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a) Los buenos libros pesan. Son una piedra al cuello que nos permiten librarnos,
Los malos libros, por el contrario, hunden. Aunque sus títulos estén llenos de
b) Un buen título no hace bueno un mal libro. Un mal título no hace malo un buen
superando con frecuencia a la obra que preceden. No es el caso. Aquí los versos
autor? Joel Piedra, joven poeta quien hace varios años desapareciera como si lo
hubieran pulverizado.
condicionan. Parecen decirnos: “Lo que vas a leer viene de otras regiones y de
otras formas de escribir. No confundas la emulación con el homenaje. En el
de La Boca.
poesía: ese peso rodante y visionario, ese grumo repartido en la sed, esa recién
del Viento con plena adoración por su locura y por su voz a ninguna otra parecida.
j) Publicar es un riesgo. No publicar puede ser asfixiante como una piedra cie ga o
k) Ver “buitres de seis alas”, percibir el “cinismo del eco” y adoptar a “la luz que se
ahoga como insecto”, son tareas propias de aquellos que nacieron para hablar con
aquel fragmento de roca puntiagudo y esférico al mismo tiempo, que uno pretende
Francisco Hernández
A.
Tengo un vientre postizo, muerde mis pies como ancla hostil o reseca mi pulmón
en éxodo. Mis caminatas quedan oxidadas de un torpor celoso.
A.
Es otra ración de armadura vulnerable.
A.
Ese gajo ya es ancla, es la enredadera de un muro.
Hombre de Antifaz Azul
¿No será un simple destierro de maniquí?
A.
¿Cuál sería tu bestiario inerte?
A.
Sí, ¿qué podrías domesticar mejor, la luz que se ahoga como insecto árido o el
viento ojeroso en los reptiles?
Hombre de Antifaz Azul
El viento. El viento no. No, que sea la luz, odio el tropiezo involuntario, no hay
bastón puntual.
A.
Te imaginaba aéreo. Dispuesto al vagabundeo de ventanas.
A.
Pero el musgo usa colores de pozo cetrino. El tuyo es equívoco, el color de un
cuervo que se ahoga y entre más tartamudea se empapa negro…
A.
Sólo negro afónico…
La noche aparece disecada. Ahora el hombre de Antifaz Azul cuelga de A. Una
lámpara de mínimo vuelo pasa a cuentagotas.
A.
Tú no avanzaste, nadie avanza sentado como títere, como pez vecino del espejo,
aunque una sombra…
A.
Por eso, ya no serás un paraguas estéril, la lluvia te hará huésped, se disfrazaran
juntos, revolotearan las ventanas nómadas del árbol y el bosque te dejará nacer.
Hacia un ojo ilegible y la paciencia que nada hiende, zurdo entre su cauce,
escombro que el párpado negaba, en el espejo el azogue fatiga medio rostro.
Yo, Arquitecto Póstumo del Reino, mientras las torres anegan el vértigo de ser
pura sombra y los muros se carcomen de vuelos, no invoco azar luengo sino una
rémora en medio de tus ojos para que seas cautiva del color borroso del alba y los
fragmentos monótonos que templa la luna. Pero no, Hija del Viento, de la
penumbra hueca ni del epitafio ensimismado que está a oscuras, en vano será
que desciendas; mejor busca el jardín que es el estadio donde la tarde ubicua
parte como animal vedado y a cada brizna regresa como un gato con máscara de
azogue y escucha y te vigila. Por eso, dibuja una estrella burda en la ventana; al
Sur está el jardín y no la paciencia de verlo.
verde: armadura vegetal que mana la sombra inédita, cauce de ojos, selva
disecada, ardua selva, relámpago o árbol hundido.
oráculo, no suicida en lo relente,
la que numera sombra, un dandeleón
en el paladar un naipe vedado
como señas.
un relámpago que otea la desnuda escama del aire.
Si la noche viaja. Si la noche envenena sus muelles parciales. Si la noche cruza
una ventana que hipnotiza cuervos, habrá noches destronadas por un vaso de
pesadilla. Noches en que vegeta nuestro disfraz sonámbulo, como un “nadie”
inconcluso. Noches que de roerse convalecen extrañas entre sí. Noches que
cabecean entre sus despedidas, que deletrean sus renuncias. La noche se escribe
por un ojal de incertidumbre hasta que los ojos son el filo más rudimentario. Faltan
paredes, nunca cuadernos; faltan párpados; faltan banderas que deshojar con
indiferencia. Falta hacer la noche, martillar pájaros enemigos. Enlazar la caverna
ajena y el vientre jaula, donde la oscuridad es el primer aparecido. Que el rehén
de un bosque de arena negra quede adentro. Que la cena de saliva trivial no
distraiga. Que las manecillas no tiemblen. Que la jauría invisible abra un color
escaso, un forcejeo de ojos. Madre crucial, presencia de los ciegos. Madre
ensimismada, túnel, vigía. Madre de las mutaciones, hombro del aljibe. Madre que
escampas, estatua taciturna. Censo del día desheredado, escala hacia las danzas
de estío. Si viajas y orillas nuestra mina de desgano. Si envenenas nuestra
paciente hogaza. Si cruzas, nuestro vacío bautizas.
El carbón decapitado que la noche emplea se vence. Por el tranvía, el túnel breve
juega laberintos. Duplica su sombrero de ramas una f uente. Los guantes miran el
andén baldío. Del puerto se curva un ala incolora. Se acurruca la bala entre ojo y
gato. No falta el portazo ni la reja pálida. No falta el barco con nombre desdentado.
Ya están sin freno las goteras. Ya secuestró al patio, al balcón una cascada negra.
Ya tiritas, Alejandra, debajo de qué.