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Discurso del presidente Luiz Inácio Lula da Silva en la inauguración de la

78ª Asamblea General de la ONU

Discurso leído por el presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva,


durante la inauguración de la 78ª Asamblea General de la ONU, en Nueva
York, 19 de septiembre de 2023.

Mis saludos al Presidente de la Asamblea General, Embajador Dennis


Francis, de Trinidad y Tobago. Es una satisfacción ser antecedido por el
Secretario-General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres.

Saludo a cada uno de los Jefes de Estado y de Gobierno y delegadas y


delegados presentes. Presto mi homenaje a nuestro compatriota Sergio
Vieira de Mello y 21 otros funcionarios de esta Organización, víctimas del
brutal atentado en Bagdad, hace 20 años.

Deseo igualmente expresar mis condolencias a las víctimas del terremoto


en Marruecos y de las tempestades que afectaron a Libia. Como lo que
ocurrió recientemente en el estado de Río Grande do Sul en mi país, estas
tragedias cuestan vidas y causan pérdidas irreparables.

Nuestros pensamientos y oraciones están con todas las víctimas y sus


familiares. Señoras y Señores. Hace veinte años, ocupé esta tribuna por
primera vez. Y dije, en aquel 23 de septiembre de 2003: "Que mis
primeras palabras ante este Parlamento Mundial sean de confianza en la
capacidad humana de vencer desafíos y evolucionar para formas
superiores de convivencia”.

Vuelvo hoy para decir que mantengo mi inquebrantable confianza en la


humanidad. En aquella época, el mundo aún no se había dado cuenta de
la gravedad de la crisis climática.
Hoy, ella golpea nuestras puertas, destruye nuestras casas, nuestras
ciudades, nuestros países, mata e impone pérdidas y sufrimientos a
nuestros hermanos, sobre todo los más pobres. El hambre, tema central
de mi discurso en este Parlamento Mundial 20 años atrás, afecta hoy a
735 millones de seres humanos, que se van a dormir esta noche sin saber
si tendrán qué comer mañana.

El mundo está cada vez más desigual. Los 10 mayores millonarios poseen
más riqueza que el 40% más pobres de la humanidad. El destino de cada
niño que nace en este planeta parece trazado ya en el vientre de su
madre.

La parte del mundo en que viven sus padres y la clase social a la cual
pertenece su familia determinarán si ese niño tendrá o no oportunidades
a lo largo de su vida. Si comerá todas sus comidas o si le será negado el
derecho de desayunar, almorzar y cenar diariamente.

Si tendrá acceso a la salud, o si sucumbirá a enfermedades que ya podrían


haber sido erradicadas. Si completará sus estudios y conseguirá un empleo
de calidad, o si formará parte de la legión de desempleados,
subempleados y desalentados que no para de crecer.

Es necesario antes de todo vencer la resignación, que nos hace aceptar


tamaña injusticia como fenómeno natural. Para vencer la desigualdad,
falta voluntad política de aquellos que gobiernan el mundo. Señores y
señoras Si hoy retorno en la honrosa condición de presidente de Brasil, es
gracias a la victoria de la democracia en mi país.

La democracia garantizó que superásemos el odio, la desinformación y la


opresión. La esperanza, nuevamente, venció el miedo. Nuestra misión es
unir a Brasil y reconstruir un país soberano, justo, sostenible, solidario,
generoso y alegre. Brasil está reencontrándose consigo mismo, con
nuestra región, con el mundo y con el multilateralismo.
Como no me canso de repetir, Brasil está de regreso. Nuestro país está de
regreso para dar su debida contribución al enfrentamiento a los
principales desafíos globales. Rescatamos el universalismo de nuestra
política externa, marcada por el diálogo respetuoso con todos.

La comunidad internacional está sumergida en un torbellino de crisis


múltiples y simultáneas: la pandemia de Covid-19; la crisis climática; y la
inseguridad alimentaria y energética ampliadas por crecientes tensiones
geopolíticas.

