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PIEDRAPIZARNIK

-Sergio Ernesto Ríos-


A PROPÓSITO DE PIEDRAPIZARNIK

a) Los buenos libros pesan. Son una piedra al cuello que nos permiten librarnos,

por instantes, del lomo de la tierra.

Los malos libros, por el contrario, hunden. Aunque sus títulos estén llenos de

picos, de plumas o de vuelos.

b) Un buen título no hace bueno un mal libro. Un mal título no hace malo un buen

libro. Un buen libro ancla desde el título, para no dejarnos sosegados ni

indiferentes. Éste es uno de ellos.

c) Muchas veces, los epígrafes seleccionados funcionan como tarjetas de

presentación. Hablan de la cultura o de la inteligencia del seleccionador,

superando con frecuencia a la obra que preceden. No es el caso. Aquí los versos

elegidos realmente resumen, enmarcan y anuncian las páginas siguientes. ¿Su

autor? Joel Piedra, joven poeta quien hace varios años desapareciera como si lo

hubieran pulverizado.

d) El nombre o el apellido de un autor, incorporados al título, de alguna manera

condicionan. Parecen decirnos: “Lo que vas a leer viene de otras regiones y de
otras formas de escribir. No confundas la emulación con el homenaje. En el

momento de ponerte un antifaz, has iniciado el proceso de quitártelo.”

e) Una página en blanco es vereda. Debemos empedrarla a sabiendas de que no

va a ningún lado, así escribamos en alejandrinos.

f) ¿Piedrapizarnik? Sí, mineral blancuzco con el que tropezamos en sueños y que

siempre es el mismo, con su aspecto de lápida o de colilla pisada en una comisura

de La Boca.

g) ¿Piedrapizarnik? Sí, piedra de toque, piedra imán, rueda de molino o proyectil

contra un espejo, antes de que comience a duplicarnos.

h) El maestro Eckhart asegura que piedra es sinónimo de conocimiento. Alejandra

Pizarnik señala que es sinónimo de sufrimiento. Y Sergio Ernesto Ríos nos

recuerda que, si algo cuelga de nuestros párpados, es la piedra fundadora de la

poesía: ese peso rodante y visionario, ese grumo repartido en la sed, esa recién

codificada piedra de Ríos.


i) El 9 de agosto de 1955, Alejandra Pizarnik anotó en su diario: “¡Al diablo! Siento

un libro dentro de mí. Un libro que me atraganta. Un libro que me obstruye la

respiración. Y yo no permito que salga. ¡No! Pero ¿por qué?”

Afortunadamente, Sergio Ernesto Ríos dejó a un lado temores de influencias o

etiquetas castrantes, y simplemente se metió a nadar entre las palabras de la Hija

del Viento con plena adoración por su locura y por su voz a ninguna otra parecida.

j) Publicar es un riesgo. No publicar puede ser asfixiante como una piedra cie ga o

volcánica metida en la garganta.

k) Ver “buitres de seis alas”, percibir el “cinismo del eco” y adoptar a “la luz que se

ahoga como insecto”, son tareas propias de aquellos que nacieron para hablar con

las piedras o, al menos, para ablandarlas.

m) Piedrapizarnik o Alejandrapiedra, filosofal, marmórea o angular. Dícese de

aquel fragmento de roca puntiagudo y esférico al mismo tiempo, que uno pretende

abandonar después de la primera lectura, aunque su permanencia en el bolsillo (y

en la memoria), no ha hecho más que empezar.

Francisco Hernández

Mayo 24, 2004


Pido
con los brazos en alto
con las ansias en pugna
la intimidad del gato
el poder del péndulo
tallo del Universo
el abandono sobreviene
AIRESOLAGUATIERRA
cuatro constelaciones
y una muerte cercana
al cabo de la oración
compungido el rostro
este silencio
este grito en mis ojos
bañado el cuervo con su luto
oigo el amanecer del ermitaño
pero yo
canción de piedra
no escucho
mi silencio.

