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La finalidad de este Espacio es que accedas al conocimiento que guardan sus páginas y surja en
tu mente la inteligencia.
Aquí no estamos ofreciendo teorías, un sistema de filosofía que se pueda seguir ciegamente –eso
sería terrible-, sino que te brindamos algo con lo que puedes trabajar, algo práctico, algo con lo que
tratamos de despertar en ti el deseo de un verdadero e inteligente obrar.
Muchas personas que entren en este espacio no entenderán, al principio, el conocimiento que
intentamos transmitir. Lo que pueden hacer, si quieren, es pensar a fondo sobre los textos que
encuentren, reflexionar al respecto y ver si lo que decimos es verdadero. Pero reflexionar sobre
esas palabras no significa intelectualizarlas, o sea, no es sentarse y hacer que pierdan su aroma y
significado por medio del intelecto.
Para averiguar si lo que aquí decimos
es verdadero deben ponerlo en
acción. Y esto significa plantar la
semilla de la que, con trabajo y
sacrificio, florecerá la inteligencia.
Para obrar apropiadamente, con toda la riqueza y la belleza que esto significa, la mente tiene que
ver, tiene que comprender y librarse, por la tremenda fuerza de la misma comprensión, de todo su
condicionamiento, del trasfondo de la tradición, de las creencias, del hábito y del prejuicio. Todo
esto impide la comprensión completa de la Vida y, por eso mismo, ocasiona confusión y
sufrimiento. Hemos creado un mundo horrible y cruel y, o somos conscientes de este caos o
estamos completamente adormecidos viviendo en un mundo fantástico, en una ilusión.
Pero sólo podrá haber un cambio fundamental y perdurable en esta bella Tierra, sólo podrá haber
amor y una inteligente y adecuada realización cuando nosotros mismos despertemos y
comencemos a liberarnos de la red de ilusiones, de las múltiples ilusiones que, a causa del temor,
hemos creado respecto de la Vida y de nosotros mismos. Cuando la mente se libera de estos
obstáculos, cuando existe esa consciencia y comprensión que provoca una verdadera, profunda y
espontánea transformación intensa, sólo entonces pude haber una auténtica acción que transforme
el mundo.
Para tener esta profunda y necesaria transformación debemos volvernos plenamente conscientes
de la estructura que hemos creado respecto a nosotros mismos y en la que ahora nos hallamos
presos. Valores, ideales, creencias que actúan como una red para sujetar a la mente. Y al
cuestionar y comprender todo lo que significan, nos daremos cuenta de cómo han surgido a la
existencia y se disolverán por sí mismos. Antes de actuar con plenitud ante la sinrazón debemos
conocer la prisión en la que estamos viviendo. Cada uno debe hacerlo por sí mismo, pues se trata
de un conocimiento que ninguna otra persona puede transmitírnoslo. Mediante nuestro propio
despertar de la inteligencia, mediante nuestro propio sufrimiento, descubriremos la manera de
obrar adecuadamente.
Cada uno de nosotros está buscando tanto objetiva como subjetivamente seguridad, poder y
placer. Si somos conscientes de lo que ocurre en nosotros mismos veremos que estamos
persiguiendo externa e internamente la propia seguridad, deseamos obtener poder y experimentar
placer. Pero esto es un pensamiento y una acción egoísta que genera sufrimiento tanto en uno
mismo como en las demás personas.
Esta búsqueda egoísta de seguridad, poder y placer se expresa por medio de la familia, que se
vuelve un centro de explotación basado en la codicia. “Amor a la familia” no es nada más que afán
posesivo. Si lo examinamos bien veremos que el afán, esa búsqueda, se expresa también en las
divisiones de clase, en la estupidez del nacionalismo, en los odios y en los antagonismos raciales
y, finalmente, en la crueldad de la guerra. Así, a causa de nuestros propios deseos egoístas,
hemos creado un mundo de nacionalidades y gobiernos soberanos en conflicto, cuya función es
prepararse para la guerra y forzar al ser humano a luchar contra el propio ser humano.
Todo este deseo se encuentra mezclado con miedo, por eso nos sometemos a quien nos ofrece
algo positivo. Mientras existe en cualquiera de sus formas el deseo, el egoísmo, tiene que haber
miedo, el cual sólo hace que engendrar autoridad, y de esto se derivan la sutil crueldad y la
estupidez de someterse uno a la explotación. Esta explotación es tan sutil, tan refinada, que uno
llega a enamorarse de ella llamándola progreso espiritual y avance hacia la perfección.
Mientras la mente se encuentra atrapada en la red de los valores falsos, no puede haber plenitud
de realización. Sólo esa plenitud puede revelar la verdad, el movimiento de la vida eterna. Cuando
uno ve todo esto y se libera de lo falso, sólo entonces puede haber creación del medio correcto
para el conjunto de la humanidad. Cuando comenzamos a cuestionar todos estos valores
despertamos la verdadera inteligencia; esta inteligencia es lo único que puede resolver los
innumerables problemas humanos, y es la inteligencia lo que nos proponemos despertar en el ser
humano.
¿Qué buscáis?
Casi todas las mentes buscan con un fin determinado, se mueven con un definido deseo de
encontrar y, una vez establecido este deseo, la mente encontrará algo. Pero no será algo vivo,
será una cosa muerta la que encontrarán, y por eso la rechazarán para volverse hacia otra. A este
proceso absurdo y agotador de escoger continuamente, de descartar continuamente, se le llama
"adquisición de sabiduría", de experiencia, o búsqueda de la Verdad".
Es probable que casi todos hayan venido aquí con esta actitud, consciente o inconscientemente;
por eso dedican su pensamiento y sus energías a la simple búsqueda de esquemas y
confirmaciones, al deseo de afiliarse a un movimiento o formar grupos, sin la claridad de lo que es
fundamental, sin tratar de comprender qué significan las cosas esenciales de la Vida.
Es imprescindible que despertemos ese pensamiento mediante el cual la mente puede librarse de
estas cosas que hemos establecido, que hemos dado por hecho que son verdaderas cuando no lo
son en absoluto.
El “yo”, el contenido mental con el que la mente se identifica –los distintos temores, las esperanzas,
los anhelos, los prejuicios, las preferencias, el temperamento, etc.- el “yo” es el resultado del medio
en el que uno vive. Todo conflicto, toda lucha ocurre entre el resultado del medio con el que la
mente se identifica y que se convierte en el “yo” y el mismo medio. La lucha tiene lugar entre ese
“yo” y el medio.
Uno está buscando todo el tiempo permanencia, seguridad, placer y poder para ese “yo” ficticio. La
falsedad, la mentira trata de convertirse en lo real, en lo eterno. Cuando comprendemos el
significado del medio, lo que es en realidad, no hay reacción y, por ello, no hay conflicto entre la
reacción, o sea, entre lo que llamamos “yo” y el creador de la reacción, o sea, el medio.
Nuestro interés vital debe estar puesto en comprender al “yo” y al medio que nos rodea y en el que
se desenvuelve este “yo”, no en superar el conflicto y el sufrimiento. Cuestionando al “yo” y al
medio, procurando comprender su significado, descubriremos su verdadero valor.
Cada uno tiene que averiguar qué es lo que está buscando; si no está buscando nada, entonces
hay satisfacción y deterioro. Si existe conflicto entre uno mismo y el medio en el que vive, está el
deseo de superar ese conflicto, de escapar de él, de dominarlo. Pero el conflicto sólo puede existir
entre dos cosas falsas, entre esa supuesta realidad que llamamos “yo” –que no es nada más que
un pensamiento resultado del medio- y el medio mismo. En consecuencia, si nuestra mente se
interesa tan sólo en superar esa lucha, entonces estamos perpetuando la falsedad y, por esto, hay
más conflicto, más dolor. Pero si comprendemos el significado del medio, es decir, la riqueza, la
pobreza, la explotación, las nacionalidades, las religiones y todas las insensateces de la vida social
en la existencia moderna, no tratando de superar esas cosas, sino viendo su significado, entones
surge una acción individual y una revolución completa en las ideas y en el pensamiento. Entonces
ya no hay lucha, sino más bien una luz que disipa la oscuridad. No hay conflicto entre la luz y la
oscuridad. No hay conflicto entre la Verdad y aquello que es falso. El conflicto existe sólo donde
hay opuestos, donde hay una mente que se aparta del instante eterno y erige la dualidad.
El conflicto es el resultado del medio que nos rodea, y si examinamos nuestras vidas veremos que
éstas se hallan continuamente deformadas, falseadas, moldeadas por el conflicto. El medio está
moldeando nuestras vidas, y en esta deformación no hay inteligencia. Podremos vivir
inteligentemente únicamente cuando comprendamos al medio que da origen al conflicto. La mente
se halla atrapada en el conflicto, por esto debemos averiguar la causa del conflicto en sí, lo cual
implica investigar el significado del medio en el que vivimos.
El medio son las circunstancias ambientales, las condiciones que han sido impuestas, el escenario
creado por las condiciones económicas, por la dominación, la explotación y la opresión política, por
la religión, por la sociedad, por las diferencias de clase; el medio son los vecinos, los compañeros,
la familia... El medio, toda esta estructura humana, ha sido creado por los temores humanos, por
los anhelos, las esperanzas, los deseos, los logros... El ser humano está creando constantemente
el medio, y lo hace conforme a sus fantasías y deseos; continuamente crea nuevas series de
condicionamientos.
El “yo”, el sí mismo, es el resultado de ese medio. Y el conflicto puede existir únicamente entre el
medio y el resultado de ese medio, el “yo”. Casi nadie se da cuenta de este conflicto, de esta
batalla continua, el conflicto entre el propio “yo”, que no es sino el resultado, y el medio mismo.
Sólo a través del sufrimiento, por la intensidad y la agudeza del dolor y de la falta de armonía, nos
volvemos conscientes del conflicto. Pero el sufrimiento no puede conducir al ser humano a la
plenitud, únicamente puede despertar en la mente una gran intensidad. Y cuando la mente es
aguda, comienza a cuestionar el medio, las condiciones, y en ese cuestionamiento funciona la
inteligencia. Sólo esa inteligencia conduce al ser humano a la integridad y a la plenitud de la Vida y
a conocer el significado que tiene el dolor. La inteligencia comienza a funcionar por la agudeza del
sufrimiento, cuando la mente y el corazón ya no escapan a través de las numerosas vías de
escape que tan hábilmente nos hemos creado y que, en apariencia, son razonables y legítimas.
Pero, mientras siga habiendo un escape no afrontamos ni resolvemos el conflicto. Por eso, nuestro
sufrimiento sólo sirve para acumular ignorancia. Pero sólo cuando la inteligencia funciona
plenamente se diluye la causa del conflicto.
Cada vez que el ser humano necesita comprender el medio en el que vive surge el conflicto. El
medio hace surgir el conflicto, y mientras no comprendamos el medio y nos limitemos a buscar
sustitutos para esas condiciones estaremos evadiendo un conflicto y cubriéndonos con otro. Pero
si en ese sufrimiento agudo que acompaña al conflicto comenzamos a cuestionarnos el medio en
el que vivimos, la inteligencia funcionará de manera natural y comprenderemos el verdadero valor
de ese medio. Hasta ahora, la mente se ha identificado con el conflicto, con el medio, con las
evasiones y, por ello, con el sufrimiento –o sea, que decimos “yo sufro”. Mientras que en ese
estado de sufrimiento agudo, en esa intensidad del sufrimiento en la que no hay escapes, la mente
misma se vuelve inteligencia.
Pero casi todas las mentes se han desnaturalizado tanto que no se dan cuenta de que están
buscando soluciones, escapes, mediante sus maravillosas teorías. Razonan perfectamente, pero
su razonamiento se basa en la búsqueda de escapes, y son por completo inconscientes de todo
esto. Son mentes que carecen de inteligencia, porque cuando hay inteligencia el medio carece de
un verdadero valor, pues nada significa, porque entonces la persona inteligente está libre de las
circunstancias, y funciona en plenitud.
La mente debe descubrir la causa del conflicto mediante la agudeza del pensamiento y, por
consiguiente, mediante el cuestionamiento de todo lo que el medio ha establecido respecto de
nosotros mismos. Al cuestionar todo ello veremos que surge la inteligencia, que es espontánea y
que no puede ser adquirida ni cultivada. Ahí se encuentra la semilla de la percepción alerta, de la
que brota la consciencia, la inteligencia y el buen obrar sobre el medio.
La necesidad de una revolución.
Una clase completamente distinta de moralidad y de conducta, y una acción que surja de la
comprensión de todo el proceso del vivir, son una necesidad urgente en nuestro mundo de crisis y
de problemas que constantemente aumentan. Tratamos de abordar y resolver estos problemas
mediante métodos políticos y de organización, mediante reajustes económicos y otras diversas
formas.
Pero ninguna de estas cosas resolverá jamás las complejas dificultades de la existencia humana,
aunque puedan ofrecer un alivio transitorio. Todas las reformas, por extensas y aparentemente
duraderas que sean, son en sí mismas la causa de posterior confusión y nueva necesidad de
reformas. Sin comprender toda la complejidad del ser humano, las simples reformas producirán
sólo la confusa exigencia de más reformas. Así, las reformas no terminan nunca y, en ninguna
parte se encuentra una solución fundamental.
Las revoluciones religiosas, políticas, económicas o sociales tampoco son respuesta, porque han
producido tiranías espantosas o la simple transferencia de poder y autoridad a manos de un grupo
diferente. Tales revoluciones jamás son la salida para la confusión y el conflicto en que vivimos.
Pero hay una revolución que es por completo diferente y debe ocurrir si tenemos que emerger de
la inacabable serie de ansiedades, conflictos y frustraciones en que estamos atrapados. Esta
revolución tiene que comenzar no con teorías e ideaciones que, a la larga, demuestran ser inútiles,
sino con una transformación radical en la mente misma. Una transformación semejante sólo puede
tener lugar mediante una educación correcta y el total desarrollo del ser humano. Es una
revolución que ha de ocurrir en la totalidad de la mente, y no sólo en el pensamiento.
El pensamiento, después de todo, es sólo un resultado y no la fuente, el origen. Tiene que haber
una transformación radical en el origen mismo y no una mera modificación del resultado. Hoy en
día, nos entretenemos con los resultados, con los síntomas. No producimos un cambio vital
desarraigando los viejos métodos de pensamiento, liberando a la mente de las creencias,
tradiciones y hábitos. Es en este cambio vital en el que estamos interesados, el cual sólo puede
originarse en una correcta educación.
La humanidad vive en un espejismo. Éste es como una bruma o niebla en la que el ser humano
divaga, distorsionando todo lo que ve y todo aquello con lo que hace contacto. Esta bruma le
impide ver claramente la vida o las condiciones que lo circundan tal como esencialmente son. Al
ser humano le engañan las apariencias, y no conoce o se olvida de lo que ocultan.
Por el contrario, concienciarse es tomar consciencia de la realidad, del universo que le rodea a uno
mismo. A través de esta realidad, el ser humano se descubre a sí mismo y las relaciones que tiene
con los demás. La consciencia del ser humano es su gran realidad dentro del Universo en el que
vive. La consciencia supone todo lo que el ser humano es y hace. Mediante ella somos capaces de
ver a los demás, al Universo y a nosotros mismos. Por la consciencia lo miramos todo como en un
espejo, accedemos al conocimiento de las cosas, reflexionamos sobre ello y obramos
adecuadamente. Por ella nos descubrimos a nosotros mismos, aunque siempre hay algo más que
descubrir, siempre nos podemos conocer mejor. Al mismo tiempo, la consciencia, que es respeto y
amor, nos permite vivir la unidad conservando siempre la propia identidad. Nos sentimos parte del
Universo y capaces de transformarlo, de unirlo más a nosotros mismos para hacerlo más humano.
El ser humano adquiere consciencia de sí mismo en la medida en que le conocen y aman las
demás personas. El hijo se va haciendo consciente en la medida que le conocen y aman sus
padres. Esta consciencia que adquiere una persona es la de quien vive insertado en la materia, en
un cuerpo y en un universo, que es la prolongación de su cuerpo. Es la consciencia que adquiere
alguien que necesita alimentarse, vestirse, abrigarse bajo un techo, hacer movimientos, etc.
Como consecuencia, en la medida en que el ser humano se enfrenta con ese Universo, en la
media que hay una resistencia a ser conocido por sí mismo y en que se transforma a sí mismo y se
asume, se va haciendo más consciente. Este encuentro con el Universo va siempre ligado a las
relaciones con los demás. Y no es una tarea exclusiva de uno mismo el concienciarse, el tomar
consciencia, sino que es una tarea de todos. En la medida en que uno es más consciente, puede
ayudar a los demás a serlo también y al contrario.
El ser humano puede llegar a estar casi inmerso o absorbido por la realidad en la que vive, sin
tener la capacidad para otras tomar perspectivas, con el fin de verla con claridad y superarla. La
toma de una consciencia crítica frente a la realidad, mediante la reflexión de todo lo que se vive, es
un elemento esencia en el proceso de la toma de consciencia.
Después de haber visto, analizado y llegado a la visión global de la situación, la consciencia quiere
ir más allá, quiere crear una nueva realidad. Entonces se llega al momento en el que se proyectan
los objetivos y se diseñan las acciones que se deben realizar para realizar el cambio.
La toma de consciencia permite siempre al ser humano una reflexión crítica sobre la realidad en la
que se desenvuelve y, por la propia forma de ser de la consciencia, le impulsa a superar las
situaciones. Lleva a reflexionar sobre la nueva realidad que hay que construir y la manera de
conseguirlo.
Aquellos que desean reformar la sociedad deben saber que no se puede crear un medio
apropiado. El medio en el que vivimos es creado, toda esta estructura humana ha sido creada por
los temores humanos, los anhelos, las esperanzas, los deseos, los logros. Ahora bien, no se puede
crear un medio perfecto, porque cada ser humano está creando, conforme a sus fantasías y
deseos, nuevas series de condiciones.
Pero si una persona tiene una mente en la que ha florecido la inteligencia, puede abrirse paso a
través de todos los diferentes medios falsos y, por consiguiente, estar libre de la conciencia del
“yo”, la conciencia del “yo” en el sentido de lo mío, que es resultado del medio.
A fin de cuentas, cada cual cree de una manera diferente lo que para él sería un medio perfecto.
Cada cual necesita un medio perfecto que lo satisfaga, que no le genere conflicto interno alguno.
Por esto no puede haber un medio perfecto. Pero si hay inteligencia, entonces el medio carece de
valor, nada significa, porque en tal caso la inteligencia está libre de las circunstancias, funciona en
plenitud.
La cuestión no es si podemos crear un medio perfecto, sino más bien cómo despertar esa
inteligencia que estará libre del medio, ya sea este imperfecto o perfecto. Podemos despertar esa
inteligencia cuestionando todo el valor de cualquier medio en el que nuestra mente esté atrapada.
Entonces vemos que estamos libres de cualquier medio en particular, porque estamos viviendo de
manera inteligente, no deformados, falseados, moldeados por el medio.
Esto no significa que no debamos luchar, pero no tenemos que dar por sentado la virtud de la
lucha. Hay que saber que existe una manera natural de hacer las cosas, una manera espontánea,
sencilla, suave, sin esa agresiva, viciosa virtud.
Antes que nada, a fin de luchar, debemos saber contra qué estamos luchando. Tiene que haber
una comprensión fundamental, no una comprensión de lo secundario. Ahora somos conscientes de
lo secundario, por eso combatimos, por eso deseamos reformar, modificar, transformar, sin
cambiar fundamentalmente toda la estructura de la vida humana. Seguimos queriendo proteger la
consciencia del “yo”, la cual es la falsa reacción al medio; queremos proteger eso, y sin embargo
queremos transformar el mundo. En otras palabras, queremos tener nuestra propia cuenta
bancaria, nuestras propias posesiones, queremos resguardar este sentido de “lo mío” y “lo tuyo”.
Lo que uno tiene que hacer es averiguar si está tratando con lo fundamental o simplemente con lo
superficial. Y lo superficial existirá mientras nos estemos ocupando tan sólo en modificar el medio a
fin de aliviar el conflicto. Es decir, deseamos seguir aferrados a la conciencia del “yo”, a “lo mío”,
pero deseamos no obstante modificar las circunstancias a fin de que no generen conflicto en ese
“yo”.
Eso es un pensamiento superficial, y de tal pensamiento debe emanar, naturalmente, una acción
superficial. Mientras que si pensamos de manera fundamental, esto es, si cuestionamos el medio
en sí, entonces estamos actuando fundamentalmente y, por ello de forma perdurable.
Y en esto hay éxtasis, hay un júbilo del que ahora nada sabemos porque tenemos miedo de obrar
fundamental y adecuadamente.
Escapes y evasiones.
El hombre ordinario siente una profunda angustia, una gran sensación de soledad. Tiene miedo de
ella y para intentar escapar busca seguridad, placer y poder –tanto en las cosas como en las ideas
y en las personas. Y esa búsqueda es la causa de la confusión, el dolor y la desdicha en las
relaciones y, por ello, en el mundo.
Cualquier forma de escape respecto de este vacío y de esta angustia interna se vuelve sumamente
importante, porque encubre el propio vacío y angustia y, en consecuencia, el ser humano se aferra
con desesperación a ella, a la manera en la cual huye. Y por proteger esta manera en la que se
evaden de su propia angustia vital están dispuestos a pelear, a destruirse unos a otros. Ningún
escape respecto de este sentimiento de vacío resolverá el problema sino que, por el contrario,
genera más confusión. Por ello debemos darnos cuenta de los escapes.
Todos los escapes se encuentran en el mismo nivel, no hay escapes espirituales y escapes
materiales. Todos son en esencia similares, y si uno se da cuenta que la mente está escapando
todo el tiempo de este problema central de la angustia, si es capaz de vivenciar la propia angustia
sin condenarla ni temerla, da el primer paso hacia su disolución: enfrenarse al hecho sin juzgarlo,
sin condenarlo, sin darle un nombre. Cuando se le da un nombre a un hecho se le juzga y se le
condena. Se le dice a esta vivencia que es angustia, soledad, muerte, y esas palabras implican
condena y resistencia. Y al condenar y al resistir no se comprende el hecho.
Dar nombre al hecho crea el centro del “yo”, y el “yo” es soledad, angustia, separación y vacío. El
“yo” sólo son palabras y, con ellas, el desarrollo de un proceso de aislamiento. En todas nuestras
relaciones, en todos los esfuerzos que hacemos en la vida, estamos siempre aislándonos, y este
aislamiento conlleva sufrimiento. Y sin comprender todo el proceso de la mente, son su separación
y aislamiento, no se puede comprender y solucionar la angustia, el sufrimiento.
Pero cuando se ve y se comprende todo esto, sin nombrar, sin juzgar, sin desear hacer algo con
respecto a ello, la angustia se convierte en algo por completo diferente. Uno entra entonces en un
estado que va más allá de sí mismo, en un estado de creación, de vida.
El hombre inferior sólo es un simple resultado de influencias asociales, religiosas, económicas,
hereditarias, climáticas... Pero cuando se comprende todo el proceso de la mente, entonces, al
liberarse uno de él, surge una soledad exenta de toda influencia. Ahora, la mente y el corazón ya
no están moldeados por los acontecimientos externos o las experiencias internas. Únicamente
cuando existe esa soledad creativa es posible encontrar lo real. Pero una mente que se aísla a
causa del miedo sólo puede experimentar angustia, y una mente así jamás podrá ir más allá de sí
misma.
Pero la mayoría de seres humanos no tiene consciencia de sus escapes. Están tan condicionados,
tan acostumbrados a los escapes, que los toma por realidades. Pero si se vieran con claridad
verían cuan solos, angustiados y vacíos son bajo la cubierta superficial de los escapes. Apenas
conscientes de ese estado, lo disimulan constantemente con diversas actividades, ya sean
artísticas, sociales, religiosas o políticas. Pero esa angustia sólo puede disiparse mediante la
comprensión, por eso debe ser comprendida.
Para comprender uno tiene que darse cuenta de estos escapes, y cuando se comprendan los
escapes uno será capaz de enfrenarse con la angustia y el sufrimiento. Entonces se observará que
la angustia no es diferente de uno mismo, que el observador es lo observado. En esa vivencia, en
esa integración, en esa unidad del pensador y del pensamiento, desaparecen esa angustia y ese
sufrimiento.
La relación.
La Vida es relación, relación entre uno y las demás personas, animales y cosas; y comprender la
relación es comprenderse a uno mismo y a la totalidad de la Vida. Este mundo en desintegración
es nuestra mente. Uno es la esencia de la sociedad; es, en sus relaciones, la base de la sociedad.
Y cuando no existe una adecuada y verdadera relación hay desintegración, dolor. La relación es la
base de nuestra existencia, la base de nuestra sociedad, y a menos que haya una comprensión
profunda de esto y una transformación de esa relación, no podremos seguir avanzando en el
descubrimiento de uno mismo y de lo que es la Verdad. Por eso, esta es la base sólida sobre la
cual debemos permanecer: la comprensión de nuestra relación con todo.
Es indispensable descubrir qué significa tener una relación verdadera, adecuada. Existen muchos
niveles de relación entre uno y todo lo demás: en el nivel físico, en el sexual, en el intelectual, en el
sentimental... y en todos estos niveles uno debe relacionarse apropiadamente. Si no se comprende
claramente la naturaleza de la relación y no se vive de segundo en segundo es totalmente inútil
realizar ninguna acción, porque entonces, esta acción es inapropiada o se convierte tan sólo en un
escape inútil. A no ser que uno establezca la relación adecuada entre uno mismo y otro, siendo
esa la base misma de toda existencia, el tratar de vivir religiosamente se convierte en una evasión
respecto de lo real, y eso conduce a toda clase de resultados neuróticos y destructivos.
