Esta es la última plática de esta reunión. Durante estas pláticas
hemos abarcado muchísimas cuestiones, y creo que esta mañana deberíamos considerar qué es una mente religiosa. Quisiera profundizarlo bastante, porque creo que solo una mente así puede resolver todos nuestros problemas, no sólo los problemas politicos y económicos, sino los mucho más fundamentales de la existencia humana. Antes de entrar en esto. creo que debemos repetir lo que ya hemos dicho: que una mente seria es la que está dispuesta a ir a la raíz misma de las cosas y descubrir lo que es verdad y lo que es falso en ellas; que no se detenga a medio camino y no se deje distraer por ninguna otra consideración. Espero que esta reunión haya demostrado suficientemente que hay al menos unos pocos suficientemente capaces y serios para hacer esto. Creo que todos estamos familiarizados con la actual situación en del mundo, y no necesitamos que se nos diga de los engaños, la corrupción, las desigualdades sociales y económicas, la amenaza de guerra, la constante amenaza de Oriente contra Occidente, etc. Para comprender toda esta confusión y producir claridad, me parece que tiene que haber un cambio radical en la mente misma, y no sólo reformas de remiendos o mero ajuste. Para pasar a través de toda esta confusión, que no está sólo fuera de nosotros, sino cambién dentro, para contender con todas las crecientes tensiones y exigencias, uno necesita una revolución radical en la psiquis misma, necesita tener una mente enteramnte distinta.
Para mí, revolución es sinónimo de religión. Con la palabra
“revolución” no me refiero a los cambios económicos o sociales inmediatos, sino que quiero decir una revolución en la conciencia misma. Todas las demás formas de revolución, sea comunista, capitalista, solo que queráis, son sólo reaccionarias. Una revolución en la mente, que significa la destrucción completa de lo que ha sido, de modo que la mente sea capaz de ver lo que es verdad sin distorsión, sin ilusión, esa es la vía de la religión. Creo que la mente real y verdaderamente religiosa existe, puede existir. Creo que, si uno lo profundiza, puede descubrirlo por si mismo. Una mente en verdad religiosa es la que ha derribado, destruido todas las barreras, todas las mentiras que le han impuesto la sociedad, la religión, el dogma, la creencia, y que ha ido más allá para descubrir la verdad. Entremos, pues, ante todo en la cuestión de la experiencia. Nuestros cerebros son el resultado de la experiencia de siglos; el cerebro es el depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y el conocimiento acumulados, no podríamos funcionar en absoluto como seres humanos. La experiencia, la memoria, es evidentemente necesaria en un cierto nivel. Pero creo que es también bastante obvio que toda experiencia basada en el condicionamiento del conocimiento, de la memoria, tiene que ser limitada, y por lo tanto la expiriencia no es un factor de liberación. No sé si habréis siquiera llegado a pensar en esto. Toda la experiencia está condicionada por la experiencia pasada. No hay pues experiencia que sea nueva; siempre está ella coloreada por el pasado. En el proceso mismo de experimentar, existe la distorsión que surge del pasado, siendo el pasado el conocimiento, la memoria, las diversas experiencias acumuladas, no sólo del individuo, sino también de la raza, de la comunidad. Ahora bien, es posible negar toda esa experiencia? No sé si habéis indagado la cuestión de la negación, qué significa negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del conocimiento, negar la autoridad de la experiencia, de la memoria, de los sacerdotes, de la iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la psiquis. Sólo hay dos medios de negación para la mayoría de nosotros: por el conocimiento o por la reacción. Negáis la autoridad del sacerdote, de la iglesia, de la palabra escrita, del libro, ya sea porque habéis estudiado, indagado, acumulado otros conocimientos, o bien porque no os gusta y reaccionáis contra ello. Sin embargo la verdadera negación implica ¿no es así? que negáis sin saber lo que va a pasar, sin ninguna futura esperanza. Decir, “no sé lo que es verdad, pero esto es falso” es, por cierto, la única negación verdadera, porque esa negación no parte del conocimiento calculado, no parte de la reacción. Después de todo, si sabéis a lo que os conduce vuestra negación, entonces es meramente un intercambio, una cosa del mercado; y, por lo tanto, no tiene nada de verdadera negación. Creo que uno tiene que comprender esto un poco par penetrar en ello bastante profundamente, porque quiero descubrir, mediante la negación, qué es la mente relogiosa. Me parece que por la negación puede uno descubrir lo que es verdadero. No podéis descubrir lo que es verdadero por la afirmación. Tenéis que dejar la pizarra completamente limpia de lo conocido antes de poder descubrir. Vamos, pues, a averiguar qué es la mente religiosa mediante la