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LECCIÓN 04

LOS GÉNEROS II: LA ENTREVISTA

INTRODUCCIÓN

La entrevista es el género primigenio del periodismo, puesto que


cualquier actividad vinculada a este oficio nace siempre de una
conversación, por banal que esta sea. Incluso el reporterismo, la crónica
y los artículos de opinión parten de una conversación, aunque esta sea
teórica. El periodista es alguien que habla con todos y sobre todo. La
entrevista es, pues, la herramienta básica del periodista, un individuo
que se pasa buena parte de su vida profesional hablando con personas
e intentando conseguir información de ellas.

En este oficio, la conversación la mantienen un periodista y un


personaje que tiene información relevante sobre un hecho o que posee
una personalidad que, por las circunstancias que sean, es del interés
público. En el periodismo literario, la finalidad de toda entrevista es
sonsacar a un escritor o a alguien vinculado a la industria editorial una
información que solo él posee.

Si echamos la vista atrás, descubrimos que, periodísticamente


hablando, la entrevista nació a mediados del siglo XIX, aunque es cierto
que en aquella época se consideraba un género deleznable, impropio
de gente con buen gusto. No se debe olvidar que, en aquel entonces, la
cultura estaba reservada a la clase alta, que por lo general se componía
—acaso como hoy— de personas a quienes no les gustaba que los
conocimientos fueran accesibles para la plebe. Sin embargo, fue justo
la plebe la que puso de moda las entrevistas, puesto que enseguida se
convirtió en un género leído por voracidad por todo tipo de ciudadanos.

Se ha dicho que el auge del género de la entrevista vino de la mano de


la popularización del psicoanálisis. Y es que, entre una entrevista a
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fondo y una terapia psicoanalítica hay no pocas similitudes. En su
artículo «Un teatro para el diálogo», Rosa Montero apuntaba:

De hecho, creo que entre las entrevistas llamadas de personalidad y el


psicoanálisis hay bastantes similitudes, empezando por la distancia
profesional: tú entrevistas desde fuera de ti, desde un lugar que no es
exactamente el tuyo, un lugar más sereno, de escudriñador del
comportamiento. Y, como en el psicoanálisis, puedes llegar a alcanzar
asombrosos momentos de intimidad con un completo extraño.

Babelia, 8 de octubre de 2011

Por otra parte, en el prólogo a la edición de las entrevistas de The Paris


Review (El Aleph, 2007), Ignacio Echevarría apuntaba:

Quizá no esté de más recordar aquí que el auge de la entrevista nació


como género periodístico en una época fuertemente intoxicada por la
cultural del secreto. Al fin y al cabo, el psicoanálisis no deja de ser un
tipo de entrevista, y los diarios, sensacionalistas o no, se juegan su
fortuna en la revelación de lo que permanecía oculto. Los
entrevistadores recuerdan a menudo a los paparazzi: son capaces de
todo por conseguir una frase (…). Parece entonces que la entrevista ha
conseguido su objetivo: des-cubrir al famoso en cuestión. Puede ocurrir,
sin embargo, que el personaje descubierto tenga poco o nada que ver
con aquel al que se ha ido a entrevistar. No es tan extraño. Se trata de
aceptar lo que casi nunca se considera: que el escritor público y la
persona privada sean dos entidades superpuestas, difíciles de conciliar
en el cauce de una misma conversación.

Pero hay otra disciplina con la que la entrevista suele compararse: el


teatro. En realidad, el encuentro entre un periodista y un entrevistado

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es lo más parecido a una escenificación teatral, es decir, a una
falsificación de la realidad. Porque cada uno de los dos intervinientes
adopta el papel que le corresponde: el periodista hace de preguntador
voraz mientras que el entrevistado se pone la careta de la simpatía o la
inteligencia para agradar al espectador. Evidentemente, esta actuación
por parte de los dos contertulios resta veracidad al diálogo sostenido,
pero el buen periodista, el que se ha preparado de verdad para el
encuentro, el que tiene experiencia previa, conoce los trucos para
conseguir que el entrevistado se olvide de que está ante un profesional
y empiece a hablar igual que si lo estuviera haciendo con un amigo.
Conseguir esto tiene un método. Veamos cuál es.

DECÁLOGO DEL BUEN ENTREVISTADOR

1-La elección del entrevistado

De partida, el primer reto al que se enfrenta un periodista cuando


decide adentrarse en el género de la entrevista es el de elegir al
personaje con quien mantendrá la conversación. Escoger bien a la
persona que merece una entrevista tiene mucha importancia, puesto
que la difusión y recepción de esta dependerá no solo del arte con el
que se haya hecho, sino del interés que el entrevistado despierte entre
los lectores del medio donde habrá de ser publicada.

Por tanto, la primera pregunta que debe hacerse todo profesional es:
¿merece esta persona una entrevista? Y la respuesta no es sencilla. La
elección de un entrevistado es siempre una apuesta por parte del
periodista y, por ende, del medio de comunicación para el que trabaja.
Y, en este sentido, el mejor criterio es seleccionar a alguien cuya vida o
trabajo genere curiosidad tanto en el periodista como en la ciudadanía.
Si el periodista no siente la necesidad de saber cómo es esa persona por
dentro o qué información oculta, la entrevista tampoco interesará a los
lectores de prensa. En este sentido, Nativel Preciado ha dejado escrito:
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Para obtener buenas respuestas, hay que hacer preguntas con el tono
adecuado y en el momento preciso, sin perder una sola oportunidad de
hacerlo, tener intuición, ganas de escuchar, curiosidad infinita y cierto
afán por desvelar misterios. Perder la curiosidad es como perder la
esperanza.