El racismo, la intolerancia y la xenofobia se esparcieron, incentivados por


nuevas tecnologías creadas supuestamente para acercarnos. Si
tuviésemos que resumir en una única palabra estos desafíos, ella sería
desigualdad.

La desigualdad está en la raíz de estos fenómenos o actúa para agravarlos.


La más amplia y más ambiciosa acción colectiva de la ONU dirigida para el
desarrollo – la Agenda 2030 – puede transformarse en su mayor fracaso.
Estamos en la mitad del período de implementación y aún distantes de las
metas definidas.

La mayor parte de los objetivos de desarrollo sostenible camina a ritmo


lento. El imperativo moral y político de erradicar la pobreza y acabar con
el hambre parece estar anestesiado.

En estos siete años que nos restan, la reducción de las desigualdades


dentro de los países y entre ellos debería tornarse el objetivo-síntesis de la
Agenda 2030. Reducir las desigualdades dentro de los países requiere
incluir a los pobres en los presupuestos nacionales y hacer a los ricos
pagar impuestos proporcionales a su patrimonio.

En Brasil, estamos comprometidos a implementar los 17 objetivos de


desarrollo sostenible, de manera integrada e indivisible. Queremos
alcanzar la igualdad racial en la sociedad brasileña por medio de un
décimo octavo objetivo que adoptaremos voluntariamente.
Lanzamos el plan Brasil sin Hambre, que reunirá una serie de iniciativas
para reducir la pobreza y la inseguridad alimentaria. Entre ellas, está Bolsa
Familia, que se convirtió en referencia mundial en programas de
transferencia de renta para familias que mantienen a sus niños vacunados
y en la escuela.

Inspirados en la brasileña Bertha Lutz, pionera en la defensa de la igualdad


de género en la Carta de la ONU, aprobamos la ley que torna obligatoria la
igualdad salarial entre mujeres y hombres en el ejercicio de la misma
función. Combatiremos el femicidio y todas las formas de violencia contra
las mujeres. Seremos rigurosos en la defensa de los derechos de grupos
LGBTQI+ y personas con discapacidad.

Rescatamos la participación social como herramienta estratégica para la


ejecución de políticas públicas. Señor presidente. Actuar contra el cambio
del clima implica pensar en el mañana y enfrentar desigualdades
históricas. Los países ricos crecieron basados en un modelo con altas tasas
de emisiones de gases dañinos al clima. La emergencia climática torna
urgente una corrección de rumbos y la implementación de lo que ya fue
acordado.

No es por otra razón que hablamos de responsabilidades comunes, pero


diferenciadas.

Son las poblaciones vulnerables del Sur Global las más afectadas por las
pérdidas y daños causados por el cambio del clima. Los 10% más ricos de
la población mundial son responsables de casi la mitad de todo el carbono
lanzado en la atmósfera. Nosotros, países en desarrollo, no queremos
repetir este modelo.

En Brasil, ya probamos una vez y vamos a probar de nuevo que un modelo


socialmente justo y ambientalmente sostenible es posible. Estamos en la
vanguardia de la transición energética, y nuestra matriz ya es una de las
más limpias del mundo. El 87% de nuestra energía eléctrica proviene de
fuentes limpias y renovables. La generación de energía solar, eólica,
biomasa, etanol y biodiesel crece cada año. Es enorme el potencial de
producción de hidrógeno verde.

Con el Plan de Transformación Ecológica, apostaremos en la


industrialización e infraestructura sostenibles. Retomamos una robusta y
renovada agenda amazónica, con acciones de fiscalización y combate a
crímenes ambientales. A lo largo de los últimos ocho meses, la
deforestación en la Amazonia brasileña ya fue reducida en 48%. El mundo
entero siempre habló de la Amazonia. Ahora, la Amazonia está hablando
por sí misma.

Fuimos sede, hace un mes, de la Cumbre de Belém, en el corazón de la


Amazonia, y lanzamos una nueva agenda de colaboración entre los países
que forman parte de aquel bioma.