La realidad de la relación que tenemos unos con otros es que cada persona tiene una imagen de la
otra, y la relación que existe entre los seres humanos es una relación entre dos imágenes, entre
dos representaciones mentales. Estas representaciones mentales, imágenes o conclusiones son
recuerdos, recuerdos que cada uno ha reunido, almacenado en el cerebro. Y amos reaccionan el
uno con respecto del otro conforme a esas imágenes. Y no sólo se construyen imágenes de los
demás, sino también de uno mismo. Por lo tanto, no son relaciones reales, apropiadas, y por eso
hay siempre división y conflicto. Y éstos generan la herida psicológica: la imagen ha sido herida.
Cualquier forma de comparación hiere, toda imitación y conformidad hiere, no sólo verbalmente,
sino en lo profundo. Y cuando uno está herido, desde esa herida hay violencia. Pero existe la
posibilidad de que a uno no lo hieran jamás, aunque esto no significa construir ningún muro, sino
vivir sin resistencia alguna.
La división y el conflicto.
Lo que el ser humano se ha hecho a sí mismo y a los otros seres humanos es realmente increíble y
chocante. Por todas partes hay división, neurosis, conflicto, destrucción, confusión... Desorden
interno que se expresa en desorden exterior. Nuestras sorprendentes vidas han producido la
sociedad en la que vivimos. Esto lo debemos investigar, investigarlo e ir más allá del reino del
pensamiento.
El desorden que hay allá fuera no es distinto del desorden que hay en uno mismo, sino que más
bien es un solo movimiento que sale y entra. Es como una marea que va y vuelve incesantemente.
Es necesario producir orden en nuestra vida, porque sin orden no hay libertad. El orden completo,
total, absoluto, no de vez en cuando o una vez por semana, sino en nuestra vida de todos los días,
no sólo trae libertad: en ese orden hay amor. Una mente desordenada, confusa, en conflicto, no
puede amar o percibir qué es el amor.
Es imprescindible crear un orden total, no uno orden producido intelectualmente, un orden basado
en valores, resultado de presiones ambientales o que es la adaptación a cierta norma, a cierto
modelo. Un orden en el que no hay división alguna como desorden, en el que jamás pueda haber
desorden. Nuestra mente, que incluye el cerebro, así como nuestras respuestas emocionales,
sensoras, etc. Acepta a vivir en desorden. Nuestra vida, que se basa en la mente, en sus
pensamientos, emociones, experiencias, recuerdos, etc. acepta el desorden. Nuestra mente acepta
el desorden neurótico, aceptamos vivir en él, nos acostumbramos a él, con el sentido de la división,
de orden y desorden, con un constante ajuste. Esto es antinatural y depende de nuestros deseos,
afanes y anhelos particulares, obedece a nuestra propia ambición y envidia.
Pero el orden no puede generarse desde el desorden. Si nos encontramos en desorden y tenemos
el deseo de generar orden, ese mismo deseo dicta lo que el orden debe ser, mientras que si
abordamos el problema des desorden queriendo averiguar cuál es su origen, entonces nuestra
atención no se distrae, no se disipa en distintas direcciones intelectuales, verbales y emocionales,
sino que toda nuestra atención se orienta en averiguar la causa del desorden. Para ello, debemos
tener muy claro el modo como lo abordamos.
El origen del desorden es deseo, que crea división en nosotros. Dondequiera que haya división hay
conflicto, y el conflicto es desorden, ya sea un conflicto menor o una gran crisis. Nuestra
autocontradicción, el decir una cosa y hacer otra, el tener unos ideales y tratar siempre de
amoldarnos a esos ideales, nuestro deseo de llegar a ser alguna cosa, crean el desorden. Éste
surge por el pensamiento, porque el pensamiento siempre es limitado y establece la división entre
lo externo y lo interno, crea el “yo” y el “tu”. El pensamiento se esfuerza por convertirse en algo que
no es. Estas constantes divisiones, este devenir, contradecirse, amoldarse, compararse, imitar
psicológicamente son expresiones de una causa central.
Pensamos que mediante la división puede haber seguridad, que podemos obtener seguridad a
través de religiones, filosofías, naciones, etc., pero este aislamiento debe generar en conflicto y
desdicha y, desde luego, en la división no hay seguridad alguna. Podemos levantar un muro a
nuestro alrededor, pero ese muro va a ser derrumbado.
Casi todos los seres humanos piensan, viven, con el patrón establecido de que se encuentran
separados de los otros, que viven aislados con sus propios problemas, sus ambiciones, sus
neurosis, su particular manera de pensar. El centro de esto se encuentra en la idea de que uno
está separado de los demás. Pero, aunque físicamente podamos ser diferentes, en lo interno
pasamos todos por las mismas cosas, o cosas semejantes. Por lo tanto, psicológicamente no hay
división. Y en tanto aceptemos la idea de que estamos separados, tendremos conflicto y, en
consecuencia, divisiones, confusión y desdicha.
En tanto uno piense que está psicológicamente separado de otro ser humano, tiene que haber
conflicto y desorden. Si para uno esto es un hecho, entonces podemos hacer algo al respecto.
Pero si nos limitamos a hacer una abstracción de ese hecho, convirtiéndolo en una idea, entonces
estamos perdidos, porque así cada uno tiene su idea particular. Pero es un hecho común a todos
nosotros y del cual dependemos como seres humanos, el hecho de que mientras siga habiendo
división dentro de nosotros tiene que haber conflicto, desorden y confusión. Mas nuestras mentes
se encuentran muy condicionadas; durante miles de años nos hemos condicionado, por los dichos
de otras personas, a pensar que estamos separados, que cada cual debe salvarse a sí mismo.
Este patrón de pensamientos se repite una y otra vez, y estando tan condicionados es muy difícil
aceptar algo que es verdadero, aunque evidente.
El hecho de esta división no es diferente del observador que observa el hecho. Observo la codicia,
soy codicioso. Esa codicia que observo no es diferente de mí, del observador que dice “soy
codicioso”. No hay división entre el observador que dice “soy codicioso” y la codicia, él mismo es la
codicia. Por ello, si comprendemos esto, vemos que esta confusión, esta división no es diferente
de observador que soy yo observándola, pues yo soy esta confusión, esta división. Todo mi ser es
eso.
Supongamos que estamos apegados a una persona. En ese apego y en sus consecuencias hay
innumerables aflicciones, celos, ansiedad, dependencia, todo lo que se deriva del apego. En ese
apego hay inmediatamente división. Ahora bien, el apego, el sentimiento de dependencia, la acción
de aferrarnos a alguien, no es diferente de uno mismo, es uno mismo, uno mismo es el apego. Si
nos damos cuenta de eso se termina el conflicto. Es así. No es que uno deba librarse del conflicto,
no es que uno deba ser independiente, desapegado; el desapego es apego, si trato de
desapegarme, estoy apegado a ese desapego.
“Yo” soy eso. Por consiguiente, el “yo” es confusión. No es que me doy cuenta de que estoy
confuso, ni que me han dicho que estoy confuso. El hecho es que yo, como ser humano, estoy en
un estadote confusión total, soy eso. Cualquier acción que emprendo trae más confusión. Y toda la
lucha para superar esa confusión, para reprimirla, para desapegarse, todo eso ha desaparecido,
todo movimiento de escape ha llegado a su fin.
Llegado al punto de comprensión de que “yo soy eso” ocurre una cosa sorprendente en lamente.
Antes disipaba su energía reprimiendo, intentando el modo de no estar confuso, acudiendo a cierto
gurú, sacerdote o psiquiatra, y todo cuanto he hecho ha sido una disipación de energía. Pero
cuando hay verdadera comprensión acerca de que estoy confuso, mi mente se halla, entonces,
completamente atenta a la confusión, en un estado de atención total. Y cuando hay atención
completa no hay confusión. La confusión surge únicamente cuando no estoy atento, aparece
cuando hay división, que es inatención.
Donde hay atención total no hay disipación de energía. Cuando uno se pregunta “¿cómo puedo
obtener esta atención total?”, eso es un desperdicio de energía. Cuando unote que donde hay
confusión, ésta se origina en la inatención, entonces esa inatención misma ya es atención.
Ahora, con esta intensa atención, podemos ver el miedo, el placer, el sufrimiento, etc. Es
importante estar libres del miedo. La mente jamás ha estado libre del miedo. Podemos disimularlo,
reprimirlo, no estar conscientes de él, o podemos estar tan hechizados por el mundo exterior que
jamás nos demos cuenta de nuestros miedos profundamente arraigados. Donde hay miedo no hay
libertad, no hay amor. El miedo sólo introduce oscuridad en nuestra mente y en nuestra vida. Aquí
no nos referimos al miedo neurótico, sino al miedo en sí, pero cuando comprendemos la raíz del
miedo desaparece el miedo a algo en particular.
Es posible vivir sin una conclusión, sin una imagen propia. Mientras tenga esa imagen seré
perpetuamente herido. Es posible no ser herido en absoluto, es decir, tener una mente inocente,
incapaz de sentirse herida. Es imprescindible averiguar si uno puede vivir así su vida cotidiana, sin
una sola imagen y, por lo tanto, sin ser herido jamás, lo que implica no estar nunca en conflicto, no
establecer nunca divisiones psicológicas. Uno debe examinarse en su vida diaria para ver si es
posible vivir de esa manera.
Hemos aceptado el análisis como parte de nuestra vida, y si no podemos analizarnos a nosotros
mismos acudimos a un profesional. En el proceso del análisis están presentes el analizador y lo
analizado. Pero el analizador es, en realidad, lo analizado. Hemos creado, pues, una división
artificial entre el analizador y lo analizado, pues en verdad, el analizador es lo analizado. De
manera que hay un error fundamental en el proceso del análisis. Y, en este proceso del análisis
empleamos el tiempo, días, meses, años, jugando el juego de enriquecernos mutuamente según
nuestros propios y peculiares modos, financiera, emocionalmente y demás.
La ofensa y la adulación son la misma cosa. Ambas son formas diferentes de heridas psicológicas.
Me adulan, eso me agrada y el adulador se convierte en mi amigo. Por lo tanto, esa es otra forma
de estimular la imagen.
Debemos saber qué significa atender, porque sólo siendo atentos podemos resolver el problema
de las heridas psicológicas. Es necesario saber atender con totalidad, con pasión, con una
atención completa en la que no existe un centro desde el cual atendemos. Cuando existe un centro
desde el que se atiende se crea una división ficticia, que sólo existe en nuestra mente, entre el
observador y lo observado.
Es necesario darse cuenta de todo sin preferencia alguna, mirar sin optar, sin juzgar; simplemente
mirar. Si podemos vivir así, sólo observando, sin juzgar, en esa observación no hay observador.
Tan pronto interviene el observador empieza el prejuicio, el agrado y el desagrado. “Prefiero esto,
no me agrada aquello…”, y tiene lugar la división. La atención existe únicamente cuando no hay
una entidad que dice “estoy atendiendo”. Comprender esto es de una importancia vital. Gracias a
que hay atención, cuando existe un darse cuenta libre de toda preferencia, de todo juicio, cuando
tan sólo hay observación, vemos que ya no volvemos a ser heridos, y que las heridas del pasado
han sido eliminadas. Pero apenas interviene el observador, este queda herido.
Cuando hay atención completa no hay heridas psicológicas, aunque a uno le insulten. Al conceder
una atención completa no hay herida psicológica pasada, presente o futura, porque no existe
entidad alguna que este observando. Comprender esto es esencial, porque mientras haya división
tiene que haber conflicto. Al abordar la cuestión del miedo, del placer, del dolor, de la muerte, es
muy importante ver que, en tanto que exista una división entre el pensador –el observador, el
experimentador- y el pensamiento, es inevitable que haya conflicto, fragmentación y, por ello,
desintegración. Es necesario observar la Vida, observarlo todo en un estado de percepción alerta,
de atención completa. Y cuando luego, observamos con atención total la imagen que tenemos de
nosotros mismos, nos encontramos que… no hay imagen alguna.
Cuando no hay imagen, ni representación mental, ni conclusión de ninguna clase, la relación entre
dos seres humanos es la apropiada. Actualmente, nuestras relaciones se basan en la división. El
ser humano acude a su centro de trabajo, donde es brutal, codicioso y ambicioso; después llega a
su casa y dice: “querida, qué hermosa eres”. Este es sólo un ejemplo de que existe contradicción
en nuestra vida, y por eso nuestra vida es una batalla constante. Por ello no hay una relación
apropiada.
Tener una verdadera relación humana es no tener imagen, ni representación ni conclusión alguna.
Y esto es bastante complejo, porque tenemos recuerdos. Pero podemos ser libres con respecto a
los recuerdos que guardamos de los incidentes del ayer. Todo esto está implicado en la verdadera
relación.
La relación entre dos seres humanos que no tienen imágenes la descubriremos si no tenemos
imagen alguna. Eso significa vivir en la vida cotidiana sin conflicto, vivir sin división alguna, sin
guerra. Eso puede ser amor.
Es del todo imprescindible ir más allá de las simples palabras y así vivenciar por nosotros mismos.
El hombre inferior simplemente repite, como un loro, siguiendo cierta autoridad. Por esto es
necesario obrar a partir de hechos, y no de creencias.
Una mente agitada por la envidia, que vive dentro del campo de la ambición, de la codicia, no
puede comprender algo que es completamente quieto y que tiene un movimiento propio en esa
quietud. Tampoco sabemos que significa encontrar a Dios, porque no sabemos qué significa eso,
aunque hayamos leído innumerables libros. Porque todos los libros son sólo palabras que carecen
de realidad para quienes no han experimentado aquello que está más allá de la mente.
No podemos encontrar a Dios, a la Verdad, porque una mente estúpida y mezquina no puede
encontrar lo inconmensurable. Si se es inteligente y se da cuenta de este hecho, uno ve que debe
comenzar por comprender lo que uno realmente es. Un ser humano se muestra honesto cuando
declara que no sabe si existe o no una posible realidad, pero considera que debe descubrirlo. Y
para descubrirlo su mente debe estar libre de la ambición y de la envidia, porque ambas son un
movimiento de agitación. Sólo un ser humano así, honesto, es capaz de realizar una verdadera
investigación.
Pero no se trata de "investigar la realidad", sino de descubrir si viviendo en este mundo puedo
estgar libre de la ambición y de los dictados del ego. El ego, la ambición, es el estado de la mente
que exige más y más todo el tiempo. Y el exigir el "más" es la actividad de una mente centrada en
sí misma, de una mente egocéntrica.
El deseo de ser diferente, de ser más, la persecución del más, ese ansia, tanto interna como
externamente, todo ese movimiento se basa en la ambición. La mente se halla retenida en este
movimiento de la ambición, y con una mente así uno no puede descubrir lo real. Para descubrir lo
real nuestra mente debe estar por completo libre de la ambición, no puede haber requerimiento
alguno del más ni consciente ni de forma inconsciente. Pero, por poco que se observe, nuestra
mente siempre está persiguiendo el más.
Ayer uno tuvo cierta experiencia y desea más de ella hoy, o siendo ambicioso uno desea no ser
ambicioso, etc. Estas son todas actividades de una mente que se sólo se interesa en sí misma.
Comprender todo el proceso de la mente es lo que importa, no saber si existe o o existe Dios. Nos
interesa todo, cualquier cosa que nos aleje de esta cuestión central. Pero no podemos contribuir a
crear un mundo distinto hasta que uno mismo, como individuo, no se haya transformado
fundamentalmente. Ver que uno debe comenzar consigo mismo es comprender una verdad
inmensa -que casi todos pasan por alto. Esta transformación explosiva tiene lugar cuando toda la
energía de uno se concentra para resolver el problema fundamental de la ambición. El deseo de
tener la capacidad de liberarse de la ambición es un movimiento egoísta de la mente.
Una mente humilde y sencilla tiene una capacidad inmensa para la investigación, ella dice "no sé,
averiguaré", lo que significa que el averiguar jamás es un proceso de acumulación. La capacidad
de ver y de investigar llega por sí misma, no es algo que "uno" haya adquirido. Una mente que dice
"no se" y que no desea llegar a ser esto o aquello, ha dejado totalmente de ser ambiciosa. Ese ser
humano entra en un estado de seriedad, rectitud y moral que proviene de una sencillez y una
humildad y de descubrir, de instante en instante, qué es la verdad. Si un ser humano se da cuenta
de su mundo interno y se observa de día en día, de instante en instante, sin condenar ni justificar
nada de lo que ve, sin buscar nada, descubrirá que en esa percepción alerta hay una vitalidad
extraordinaria, asombrosa, porque cada instante es nuevo. Sólo entonces, que es morir a cada
instante, la mente es capaz de descubrir. Es imprescindible que dentro de uno mismo tengamos el
sentimiento de seriedad, que seamos profundamente serios, sin objeto alguno que nos induzca a
ser serios, que vivamos en ese estado en el que la mente aborda cada situación, por alegre,
dichosa o excitante que sea, con un propósito serio.
La humanidad y el ser humano necesitan hacer surgir ese estado explosivo, el cual constituye la
verdadera revolución en el sentido religioso y social de la palabra, porque sólo cuando la mente es
explosiva tiene la capacidad de descubrir o crear algo original, nuevo.
El deterioro de la mente.
La opción es ambición. Nuestra vida es ambición, y el “llegar a ser”, esa aspiración, ese empuje, el
impulso para llegar a serlo, es el proceso de la ambición, que se basa esencialmente en la opción.
Así, nuestra vida es una serie de luchas, un movimiento que va de un deseo a otro, y en este
proceso de devenir, en este proceso de lucha, la mente se deteriora. La naturaleza misma de este
deterioro es la opción, que es el origen de la ambición.
Pero se puede vivir una forma de vida que no se basa en la ambición, en la opción, que es un
florecimiento que no proviene de una búsqueda, que es sencillez. La ambición engendra
competencia. Ésta produce ciertos beneficios económicos, pero deja como secuelas el
embotamiento mental y el condicionamiento tecnológico. El ser humano pierde su sencillez, su
capacidad de vivenciar directamente y se crea un mundo horrible.
Se debe ser consciente de la ambición en la propia vida, investigarla y averiguar que implica. La
opción es corrupción, ya que impide el florecimiento. El ser humano que florece es, no está
deviniendo, llegando a ser. Existe una gran diferencia entre el ser humano que florece y el que
deviene. La mente que deviene es una mente que está siempre creciendo, expandiéndose,
acumulando experiencia como conocimiento. Siempre está en conflicto, en lucha, en un estado de
desdicha. Esta gran diferencia que hay entre la mente que deviene y la que florece la debemos
descubrir en nuestro vivir cotidiano. Vivir en florecimiento es vivir sin ambición, que es el camino de
las opciones, es descubrir un florecimiento que es el camino de la Vida, que es la verdadera y
apropiada acción.
Pero sin haber descubierto el camino del florecimiento de la Vida nos limitamos a decir que no
debemos ser ambiciosos, pero el simple matar la ambición destruye también la mente, porque no
deja de ser esta una acción de la propia mente, o sea de la opción y de la ambición. Por esto es
esencial que dada uno de nosotros descubra en su vida la verdad con respecto a la ambición. A
todos se nos estimula para que seamos ambiciosos; esta sociedad nuestra se basa en eso, en la
fuerza del impulso dirigido a la obtención de un resultado. Pero ese modo de abordar la Vida es
esencialmente erróneo, hay otro modo que es el florecimiento de la Vida, el cual puede expresarse
sin acumulación alguna.
Hay una energía, una tremenda fuerza que no tiene nada que ver con el proceso acumulativo,
tonel trasfondo del “yo”, del sí mismo, del ego. Ese es el camino de la creación. Si comprender
esto, sin vivenciarlo, nuestra vida se vuelve muy opaca, se convierte en una serie de conflictos
interminables en los que no hay creatividad ni felicidad alguna. Si pudiéramos, sin descartar la
ambición, comprender sus modalidades –percibiendo, escuchando la verdad de la ambición,
estando abiertos a ella- podríamos dar con ese estado de creatividad en el que hay una expresión
constante que no es del ego, de la autorrealización, sino que es la expresión de esa energía libre
de las limitaciones del “yo”.
La sensibilidad.
Sin sensibilidad no puede haber afecto;la reacción personal no indica sensibilidad; uno puede ser
“sensible” con respecto a su familia, a su realización, a su status y capacidad. Esta clase de
“sensibilidad” es una reacción limitada, estrecha, y es perjudicial. El buen gusto no es sensibilidad,
porque el buen gusto es personal, y la lúcida percepción de la belleza es la libertad con respecto a
las reacciones personales. Sin la apreciación de la belleza y sigla percepción sensible de la misma
no hay amor. Esta percepción sensible de la Naturaleza, del río, del cielo, de la gente, de la sucia
calle, es afecto.
La esencia del afecto es la sensibilidad. Pero la mayoría de las personas tienen miedo de ser
sensibles; para ellas ser sensibles implica ser lastimadas, y por eso se endurecen para protegerse
del dolor. O escapan hacia toda forma de entretenimiento, la iglesia, el templo, la chismografía, el
cine, la reforma social... Pero el ser sensible no es algo personal, y cuando lo es conduce a la
desdicha. Romper con estas reacciones personales e ir más allá de ellas es amar, y el amor es
tanto para el uno como para los muchos; no está limitado a uno o a muchos.
Para ser sensibles es preciso que todos nuestros sentidos estén totalmente despiertos, activos, y
el tener miedo de ser un esclavo de los sentidos es simplemente eludir un hecho natural. La lúcida
percepción del hecho no conduce a la esclavitud; lo que lo hace es el temor al hecho. El
pensamiento pertenece a los sentidos, y el pensamiento contribuye a la limitación; sin embargo no
tememos al pensamiento. Por el contrario, éste es ennoblecido junto con la respetabilidad y
cultivado devotamente junto a la presunción. Ser sensiblemente perceptivo con respecto al
pensamiento, al sentimiento, al mundo que a uno lo rodea, a la oficina y a la Naturaleza, es estallar
en afecto de instante en instante. Sin afecto, toda acción se torna pesada, mecánica, y conduce a
la decadencia.
Comprender las necesidades es esencial y, para el hombre superior, posee un gran significado.
Existen las necesidades físicas exteriores, como alimento, vestido y vivienda, pero fuera de eso no
hay ninguna necesidad. Aunque casi todo el mundo se encuentre atrapado en el torbellino de sus
necesidades internas, estas no son en absoluto esenciales.
El deseo siempre está ahí; los objetos del deseo cambian, disminuyen o se multiplican, pero el
deseo está siempre ahí. Controlando, torturando, negado, aceptado, reprimido, dejado en libertad
de moverse o interceptado en su carrera, él está siempre ahí, débil o fuerte.
Pero en el deseo no hay nada de malo, y es estúpida la incesante guerra que contra el se realiza.
El deseo es perturbador, es doloroso, lleva a la confusión y a la desgracia, pero a pesar de ello
está ahí, siempre está ahí, frágil o poderoso. Comprenderlo completamente, sin reprimirlo, sin
disciplinarlo, comprenderlo más allá de todo reconocimiento es comprender la necesidad. La
necesidad y el deseo marchan juntos, como la realización y la frustración. No hay deseo noble o
innoble sino sólo deseo en permanente conflicto dentro de sí mismo. El ermitaño y el jefe del
partido se consumen de deseo, lo llaman con diferentes nombres pero ahí está corroyendo el
corazón de las cosas. Cuando existe la comprensión total de la necesidad, tanto en lo externo
como en lo interno, entonces el deseo no es una tortura. Entonces tiene un sentido por completo
diferente, una significación que está mucho más allá del sentimiento con sus emociones, mitos e
ilusiones.
Con la total comprensión de la necesidad, no simplemente de la cantidad o cualidad de ella, el
deseo es entonces una llama y no una tortura. Sin esta llama la vida misma se malogra, se pierde.
Esta llama es la que quema la mezquindad de su objeto, las fronteras, las vallas que le han sido
impuestas. Entonces uno puede darle el nombre que quiera, amor, muerte, belleza, libertad, etc.
Entonces está ahí sin que tenga fin.
Uno de los problemas mayores a los que se enfrenta hoy la humanidad es a cómo dar origen a la
liberación creativa del ser humano: la creatividad; a cómo tener la energía abundante
adecuadamente dirigida, de forma que su vida tenga un significado profundo y expansivo.
La revolución es necesaria, una revolución profunda y total que empiece desde el interior, y para
generar esa revolución debemos comprender las modalidades de nuestro propio pensamiento,
comprender todo el proceso de nuestro pensar, los comportamientos de nuestra mente, y eso
implica conocimiento propio. Sin la base del conocimiento propio tiene poco sentido lo que
pensamos. Pero la revolución debe tener lugar no en una sección del pensar, sino en la totalidad
de la mente misma.
Para que la revolución total ocurra es esencial descubrir qué significa escuchar. Muy pocos
escuchamos directamente lo que se nos dice, siempre lo interpretamos conforme a un punto de
vista particular. Tenemos opiniones, juicios, creencias a través de las cuales escuchamos, de modo
que jamás estamos escuchando realmente. Sólo escuchamos en función de nuestros propios
prejuicios personales. Y esto no origina comprensión. Lo que en verdad origina comprensión es
escuchar sin estar anclado a nada, sin ninguna conclusión definida. Cuando se conoce el arte de
escuchar no sólo se descubre qué es verdadero en lo que se está diciendo, sino también se ve lo
falso como falso y la verdad en lo falso.
Se debe escuchar sin prejuicios, pues nuestro pensar se halla condicionado y jamás abordamos
ningún problema con la frente fresca. La mente se halla condicionada por la educación actual, por
la sociedad, por la religión, por todo nuestro entorno y también por nuestras reacciones al entorno
–que surgen desde el proceso de la ambición.
Es indispensable que una revolución total ocurra en el ser humano, pero una revolución así no
puede ocurrir si no hay una comprensión, sin esfuerzo alguno, de lo que es la verdad. El esfuerzo,
en cualquier nivel, es una forma de destrucción, y sólo cuando la mente está muy quieta, sin hacer
ningún esfuerzo, tiene lugar la comprensión.
