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FONT: Hortolà, Policarp. 2023. Epistemología de la evolución.

EPISTEMOLOGÍA Una
DE LA EVOLUCIÓN
introducción a sus bases científico-filosóficas. Sant Vicent del Raspeig
(Alacant): Editorial Club Universitario. Capítol 1: pp. 13-29.

LA CIENCIA Y EL MÉTODO CIENTÍFICO

La ciencia y su tipología
Etimológicamente, la palabra «ciencia» proviene del sustantivo latino
scientia, que a su vez deriva del verbo scire (saber) y este probablemente de
la raíz protoindoeuropea skei- (cortar). Por su origen lingüístico, la ciencia
sería el acto de separar una cosa de otra, lo que la relaciona con clasificar
entes. A propósito del origen remoto del vocablo, es interesante ver cómo la
palabra inglesa scissors (que tiene el mismo origen) significa «tijeras». Así,
de manera metafórica, la ciencia serían las tijeras con las que cortamos las
cosas complejas para poder entenderlas una vez que las hemos desmenuzado
en elementos más simples.
Más allá de su etimología, existen muchas definiciones aceptables de lo
que es la ciencia, de las que mostraremos unas pocas. Para Bunge (1983), la
ciencia es un estilo de pensamiento y acción tendente a construir
reproducciones conceptuales de las estructuras de los hechos (teorías), que
serían conjuntos de modelos contingentes (parciales y no infalibles) de la
realidad. Casi un siglo antes, Poincaré (1905) la había definido como «una
clasificación, un modo de relacionar hechos que las apariencias separan,
aunque estén ligados por algún parentesco natural y oculto» o, más
resumidamente, «un sistema de relaciones». Según Ayala (1994), es «una
actividad intelectual que trata de explicar los fenómenos del Universo por
medio de causas naturales». Finalmente, por su fina ironía no falta de
veracidad, vale la pena mencionar «cierta definición moderna de la ciencia»
que da Wagensberg (1985). Este la reduce al «acuerdo que se alcanza entre
científicos de prestigio», que no deja de ser una versión ad hoc del rancio
argumento de autoridad («magister dixit», «el maestro lo dijo»).
La ciencia en sentido estricto nace del deseo de conocimiento, aunque
después se le hallen aplicaciones prácticas en forma de tecnología. Así, desde
el punto de vista etológico o del comportamiento animal, la ciencia se explica
como una consecuencia natural de la intrínseca curiosidad humana. Como ya
en el siglo XVIII expresara Feijoo (1745), «No hay verdad alguna, cuya
percepción no sea útil al entendimiento, porque todas concurren a saciar su
natural apetito de saber». A diferencia de otros simios, el ser humano no sólo
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mantiene su curiosidad infantil en la edad adulta, sino que incluso la


incrementa (Morris, 1967).
Como toda esfera de la actividad humana, la ciencia posee un objeto y un
método para alcanzarlo. El objeto de la ciencia es el conocimiento objetivo
de la realidad, para alcanzar el cual se vale de un método propio, el cual
veremos más adelante. Cada ciencia particular se caracteriza por su objeto
material (aquello que estudia) y su objeto formal (aspecto desde el que lo
estudia). En otras palabras, una determinada ciencia sería un campo que
utiliza el método científico con la finalidad de hallar en su objeto material
estructuras generales (leyes) referentes a su objeto formal.
Basándonos en Windelband (1894) y otros autores más modernos como
Nagel (1952), Cleland (2002) y Pigliucci (2005), podemos discriminar dos
tipos de ciencias:
1. Nomotéticas (del griego νόμος [nómos], ‘ley’). Buscan leyes generales, son
experimentales, ahistóricas (tratan de lo que es siempre), esencialmente
cuantitativas y predictivas (dicen lo que pasará antes de que suceda).
Ejemplos de estas ciencias son la física, la química o la biologia molecular.
2. Idiográficas (del griego ἴδιος [ídios], ‘uno mismo’). Describen sucesos
particulares, son históricas (tratan de lo que una vez fue), esencialmente
cualitativas y postdictivas (dicen lo que ha pasado después de que ha
sucedido). Ejemplos de este tipo de ciencias son la paleontología, la geología
histórica o la astronomía.
Siguiendo la clasificación anterior, podemos concluir que no hay ciencia
que mire el presente, sino que todas miran o bien al futuro (ciencias
predictivas) o bien al pasado (ciencias postdictivas). Predecir algo implica
anticipar el futuro, porque predecimos lo que aún no ha sucedido. Explicar o
describir algo implica volver la mirada hacia el pasado, porque explicamos lo
que ya pasó y describimos lo que ya fue. De este modo, cuando Albert
Einstein predecía que la luz se desvía en los campos gravitatorios estaba
adelantando el futuro y cuando Charles Darwin explicaba que la diversidad
de los seres vivos se debía a un proceso evolutivo estaba retrocediendo al
pasado.