Somos 50 millones de suramericanos amazónicos, cuyo futuro depende de


la acción decisiva y coordinada de los países que poseen soberanía sobre
los territorios de la región. También profundizamos el diálogo con otros
países poseedores de bosques tropicales de África y de Asia.

Queremos llegar a la COP 28 en Dubái con una visión conjunta que refleje,
sin ninguna tutela, las prioridades de preservación de las cuencas
Amazónica, del Congo y del Borneo-Mekong a partir de nuestras
necesidades. Sin la movilización de recursos financieros y tecnológicos no
hay como implementar lo que decidimos en el Acuerdo de París y en el
Marco Global de la Biodiversidad.

La promesa de destinar 100 mil millones de dólares – anualmente – para


los países en desarrollo permanece solo eso, una promesa. Hoy este valor
sería insuficiente para una demanda que ya llega a los miles de millones
de dólares.

Señor presidente El principio sobre el cual se asienta el multilateralismo –


el de la igualdad soberana entre las naciones – está siendo corroído. En las
principales instancias de la gobernanza global, negociaciones en que todos
los países tienen voz y voto perdieron aliento.

Cuando las instituciones reproducen las desigualdades, ellas forman parte


del problema, y no de la solución. El año pasado, el FMI ofreció 160 mil
millones de dólares en derechos especiales de extracción para países
europeos, y solo 34 mil millones para países africanos.

La representación desigual y distorsionada en la dirección del FMI y del


Banco Mundial es inaceptable. No hemos corregido los excesos de la
desregulación de los mercados y de la apología del Estado mínimo. Las
bases de una nueva gobernanza económica no fueron lanzadas.

BRICS surgió en la estera de este inmovilismo, y constituye una plataforma


estratégica para promover la cooperación entre países emergentes. La
ampliación reciente del grupo en la Cumbre de Johannesburgo fortalece la
lucha por un orden que acomode la pluralidad económica, geográfica y
política del siglo 21.

Somos una fuerza que trabaja en favor de un comercio global más justo en
un contexto de grave crisis del multilateralismo. El proteccionismo de los
países ricos ganó fuerza y la Organización Mundial del Comercio
permanece paralizada, en especial su sistema de solución de
controversias. Nadie más se acuerda de la Ronda del Desarrollo de Doha.
Mientras tanto, el desempleo y la precarización del trabajo minaron la
confianza de las personas en tiempos mejores, en especial de los jóvenes.

Los gobiernos deben romper con la disonancia cada vez mayor entre la
“voz de los mercados” y la “voz de las calles”. El neoliberalismo agravó la
desigualdad económica y política que hoy asola a las democracias. Su
legado es una masa de desheredados y excluidos. En medio a sus
escombros surgen aventureros de extrema derecha que niegan la política
y venden soluciones tan fáciles como equivocadas. Muchos sucumbieron a
la tentación de sustituir un neoliberalismo fallido por un nacionalismo
primitivo, conservador y autoritario.
Repudiamos una agenda que utiliza a los inmigrantes como chivos
expiatorios, que corroe el Estado de bienestar y que invierte contra los
derechos de los trabajadores. Necesitamos rescatar las mejores
tradiciones humanistas que inspiraron la creación de la ONU.

Políticas activas de inclusión en los planos cultural, educacional y digital


son esenciales para la promoción de los valores democráticos y de la
defensa del Estado de Derecho. Es fundamental preservar la libertad de
prensa. Un periodista, como Julián Assange, no puede ser castigado por
informar a la sociedad de manera transparente y legítima. Nuestra lucha
es contra la desinformación y los crímenes cibernéticos.

Aplicaciones y plataformas no deben abolir las leyes laborales por las


cuales tanto luchamos. Al asumir la presidencia del G20 en diciembre
próximo, no mediremos esfuerzos para colocar en el centro de la agenda
internacional el combate a las desigualdades en todas sus dimensiones.

Bajo el lema "Construyendo un Mundo Justo y un Planeta Sostenible", la


presidencia brasileña articulará la inclusión social y el combate al hambre;
desarrollo sostenible y reforma de las instituciones de gobernanza global.