Joel Piedra, Canción de piedra


En el crótalo ámbar, en el sótano de un libro desenterramos vespertiliones.
No por la garganta, en ese río los lobos gruñen y su ceguera es costura de
escarcha.
Su legra, gozne de qué ceniza deja un talón absurdo entre rama y rama. Antes vi
sólo la gavia estéril de su vuelo, el hilo de alas deformes, como cruzaría los
pasillos una larva.
cielo, cardo desoído, sótano de urracas, enredadera de ciegos, espada de viento
velando ramajes; hereda tempestad mi barca sin costa y sin oficio.
aquel galope de ingobernable sequía,
aquel remedo de virar,
pie bajo una alondra,
esa sed, acaso sea el nombre.
Yo, el Deshollinador Absurdo de esta fiebre, te advierto del fuego y su filo
inconstante, de su caligrafía en el umbral como síntesis lacerada del día, de su
latido magro que guarda como herrumbre, de cuando se apea y su quemadura
adhiere filamentos de lluvia descompuesta y sucede y se dispersa a otra hoguera,
a otro fardo de sombras. Desconfía, de ese reposo que no clausuran los círculos
de viento, que no amaga el atardecer disimulado; porque este fuego es el barandal
donde la noche pesa sus ríos, es el fuego imperativo que amordaza los ojos. Y si
padeces la usura de enmudecer, Viajera con el Vaso Vacío, hay una orilla
invertebrada, una ranura de azogue que desboca el alba en las migraciones que
secretamente nos llevan.
Yo, Primer Cocinera del Rey, que abstergo ojos, la nariz filosa y la desvencijada
lengua y creo en sal descalza, en migajas que velan vasos y mesa, en el viento
que barniza a los perplejos su plato magro, y creo en el asiento de la tarde cuando
muerde los vidrios de cera. Certifico que el oro adverso de los hornos, que el
simple polvo cabizbajo, que las madrigueras cetrinas del musgo, no confundirán,
no escoltarán más tus salidas. Anoche aseguré toda el agua en el cuerpo de un
molusco, se despedía la sed.
de palomas racimos en dedal la luna retiene.
Yo, Darvulia, Hechicera del Bosque, que bajo la heráldica del lobo y el invierno fui
madre de la tortura de escarcha, juro por la fijeza alfilereada del espejo, por ese
reptil atónito entre fuego receloso, por la urraca sonora de los sótanos, por el felino
de los patios embozados, por el secreto aljibe y su constelado cieno y por esas
650 mujeres de cuerpos áridos y deformes que graznan en mi soledad, juro esta
vez, lastimada mía, apartar la rapiña de tu insomnio sin la linfa y el vino humano.
Pues si recorto una paloma de oro sobre tu frente, si leo tu dicción de cardos, si
descorro tu blindaje sedentario, el rincón lóbrego de tus ojos tiene otros postigos,
tiene balanzas que despereza el azogue y habitaciones prematuras contra las
sombras. Junto a la Virgen y la Cabra tu planeta es la Luna, recuerda a la orilla del
otoño su muelle de niebla, su oro empecinado en hacer la noche. Eres agua de
corceles inacabados, eliges ciar y andas plomiza hacia el Este. Ama el verde
deleznable y en el declina.
Yo, Falsa Tortuga, nadé escamas del poniente, la espalda de un sol astillado,
nadé bosques de naipes, escalas de granizo, para no caer en la sopa insuficiente
o el desgano del Grifo que me sueña y te guía ahora con sus ocelos
acostumbrados. Cuídate del enjambre ambiguo que mece luz, cuídate de las
medusas heridas por el faro. No te demores, no dances en una cueva de
langostas, no te escondas en otalgia de mar abierto. Cualquier besugo te diría lo
mismo.
Ella te despeina como sonámbula.
Esta noche con hélice de caza.
En el regazo la persona del gato donde su indolencia queda.
Rodea, entre adicta y animal de la ventana.
El sentido del azogue no era ajeno a su cuello.
Respira en una madeja de nieve.
Abre el remusgo para advertir los viajes.
-No entres mansa en la noche prometida, le dije.
EXTRACCIÓN INFUNDADA DEL HOMBRE DE ANTIFAZ AZUL EN UN ACTO

Luz de placenta de conejo. Sobre un agujero está el Hombre de Antifaz Azul y A.


como badajo antípoda.

A.
Tengo un vientre postizo, muerde mis pies como ancla hostil o reseca mi pulmón
en éxodo. Mis caminatas quedan oxidadas de un torpor celoso.

Hombre de Antifaz Azul


Pues descorre las grietas para dormir.