Conocimiento objetivo
El conocimiento es un proceso de relación entre un sujeto cognoscente (aquel
que conoce), un objeto de conocimiento (aquello que se trata de conocer) y
determinadas estructuras lógicas (el concepto, cuya forma lógica es el
término; el juicio, cuya forma lógica es la proposición; el razonamiento, cuya
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forma lógica es la inferencia). El conocimiento científico es el conocimiento


objetivo que se obtiene mediante los procedimientos propios de su método, al
que por su propia génesis se le da el nombre de «método científico». Este
conocimiento científico se organiza mediante la inferencia, que es el paso de
un conjunto de proposiciones (las premisas) a otro (las conclusiones). Hay
dos tipos de inferencia: la deductiva (silogística) y la inductiva (incoada). En
la práctica, el método científico utiliza los dos tipos de inferencia.
Combinándolos, se pasa de las observaciones a la formulación de las hipótesis
y del contraste de las hipótesis al establecimiento de las tesis. El término
«conocimiento objetivo» no implica
un conocimiento absoluto o
permanente, sino el conocimiento
actual más digno de confianza, cuyo
contenido cambia a medida que la
investigación científica avanza y
cambia; así, una teoría que coincide
con hechos ya conocidos es siempre
adecuada para sugerir la existencia
de hechos aún no observados ni
sospechados y para promover su
investigación (Ford, 2000).

El ser humano desentrañando los secretos


del Universo más allá de la bóveda
celeste. Ilustración de autor desconocido
en La atmósfera de Camille Flammarion
(Librairie Hachette, París, 1888).

Hablar de conocimiento objetivo


es lo mismo que hablar de
conocimiento intersubjetivo. Esto quiere decir que todo el mundo conoce lo
mismo. Como señaló Poincaré (1905), «esta es pues la primera condición de
la objetividad: lo que es objetivo debe ser común a muchas mentes, y en
consecuencia poder ser transmitido de una a la otra». Para ilustrar el
conocimiento objetivo, podemos poner el ejemplo que sigue. Si un día
cualquiera de otoño preguntamos a diferentes individuos si hace frío o calor,
unos nos dirán que hace frío y otros que hace calor. Esto es un conocimiento
subjetivo, puesto que cada individuo tiene su propia percepción de un
fenómeno (en este caso, el calor). Pero si a estos mismos individuos les
pedimos que lean un termómetro, todos coincidirán en darnos el mismo
resultado. Esto es un conocimiento intersubjetivo (objetivo), dado que todos
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los individuos ven el mismo fenómeno (en este caso, el resultado de la medida
de la temperatura). En palabras de Bunge (1983), el conocimiento objetivo es
«la experiencia intersubjetiva (transpersonal)», mientras que la realidad es «lo
que existe en algún lugar del continuo espacio temporal de cuatro
dimensiones».
¿Con qué medios llegamos al conocimiento objetivo? Por un lado, con los
sentidos, haciendo uso de los aparatos de medida. Por el otro, con el
razonamiento, utilizando la lógica y las matemáticas. Por oposición a las
llamadas «ciencias fácticas» (empíricas), se acostumbra a denominar a la
lógica y las matemáticas «ciencias formales». En sentido estricto, la lógica y
las matemáticas no son ciencias, sino conjuntos de procedimientos
intelectuales que se utilizan en beneficio de las ciencias. Es decir, que son
técnicas auxiliares de la ciencia. Esto es debido a que: (1) no tratan de entes
materiales sino de entes ideales (por ejemplo, a, b, c), (2) no se ocupan de
hechos concretos sino de hechos abstractos (por ejemplo, a + b = c) y (3) no
se basan en observaciones prácticas sino en proposiciones teóricas que se
toman como punto de partida y permiten llegar a conclusiones válidas
simplemente desde el punto de vista formal. La lógica se basa en premisas
(como «Toda agua es un líquido», lo que no es una observación práctica),
mientras que las matemáticas se basan en axiomas (como ∀x,y,z∈A, x(y + z)
= xy + xz, que significa «para todo x, y y z perteneciente a A, x por y más z es
igual a x por y más x por z»). Que una conclusión sea formalmente válida no
quiere decir que corresponda a la realidad. En el ejemplo anterior, la premisa
«Toda agua es un líquido» es empíricamente falsa, puesto que también la
podemos encontrar en estado sólido (hielo) o gaseoso (vapor). Así que
podemos llegar a conclusiones que, a pesar de ser formalmente válidas, sean
empíricamente falsas.

El método científico
El método científico busca el conocimiento objetivo de la realidad. Es el
procedimiento para situar el conocimiento dentro de un esquema lógico, por
lo que es estudiado por el subcampo de la lógica material denominado
metodología. El postulado básico del método científico es el Principio de
Objetividad de la Naturaleza, que niega la validez de toda interpretación de
los fenómenos dada en términos de causas finales o proyecto (Monod, 1981).
El método científico está activo desde el siglo XVII, cuando fue establecido
por Francis Bacon en su trabajo filosófico Nuevo instrumento de las ciencias
(Bacon, 1620). Bacon aspiraba a superar la lógica aristotélica. Por ello, el
título de aquel ensayo era una referencia al tratado de lógica de Aristóteles
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denominado El instrumento, más


conocido por su nombre original griego,
Órganon.

Detalle del retrato de Francis Bacon (Paul


van Somer, 1617). Óleo sobre tela del
período barroco. Centro Contemporáneo de
Arte, Palacio Łazienkowski (Varsovia).