Una mente condicionada, por mucho que trate de cambiar, sólo puede hacerlo dentro de la prisión
de su propio condicionamiento, y esto es obvio que no es revolución.
En el mundo hay una gran crisis, una enorme pobreza y la amenaza de la destrucción. Este es el
reto, y nuestro problema es responder adecuadamente a este reto, y esto es imposible si no
comprendemos el proceso de nuestro propio pensar.
Únicamente un ser humano espiritual, religioso, que es consciente y que obra adecuadamente,
puede dar origen a una revolución fundamental. Un hombre verdaderamente religioso rompe con la
estructura de la religión organizada, con todos los dogmas y creencias, así ve la verdad y obra
adecuadamente. Toda otra forma de revolución es fragmentaria y genera, inevitablemente,
problemas ulteriores. Pero el ser humano que ve la verdad, lo que es, es el verdadero
revolucionario, porque el ver la verdad es realizar una respuesta integrada, no fragmentaria.
Sólo cuando la mente es libre puede haber creatividad. Esta revolución sólo es posible cuando la
mente se halla muy quieta, muy silenciosa. Pero esta quietud mental no surge a través de ningún
esfuerzo, no puede ser buscada ni perseguida, no tiene motivo. Surge naturalmente, con facilidad,
cuando la mente comprende su propio proceso de acción, lo que implica comprender todo el
significado del pensar.
La libertad surge sólo por obra del conocimiento propio, que consiste en comprender el proceso
total del pensar. Nuestro pensar es, en la actualidad, una simple reacción, la respuesta de una
mente condicionada, y cualquier acción que se basa en un pensar así tiene que dar como
resultado una catástrofe, es inevitable. Para descubrir qué es la verdad, qué es Dios, es preciso
que haya una mente que se ha comprendido a sí misma, lo cual implica investigar todo el problema
del conocimiento propio. Sólo entonces hay una revolución total que da origen a una liberación
creativa, y esa liberación creativa es la percepción respecto de lo que es la verdad, de lo que es
Dios.
La civilización actual.
Dentro de esta sociedad adquisitiva pueden haber muchas reformas, incluso revoluciones
sangrientas, pero siempre ocurren dentro del mismo patrón, porque nuestra respuesta a cualquier
reto, que es siempre nuevo, está limitada por la cultura en la que nos hemos educado.
Esta cultura se basa, esencialmente, en el afán adquisitivo, tanto mundano como espiritual; y
cuando alguna vez aparece un hombre que rompe con todo el espíritu adquisitivo y sabe qué es la
creatividad, inmediatamente lo idolatramos, hacemos de él nuestro líder o maestro espiritual,
anulándonos de esa forma a nosotros mismos.
En tanto pertenezcamos a la cultura colectiva no puede haber creatividad. Sólo el ser humano que
comprende todo este proceso de lo colectivo rompe con ello, porque ve lo que es y sabe qué es la
verdadera religión y espiritualidad, y deja de ser adquisitivo –ambicioso-, es un ser humano que
conoce el significado de la creatividad. Éste es creativo, y una acción así da origen a una cultura
nueva. Este es el modo en el que siempre ocurre.
El ser humano inferior busca en todo la gratificación. Pero, el ser humano superior, el ser humano
verdaderamente espiritual, está por completo libre de la sociedad, no tiene responsabilidades de
tipo social; puede establecer una relación con la sociedad, pero la sociedad no tiene relación
alguna con él.
En esta ruptura misma el ser humano descubre qué es la verdad, y esa verdad es la que da origen
a la sociedad nueva, a la nueva cultura. Porque la sociedad no puede ayudar al ser humano a
descubrir la verdad. La función de la sociedad es limitar al individuo, mantenerlo dentro de las
fronteras de la respetabilidad. Únicamente el ser humano que comprende todo este proceso y
cuyas acciones no son una reacción, puede descubrir qué es la verdad. Y la verdad es la que crea
una nueva cultura, no así el individuo que busca la verdad. La verdad origina su propia acción, y el
ser humano que anda en busca de la verdad y actúa sólo genera más confusión y desdicha. Es
como el reformador a quien sólo le interesa decorar los muros de su prisión. Pero si uno
comprende todo este problema de cómo la mente está condicionada por la sociedad, si permite
que la verdad misma actúe y no que la acción se base en lo que uno cree que es la verdad,
encontrará que tal acción genera una nieva civilización, un mundo nuevo no basado en el espíritu
adquisitivo, en el dolor, en la lucha, en la creencia.
Para percibir qué es la verdad uno debe estar totalmente libre de la sociedad, lo cual implica la
terminación completa del espíritu adquisitivo, de la ambición, de la envidia, de todo este proceso de
devenir.
Esta cultura se basa en el llegar a ser alguien, y está edificada sobre el principio jerárquico; el que
sabe y el que no sabe, el que posee y el que no posee. Éste último está perpetuamente luchando
por poseer, y el que no sabe por adquirir más conocimiento. Pero, aunque en muy escaso número,
está también el ser humano que no pertenece a ninguna de estas dos categorías y cuya mente
está muy quieta, por completo silenciosa. Sólo una mente así puede percibir qué es la verdad y
permitir que la verdad actúe a su propio modo. Esta mente no actúa conforme a una respuesta
condicionada; no dice: “tengo que reformar la sociedad”. El ser humano verdaderamente religioso
no se interesa en la reforma social, en la reforma de la vieja y de la corrupta sociedad, porque es la
verdad y no la reforma la que dará origen a un orden nuevo. Si uno ve esto muy sencilla y
claramente, la revolución ocurrirá por sí sola.
Desde el instante en el que nacemos hasta que morimos pasamos por una infinidad de problemas
de todo tipo. Existe muchísimo miedo en todos los seres humanos, muchísima ansiedad,
incertidumbre, y también está la persecución del placer, del poder y de la seguridad. Casi todos los
seres humanos de esta bellísima Tierra sufren mucha pena y soledad. Después de miles de años,
el ser humano sigue siendo un bárbaro, cruel, vulgar, lleno de ansiedad y odio. El hombre siempre
ha estado en conflicto, pero sin paz en lo interno, en lo psicológico, el cerebro no puede florecer,
los seres humano no pueden vivir de manera completa, holística.
Debemos descubrir por nosotros mismo la razón por la que los seres humanos hayan reducido el
mundo a lo que es ahora, tenemos que investigar juntos por qué hay conflicto en las relaciones
personales, si es posible terminar con este conflicto. De lo contrario, jamás tendremos paz en esta
Tierra.
Mucho antes del cristianismo, el ser humano rendía culto a los árboles, a las piedras, a los
animales, al relámpago, al sol; no había sentido alguno de “Dios”, porque consideraban que la
Tierra era la madre que debía ser venerada, preservada, salvada de la destrucción, y no destruida
como ahora lo estamos haciendo.
Debemos mirar las cosas tal como son, no como creemos que son, no desde la idea o del
concepto acerca de lo que es, sin simplemente mirar. Y, si es posible, mirar no verbalmente, lo cual
es mucho más difícil.
Aquí, en este mundo, es en el que debemos vivir, y no es el mejor camino escapar de él por medio
de los monasterios o de experiencias “religiosas”; uno debe dudar de todas sus experiencias. El
ser humano ha hecho todo lo posible en la Tierra para escapar de la realidad del vivir cotidiano con
todas sus complejidades. El ser humano persigue su propia ambición, se encuentra impulsado por
el deseo. Por eso es imprescindible que pueda haber una relación adecuada cuando cada uno está
persiguiendo sus propios deseos, sus ambiciones, su codicia, su propia importancia. A causa de
esta división en la relación no hay amor.
El pensador es un ente ficticio que crea el pensamiento. Uno no es el mismo ayer que hoy, ni es el
mismo hoy que será mañana. Uno no es el mismo segundo tras segundo, el único que hace
parecer que uno es el mismo segundo antes y segundo después es el pensamiento, la mente, la
memoria. Es la mente infantil, inmadura, que busca el sentimiento de seguridad, de permanencia.
La llama de una vela no es la misma instante tras instante. El ser humano no es un ser individual
separado de sus semejantes. Al contrario, pertenece a un campo único de consciencia que se
vivencia desde la Unidad. Y este es un aspecto muy importante a tener en cuenta cuando se
permite la disolución del espacio que existe entre el experimentador y lo experimentado.
Supongamos que formulamos una pregunta y se nos responde. Entonces aceptamos la respuesta
o la rechazamos, siempre respondiendo según nuestro condicionamiento. Pero, si empezamos a
investigar la pregunta misma nos daremos cuenta de que la respuesta no se encuentra separada
de la pregunta, que la respuesta está en la misma pregunta. El perfume de la flor es la flor. La
propia flor es la esencia de ese perfume. Pero casi todos dependemos de otros para que nos
ayuden, nos estimulen y resuelvan nuestros problemas. Por esto, desde nuestra confusión
creamos autoridad, los gurús y los sacerdotes.
Las respuestas que alguien nos pueda ofrecer, si para nosotros no son hechos, se quedan en el
campo del pensamiento como conocimiento erudito, cerrado y concluso, se quedan en nuestra
mente como creencias e ideales. Por esto es imprescindible formular preguntas adecuadas y
resolverlas a lo largo de la propia vida. En la pregunta se encuentra la mente, en la respuesta la
eternidad. Las personas cargadas de conceptos se hunden por su peso en el infierno, pues l
apreciación verbal no es la verdadera comprensión. Existe una Comprensión -con mayúsculas- que
se debe vivenciar, y luego, cabe la posibilidad de expresarla con palabras. Pero, aquel que se llena
de un conocimiento simplemente erudito neciamente estrecha su consciencia.
La respuesta a la pregunta adecuada que uno formula es siempre una vivencia integral, completa,
total, que no sólo se encuentra en el campo de la mente, sino que abarca mucho más. Y es ahí
hacia donde nos deberá llevar las preguntas, a ese vivir de instante en instante, a ese estado de
unidad en el que no existen separados el experimentador y la experiencia, el pensador y el
pensamiento. Porque si, por ejemplo, me formulo una pregunta similar a las que expresamos a
continuación:
¿Es posible que la mente se de cuenta de su propio condicionamiento y, gracias a eso, se libere de
él?
¿Podemos darnos cuenta de nuestro condicionamiento y, por ello, acabar con él, e forma que nos
encontremos libres para descubrir qué es la Verdad?
¿Puede uno darse cuenta de su ambición y de los dictados del ego y, por ello, ser libre?
Las respuestas no pueden encontrarse ni contenerse en una declaración verbal, sino que
deberemos verla, escucharla y vivenciarla en la vida cotidiana, de instante en instante.
El sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto,
indudablemente, no ofrece la comprensión del sufrimiento. No es lo mejor establecer como fin
hacer desaparecer el sufrimiento, pues esto no es más que un movimiento más de nuestra propia
mente, siempre limitada y condicionada. Si desarrollamos la suficiente madurez como para
comprender el deseo de huir del sufrimiento comenzamos a comprender cuál es su contenido, qué
es lo que nos quiere enseñar. Es muy importante comprender este punto.
Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos,
podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no
estamos hablando de eso, hablamos del fin del dolor. El fin del dolor empieza cuando nos
enfrentamos a los hechos psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por
completo alertas, de instante en instante, a todas las implicaciones de esos hechos. Esto significa
no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión alguna al
respecto, sino vivir completamente con ese hecho. Pero la mayoría de nosotros no es consciente
de nada. No somos conscientes de nuestros amigos, de nuestra esposa, de nuestros hijos ni de los
continuos movimientos sutiles que se producen en nuestro interior.
Para comprender es necesario amar. Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos ser
conscientes de él. Si queremos comprender algo -a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación-,
si queremos comprender algo completamente, necesitamos estar muy cerca de ello. Es preciso
llegar a ello sin reparo alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, tenemos que mirarlo sin
condicionamientos. Debemos ser conscientes de la persona o de la situación, lo cual implica que
debemos amarla. De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos
ser conscientes de él. Pero no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante
explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de
verbalización. Así pues, las palabras y la mente me impiden ser conscientes del dolor y de todas
las cosas. Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor, y esto nos impide ser uno
con él. Vivir con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una
percepción alerta que impida a nuestra mente embotarse.
De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos acostumbramos a él. Y casi todos nos
acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos habituemos al sufrimiento. Éste es una
perturbación en diferentes niveles de la persona, en el físico y en los distintos niveles del
subconsciente. Es una forma aguda de perturbación que nos disgusta. Nuestro hijo ha muerto o se
ha marchado. Habíamos erigido en torno a él todas nuestras esperanzas; o en torno a nuestra hija,
o de nuestro esposo, o de lo que sea. Lo teníamos en un altar, junto a todas las cosas que
deseábamos que él fuera; o hemos tenido un compañero y de pronto se ha ido, ya conocemos
todo eso. A esta perturbación le llamamos sufrimiento.
En realidad nos menospreciamos pensando que no somos nada, que no tenemos valor, y creemos
que mediante las personas y las cosas somos “algo”. Por eso lloramos, porque cuando terminan
nos encontramos solos y abandonados, no lloramos porque se hayan ido.
Es muy difícil llegar a este punto de comprensión. Realmente es difícil reconocerlo y no decir
simplemente, "estoy solo ¿Cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de
huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él y ver su movimiento. Si dejamos que el
sufrimiento se manifieste y nos revele su significado, vemos que sufrimos porque estamos perdidos
y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos mirar. Se nos impone algo que nos
resistimos a ver y comprender.
Entonces ocurre en nosotros una transformación radical. Ya no existe el "yo sufro", porque no hay
ego que sufra, y el ego sufre porque nunca nos hemos parado a examinar lo que es el ego. Sólo
vivimos de palabra en palabra, de reacción en reacción. Jamás decimos "veamos qué es eso que
sufre". Y no lo podemos ver por que miramos con intereses y con disciplina.
Debemos mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor” y
“sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido. Si en nuestra relación con el
sentimiento de dolor no lo consideramos como "algo" aparte de nosotros, no hay problema. Pero
en el momento en que consideramos al dolor como "algo" separado de nosotros mismos, sí que
surge el problema. Mientras tratamos el sufrimiento como algo fuera de nosotros -sufrimos porque
hemos perdido a nuestro hermano, porque no tenemos dinero, por esto o por aquello-,
establecemos una relación con ese algo, y esa relación es ficticia. Pero si somos esa cosa, si
vemos completamente el hecho, entonces todo se transforma, todo tiene un significado diferente.
Entonces existe atención total, atención integrada, y aquello que se considera en su totalidad se
comprende y se disuelve. Y así no hay temor y, por lo tanto, la palabra "sufrimiento" resulta que no
existe.
Sólo si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el hecho de
nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por completo
diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es
comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
No es complicado permitir que el sufrimiento se disipe. Las ideas actúan como un escape; las ideas
que se han convertido en creencias impiden el vivir completo, la acción completa, el ver lo que es.
Son como el árbol que impide ver el bosque. Sólo se puede vivir de forma plena cuando existe un
conocimiento propio cada vez más amplio y profundo... más abierto.
Cultivamos la mente haciéndola cada vez más ingeniosa, cada vez más sutil, más astuta, menos
sincera y más tortuosa e incapaz de afrontar los hechos. Y cuando desde el centro -el ego- se mira
dentro del sufrimiento, lo que hay es sufrimiento, únicamente eso.
La incapacidad de observar es la que da origen al sufrimiento. Cuando se percibe desde el ego esa
observación que se obtiene es muy restringida, muy estrecha, muy trivial; y eso engendra
sufrimiento. Sabemos que el dolor está ahí; es un hecho, y no hay nada más que conocer. Todos
tenemos que vivir con el dolor. En uno mismo y en todas partes se ve sufrimiento, ignorancia y
desconcierto. Pero la solución a esta situación se encuentra en investigarnos a nosotros mismos y
a todo los que nos rodea, en ver la realidad de las cosas, en ser totalmente conscientes de ellas y
obrar adecuadamente.
***
El dolor físico tiene un significado, es producido por alguna razón, pero ahora nos referiremos al
sufrimiento psicológico.
¿Por qué deseamos descubrirlo, por qué queremos averiguar la razón por la que sufrimos?
Cuando nos hacemos la pregunta "¿por qué sufro?" y buscamos la causa del sufrimiento, ¿no
huimos del sufrimiento? ¿no lo evitamos? El hecho es que sufro; pero en el momento en que la
mente se ocupa del sufrimiento y digo ¿por qué?, ya he "aguado", disminuido, la intensidad del
sufrimiento.
Queremos que el sufrimiento se alivie, se aleje, se elimine mediante una explicación. Y esto,
indudablemente, no brinda la comprensión del sufrimiento. Si me libro, pues, de este deseo de huir
del sufrimiento, empiezo a comprender cuál es su contenido. Es muy importante comprender este
punto.
¿Qué es el sufrimiento?
El sufrimiento es una
perturbación en diferentes
niveles de la persona: en el
físico y en los distintos niveles
del subconsciente. Es una
forma aguda de perturbación
que nos disgusta. Mi hijo ha
muerto o se ha marchado.
Había erigido en torno a él
todas mis esperanzas; o en
torno a mi hija, o de mi
esposo, o de lo que sea. Lo
tenía en un altar, junto a
todas las cosas que deseaba
que él fuera; o lo he tenido
por compañero y de pronto se
ha ido, ya conocéis todo eso.
A esta perturbación le llamo
sufrimiento.
Al no gustarnos el sufrimiento decimos: "¿por qué sufro?", "lo amaba tanto", "él era esto" y "yo
tenía aquello"... tratamos de encontrar un escape en las palabras, en los títulos, en las creencias.
Todo ello opera en nosotros como un narcótico.
Sencillamente sucede que capto el sufrimiento, no como una cosa distinta de mí, no como un
observador que observa el sufrimiento, sino que éste forma parte de mí mismo, es decir, la
totalidad de mí mismo sufre. Entonces podemos seguir el movimiento del dolor, ver a dónde
conduce. Si capto de esta manera el dolor es seguro que nos revela su sentido, su razón, el por
qué aparece en nuestra vida.
Entonces veremos que hemos puesto énfasis en el "yo", no en la persona a quien amo y se ha
ido. Aquella persona, o aquella situación, servía para ocultarnos de nuestro propio sufrimiento,
para evitar ver lo que hay en realidad en nuestro interior: la soledad y el infortunio.
Como yo no soy "algo", esperaba que él lo fuese. Aquello ya terminó; estoy abandonado, perdido,
solo. Sin él o ella, o aquel estado, nada soy. Por eso lloro. No es que se haya ido; es que estoy
abandonado, es que estoy sólo.
Es muy difícil llegar a este punto ¿verdad? Realmente es difícil reconocerlo, y no decir
simplemente, "estoy solo ¿cómo podré librarme de esta la soledad?", lo cual es otra forma de
huida, sino ser consciente de este vacío, mantenerse en él, ver su movimiento.
Así, gradualmente, si dejamos que el sufrimiento se manifieste y revele su significado, vemos que
sufrimos porque estamos perdidos y que se nos exige prestar atención a algo que no queremos
mirar. Se nos impone algo que nos resistimos a ver y comprender.
Por otro lado vemos que existen innumerables personas y situaciones para ayudarnos a huir, y
evadirnos; miles de personas llamadas "religiosas", con sus creencias y sus dogmas, con sus
esperanzas y fantasías. "Es la voluntad de Dios" "es el Karma"; todos nos brindan una salida, bien
lo sabemos.
Lo único que existe, entonces, es el sentimiento de intenso dolor. Y nuestra mente existe en
silencio.
El dolor existe respecto a una imagen, a una experiencia, a algo que poseemos o no poseemos.
De modo que el dolor está en relación con algo.
Es decir, cuando hay sufrimiento, éste tan sólo existe en relación con algo. No puede existir por sí
solo, así como el temor tampoco puede existir por sí solo, sino en relación con algo: un individuo,
un incidente, un sentimiento...
Ahora ya nos podemos dar plena cuenta de cómo opera el sufrimiento en nuestra vida.
¿Es ese sufrimiento distinto de nosotros, y por lo tanto somos simplemente el observador
que capta el sufrimiento, o nosotros mismos somos ese sufrimiento?
Debemos mirar mirar con espontánea comprensión. Entonces veremos lo que llamamos "dolor y
sufrimiento", veremos que lo que queremos evitar se ha desvanecido.
Si en mi relación con el sentimiento de dolor no lo considero como "algo" aparte de mí, no hay
problema. Pero en el momento en que considero al dolor como "algo" separado de mí, sí que hay
problema. Mientras trato el sufrimiento como algo fuera de mí (sufro porque he perdido a mi
hermano, porque no tengo dinero, por esto o por aquello), establezco una relación con ese algo, y
esa relación es ficticia. Pero si soy esa cosa, si veo completamente el hecho, entonces todo se
transforma, todo tiene un significado diferente. Entonces existe atención total, atención integrada; y
aquello que se considera en su totalidad se comprende, y se disuelve, y así no hay temor, y, por lo
tanto, la palabra "sufrimiento" resulta inexistente.
***
Todos experimentamos dolor. Si queremos podemos analizarlo y explicar por qué sufrimos,
podemos leer libros sobre el tema o ir a la iglesia, y pronto sabremos algo acerca del dolor. Pero no
estamos hablando de eso: hablamos del fin del dolor.
El conocimiento no pone fin al dolor. El fin del dolor empieza cuando nos enfrentamos a los hechos
psicológicos que tienen lugar dentro de nosotros, y estamos por completo alertas, de instante en
instante, a todas las implicaciones de esos hechos.
Esto significa no escapar jamás del hecho de que uno sufre, no racionalizarlo ni ofrecer opinión
alguna al respecto, sino vivir completamente con ese hecho.
La mayoría de nosotros no está en comunión con nada. No estamos en comunión directa con
nuestros amigos, con nuestra esposa, con nuestros hijos.
Para comprender el dolor debemos amarlo, debemos estar en comunión directa con él. Si
queremos comprender algo (a nuestro vecino, esposa, o a cualquier relación), si queremos
comprender algo completamente, debemos estar cerca de ello. Debemos llegar a ello sin reparo
alguno, sin prejuicio, condena o repulsión, debemos mirarlo sin condicionamientos. Debemos estar
en comunión con la persona o situación, lo cual implica que debemos amarla.
De igual manera, si queremos comprender el dolor, debemos amarlo, debemos estar en comunión
con él. Pero normalmente no podemos hacerlo porque escapamos del sufrimiento mediante
explicaciones, teorías, esperanzas y postergaciones, todo lo cual constituye un proceso de
verbalización.
Así pues, las palabras y la mente me impiden estar en comunión con el dolor y con todas las
cosas.
Por otra parte ocurre que nos habituamos a vivir con el dolor y esto nos impide ser uno con él. Vivir
con algo o con alguien y no habituarse a ello requiere una energía enorme, una percepción alerta
que impida a nuestra mente embotarse. De igual manera, el sufrimiento embota la mente si nos
acostumbramos a él. Y casi todos nos acostumbramos a él. Pero no es necesario que nos
habituemos al sufrimiento.
Únicamente si no establecemos relaciones ficticias con el dolor, si somos el dolor, si vemos el
hecho de nuestro sufrimiento, entonces todo el tema se transforma, adquiere un significado por
completo diferente. Entonces hay atención plena, y aquello que es observado en su totalidad, es
comprendido y disuelto; por lo tanto la palabra dolor no existe.
El problema no es cómo acabar con el sufrimiento, con el dolor psicológico. Sabemos que no
debemos ser codiciosos, ambiciosos, tener creencias, que tenemos que liberar a la mente de todo
deseo de seguridad, vivir en una completa incertidumbre, etc. Pero éstas son sólo simples
palabras. El problema es vivenciar directamente el estado de completa incertidumbre, estar libre de
todo sentimiento de seguridad, y eso es únicamente posible si comprendemos el proceso total de
nuestro propio pensar, si podemos escuchar y ver con todo el ser, estar atentos por completo sin
resistencia alguna.
Para poner fin al sufrimiento, al dolor, debemos comprender las modalidades de la mente, del
deseo, de la voluntad, de la opción, de la ambición, investigar eso por completo, escuchar y ver
para dar con esa verdad.
Mientras haya un punto en la mente que se mueva hacia otro punto, o sea, en tanto que la mente
esté buscando seguridad en cualquier forma, jamás estará libre del sufrimiento.
La seguridad es dependencia, y una mente que depende no conoce el amor. Ver, observar,
escuchar con todo nuestro ser, mirar simplemente el hecho, sin examinar ni juzgar, sin interpretar,
sin distorsión alguna, tal como nos miramos en un espejo, dejando que la verdad del hecho opere,
esto es el fin del sufrimiento, sólo así se puede ver a la mente cómo se libera del dolor. Esto es
conocimiento propio, que trae consigo el fin del dolor.
Todo cuanto queremos saber es cómo terminar con el dolor, queremos una fórmula preconcebida
mediante la cual acabar con él. Pero esto sólo implica que somos perezosos, que no existe esa
energía extraordinaria que se requiere para buscar con todo el ser la comprensión del “yo”. Pero
sólo cuando comprendemos el “yo”, como es de hecho en cada uno de nosotros y en relación con
las personas, las ideas y las cosas, sólo entonces hay una terminación para el dolor.
El miedo.
El miedo es una emoción dolorosa, excitada por la proximidad de un peligro, real o imaginario, y
que está acompañada por un vivo deseo de evitarlo y de escapar de la amenaza.
Es un instinto común a todos los seres humano del que nadie está completamente libre. Nuestras
actitudes ante la vida están condicionadas en gran medida por esos temores que brotan de nuestro
interior, en grados tan diversos que van desde la simple timidez hasta el pánico desatado, pasando
por la alarma, el miedo y el terror.
A los seres humanos se nos lastima desde la infancia. Todos hemos padecido la presión, con su
sentido de la recompensa y el castigo. Se nos dice algo que nos causa enojo y nos lastima. Se nos
hiere desde la infancia y por el resto de nuestra existencia cargamos con esa herida, temerosos de
que se nos vuelva a lastimar o tratando de que no se nos lastime, viviendo una forma de
resistencia. Nos damos cuenta, pues, de estas heridas y que por ellas creamos una barrera
alrededor de nosotros, la barrera del miedo.
