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Primer texto de la serie de textos de Multiversos

El Estado Creativo de la Mente

Krishnamurti

XXI Plática en Saanen, p.224

Esta es la última plática de esta reunión. Durante estas pláticas


hemos abarcado muchísimas cuestiones, y creo que esta mañana
deberíamos considerar qué es una mente religiosa. Quisiera
profundizarlo bastante, porque creo que solo una mente así puede
resolver todos nuestros problemas, no sólo los problemas politicos y
económicos, sino los mucho más fundamentales de la existencia humana.
Antes de entrar en esto. creo que debemos repetir lo que ya hemos
dicho: que una mente seria es la que está dispuesta a ir a la raíz
misma de las cosas y descubrir lo que es verdad y lo que es falso en
ellas; que no se detenga a medio camino y no se deje distraer por
ninguna otra consideración. Espero que esta reunión haya demostrado
suficientemente que hay al menos unos pocos suficientemente capaces y
serios para hacer esto.
Creo que todos estamos familiarizados con la actual situación en del
mundo, y no necesitamos que se nos diga de los engaños, la corrupción,
las desigualdades sociales y económicas, la amenaza de guerra, la
constante amenaza de Oriente contra Occidente, etc. Para comprender
toda esta confusión y producir claridad, me parece que tiene que haber
un cambio radical en la mente misma, y no sólo reformas de remiendos o
mero ajuste. Para pasar a través de toda esta confusión, que no está
sólo fuera de nosotros, sino cambién dentro, para contender con todas
las crecientes tensiones y exigencias, uno necesita una revolución
radical en la psiquis misma, necesita tener una mente enteramnte
distinta.