La función del método científico es la


de minimizar la subjetividad del
investigador. Se estructura en una serie
de pasos. Aunque en la literatura sobre
el tema podemos hallar descritos hasta
catorce, todo el método científico se
puede sintetizar en sólo cuatro pasos, que ilustraremos con un sencillo
ejemplo de la vida diaria:
1. Observación (del latín observatio, ‘fijarse’). Cualquier fenómeno que nos
llama la atención. La observación puede ser cualitativa o cuantitativa, propia
del investigador o bien (especialmente desde la generalización de las revistas
científicas) procedente de la literatura especializada. Tanto en un caso como
en el otro, es necesario tener en cuenta la reflexión de Claude Bernard (1865):
«Es necesario observar sin idea preconcebida; el espíritu del observador debe
ser pasivo, es decir callarse; escucha la naturaleza y escribe bajo su dictado».
Ejemplo doméstico: cuando, en casa, hemos puesto una olla al fuego para
cocinar, hemos observado que el agua tarda más en hervir si es del grifo que
si es embotellada («agua mineral»).
2. Hipótesis (del griego ὑπόθεσις [hypóthesis], ‘suposición’). Idea que se
toma como explicación provisional de un fenómeno. La hipótesis puede llevar
subordinadas otras hipótesis, y también preguntas. Ejemplo doméstico: «La
cantidad de sales minerales presentes en el agua es la responsable de que el
agua del grifo tarde más en hervir que el agua embotellada».
3. Contraste (del latín contrastare, ‘oponerse’). Obtenemos unos resultados y
los comparamos con nuestra hipótesis. Este contraste puede ser experimental,
matemático o bien una mezcla de ambos, lo que ocurre muy a menudo. En el
contraste de tipo experimental, el investigador prepara de manera activa unas
circunstancias para producir un determinado fenómeno, sea este de tipo
cuantitativo o cualitativo. Si bien los fenómenos cuantitativos son, por
definición, aquellos que pueden cuantificarse (por ejemplo, un peso, que
puede ser determinado directamente con una balanza), existen algunos de tipo
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cualitativo que son indirectamente cuantificables (por ejemplo, un color,


asociado a una longitud de onda concreta que puede ser determinada con un
espectrofotómetro). En el contraste matemático, las hipótesis basadas en
observaciones cuantitativas (o al menos cuantificables en términos de
presencia/ausencia de un fenómeno) se ponen a prueba mediante el uso de
métodos numéricos, fundamentalmente estadísticos. Todo contraste
científico debe ser reproducible; es decir, que cualquier investigador pueda
realizarlo bajo las mismas condiciones. Ejemplo doméstico:
A. Tomamos agua embotellada (tiene menos sales minerales que el agua del
grifo), le añadimos una cierta cantidad de sal de cocina, la calentamos y
contamos cuanto tiempo tarda en hervir.
B. Repetimos la prueba, añadiendo cada vez más sal de cocina al agua
embotellada.
C. Hacemos un gráfico de coordenadas cartesianas con los resultados del
experimento:

4. Tesis (del griego θέσις [thésis], ‘posición’). Conclusión a la que llegamos


de acuerdo con los resultados obtenidos al contrastar nuestra hipótesis. En
otras palabras, la proposición que se infiere como consecuencia de aplicar el
razonamiento lógico a los resultados del contraste de la hipótesis o,
simplemente, una hipótesis contrastada científicamente. Ejemplo doméstico:
«Las sales minerales son las responsables de que el agua del grifo tarde más
en hervir que el agua embotellada».
Si hacemos un diagrama de flujo del método científico en el que el trazo
continuo indique cómo se debe avanzar y el trazo discontinuo cómo se puede
retroceder, podemos ver que este es un proceso dinámico de
retroalimentación: cada nueva tesis lleva a una nueva observación. Es como
una rueda en la que cuantas más observaciones, hipótesis, contrastes y tesis
tengamos, más nuevas observaciones, hipótesis, contrastes y tesis
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generaremos. Obviamente, todos los cuatro


pasos los puede hacer un mismo investigador o
bien correr a cargo de diferentes investigadores.
Como observamos en el diagrama, si es
necesario podemos retroceder saltándonos
algún paso, pero no podemos avanzar
saltándonos ninguno.
Para finalizar este apartado, digamos que,
cuando en el ámbito académico hablamos de
una tesis doctoral, estamos de hecho
refiriéndonos, generalmente sin darnos cuenta
de ello, a la última etapa (y, por tanto, a la
culminación) del método científico.

Ciencia y disciplina
Ciencia y disciplina son dos términos que a menudo se confunden y son
erróneamente considerados intercambiables. La ciencia sólo contiene
conocimiento objetivo, sus hipótesis vienen dadas por supuestos lógicamente
válidos y tales hipótesis siempre han sido posteriormente contrastadas. Un
ejemplo es la bioquímica. Una disciplina, por el contrario, puede contener
tanto conocimiento objetivo como subjetivo, y aunque sus hipótesis puedan
venir dadas por supuestos lógicamente válidos es posible que no hayan sido
posteriormente contrastadas. Podemos poner como ejemplo la egiptología.