«La seducción del diálogo», Mercurio, noviembre 2007

Normalmente, elegimos a un personaje porque es famoso, porque es


extraño, porque es representativo o, sobre todo, porque tiene las claves
para entender una noticia. Es decir, porque es portador de una
información valiosa o porque sus ideas lo son. De ahí que existan varios
tipos de entrevistas, siempre dependiendo de lo que deseemos obtener
del personaje elegido: entrevista de personaje, entrevista de
declaraciones, entrevista de divulgación, entrevista informativa, etc.
Cada uno de estos subgéneros responde a la necesidad de sacar un tipo
de información u otro al entrevistado: una revelación, una denuncia,
una declaración…

2-Solicitar una entrevista

Una vez que hemos elegido a la persona a quien vamos a entrevistar,


deberemos empezar a movernos. Y lo primero que hemos de hacer es
solicitar dicha entrevista, algo que puede resultar tan sencillo como
arduo. Los gabinetes de prensa de las editoriales o de cualquier otro
negocio vinculado a la industria cultural ofrecen entrevistas a los
periodistas con asiduidad. Lo hacen porque la persona entrevistable
está promocionando algún tipo de producto (un libro, por lo general) y
las jefas de prensa de las editoriales se esfuerzan por llamar la atención
de los periodistas. Sin embargo, hay ocasiones en las que el periodista

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quiere entrevistar a un escritor que, por así decirlo, no está de campaña.
Muchos autores son reticentes a conceder entrevistas fuera de plazo,
puesto que suelen preferir la soledad a las fanfarrias mediáticas, y esto
hace que convencerlo para que nos conceda la entrevista requiera
esfuerzo y paciencia. Además, el responsable de prensa de la editorial
hará de tapón y, si ha recibido esa orden, impedirá que nos pongamos
en contacto con el autor.

Si tenemos problemas para conseguir la entrevista, lo más


recomendable es ser insistentes, aunque sin perder nunca de vista las
normas del decoro. Jamás debemos admitir un «no» como algo
definitivo y, si desde el departamento de prensa nos bloquean el
camino, deberemos buscar otras vías para llegar al escritor. La
perseverancia suele dar buenos resultados, porque es bastante habitual
que el personaje entrevistable, al percibir nuestro interés extremo en
hablar con él, se sienta halagado y acepte la reunión.

3-Preparar la entrevista

La elección de un entrevistado frente a otro ya implica una curiosidad


previa que llevará al periodista a adentrarse felizmente en el mundo del
personaje escogido, en su obra, en su trayectoria, en sus obsesiones,
aficiones, defectos, costumbres, etc. En este sentido, la investigación
será un proceso agradable siempre y cuando el periodista tenga
realmente un interés mayúsculo por la persona con quien habrá de
conversar. Si el personaje no es de su agrado —cosa que ocurre a
menudo, básicamente porque los directores de los medios son los que
en muchas ocasiones deciden a quién se entrevistará, mientras que el
periodista es el mero ejecutor de dicha orden—, la documentación será
un proceso más farragoso. Pero todo periodista sabe que no hay ningún
tema ni ningún personaje que, si se investiga con meticulosidad, no
acabe siendo fascinante. Por tanto, un proceso de documentación

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exhaustivo acaba haciendo, por norma general, que la curiosidad
despierte, si es que no estaba despierta desde el principio.

Evidentemente, lo primero que debe hacer el periodista es


documentarse sobre la vida de la persona con quien va a hablar. Y debe
documentarse con tanta intensidad que sea capaz de anticipar las
respuestas que este le dará durante la charla. Imaginar sus respuestas
de antemano tiene muchas ventajas, puesto que nos permite elaborar
preguntas más precisas y menos habituales, lo cual desvelará aspectos
del entrevistado nunca antes mostrados en otro medio de
comunicación. No se debe olvidar que, aunque estemos entrevistando
a un escritor, y por tanto aunque el objeto de la entrevista sea su último
libro publicado, siempre debemos tratar de descubrir nuevas facetas de
su personalidad o de su trabajo. De hecho, en muchas ocasiones el libro
no es más que una excusa para entrevistar a un gran autor que, si
somos listos, acabará contándonos cosas que nunca antes había
explicado sobre su oficio, sobre su vida e incluso sobre sus miedos.

Xavi Ayén se ha especializado en la entrevista a escritores que


obtuvieron el Premio Nobel de Literatura. Su método de trabajo es
profundamente ilustrativo sobre el modo en que un periodista debe
prepararse antes de acudir a hacer una entrevista:

La mejor manera de halagar a un autor no es decirle que escribe bien,


sino demostrarle que conoces su obra. Nada estimula más su
locuacidad que eso. Hay que preparar [la entrevista] leyendo sus libros,
esencialmente. Por supuesto, también consultando Internet, leyendo
otras entrevistas que haya concedido, reseñas… Y, si se puede, hablar
con gente que lo haya tratado. Para entrevistar a los premios Nobel,
siempre llevaba cuatro largos cuestionarios: uno sobre su último libro,
otro sobre el conjunto de su obra, otro sobre vida privada y cuestiones
personales, y otro más social, sobre cuestiones políticas o del país o
lugar donde vivía.

© Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U. Se reserva el uso de este documento
a los alumnos de Escuela Cursiva (www.escuelacursiva.com)
«El arte de hacer hablar a los escritores», Kim Manresa, Cultura/s, 16 de
enero de 2021

En la misma entrevista donde Xavi Ayén desvelaba su método de


trabajo, también lo hacía Sergio Vila-Sanjuán. Esto es lo que decía sobre
el proceso de documentación:

Lo primero, claro, es leer al autor, no solo el libro que acaba de publicar


sino lo máximo que uno pueda de su producción. Yo subrayo mucho y
luego paso a limpio ideas clave que he ido remarcando. A las entrevistas
suelo llevar un cuestionario largo bastante elaborado, pero me doy
margen para repreguntar e introducir nuevas cuestiones. Las que
mejor me funcionan como lector, y por tanto intento realizar a mi vez,
tanto con novelistas como con ensayistas o historiadores, son aquellas
en las que el entrevistador se lo pone fácil al autor para que se muestre.
Otro tema: uno puede centrarse exclusivamente en cuestiones
literarias o intentar, a partir del texto, iluminar la trayectoria personal del
autor y su visión del mundo. Pero el diálogo siempre debe surgir de la
obra, no me convencen aquellas que se quedan en el plano abstracto
de las grandes ideas generales, pero sin referencias concretas al trabajo
publicado del escritor.