En casi todas nuestras motivaciones subyace algún tipo de temor que frena y condiciona nuestros
actos. Este hecho ha sido largamente conocido y aprovechado, a través de los tiempos, por
algunas personas para ejercer dominio sobre otras. Las doctrinas religiosas, con diablos de fuego y
azufre para castigar a los malos, constituyen algunos ejemplos de una variada gama de "abusos
del terror" que ha ido transformándose hasta adquirir formas más suaves en nuestros días.
Los seres humanos hemos tolerado el miedo durante miles de años como una forma esencial de
ejercer la autoridad. Y nosotros toleramos el miedo, tal como lo han hecho nuestros padres,
nuestros abuelos y toda la raza en la que hemos nacido. Todas las sectas, los dioses y los rituales
se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado extraordinario.
Algunos de estos temores antinaturales se denominan fobias. Quienes los padecen no se ven
amenazados por ninguna causa objetiva ni próxima y, sin embargo, son incapaces de liberarse de
sus sentimientos negativos. Los hay que temen a las ratas, a la oscuridad o a las tormentas.
Algunos tienen miedo a la soledad, otros a las grandes muchedumbres y muchos se espantan
cuando penetran en espacios cerrados, como túneles, ascensores, etc. En estos casos el temor es
para la mente lo que la parálisis para el cuerpo. Es el principio de todos los males, pues a un
cobarde los temores le exponen a todo tipo de peligros. Cuando el miedo es constante perdemos
la confianza en nosotros mismos y en nuestra propia capacidad, nos sentimos incompetentes y
abocados al fracaso. Además, los temores imaginarios causan enfermedades, consumen la
energía del cuerpo y producen desasosiego y pérdida de vitalidad.
El miedo toma diferentes formas, miedo a no ser recompensados, miedo de fracasar, miedo de la
propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a cierto punto y no
ser capaces de lograrlo, miedo a la oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la
sociedad, miedo de morir, etc. Pero no estamos hablando de los diferentes aspectos que toma el
miedo. El miedo es como un árbol que tiene muchas ramas, y aquí nos referimos a de la raíz
misma de ese árbol, no de nuestra forma particular de miedo.
Es muy normal creer que un cierto grado de temor nos ayuda a progresar y que es un estímulo
para el cumplimiento de nuestro deber. Pero esto no es cierto, el temor no es bueno ni saludable.
No es lo más adecuado justificar el miedo, pues éste únicamente nos coacciona. Desde el miedo
no puede surgir ni el conocimiento ni la sabiduría. El miedo nos aparta de la realidad y nos hace
entrar en un mundo subjetivo, paralizante y desbordante. El problema de la humanidad reside en
que los seres humanos tememos. Tenemos miedo porque nos aferramos a cosas y a personas
que, por sí mismas, no se pueden “poseer”. Tememos por nuestro buen nombre y posición, por
nuestra familia y posesiones. A medida que adquirimos bienes, fama y poder, adquirimos también
el temor a perderlos y la constante preocupación de velar por su salvaguardia. Nos convertimos
siempre en víctimas de nuestra propia ansia y ambición. Quien posee teme, y éste es un defecto
común, en distintos grados, de casi toda la humanidad.
Para que se disipe el temor es preciso ser conscientes de él. Nuestra conducta suele estar siempre
inspirada en la ignorancia y en el temor, y mientras nos hallemos en la oscuridad de la
inconsciencia el temor permanecerá donde está. Pero una persona inteligente se encuentra libre
de todo temor, y todos podemos serlo. Si podemos descubrir la causa fundamental de nuestro
miedo entonces podemos hacer algo al respecto y cambiar la causa. Y si descubrimos cuál es su
causa, la raíz, y la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado automáticamente con
ella. Si vemos el proceso que da origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa
percepción misma pone fin a la causa.
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si estamos alertas a él veremos que es una
conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. Es
una conmoción, puede ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas
expresiones, distintas modalidades. Para comprender la raíz del miedo tenemos que comprender
el tiempo, el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como mañana. Recordamos algo
que hemos hecho, y el recuerdo de eso hace que nos avergoncemos, que nos sintamos nerviosos,
aprensivos o temerosos, todo lo cual prosigue hacia el futuro. Y todo este proceso es tiempo.
El tiempo para casi todos es el tiempo del reloj, el tiempo de la salida y la puesta del Sol que ocurre
todos los días. Es el tiempo para aprender un arte, un idioma, para escribir una carta, para llegar a
algún sitio desde donde está tu casa. Todo eso es tiempo como distancia, como espacio, Tenemos
que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el tiempo puede ser
también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello se llama
evolución. La evolución implica el desarrollo de un vegetal desde la semilla al árbol. Pero también
significa: "Soy ignorante, pero aprenderé; no sé, pero sabré; denme tiempo para librarme de la
violencia." "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de la
violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo es tiempo el ir al trabajo de ocho a seis, sino
que también necesitamos tiempo para llegar a ser alguna cosa. Necesitamos comprender el
tiempo, con todo su movimiento, pues vivimos en él, tanto psicológicamente como biológicamente.
Todos hemos hecho cosas que no queremos que se sepan, porque si así fuera nuestra reputación
se vería mermada. Son recuerdos, pensamientos, que reclaman que nos protejamos. Así que el
tiempo y el pensamiento van juntos, no hay entre ellos división alguna. Si no tenemos esto bien
claro nos confundiremos en la vida. El proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo es el
binomio tiempo/pensamiento.
El pasado, con todas las cosas que hemos hecho, y el pensamiento, dándoles el valor de
agradables o desagradables, son las raíces del miedo. Este es un hecho obvio, verbalmente es un
hecho simple, pero para verlo en toda su profundidad, para ir más allá de las palabras, es preciso
que nos preguntemos si podemos detener el pensamiento. Si el pensamiento crea el miedo,
detener el pensar disuelve el miedo.
Cualquier pensamiento que tenga el propósito que seamos otra cosa que lo que somos sigue
siendo pensamiento. Somos codiciosos, pero "no debemos" ser codiciosos; eso sigue siendo
pensar. El pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia, de modo que la cuestión que
planteamos es muy seria. El pensar ha creado todos los objetos, también todas esas cosas que se
encuentran en los lugares donde se reúnen las personas llamadas “religiosas”. Vemos lo que el
pensamiento ha hecho, ha inventado las cosas más extraordinarias, los ordenadores, los buques
de guerra, los misiles, la bomba de hidrógeno, la cirugía, la medicina, y también vemos las cosas
que nos ha permitido hacer, como ir a la Luna, etc. Pero el pensamiento es la raíz misma del
miedo.
Es preciso que veamos todo esto y no pensar en cómo terminar con el pensamiento. Tenemos que
ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no utilizar las palabras,
sino ver el hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de nosotros mismos y
actuamos instantáneamente. Necesitamos ver tan claramente como vemos las cosas que nos
rodean que el pensamiento es el factor causante del miedo. Si vemos por nosotros mismos que el
pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita deliberación ni decisión.
Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa, y en el instante mismo en que lo
percibimos actuamos, no necesitamos perder el tiempo en pensamientos.
Debemos ver que el tiempo y el pensamiento son las fuentes del miedo. Tenemos que ver las
cosas, ver la realidad, lo que es, y no sólo memorizar o pensar al respecto. Es necesario que
pongamos todo nuestro ser en descubrir la relación que tenemos con el mundo, y comprobar en
esta relación con él que no nos hallamos separados del resto del mundo, sino que somos el resto
del mundo.
Es preciso comprender que nuestra mente y nuestra consciencia son la consciencia y la mente de
la humanidad. Dondequiera que uno vaya el ser humano está sufriendo, ansioso, inseguro,
solitario, desesperado en su soledad, agobiado por el dolor. De modo que nuestra consciencia,
nuestro ser, es toda la humanidad. Psicológicamente cada uno es la humanidad, no está separado
del resto de los seres humanos. La idea de que uno es un individuo con una mente especialmente
suya es un absurdo, porque el cerebro ha evolucionado través del tiempo. Es el cerebro de la
humanidad, y ese cerebro forma parte de la humanidad, genéticamente, etc. Por lo tanto uno es el
mundo y el mundo es uno mismo. No se trata de una idea, de un concepto o de un desatino
utópico; es un hecho. Y esa mente humana se halla por completo confusa, con miedo y sufriendo.
Esto es así, pero en general somos muy reacios a aceptar un hecho tan simple. Ocurre que
estamos muy acostumbrados al individualismo, yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la
consciencia de cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven
en esta Tierra maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la
persuasión, la presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por
nosotros mismos.
Entonces, cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad, debe
mirar un hecho muy simple, observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que dan
origen al miedo. Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no
dependemos de nadie. Si lo vemos muy claramente entraremos en una dimensión espiritual de la
que surgirá la libertad.
*******
Se nos lastima desde la infancia. Está siempre la presión, siempre el sentido de la recompensa y el
castigo. Usted me dice algo que me causa enojo y me lastima, ¿correcto? Hemos comprendido,
pues, un hecho muy simple: que se nos lastima desde la infancia y que, por el resto de nuestra
existencia, cargamos con esa herida, temerosos de que se nos vuelva a lastimar o tratando de que
no se nos lastime, lo cual es otra forma de resistencia. ¿Nos damos cuenta, pues, de estas heridas
y de que, debido a ellas, creamos una barrera alrededor de nosotros, la barrera del miedo?
¿Podemos investigar esta cuestión del miedo? ¿Lo haremos? No para satisfacción mía, porque es
de ustedes de quien estoy hablando. ¿Podemos penetrar en ello muy, muy profundamente y ver
por qué los seres humanos, que son la inmensa mayoría, han tolerado el miedo durante miles de
años? Vemos las consecuencias del miedo, miedo de no ser recompensados, miedo de fracasar,
miedo de la propia debilidad, miedo del sentimiento que genera en nosotros tener que llegar a
cierto punto y no ser capaces de lograrlo.
¿Tienen interés en investigar este problema? Eso significa investigarlo completamente hasta el fin,
no limitarse a decir: "Lo siento, eso es demasiado difícil." Nada es demasiado difícil si uno quiere
hacerlo. La palabra difícil nos impide una acción ulterior. Pero si pueden desechar esa palabra,
entonces podremos investigar este sumamente complejo problema.
Ante todo, ¿por qué toleramos el miedo? Si tenemos un automóvil que anda mal, acudimos, si es
posible, al garaje más cercano; allí arreglan la maquinaria y proseguimos la marcha. ¿Es que no
hay nadie a quien podamos acudir para que nos ayude a no tener miedo? ¿Comprenden la
pregunta? ¿Necesitamos la ayuda de alguien para librarnos del miedo? ¿La ayuda de psicólogos,
psicoterapeutas, psiquiatras, o la del sacerdote, del guru que dice: "Entrégame todo, incluso tu
dinero, y entonces estarás perfectamente bien"? Esto es lo que hacemos.
¿Desean ustedes ayuda para liberarse del miedo? Si desean ayuda, entonces son los
responsables de establecer una autoridad, un líder, un sacerdote. Por lo tanto, antes de que
investiguemos esta cuestión del miedo, deben ustedes preguntarse si desean ayuda. Por
supuesto, si padecen de algo, un fuerte dolor de cabeza o de alguna enfermedad, acuden a un
médico. Él conoce mucho más sobre nuestra naturaleza orgánica, y les dirá lo que deben hacer.
No nos referimos a esa clase de ayuda. Nos preguntamos si necesitan ustedes ayuda, alguien que
los instruya, que los guíe y les diga: "Haz esto, haz aquello día tras día, y estarás libre del miedo."
Quien les habla no les está ayudando. Eso es seguro, porque ustedes tienen docenas de
ayudadores, desde los grandes líderes religiosos -¡no lo permita Dios!- hasta el más reciente y
modesto psicólogo a la vuelta de la esquina.
Que quede, pues, bien claro entre nosotros que quien les habla no desea ayudarles
psicológicamente de ninguna manera. ¿Aceptarían buenamente eso? Sean honestos, ¿lo
aceptarían? No digan que sí, es algo muy difícil. En toda su vida han buscado ayuda en distintas
direcciones, aunque algunos digan: "No, yo no deseo ayuda." Ustedes piden ayuda sólo cuando
están confundidos, cuando no saben qué hacer, cuando se siente inseguros. Pero cuando
observan, cuando perciben no sólo externamente sino mucho más en lo interno, cuando ven las
cosas con gran, gran claridad, no necesitan ninguna ayuda; eso está ahí. Y de ahí surge la acción.
¿Estamos juntos en esto? Repitámoslo, si no les importa. Quien les habla no les dice cómo
hacerlo. No pregunten nunca cómo, porque entonces siempre habrá alguien que les tirará una
cuerda. Uno no está ayudándoles de ninguna manera, sino que juntos recorreremos la misma
senda, tal vez no a la misma velocidad. Regulen su propia velocidad y caminaremos juntos.
¿Cuál es la causa del miedo? Vayamos despacio. La causa. Si uno puede descubrir la causa,
entonces puede hacer algo al respecto, puede cambiar la causa, ¿no es cierto?
Vamos, pues, a examinar juntos el miedo y a descubrir cuál es su causa, su raíz fundamental. Y si
la descubrimos por nosotros mismos, habremos terminado con ella. Si vemos el proceso que da
origen al miedo, o vemos sus múltiples causas, entonces, esa percepción misma pone fin a la
causa. ¿Están escuchándome, escuchando a quien les habla, para dilucidar la causa? ¿O jamás
se han formulado siquiera una pregunta semejante? Yo he tolerado el miedo, tal como lo ha hecho
mi padre, mi abuelo, toda la raza en que he nacido, toda la comunidad; la estructura completa de
los dioses y los rituales se basan en el miedo y en el deseo de alcanzar algún estado
extraordinario.
Así que investiguemos esto. No estamos hablando de las diversas formas del miedo: miedo a la
oscuridad, miedo a la propia esposa o al marido, miedo a la sociedad, miedo de morir, etc. El
miedo es como un árbol que tiene muchas, muchas ramas, muchas flores, muchos frutos, pero
nosotros estamos hablando acerca de la raíz misma de ese árbol -la raíz, no nuestra forma
particular de temor-. Uno puede rastrear su forma particular de temor hasta la raíz misma.
Preguntamos, pues: ¿Nos interesan nuestros miedos particulares o estamos interesados en la
totalidad del miedo? ¿Nos interesa el árbol completo, no sólo una de sus ramas? Porque, a menos
que comprendamos cómo vive el árbol, el agua que requiere, la profundidad del suelo y demás, el
mero podar las ramas nada logrará; debemos llegar hasta la propia raíz del miedo.
¿Cuál es, entonces, la raíz del miedo? No esperen que yo responda a eso. No soy el líder de
ustedes, no soy su ayudador, su guru, ¡gracias a Dios! Estamos juntos, como dos hermanos y
quien les habla quiere decir exactamente eso, no son meras palabras. Como dos buenos amigos
que se han conocido el una al otro desde el principio del tiempo y que caminan juntos por el mismo
sendero, al mismo paso y mirando todo lo que existe alrededor de ellos y dentro de ellos, así,
juntos, investigaremos esto. De lo contrario, todo se vuelve tan sólo palabras y, al final, ustedes
dirán: "Realmente, ¿qué he de hacer con mi miedo?"
El miedo es muy complejo. Es una reacción tremenda. Si están alerta a él, verán que es una
conmoción, no sólo biológica, orgánica, sino que es también una conmoción para el cerebro. El
cerebro tiene la capacidad, como uno lo descubre -no por lo que dicen otros-, de permanecer sano
a pesar de una conmoción. No lo sé todo al respecto, pero la conmoción misma invita a su propia
protección. Si lo investigan en sí mismos, lo verán. El miedo es, entonces, una conmoción; puede
ser momentánea o continuar en diferentes formas, con distintas expresiones, distintas
modalidades. Vamos, pues, a llegar a la mismísima raíz del miedo. Par comprender esta raíz
tenemos que comprender el tiempo; el tiempo como ayer, el tiempo como hoy y el tiempo como
mañana. Recuerdo algo que he hecho, y el recuerdo de eso hace que me avergüence, que me
sienta nervioso, aprensivo o temeroso, todo lo cual prosigue hacia el futuro. He estado furioso,
celoso, envidioso -eso es el pasado-. Sigo siendo envidioso, con ligeras modificaciones; soy
bastante generoso respecto de las cosas, pero la envidia continúa. Todo este proceso es tiempo,
¿verdad?
¿Qué consideran ustedes que es el tiempo? ¿El tiempo del reloj, la salida y puesta del Sol, la
estrella vespertina, la Luna nueva con la Luna llena que aparece dos semanas después? ¿Qué es
el tiempo para ustedes? ¿Tiempo para aprender un arte? ¿Tiempo para aprender un idioma, para
escribir una carta, para llegar desde donde estén a sus casas? Todo eso es tiempo como distancia,
¿correcto? Tengo que ir desde aquí hasta allá. Ésa es una distancia que el tiempo cubre. Pero el
tiempo es también interno, psicológico: soy esto, debo llegar a ser aquello. El llegar a ser aquello
se llama evolución. La evolución implica desde la semilla al árbol. Y también significa: "Soy
ignorante, pero aprenderé. No sé, pero sabré. Denme tiempo para librarme de la violencia." ¿Están
siguiendo todo esto? "Denme tiempo." Denme unos cuantos días, un mes, un año, y me libraré de
la violencia. Vivimos, pues, a base de tiempo; no sólo el ir a la oficina todos los días de nueve a
seis. ¡Dios no lo permita!, sino también tiempo para llegar a ser alguna cosa. ¿Comprenden todo
esto? ¿Sí? ¿Comprenden el tiempo, el movimiento del tiempo? Yo he tenido miedo de usted; ese
miedo sigue estando allí y yo tendré miedo de usted mañana. Espero que no, pero si no hago algo
muy drástico al respecto, mañana tendré miedo de usted. Así que vivimos a base de tiempo. Por
favor, seamos claros en esto. Vivimos a base de tiempo. O sea: estoy vivo, moriré. Pospondré la
muerte tanto como me sea posible; estoy vivo y voy a hacerlo todo para evitar la muerte, aunque
ésta sea inevitable. De modo que, tanto psicológicamente como biológicamente, vivimos a base de
tiempo.
¿Es el tiempo un factor del miedo? Por favor, investiguen. El tiempo: he dicho una mentira y no
quiero que el otro lo sepa; pero el otro es muy sagaz, me mira y dice: "Me has mentido." "¡No!, no
he mentido." (Me protejo instantáneamente porque temo que el otro descubra que soy un
mentiroso.) Tengo miedo por algo que he hecho y que no quiero que el otro conozca. ¿Qué implica
eso? Pensamiento, ¿no es así? He hecho algo que recuerdo, y ese recuerdo dice: "Ten cuidado,
no dejes que él descubra que has mentido, porque tienes una buena reputación de hombre
honesto, así que debes protegerte." De modo que el pensar y el tiempo están juntos, no hay entre
ellos división alguna. Tenga esto en claro, de lo contrario, después van a confundirse bastante. El
proceso que da origen al miedo, la raíz del miedo, es tiempo/pensamiento.
¿Está claro para nosotros que el tiempo -es decir, el pasado con todas las cosas que uno ha
hecho- y el pensamiento -agradable o desagradable, especialmente si es desagradable- son la raíz
del miedo? Éste es un hecho obvio; verbalmente, es un hecho simple. Pero para ir más allá de la
palabra y ver la verdad de esto, uno deberá inevitablemente preguntarse: ¿Cómo puede detenerse
el pensamiento? Es una pregunta natural, ¿no? Si el pensamiento crea miedo, lo cual es tan obvio,
entonces, ¿cómo he de detener el pensar? "¡Por favor!, ayúdeme a detener mi pensar". Yo sería
un asno si pidiera una cosa semejante, pero pregunto: ¿Cómo he de detener el pensar? ¿Es eso
posible? Prosigan, señores, investiguen, no dejen que sea yo el que prosiga. El pensar... Vivimos a
base del pensar. Todo lo que hacemos, lo hacemos basados en el pensamiento.
¿Es, entonces, posible detener el pensar? ¿Es posible no parlotear todo el día, dar un descanso al
cerebro, aunque éste tenga su propio ritmo -la sangre que asciende hacia él-, su propia actividad?
Su actividad, no la que impone el pensamiento, ¿comprenden?
¿Puede, quien les habla, señalar que ésa es una pregunta equivocada? ¿Quién es el que detiene
el pensar? Sigue siendo el pensamiento, ¿no es así? Cuando yo digo: "Si sólo pudiera dejar de
pensar, no tendría miedo", ¿quién es el que desea detener el pensamiento? Sigue siendo el
pensamiento, ¿no es así?, el pensamiento que desea algo más.
Entonces, ¿qué harán? Cualquier movimiento del pensar con el fin de ser otra cosa que lo que es,
sigue siendo pensamiento. Soy codicioso, pero "no debo" ser codicioso; eso sigue siendo el
pensar. El pensar a creado todos los objetos, todas esas cosas que tienen lugar en las iglesias.
Por lo visto, el pensamiento es la raíz misma de nuestra existencia. De modo que la cuestión que
planteamos es muy seria. Vemos lo que el pensamiento ha hecho: ha inventado las cosas más
extraordinarias, la computadora, los buques de guerra, los mísiles, la bomba de hidrógeno, la
cirugía, la medicina, y también las cosas que le han permitido hacer al hombre, como ir a la Luna,
etcétera. Y el pensamiento es la raíz misma del miedo. ¿Vemos eso? No cómo terminar con el
pensamiento, sino ver realmente que el pensar es la raíz del miedo, el cual es tiempo. Ver, no las
palabras, sino ver, de hecho. Cuando tenemos un dolor severo, el dolor no es diferente de uno
mismo y uno actúa instantáneamente, ¿verdad? Entonces, ¿ven ustedes tan claramente como ven
el reloj, como ven la pantalla de su monitor, ven de ese modo que el pensamiento es el factor
causante del miedo? No pregunten: "¿Cómo he de verlo?" Tan pronto preguntan "cómo", aparece
alguien que está dispuesto a ayudarles; entonces ustedes se convierten en su esclavo. Pero si ven
por sí mismos que el pensamiento y el tiempo son, realmente, la raíz del miedo, ello no necesita
deliberación ni decisión. Un escorpión es venenoso, una serpiente es venenosa; en el instante
mismo de percibirlos, uno actúa.
Nos preguntamos, entonces: ¿Por qué no vemos? ¿Por qué no vemos que una de las causas de la
guerra son las nacionalidades? ¿Por qué no vemos que uno puede llamarse musulmán y otro
cristiano? ¿Por qué peleamos por nombres, por propaganda? ¿Vemos eso, o sólo memorizamos o
pensamos al respecto? Comprendan, señores, que la conciencia de ustedes es la del resto de la
humanidad. La humanidad, igual que ustedes y otros, pasa por toda clase de dificultades,
experimenta pena, afán, ansiedad, soledad, depresión, dolor, placer... todos y cada uno de los
seres humanos en el mundo pasan por esto. De modo que nuestra conciencia, nuestro ser, es toda
la humanidad. Es así. ¡Cuán renuentes somos a aceptar un hecho tan simple! Es que estamos muy
acostumbrados al individualismo: yo y lo mío antes que nada. Pero si vemos que la conciencia de
cada uno de nosotros es compartida por todos los demás seres humanos que viven en esta Tierra
maravillosa, entonces cambia toda nuestra manera de vivir. Los argumentos, la persuasión, la
presión, la propaganda son terriblemente inútiles, porque tenemos que ver esto por nosotros
mismos.
Entonces, ¿puede cada uno de nosotros, que es el resto de la humanidad, que es la humanidad,
mirar un hecho muy simple? ¿Observar, ver, que el pensamiento y el tiempo son los factores que
dan origen al miedo? Entonces, la percepción misma es la acción. Y, a partir de ahí, uno ya no
depende de nadie. Véanlo muy claramente. Entonces uno es un ser humano libre.
El pensamiento.
¿Por qué buscamos algo que nos haga felices?, ¿Por qué buscamos la verdad?
Para la mayoría de nosotros el buscar algo es un modo de eludir lo existente. Debemos pues,
aclarar muy bien para nosotros mismos, si esta búsqueda de la verdad, o de Dios, es una
escapatoria o si es la búsqueda de la verdad en todo: en nuestras relaciones, en el valor de las
cosas, en las ideas. Si sólo buscamos a Dios porque estamos cansados de este mundo y de sus
miserias, se trata de una escapatoria. Entonces creamos un dios, que por lo tanto no es Dios,
evidentemente. Es una maravillosa evasión. Pero si tratamos de encontrar la verdad, no en una
serie exclusiva de acciones sino en todas nuestras acciones, ideas y relaciones, si buscamos la
verdadera valoración del alimento, el vestido y del albergue, entonces, la encontraremos. Entonces
no será una evasión. Pero si estamos confusos con respecto a las cosas de este mundo –alimento,
vestido, vivienda, relaciones e ideas- ¿cómo podremos encontrar la realidad? Sólo podremos
inventar una "realidad". Dios, la verdad o la realidad, no pueden ser conocidos por una mente que
e halla confusa, condicionada, limitada.
¿Cómo puede pensar en la realidad, Dios, o lo que sea una mente condicionada?
La mente primero tiene que "descondicionarse". Tiene que liberarse de sus propias limitaciones, de
su condicionamiento.
Para comprender, pues, aquello que es lo más elevado, lo supremo, lo real, debemos empezar
muy bajo, muy cerca; es decir, tenemos que descubrir el valor de las cosas, de las relaciones y de
las ideas con las cuales nos ocupamos a diario.