Investigación científica y teoría científica


La investigación científica es una actividad que siempre va a las fronteras de
lo conocido, para traspasarlas y generar así nuevo conocimiento objetivo.
Esto la diferencia de la docencia y la divulgación, cuya función no es crear
tal conocimiento sino transmitirlo. Utilizando un estilo más dramatizado,
diríamos metafóricamente que, mientras que la docencia y la divulgación se
instalan en la comodidad de la terra cognita, la investigación científica se
arriesga adentrándose en terra ignota.
Siguiendo el modelo de las ciencias naturales, Eco (1982) considera que
una investigación científica debe cumplir los cuatro requisitos siguientes:
1. Versar sobre un objeto (físico o intelectual) reconocible y definido de tal
modo que también sea reconocible por los demás. Definir el objeto significa
definir las condiciones bajo las cuales podemos hablar en base a unas reglas
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que nosotros mismos estableceremos o que otros han establecido antes que
nosotros.
2. Decir sobre este objeto cosas que todavía no han sido dichas o bien revisar
con óptica diferente las cosas que ya han sido dichas.
3. Ser útil a los demás. Es decir, añadir algo a lo que la comunidad ya sabía y
que deberá ser tenido en cuenta por todos los trabajos futuros sobre el tema.
4. Suministrar elementos para la verificación y la refutación de las hipótesis
que formula. Esto significa presentar pruebas e indicar cómo se ha procedido
para hacer el hallazgo, cómo habría que proceder para hacer otros y qué tipo
de hallazgo refutaría la hipótesis formulada.
Podemos representar la relación entre la investigación científica y una
teoría científica determinada utilizando un simple diagrama de Venn propio
de la teoría de conjuntos de la matemática moderna. Una teoría científica (el
conjunto T) es la explicación de una cuestión general. Los componentes de
una teoría científica son las tesis (los elementos t) sobre aspectos particulares
de la cuestión general. Estas tesis son fruto de aplicar el método científico
mediante la investigación científica. En otras palabras, una teoría científica es
el conjunto de todas las tesis que contiene. Para simplificar, si reducimos el
número de investigaciones sobre una cuestión a sólo cuatro, tendremos que T
= t1, t2, t3, t4. Podemos visualizar gráficamente una teoría mediante el
siguiente diagrama de Venn, donde i va de 1 a 4, Ri es la investigación número
i, oi la observación número i, hi la hipótesis número i, ci el contraste número
i, ti la tesis número i, y T la teoría científica concreta:

En el proceso diacrónico de organización de un conocimiento científico


determinado en forma de teoría, Laín Entralgo (1970) distinguía cinco
momentos:
1. El momento intuitivo o de realidad. Aquel en virtud del cual la teoría en
cuestión expresa científicamente una experiencia directa del mundo real. Su
temporeidad consiste en el paso de un «ahora» (el correspondiente a la
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percepción en que nace esa experiencia) a un «siempre» hipotético o


condicional.
2. El momento conceptivo o de objetividad. Aquel por el cual la experiencia
inmediata del mundo real y las creaciones intelectuales a ella subsiguientes
se elevan a conceptos. Lo que era «objetual» se convierte así en «objetivo».
Su temporeidad es el paso del «ahora» de la concepción a un «siempre»
también hipotético o condicional.
3. El momento constructivo o de estructura. Aquel que otorga orden interno
y figura a la teoría de que se trate. Su temporeidad es semejante a la anterior.
4. El momento interpretativo o de sentido. Aquel en que se manifiesta lo que
la teoría significa, dentro del pensamiento de su creador, tanto para su persona
singular como para el género humano, en cuanto aquella es declaración
científica de una parcela de la realidad. Su temporeidad consiste en el paso
del «ahora» del autor al «ahora» de quien más tarde descubre y comprende la
interpretación.
5. El momento posesivo o de arraigo. Aquel que determina y mide la real
implantación de la verdad de esa teoría en la personal existencia de quien la
crea o la conoce. Su temporeidad propia es el paso del «ahora» de la posesión
a un «siempre» absoluto que unas veces se juzgará posible y esperable y otras
será tenido por imposible y absurdo.

Descubrimiento causal y descubrimiento serendípico


Existen tres clases principales de investigación que conducen al
descubrimiento científico: la descriptiva, la comparativa y la experimental.
Todas ellas pueden combinarse entre sí. Aunque, por regla general, el
descubrimiento científico es fruto de una investigación causal (planificada de
antemano), históricamente han habido numerosas excepciones a esta regla.
La antítesis del descubrimiento causal es el descubrimiento serendípico.
Basándose en la trama argumental del cuento persa Los tres príncipes de
Serendip, el político e intelectual inglés Horace Walpole acuñó la palabra
«serendipia» a mediados del siglo XVIII (por ejemplo, Cammann, 1967; Van
Andel, 1994; Colman, 2006). Serendip es un topónimo persa que proviene del
sánscrito Siṃhala (‘Ceilán’, la isla de Sri Lanka). En este relato, los jóvenes
hijos del rey de Ceilán, enviados fuera de su país para formarse lejos de los
privilegios propios de su rango, descifran una serie de enigmas gracias a su
sagacidad. Este cuento está basado, en última instancia, en un relato que
aparece en El libro de los reyes, epopeya escrita hacia el año 1000 por el poeta
persa Ferdousí. La serendipia es «la facultad de descubrir cosas que uno no
busca, únicamente por accidente y sagacidad» (Catellin, 2014). Dado que la
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investigación de tipo experimental suele implicar más complejidad técnica,


es en esta clase donde se puede dar con más frecuencia. En tal caso,
corresponde a la fase metodológica del contraste de la hipótesis. En palabras
propias, podemos definir la serendipia científica como «el descubrimiento
que emana de la mezcla de la ciega casualidad de los acontecimientos y la
habilidad mental del investigador». Es lo que sucedió con el descubrimiento
de la isomería óptica por Louis Pasteur (1848), del ADN por Friedrich
Miescher (1871; véase también Dahm, 2005 y referencias interiores) y de la
radiactividad natural por Henri Becquerel (1896), por citar sólo tres ejemplos
(véanse más casos en Roberts, 1989).

