Estos datos fueron recogidos en tres diferentes proyectos, financiados
por la Fundación Rockefeller, por Ford/ANPOCS, y por CNPq/ORSTOM,
ejecutados a partir de 1985.
2. No se detallará aquí la referencia teórica que me guió tanto en la
narrativa como en el análisis.
3. El sistema escolar del Brasil consta de un primer grado con cuatro
niveles de gimnasio, un segundo grado o colegial con tres niveles y el
vestibular que es el examen de ingreso a la Universidad por una sola vez.
[N. del T.]
4. Este barrio es hoy el territorio negro más tradicional de la ciudad, se
extendió en los años cuarenta y cincuenta, con la llegada de muchas
familias blancas empobrecidas o migrantes del Recóncavo que no
conseguían comprar o arrendar una casa en barrios más tradicionales,
como Santo Antonio, Barbalho, Saúde o Nazaré.
5. Tanto Alberto como su hermano necesitaron de los favores de más de
un pariente para alojarlos en Salvador, en un período de, por lo menos,
cuatro años. Eso denota, al mismo tiempo, una red de parientes amplia y
una estabilidad familiar precaria, donde las crisis conyugales o
financieras de los anfitriones amenazaban constantemente la
permanencia de los dos agregados.
6. . La más importante y famosa escuela de magisterio de Salvador,
fundada por el educador Isaías Alves.
7. Las hermanas más jóvenes presentarían más (arde exámenes
vestibulares: la menor para Ciencias (una licenciatura corta) y Biología y
la otra para Historia. La primera pasa sin problema en los dos
vestibulares y termina los dos cursos; la última pasa apenas después de
algunas tentativas y no termina el curso.
8. Mas recientemente, esa situación se invierte dramáticamente, en la
medida en que los hermanos doctores llegan a la plenitud de sus carreras
y que, al contrario, Alberto comienza a enfrentar dificultades crecientes
en el empleo, como veremos más adelante. Hoy, la hermana menor está
casada con un sargento retirado y es profesora municipal, la hermana del
medio, vive con dificultades económicas, sin profesión y casada con un
conductor de taxi, la hermana mayor es jueza de Derecho y el hermano
mayor es un radiólogo respetado, con empleo en diversas clínicas.
9. . La clasificación «industriario» es generalizadora, engloba a todos

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aquellos que trabajan en la industria, independientemente de la función.


Cuando se refiere a un trabajador, sirve para esconder una posición
social de inferioridad.
10. Esa convivencia social, en que un pequeño grupo de jóvenes parejas
se encontraban regularmente, en la casa de uno y de otros, para almorzar
o comer, generalmente un churrasco o fríjoles acompañados de cerveza,
era una forma común de sociabilidad entre la clase media de los años
setenta en Salvador.
11. La escogencia sobre la cualificación formal se debe, como vimos, a la
fuerte influencia de Doña Nair en la familia. El concepto de «capital
cultural» (Bourdieu, 1979) es más adecuado que el de «estrategia de
usurpación» (Parkin, 1979) pues se trataba más de inversión que de
quiebra de barreras que excluyen.
12. Ese horizonte se expresaba en cinco niveles de carrera: operador I,
operador II, operador III, técnico de operación, y supervisor. Con la
reorganización efectuada a partir de 1991, los niveles fueron reducidos a
cuatro: operador, operador especializado, operador pleno y supervisor.
Nótese que la nueva manera de nombrar los cargos refuerza el carácter
de «obrero» de la profesión en detrimento del carácter de técnico. Del
mismo modo la política de reclutamiento ha querido seleccionar
personas con menor educación formal.
13. Todos los sindicalizados que permanecían en la fábrica en 1986 y que
declararon su escolaridad. Este dato es coherente con las informaciones
que tengo sobre la política de reclutamiento vigente en los años setenta.
14. . La estimación fue hecha cruzando el año de ingreso con la edad de
ingreso. Suponemos que aquellos que ingresaron en los puestos más
cualificados tenían veintisiete años de edad o más.
15. Se debe estar atento a la posibilidad de que tales personas hubieran
ingresado en la empresa a través de otra ocupación. Semejante fenómeno
no es común, pero nuestras informaciones no permitieron verificar tal
posibilidad.
16. . En el caso de los obreros del campo, ese indicador funciona mal,
puesto que la empresa a partir de cierta época pasó a admitir personal
más idóneo y con menos calificación.

Notes de fin
* La versión preliminar de este texto fue presentada al «Seminario
Internacional sobre Uso de Historias de Vida en las Ciencias Sociales:
Teorías, Metodologías y Prácticas», Universidad Extemado de Colombia,

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Villa de Leyva, 17 a 20 de marzo de 1992. Agradezco a María Rosario


Goncalves y Nadya Castro los comentarios hechos a la versión anterior.
Traducido por Luis Sendoya.

Auteur

Antonio Sergio Alfredo


Guimarães

Universidad Federal de Bahía,


Brasil
Le texte et les autres éléments (illustrations, fichiers annexes importés)
sont sous Licence OpenEdition Books, sauf mention contraire.

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Référence électronique du chapitre


GUIMARÃES, Antonio Sergio Alfredo. Obreros y movilidad social en
Bahía, Brasil : Un análisis de trayectoria social In : Los usos de la
historia de vida en las ciencias sociales. I [en ligne]. Lima : Institut
français d’études andines, 1998 (généré le 11 avril 2024). Disponible sur
Internet : <http://books.openedition.org/ifea/3479>. ISBN :
978-2-8218-4482-7. DOI : https://doi.org/10.4000/books.ifea.3479.

Référence électronique du livre


LULLE, Thierry (dir.) ; VARGAS, Pilar (dir.) ; et ZAMUDIO, Lucero
(dir.). Los usos de la historia de vida en las ciencias sociales. I. Nouvelle
édition [en ligne]. Lima : Institut français d’études andines, 1998 (généré
le 11 avril 2024). Disponible sur Internet : <http://
books.openedition.org/ifea/3451>. ISBN : 978-2-8218-4482-7. DOI :
https://doi.org/10.4000/books.ifea.3451.
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