denegación, es decir, por la negación, por el pensar negativo. Y es obvio que no hay indagación negativa si la negación se basas en el conocimiento, en la reacción. Espero que esto sea bastante claro. Si niego la autoridad del sacerdote, del libro, de la tradición, porque no me gusta, eso no es más que una reacción, porque entonces sustituyo lo que he negado por alguna otra cosa; y si niego porque tengo suficientes conocimientos, hechos, información, etc., entonces mi conocimiento se convierte en mi refugio. Pero hay una negación que no es resultado de la reacción ni del conocimiento, sino que viene de la observación, de ver una cosa como es, lo que de hecho ella es; y esa es verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas las suposiciones, de todas las ilusiones, autoridades, deseos. ¿Es pues, posible negar la autoridad? No me refiero a la autoridad del policía, de la ley del país, y todo eso; eso es tonto, falto de madurez, y nos llevaría a la cárcel; sino que me refiero a la negación de la autoridad impuesta profundamente por la sociedad sobre la psiquis, sobre la conciencia; negar la autoridad de toda experiencia, de todo conocimiento, de manera que la mente se halle en un estado de no saber lo que será, sino sólo saber lo que no es verdadero. Sabréis, si habéis seguido esto hasta aquí, que ello os da un asombroso sentido de integración, de no estar desgarrado entre conflictos y contradictorios deseos; ver lo que es verdadero, lo que es falso, o ver lo verdadero en lo falso, os da un sentido de real percepción, de claridad. Habiendo destruído todas las seguridades, los temores, las ambiciones, vanidades, visiones, propósitos, todo, la mente se encuentra entonces en un estado de completa soledad, libre de influencias. Ciertamente, para descubrir la realidad, para hallar a Dios o como queráis llamarlo, la mente ha de estar sola, no influenciada, porque una mente así es entonces pura, y una mente pura puede seguir adelante. Cuando hay una completa destrucción de todas las cosas que ha creado dentro de sí como seguridad, como esperanza y como resistencia contra la esperanza -lo que es desesperación-, etc., entonces viene ciertamente un estado libre de temor, en el que no hay muerte. Es realmente extraordinario si habéis penetrado en esto; descubris por vosotros mismos que no existe eso de la muerte; solo hay ese estado de pura austeridad de la mente que está sola. Esta soledad no es aislamiento, no es encerrarse en alguna torre de marfil; no es el sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás, olvidado, disipado y destruído. Una mente así conoce, pues, lo que es destrucción, porque de lo contrario no podremos hallar nada nuevo. Y ! cómo nos espanta destruir todas las cosas que hemos acumulado! Hay un proverbio en sánscrito que dice: “Las ideas son las hijas de mujeres estériles”. Y creo que la mayoría de nosotros se satisface con ideas. Podéis considerar las pláticas que hemos tenido como un intercambio de ideas, como un proceso de aceptar nuevas ideas y desechar las viejas, o como un proceso de negar ideas nuevas y aferrarse a las antiguas. No estamos ocupándonos en absoluto de ideas. Tratamos de hechos; y cuando a uno le interesan los hechos, no hay ajuste; o lo aceptáis o lo rechazáis. Podéis decir: “no me gustan esas ideas, prefiero las antiguas, voy a vivir a mi manera”; o bien podéis marchar con el hecho. No podéis comprometeros, no podéis ajustaros; la destrucción no es ajuste. El ajustarse, el decir: “tengo que ser menos ambicioso, no tan envidioso”, no es destrucción. Y, ciertamente, tiene uno que ver la verdad de que la ambición, la envidia, es fea, estúpida, y tiene uno que destruir todos esos absurdos. Al amor nunca se ajusta. Es sólo el deseo, el miedo, la esperanza, los que se ajustan. Es por eso que el amor es cosa tan destructora, porque rehusa adaptarse o conformarse a una norma. Empezamos, pues, a descubrir que cuando hay destrucción de toda la autoridad que, en su deseo de estar seguro interiormente, el hombre ha creado por sí mismo, entonces hay creación. La destrucción es creación. Entonces si habéis abandonado las ideas, y no os estáis ajustando a vuestra propia norma de existencia, o a una nueva norma que a vuestro juicio está creando el que que había -si habéis llegado hasta ahí- hallaréis que el cerebro puede y tiene que funcionar sólo con respecto a las cosas exteriores, responder sólo a las demandas exteriores; por lo tanto, el cerebro se aquieta por completo. Esto significa que la autoridad de sus experiencias ha terminado, y por lo tanto no puede ya crear ilusión. Y para descubrir lo que es verdad es esencial que cese el poder de crear ilusión en cualquier forma. Y el poder de crear ilusión es el poder del deseo, el poder de la ambición, de querer ser esto y no querer ser aquello. Así, el cerebro tiene que funcionar en este mundo con larazón, con cordura, con claridad; pero interiormente ha de estar