Psicología de la práctica científica


La ciencia está influenciada por las circunstancias personales de quienes la
practican. En opinión de Root-Bernstein (2002), «Los científicos combinan
una multitud de sentimientos, emociones, deseos e intuiciones sensuales para
idear explicaciones racionales de la Naturaleza. Lo que puede parecer una
paradoja ― que la racionalidad resulte de medios irracionales ― es en
realidad la consecuencia de que el pensamiento se funda en el sentido y la
sensación». Añadamos aquí que, detrás de la práctica de muchas ciencias
idiográficas, podemos vislumbrar un sentimiento nostálgico de pérdida,
girando en torno al concepto de «estética de la decadencia» en el sentido de
complacencia por lo que fue pero no volverá a ser. La idea de las cosas
desaparecidas y la decadencia es, en cierto modo, comparable a la de las
ruinas y el arruinamiento. De acuerdo con Hetzler (1988), la «ruina» es el
producto disyuntivo de la intrusión de la Naturaleza en lo creado por el
hombre sin pérdida de la unidad producida por los humanos, mientras que el
«arruinamiento» es el proceso de maduración realizado por la Naturaleza en
tiempo de ruina, sea iniciado por causas humanas o por causas naturales. En
línea con Ginsberg (2004), «La nostalgia es el gusto por las ruinas. Obtiene
su placer reflexivo en la recuperación de fragmentos del pasado a los que les
falta una continuidad significativa con el presente. El pasado por el que
sentimos nostalgia no tiene cabida en el presente». Por su parte, Currie (2018)
afirma que «Nuestra ventana principal al pasado es a través de las huellas: la
roca, el hueso y la ruina que quedan después del trabajo destructivo del
tiempo». Así, a título de ejemplo podemos citar la paleontología del
cuaternario como una ciencia cuyo trasfondo emocional subyacente es la
nostalgia. El marco de la evolución biológica se sustenta en dos pilares.
Mientras que la neontología (el estudio los organismos presentes) puede
explicar los mecanismos de la evolución, la paleontología (el estudio los
organismos pasados) proporciona los hechos de la evolución. Los
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mecanismos son elementos ahistóricos continuos (las leyes científicas),


mientras que los hechos son elementos históricos discretos (el registro fósil).
Como tal, los hechos de la evolución son cosas desaparecidas pertenecientes
al pasado remoto, que marcan un momento dado en la historia incesante de la
Tierra y la vida. La paleontología del cuaternario es un campo peculiar dentro
de la ciencia paleontológica porque apela a nuestra propia naturaleza al estar
asociada al surgimiento, expansión y evolución del género Homo. También
es digna de mención porque abarca no sólo el evento de extinción de la
megafauna cuaternaria a finales de la época pleistocénica, sino también las
extinciones de grandes animales insulares del holoceno, en todas las cuales el
hombre tuvo muy probablemente un papel decisivo. Algunos ejemplos
impactantes de extinciones de esta megafauna insular son las de los perezosos
gigantes de Cuba (Megalocnus rodens) hace unos 4.200 años, los mamuts
lanudos de Wrangel (Mammuthus primigenius) cerca de 4.000 años atrás, las
aves elefante de Madagascar (Aepyornis maximus y otros géneros y especies)
hace alrededor de 1.000 años y los moas gigantes de Nueva Zelanda (Dinornis
novaezealandiae en la isla Norte y Dinornis robustus en la isla Sur)
aproximadamente 600 años atrás. Es decir, que mientras la civilización
egipcia florecía a orillas del Nilo muy lejos de allí aún pastaban perezosos
gigantes y mamuts lanudos, mientras Europa se encontraba en plena Edad
Media las aves elefante todavía recorrían la gran isla del sudeste africano y
mientras el imperio inca se hallaba en su segunda expansión los maoríes
neozelandeses seguían cazando moas gigantes.
Por otro lado, es obvia la estrecha relación que existe entre la psicología y
la estética. Como ha afirmado Cupchik (2014) «Estudiar la recepción estética
es importante para la corriente principal de la psicología porque incorpora y
va más allá del pragmatismo de la cognición cotidiana que enfatiza la
identificación de objetos». La estética se relaciona con la facultad cognitiva
que opera según sentimientos subjetivos, en vez hacerlo según postulados
objetivos, ocupándose principalmente de características visuales. Se ha
sugerido que la activación de la corteza cerebral prefrontal podría jugar un
papel clave en la percepción estética visual humana (Cela-Conde y otros,
2004). Para Hoffmann (2003), «Los componentes de la transacción estética
son el objeto o la idea, el ser humano que lo crea y el que lo contempla, los
dos unidos en una contemplación placentera, separada pero intensa». Según
Dewey (1934), «El comienzo de una nueva idea, que tal vez termine en un
juicio elaborado que sigue a una extensa investigación, es una impresión,
incluso en el caso de un científico o un filósofo». En lo que aquí nos atañe,
podemos afirmar que toda ciencia tiene su propia estética. Así, para Croce
(1902), cualquier trabajo científico es al mismo tiempo un trabajo artístico.
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Un par de ejemplos de ello son las ilustraciones naturalistas de Maria Sibylla


Merian en las Metamorfosis de los insectos del Surinam y las de Ernst
Haeckel en las Formas artísticas de la Naturaleza (véanse, respectivamente,
Zhu y Goyal, 2019 y Maderspacher, 2019). El arte y la ciencia se encuentran
en un continuo en el que los artistas trabajan con mundos «posibles», mientras
que los científicos se ven obligados a trabajar en «este» mundo (Root
Bernstein, 2003). Según Gruber (1978), existen dos diferentes estados de
ánimo estéticos en la ciencia: el de la simplicidad y el de la complejidad. En
la ciencia, la complejidad y la simplicidad siempre coexisten, porque el
mundo de los fenómenos reales es intrincado, pero los principios subyacentes
son más simples (Hoffmann, 1990).