«El arte de hacer hablar a los escritores», Kim Manresa, Cultura/s, 16 de


enero de 2021

Ahora bien, es importante entender que, para preparar una entrevista,


y sobre todo para preparar una entrevista a un intelectual, hay que
tener una cultura general vasta. No es difícil que el entrevistado se
ponga a hablar sobre otros escritores o a disertar sobre ciertos aspectos
de la Historia de la Literatura, y el periodista tiene que estar preparado
para seguir el ritmo de la charla sin mostrarse descolocado. Por

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supuesto, el entrevistado será consciente de que él sabe mucho más
sobre el tema que el periodista, pero siempre contará con que su
interlocutor tendrá unos conocimientos mínimos de la materia.
Evidentemente, también tendrá muy presente la edad del
entrevistador y valorará su cultura en virtud de esta. Así y todo, ha
ocurrido en más de una ocasión que un escritor haya abandonado
bruscamente una charla tras percibir que su interlocutor no tiene el
nivel suficiente o no entiende nada de lo que le están diciendo. Así pues,
es importante recordar que el periodista es una persona en constante
formación. No lee o se documenta solo sobre aquello de lo que va a
escribir, sino que lee y se documenta constantemente sobre todo tipo
de cosas. La incultura es la perdición de cualquier aspirante a periodista.

Y es que, como se repite sin cesar en este oficio, todos los entrevistados
quedan reducidos a las capacidades mentales de su entrevistador, de
ahí que muchos entrevistados no soporten recibir a periodistas que, o
bien no se han documentado lo suficiente, o bien no han comprendido
nada de lo leído durante el proceso de documentación.

4-Las preguntas

En la lección sobre la redacción de las noticias culturales explicamos la


técnica de las 5W, según la cual todo artículo debe siempre responder
a seis preguntas fundamentales: qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por
qué. En una entrevista ocurre exactamente lo mismo: sean cuales sean
las preguntas que el periodista lance a su interlocutor, el lector deberá
siempre quedarse con la sensación de que le han respondido a esas seis
preguntas fundamentales. En ocasiones, el reportero usará la entradilla
y el párrafo introductorio del texto para responder a algunas de estas
cuestiones, lo cual le evitará tener que volver sobre ellas en el desarrollo
de la entrevista y dejará de este modo más espacio para otros aspectos
que le parecen más interesantes. Es una técnica muy habitual y muy

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útil que podemos usar. De hecho, podemos utilizar todas las técnicas
que queramos, siempre y cuando las seis preguntas queden
respondidas.

Por norma general, las preguntas que preparemos deben ser claras,
han de provocar la recepción de la información deseada, han de
expresar las dudas de la gente corriente, han de ser lo bastante abiertas
como para que el entrevistado pueda profundizar en los temas, han de
generar oposición, han de plantear alguna idea novedosa, han de
invitar a contar anécdotas y, sobre todo, sobre todo y sobre todo, han
de invitar al entrevistado a pensar en cosas en las que nunca antes
había pensado. Es decir, el periodista ha de conseguir que el
entrevistado se sorprenda ante sus propias respuestas. Esto es
sumamente difícil, pero, por así decirlo, es el objetivo al que estamos
obligados a aspirar.

Por otra parte, suele ocurrir que, durante el proceso de documentación,


el periodista detecte que los colegas que ya entrevistaron al mismo
autor obtuvieron una serie de respuestas que se repiten sin cesar. El
deseo inicial de todo periodista es evitar esas respuestas ya gastadas,
pero al mismo tiempo no debe olvidar que sus lectores no tienen por
qué haber leído las otras entrevistas. Por tanto, hay respuestas que,
aunque sean repetitivas, son necesarias. Así pues, no debemos
descartar por sistema las preguntas típicas. En todo caso, podemos
tratar de plantearlas de un modo distinto, a fin de que el entrevistado
no nos dé las mismas respuestas que ha dado a otros colegas.

Lo ideal es que el periodista se prepare una check-list, que es una lista


de preguntas básicas que siempre tendrá en mente —o, mejor,
anotadas en una libreta— por si la entrevista se estanca. Por ejemplo,
¿qué horario de escritura tiene?, ¿cómo fue el proceso de corrección del
libro?, ¿por qué eligió este tema?, etc. Hay quien las llama «preguntas
stock», puesto que se pueden usar ante cualquier escritor y siempre se

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obtiene una respuesta y se desatasca un posible bloqueo durante la
charla. De hecho, existen preguntas stock que sirven para entrevistar a
cualquier ser humano —como, por ejemplo, ¿en qué sueles soñar?,
¿qué otro oficio te habría gustado tener?, ¿qué metas tienes?, etc.— y
que tampoco hay que descartar, puesto que a menudo desvelan
aspectos del entrevistado a los que no habríamos llegado de otro modo.

A la hora de ordenar las preguntas, debemos recordar que existen dos


estructuras básicas: la del embudo y la del embudo invertido. En la
primera, el periodista va de lo general a lo particular, es decir, abre la
entrevista con generalidades que permitan al entrevistado creer que
podrá dirigir la charla hacia donde él quiera. Esto crea un ambiente
distendido, aunque a veces hace que las respuestas sean vagas y poco
interesantes. Sin embargo, a medida que la conversación avance, el
periodista irá lanzando preguntas cada vez más cerradas, llevando al
entrevistado hacia el terreno que él quiere.

En la segunda, la del embudo invertido, se hace el camino inverso: de lo


particular a lo general. Se inicia la charla con preguntas duras,
específicas, incluso incisivas, lo cual hace que el entrevistado vea claro
desde un primer momento que tiene delante a alguien que sabe de lo
que habla. El periodista irá abriendo la mano a medida que la entrevista
avance y será hacia el final cuando deje que el entrevistado se explaye
con comodidad. Esta segunda estructura es la más apropiada cuando
queremos sonsacar al entrevistado algo de lo que en verdad no quiere
hablar, pero tiene el peligro de que el interlocutor se asuste y se cierre
en banda desde los primeros minutos.

Por último, debemos recordar que el guion de preguntas con el que nos
presentaremos en la charla jamás debe ser un corsé, sino una suerte de
camino que ir recorriendo a la velocidad e incluso en la dirección que
nos apetezca. Sucede a menudo que el entrevistado responde algo que
nos incita a hacer una pregunta que no estaba en el guion. No hay que

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dudar en hacerla. Las respuestas y las preguntas imprevistas suelen ser
las mejores, puesto que denotan que ha habido sintonía entre los
contertulios y que son capaces de seguir conversando sin necesidad de
un guion prestablecido.