A.
Es otra ración de armadura vulnerable.

Hombre de Antifaz Azul


¿Prefieres tragar otro gajo de piedra?

A.
Ese gajo ya es ancla, es la enredadera de un muro.
Hombre de Antifaz Azul
¿No será un simple destierro de maniquí?

(A. mira desde un circo distraído)

(A. mira empecinada de nudos)

A.
¿Cuál sería tu bestiario inerte?

(Hombre de Antifaz Azul con el alefriz asendereado)

Hombre de Antifaz Azul


¿Cómo?

A.
Sí, ¿qué podrías domesticar mejor, la luz que se ahoga como insecto árido o el
viento ojeroso en los reptiles?
Hombre de Antifaz Azul
El viento. El viento no. No, que sea la luz, odio el tropiezo involuntario, no hay
bastón puntual.

A.
Te imaginaba aéreo. Dispuesto al vagabundeo de ventanas.

Hombre de Antifaz Azul


OIvidas nuestro encuentro, soy fiel a la máscara que guarece musgo.

A.
Pero el musgo usa colores de pozo cetrino. El tuyo es equívoco, el color de un
cuervo que se ahoga y entre más tartamudea se empapa negro…

Hombre de Antifaz Azul


La última vez…

A.
Sólo negro afónico…
La noche aparece disecada. Ahora el hombre de Antifaz Azul cuelga de A. Una
lámpara de mínimo vuelo pasa a cuentagotas.

Hombre de Antifaz Azul


La última vez te guareciste, corrí al pozo, el bosque quedó rezagado y tú…

A.
Tú no avanzaste, nadie avanza sentado como títere, como pez vecino del espejo,
aunque una sombra…

Hombre de Antifaz Azul


Yo nunca te repetí ni siento esa casa de hormigas en el vientre.

A.
Por eso, ya no serás un paraguas estéril, la lluvia te hará huésped, se disfrazaran
juntos, revolotearan las ventanas nómadas del árbol y el bosque te dejará nacer.

Hombre de Antifaz Azul


¿Y tú?
A.
¿Crees en piedras pastoras de ríos?

El agujero boquea prematuramente. Telón desasido y encorvado.


un dibujo del relámpago afuera,
la alianza del oro y la brizna aciaga,
el tronco escaso de alguna vigilia,
el aviso nervado de las piedras,
el fardo a la orilla del crepúsculo,
rapiña en el insomnio, imán de fiebre.
Una sombra no es prólogo de orfandad, válida como raíz, víspera que obedece el
telón de un gesto, árbol cauto amanecido de sanguijuelas, ¿merece la tachadura
implícita lugar?, ¿Qué precede al tacto de habitar esa tarde zanjada, es la
extensión perversa del foso? No existe hueco ordinario: una cerradura un
cimiento; los oficios del espejo y la ventana, carnada también del ojo, una
explicación de la salida.
Sasha, tu abuela es como lobo de patas blancas, el badajo que encanece sobre
bosques. Ella dio huesos de halcón al brazo del pantano. Ella desabotonó un
invierno que hizo trono del río y del árbol doblegado. Para tener luna, nos dijo tu
abuela, cada caballo perdería un ojo, el ojo se sembró, los caballos que
amamantaron con nieve eran ahorcados. Esta luna nunca trepó la muralla,
escoltaba los pastos y envejecía. “Falta en esa luna un estribo, advirtió, que los
puentes sean acorralados para que las nubes bostecen”. Pero la luna sólo creció
sus cuernos en balanza y el ramaje de la sombra nos escondió como buitres de
seis alas.
Yo, Nodriza Umbilical de los corredores, execro y desdigo: que el vendaval del
bosque no tenga raíces aquí, ni sea tu árbol un cepo curvado; que las baldosas se
bañen como peces impávidos y nunca repitan el cinismo del eco; que deshielo en
los espejos se interne con una caducidad vaga; que el camafeo de tus renuncias
no cifre un lado espurio y un lado parásito; que desde las mutaciones del hartazgo
restes anécdotas de silencio y te invada el párpado voraz del sueño con su
espesura de oro aterido y que con sus estatuas entredichas como dandeleones
canos prolongue la ineptitud de las horas; que el revés de tus preguntas, Pupila de
la Endecha, se consuma en el menstruo de cien luciérnagas, en el abrazo
quelícero de cualquier ayuno, en el rocío ensordecedor que te circunda.
Yo, Corza por la espina del labio, anego entre racimos autómatas de oscuridad el
sopor que no dentellea la mandrágora aterida, el cubrefuego de un parto de
tropiezos y murria, el gajo mullido de una sílaba decapitada y última como lebrel
con privilegio de sombra, que puede escaldarte y obedecer el baño de lilas
desdentadas, el asilo de azolve que riela brevemente, el hábito litófago y la tregua
para tus féretros llenos de pájaros. Princesa paraje sin sol, cuando aturdo con
tatuajes el pico del viento gris, cuando vuelven lámparas con bilis olvidada por los
huesos del rayo, estoy en el calabozo donde la luna ondea su muñón y de su
enjambre desbanda la revesa fija en insomnio, sigo cerca.
secó madera carnívora del fuego,
cobijo de peces deshojados.
Espejos no, piedras si mis ojos van inválidos. Por esta celada de miope poco
confío del hábito y la forma que deslía la luz, para mí envuelta en limo sucede la
distancia, se estrangulan cosas, un imán devora lo que hay cerca y lejos. No
ignoro que mi memoria padece una metátesis semejante, una miopía de
postergar, como la soledad rastrilla y esconde el siguiente paso.