Puedes inventar una "realidad", puedes copiar, puedes imitar y como has leído tantos libros,
puedes repetir la experiencia de los demás. Pero eso, por cierto, no es lo real. Para experimentar
lo real, la mente debe dejar de crear; porque cualquier cosa creada por ella sigue dentro del
cautiverio del tiempo y del pensamiento. El problema no consiste en saber si hay o no Dios, sino en
cómo podrá el ser humano descubrir a Dios, y si el ser humano en su búsqueda se desprende de
todo, inevitablemente encontrará esa realidad. Pero tiene que empezar con lo que está cerca, no
por lo que está lejos. Es obvio que para ir lejos hay que empezar cerca. Pero la mayoría de
nosotros desea especular, lo cual es una escapatoria muy cómoda. Por eso, las religiones ofrecen
tan maravilloso narcótico a la mayoría de la gente. De suerte que la tarea de desenredar la mente
de todos los valores que ha creado, es en extremo ardua. Y como nuestra mente está fatigada, o
somos perezosos, preferimos leer libros de filosofía o religión y especular acerca de la Vida y de
Dios; pero eso, a buen seguro, no es el descubrimiento de la realidad. Realizar, realizarse como
persona es "vivenciar", no imitar.
La memoria es la experiencia, el
almacenamiento de la experiencia de ayer, ya
sea colectiva o individual. La experiencia de
ayer es recuerdo. La respuesta de la memoria
a un estímulo se llama pensar.
La resistencia al pensamiento, reprimir todo pensar, sigue siendo una forma del pensamiento; por
lo tanto, el pensador continúa, y así jamás podrá hallar la verdad. ¿Qué ha de hacer pues? Esto es
muy serio y requiere sostenida atención. Si el pensador hace un esfuerzo para comprender la
realidad, sigue manteniendo el proceso del pensamiento.
Todo lo que puede hacer una persona es darse cuenta de que cualquier esfuerzo positivo o
negativo de su parte es perjudicial. Tiene que ver la verdad al respecto, y no simplemente
comprenderla verbalmente. Debe ver que no puede actuar, porque cualquier acción de su parte
mantiene al actor, lo alimenta. Todo esfuerzo de su parte vigoriza al "yo", al actor, al
experimentador. Todo lo que él puede hacer, pues, es no hacer nada. Hasta el deseo, positivo o
negativo, sigue siendo parte del pensar. El ser humano debe ver que cualquier esfuerzo que haga
es perjudicial para el descubrimiento de la verdad. Este es el primer requerimiento.
Si yo quiero comprender, tengo que estar completamente libre de prejuicio y no puedo hallarme en
ese estado cuando hago un esfuerzo, positivo o negativo. Ello es arduo en extremo. Requiere un
sentido de pasiva y atenta percepción, en la que no se realiza esfuerzo alguno. Sólo entonces
puede surgir la libertad.
La mente sólo puede moverse en el campo de lo conocido y mientras ella se mueva dentro de ese
ámbito, jamás podrá conocer lo desconocido. La realidad es lo desconocido, aquello que es lo
conocido no es lo real. Para librarnos de lo conocido, cualquier esfuerzo es perjudicial, porque el
esfuerzo sigue perteneciendo a lo conocido. Así que nuestro problema consiste en liberar a la
mente de lo conocido. Todo esfuerzo, pues, debe cesar. ¿Alguna vez has procurado no esforzarte?
Si yo comprendo que todo esfuerzo es inútil, que todo esfuerzo es una nueva proyección de la
mente, del "yo", del pensador, si percibo la verdad a ese respecto, ¿qué ocurre? Si yo veo bien
claramente el rótulo "VENENO" en una botella, no la toco. No hace falta esfuerzo alguno para no
ser atraído por ella. De un modo análogo – y en este estriba la dificultad mayor- si me doy cuenta
de que todo esfuerzo por mi parte es perjudicial, estoy libre de esfuerzo. Todo esfuerzo de nuestra
parte es perjudicial, pero no estamos seguros porque deseamos un resultado, una realización, ahí
está nuestra dificultad. Seguimos, por lo tanto, luchando y luchando. Pero Dios, la verdad, no es
una recompensa, una finalidad. Tiene ciertamente que venir a nosotros; nosotros no podemos ir
hacia ella. Si hacemos un esfuerzo para ir hacia ella, buscamos un resultado. Mas para que surja
la verdad, el ser humano debe ser pasivamente perceptivo. La percepción pasiva es un estado en
el que no hay esfuerzo. Consiste en ser perceptivo sin juzgar, sin optar, no en algún sentido
fundamental, sino en todas las maneras; en darse cuenta de sus actos, de sus pensamientos, de
sus respuestas relativas, sin opción, sin condenación, sin identificarse ni negar, para que la mente
empiece a comprender todo pensamiento y toda acción, sin juzgar. Esto induce a averiguar si
puede haber entendimiento sin pensamiento.
Pero sin indiferencia. La indiferencia es una forma de juzgar. Una mente embotada, una mente
indiferente, no es perceptiva. El ver sin juzgar, el saber exactamente lo que ocurre es la atenta
percepción. Es, pues, inútil que busquemos a Dios o la verdad, sin ser perceptivos ahora, en el
presente inmediato. Es mucho más fácil ir a un templo, pero ésa es una huida a los dominios de la
especulación. Para comprender la realidad, debemos conocerla directamente, y es obvio que la
realidad no pertenece al tiempo ni al espacio. Ella está en el presente, y el presente es nuestro
propio pensamiento y acción.
***
Nos damos cuenta de que estamos condicionados. El analizar, el pensar sobre un problema es
ejercer la fuerza para romper con algo.
Para liberar la mente de todo condicionamiento, debemos ver la totalidad de éste sin que
intervenga el pensar. Esto es ser libre con respecto al "yo".
La memoria.
Nuestras experiencias previas actúan como una barrera para la comprensión del nuevo reto. De
modo que seguimos cultivando y fortaleciendo la memoria. Sin llegar a comprender lo nuevo: la
propia vida. Jamás afrontamos el reto de la vida completamente, sólo cuando seamos capaces de
afrontar el reto de una manera nueva, fresca, sin que intervenga el pasado, el reto nos entregará
sus frutos, sus riquezas.
Toda nuestra civilización se basa en fortalecer la memoria ¿qué nos proponemos con eso? ¿por
qué es tan importante la memoria? Por la sencilla razón de que no sabemos vivir total e
íntegramente en el presente. Usamos el presente como un medio con vistas al futuro, por lo que el
presente carece para nosotros de importancia. Debido a que vamos a llegar a ser esto o aquello o
voy a llegar aquí o allí, jamás tenemos una comprensión completa de nosotros mismos y la
comprensión de nosotros mismos y de lo que somos aquí y ahora no requiere el cultivo de la
memoria. Por el contrario, la memoria es un obstáculo para la comprensión de lo que es.
No se si habéis notado que un sentimiento nuevo viene cuando la mente no se haya atrapada en la
red de la memoria. Existe un intervalo entre dos pensamientos, entre dos recuerdos, y cuando ese
intervalo puede ser mantenido, entonces, desde ese intervalo, surge un nuevo estado del ser, un
estado que ya no es memoria. De modo que la experiencia con memoria y la experiencia sin
memoria son dos estados diferentes, es decir.
Si observamos, veremos que en ese intervalo entre dos pensamientos y entre dos sentimientos
existe una libertad extraordinaria respecto del "yo" y de lo mío. Ese intervalo es intemporal, está
fuera del tiempo.
La memoria es tiempo y mediante el tiempo esperamos alcanzar un resultado. "si me dan tiempo
llegaré a ser el gerente..." y con la misma mentalidad decimos: "alcanzaré la realidad", "me
acercaré a Dios". Por consiguiente debo contar con el tiempo a fin de realizarme, lo cual implica
que debo cultivar la memoria. Fortalecer la memoria mediante las prácticas o la disciplina para
llegar a ser algo o alguien, para lograr las cosas, para progresar.
Así, por mediación del tiempo esperamos alcanzar lo intemporal. Por medio del tiempo esperamos
obtener lo eterno. ¿Es eso posible? ¿Es posible atrapar lo eterno en la red del tiempo, atraparlo
por medio de la memoria, la cual pertenece al tiempo? ¿Es posible atrapar la grandeza de la vida
en la memoria y en el pensamiento?
Lo intemporal puede existir únicamente cuando cesa la memoria, que es el "yo" y lo mío. Si
vemos la verdad de esto, que lo intemporal no puede ser comprendido ni recibido por medio del
tiempo, entonces podemos investigar el problema de la memoria, de la mente y del pensamiento.
La memoria de las cosas técnicas es esencial, pero la memoria psicológica que mantiene al sí
mismo, al "yo" y lo mío, la memoria psicológica que causa identificación y continuación propia es
totalmente perjudicial para la vida y para la realidad.
Cuando uno ve la verdad de todo esto lo falso se desprende por lo que no hay retención
psicológica de la experiencia del ayer.
Vemos una bella puesta de sol y disfrutamos de ella plena y totalmente. Pero
al día siguiente regresamos a ella con el deseo de disfrutar nuevamente ¿Qué
ocurre cuando hacemos eso? Que no hay disfrute, porque el recuerdo de la
puesta de sol de ayer es la que ahora nos hace volver a ella, impulsándonos a
disfrutar. Ayer no había ningún recuerdo, sólo una apreciación espontánea,
una respuesta directa a la vida, pero hoy tenemos el deseo de capturar la
experiencia de ayer. Es decir, la memoria está interviniendo entre nosotros y la puesta de sol, por
lo que no habrá disfrute y tampoco existirá la auténtica apreciación de la belleza.
Por otra parte un amigo nos hizo un insulto o una lisonja, y conservamos ese recuerdo. Con ese
recuerdo volvemos a encontrar al día siguiente al amigo, pero en realidad no nos encontramos con
el amigo: el recuerdo de ayer se nos interpone.
De esta misma forma seguimos rodeándonos de recuerdos que nos afectan a nosotros mismos
así como a nuestras acciones. En consecuencia no hay en nuestra vida novedad alguna, no hay
frescura. Es por esta causa que la memoria convierte a la vida en algo tedioso, opaco y vacío.
***
Pero debemos andar con tiento si queremos aprender de verdad. Es obvio que dejar estas
enseñanzas en un nivel verbal, una impresión, un recuerdo, es una experiencia incompleta. Si
comprendemos estas líneas, si vemos la verdad de todo esto, esta verdad no es un recuerdo. La
verdad no es un recuerdo porque la verdad es siempre nueva, se está transformando
constantemente.
Y dejamos toda esta enseñanza en un nivel verbal porque la utilizamos como una guía, no
llegamos a comprenderla totalmente. Deseamos profundizarla y consciente o inconscientemente la
mantenemos en nuestra memoria. Y finalmente queremos tender un puente entre nuestras ideas y
la verdad, pero es obvio que ese puente no se puede levantar.
Pero si comprendemos algo de manera completa, o sea que vemos la verdad de algo en su
totalidad, encontraremos que no guardamos recuerdo alguno de ello.
Hacemos de la Vida un problema, y para resolver este problema necesitamos comprender la mente
y el pensamiento. Cuando comprendemos el proceso que sólo alimenta al “yo”, y que es totalmente
inútil, y vemos completamente la verdad, llegamos a la cuestión fundamental del sufrimiento: el
pensador que se separa de su pensamiento, de su observación, de su vivencia.
Cuando el ser humano comprende que cualquier especulación, cualquier verbalización, cualquier
forma de pensamiento sólo da vigor al ego, cuando ve que mientras el pensador exista apartado
del pensamiento tiene que haber limitación, tiene que producirse el conflicto de la dualidad, cuando
el ser humano se da cuenta de esto, entonces vive alerta y capta sin cesar cómo se separa de la
experiencia, afirmando su ego, dándole poder.
Existe la posibilidad de que todos nuestros sentidos funcionen como una totalidad. Podemos
observar el movimiento del mar, las claras y eternamente inquietas aguas, observarlas
completamente, con todos nuestros sentidos, u observar, mirar un árbol, una persona, un pájaro en
vuelo, el sol poniente, la luna que se levanta, con todos nuestros sentidos plenamente despiertos.
Si lo hacemos descubriremos por nosotros mismos, no por estas palabras, que no hay centro
alguno desde el que se muevan los sentidos.
Entonces no hay limitación en ello. La mayoría de las personas “vive” con los sentidos parciales o
específicos, nunca vive con todos sus sentidos plenamente despiertos, florecientes. Cuando los
sentidos están plenamente despiertos la mente y el cuerpo se relajan y se vuelven
extraordinariamente quietos. Sólo si el ser humano prosigue esta comprensión, comprendiendo
cada vez más clara, profunda y extensamente, sin buscar un fin, sin buscar una meta, llega un
nuevo estado de ser en el que el pensador y el pensamiento son uno sólo. Entonces uno se
adentra una nueva dimensión de la existencia.
La belleza.
Cada día adornamos más lo externo. Las estrellas del cine (que copiamos) se mantienen bellas
exteriormente; pero si nada tienen por dentro, no tienen belleza.
¿Conocemos ese estado íntimo del ser, esa tranquilidad interior en la que hay amor, benevolencia,
generosidad, misericordia? Ese estado del ser es la esencia misma de la belleza; sin eso, el
adornarse simplemente es acentuar los valores sensoriales, los valores de los sentidos, y hacer
eso, conduce sin remedio al conflicto, a la guerra, a la destrucción.
La belleza es considerada como un adorno que se compra, que se vende, que se pinta... Pero eso
está claro que no es la belleza. La belleza es un estado del ser, y ese estado del ser surge con la
riqueza interior. no con esa acumulación interior de riquezas que llamamos virtud, ideales. Eso no
es belleza. La riqueza, la belleza interior con sus tesoros imperecederos, surge cuando la mente es
libre, y la mente sólo puede ser libre cuando no existe el miedo. La comprensión del miedo viene
con el conocimiento propio, no por medio de la resistencia al miedo. Si resistimos al miedo, es
decir, a cualquier clase de fealdad, no hacemos otra cosa que erigir un muro contra él. Detrás del
muro no hay libertad, sólo aislamiento, y lo que vive en aislamiento jamás puede ser rico, jamás
puede ser pleno. La belleza, pues, tiene una relación con la realidad tan sólo cuando la realidad se
manifiesta a través de aquellas virtudes que son esenciales.
Pero, ¿Qué entendemos por realidad, verdad o Dios? Es evidente que no puede ser formulado,
pues aquello que es formulado no es lo real: es una creación de la mente, el resultado del proceso
de pensar, y el pensamiento es la respuesta de la memoria. Para que lo desconocido surja, la
mente misma debe dejar de estar apegada a lo conocido, y entonces hay relación entre la belleza y
la realidad, entonces la belleza y la realidad no son diferentes, entonces la verdad es belleza, ya
sea en una sonrisa, en el vuelo de un ave o en el grito de una criatura.
Conocer la verdad de lo que es, es el bien; mas para conocer la belleza de esa verdad, la mente
tiene que ser capaz de comprender, y la mente no es capaz de comprender cuando está atada,
cuando tiene miedo, cuando elude algo. Este hecho de eludir toma la forma de adorno externo:
siendo en nuestro interior pobres, insuficientes, tratamos de embellecernos exteriormente.
Edificamos hermosas casas, compramos buena cantidad de joyas, acumulamos posesiones. Todo
eso es indicación de pobreza interna. No es que no debamos tener buenas ropas y hermosas
casas, pero sin riqueza interior, eso carece de sentido. Cultivamos lo externo porque no somos
interiormente ricos y el cultivo de lo externo nos está llevando a la destrucción. Es decir, cuando
cultivamos los valores sensoriales, la expansión es necesaria: los mercados, la industria, la
competencia son necesarios, entonces los gobiernos ya sean de izquierdas o de derechas, con sus
controles son necesarios, y todo esto no lleva al conflicto y a la guerra... También procuramos
resolver resolver el problema de la guerra basándonos en los valores de los sentidos.
La transformación.
Es evidente que tiene que haber una revolución radical. El sufrimiento que nos rodea lo exige.
Nuestras vidas lo exigen. Aunque en apariencia haya orden en realidad lo que hay es lenta
descomposición. Al observar las guerras, los incesantes conflictos entre todas las personas, las
tremendas desigualdades económicas y sociales, vemos que hace falta una transformación
completa.
Tiene que haber una revolución, pero no una evolución basada en una idea. Semejante revolución
es tan sólo la continuación de una idea, no una transformación radical. Una revolución basada en
una idea produce derramamiento de sangre, destrucción y caos.
Esta transformación ¿es una finalidad o se produce de instante en instante? Nos gustaría que
fuese una finalidad a alcanzar, ya que es mucho más fácil pensar en un tiempo lejano o en el
futuro. Al final nos habremos transformado, al final seremos felices, al final hallaremos la verdad;
pero mientras tanto, continuemos como hasta ahora. Una mente así, que piensa en el tiempo
futuro, es incapaz de actuar en el presente; por lo tanto esa mente no busca la transformación,
simplemente la rehuye.
La transformación no es para el futuro; jamás puede serlo. Sólo puede ser ahora, de instante en
instante. La transformación es algo muy sencillo: ver lo falso como falso y lo verdadero como
verdadero. Ver también la verdad en lo falso, y ver lo falso en aquello que ha sido aceptado como
la verdad.
Cuando vemos muy claramente que algo es la verdad, esa verdad es liberadora. Cuando vemos
que algo es falso, eso desaparece. Cuando por ejemplo vemos que la división de la humanidad en
clases, religiones, países... es falsa, que engendra conflictos, sufrimiento y división entre las
personas, cuando vemos todo eso, esa misma realidad de verlo resulta liberadora. La percepción
de esa misma realidad es la que transforma. Y como estamos rodeados de tantas cosas falsas, el
percibir de instante en instante esta falsedad es lo que transforma. La verdad no se acumula; se da
de instante en instante. Lo que se acumula, lo acumulado es el recuerdo, la memoria, y mediante
la memoria jamás podremos hallar la verdad.
La mente está deseosa de una transformación futura, busca la transformación como un objetivo
final: jamás podrá hallar la verdad, pues la verdad es algo que surge de instante en instante y debe
descubrirse cada vez de nuevo, y sin duda, no puede haber descubrimiento alguno por medio de la
acumulación.
Para descubrir lo nuevo, la vida, lo eterno, y de instante en instante, se requiere una percepción
extraordinariamente alerta, una mente que no busque resultados, una mente que no trate de llegar
a ser algo. Una mente que se esfuerza por llegar a ser algo no podrá nunca conocer la plena
bienaventuranza de la satisfacción; no de la satisfacción petulante ni de la satisfacción que
produce el logro de un resultado, sino la satisfacción que se produce cuando la mente ve la verdad
de lo que es y lo falso en lo que es.
Este estado atemporal del ser puede producirse tan sólo cuando existe una gran insatisfacción; no
la insatisfacción que ha hallado un vía de escape, sino la insatisfacción que no tiene salida ni
escapatoria y que no busca la satisfacción.
Sólo entonces, en ese estado de profunda insatisfacción, puede surgir la realidad. Esta realidad ni
se compra ni se vende ni se repite, no puede ser captada en Internet ni en lo libros. Tiene que ser
captada de instante en instante, en la sonrisa, en la lágrima, bajo la hoja muerta, en el
pensamiento errabundo, en la plenitud del amor.
***
El dolor, el miedo, el deseo, la dependencia, el apego... Deben existir, por fuerza, en tanto exista el
apremio de "ser" o de "llegar a ser", que es la persecución del éxito, con todos sus frustraciones y
todas sus contradicciones tortuosas.
La superficialidad.
Justificamos esta actitud diciendo "por lo menos luchamos por algo mejor" y, cuanto más luchamos
más superficiales somos. Esto es lo primero que tenemos que ver, y esta es una de las cosas más
difíciles: ver lo que somos, reconocer que somos necios, frívolos, celosos, de miras estrechas. Si
yo veo lo que soy, si lo reconozco, entonces por ahí puedo empezar. Sin ninguna duda es la mente
superficial la que huye de lo que es, y no escapar requiere una ardua investigación, no ceder a la
inercia. En el momento en que sé que soy superficial, ya hay un proceso de profundización,
siempre que no haga nada con esa superficialidad. Si la mente dice: "soy mezquino; voy a
examinarlo, voy a comprender la totalidad de esa mezquindad, de esa influencia limitativa",
entonces existe una posibilidad de transformación. Pero la mente mezquina, que reconoce que lo
es y trata de no serlo ya sea leyendo, reuniéndose con la gente, viajando, estando incesantemente
activa como un mono, seguirá siendo una mente mezquina.
La mente superficial jamás podrá conocer grandes profundidades. Puede tener abundancia de
conocimientos, de información, puede repetir palabras. Pero si sabemos que somos superficiales,
poco profundos, y observamos todas las actividades de la superficialidad sin juzgar, sin condenar,
pronto veremos que lo superficial desaparece sin ninguna acción por nuestra parte. Pero eso
requiere atención y paciencia, no el ansioso deseo de resultados, de éxito. Sólo la mente
superficial desea conseguir resultados.
Cuanto más claro percibamos todo este proceso, tanto mejor descubriremos las actividades de la
mente; pero debemos observarla sin tratar de darles una finalidad, porque en cuanto persigamos
un fin, nos veremos de nuevo atrapados en la dualidad del "yo" y del "no yo", con lo cual continuará
el problema".
El nacionalismo.
La inteligencia, evidentemente.
Así, pues, el nacionalismo no sólo causa conflictos externos, sino también frustraciones internas; y
cuando uno comprende el nacionalismo, todo el proceso del nacionalismo, como nace y lo que
produce, todo el proceso del nacionalismo se desvanece.
El nacionalismo con su veneno, son sus miserias y contiendas, sólo puede desaparecer cuando
hay inteligencia.
La subsistencia.
La dificultad de la subsistencia surge tan sólo cuando empleamos las cosas esenciales de la vida,
alimento, vestido y vivienda, como medio de agresión psicológica, es decir, cuando uno se vale de
las cosas necesarias como medio de engrandecerse a sí mismo.
El don de la ecuanimidad.
Es habitar en una vasta quietud mental, una calma radiante que nos permite estar plenamente
presentes con todas las distintas experiencias cambiantes que constituyen nuestro mundo y
nuestra vida.
Es tolerar el misterio de las cosas: no juzgar sino cultivar un equilibrio de la mente que permita
acoger lo que sucede, sea lo que fuere. Esta aceptación constituye la fuente de nuestra seguridad
y de nuestra confianza.
Nos desplazamos desde la pugna por controlar todo lo que sobreviene en la existencia al simple
deseo de vincularnos verdaderamente con todo lo que existe. Se trata de un cambio radical en
nuestra opción fundamental pues, por lo general, vivimos en un nivel de rechazo que nos debilita.
Cuando definimos cada vez más experiencias como inaceptables para sentirlas o conocerlas, la
existencia se vuelve progresivamente más reducida, más limitada. Cuando nos mostramos
dispuestos a experimentar todo, podemos hallar en esa aceptación la confianza y certidumbre que
antaño buscamos a través del rechazo del cambio. Aprendemos a relacionarnos plenamente con la
vida, incluyendo su inseguridad.
La ecuanimidad nace por la comprensión: dar su verdadero valor a todas las cosas. Ser ignorante
es dar falsos valores.
La felicidad.
¿Qué es la felicidad?
Ahora bien, lo que buscamos, ¿es la felicidad, o buscamos alguna clase de satisfacción,
comodidad o conformismo? Hay una diferencia entre felicidad y satisfacción. ¿Puede uno buscar la
felicidad? Quizá pueda encontrar la satisfacción, pero es obvio que no podrá encontrar la felicidad.
Por lo tanto, antes de entregar nuestras mentes y nuestros corazones a algo que exige una gran
dosis de seriedad, atención, reflexión, cuidado, debemos descubrir, ¿no es así?, qué es lo que
buscamos: si es felicidad o satisfacción y conformismo.
El verdadero gozo.
Muy pocos de nosotros disfrutamos plenamente de algo. Es muy pequeño el júbilo que nos
despierta la visión de una puesta
de sol, o ver una persona atractiva,
o a un pájaro en el vuelo, o un
árbol hermoso, o una bella danza.
No disfrutamos verdaderamente de
nada. Miramos algo, ello nos
entretiene o nos excita, tenemos
una sensación que llamamos gozo.
Pero el disfrute pleno de algo es
mucho más profundo, y esto debe
ser investigado y comprendido.
¿Es felicidad ser conscientes de que somos felices? En el instante mismo en que somos
conscientes de nuestra felicidad dejamos de ser felices, eso ya no es felicidad. La felicidad, de la
misma forma que el amor, no son cosas que podamos perseguir, llegan. Pero si las buscamos, nos
evadirán.
¿Qué entendemos por felicidad? Algunos dirán que la felicidad consiste en obtener todo lo que
deseamos. Uno desea un coche, lo obtiene y es feliz. Deseamos cosas, el logro, el éxito, llegar a
ser virtuosos... y si lo conseguimos somos felices y si no las conseguimos somos desdichados. Así,
lo que muchos llaman felicidad es obtener lo que desean.
Buscamos la felicidad por medio de cosas, de pensamientos e ideas, a través de la relación. Por lo
tanto, se vuelven sumamente importantes las cosas, la relación y las ideas, no la felicidad. Cuando
buscamos la felicidad por medio de algo, ese algo adquiere un valor mayor que la felicidad misma.
Buscamos la felicidad en la familia, en la propiedad, en el nombre, entonces, la propiedad, la
familia, el nombre, adquieren una extrema importancia, ya que la felicidad es buscada a través de
un medio; de esa manera, el medio destruye al fin.
¿Puede la felicidad hallarse a través de algún medio, de alguna cosa hecha por la mano o por la
mente? ¡Es tan obvio que las cosas, las relaciones y las ideas son impermanentes, que siempre
terminan por hacernos desdichados! Las cosas son impermanentes y se gastan y se pierden; la
relación constituye un fricción constante, y la muerte aguarda; las ideas y las creencias carecen de
solidez, de permanencia. Buscamos la felicidad en ellas, sin darnos cuenta de su impermanencia.