Los guiones pueden destrozar la espontaneidad de la entrevista, así que


deben dejarse de lado tan pronto como percibamos que el diálogo fluye
solo. En otras palabras, el buen entrevistador acaba desechando su plan
inicial y se adapta a los acontecimientos imprevistos. Nativel Preciado
matiza que, para conseguir que un guion se convierta en una charla en
la que no nos haga falta mirar la chuleta de preguntas, es necesario
prestar mucha atención a las respuestas del entrevistado. Al escuchar
con suma atención sus respuestas, no solo haremos que el entrevistado
se sienta importante, sino que propiciaremos la aparición de preguntas
no preconcebidas:

En cuanto a la actitud del periodista durante el diálogo, es mejor que


no sea arrogante, pero tampoco demasiado humilde. Para seducir
intelectualmente al interlocutor hay que prestar absoluta atención a
sus palabras, forzar el interés si es preciso, para que se sienta cómodo y,
sobre todo, confiado.

«El arte de hacer hablar a los escritores», Kim Manresa, Cultura/s, 16 de


enero de 2021

5-Tipos de entrevista

Antes incluso de preparar el guion de la entrevista, el periodista debe


plantearse muy seriamente qué tipo de conversación quiere mantener
con su interlocutor. Es cierto que, en el mundo de la cultura, casi todas
las entrevistas suelen ser amables. Es decir, un periodista se acerca a un
escritor para saber cosas sobre el libro que ha escrito. Pero eso no quita

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que, en determinadas circunstancias, la amabilidad dé paso a otro tipo
de situación. En este sentido, es muy interesante leer la distinción que
Robert Herrscher hace en su libro Periodismo narrativo respecto a los
tipos de entrevista que existen, que a su entender son tres: la «entrevista
con», la «entrevista a» y la «entrevista contra».

-Entrevista con: La «entrevista con» es aquella en la que el entrevistado


y el entrevistador son aliados. El periodista se vale del experto o testigo,
pero es él quien le guía para que cuente la historia. Es decir: en la
«entrevista con» el periodista trae a un experto para que nos explique
lo que no entendemos o nos cuente lo que no sabemos. Por tanto, las
preguntas van dirigidas a que quede claro el relato. Además, el
periodista hace de representante del lector, es decir, lanza preguntas
que haría el ciudadano medio con el ánimo de que le expliquen algo
que desconoce. Robert Herrscher pone como ejemplo de este tipo de
entrevistas las que hacía Studs Terkel, un periodista famoso por
entrevistar a gente corriente (obreros de Chicago, sobre todo) y mostrar
a través de sus respuestas el espíritu de la época en la que vivían. Con
su trabajo, consiguió que el ciudadano medio descubriera que tenía
grandes historias en su interior. Su periodismo estuvo enfocado a dar
voz a los oprimidos y olvidados.

-Entrevista a: En la «entrevista a», el objeto de la charla es el propio


entrevistado. Lo que aquí se busca no es que cuente una historia o
proporcione una explicación sobre algo concreto, sino que desvele su
auténtico yo. Lo que el periodista quiere es que muestre qué hay debajo
del personaje que todos conocen. La intención es que el lector vaya
interesándose más y más por la vida y pensamientos de ese hombre al
que suele conocer (por ser una celebridad), pero de quien no sabe
realmente nada. El gran maestro de las entrevistas a celebridades fue
Lawrence Grobel. Desarrolló la entrevista a fondo, siendo sobre todo
famosas las que les hizo a Marlon Brandon y Al Pacino.

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-Entrevista contra: La «entrevista contra» es aquella en la que el
periodista trata de desenmascarar al entrevistado, llegando incluso a
incomodarlo y violentarlo, y buscando siempre que se contradiga y
desvele la verdad que oculta. Lo que aquí se produce es un duelo
dialéctico. Este tipo de entrevista rompe una de las normas sagradas
del periodismo: la de tratar con amabilidad al entrevistado. Aquí se
pone contra las cuerdas al poderoso, a quien el pueblo exige
explicaciones. La mejor forma es empezar lentamente, recopilando
datos aportados por el entrevistado, y luego lanzar un arsenal de
refutaciones de esos datos. Hay dos formas de conseguirlo: traer las
pruebas preparadas o conseguir que se contradiga. Por lo general, los
entrevistados pecan de soberbia y es ahí donde se les puede pillar.
Herrscher pone como ejemplo a la escritora, periodista y aventurera
Oriana Fallaci, una mujer que entrevistó en profundidad a Henry
Kissinger, Yasser Arafat, Golda Meir o Indira Gandhi, y que enojó a
muchísimos de sus entrevistados. De hecho, Kissinger llegó a reconocer
que el mayor error de su carrera había sido concederle una entrevista.
Y es que era una entrevistadora furiosa, que estaba convencida de
poseer la verdad y que desafiaba a los entrevistados sacando a relucir
datos precisos que contradecían lo que acababan de decir.

En cierta medida, la división que propone Robert Herrscher podría


resumirse de un modo más sencillo si aceptáramos esa otra
categorización —pensada solo para el entorno literario— que Sergio
Vila-Sanjuán ofrecía en la entrevista antes citada con Kim Manresa:

Creo que hay dos modelos principales de entrevistas literarias, que


podríamos definir como goyescas y velazqueñas. En las goyescas el
entrevistador deja una huella de fuerte personalidad y busca que del
encuentro salga un texto con valor expresivo en sí mismo; en las

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velazqueñas se pone al servicio del entrevistado para que este exponga
de la forma más clara posible lo más relevante de su obra y de su figura.
En el terreno de las entrevistas goyescas, las de Baltasar Porcel
en Serra d'Or y Destino fueron modélicas; era corriente en ellas que
Porcel polemizara con el entrevistado, a veces con dureza. En el campo
de las velazqueñas, me impacto mucho en mi adolescencia la
magnífica serie «24 horas de la vida de…», que publicaba Ana Maria
Moix en Tele/express, con la autora acompañando a lo largo de un día
a su personaje y combinando sus ideas de fondo con la cotidianidad.

Pese a las divisiones ideadas por Herrscher y Vila-Sanjuán, podemos


decir que, en el mundo de la cultura, la entrevista más habitual es la que
se hace a fondo. Es aquella en la que el periodista trata de mostrar el
alma del entrevistado con toda la claridad posible. Para ello, tiene que
conseguir que su interlocutor se sienta cómodo, que tenga la sensación
de que su entrevistador es un igual y que decida, es posible que por
primera vez, hablar de cosas de las que nunca ha hablado. En el terreno
literario, las entrevistas a fondo más importantes de todos los tiempos
fueron —y tal vez sigan siendo— las realizadas por los periodistas de The
Paris Review.