completamente en calma. Nos dicen los biólogos que el cerebro ha tardado millones de años en llegar a su actual etapa de desarrollo, y que seguirá desarrollándose por millones de años. Ahora bien, la mente religiosa no depende del tiempo para su desarrollo. Desearía que pudiérais seguir esto. Lo que quiero significar es que cuando el cerebro -que debe funcionar respondiendo a la existencia exterior- se vuelve tranquilo interiormente, entonces ya no existe el mecanismo de la acumulación de experiencia y conocimiento, y, por lo tanto, interiormente está completamente quieto, pero lleno de vida, y entonces puede saltar los millones de años. Para la mente religiosa pues, no hay tiempo. El tiempo sólo existe en ese estado de una continuidad que se mueve hacia otra continuidad y realización. Cuando la mente religiosa a destruído la autoridad del pasado, las tradiciones, los valores impuestos sobre ella, entonces es capaz de estar sin tiempo. Entonces está por completo desarrollada. Porque, después de todo, cuando habéis negado el tiempo habéis negado también todo desarrollo a través del tiempo y del espacio. Mirad, esto no es una idea; no es una cosa para jugar con ella. Si habéis pasado por esto, sabéis lo que es, os halláis en ese estado; pero si no habéis pasado por ello, entonces no podéis simplemente recoger estas ideas y jugar con ellas. Veis, pues, que destrucción es creación; y en la creación no hay tiempo. La creación es ese estado en que el cerebro, habiendo destruido todo el pasado, está completamente quieto, y por lo tanto en ese estado en que no hay tiempo ni espacio en que crecer, expresar, devenir. Y ese estado de creación, no es la creación de esas pocas personas dotadas: los pintores, los músicos, escritores, arquitectos. Sólo la mente religiosa es la que puede hallarse en un estado de creación. Y la mente religiosa no es la que pertenece a alguna iglesia, alguna creencia, algún dogma: esto sólo condiciona la mente. Ir a la iglesia todas las mañanas y adorar esto o aquello no os convierte en una persona religiosa, aunque la sociedad respetable pueda aceptaros como tal. Lo que hace religiosa a una persona es la destrucción total de lo conocido. En esta creación hay un sentido de belleza; una belleza no compuesta por el hombre; una belleza que está más allá del pensamiento y del sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento no son más que reacciones; y la belleza no es una reacción. Una mente religiosa tiene esa belleza -que no es la mera apreciación de la naturaleza, de las encantadoras montañas y del ruboroso arroyo, sino un sentido de belleza del todo diferente-, y con ella va el amor. No creo que podáis separar la belleza y el amor. Ya sabéis, para la mayoría de nosotros, el amor es una cosa penosa, porque con él siempre vienen los celos, el odio y los instintos posesivos. Pero este amor de que hablamos es el estado de la llama sin el humo. Así, la mente religiosa conoce esta destrucción completa, total, y lo que significa hallarse en un estado de creación -el cual no es comunicable. Y con él existe el sentido de belleza y amor, que son indivisibles. l amor no puede dividirse en divino y físico. Es amor. Y con el va naturalmente -no es necesario decirlo- un sentido de pasión. No puede uno llegar muy lejos sin pasión. siendo la pasión intensidad. No es la intensidad de querer cambiar algo, de querer hacer algo, la intensidad que tiene una causa, de modo que cuando elimináis la causa desaparece la intensidad. No usen estado de entusiasmo. La belleza sólo puede existir cuando hay una pasión que es austera; y la mente religiosa, hallándose en este estado, tiene una peculiar cualidad de fuerza. Como sabéis, para nosotros la fuerza es resultado de la voluntad, de muchos deseos entretejidos en la trama de la voluntad. Y esa voluntad es, en la mayoría de nosotros, una resistencia. El proceso de resistir algo o de perseguir un resultado desarrolla voluntad, y esa voluntad suele llamarse fuerza. Pero la fuerza de que hablamos no tiene nada que ver con la voluntad; es una fuerza sin causa. No puede ser utilizada, pero sin ella nada puede existir. De modo que, su uno ha ido así profundamente descubriendo por sí mismo, entonces existe la mente religiosa; y ella no pertenece a ningún individuo. Es la mente, la mente religiosa, aparte de todos los esfuerzos humanos, demandas, afanes individuales, compulsiones, etc. Hemos estado describiendo sólo la totalidad de la mente, que puede parecer dividida por el uso de palabras diferentes; mas es una cosa total, en la cual todo está contenido. Por consiguiente, una mente religiosa semejante puede recibir aquello que no es medible por el cerebro. Eso es innombrable; no puede contenerlo ningún templo, ningún sacerdote, ninguna iglesia, ningún dogma. Es mente en verdad religiosa la que niega todo eso y vive en aquel estado.
13 de agosto de 1961
Transcrito por Nicolás Amaro de la edición de la Editorial “Ser”,