Hacia un ojo ilegible y la paciencia que nada hiende, zurdo entre su cauce,
escombro que el párpado negaba, en el espejo el azogue fatiga medio rostro.
Yo, Arquitecto Póstumo del Reino, mientras las torres anegan el vértigo de ser
pura sombra y los muros se carcomen de vuelos, no invoco azar luengo sino una
rémora en medio de tus ojos para que seas cautiva del color borroso del alba y los
fragmentos monótonos que templa la luna. Pero no, Hija del Viento, de la
penumbra hueca ni del epitafio ensimismado que está a oscuras, en vano será
que desciendas; mejor busca el jardín que es el estadio donde la tarde ubicua
parte como animal vedado y a cada brizna regresa como un gato con máscara de
azogue y escucha y te vigila. Por eso, dibuja una estrella burda en la ventana; al
Sur está el jardín y no la paciencia de verlo.
verde: armadura vegetal que mana la sombra inédita, cauce de ojos, selva
disecada, ardua selva, relámpago o árbol hundido.
oráculo, no suicida en lo relente,
la que numera sombra, un dandeleón
en el paladar un naipe vedado
como señas.
un relámpago que otea la desnuda escama del aire.
Si la noche viaja. Si la noche envenena sus muelles parciales. Si la noche cruza
una ventana que hipnotiza cuervos, habrá noches destronadas por un vaso de
pesadilla. Noches en que vegeta nuestro disfraz sonámbulo, como un “nadie”
inconcluso. Noches que de roerse convalecen extrañas entre sí. Noches que
cabecean entre sus despedidas, que deletrean sus renuncias. La noche se escribe
por un ojal de incertidumbre hasta que los ojos son el filo más rudimentario. Faltan
paredes, nunca cuadernos; faltan párpados; faltan banderas que deshojar con
indiferencia. Falta hacer la noche, martillar pájaros enemigos. Enlazar la caverna
ajena y el vientre jaula, donde la oscuridad es el primer aparecido. Que el rehén
de un bosque de arena negra quede adentro. Que la cena de saliva trivial no
distraiga. Que las manecillas no tiemblen. Que la jauría invisible abra un color
escaso, un forcejeo de ojos. Madre crucial, presencia de los ciegos. Madre
ensimismada, túnel, vigía. Madre de las mutaciones, hombro del aljibe. Madre que
escampas, estatua taciturna. Censo del día desheredado, escala hacia las danzas
de estío. Si viajas y orillas nuestra mina de desgano. Si envenenas nuestra
paciente hogaza. Si cruzas, nuestro vacío bautizas.
El carbón decapitado que la noche emplea se vence. Por el tranvía, el túnel breve
juega laberintos. Duplica su sombrero de ramas una f uente. Los guantes miran el
andén baldío. Del puerto se curva un ala incolora. Se acurruca la bala entre ojo y
gato. No falta el portazo ni la reja pálida. No falta el barco con nombre desdentado.
Ya están sin freno las goteras. Ya secuestró al patio, al balcón una cascada negra.
Ya tiritas, Alejandra, debajo de qué.

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