Para mí, revolución es sinónimo de religión. Con la palabra


“revolución” no me refiero a los cambios económicos o sociales
inmediatos, sino que quiero decir una revolución en la conciencia
misma. Todas las demás formas de revolución, sea comunista,
capitalista, solo que queráis, son sólo reaccionarias. Una revolución
en la mente, que significa la destrucción completa de lo que ha sido,
de modo que la mente sea capaz de ver lo que es verdad sin distorsión,
sin ilusión, esa es la vía de la religión. Creo que la mente real y
verdaderamente religiosa existe, puede existir. Creo que, si uno lo
profundiza, puede descubrirlo por si mismo. Una mente en verdad
religiosa es la que ha derribado, destruido todas las barreras, todas
las mentiras que le han impuesto la sociedad, la religión, el dogma,
la creencia, y que ha ido más allá para descubrir la verdad.
Entremos, pues, ante todo en la cuestión de la experiencia. Nuestros
cerebros son el resultado de la experiencia de siglos; el cerebro es
el depósito de la memoria. Sin esa memoria, sin la experiencia y el
conocimiento acumulados, no podríamos funcionar en absoluto como seres
humanos. La experiencia, la memoria, es evidentemente necesaria en un
cierto nivel. Pero creo que es también bastante obvio que toda
experiencia basada en el condicionamiento del conocimiento, de la
memoria, tiene que ser limitada, y por lo tanto la expiriencia no es
un factor de liberación. No sé si habréis siquiera llegado a pensar en
esto.
Toda la experiencia está condicionada por la experiencia pasada. No
hay pues experiencia que sea nueva; siempre está ella coloreada por el
pasado. En el proceso mismo de experimentar, existe la distorsión que
surge del pasado, siendo el pasado el conocimiento, la memoria, las
diversas experiencias acumuladas, no sólo del individuo, sino también
de la raza, de la comunidad. Ahora bien, es posible negar toda esa
experiencia?
No sé si habéis indagado la cuestión de la negación, qué significa
negar algo. Significa la capacidad de negar la autoridad del
conocimiento, negar la autoridad de la experiencia, de la memoria, de
los sacerdotes, de la iglesia, todo lo que ha sido impuesto sobre la
psiquis. Sólo hay dos medios de negación para la mayoría de nosotros:
por el conocimiento o por la reacción. Negáis la autoridad del
sacerdote, de la iglesia, de la palabra escrita, del libro, ya sea
porque habéis estudiado, indagado, acumulado otros conocimientos, o
bien porque no os gusta y reaccionáis contra ello. Sin embargo la
verdadera negación implica ¿no es así? que negáis sin saber lo que va
a pasar, sin ninguna futura esperanza. Decir, “no sé lo que es verdad,
pero esto es falso” es, por cierto, la única negación verdadera,
porque esa negación no parte del conocimiento calculado, no parte de
la reacción. Después de todo, si sabéis a lo que os conduce vuestra
negación, entonces es meramente un intercambio, una cosa del mercado;
y, por lo tanto, no tiene nada de verdadera negación.
Creo que uno tiene que comprender esto un poco par penetrar en ello
bastante profundamente, porque quiero descubrir, mediante la negación,
qué es la mente relogiosa. Me parece que por la negación puede uno
descubrir lo que es verdadero. No podéis descubrir lo que es verdadero
por la afirmación. Tenéis que dejar la pizarra completamente limpia de
lo conocido antes de poder descubrir.
Vamos, pues, a averiguar qué es la mente religiosa mediante la
denegación, es decir, por la negación, por el pensar negativo. Y es
obvio que no hay indagación negativa si la negación se basas en el
conocimiento, en la reacción. Espero que esto sea bastante claro. Si
niego la autoridad del sacerdote, del libro, de la tradición, porque
no me gusta, eso no es más que una reacción, porque entonces sustituyo
lo que he negado por alguna otra cosa; y si niego porque tengo
suficientes conocimientos, hechos, información, etc., entonces mi
conocimiento se convierte en mi refugio. Pero hay una negación que no
es resultado de la reacción ni del conocimiento, sino que viene de la
observación, de ver una cosa como es, lo que de hecho ella es; y esa
es verdadera negación, porque deja la mente limpia de todas las
suposiciones, de todas las ilusiones, autoridades, deseos.
¿Es pues, posible negar la autoridad? No me refiero a la autoridad del
policía, de la ley del país, y todo eso; eso es tonto, falto de
madurez, y nos llevaría a la cárcel; sino que me refiero a la negación
de la autoridad impuesta profundamente por la sociedad sobre la
psiquis, sobre la conciencia; negar la autoridad de toda experiencia,
de todo conocimiento, de manera que la mente se halle en un estado de
no saber lo que será, sino sólo saber lo que no es verdadero.
Sabréis, si habéis seguido esto hasta aquí, que ello os da un
asombroso sentido de integración, de no estar desgarrado entre
conflictos y contradictorios deseos; ver lo que es verdadero, lo que
es falso, o ver lo verdadero en lo falso, os da un sentido de real
percepción, de claridad. Habiendo destruído todas las seguridades, los
temores, las ambiciones, vanidades, visiones, propósitos, todo, la
mente se encuentra entonces en un estado de completa soledad, libre de
influencias.
Ciertamente, para descubrir la realidad, para hallar a Dios o como
queráis llamarlo, la mente ha de estar sola, no influenciada, porque
una mente así es entonces pura, y una mente pura puede seguir
adelante. Cuando hay una completa destrucción de todas las cosas que
ha creado dentro de sí como seguridad, como esperanza y como
resistencia contra la esperanza -lo que es desesperación-, etc.,
entonces viene ciertamente un estado libre de temor, en el que no hay
muerte. Es realmente extraordinario si habéis penetrado en esto;
descubris por vosotros mismos que no existe eso de la muerte; solo hay
ese estado de pura austeridad de la mente que está sola.
Esta soledad no es aislamiento, no es encerrarse en alguna torre de
marfil; no es el sentirse solo. Todo eso ha sido dejado atrás,
olvidado, disipado y destruído. Una mente así conoce, pues, lo que es
destrucción, porque de lo contrario no podremos hallar nada nuevo. Y !
cómo nos espanta destruir todas las cosas que hemos acumulado!
Hay un proverbio en sánscrito que dice: “Las ideas son las hijas de
mujeres estériles”. Y creo que la mayoría de nosotros se satisface con
ideas. Podéis considerar las pláticas que hemos tenido como un
intercambio de ideas, como un proceso de aceptar nuevas ideas y
desechar las viejas, o como un proceso de negar ideas nuevas y
aferrarse a las antiguas. No estamos ocupándonos en absoluto de ideas.
Tratamos de hechos; y cuando a uno le interesan los hechos, no hay
ajuste; o lo aceptáis o lo rechazáis. Podéis decir: “no me gustan esas