The Paris Review es una revista fundada en el verano de 1953 por un


grupo de amigos, casi todos norteamericanos, que vivían en la capital
francesa y que se esforzaban por llevar una vida bohemia. Tres de ellos
(Harold H. Humes, William Pène du Bois y Peter Matthiessen)
decidieron crear una revista que atendiera a los trabajos de creación —
sobre todo ficción y poesía— y en la que la crítica cediera su espacio a
lo que los propios autores quisieran decir sobre sí mismos y sobre sus
procesos de escritura, lo cual era una novedad en el ambiente criticista
de la Europa de aquel entonces. A tal efecto, la revista empezó a incluir
largas entrevistas a escritores a quienes se pedía que hablaran sobre
todo de los aspectos técnicos de su trabajo. En el primer número,

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apareció una entrevista a E. M. Foster que marcó la pauta de las
sucesivas charlas. Poco después se añadió al proyecto George
Plimpton, que se llevó la revista a Nueva York y que fue el director hasta
su muerte en 2003, con lo que se convirtió en uno de los nombres más
importantes del periodismo literario del siglo pasado

A lo largo de sus setenta años de existencia, The Paris Review ha


publicado más de doscientas entrevistas a los escritores más
eminentes del momento y siempre ha seguido el mismo criterio:
preguntas muy elaboradas, charlas realizadas en varias sesiones y
revisión de los textos por parte de propios entrevistados. El archivo de
The París Review no solo ha servido como guía de aprendizaje para
muchísimos periodistas jóvenes, sino que se ha convertido en un
material de enorme relevancia para estudiar la literatura el último siglo.

En España, la entrevista a fondo a escritores se ha desarrollado en


muchos medios y hemos tenido notables representantes de este
género, pero convendría destacar el papel que jugó la revista Jot Down,
que fue la primera que se atrevió a romper con la idea de que los
usuarios de internet no tienen paciencia a la hora de leer textos
extensos. Su cofundador, Ángel L. Fernández, quiso desde un principio
publicar entrevistas larguísimas y decidió especializarse en las
conversaciones sin fines comerciales:

La idea [de crear Jot Down] surgió porque no existía una revista en la
que encontrásemos las cosas que nos gustaban. Las entrevistas a los
escritores, por ejemplo, eran todas promocionales y solo hablaban de
su nuevo libro. No servían para conocer el personaje a fondo. Nosotros
nunca hacemos interviús por remoto, tienen que ser presenciales y con
la posibilidad de hacer un reportaje fotográfico en el momento.
Además, el entrevistado nos tiene que conceder una hora como
mínimo. Nadie aguanta un papel falso durante una hora. Al principio
eso nos suponía muchas dificultades, porque no nos conocía nadie.

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Luis Sánchez-Moliní, Diario de Sevilla, 28 de marzo de 2021

Por otra parte, y aunque no pueda considerarse propiamente una


entrevista, no podemos cerrar este apartado sin hablar de los
cuestionarios, que son listas de preguntas que se hacen a todos los
entrevistados por igual y que, por norma general, tienen una función de
entretenimiento, puesto que se interroga al personaje sobre cuestiones
de importancia menor. La idea es obtener una aproximación
psicológica al personaje a través de sus respuestas, que suelen ser
ingeniosas. En el mundillo cultural, el más famoso es el Cuestionario
Proust, que incluye preguntas como: «¿Qué tres cosas se llevaría a una
isla desierta?», «¿Cuál es su héroe de ficción preferido?», «¿A qué
personaje histórico admira?», etc.

6-La cita

La hora de la cita ha llegado y, en este aspecto, solo hay una norma que
cumplir: ser extremadamente puntual. Tanto si hemos quedado en un
bar como en la casa del entrevistado. Evidentemente, lo ideal es hacer
la entrevista en el entorno privado del entrevistado o en un entorno que
al menos sea significativo para él. Por tres motivos: porque nos permite
ver el «hábitat» en el que vive o se mueve, lo cual nos proporciona
mucha información sobre su personalidad; porque en su «hábitat»
podemos verlo interactuar con sus seres queridos o con la gente que
suele rodearlo; y porque el espacio elegido provocará preguntas no
preconcebidas.

7-La entrevista

La conversación siempre debe comenzar con un tono amable y


cómodo para ambos. Es importante tender una red de confianza en la

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que, cuando sea necesario, podamos lanzar las preguntas más
comprometidas sin que el entrevistado esté en guardia. Para conseguir
ese ambiente distendido, un buen recurso es el sentido del humor, que
nos puede facilitar incluso el atrevimiento de discutir o mostrarnos
escépticos ante ciertas respuestas.

Si por cualquier circunstancia no podemos iniciar la entrevista de un


modo distendido, tendremos que ingeniárnoslas para ganarnos la
simpatía del entrevistado, so pena de que, si no lo conseguimos, toda la
charla se vaya al garete. Es interesante la anécdota que cuenta el
escritor y periodista Juan Cruz en su libro de memorias Un golpe de
vida (Alfaguara, 2017), según la cual consiguió salvar una entrevista con
algo tan banal como pueda ser un inhalador:

Maricruz me llevó a entrevistar a Francis Bacon a Londres (en junio de


1990); ella sonreía también mientras el gran artista difícil me decía que
había pensado que en ese momento ya no tenía ganas de darme la
entrevista que habíamos acordado: alegó que padecía justo entonces
un ataque de asma e hizo además de sacar su Ventolín, una maniobra
que yo descubrí tan a tiempo que pude sacar también el mío. Esa
solidaridad entre asmáticos rompió el hielo, o hizo posible la respiración
mutua, y nos hizo sentarnos bajo un tríptico enorme ante el que
hicimos una entrevista que estaba llena de mensajes (eso me dijeron)
para su novio, o exnovio, español; nunca pude confirmar esta particular
con la persona de la que se dijo que era su novio, pero resultaba tan
plausible que eso fuera cierto (la entrevista estaba llena de confesiones
incomprensibles, entre las cuales, recuerdo, estaba su evocación del
color negro de la sangre de los toros, y de algunos cuadros igualmente
oscuros de Goya, su pintor favorito), que era imprescindible investigarlo.