Un ejemplo de protociencia (antes del método científico): el estudio del


Universo por los antiguos griegos
Mientras que los cosmólogos eran filósofos que formulaban hipótesis sobre
el Universo sin contrastarlas, los astrónomos eran matemáticos que tomaban
medidas y hacían cálculos astronómicos con la ayuda de los aparatos de que
se disponía en la época, como los astrolabios. Los astrolabios (del griego
ἄστρον [ástron], ‘estrella’, y λάβιον [lábion], ‘captador’) permitían
determinar la posición y la altura de las estrellas y los planetas sobre el cielo.
Hay que tener en cuenta que el telescopio no se inventó hasta comienzos del
siglo XVII, en los Países Bajos. En el estudio del Universo por los antiguos
griegos, tenemos dos escuelas: la jónica y la alejandrina.
La escuela jónica estaba formada por cosmólogos de la región de la Jonia
(ciudad de Mileto y otras de vecinas de la costa del Mar Egeo). Dentro de esta
escuela destacan Tales de Mileto y Filolao de Crotona. Tales (h. 624–h. 546
a. C.) fue el primero en explicar el origen y naturaleza del Universo sin mitos
de héroes ni dioses antropomórficos: el agua era el origen y esencia de todas
las cosas. Creía que la Tierra era un disco que flotaba sobre el mar y la Luna
reflejaba la luz del Sol. Dictaminó que un año duraba 365 días y un cuarto;
de aquí provinieron posteriormente los años bisiestos. Filolao (470–380 a. C.)
creía que la Tierra, el Sol, la Luna y los planetas giraban alrededor de un fuego
central diferente del Sol. La revolución de la Tierra alrededor del fuego
central cada 24 horas explicaba los movimientos diarios del Sol y las estrellas.
La escuela alejandrina se inició con astrónomos griegos que trabajaban en
Alejandría (ciudad de Egipto fundada por Alejandro Magno) en la época de
la dominación griega. Los representantes más destacados de este período de
dominación griega son Aristarco de Samos e Hiparco de Nicea. Aristarco
(310–230 a. C.) calculó la distancia que separa la Tierra del Sol. Estableció
EPISTEMOLOGÍA DE LA EVOLUCIÓN

que el Sol era mucho más grande que la Tierra y, por este motivo, propuso
que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol (modelo heliocéntrico) y no
al revés. Hiparco (190–120 a. C.) llevó a cabo observaciones astronómicas en
Rodas y Alejandría. Fundó un observatorio astronómico e hizo el primer
catálogo conocido de estrellas (más de 850), clasificadas según su brillo. La
escuela alejandrina finalizó con la figura de Claudio Ptolomeo, el último gran
representante de la astronomía griega. Ptolomeo (h. 100–170 d. C.) estuvo
activo en Alejandría (su ciudad natal) después de la dominación griega, ya en
tiempos de dominación romana. Reunió todos los conocimientos
astronómicos de la época en los trece volúmenes de su obra Ordenación
matemática, más conocida con el nombre de la traducción al árabe: Almagesto
(El gran libro). En esta obra, exponía un sistema donde la Tierra, en el centro,
estaba rodeada por esferas de cristal de los otros seis astros conocidos, que
podían ser observados a simple vista (Mercurio, Venus, Marte, Júpiter,
Saturno y el Sol, sin contar la Luna). Este modelo geocéntrico se dio por
bueno hasta el siglo XVI (es decir, hasta el Renacimiento final), cuando pudo
ser refutado con la ayuda de las observaciones telescópicas de Galileo Galilei
(1564–1642), volviendo al modelo heliocéntrico ya propuesto en el siglo III
a. C. por Aristarco.

Un ejemplo histórico de implementación del método científico: el


experimento de Redi
Como ejemplo histórico de aplicación del método científico, podemos ver la
refutación de la teoría de la generación espontánea por parte del médico
italiano Francesco Redi. Según esta teoría, la vida surge de forma espontánea
a partir de la materia inanimada. Redi (acreditado como el fundador de la
biología experimental) llevó a cabo la primera refutación de esta teoría
utilizando el método experimental, trabajo que va describió en su obra sobre
la generación de los insectos (Redi, 1668). Considerando los cuatro pasos del
método científico, podemos describir el procedimiento que siguió Redi de la
siguiente forma:
1. Observación. Cuando la carne se pudría, aparecían gusanos.
2. Hipótesis. Los gusanos que aparecían en la carne podrida provenían de ella
misma (en inferencia estadística sería la hipótesis nula, H0) o los gusanos que
aparecían en la carne podrida no provenían de ella misma (en inferencia
estadística sería la hipótesis alternativa, H1).
3. Contraste. Redi colocó carne en tres frascos: uno totalmente abierto, otro
totalmente cerrado y el último cubierto con una gasa. Tras unas semanas, en
el frasco totalmente abierto había gusanos sobre la carne putrefacta, en el
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frasco totalmente cerrado no había, y en el frasco cubierto con una gasa sólo
había sobre tal gasa.
4. Tesis. Los gusanos que aparecían en la carne podrida no provenían de ella
misma (en el lenguaje de la inferencia estadística diríamos que se rechaza H0
y se acepta H1).