ideas, prefiero las antiguas, voy a vivir a mi manera”; o bien podéis
marchar con el hecho. No podéis comprometeros, no podéis ajustaros; la
destrucción no es ajuste. El ajustarse, el decir: “tengo que ser menos
ambicioso, no tan envidioso”, no es destrucción. Y, ciertamente, tiene
uno que ver la verdad de que la ambición, la envidia, es fea,
estúpida, y tiene uno que destruir todos esos absurdos. Al amor nunca
se ajusta. Es sólo el deseo, el miedo, la esperanza, los que se
ajustan. Es por eso que el amor es cosa tan destructora, porque rehusa
adaptarse o conformarse a una norma.
Empezamos, pues, a descubrir que cuando hay destrucción de toda la
autoridad que, en su deseo de estar seguro interiormente, el hombre ha
creado por sí mismo, entonces hay creación. La destrucción es
creación.
Entonces si habéis abandonado las ideas, y no os estáis ajustando a
vuestra propia norma de existencia, o a una nueva norma que a vuestro
juicio está creando el que que había -si habéis llegado hasta ahí-
hallaréis que el cerebro puede y tiene que funcionar sólo con respecto
a las cosas exteriores, responder sólo a las demandas exteriores; por
lo tanto, el cerebro se aquieta por completo. Esto significa que la
autoridad de sus experiencias ha terminado, y por lo tanto no puede ya
crear ilusión. Y para descubrir lo que es verdad es esencial que cese
el poder de crear ilusión en cualquier forma. Y el poder de crear
ilusión es el poder del deseo, el poder de la ambición, de querer ser
esto y no querer ser aquello.
Así, el cerebro tiene que funcionar en este mundo con larazón, con
cordura, con claridad; pero interiormente ha de estar completamente en
calma.
Nos dicen los biólogos que el cerebro ha tardado millones de años en
llegar a su actual etapa de desarrollo, y que seguirá desarrollándose
por millones de años. Ahora bien, la mente religiosa no depende del
tiempo para su desarrollo. Desearía que pudiérais seguir esto. Lo que
quiero significar es que cuando el cerebro -que debe funcionar
respondiendo a la existencia exterior- se vuelve tranquilo
interiormente, entonces ya no existe el mecanismo de la acumulación de
experiencia y conocimiento, y, por lo tanto, interiormente está
completamente quieto, pero lleno de vida, y entonces puede saltar los
millones de años.
Para la mente religiosa pues, no hay tiempo. El tiempo sólo existe en
ese estado de una continuidad que se mueve hacia otra continuidad y
realización. Cuando la mente religiosa a destruído la autoridad del
pasado, las tradiciones, los valores impuestos sobre ella, entonces es
capaz de estar sin tiempo. Entonces está por completo desarrollada.
Porque, después de todo, cuando habéis negado el tiempo habéis negado
también todo desarrollo a través del tiempo y del espacio. Mirad, esto
no es una idea; no es una cosa para jugar con ella. Si habéis pasado
por esto, sabéis lo que es, os halláis en ese estado; pero si no
habéis pasado por ello, entonces no podéis simplemente recoger estas
ideas y jugar con ellas.
Veis, pues, que destrucción es creación; y en la creación no hay
tiempo. La creación es ese estado en que el cerebro, habiendo
destruido todo el pasado, está completamente quieto, y por lo tanto en
ese estado en que no hay tiempo ni espacio en que crecer, expresar,
devenir. Y ese estado de creación, no es la creación de esas pocas
personas dotadas: los pintores, los músicos, escritores, arquitectos.
Sólo la mente religiosa es la que puede hallarse en un estado de
creación. Y la mente religiosa no es la que pertenece a alguna
iglesia, alguna creencia, algún dogma: esto sólo condiciona la mente.
Ir a la iglesia todas las mañanas y adorar esto o aquello no os
convierte en una persona religiosa, aunque la sociedad respetable
pueda aceptaros como tal. Lo que hace religiosa a una persona es la
destrucción total de lo conocido.
En esta creación hay un sentido de belleza; una belleza no compuesta
por el hombre; una belleza que está más allá del pensamiento y del
sentimiento. Después de todo, pensamiento y sentimiento no son más que
reacciones; y la belleza no es una reacción. Una mente religiosa tiene
esa belleza -que no es la mera apreciación de la naturaleza, de las
encantadoras montañas y del ruboroso arroyo, sino un sentido de
belleza del todo diferente-, y con ella va el amor. No creo que podáis
separar la belleza y el amor. Ya sabéis, para la mayoría de nosotros,
el amor es una cosa penosa, porque con él siempre vienen los celos, el
odio y los instintos posesivos. Pero este amor de que hablamos es el
estado de la llama sin el humo.
Así, la mente religiosa conoce esta destrucción completa, total, y lo
que significa hallarse en un estado de creación -el cual no es
comunicable. Y con él existe el sentido de belleza y amor, que son
indivisibles. l amor no puede dividirse en divino y físico. Es amor. Y
con el va naturalmente -no es necesario decirlo- un sentido de pasión.
No puede uno llegar muy lejos sin pasión. siendo la pasión intensidad.
No es la intensidad de querer cambiar algo, de querer hacer algo, la
intensidad que tiene una causa, de modo que cuando elimináis la causa
desaparece la intensidad. No usen estado de entusiasmo. La belleza
sólo puede existir cuando hay una pasión que es austera; y la mente
religiosa, hallándose en este estado, tiene una peculiar cualidad de
fuerza.
Como sabéis, para nosotros la fuerza es resultado de la voluntad, de
muchos deseos entretejidos en la trama de la voluntad. Y esa voluntad
es, en la mayoría de nosotros, una resistencia. El proceso de resistir
algo o de perseguir un resultado desarrolla voluntad, y esa voluntad
suele llamarse fuerza. Pero la fuerza de que hablamos no tiene nada
que ver con la voluntad; es una fuerza sin causa. No puede ser
utilizada, pero sin ella nada puede existir.
De modo que, su uno ha ido así profundamente descubriendo por sí
mismo, entonces existe la mente religiosa; y ella no pertenece a
ningún individuo. Es la mente, la mente religiosa, aparte de todos los
esfuerzos humanos, demandas, afanes individuales, compulsiones, etc.
Hemos estado describiendo sólo la totalidad de la mente, que puede
parecer dividida por el uso de palabras diferentes; mas es una cosa
total, en la cual todo está contenido. Por consiguiente, una mente
religiosa semejante puede recibir aquello que no es medible por el
cerebro. Eso es innombrable; no puede contenerlo ningún templo, ningún
sacerdote, ninguna iglesia, ningún dogma. Es mente en verdad religiosa
la que niega todo eso y vive en aquel estado.

13 de agosto de 1961

Transcrito por Nicolás Amaro de la edición de la Editorial “Ser”,


1964.

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