Pero no debemos olvidar nunca que toda entrevista es siempre una


partida de ajedrez. El entrevistador no mueve ninguna pieza sin pensar

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en su próximo movimiento/pregunta. Es decir, habla siempre con un
propósito, tratando de llevar al entrevistado hacia el terreno que le
interesa. Por su parte, el entrevistado es consciente de la repercusión
pública que pueden tener sus palabras, así que mide cada uno de sus
movimientos y trata de ser amable con el periodista, puesto que sabe
que, en el caso de la prensa escrita, será el profesional de la información
quien tenga la última palabra. El entrevistado es perfectamente
consciente de que, al transcribir la entrevista, el periodista puede
enfatizar o minimizar ciertos aspectos de esta, con lo que puede auparle
o destrozarle sin que este pueda hacer nada. Esto no ocurre en la prensa
audiovisual, en la que el entrevistado, sobre todo en los directos, tiene
más control sobre la imagen que queda de él. Sin embargo, en la prensa
escrita depende por completo de la honradez y buena voluntad del
periodista. Por eso tratará de ser cortés y medirá mucho sus palabras.
En su entrevista concedida en 1967 a The Paris Review, John Updike
dijo:

Por mucho que uno se esfuerza en ser sincero y cabal, los periodistas
son intrínsecamente falsos. Hay algo terriblemente equívoco en el
hecho de comprometerse con ese chisme [la grabadora] y con una
versión que salga de él: usted podría ser sordo, y la máquina, deficiente.
El caso es que todo cuanto salga de ahí quedará vinculado a mi nombre
cuando en realidad no es para nada mío. Mi relación con usted y mi
manera de hablar en voz alta están tergiversadas de partida.

Así pues, toda entrevista establece una relación de poder entre las dos
partes implicadas. El entrevistador pertenece a un medio de
comunicación en el que el entrevistado quiere salir —de lo contrario, no
habría accedido al encuentro—, y el entrevistado tiene una información
que el entrevistador ansía. Pero el entrevistado siempre está en una
situación de desventaja, puesto que sus palabras pueden ser
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distorsionadas o una frase suya puede ser sacada de contexto para
crear un titular polémico (algo muy propio en nuestros días). De ahí que
siempre se haya dicho que el periodista es quien realmente ostenta el
poder, mientras que el entrevistado no tiene más remedio que confiar
en la honestidad del primero. En 1926, Robert Musil dijo que la
entrevista «es la forma artística de nuestra época», y añadió que «la
belleza capitalista» de ese género «reside en que el entrevistado hace
todo el trabajo espiritual y no recibe nada por él, mientras que el
entrevistador no hace en realidad nada, pero recibe sus honorarios por
ello».

Esta dependencia mutua entre los dos participantes hizo que Gabriel
García Márquez dijera en cierta ocasión que «las entrevistas son como
el amor: se necesita por lo menos a dos personas para hacerlas y solo
salen bien si esas dos personas se quieren».

Pero no debemos olvidar que, en toda entrevista, hay un tercer


personaje que, aunque sea de un modo silencioso, siempre está
presente: la grabadora o, en tiempos presentes, el dispositivo móvil.
Algunos periodistas notables se han negado siempre a usarla, alegando
que la buena memoria es una de las características del buen
profesional. Gabriel García Márquez era uno de los detractores de esos
aparatos, incluso en el caso de entrevistas largas. Según decía:

Un buen entrevistador, a mi modo de ver, debe ser capaz de sostener


con su entrevistado una conversación fluida y de reproducir luego la
esencia de ella a partir de unas notas muy breves. El resultado no será
literal, por supuesto, pero creo que será más fiel y, sobre todo, más
humano, como lo fue durante tantos años de buen periodismo antes
de ese invento luciferino que lleva el nombre abominable de
«grabadora». Ahora, en cambio, uno tiene la impresión de que el
entrevistador no está oyendo lo que se dice, ni le importa, porque sabe

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que el grabador lo oye todo. Y se equivoca: no oye los latidos del
corazón, que es lo que más vale en una entrevista.

Por su parte, V. S. Naipaul siempre empezaba las entrevistas sin


grabadora ni libreta. Pero, en algún momento de la charla, decía «un
minuto», sacaba una libreta y preguntaba «¿Podría repetir eso?».
Entonces escribía la respuesta. La reacción del entrevistado era siempre
la misma: se obsesionaba con decir algo interesante para que Naipul
tomara más notas.

Sin embargo, no todo el mundo tiene la capacidad memorística de


Gabriel García Márquez o Naipul, por lo que la mayoría de los
profesionales recomiendan no solo el uso de la grabadora, sino su
colocación en un lugar visible. Con esto se consigue que nuestro
interlocutor tenga siempre presente que todo lo que diga va a acabar
siendo publicado o, al menos, es susceptible de serlo. Esto impedirá que
luego pueda argumentar que lo dicho se produjo en una charla de
carácter informal que no estaba destinada a su publicación. Así y todo,
es recomendable dejar la grabadora sobre la mesa y no volver a tocarla
ni a hacer referencia a ella, con la intención de que el entrevistado no
vea ese cachivache como una amenaza constante y se relaje. Por otra
parte, es importante que la grabadora esté en marcha desde el primer
segundo. Debemos advertir al entrevistado de que la vamos a conectar,
pero debemos hacerlo al principio de todo. Porque muchas veces, en la
charla informal que precede a la entrevista propiamente dicha, sale
mucha información. Pero, insistimos: el entrevistado tiene que saber
siempre y en todo momento que está siendo grabado. Porque, como
se explica en el manual de ética de la Escuela de Periodismo de la
Universidad de Nueva York, la información obtenida off-the-record no
puede ser publicada. Y esta es una norma que solo los malos periodistas
—los que no siguen el código deontológico de la profesión— se saltan.

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8-Algunos consejos

A continuación, daremos algunos consejos para que la entrevista que


vamos a realizar salga bien. Todos los puntos aquí expuestos son
importantes, aunque no siempre necesarios. Depende de cada
circunstancia. Aun así, es recomendable tenerlos siempre presentes.