Un ejemplo actual de implementación del método científico: rompiendo


el mito del «abominable hombre de las nieves»
Antes de ver la aplicación del método científico al mito del yeti (popularizado
en Occidente como el «abominable hombre de las nieves»), es de recibo
conocer la diferencia entre mito y leyenda. El mito es la descripción de seres
imaginarios (dragones, duendes, monstruos...) enmarcados o no en un
momento histórico concreto. Una leyenda es una narración de sucesos
imaginarios protagonizados por personas y enmarcados en un momento
histórico concreto. Aunque los mitos y las leyendas son fruto de la
imaginación, pueden tener una base real. Por ejemplo, el mito de la gran
serpiente de mar se basa muy probablemente en la existencia real del pez remo
gigante (Regalecus glesne), el cual, con un cuerpo cintiforme que puede
sobrepasar los diez metros de longitud, es el pez óseo más largo del mundo.
Por su parte, la leyenda medieval del rey Arturo puede haberse basado en la
existencia real de un caudillo britano romanizado de principios del siglo VI
(Breeze, 2015).
En la cultura popular, la figura del yeti está muy arraigada. En el folclore
de Oriente podemos hallar a este supuesto ser bajo diversos nombres (yeh-teh
en el Tíbet, chueren en China, chuchunaa en Siberia, etc.). Cabe señalar que,
pese a las diversas versiones del mito, en el dialecto sherpa del idioma
tibetano yeh-teh significa simplemente «oso del roquedal» (yeh, ‘roquedal’, y
teh, ‘oso’). El mito llegó a Occidente a través de libros, artículos,
conferencias, producciones televisivas y cómics. Actualmente se le puede
encontrar también en series de dibujos animados (por ejemplo, Regular Show)
y en videojuegos (como Candy Crush Saga). Incluso existe un cuerpo celeste
al que se ha denominado «Yeti» en su homenaje: el asteroide 1975 XQ, del
cinturón entre Marte y Júpiter.
En cuanto a la cultura científica, uno de los estudios más recientes sobre
la identidad del yeti se debe a un equipo científico internacional que analizó
el ADN de diferentes restos de supuestos yetis (Lan y otros, 2017).
Considerando también aquí los cuatro pasos del método científico,
describiremos así el procedimiento seguido:
EPISTEMOLOGÍA DE LA EVOLUCIÓN

1. Observación (indicios sobre el yeti). La población del Himalaya habla de


la existencia de un animal gigante que camina a dos patas y que vive en los
bosques alimentándose de frutos silvestres. En expediciones de Edmund
Hillary se encontraron pisadas y pelos, que se atribuyeron al yeti. En 1951,
en el Glaciar Menlung (Nepal), Eric Shipton tomó la fotografía más popular
de una pisada gigante sobre la nieve, que ha sido exhibida en multitud de
ocasiones en diferentes medios. En museos y colecciones particulares se
conservan restos de supuestos yetis (huesos, dientes, piel, pelo). Finalmente,
en monasterios budistas se veneran reliquias de piel atribuidas al yeti. En este
último caso estaba ya demostrado que en realidad es piel de una cabra salvaje
local, el tahr del Himalaya (Hemitragus jemlahicus).
2. Hipótesis. «El yeti es un animal desconocido para la ciencia» (H0) o «El
yeti es un animal conocido por la ciencia» (H1).
3. Contraste (evidencias sobre el yeti). Se analizó el ADN de dientes, huesos,
piel, pelo y excrementos de nueve supuestos yetis de diferentes localidades
del altiplano del Tíbet y de la cordillera del Himalaya. Excepto una de las
muestras (un diente de perro), todas las demás resultaron pertenecer a un oso
que habita en la región. La mayoría correspondían al oso pardo del Himalaya
(Ursus arctos isabellinus) y sólo una al oso del Tíbet (Ursus arctos
pruinosus).
4. Tesis. «El yeti es un animal conocido por la ciencia» (se rechaza H0 y se
acepta H1).
POLICARP HORTOLÀ

Nube de palabras de la ciencia y el método científico


FONT: Hortolà, Policarp. 2023. Epistemología de la evolución.
EPISTEMOLOGÍA Una
DE LA EVOLUCIÓN
introducción a sus bases científico-filosóficas. Sant Vicent del Raspeig
(Alacant): Editorial Club Universitario. Capítol 2: pp. 31-35.

LA EPISTEMOLOGÍA

Epistemología, epistemología evolutiva y epistemología de la evolución


La palabra «epistemología» proviene del griego ἐπιστήμη [epistḗmē]
(‘conocimiento’) y λόγος [lógos] (‘estudio’). Así, etimológicamente la
epistemología es el estudio del conocimiento. El primer uso del término se
debe al filósofo escocés James Frederick Ferrier, quien a mediados del siglo
XIX lo utilizó en su obra Fundamentos de la metafísica (Ferrier, 1854). Para
Eco (1997), «Todo concepto filosófico, tomado en su sentido más genérico,
explica cualquier cosa». Por lo que respecta a la explicación de la ciencia en
sí misma, podemos definir la epistemología como la rama de la filosofía que
trata de los métodos, fundamentos y valor del conocimiento científico. Junto
con la lógica, esta rama conforma lo que se conoce como filosofía de la
ciencia.
Cuando en epistemología usamos el término «evolución», podemos estar
refiriéndonos a dos clases de epistemología diferentes: la epistemología
evolutiva y la epistemología de la evolución. La epistemología evolutiva (o
epistemología evolucionista) es un método epistemológico que aprovecha los
principios de la teoría de la evolución para intentar desentrañar la naturaleza
del conocimiento científico, puesto que asume que este conocimiento
evoluciona siguiendo los mecanismos de la selección natural. Tenemos un
ejemplo de esta orientación en las obras de Karl Popper. En cambio, la
epistemología de la evolución (o epistemología del evolucionismo) es un
subcampo epistemológico que trata del valor científico de la teoría de la
evolución. Un exponente de este subcampo lo hallamos en la producción de
Michael Ruse.