Así es como el dolor se convierte en nuestro constante compañero.
Es el "yo", es el "ego", el que desea y quiere obtener las cosas. Es el "yo" el que disfruta, el que
desea más felicidad, el que escudriña, el que busca, el que anhela más felicidad, el que lucha, el
que se vuelve cada vez más refinado, el que jamás quiere llegar a su fin.
Sólo cuando el "yo", en todas sus sutiles formas, llega a su fin, hay un estado de bienaventuranza
que no es posible tratar de adquirir, un éxtasis, un verdadero júbilo libre de todo sufrimiento, de
toda corrupción.
Nuestro "yo" sólo es un recuerdo, un conjunto de pensamientos sin realidad objetiva. Cuando la
mente trasciende el pensamiento del "yo", del experimentador, del observador, del pensador,
puede haber entonces una felicidad incorruptible. Esta felicidad no puede ser permanente -en el
sentido con que usamos esa palabra-, pues está más allá al tiempo y al espacio. Pero nuestra
mente está siempre buscando una felicidad que tenga permanencia, algo que perdure, que
continúe. Y ocurre que el deseo mismo de continuidad es corrupción.
El "yo", el "ego".
El "yo" es la causa que divide a las personas, el "yo" nos encierra en nosotros mismos, sus
actividades, por nobles que sean, nos separan y nos aíslan. Todo eso lo sabemos.
Los momentos en los que el "yo" no está presente, en los que no hay sensación de lucha, de
esfuerzo, son extraordinarios. Y esto ocurre cuando hay amor.
Sí, la experiencia fortalece al "ego". En todo momento tenemos experiencias, impresiones; y esas
impresiones las interpretamos y reaccionamos ante ellas. Según sean nuestros recuerdos
reaccionamos ante cualquier cosa que vemos, que sentimos. Y este proceso de reaccionar ante lo
que vemos y sentimos surge la experiencia.
Deseamos estar protegidos, tener seguridad interior; o deseamos tener un maestro, un instructor,
un Dios, y experimentamos aquello que hemos proyectado. Es decir, hemos proyectado un deseo
que ha tomado una forma, al cual le hemos dado un nombre y ante eso reaccionamos. Es nuestra
proyección, nuestra nominación. Este deseo que nos brinda una experiencia nos hace decir: "he
experimentado", "he visto al maestro", o bien "no lo he visto". Ya conocemos todo el proceso de
nombrar y de relatar una experiencia.
La experiencia está siempre fortaleciendo al "yo". Cuanto más inmersos, más alienados, estamos
en una experiencia, tanto más se fortalece el "yo". Como resultado de la experiencia tenemos
cierta fuerza de carácter, de conocimiento, de creencia, de pertenencia a algún grupo determinado;
y de todo eso hacemos gala ante otras personas porque sabemos que no son tan "dotados" como
nosotros o no pertenecen al grupo que pertenecemos nosotros.
Debemos ver como el "yo" siempre sigue actuando: nuestras creencias, nuestros maestros,
nuestras "castas" o niveles sociales, nuestro sistema económico, son un proceso de aislamiento y
de conflicto. Por eso debemos comprender el proceso de la experiencia.
¿Qué ocurre cuando deseamos el silencio de nuestra mente? ¿Qué ocurre cuando
deseamos cualquier cosa?
Por ejemplo, vemos la importancia de tener una mente silenciosa, una mente serena, por que lo
hemos leído o porque nosotros mismos vemos lo bueno que es estar tranquilo y tener una mente
apacible. Deseamos experimentar el silencio y por ello nos disciplinamos; por medio de la disciplina
buscamos experimentar el silencio. De esta forma, el "yo" se instala en la experiencia del silencio.
Así, podemos ver que el "yo" toma vida en cualquiera de nuestros deseos.
Anhelamos comprender qué es la Verdad. Luego está nuestra proyección de lo que consideramos
que es la verdad, porque hemos leído mucho al respecto y hemos oído hablar a mucha gente; el
deseo mismo es proyectado y experimentamos y reconocemos ese estado. Si no reconociera ese
estado no lo llamaría "verdad". Pero lo reconocemos y experimentamos y esa experiencia da vigor
al "yo". El "yo" se atrinchera en la experiencia y decimos "yo se", "hay Dios" o "no hay Dios";
decimos que un determinado sistema político es justo y los otros no lo son.
¿Es posible que la mente, que el "yo", no proyecte, no desee, no experimente? ¿Podemos
encontrar algo que disuelva el "yo"? ¿Podemos disolver el "yo"completamente?
Vemos que todas las experiencias del "yo" son destructivas y queremos encontrar algo que lo
disuelva. Creemos que hay varias maneras para disolver el "yo": identificación, creencias, etc. Pero
todas ellas están al mismo nivel, ninguna es superior a la otra, porque todas ellas son igualmente
poderosas para fortalecer el "ego". Y el "Yo" es una fuerza aisladora, destructiva; y queremos hallar
una manera de disolverlo.
Debemos habernos dicho a nosotros mismos: "veo que el "yo" funciona todo el tiempo, y que
siempre produce ansiedad, miedo, frustración, desesperación, desdicha, no sólo en mí mismo sino
en cuantos me rodean.
Ser completamente inteligentes significa ser sin "yo". Cuando decimos que queremos disolver el
"yo", en el momento en que decimos "quiero disolver esto" existe aún la experiencia del "yo", y así
el "yo" se fortalece.
¿Cómo será posible que el "yo" no experimente? ¿Es posible que la mente esté en un
estado de total calma, en un estado de no reconocimiento, de no experiencia, lo que
significa que el "yo" no está ahí y la creación puede ocurrir?
Podemos observar que la acción creadora no es en absoluto la experiencia del "yo". Hay creación
cuando el "yo" no está presente; porque la creación no es intelectual, no es de la mente, no es
autoproyectada; es algo que está más allá de toda experiencia.
Y aquí reside el problema: cualquier actividad de la mente, positiva o negativa, es una experiencia
que en realidad fortalece el "yo". Sólo la mente deja de reconocer y de fortalecer al "ego" cuando
existe un completo silencio.
¿Existe una entidad aparte del "yo", que observe al "yo" y lo disuelva? ¿Existe una entidad
espiritual que disuelva al "yo"? ¿Podemos arrinconar al "yo" por la fuerza?
Creemos que la hay. La mayoría de las personas religiosas cree que existe tal elemento. El
materialista dice: "es imposible destruir al "yo", sólo podemos condicionarlo y contenerlo, en lo
político, lo económico o lo social". Hay otras personas, las llamadas "religiosas" -no son realmente
religiosas, aunque así las llamemos- que dicen: "en principio, tal elemento existe. Si podemos
ponernos en contacto con él disolverá el "yo".
Muchas personas arrinconan al "yo" por la fuerza. Si permitimos que se nos arrincone por la fuerza,
veremos lo que ocurre.
Desearíamos que hubiese un elemento atemporal que no pertenezca al "yo", y que -así
esperamos- venga para interceder y destruir al "yo", y a ese elemento lo llamamos Dios. Ahora
bien, ¿existe algo así, y que la mente pueda concebir? Podrá existir o no; no se trata de eso.
Cuando la mente busca un estado atemporal y espiritual que entre en acción para destruir al "yo",
¿no es ésa otra forma de experiencia que fortalece al "yo"? ¿no es eso lo que realmente ocurre
cuando creemos? Cuando creemos que existe la verdad, Dios, un estado atemporal, la
inmortalidad, damos vida un proceso de fortalecimiento del "yo"; el "yo" ha proyectado eso que,
según creemos, vendrá a destruir el "yo", así que hemos proyectado esa idea de continuación en
un estado atemporal como entidad espiritual, y eso nos da experiencia; y tal experiencia no hará
sino fortalecer al "yo". Así que no hemos destruido realmente al "yo" sino que le hemos dado un
nombre diferente, una cualidad diferente; el "yo" seguirá estando ahí, porque lo hemos
experimentado. De manera que nuestra acción, desde el comienzo, hasta el fin, es la misma
acción; sólo que nosotros creemos que evoluciona, que crece, que se vuelve cada vez más bella;
pero, si lo observamos interiormente, es la misma acción que prosigue, el mismo "yo" que funciona
en diferentes niveles con diferentes rótulos, con diferentes nombres.
Siendo así las cosas ¿Cómo podemos dar solución al tremendo problema del "yo", del
"ego"?
Cuando vemos todo el proceso del "yo", las astutas y extraordinarias invenciones del "yo", su
inteligencia, cómo se encubre mediante la identificación, mediante la virtud, mediante la
experiencia, mediante la creencia, mediante el conocimiento; cuando vemos que nos estamos
moviendo en un círculo, en una jaula que él mismo fabrica; cuando nos damos cuenta, con pleno
conocimiento de ello, ¿no encontramos una calma extraordinaria que no se generó por la fuerza, ni
mediante recompensa alguna, ni por ningún temor?
Cuando reconocemos que toda actividad de la mente es tan sólo una forma de fortalecimiento del
"yo", cuando observamos eso y lo vemos, cuando nos damos completamente cuenta de esto en la
acción, cuando llegamos a ése punto -no de un modo ideológico, verbal, ni por experiencia
proyectada, sino cuando estamos realmente en ese estado- entonces veremos que la mente, que
está totalmente en calma, no tiene el poder de crear. Cualquier cosa creada por la mente lo es
dentro de un círculo, dentro del ámbito del "yo". Cuando la mente no crea, entonces existe la
creación, lo cual no es un proceso reconocible.
La verdad.
La pregunta es: ¿qué verdad? ¿la de quién? ¿en qué condiciones? ¿Existe una Verdad con
mayúsculas?
No hay sólo una verdad. En el plano que nos movemos no podríamos asimilarla. Sólo los grandes
iniciados pueden tener acceso a una parte de ella.
¿La de quién? La que la que te hace vivir plenamente la vida actual. Por eso no hay dos verdades
iguales. Tu verdad (tu objetivo) no es el mismo que el de otros.
Cada uno de nosotros debe buscar su verdad. Y al encontrarla, estaremos más cerca de la
VERDAD colectiva. La que sólo se puede vivir con el alma y en el alma.
La verdad, la que se escribe con minúsculas, esa solo la podrás alcanzar... viviendo. Viviendo lo
que desprecias, lo que te parece aburrido, lo que te parece absurdo, lo que es insustancial, lo que
desearías borrar.
La verdad es lo que es, es la realidad de las cosas. No hay que irse muy lejos a buscarla, no hay
que leer libros, ni siquiera buscar o anhelar esta o aquella experiencia para encontrar la verdad. No
se necesitan conocimientos, ni creencias, ni experiencias para poder ver la verdad. Muy al
contrario, libros, conocimientos, experiencias, recuerdos... todo ello nos ciega a la luz que nos
pueda venir de la realidad de las cosas, de lo que es tanto en "nuestro interior" como en "nuestro
exterior", las cosas y personas que nos rodean.
Y la verdad, la Vida es como un libro abierto que nos habla de ella misma. Vamos a ver lo que te
dice a ti.
Ahora mismo ¡despierta, deja de leer!, atiende con todo tu ser a todo lo que te rodea, personas,
animales, plantas, cosas, sin dar nombre a nada, sin juzgar, con la mente en silencio pero el
cerebro intensamente alerta. ¿No te parece todo intensamente nuevo, fresco? ¿es verdad que
"conoces" lo que ves? ¿conoces a tu esposa, a tus hijos, a las personas que tienes a tu lado? ¿De
verdad que los conoces? ¿O por el contrario te parece todo nuevo, desconocido e imposible de
nombrar sin perder conciencia de su realidad?
¿Cómo crees que puedes nombrar con tu mente y contener en ella la inmensidad de la Vida
presente, precipitada, en una rosa, en un niño, en una estrella?
Si se te ocurre "nombrar", utilizar la mente, y con ella todos sus recuerdos y experiencias perderás
ese "lugar de observación".
Si ves una mesa y tu mente te dice "esto es una mesa, y enumera las características de esa mesa
perderás la frescura, porque lo que tu tienes, lo que vives en ella no es en verdad la mesa.
Si juzgas perderás "la Vida", entrarás dentro de tu mente, de tu memoria, de tus recuerdos y
experiencias... y eso en verdad que no es la realidad de "lo que es".
Nadie niega el placer. Hay placer, pero también dolor en sus multivariadas formas. El ser humano
es presa de la insatisfacción, el descontento, la angustia, la ansiedad, el sufrimiento psíquico y
físico, la desolación, el desaliento y tantos otros modos de sufrimiento. Al placer sigue el dolor, e
incluso placer y dolor pueden estar presentes al la vez en distintos niveles.
Placer y dolor caminan codo con codo. Se alternan con frecuencia. Son transitorios y vacíos,
forman parte de la existencia humana. El hecho de que todo sea inestable, ya produce sufrimiento.
Los conflictos y los problemas están fuera y dentro de uno mismo.
Nacer es sufrir, envejecer es sufrir, morir es sufrir; la pena, el lamento, el dolor, la aflicción, la
tribulación son sufrimiento; estar sujeto a lo que desagrada es sufrimiento, estar privado de lo que
agrada es sufrimiento. ¿Quién puede escapar a la enfermedad, la vejez y la muerte?
El sufrimiento no es gratuito, tiene una causa. Y la causa no es otra que la avidez, o sea el deseo
egoísta, la codicia, el aferramiento, la "sed". El origen del sufrimiento es el deseo, que unido al
deleite y a la pasión, persiguiendo el placer por todas partes, nos lleva una y otra vez a situaciones
lamentables.
El deseo es inclinación hacia lo que nos causa o creemos que nos causa placer. Se convierte en
apego y aferramiento. Es egoísta y dicta pensamientos, palabras y obras egoístas que engendran
voluntades egoístas. Enredado en los apegos, el ser humano no pone su energía e la búsqueda de
la libertad total. El ego es ávido y rapaz, siempre está alimentando deseos, actitudes egoístas,
apego a todo lo material y lo inmaterial.
El deseo sensual viene a través de la inclinación de los sentidos y la mente hacia lo atractivo y
placentero. Pero no es solamente la tendencia sedienta hacia los placeres sensoriales y los objetos
materiales, sino hacia las opiniones, conceptos, ideas y puntos de vista. El ego se agarra a
cualquier cosa, como una pertinaz enredadera.
Cuanto más apego existe, más neurótica demanda de seguridad de que persista y dure lo
deseado, más miedo y servidumbre, más angustia, más temor a perder, más desolación cuando se
pierde. Pero, por ignorancia de la realidad, nos apegamos a todo y dejamos nuestras mejores
energías en ello. El apego nos hipoteca y podemos llegar a matar por su culpa. Siembra discordias
familiares y sociales; nos hace fatuos y mezquinos; nos impide evolucionar. El ego, y el apego que
genera, se convierte en el peor obstáculo hacia la liberación definitiva.
Cuando surge una sensación desagradable, entonces el deseo se invierte y se genera la aversión,
sea en forma de ira, odio, resentimiento, frustración o afín. Avidez y aversión, que dominan la
mente humana, son dos de las raíces de la maldad. La tercera raíz de dónde se alimenta el árbol
del mal es la ofuscación o ignorancia, el no ver cómo son realmente las cosas.
Y siempre, los seres humanos actuamos de forma repetitiva: deseo, apego, hastío, frustración y
desesperación, en suma, sufriendo y lamentando. ¡Cuantos inútiles afanes, disgustos innecesarios
e insatisfacción!
Como nada dura, todo fluye, todo cambia, ¿a qué se puede uno aferrar si es inteligente y tiene
una clara visión?
"Del deseo nace el dolor y el sufrimiento. Para quien no desea no existe el dolor y, ¿de dónde
podría venirle el miedo?"
Hay un estado donde el sufrimiento cesa. Mientras haya cuerpo físico seguirán surgiendo y
desvaneciéndose las sensaciones agradables, desagradables o neutras, pero aquella persona que
ya no sufre las experimenta no reacciona, no las personaliza, no las siente como propias y
tampoco se siente su sujeto. La mente ya no genera inútil sufrimiento.
Viendo de una manera lúcida la insatisfacción y el sufrimiento, viendo también sus causas, y
asumiendo que es posible eliminar las causas y poner fin al sufrimiento, el ser humano sigue el
camino del conocimiento propio que lleva a la paz.
Al ver la realidad de las cosas, tanto en el interior como en el exterior, y sin deseos de llegar a ser
esto o aquello, el ser humano aprende a mirar más allá de las apariencias y saborea el goce de "lo
otro". Esta persona se torna la Paz misma.
***
El deseo surge, lo cual es una reacción, una reacción sana, normal, de lo contrario estaríamos
muertos. Pero en la constante persecución de ello hay dolor. Veo una bella mujer, sería absurdo
decir: "no, no es bella". Se trata de un hecho. Pero ¿Qué es lo que da continuidad al placer?
Obviamente que es el pensamiento, el pensar al respecto.
Pienso en ello. Ya no es la relación directa con determinado objeto, la cual es deseo, sino que
ahora el pensamiento aumenta ese deseo pensando en el objeto, creando imágenes,
representaciones, ideas... El pensamiento dice: debo poseerlo o no poseerlo, es esencial o no lo es
para la vida.
Pero, puedo mirar eso, tener un deseo, y ahí termina todo, sin que interfiera el pensamiento.
Las creencias.
Podemos ver como las creencias políticas, religiosas, nacionales, y todo tipo de diversas creencias
separan de hecho a los seres humanos, generan conflicto, confusión y antagonismo. Las creencias
separan a las personas y crean intolerancia.
Nos damos cuenta de que la vida es desagradable, dolorosa, triste; deseamos alguna clase de
teoría, alguna clase de especulación o satisfacción, alguna clase de doctrina que explique todo
esto. Y de esta manera quedamos atrapados en explicaciones, palabras, teorías, y gradualmente
las creencias echan raíces muy profundas y se vuelven inconmovibles, porque detrás de esas
creencias, de esos dogmas, está nuestro miedo constante a lo desconocido.
Pero jamás miramos ese miedo; le volvemos la espalda. Cuanto más fuertes son las creencias,
más fuertes los dogmas. Y cuando examinamos estas creencias: la cristiana, la hindú, la budista,
etc., encontramos que dividen alas personas.
Cada dogma, cada creencia, tiene una serie de rituales, de compulsiones que atan y separan a los
seres humanos. De modo que comenzamos una búsqueda para averiguar qué es lo verdadero,
cuál es el significado de toda la desdicha, de toda esta lucha y dolor, y pronto quedamos atrapados
en creencias, rituales, teorías.
Consideramos que la creencia en Dios, la creencia en algo, es religión. Pensamos que creer es
religioso. Si no creemos se nos considera ateos. Una sociedad condenará a los que creen en Dios
y otra sociedad condenará a los que no creen. Ambas condenas son la misma cosa. Así pues, la
religión se convierte en una cuestión de creencia; y la creencia actúa y ejerce su influencia sobre la
mente. De este modo la mente jamás puede ser libre. Pero ocurre que sólo en libertad podemos
descubrir qué es lo verdadero, qué es Dios; no podemos descubrir a Dios o a lo verdadero
mediante ninguna creencia, porque nuestra misma creencia proyecta lo que pensamos que debe
ser Dios, lo que pensamos que debe ser la realidad.
La creencia sólo actúa como una pantalla entre nosotros y nuestros problemas. Por eso la religión,
que es una creencia organizada, se convierte en un medio para escapar de lo que es, de la verdad
y de la realidad, para escapar de nuestra confusión. El hombre que cree en Dios, el que cree en el
más allá, o el que tiene alguna otra forma de creencia, está escapando de un hecho: el hecho de lo
que él es.
¿Necesitamos las creencias? No necesitamos "creer" que existe la puesta de sol, que existen las
montañas, los ríos. No necesitamos "creer" que reñimos con nuestras esposas. No necesitamos
"creer" que la vida es una desdicha terrible con su angustia, con su conflicto, con su constante
ambición; todo esto es un hecho. Pero necesitamos una creencia cuando queremos escapar de un
hecho hacia una irrealidad.
¿Acaso no conocemos a tantas personas que creen en Dios, que van a la iglesia y practican ritos y
oraciones, y que en su vida cotidiana son dominadoras, crueles, ambiciosas, tramposas,
deshonestas? Y a esas mismas personas las consideramos respetables, porque esas personas
somos nosotros mismos.
Una mente que escapa de los hechos de la relación jamás encontrará a Dios, una mente agitada
por las creencias no conocerá la verdad. Pero la persona que comprende su relación con la
propiedad, con la gente, con las ideas, que ha dejado de luchar con los problemas que genera la
relación, una persona para la que la solución no es el retiro, sino la comprensión del amor, sólo
una persona así puede comprender la realidad.
Los corazones de los/as idealistas, de los/as que tienen creencias, carecen de amor y de pureza, y
sólo un corazón puro puede dar con la realidad, comunicarse con la persona que tienen delante. El
idealista es un imitador de su ideal, por lo tanto no puede conocer el amor. No puede ser generoso,
entregarse completamente sin pensar en sí mismo y en su ideal. Lo importante par él o ella no es
la situación y la persona que tienen ante sí, sino su propio ideal, él/ella mismo/a es lo importante
para sí.
¿Es entonces posible vivir en este mundo y no tener creencia alguna? No cambiar de creencias,
sustituir una creencia por otra, sino estar enteramente libre de creencias, a fin de que nos podamos
enfrentar a la vida de un modo nuevo a cada instante. Esto, después de todo es la verdad: ser
capaces de afrontarlo todo de una manera nueva, afrontarlo de instante en instante sin la reacción
condicionadora del pasado, de modo tal que no exista el efecto acumulativo de la memoria y del
conocimiento que actúan como una barrera entre uno mismo y lo que es.
Saber si es posible vivir sin creencias sólo podemos descubrirlo si somos capaces de estudiarnos a
nosotros mismos en relación con una creencia.
El hecho religioso.
1. Introducción.
El hecho religioso es una parte de la historia humana. En todas sus épocas y culturas aparece una
actividad, diferente de la actividad ordinaria y mezclada generalmente con elementos "mágicos",
que influye en la historia y que a su vez, esta actividad religiosa, es influida por la historia misma.
El hecho religioso contiene una enorme variedad de formas que reflejan la pluriformidad de la
historia humana, según las diferentes épocas, culturas y situaciones. Pero contiene también una
indudable unidad que nos permite identificar fenómenos aparentemente muy diferentes (como por
ejemplo la religiosidad del primitivo y las elevadas manifestaciones religiosas contenidas en el
cristianismo o budismo) y descubrir su específica relación con otros hechos humanos como pueden
ser el estético, el moral, etc.
A partir de esta breve introducción podríamos fácilmente enumerar y explicar los puntos de
referencia que se utilizan normalmente para intentar comprender la estructura del hecho religioso.
Podríamos extendernos sobre el ámbito de lo sagrado, el misterio, la actitud religiosa... pero no
creo que llegáramos al objetivo final de la asignatura, que engloba estos tres aspectos:
1º) La comprensión de aquello que mueve al ser humano, a lo largo de toda la historia, al acto
religioso.
2. Planteamiento de interrogantes.
Para intentar tan basto propósito enunciaremos una serie de preguntas e intentaremos
responderlas, sistema sencillo pero eficaz.
Creemos porque eso nos brinda satisfacción, consuelo, esperanza y decimos que da sentido a
nuestra vida. Nuestra creencia tiene en realidad un significado mas bien escaso, porque creemos y
explotamos al prójimo, creemos y matamos, creemos en un Dios universal y nos asesinamos entre
nosotros. Los hombre que dicen que creen en Dios han destruido la mitad del mundo y la otra
mitad sufre y padece. Por causa de la intolerancia religiosa existen las divisiones de la gente entre
creyentes y no creyentes y lo cual conduce a las guerras de religión.
c) ¿Es la creencia en Dios un incentivo para que el ser humano sea y viva mejor?
Nuestro incentivo, seguramente, tiene que ser nuestra propia intención de vivir de un modo puro y
sencillo. Si esperamos algo de un incentivo, no nos interesa el hacer la vida posible para todos sino
tan sólo nuestro incentivo, que pueden ser diferentes y por eso nos peleamos. Pero, si vivimos
felices juntos, no porque creamos en Dios, sino porque somos seres humanos, entonces
compartiremos enteramente los medios de producción a fin de producir cosas para todos. Por falta
de inteligencia aceptamos la idea de una superinteligencia a la que llamamos "Dios"; pero la idea
de este "Dios", esta superinteligencia, no va a brindarnos una vida mejor. Lo que conduce a una
vida mejor es la inteligencia; y no puede haber inteligencia si hay creencias, si hay divisiones de
clase, di los medios de producción están en manos de unos pocos, si hay nacionalidades
independientes y gobiernos soberanos.
Todos nosotros creemos y hemos creído a lo largo de toda la historia de diferentes maneras, pero
nuestras creencias carecen de cualquier realidad. La realidad es lo que somos, lo que hacemos, lo
que pensamos, y toda nuestra creencia en Dios y todo el hecho religioso es una simple evasión de
nuestra vida monótona, necia y cruel. Más aún, la creencia divide invariablemente a los hombres:
ahí están el hindú, el budista, el cristiano, el comunista, el socialista, y así sucesivamente. La idea,
la creencia divide, jamás une a las personas. Puede que juntemos a unos cuantos en un grupo,
pero ese grupo se opone a otro grupo, las ideas y las creencias, por el contrario son separadoras,
desintegradoras y destructivas. Por lo tanto, nuestra creencia en Dios está, de hecho, extendiendo
la desdicha por el mundo; aunque nos haya aportado momentáneamente consuelo, en realidad
nos ha traído más desdicha y destrucción en forma de hambre, guerras, divisiones de clase y
acciones despiadadas. Así, pues, nuestra creencia carece totalmente de valor. Si realmente
creyéramos en Dios, si ello fuera para nosotros una experiencia real, entonces, en nuestro rostro
habría una sonrisa, no haríamos daño.