Señor presidente, No habrá sostenibilidad ni prosperidad sin paz. Los


conflictos armados son una afronta a la racionalidad humana. Conocemos
los horrores y los sufrimientos producidos por todas las guerras. La
promoción de una cultura de paz es un deber de todos nosotros.
Construirla requiere persistencia y vigilancia. Es perturbador ver que
persisten antiguas disputas no resueltas y que surgen o ganan vigor
nuevas amenazas.

Bien lo demuestra la dificultad de garantizar la creación de un Estado para


el pueblo palestino. A este caso se suman la persistencia de la crisis
humanitaria en Haití, el conflicto en Yemen, las amenazas a la unidad
nacional de Libia y las rupturas institucionales en Burkina Faso, Gabón,
Guinea-Conacri, Mali, Níger y Sudán. En Guatemala, existe el riesgo de un
golpe, que impediría la toma de posesión del vencedor de elecciones
democráticas.
La guerra de Ucrania muestra nuestra incapacidad colectiva de hacer
prevalecer los propósitos y principios de la Carta de la ONU.

No subestimamos las dificultades para alcanzar la paz. Pero ninguna


solución será duradera si no está basada en el diálogo. He reiterado que es
necesario trabajar para crear espacio para negociaciones. Se invierte
mucho en armamentos y poco en desarrollo.

El año pasado los gastos militares sumaron más de 2 mil millones de


dólares. Los gastos con armas nucleares llegaron a 83 mil millones de
dólares, valor veinte veces superior al presupuesto regular de la ONU.

Estabilidad y seguridad no serán alcanzadas donde hay exclusión social y


desigualdad. La ONU nació para ser la casa del entendimiento y del
diálogo. La comunidad internacional tiene que escoger: De un lado, está la
ampliación de los conflictos, la profundización de las desigualdades y la
erosión del Estado de Derecho.

De otro, la renovación de las instituciones multilaterales dedicadas a la


promoción de la paz. Las sanciones unilaterales causan grandes perjuicios
a la población de los países afectados. Además de no alcanzar sus
alegados objetivos, dificultan los procesos de mediación, prevención y
resolución pacífica de conflictos.

Brasil seguirá denunciando medidas tomadas sin amparo en la Carta de la


ONU, como el embargo económico y financiero impuesto a Cuba y el
intento de clasificar a ese país como Estado patrocinador del terrorismo.
Continuaremos críticos a todo intento de dividir el mundo en zonas de
influencia y de reeditar la Guerra Fría.

El Consejo de Seguridad de la ONU está perdiendo progresivamente su


credibilidad. Esta fragilidad se deriva en particular de la acción de sus
miembros permanentes, que traban guerras no autorizadas en busca de
expansión territorial o de cambio de régimen.

Su parálisis es la prueba más elocuente de la necesidad y urgencia de


reformarlo, confiriéndole mayor representatividad y eficacia. Señoras y
señores La desigualdad debe inspirar indignación. Indignación con el
hambre, la pobreza, la guerra, el irrespeto al ser humano.

Solamente movidos por la fuerza de la indignación podremos actuar con


voluntad y determinación para vencer la desigualdad y transformar
efectivamente el mundo a nuestro alrededor. La ONU debe cumplir su
papel de constructora de un mundo más justo, solidario y fraterno.

Pero solo lo hará si sus miembros tuvieren el coraje de proclamar su


indignación con la desigualdad y trabajar incansablemente para superarla.
Muchas gracias.
Medio Ambiente
Planta un Árbol, planta vida.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, fue el primer mandatario
en pronunicar su discurso en la 78° Asamblea General de las Naciones
Unidas. Como es tradición, el jefe de Estado del gigante sudamericano
abre las sesiones año tras año. Hizo hincapié en que resolver las
desigualdades debería ser “el objetivo mundial para 2030″ y en que el
diálogo es la única vía para recuperar la paz rota por la invasión rusa a
Ucrania.

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