-El inicio de la entrevista: El entrevistador ha de tener muy pensado el


inicio de la entrevista, porque eso condicionará el resto de la charla.
Pero no debemos agobiarnos si la conversación no arranca como
esperábamos. No es extraño que una entrevista empiece mal y termine
bien, o a la inversa, así que no hay que desanimarse si la charla arranca
de un modo frío o incluso incómodo. Es normal. Les ocurre a los mejores
entrevistadores. En este sentido, es interesante recordar el ejemplo de
la periodista Jacqui Banaszynski, que tuvo que reiniciar una entrevista
cuando esta ya había empezado. Al parecer, Banaszynski debía
entrevistar para una revista a la única participante femenina de la
primera expedición sin perros al Polo Sur. A esta mujer la habían
entrevistado en multitud de ocasiones, por lo que ya estaba algo
cansada de los periodistas. Además, no era alguien a quien le gustara
hablar y mucho menos abrirse a desconocidos. Por tanto, había muchas
posibilidades de que la entrevista saliera mal. Antes de salir de la
redacción, Jacqui le preguntó a un colega, un hombretón bromista y
con fama de superficial, que qué le preguntaría él. «Leí que ahí afuera
había cuarenta grados bajo cero y un viento de cien kilómetros por hora
—dijo el compañero—. Yo le preguntaría cómo lo hacía para orinar».
Jacqui pensó que era una pregunta estúpida. Algunas horas después,
la periodista llegó a la casa de la deportista, se sentó frente a ella y le
empezó a hacer las preguntas que tenía preparadas. Pero la
entrevistada respondía de forma mecánica. Estaba incómoda, era parca
en palabras, parecía aburrida. La entrevista, pues, estaba saliendo mal.

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Y entonces Jacqui le propuso empezar de nuevo. La deportista quedó
asombrada ante aquella reacción, pero aceptó la propuesta. Y entonces
Jacqui le comentó que un compañero de redacción le había dicho que
le intrigaba mucho saber cómo orinaba uno a cuarenta grados bajo
cero. «¿En serio quiere saber eso? —preguntó la entrevistada—. ¡Nunca
me lo han preguntado! Y es muy divertido, porque la primera vez…». Y,
a partir de ese momento, la entrevista empezó a mejorar. Al principio
hablaron de lo físico, de la mejor manera de hacer las necesidades
fisiológicas a tan baja temperatura, y despacio fueron derivando hacia
lo emocional. Jacqui salió de aquella casa con una de las mejores
entrevistas que jamás hizo.

-La vergüenza no existe: Todo periodista joven debe grabarse este


lema en la cabeza: «Quien hace preguntas parece idiota; quien no las
hace lo es». Esta sentencia tan simpática sirve para comprender que no
hay peor pregunta que la que no se hace. Así pues, pregunta todo lo
que quieras, no tengas miedo o vergüenza. Quedarse callado es un
error tremendo. Los entrevistados, por norma general, son mucho más
generosos de lo que imaginamos y, si te ven sufriendo pero firme en tu
determinación de hacer bien tu trabajo, te ayudarán. Conviene aquí
traer a colación que Joan Didion usó a su favor su extrema timidez. Se
paralizaba durante las entrevistas y dejaba de hablar o preguntar
durante un largo espacio de tiempo. Los entrevistados, incómodos,
terminaban llenando los silencios con declaraciones y confesiones
espontáneas. De hecho, muchos periodistas emplean la técnica del
silencio, que consiste en quedarse callado cuando el entrevistado da
por concluida su respuesta a una pregunta. Al mantener el silencio, el
entrevistado se ve obligado a seguir hablando, aun cuando ya no tenga
nada que decir. La necesidad de rellenar el silencio hará que ahonde en
sus pensamientos y desarrolle más las respuestas.

-Las mejores preguntas siempre son las más simples: Por absurdo
que parezca, las mejores preguntas son aquellas que hacen los niños.

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Preguntas tan breves como «¿Y entonces?» o «¿De verdad?» hacen que
el entrevistado se sienta escuchado y le impulsa seguir hablando.
Además, este tipo de muletillas hacen que el personaje se vea obligado
a alargar sus respuestas. Y, en muchas ocasiones, es en esta
información adicional donde aparecen los datos relevantes.

-Hay que conseguir que el entrevistado se sorprenda de lo que él


mismo dice: Una buena entrevista es aquella en la que el entrevistado
se sorprende de sus propias respuestas. Para conseguirlo, hay que
hacerle preguntas novedosas o profundas, e incitarlo a reflexionar por
primera vez sobre ciertos aspectos de su propia vida. Se ha dado el caso
de escritores que han confesado, sin tener intención de hacerlo, su
deseo de dejar de escribir. Pocas veces los escritores quieren confesar
esto, entre otros motivos porque no están realmente seguros de que
vayan a hacerlo, y solo los buenos entrevistadores son capaces de
arrancarles declaraciones de ese tipo. El periodista Xavi Ayén fue quien
consiguió que Gabriel García Márquez reconociera que había
abandonado la literatura. Así lo cuenta él mismo:

La [entrevista que he hecho] que ha tenido más repercusión [fue] la de


García Márquez, porque anunció al mundo que había dejado de
escribir, y se hicieron eco The New York Times, Le Monde, la CNN, Al
Jazeera… (…) García Márquez no concedía entrevistas, así que entré en
su casa de México como mensajero, llevándole los regalos de Navidad
de su agente Carmen Balcells, en una maleta que pesaba 45 kilos y que
jamás abrí. Para convencerle de que, una vez allí, me recibiera, su
esposa le dijo que, si no hablaba conmigo, en La Vanguardia me
despedirían al no poder justificar el viaje.

«El arte de hacer hablar a los escritores», La Vanguardia, 16 de enero de 2021

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De este modo tan extraño consiguió Xavi Ayén no solo la entrevista, sino
también una de las declaraciones más importantes de las últimas
décadas en el terreno de la literatura.

-La información gestual: Es tan importante como la información


verbal. Debemos fijarnos en el modo en que el entrevistado gesticula,
se sienta, mueve los ojos… Toda esta información nos permitirá intuir
qué preguntas le incomodan, cuándo miente o incluso el grado de
nerviosismo o tranquilidad.