Sólo cuando la mente está en completo silencio, tan sólo entonces puede llegar lo desconocido. Lo
desconocido no es algo que la mente pueda experimentar; sólo puede experimentarse el silencio,
nada más que el silencio. Si la mente experimenta algo que no sea el silencio, no hace más que
proyectar sus propios deseos; y una mente así no está en silencio. Mientras la mente no esté en
silencio, mientras el pensamiento en cualquier forma, consciente o inconsciente, esté en
movimiento, no puede haber silencio. El silencio es la liberación del pasado, de los conocimientos,
de los recuerdos; y cuando la mente está silenciosa del todo, inactiva, cuando en ella reina un
silencio que no es producto del esfuerzo, sólo entonces lo atemporal, lo eterno, puede surgir. Este
estado no es un estado para recordar, no hay entidad alguna que recuerde, que experimente
Por lo tanto, Dios, o la verdad, o lo que sea, es algo que se crea de instante en instante, y esto
ocurre únicamente en un estado de libertad y espontaneidad, no cuando disponemos una disciplina
a la mente de acuerdo a una norma. Dios no es una cosa de la mente, no surge mediante la
proyección de uno mismo y sus deseos; sólo llega cuando hay virtud, es decir, libertad. Virtud es
enfrentarse con el hecho de lo que es, ver lo que es (la verdad o hará libres). Ver lo que es y
enfrentarse con el hecho es un estado de bienaventuranza. Sólo cuando la mente está dichosa,
serena, sin ningún proceso de sí misma, sin la proyección del pensamiento, sólo entonces se
manifiesta lo eterno.
3. Recapitulación.
El ser humano vive en la insatisfacción, el dolor y la ignorancia y, para huir de ello toma vías de
escape en su búsqueda de satisfacción.
Con este deseo de placer y rechazo del dolor el hombre recorre la tierra entera, buscando y
rechazando, intentando la satisfacción de los sentidos con los objetos creados por la mente y la
sensualidad.
Como no hay nada, nada en esta tierra que satisfaga profunda y verdaderamente buscamos a
Dios, la eterna satisfacción. Este es el nacimiento del hecho religioso actualmente y en toda la
historia.
Este camino que toma le reporta dolor y sufrimiento, vuelve la insatisfacción. El hombre ve cómo
ha invertido sus días y su tiempo para únicamente encontrar ese mundo tras cuya fachada
alucinante sólo vive la nada. Al final de todo siempre se encuentra sólo consigo mismo, caído,
sucio y agotado, debiendo de nuevo emprender sus pasos. Es necesario que la humanidad
aprenda a caminar por el sendero de la Luz.
El conocimiento propio I.
Para que uno pueda transformarse es esencial que se conozca. Uno debe conocerse tal como es,
no cómo quisiera ser, lo cual tan sólo es un ideal y, por lo tanto, algo ficticio, irreal; sólo lo que es
puede ser transformado, no lo que uno desearía ser.
Conocernos tal como somos requiere una vigilancia extraordinaria de la mente, porque lo que es
experimenta modificaciones, cambios constantes; y para poder seguirlos con rapidez, la mente no
debe estar atada a ningún dogma, a ninguna creencia, a ningún modo de acción. Si uno quiere ir
en pos de algo no es bueno estar atado. Si soy codicioso, envidioso, violento, de poco vale que
tenga meramente un ideal de no violencia, de no codicia...
La comprensión de lo que somos, el comprender sin distorsión alguna lo que en realidad somos, es
el principio de la virtud. La virtud es esencial, porque ella nos brinda libertad.
Entiendo por "conocerse a sí mismo" conocer cada pensamiento, cada estado de ánimo, cada
palabra, cada sentimiento; conocer la actividad de la propia mente.
Es importante comprender qué es este conocerse a sí mismo: simplemente es estar atento, sin
opción ni preferencia alguna, al "yo", el cual tiene su origen en un haz de recuerdos; sólo estar
conscientes de él sin interpretarlo, tan sólo observar el movimiento de la mente. Sin ningún fin ni
idea o creencia.
El conocimiento propio surge cuando estamos atentos a nosotros mismos en la relación, la cual
revela lo que somos de instante en instante. La relación es un espejo en el cual podemos vernos
tal y como somos realmente.
La sencillez.
A.
La sencillez es esencial, sólo puede surgir cuando empezamos a comprender el significado del
conocimiento propio.
Creemos que es una expresión externa, pocas posesiones, ropas, cosas, pero eso no es sencillez.
La verdadera sencillez sólo puede originarse interiormente, y de ahí proviene la expresión externa.
Lo que uno es en su interior fluye al exterior.
Al investigar nuestro ser nos hacemos cada vez más libres y más sensibles. Cualquier forma de
autoridad o coacción, interna o externa, contribuye a la insensibilidad. Ninguna forma de coacción
puede conducir a la sencillez, al contrario, cuanto más reprimís, sustituís, sublimáis, menos
sencillez existe, aunque exista cierta apariencia.
Si uno no es sencillo no puede ser sensible a los árboles, a los pájaros, a las montañas, al viento, a
todas las cosas que existen en el mundo que nos rodea. Y si no hay sencillez, uno no puede ser
sensible al mensaje interno de las cosas. La mayoría de nosotros vive muy superficialmente, en el
nivel superior de la conciencia (la mente). Allí tratamos de ser reflexivos e inteligentes, lo cual es
sinónimo de religiosidad; allí tratamos de que nuestra mente sea sencilla, mediante la coacción,
mediante la disciplina. Pero eso no es sencillez. Cuando forzamos la mente superficial a ser
sencilla, tal imposición no la torna ágil, flexible, rápida, sino que sólo consigue endurecerla. Ser
sencillo en todo el proceso de nuestra conciencia es extremadamente arduo. Porque no debe
existir ninguna reserva interior, tiene que haber ansia por averiguar, por descubrir el
comportamiento de nuestro ser. Y eso significa estar alerta a toda insinuación, a toda sugerencia,
darnos cuenta de nuestros temores, de nuestras esperanzas, investigar y liberarnos de todo eso
constantemente. Sólo entonces, cuando
la mente y el corazón son realmente
sencillos, cuando están limpios de
sedimentos, seremos capaces de
resolver los múltiples problemas que se
nos plantean.
B.
Valoramos todas sus formas externas, tales como las pocas posesiones, pero esto no es sencillez.
Creemos que es sencillez tener sólo un taparrabos. Deseamos los signos externos de simplicidad y
eso nos engaña fácilmente.
No es una mente sencilla la que piensa en recompensas y temores, la que está cargada de
conocimientos y creencias, la que se identifica, la que se entretiene con la música, los ritos, Dios o
las mujeres... ¿Qué es sencillez? ¿Es la búsqueda de los elementos esenciales y el rechazo de los
que no lo son? Sencillez no es la búsqueda de lo esencial y del rechazo de lo que no los es. Esto
significaría un proceso de opción de la mente y, toda opción de la mente se basa en el deseo y así
lo que llamáis esencial es lo que os brinda satisfacción, placer. La mente es confusión y su
elección también lo es. Así la opción entre lo esencial y lo no esencial no es sencillez; es un
conflicto, y la mente confusa en conflicto nunca puede ser sencilla.
Cuando de verdad observéis y veáis todas las cosas falsas y los ardides de la mente, cuando
observéis eso y lo percibáis muy claramente, entonces sabréis que es simplicidad. La sencillez es
la acción que no resulta de una idea, es creatividad y mientras no haya sencillez somos como
polos de atracción para el daño, el sufrimiento y la destrucción.
No se puede buscar y experimentar, llega como una flor que se abre en el momento justo, cuando
uno comprende todo el proceso de la existencia y la vida de relación.
No hay que buscarla, surge tan sólo cuando no hay "yo", cuando la mente no está atrapada en
especulaciones, en conclusiones, en creencias, en imaginaciones (Acción que no es resultado de
una idea). Sólo una mente libre puede hallar la verdad, recibir aquello que es inconmensurable,
que no puede nombrarse. Eso es sencillez.
C.
Es extraño el deseo de alardear ante los demás, de ser alguien. La envidia es odio y la vanidad
corrompe. Parece tan difícil e imposible ser sencillo, ser lo que somos y no presumir.
Ser lo que uno es resulta en sí mismo muy arduo, ser lo que uno es sin tratar de llegar a ser esto o
aquello, lo cual no es demasiado difícil. Siempre puede uno aparentar, ponerse una máscara, pero
ser lo que es constituye una cuestión muy compleja; porque uno está siempre cambiando, nunca
es el mismo y cada instante revela una nueva faceta, una nueva profundidad, una superficie nueva.
No es posible ser en un instante todo eso, porque cada instante conlleva su propio cambio. De
modo que si uno es siquiera un poco inteligente, renuncia a ser esto o aquello.
Cada uno de nosotros piensa que es muy sensitivo, y un incidente cualquiera, un pensamiento
fugaz, demuestra que no lo es; piensa que talentoso, instruido, artístico, moral, pero al volver la
esquina se encuentra con que no es ninguna de estas cosas sino profundamente ambicioso,
envidioso, inepto, brutal e impaciente. Alternativamente uno es todas estas cosas y desea algo que
tenga continuidad, permanencia (por supuesto, sólo aquello que sea provechoso, agradable). Así
es como corremos tras de ello, y todos nuestros otros "yoes" claman por salirse con la suya, para
lograr su propia realización. De este modo, cada uno de nosotros se convierte en un campo de
batalla en el cual generalmente triunfa la ambición con todos sus placeres y su infortunio, su
envidia y su temor. A ello se le añade la palabra "amor" en aras de la respetabilidad y para
mantener la integridad de la familia; pero uno mismo está atrapado en los propios compromisos y
actividades, aislado, clamando por reconocimiento y fama: yo y mi país, yo y mi partido, yo y mi
dios consolador.
D.
La sencillez atrae al instinto, la intuición y el discernimiento para crear pensamientos con esencia y
sentimientos de empatía. Sencillez es la conciencia que llama a las personas a replantearse sus
valores.
La sencillez crece en las raíces sagradas, personificando una riqueza de virtudes y valores
espirituales que se manifiestan en las actitudes, las palabras, las actividades y el estilo de vida. La
sencillez es hermosa y, como la luna, irradia frescura, en contraste con el resplandor del sol. La
sencillez es natural. Puede tener una apariencia corriente y carente de atractivo para aquellos cuya
visión está acostumbrada a lo superficial, o a lo erudito.
Sin embargo, para aquellos que poseen el discernimiento sutil de un artista, un vislumbre de
sencillez es suficiente para reconocer la obra maestra.
La sencillez combina la dulzura y la sabiduría. Es claridad en la mente e intelecto, ya que surge del
alma. Los que personifican la sencillez están libres de pensamientos extenuantes, complicados y
extraños. El intelecto es agudo y despierto. La sencillez invoca al instinto, la intuición y el
discernimiento para crear pensamientos con esencia y sentimientos de empatía. En la sencillez hay
altruismo, el que personifica esa virtud ha renunciado a la posesividad y está libre de los deseos
materiales que distraen el intelecto haciéndolo divagar hacia territorios inútiles. Carecer de deseos
no significa arreglárselas sin nada, o tener la vida de un asceta. Al contrario, uno lo tiene todo,
incluyendo la satisfacción interna. Esto se refleja en el rostro -libre de perturbaciones, debilidades e
ira- y en la conducta, con una elegancia y una majestad extraordinarias, pero a la vez ingenua.
Sencillez es ser el niño inocente y el maestro sabio. Nos enseña a vivir con sencillez y a pensar de
forma elevada.
Las personas que viven con sencillez, generalmente disfrutan de una relación cercana con la
naturaleza. Su moral proviene de las tradiciones perennes que funcionan en armonía con las leyes
de la naturaleza. Las hierbas se convierten en sus remedios naturales. La luna y las estrellas son
las lámparas que los alumbran. El mundo natural es el aula en la que estudian. Esto no significa
que todos debamos adoptar este estilo de vida. Sin embargo, se puede aprender de la naturaleza.
Cuando se observa la ética de la sencillez, casi no hay desperdicio. Todos los recursos se valoran:
el tiempo, los pensamientos, las ideas, el conocimiento, el dinero y las materias primas.
La sencillez es verdad. La belleza de la verdad es tan sencilla que funciona como la alquimia. No
importa cuántos disfraces se presenten ante ella, la luz de la verdad no puede permanecer
escondida; alcanzará a las masas con un lenguaje muy sencillo y, al mismo tiempo profundo. Los
mensajeros de la verdad siempre han personificado formas comunes, han llevado vidas sencillas, y
han adoptado medios simples para impartir sus mensajes. Viven y dicen la verdad, ofreciendo
belleza a las vidas de los demás. Su sencillez y esplendor pueden compararse al joyero. Fiel a la
integridad de su profesión, el joyero hace todas y cada una de sus joyas preciosas y perfectas,
pero él sigue siendo sencillo.
Hoy en día la belleza está definida por las industrias de la moda y la estética, propagada por los
ricos y los famosos y aceptada por las masas. La belleza, sin embargo, no se encuentra sólo en la
apariencia, como dice el proverbio. La belleza, en su forma más sencilla, elimina la arrogancia de
las ropas caras y de vivir de forma extravagante. Va más allá del rico y del pobre. Es apreciar las
pequeñas cosas de la vida que a veces no son visibles ni aparentes para el resto del mundo.
Sencillez es apreciar la belleza interna y reconocer el valor de todos los actores, incluso del más
pobre o desafortunado. Es considerar que todas las tareas, incluso la más humilde, tienen valor y
dignidad.
La sencillez reduce la diferencia entre “lo que tengo” y “lo que me falta” demostrando la lógica de la
verdadera economía: ganar, ahorrar, invertir y compartir los sacrificios así como la prosperidad, de
manera que pueda haber una mejor calidad de vida para todos los seres humanos,
independientemente de donde hayan nacido.
Sencillez es la conciencia que dirige una llamada a la gente para que replantee sus valores.
El ser humano debe obrar a partir de hechos, desde su verdad, y no a partir de creencias o ideales.
Cuando entran en juego las creencias aparecen la ignorancia y el dolor. Lo que para una persona
son hechos, para otra no tiene por que ser una creencia sino, sencillamente, una posibilidad. En
este sentido, la vida es una escuela, y en el periodo entre vidas elegimos, ayudados por nuestros
guías, las pruebas que debemos afrontar. Muchos hemos elegido la prueba de “perder” a seres
amados, pero a pesar de lo duras que puedan parecernos a simple vista estas experiencias,
debemos superarlas. Superar las pruebas es permitir que surja la virtud, es conocer y demostrar
que uno tiene determinada capacidad de comprender y de amar. Debemos aprovechar las pruebas
y el sufrimiento que las acompaña para lo evidente… para adquirir conocimiento, para aprender a
amar y obrar adecuadamente. Sólo así el sufrimiento se disipa.
Las personas que abandonan este plano conocen los pensamientos y sentimientos que tenemos
con respectos a ellos, pues estos son como una especie de llamadas de atención que les
realizamos. También suelen sentir muy intensamente, pues sus sentimientos ya no están
amortiguados por el cuerpo físico, por la materia más densa. Por todo esto, ceder al sufrimiento no
es lo mejor que podemos hacer por ellos. Por el contrario, emanar auténticos sentimientos y
pensamientos llenos de serenidad, de firmeza, amor, paz y conocimiento, suele ser el mejor y más
preciado regalo que podemos ofrecerles.
Desear ver y comunicarse con personas que han partido casi siempre significa alimentar la
ambición, el deseo de poseer, de experimentar y de gozar placer y seguridad. Por esto no suele
ser un sentimiento limpio de los dictados del ego y es impropio de las personas espiritualmente
desarrolladas. Por otra parte, en el perder la compostura, en el rendirse a pensamientos y
sentimientos inapropiados, siempre se experimenta una especie de placer. Por ello, abandonarse
al sufrimiento no es otra cosa que mostrarse egoísta y buscar de manera inadecuada el placer.
El sufrimiento es una sacudida que ocurre para que la mente se de cuenta de su propia
insuficiencia. El reconocimiento de esa insuficiencia origina lo que llamamos sufrimiento. Si una
persona ha estado dependiendo de su hijo o de su esposa o esposo para satisfacer esa
insuficiencia, la pérdida de esa persona que amaba le crea la plena conciencia de su vacuidad, de
ese vacío interno. De esa conciencia surge el dolor, y entonces decimos: “he perdido a tal
persona”.
Por lo tanto, a causa de la muerte hay, primero que nada, la plena conciencia de la vacuidad que
hemos estado evadiendo cuidadosamente. Donde hay dependencia tiene que haber vacuidad,
superficialidad, insuficiencia y, por ello, aflicción y dolor. Pero no queremos reconocer eso; no
vemos que esa es la causa fundamental de nuestro sufrimiento. Así que decimos: “perdí a mi
amigo, a mi marido, a mi esposa, a mi hijo..., ¿cómo podré superar esta pérdida? ¿cómo podré
superar este dolor?”.
Ahora bien, toda superación no es sino una sustitución. En la superación y sustitución no hay
comprensión alguna y, por consiguiente, sólo puede haber más dolor, aunque temporalmente
podamos encontrar una sustitución que pondrá a la mente a dormir por completo. Si no buscamos
una sustitución acudimos a sesiones espiritistas, a los médium, o nos refugiamos en la prueba
científica de que la vida continua después de la muerte. Así comenzamos a descubrir diversas
formas de escape y sustitución que nos alivian transitoriamente del sufrimiento. Mientras que, si
cesara este deseo de superar el sufrimiento y hubiera una verdadera intención de comprender, de
descubrir cuál es la causa fundamental de la aflicción y el dolor, entonces podríamos descubrir
que, en tanto existan el sentimiento de soledad, la superficialidad, la vacuidad y la insuficiencia,
que en su expresión externa es dependencia, tendrá que haber sufrimiento. Y no podemos llenar
esa insuficiencia mediante la superación de obstáculos, mediante sustituciones, escapando o
acumulando, todo lo cual son artimañas de la mente, perdida en la persecución de la ganancia.
El sufrimiento es tan sólo esa alta, intensa claridad del pensar y del sentir que nos obliga a
reconocer las cosas tal como son. Pero esto no significa aceptar, resignarse. Cuando uno ve las
cosas como son, cuando las ve en el espejo de la verdad, que es inteligencia, entonces hay júbilo,
alegría, éxtasis; en eso no hay dualidad, ni sentimiento de pérdida, ni división alguna. Pero nos
dejamos llevar por la memoria, creando cada vez más dependencia, al mirar continuamente hacia
atrás, regresando emocionalmente a un acontecimiento para obtener de ello una reacción, una
emoción, lo cual impide la plena expresión de la inteligencia en el presente.
Debemos comprender que no se puede eliminar el sufrimiento, que el ser humano no tiene la
capacidad para ello. Podemos ocultarlo, escapar de él, pero no eliminarlo. Cuando se comprende
esto con claridad surge la humildad de saber que uno no puede hacer nada con respecto el dolor
que le sobreviene, pero que puede verlo, observarlo con toda claridad, ver cómo lo condiciona a
uno. Cuando vemos con atención y claridad nuestro propio sufrimiento nos damos cuenta que la
soledad, la desesperación que uno siente, no es diferente de uno mismo. En esa vivencia, en esa
integración desaparecen la angustia, el sufrimiento. Esto no es algo teórico, es así, y puede
comprobarse.
Muerte y renacimiento.
Las creencias, los ideales y las opiniones sirven para alejarnos de la realidad, para evadirnos de lo
que es. Y lejos de nuestra propia realidad es imposible obrar adecuadamente. Entonces nos
sumimos en el desorden y la desdicha. Es importante averiguar lo que cada uno de nosotros
entiende por muerte y por reencarnación, la verdad de ello, no lo que nos gusta creer, no lo que
alguien nos ha dicho o lo que algún instructor nos ha enseñado al respecto. Es la verdad la que
libera, la que rompe las cadenas y los condicionamientos que nos atan a la confusión, al desorden
y al dolor. Es la verdad la que nos hace libres, no la propia conclusión personal, la propia opinión.
Deseamos que se nos asegure que no existe la muerte y que viviremos otra Vida, pero en eso no
hay felicidad ni sabiduría. La búsqueda de inmortalidad por medio de la reencarnación es
esencialmente egoísta; por lo tanto, no es apropiada. Nuestra búsqueda de inmortalidad es sólo
otra forma de deseo de que continúen nuestras reacciones autodefensivas contra la Vida, es
simplemente un afán que va contra la inteligencia. Un anhelo semejante sólo puede conducirnos a
la ilusión. Lo que importa, pues, no es si hay o no reencarnación, sino comprender la plenitud de
realización en el presente, si somos conscientes y obramos adecuadamente. Y eso sólo puede uno
hacerlo si su mente y su corazón ya no están protegiéndose contra la Vida. La mente es astuta y
sutil en su autodefensa, y debe discernir por sí misma la naturaleza ilusoria de la autoprotección.
Esto significa que uno debe pensar y actuar de una manera completamente nueva. Debe librarse
de la red de valores falsos que el entorno le ha impuesto. Tiene que haber una total desnudez
interna. Entonces existe la inmortalidad, lo desconocido, la realidad.
Aunque no la hemos visto, nos gusta pensar que existe, porque ello da placer, porque es algo que
hemos colocado más allá del pensamiento, más allá de las palabras, en el más allá. Concebimos el
alma como algo eterno, “espiritual”, que jamás puede morir, y entonces el pensamiento se aferra a
eso. Pero pocas personas saben con certeza si existe una cosa como el alma, una cosa que esté
más allá del tiempo y del pensamiento, algo no inventado por el ser humano, algo que se
encuentre más allá de la naturaleza humana, que no haya sido elaborada por la mente astuta.
Porque la mente ve esa enorme incertidumbre, esta confusión, ve que en la Vida no hay nada
permanente, nada. La relación que tenemos con nuestra esposa, nuestro marido, nuestros hijos,
nuestro empleo, nada de eso es permanente. Entonces la mente inventa algo que sea permanente,
y lo llama alma. Pero, dado que la mente piensa en ello, tal cosa sigue estando dentro del campo
del tiempo y del pensamiento. Es obvio. Si puedo pensar en algo, eso forma parte de mi
pensamiento. Y mi pensamiento es el resultado del tiempo, de la experiencia, del conocimiento, y
siempre es limitado. De modo que el alma está aún dentro del campo del tiempo.
Así pues, la idea de continuidad de un alma que renacerá una y otra vez no tiene sentido, porque
es la invención de una mente atemorizada, de una mente que desea y busca una duración a través
de la permanencia, que anhela una certidumbre, porque en eso hay esperanza. Tememos a la
muerte porque no sabemos cómo vivir. Si supiéramos cómo vivir con plenitud no tendríamos miedo
a morir. Si amáramos los árboles, la puesta de sol, la hoja que cae, si amáramos a los pájaros; si
estuviéramos atentos a los hombres y mujeres que lloran, a los pobres, si de veras sintiéramos
amor en nuestro corazón no temeríamos a la muerte.
No vivimos con alegría, no somos felices, no somos vitalmente sensibles a las cosas, y por eso nos
preguntamos que nos va a ocurrir cuando muramos. La Vida es para nosotros dolor, y por eso
estamos mucho más interesados en la muerte. Sentimos que tal vez habrá más felicidad después
de la muerte. Pero ése es un problema tremendo, y se necesita una enorme pasión para
investigarlo. Al fin y al cabo, en el fondo de todo esto está el miedo: miedo de vivir, miedo de morir,
miedo de sufrir. Si uno no puede comprender qué es lo que da origen al miedo y al sufrimiento,
pues así con su comprensión se disipan, entonces no importa mucho si se está vivo o muerto.
Si alguien dice: “yo renaceré”, tiene que saber qué es el “yo”. Cuando hablamos de una entidad
espiritual entendemos con ello algo que no está dentro del campo de la mente. Ahora bien, el “yo”
no es ninguna entidad espiritual. Si fuera una entidad espiritual estaría más allá de todo el tiempo
y, por lo tanto, no podría renacer ni continuar. El pensamiento no puede pensar sobre ninguna
entidad espiritual, porque el pensamiento se encuentra dentro de la medida del tiempo, el
pensamiento proviene del ayer, de la memoria, es un movimiento continuo, la respuesta del
pasado. Así pues, el pensamiento es, en esencia, un producto del tiempo. Si el pensamiento puede
pensar acerca del “yo”, éste forma parte del tiempo; en consecuencia, el “yo” no está libre del
tiempo y, por ende, no es espiritual, lo cual resulta evidente. De modo que el “yo” es tan sólo un
proceso del pensamiento; y queremos saber si ese proceso del pensamiento, continuando aparte
del cuerpo físico, nace nuevamente, se reencarna en una forma física.
Aquello que continua no puede descubrir, en modo alguno, lo real, lo que está más allá del tiempo
y de la medida. Ese “yo”, esa entidad que es un proceso de pensamiento, no puede ser nuevo. Si
no puede ser fresco, nuevo, entonces tiene que haber una terminación para el pensamiento. Toda
cosa que continúa es inherentemente destructiva, y aquello que tiene continuidad jamás puede
renovarse. En tanto el pensamiento continúe a través de la memoria, del deseo, de la experiencia,
jamás podrá renovarse; por consiguiente, lo que es continuo no puede conocer lo real. Uno podrá
renacer mil veces, pero jamás podrá conocer lo real, porque sólo aquello que muere, que llega a su
fin, puede encontrarse con lo desconocido y renovarse.
