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EL TIGRE

Hay un tigre en la casa


que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.
Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.
No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.
Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.
Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.

El perro

Éste es un perro.
Una creiatura que se ignora.
No sabe
que pertenece a una clase
—de cosa o bestia—, ignora
que la palabra perro
no lo designa a él en especial:
cree que se llama perro,
cree que se llama hombre,
cree que se llama 'ven’,
cree que se llama 'muerde’.

El tigre real, el amo, el solo, el sol...

El tigre real, el amo, el solo, el sol


de los carnívoros, espera,
está herido y hambriento,
tiene sed de carne,
hambre de agua.
Acecha fijo, suspenso en su materia,
como detenido por el lápiz
que lo está dibujando,
trastornada su pinta majestuosa
por la extrema quietud.
Es una roca amarilla:
se fragua el aire mismo de su aliento
y el fulgor cortante de sus ojos
cuaja y cesa al punto de la hulla.
Veteado por las sombras,
doblemente rayado,
doblemente asesino,
sueña en su presa improbable,
la paladea de lejos, la inventa
como el artista que concibe un crimen
de pulpas deliciosas.
Escucha, huele, palpa y adivina
los menores espasmos, los supuestos crujidos,
los vientos más delgados.
Al fin, la víctima se acerca,
estruendosa y sinfónica.
El tigre se incorpora, otea, apercibe
sus veloces navajas y colmillos,
desamarra
la encordadura recia de sus músculos.
Pero la bestia, lo que se avecina
es demasiado grande
—el tigre de los tigres—.
Es la muerte
y el gran tigre es la presa.

No puedes, rosa, coincidir con tu rosa.

La rosa es amarilla, o no:


la rosa es roja, es blanca, es rosa.
¿Son sus hermanas todas amarillas
o blancas?
¿Rosadas, color vino?

Lo verdadero no es un callo
de este aparador,
ni lo falso una grieta
de su espalda de encino.

Rosa, no es prenda tuya


la verdad
de tu amarillo o de tu rojo.
No es un pétalo más esa rojez
que es sólo sangre de tu realidad
y trampa y muerte
del ojo que te observa
con sus tintas.

No, rosa,
no eres verdad como rosa
de tal o cual textura,
no se empatan las voces, al cantar,
del crecer y el vivir.
En innúmeras vidas
te deshojas al tiempo en que maduras,
palideces o alientas,

Rosa, no puedes
coincidir con tu rosa.

VACA Y NIÑA
Los niños de las ciudades
conocen bien el mar,
mas no la tierra.
La niña que no había visto,
nunca, una vaca
se la encontró en el prado
y le gustó.
La vaca no sonreía
-está contra sus costumbres-.
La niña se le acercó, pasos menudos,
como a una fuente materna
de leche y miel y cebada.
La vaca a su vez,
rumiando dulce pastura,
miró a la pequeña triste,
como a un becerro perdido,
y la saludó contenta:
la cola en alta alegría,
látigo amable
que festejaban las moscas.

Anacreóntica

Colgué en sus labios el asombro.


Como un tigre violeta le sangraban los ojos.
Ahorré la luz debajo de su pelo.
Sol. Tertulias de sombra en sus pestañas
rumoreaban como uvas de un lagar.
Reconstruí de súbito la fiebre,
y el acoso flameaba entre sus medias.
Pequeña de los años ―diecisiete―
me despeñé desde su cuello
cuando debajo del corpiño
dos frágiles navíos
se le iban a pique.

CON LA LLUVIA Y SU SONIDO PÁLIDO DE HELECHOS

La ballena es sólo el sueño de un náufrago


Mas yo no hablo del mar. Lo que sueña es la lluvia.

Con espasmo de esponja


La luz se apaga mientras llueve,
El tiempo duerme mientras llueve,
Mientras llueve la arena es un jinete
Sobre las huellas que dejamos;
Caen de pronto las ventanas
Con los rostros olvidados en ellas hace tiempo.
No hay sino el galope y la herradura
De la tierra mojada y las hormigas,
La boca triste de la tarde
Dejada como un guante sobre el hielo,
La cáscara sin nadie y lo que pasa
Sino la espuma y las escamas de esta tarde
Vestida ferozmente,
Cuando entre tumbo y tumbo se astillan las palabras
Y el deseo atropella los huesos y la carne.