-No menospreciar al entrevistado: El periodista polaco Ryszard


Kapuscinski lo repitió por activa y por pasiva: nunca hay que engañar a
los entrevistados, ni dejarlos en ridículo, ni creerse más listo que ellos.
La norma es clara: el periodista no es el protagonista de la entrevista. El
protagonista es el entrevistado y nunca debemos mostrar más
conocimientos que él sobre la materia de la que hablamos. Aunque los
tengamos. Si el entrevistado se está equivocando en alguna
información proporcionada, debemos tratar de ayudarle a ver su error,
pero nunca desacreditarle. Si las respuestas son absurdas o erróneas, el
lector se dará cuenta. No hace falta que nosotros quedemos como unos
listillos.

-No sufras si la entrevista sale mal: No hay un solo periodista que salga
plenamente satisfecho de una entrevista. Siempre sobrevive la
sensación de que hemos fallado, de que no hemos conseguido sacar al
entrevistado todo lo que queríamos, de que podríamos haberlo hecho
mejor… Es normal. De hecho, es deseable. Esta insatisfacción
permanente es la que hace que nos esforcemos más y más en nuestro
trabajo. Así pues, quítate el miedo de encima. Siempre saldrás con la
sensación de que la entrevista no ha salido bien. Es parte del oficio. El
mismo Juan Cruz reconocía en una entrevista que él mismo era una
persona insegura que siempre se quedaba con la sensación de que
hacía mal su trabajo:

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También creo que tengo la mala suerte de transmitir una imagen que
no es la que siento por dentro. Soy muy inseguro. Creo siempre que lo
hago mal. Me da la impresión de que no hago cosas brillantes, que no
he estudiado lo suficiente, que no he leído lo que debería haber leído.
No soy arrogante. Tengo un espíritu malherido. Nunca me miro al
espejo, excepto cuando me afeito porque hay un vaho de vapor en el
baño. Sigo siendo un niño que se emociona cuando le dicen que lo ha
hecho bien. Me ocurría mucho en la redacción.

«La radio me dio la sintaxis. La prensa, las palabras», Karina Sainz


Borgo, Zenda, 3 de mayo de 2017

9-Transcribir

Transcribir es la parte más farragosa del oficio, pero, curiosamente, la


más sencilla de explicar. Consiste en volver sobre lo ya hecho. De ahí
que afirmemos que es la parte más desagradecida de todo el proceso.
Transcribir las entrevistas, por ejemplo, es un ejercicio lento y aburrido,
dado que todas las ideas que allí se encuentran ya están en nuestra
memoria. Sin embargo, también hay cosas que hemos olvidado y que
ahora, al pasar a ordenador la grabación, redescubriremos felizmente.
Los detalles son lo primero que olvidamos y, sin embargo, son lo más
importante.

10-Redactar

El momento de la escritura supone una reflexión pausada sobre lo


hablado. Según el modo en que haya fluido la conversación, se elegirá
una modalidad u otra de redacción. Pero siempre hay que recordar que
no hay un formato mejor que otro, simplemente hay elecciones del
periodista. Ahora bien, sea cual sea el formato elegido, lo que no

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debemos olvidar es que el texto tiene que reflejar el ambiente, incluso
la tensión, que dominó durante la conversación. Esa es la única manera
de enganchar al lector.

La mejor forma de decidir el formato es pensar en los lectores. El


periodista debe tener muy claro para quién está redactando esa
entrevista y adaptarse al nivel medio de lectura de los consumidores de
su medio de comunicación. Del mismo modo, ha de tener muy claro
para quién no escribe: para el entrevistado. Es decir, no debe pretender
que la entrevista guste al entrevistado. Muchas veces el entrevistado
pide leer la entrevista antes de su publicación. Hay que negarse en
redondo a esta posibilidad, puesto que el mero hecho de saber que la
leerá antes de que se publique condicionaría al periodista a la hora de
escribir.

El formato pregunta-respuesta es muy efectivo cuando el entrevistado


es muy directo y da respuestas claras, directas e interesantes. Sin
embargo, cuando el entrevistado ha sido poco clarificador o ha omitido
información importante que el periodista ha conseguido por otras vías,
lo mejor será usar el formato de texto corrido con declaraciones
insertadas. Es decir, será el periodista quien explique cómo transcurrió
la entrevista y qué se dijo, incluyendo declaraciones cuando lo
considere oportuno. En este último formato, el periodista usará la
primera persona cuando esta aporte algo interesante al texto o ayude
a que la narrativa sea más fluida. Si no aporta nada especial, es mejor
no usarla.

El periodista también puede usar el formato del perfil, que es una


semblanza de la persona entrevistada en la que se usa la información
obtenida durante la charla, así como algunas de las declaraciones. La
intención es escribir una especie de biografía de brevísima extensión.
Muchos periodistas convierten las entrevistas en perfiles cuando
aquellas no salieron como deseaban. Y es que la clave del perfil no está

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en la entrevista, sino en la escritura posterior. Uno de nuestros grandes
clásicos en el terreno del perfil es Manuel Chaves Nogales.
Actualmente destacan nombres como el de Juan José Millás o Manuel
Vicent.

Así pues, el periodista debe esforzarse tanto a la hora de hacer la


entrevista como a la hora de redactarla. Como hemos dicho, la
entrevista es el género por antonomasia del periodismo y, si el reportero
hace bien su trabajo, acabará entregando a los lectores una pieza que
se parezca tremendamente a un texto literario. Así lo cree Nativel
Preciado, que nos recuerda:

Dice Borges que la entrevista escrita es un gran género literario. No


basta con hacer buenas preguntas y tener un buen interlocutor, es
necesario emplear en ella armas literarias: estructural el diálogo, cribar
y trabajar los materiales. El buen entrevistador, en palabras de Torrente
Ballester, participa en algunos de los procedimientos del novelista. Y
por este lado es por donde la entrevista puede ser una pequeña obra
de arte (…). Los diálogos suelen ser muy literarios. Hay magníficas
novelas basadas en conversaciones auténticas, como El Jarama, de
Sánchez Ferlosio o, en cierto modo, Los hijos del Sánchez, del
antropólogo Oscar Lewis. Ambos autores se han dedicado
fundamentalmente a escuchar voces verídicas y a transcribirlas, eso sí,
con una técnica magistral y una enorme sensibilidad literaria.

«La seducción del diálogo», Mercurio, número 95, noviembre 2007

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