En el morir hay renovación. Sólo en la muerte algo nuevo surge a la existencia. Con este
conocimiento no estamos brindando consuelo, esto no es algo en lo que podamos creer o pensar,
o que podamos examinar y aceptar intelectualmente, porque entonces lo convertiríamos en otro
consuelo, tal como ahora creemos en la reencarnación o en la continuidad en el más allá, etc. Pero
la verdad es que, para aquello que continúa, no hay renacimiento, no hay renovación. Por lo tanto,
la renovación, el renacimiento está en morir de cada día, de instante en instante. Eso es la
inmortalidad. En la muerte está la inmoralidad; no en esa muerte que nos asusta y tememos, sino
en la muerte de las conclusiones previas, de los recuerdos, de las experiencias, en la muerte de
todo lo que nos hemos identificado como el “yo”. En el morir del “yo” a cada instante hay eternidad,
hay inmortalidad, hay algo que se debe vivenciar; no es para que se especule o se diserte al
respecto, como hacemos con la reencarnación y todas estas clases de cosas.
Cuando uno ya no tiene miedo, porque hay un morir a cada instante y, por lo tanto, una
renovación, entonces se halla abierto a lo desconocido. La realidad es lo desconocido. La muerte
es también lo desconocido. Pero decir que la muerte es bella, maravillosa, porque continuaremos
en el más allá y toda esa insensatez, carece de realidad. Lo adecuado es ver la muerte tal como
es: un final, un final en el que hay renovación, renacimiento, no una continuidad. Porque aquello
que continúa se deteriora, y lo que tiene el poder de renovarse a sí mismo es eterno.
Consideramos la muerte algo distinto de la Vida. Creamos una frontera entre la Vida y la muerte y,
sin comprender la Vida, tenemos miedo de la muerte. Pero, en realidad, no existe división alguna
entre la Vida y la muerte –salvo en la ilusión de la propia mente.
Cuando hablamos de la Vida, entendemos el vivir como un proceso de continuidad en el que hay
identificación. Yo y mi casa, yo y mi esposa, yo y mi cuenta bancaria, yo y mis experiencias
bancarias... eso es lo que entendemos por Vida. El vivir es para casi todos nosotros un proceso de
continuidad en la memoria, tanto consciente como inconsciente, con sus diversas luchas, reyertas,
incidentes, experiencias, etc. Todo eso es lo que llamamos Vida; y en oposición a todo eso está la
muerte, que pone fin a todo. Una vez que hemos creado el opuesto a la Vida, la muerte, y como la
tememos, nos ponemos a buscar la relación que existe entre ella y la Vida; intentamos llenar ese
vacío con alguna explicación, con una creencia en la continuidad, en el más allá, y así nos
quedamos satisfechos. Creemos en la reencarnación o en alguna otra forma de continuidad del
pensamiento para luego tratar de establecer una relación entre lo conocido y lo desconocido.
Procuramos tender un puente entre lo conocido y lo desconocido, intentado hallar la relación entre
el pasado y el futuro. Eso es lo que hacemos cuando investigamos si existe alguna relación entre
la Vida y la muerte. Deseamos saber cómo conectar el vivir y el morir. Ése es nuestro deseo
básico.
El vivir, tal como es ahora, implica tortura, continuo desorden, contradicción; por lo tanto, nuestra
vida es conflicto, confusión y desdicha. El diario ir al trabajo, la repetición del placer, con sus penas
y su ansiedad, el andar a tientas, la incertidumbre, eso es lo que llamamos el vivir. A ese tipo de
vivir nos hemos acostumbrado. Lo aceptamos, envejecemos con él y morimos.
Para descubrir qué es el vivir, así como para descubrir qué es el morir, uno debe entrar en contacto
con la muerte. Esto es, uno debe terminar cada día con todo lo que ha conocido. Debe terminar
con la imagen que ha elaborado respecto de sí mismo, de su familia, de sus relaciones, la imagen
que ha formado a causa del placer, su relación con la sociedad, con todo. Eso es lo que va a
suceder cuando la muerte ocurra.
Podemos conocer el final, que es la muerte, mientras vivimos. Si podemos conocer qué es la
muerte mientras estamos con vida, no habrá ningún problema para nosotros. Como no podemos
experimentar lo desconocido mientras vivimos, le tenemos miedo. Somos el resultado de lo
conocido y nuestra lucha consiste en establecer una relación con lo desconocido, a lo que
llamamos muerte. Mas no puede haber una relación entre el pasado y algo que la mente no puede
concebir, que llamamos muerte.
Separamos amabas cosas porque nuestra mente sólo puede funcionar en la esfera de lo conocido,
de lo continuo. Uno se conoce a sí mismo tan solo como pensador, como actor con ciertos
recuerdos de desdicha, de placer, de amor, de afecto, de diversas clases de experiencia. Uno se
conoce a sí mismo únicamente como un ente continuo, pues de otro modo no tendría recuerdo de
sí mismo, no tendría ningún recuerdo de ser algo. Ahora bien, cuando ese algo llega a su término,
lo que denominamos muerte, surge el temor a lo desconocido. Queremos, pues, para vencer esa
angustia, ese temor a la muerte, atraer lo desconocido hacia lo conocido, y todo nuestro esfuerzo
consiste en dar continuidad a lo desconocido. Es decir, no queremos conocer la Vida, que incluye a
la muerte, sino que queremos saber cómo continuar y no llegar al fin. No deseamos saber de la
Vida y de la muerte, sino tan solo cómo continuar sin finalizar.
Lo que continúa no conoce la renovación. Nada nuevo, nada creador puede haber en aquello que
tiene continuación. Tan solo cuando termina la continuidad existe una posibilidad de que aquello
que es siempre nuevo se manifieste, que surja a nuestra consciencia. Pero es ésa terminación lo
que nos infunde pavor, y no vemos que sólo en el terminar puede estar la renovación, lo creador, lo
desconocido, no en guardar de un día para el otro nuestras experiencias, nuestros recuerdos e
infortunios. Únicamente cuando morimos cada día para lo viejo, para lo pasado, es cuando puede
surgir lo nuevo. Lo nuevo no puede estar donde hay continuidad, pues lo nuevo es lo creador, lo
desconocido, lo eterno, Dios o como lo queramos llamar. La persona, la entidad continuadora, que
busca lo real, lo eterno, jamás lo encontrará, porque sólo puede encontrar lo que ella proyecta a sí
misma, y eso no es lo real. Sólo terminando, muriendo, puede conocerse lo nuevo. El ser humano
que procura ver la relación entre la Vida y la muerte, tender un puente entre lo continuo y lo que él
cree que hay más allá, vive en un mundo ficticio e irreal que es una proyección de sí mismo, de su
propia mente.
Ahora bien, podemos morir en Vida, es decir, terminar, ser como la nada. Vivimos en un mundo
donde todo está en proceso de cambio, donde todo es arribismo y lucha por lo superficial y el éxito
rápido, y en semejante mundo debemos conocer la muerte. Tenemos que terminar con todos lo
recuerdos, no con el recuerdo de los hechos, del camino a casa, de cómo reparar una máquina,
etc. Sino con el apego interno a la seguridad psicológica mediante la memoria, terminar con los
recuerdos que uno ha acumulado, almacenado, y en los que busca seguridad, placer y felicidad.
Podemos poner fin a todo eso, es decir, morir cada día para que mañana pueda haber renovación.
Sólo entonces conoceremos la muerte en Vida, y sólo en ese morir, en ese terminar, en ese poner
fin a la continuidad, está la renovación, esa creación que es eterna.
Donde no existe la expresión creativa de la vida damos una importancia indebida al sexo, el cual
se vuelve un agudo problema. La cuestión no es cómo puede uno superar el deseo sexual, sino
cómo ha de liberar uno ese vivir creativo y no abordar tan sólo una parte del vivir como es el sexo.
Uno debe comprender la totalidad, la integridad de la Vida, y no quedarse intentando tratar las
partes, lo que significa vivir superficialmente.
A causa de la educación actual, de las circunstancias y del medio, somos empujados a hacer
cosas que no queremos, cosas que rechazamos. Estamos obligados a hacerlas porque nos falta
una capacidad apropiada, un adiestramiento conveniente. En nuestro trabajo y en los diferentes
aspectos de nuestra vida, las circunstancias, las condiciones nos impiden expresarnos de manera
fundamental, creativa, y entonces necesitamos una salida. Y esta salida se convierte en el
problema del sexo o el problema de la bebida o algún problema estúpido, insensato. Todas estas
salidas se convierten en problemas.
También es posible que las ambiciones de uno se vean frustradas, cercenadas, impedidas, y
entonces de nuevo se le da una importancia indebida a cosas que deberían ser normales. Por eso,
hasta que no comprendamos de manera global nuestros deseos religiosos, políticos, económicos y
sociales con sus respectivos obstáculos, las funciones normales de la existencia adquirirán una
importancia enorme y ocuparán el primer lugar de nuestras vidas. De aquí que todos los
innumerables problemas de la codicia, del espíritu posesivo, del sexo, de las discriminaciones
sociales y raciales, tengan una magnitud y un valor falsos.
Apuntes.
Textos.
Sólo si nos damos cuenta de nuestra insuficiencia interior y vivimos con ella, sin escapar,
aceptándola totalmente, descubriremos una tranquilidad extraordinaria que viene de la
comprensión de lo que es y no es artificial. Sólo en este estado de tranquilidad podemos realmente
vivir.
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Cuando la mente ya no resiste, ya no elude, ya no descarta ni censura lo que es, sino que se
encuentra simplemente alerta de un modo pasivo, entonces en esa pasividad de la mente, si
ahondamos de veras en el problema, veremos que se produce una transformación. De una forma
natural, sin disciplinas. Es la verdad la que nos hace libres,no nuestro esfuerzo, que a nada
conduce.
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Tal vez jamás hemos experimentado ese estado de la mente en el que existe un completo
abandono de todas las cosas, un desprendimiento total. Y no podemos abandonarlo todo sin que
haya una profunda pasión. Intelectual o emocionalmente es imposible desprenderse de todo. El
desprendimiento total ocurre cuando existe una pasión intensa.
Un hombre o una mujer que no es apasionado, que no es intenso, jamás podrá comprender ni
sentir la cualidad de la belleza. La mente que mantiene algo en reserva, que tiene un interés en
algo... tampoco podrá nunca conocer la belleza ni comprender qué es el amor.
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¿Hemos intentado alguna vez mirar a una persona, una flor, una idea, una emoción, sin optar, sin
juzgar en absoluto?
¿Y si hacemos lo mismo con el deseo?, si vivimos con él sin negarlo ni decir: "¿Qué haré con este
deseo? Es tan desagradable, tan imperioso, tan violento...", sin darle un nombre, un símbolo, sin
cubrirlo con una palabra, entonces, ¿Sigue existiendo la causa del desorden?
En consecuencia, ¿Es el deseo algo que debe ser sacrificado, destruido? Queremos destruirlo
porque un deseo acomete contra otro creando conflicto, desdicha y contradicción; y podemos ver
cómo intentamos escapar de este conflicto interminable. Entonces ¿Podemos darnos cuenta de la
totalidad del deseo, de la cualidad total del deseo?
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El dolor, el miedo, el deseo, la dependencia, el apego... Deben existir, por fuerza, en tanto exista
el apremio de "ser" o de "llegar a ser", que es la persecución del éxito, con todas sus frustraciones
y todas sus contradicciones tortuosas.
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Estar alerta a los propios sentimientos y pensamientos, sin identificarse con ellos, sin rechazar
nada, no es una tarea tediosa y difícil; pero cuando buscamos un resultado, cuando queremos
obtener algo, el conflicto se incrementa y nace el tedio del esfuerzo, de la lucha.
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¿Existe división entre el pensador y el pensamiento? Creemos que el pensador está separado del
pensamiento. Cuando nos damos cuenta de que somos codiciosos, posesivos, brutales, pensamos
que no debería ser así. El pensador trata entonces de cambiar sus pensamientos y hace un
esfuerzo por conseguir ese cambio, y en ese esfuerzo de "ser mejor" persigue la falsa ilusión de
que hay dos procesos separados, que están separados el pensador y el pensamiento. En realidad
sólo existe un único proceso.
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Por la falta de consciencia entramos en la "Ley del Péndulo", entramos en un movimiento que nos
hace oscilar entre el apego y el desapego a las cosas, las ideas, las personas..., reaccionando a la
dependencia que tenemos de ellos y sin poder escapar, sin poder ser libres.
Investigando nuestras reacciones y viendo cuál es nuestro verdadero deseo, puede venir a
nosotros la libertad.
Siendo un ser integrado en el que no existen el observador y lo observado, siendo consciencia del
proceso del apego y la dependencia, percibirlo sin condena y sin juzgarlo, podemos llegar a
percibir el significado del conflicto de los opuestos.
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3. Cuando ves el deseo, la dependencia, juzgas. Ve entonces la creencia que subyace detrás del
juicio.
5. Eres uno con el deseo, que eres el deseo, con amor y pasión, y no creas al observador y lo
observado. Es decir, que vives la vida y no te pierdes en las creaciones mentales.
*********
Ve lo que es, falso como falso y lo verdadero como verdadero y no irás al opuesto sino que irás a
la unidad del amor y la consciencia.
Este es el camino de la transformación. Cuando ves algo que no te gusta en referencia a tus
creencias y quieres ir hacia el contrario, por ejemplo ves que eres egoísta y quieres llegar a ser
generoso, este "querer llegar a ser generoso" no es más que egoísmo camuflado, es el "yo" que
quiere seguir viviendo en "el ser generoso", es codicia. Además este "querer llegar a ser algo" está
siempre limitado e influenciado por el pensamiento y éste lo es por aspectos externos a la persona
(cultura, sociedad...) e internos (deseos, apegos, ideales...).
La acción correcta, la verdadera acción, la acción que nos alejará del sufrimiento a nosotros y a los
que nos rodean no surge del pensamiento.
*********
¿Buscas algo?
Es una pregunta que si te la planteas estando alerta y en consciencia te lleva a la Vida. ¿Deseas,
quieres, buscas algo?
¿Puede ser que la razón primera de todos tus deseos y dependencias seas tu profunda soledad y
desazón? Medita sobre el profundo y a veces inadvertido dolor de vivir: vacío, soledad... medita.
¿Es posible que todo este sufrimiento lo intentes tapar con ideales, creencias, personas, vivencias
y cosas?
*********
Tenemos que llegar al problema central: cómo disolver el "yo" que está atado al tiempo, en el que
no hay amor ni compasión. Es posible ir más allá sólo cuando la mente no se separa a sí misma
como el pensador y el pensamiento. En verdad, el pensador y el pensamiento son una sola cosa.
Sólo entonces hay silencio, el silencio en el que no hay formulaciones de imágenes o experiencias.
En ese silencio no hay un experimentador que esté experimentando. Sólo así existe una revolución
psicológica creativa.
*********
¿Puede mi mente existir sin ningún motivo o incentivo para cambiar o no cambiar? Porque
cualquier motivo es el resultado de la reacción de un cultura en particular. Si la mente no se libera
de la cultura de la que se ha nutrido, la persona no podrá estar en paz, no será libre.
*********
Cuando veas la dependencia (cuando veas todo lo que te rodea) sé uno con ella,
conscientemente, enamoradamente, en paz. En el momento presente. Respira profundamente y
ve, siente y ama, sin juzgar ni nombrar.
*********
Para que tenga lugar la completa mutación de la conciencia, debemos negar el análisis y la
búsqueda.
El vacío en la consciencia sólo es posible viendo realmente lo falso sin saber o imaginar qué es lo
verdadero.
*********
Mientras haya conflicto el cambio es impuesto y no hay comprensión.
No podremos ver totalmente el contenido íntegro del espíritu adquisitivo (nuestra "sed", nuestro
deseo de más), en tanto haya algún esfuerzo por cambiarlo. No podemos ver la verdad si no
dedicamos a ello toda nuestra atención.
*********
¿Cómo podremos proceder con respecto a nuestra esclavitud sin volvernos egocéntricos?
Vemos que la disciplina es violencia, pensamiento, tiempo... pero también vemos la importancia de
que la mente esté libre. ¿Qué podremos hacer?
El mirar y comprender en "el segundo eterno", el ahora, sin juzgar, sin deseo ni ideales nos aporta
una posibilidad de solución.
*********
El destello de la comprensión tiene lugar cuando cesa la verbalización del pensamiento, cuando la
mente está muy quieta, silenciosa.
La comprensión de la verdad, la verdad que se encuentra en todas las cosas, sólo puede tener
lugar cuando la mente está quieta. Pero esa quietud no puede ser cultivada, disciplinada. Si así lo
hiciéramos tendríamos una mente muerta.
Cuando más nos interesamos en algo, cuanto mayor es nuestra intención de comprender, tanto
más simple, clara y libre se torna nuestra mente: cesa la verbalización.
La mente que parlotea, que verbaliza, no puede comprender la verdad; la verdad en la relación, no
una verdad abstracta. No hay, no existe ninguna verdad abstracta.
Pero la verdad es muy sutil. Como un ladrón en la noche llega secretamente, no cuando estamos
preparados para recibirla.
Si nuestra mente está preparada no podemos conocer lo desconocido, ya que nosotros somos lo
desconocido. Si nos decimos a nosotros mismos: "yo soy Dios" o "yo soy un conjunto de
influencias", si tenemos algún preconcepto acerca de nosotros mismos, no podemos comprender
lo desconocido, aquello que es espontáneo. Lo espontáneo ha de ser lo nuevo, lo desconocido, lo
incalculable, aquello que debe ser expresado, amado, en lo cual la voluntad, como dirección y
control, no tiene participación alguna.
Verás que los estados de gran júbilo, de gran éxtasis, son impremeditados, ocurren
inadvertidamente, de manera misteriosa y secreta.
*********
En el mundo no hay seguridad. La vida no es estática, aunque nos gustaría que lo fuese. Ninguna
relación es estática (y la vida es relación), porque la vida es movimiento. Ver este movimiento y ser
consciente de él es meditación.
Estate alerta a cada pensamiento para saber de qué fuente brota y cuál es su propósito. Cuando
se conoce todo el contenido de un pensamiento se revela el proceso total de la mente.
*********
Cuando no hay consciencia-amor surgen los conflictos, los ideales, las creencias y juicios, "el yo".
Cuando hay amor no existen ni el bien ni el mal, todo nuestro ser se encuentra lleno de amor.
¿Existe tal cosa como el mal? ¿No existe en realidad una sola cosa, que es una mente inatenta?
Cuando la mente persigue la no codicia, cuando trata de ser no codiciosa, sigue siendo codiciosa,
porque trata de ser "algo".
*********
Si pudiéramos descubrir ese factor más profundo que nos hace desear, el mismo deseo se
disiparía y con él el sufrimiento.
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Ser = silencio = ver que toda acción viene precedida, nace, de un deseo de placer. Observa
también si en todo tu ser existe una ausencia de movimiento (paz) o bien lo hay.
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¿Puedes mirar algo sin el movimiento de la mente? Si puedes hacerlo descubrirás algo
extraordinario, un movimiento más allá de la medida del tiempo, una primavera que no conoce
veranos.
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Cuando no hay dualidad es posible vivir sin conflicto. Cuando uno es consciente no hay dualidad,
sólo existe lo que es.
La dualidad existe únicamente cuando tratamos de negar o de escapar de "lo que es" hacia lo "lo
que no es".
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Toda forma de acumulación, ya sea de conocimiento o de experiencia, toda forma de ideal, toda
proyección de la mente, toda práctica destinada moldear la mente (lo que la mente debería ser y
no debería ser), todo esto debilita el proceso de investigación y descubrimiento, sin duda.
Nuestra investigación no debe estar dirigida a la solución de nuestros problemas inmediatos, sino
más bien a descubrir si es posible dejar a un lado todos los contenidos mentales tanto los
superficiales como los de la mente inconsciente, profunda.
Y esto sólo puede hacerse si la mente es capaz de estar alerta sin exigencia ni presión alguna.
Simplemente estar alerta. Es difícil debido a que toda nuestra educación nos ha enseñado a
censurar, a aprobar, a comparar.
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El contenido de nuestra consciencia se compone de todas las cosas que genera el pensamiento.
Cuando uno tiene una imagen propia crea una división entre "él" y "lo otro".
Cada uno se ha creado una imagen del otro ¿Es el pensamiento amor? ¿Es amor el deseo, el
placer?
Pongamos el corazón en descubrir qué relación tenemos con el mundo ¿Son imágenes,
pensamiento, o son realidad? No nos hallamos separados del resto del mundo, somos el resto del
mundo.
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Entre dos pensamientos existe un periodo de silencio que no está relacionado con el proceso del
pensar.
Ese periodo de silencio, ese intervalo, no es del tiempo; y el descubrimiento de ese intervalo lo
libera a uno de su condicionamiento, o mejor dicho, no lo libera "a uno" sino que hay libertad son
respecto al condicionamiento.
Sólo cuando la mente no da continuidad al pensamiento, cuando está quieta con una quietud no
inducida, o sea sin causa alguna, sólo entonces puede haber libertad.
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No podemos ver la verdad de lo que es si la mente está ocupada. ¿Es posible no tener una mente
tan ocupada con el tiempo?
¿Hemos visto por nosotros mismos la importancia de no ser lastimados jamás? Esto implica no
tener jamás imagen alguna de nosotros mismos.
¿Hemos visto la urgencia de comprender la relación y tener una mente que no esté ocupada?
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Estado de amor es amor en lo que haces, sientes, piensas y amar a las personas y las cosas que
te rodean.
No tenemos por qué identificarnos con nuestro cuerpo, ni con las emociones ni con los
pensamientos. Debemos comprender que no son nuestros, no Son. (No tienen permanencia, ni
identidad propia, son insubstanciales).
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Somos nosotros los responsables de nuestras acciones. Cada ser humano contiene la historia de
la humanidad, con sus ansiedades, temores, soledad y desesperación, su angustia y su dolor.
Toda esta compleja historia está en nosotros. Si sabemos cómo leer este libro, el libro de la vida,
no tenemos por qué leer ningún otro libro. Pero somos negligentes en aprender de nosotros
mismos, de nuestras acciones, y es por eso que no vemos el hecho de que somos responsables
por nuestras acciones de lo que está ocurriendo en el mundo.
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... y entondes el niño queda completamente cautivado por el juguete. Y nosotros tenemos juguetes
quenos absorven, y nos vuelven apaciguados y tranquilos.
Cuando vemos una montaña maravillosa, cubierta de nieve, contra el cielo azul y los valles
profundamente silenciosos, nos olvidamos de nosotros.
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Vemos una bella puesta de sol, un rostro hermoso, ¿Qué hay de malo en ello?
Lo que importa es comprender el placer y el dolor, no tratar de librarnos de él; eso es demasiado
tonto.
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Al presente, sus ideales, sus placeres, sus ambiciones son las cosas que dan a la vida la así
llamada significación, pero no tienen significación alguna. Es el "yo" el que les está dando
significación.
La vida es el vivir en abundancia, plenitud, entrega de sí mismo; no es sentir que "yo" tengo
significación. Eso es tan sólo un concepto. Si experimentamos muriendo para las pequeñas cosas,
eso es suficiente. Muramos a los pequeños placeres, hagámoslos con facilidad, cómodamente, con
una sonrisa, eso basta, porque entonces veremos que nuestra mente es capaz de morir para
muchas cosas, morir para todos los recuerdos.
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Aquella persona que desea fusionarse con algo más grande, unirse con otro ser humano, está
eludiendo la desdicha, la confusión; la mente sigue funcionando en la separación, la cual es
desintegración.
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La verdad no puede ser conquistada, no puede ser tomada por asalto, se nos escabullirá de las
manos si intentamos atraparla.
Frases.
Las siguientes frases meditadas profundamente, con la intención de encontrar todo su sabor y
significado, "aclaran la vista".
Cuando vivimos hechos de nuestra vida es infantil e inmaduro introducir teorías, pensamiento.
¿Es posible que desees porque tu interior busca calor? ¿Es posible que creas porque tu interior
busca calor?
La opción, el juicio, nos impide darnos cuenta, nos impide ver, porque siempre optamos como
resultado de un conflicto.
Ser no es una tarea tediosa y difícil. Pero cuando buscamos un resultado, queremos obtener algo,
el conflicto surge y comienza el tedio del esfuerzo, de la lucha.
¿Por qué dividimos la vida en la cosa llamada "bien" y la cosa llamada "mal"? ¿No existe, en
realidad, una sola cosa, que es una mente desatenta?
Cuando hay amor no hay ni bien ni mal. Todo nuestro ser está lleno de amor.
Cuando no hay consciencia/amor surgen los conflictos, los ideales, creencias y juicios del ego.
Cuando uno ama ¿Existe la idea? Cuando uno es consciente ¿existe la idea?
Desapego y Paz.
Todo lo que deseamos es una creación de nuestra mente, creación estúpida y egoísta.
Miedo al sufrimiento, apego al placer, ignorancia, falta de consciencia y de amor... Todo esto
provoca la ilusión de las cosas y su deseo.
Continuación = inconsciencia y muerte. Morir a todo para poder mirar de un modo nuevo.
Morir a todas las cosas por conocimiento y amor (el resultado es el verdadero gozo).
Para el hombre que nada exige, que no persigue una finalidad, que no anda en busca de un
resultado, con todo lo que esto implica, para este hombre no habrá jamás nada viejo, porque lo que
es nunca es viejo.
"Mas el alma todavía enferma no puede comprender qué significa tener el corazón tan desasido
de todas las cosas, como tampoco el hombre o la mujer carnales pueden vislumbrar la libertad del
hombre o la mujer de vida interior".
Ser consciente. Aceptar y no buscar resultados, lo que ocurre es lo que debe ocurrir. Silencio,
quietud, paz.
Para librar la mente de todo condicionamiento debemos ver la totalidad de éste sin que intervenga
el pensar. Esto implica estar realmente libres del "yo".
El objeto de nuestro apego nos ofrece los medios para escapar de nuestro propio vacío. El apego
es une escape, y es un escape que fortalece el condicionamiento.
Una cosa es ser verdaderamente libres y otra muy distinta es escapar de un hecho.
En el instante en que uno está directamente en contacto con la vida, con cualquier cosa, no hay
división; esta división es la que engendra la separación y el dolor.
El deseo debe ser comprendido, no destruido. Puede haber en él algo extraordinariamente bello.