Qué tenaz me destrozo mientras llueve,


Porque lluevo tan hondo y sin remedio
Que no soy más que este edificio
Que se desploma a ratos
Cuando cierro los ojos
Y soy husmeado, sin piedad, por el hocico
De todo lo que llueve.

Y evidente es que llueve.


Y es la tarde. Y es lluvia.
Y llueve y llueve y llueve.

PERSUASIÓN DE OTOÑO

No intente la rosa ser pájaro en la rama.


Desista el río de aprender la eterna canción del mar.
No pretenda el silencio gritar en medio de la noche.
No intente el hombre faenas divinas,
pues es destino de todo mortal realizar sólo
lo que conviene a los mortales.
Mas recibir como la tierra al agua
ésa será nuestra condición: serena
como el otoño en los ojos del cielo

SOPRANO

Como el aire entre las hojas


la memoria de tu voz
es el pulso de una ola.
Ave que brilla entre notas,
alas de uvas exprimidas,
sol daga fresca de sombras.

Sólo un momento en las bodas


del silencio y tu garganta
somos eternos. Ay nombras
cada estación con tu aroma.

(Qué poco tiempo nos dura


la flor y la mordedura
de tu luz y de su fronda).

Y es todo tu canto río,


y equilibrio, en el abismo,
de una roca.
PREHISTORIA

Nosotros, hijos de los años de espanto,


No podemos olvidar nada

ALEJANDRO BLOCK

Aquí estoy enterrado.


Descorro las cortinas que me ocultan el mundo.
Introduzco la mano derecha aquí en el pecho;
Tomo mi corazón, lo saco limpiamente
Y como un viejo caracol de auroras
Lo llevo hasta mi oreja para oírlo.
Algo se acuesta entonces en la sangre.

El rumor, el rumor.

El protoplasma se sacude como una marioneta;


El pez, el sueño, el semen,
La rama del abeto ayuntada en el fuego,
La calandria, la tortuga galápago,
El pulpo ahogado por las algas.
Tiempo,
Pésame hoy el diamante,
El limo del Ganges y el ancho Amazonas,
Y pésame esa luz de arrugas
Que llevan el Nilo y el Usumacinta.
Voy del mar a las peñas.
Ando sobre mi voz
Igual que en el alambre se equilibra el acróbata,
Desciendo en tanto el caracol me cuenta
Con su rumor de edades
La niebla y el ornitorrinco,
El salto de antílope
La boa y el carbón y el oro
(Detritus del silencio
Bajo la lava y las raíces).
Ando sobra la célula y el fósil,
La heredad que levanta
De un fuerte coletazo el dinosaurio.
¿Estamos con la oruga,
Con el sueño que sale de la cueva
Y levanta su mazo y va a cazar
La fiera, y a pescar vestido de hojas?

El rumor, el rumor.

Estamos en la entraña del polvo de los bárbaros.


El olor de la gleba sube al miedo.
Las compañeras fieras, los compañeros hombres.
La Santa Inquisición que levanta su hoguera.
El hombre de la piedra, y el de la horca y el arco.
El lanzazo y la escama
Del que oprime y devora.
El cazador, la bruma, la golondrina, el ónix,
Los compañeros hombres que pesan su esqueleto
Y liman poco a poco
Su antigua lengua sorda.
Niños, soy el pez que se quedó en la tierra,
Sólo el musgo que frecuentó el coral,
La garganta de seda que le dolió a la espada,
El diente de la escarcha para hacernos humanos.

Aquí estoy enterrado.


Alejé de mi oreja el caracol del mundo.
Más no hace falta, dije.
Viví el amor que vive la luz en el relámpago.
Bajé a la calle, nuevo,
Recién llovido.
Sol .

Hombres que han de venir,


Niños que llevarían el caracol de todos,
No nos guarden rencor,
Sostengan su indulgencia
Por haber sido oscuros.
Vivimos en el siglo xx.

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