Valores culturales y valores epistémicos


En epistemología se diferencian dos tipos de valores: culturales y
epistémicos. Los valores culturales son las normas que reflejan los estándares
sociales, que por lógica son subjetivos. Aquí se encuadran los valores
religiosos, políticos, raciales, de género, etc. Los valores epistémicos son las
POLICARP HORTOLÀ

normas que se considera que conducen al conocimiento científico, que es el


realmente objetivo.
Siguiendo a Ruse (2001), podemos identificar los siguientes seis valores
epistémicos:
1. Consistencia. Capacidad de una idea o de un sistema de no estar reñidos
con otras ideas o sistemas.
2. Coherencia. Capacidad de las partes de una teoría de relacionarse entre sí
de manera consistente.
3. Fertilidad. Capacidad de estimular nuevas ideas o direcciones de
investigación.
4. Simplicidad. Capacidad de dar explicaciones con pocos elementos.
5. Precisión predictiva. Capacidad de realizar predicciones precisas.
6. Poder unificador. Capacidad de integrar cuestiones diversas en un sistema
coherente.

Heurística y hermenéutica
Heurística y hermenéutica son dos términos que aparecen muy a menudo en
los textos epistemológicos. Su significado corriente y el que le dan los
epistemólogos no es el mismo. En su acepción usual, la heurística (del griego
εὑρίσκω [heurískō], ‘descubrir’) es la
búsqueda de documentos o de fuentes
históricas. Para los epistemólogos, es la
búsqueda de cualquier cosa de interés en
epistemología; por ejemplo, de reglas que
sirvan para realizar nuevos descubrimientos o
generar nuevas ideas. La hermenéutica (del
griego ἑρμηνεύω [hermēneuō], ‘interpretar’,
relacionado a su vez con ‘Hermes’, «el
mensajero de los dioses») es primariamente la
interpretación de textos sagrados. Los
epistemólogos, en cambio, usan esta palabra
para referirse a la interpretación de cualquier
texto de interés en epistemología.
Portada de la primera edición de Sobre la religión del
teórico de la hermenéutica Friedrich Schleiermacher
(Johann Friedrich Unger, Berlín, 1799).
EPISTEMOLOGÍA DE LA EVOLUCIÓN

Falsabilidad
El denominado «problema de la demarcación» puede describirse con la
siguiente pregunta: ¿qué criterios sirven para poder discriminar lo que es
científico y lo que no lo es? Si tratamos con una sola investigación o teoría,
debemos inquirir cómo decidir si es o no científica. En el caso de varias
investigaciones o teorías sobre un mismo fenómeno, la cuestión es cómo
decidir cuál de ellas es la más científica. En La lógica de la investigación
científica, Karl Popper (1962) estableció, como criterio de demarcación de la
ciencia, la falsabilidad: en cualquier investigación científica, la hipótesis debe
poder ser refutada; o sea, que se debe poder demostrar que es falsa. Si la
hipótesis no es falsable, no es científica. Y si la hipótesis no es científica,
entonces la investigación tampoco lo es. Por ejemplo, la hipótesis «Dios
existe» no es «falsable» (no se puede demostrar que sea falsa), por lo que no
está dentro del ámbito del conocimiento objetivo de la ciencia.

Falsacionismo y verificacionismo
Para el verificacionismo, una teoría científica se demuestra vía inducción
lógica, por acumulación de observaciones. Se llega a una conclusión general
a partir de premisas particulares (datos empíricos). El llamado «problema de
la inducción» es que la inducción pretende llegar a conclusiones generales a
partir de premisas particulares. El falsacionismo representa un intento de
resolver el problema de la inducción mediante el uso de la deducción, a base
de la forma lógica del modus tollendo tollens o de negar negando: si P implica
Q y Q no es cierto, entonces P no es cierto. Así, para Popper el único
procedimiento que es válido es el de llegar a conclusiones particulares a partir
de premisas generales (deducción lógica). Para ejemplificar este
procedimiento, podemos considerar el siguiente ejemplo zoológico. Para
justificar la proposición «Todos los machos adultos de león tienen melena»
tendríamos que observar absolutamente a todos los leones macho adultos para
comprobar que efectivamente tienen melena, lo cual no es factible. Así que,
por muchos leones macho adultos que observemos con melena, no podemos
afirmar «Todos los machos adultos de león tienen melena». Pero si
observamos un solo león macho adulto que no tenga melena, sí que podemos
afirmar «No todos los machos adultos de león tienen melena». Es decir,
podemos refutar la proposición inicial «Todos los machos adultos de león
tienen melena». Realmente, en la región del Tsavo (Kenia) hay muchos
leones macho adultos sin melena (Kays y Patterson, 2002).
POLICARP HORTOLÀ

Paradigma científico
En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn (1971)
concluía que la ciencia va progresando de manera lineal y continua dentro de
un paradigma o supuestos básicos (período de ciencia normal) hasta que en
un momento dado hay un cambio abrupto de paradigma, que abre nuevos
enfoques (momento de ciencia revolucionaria). Para Kuhn, la noción de
verdad científica en un momento dado no se define por criterios objetivos,
sino por el consenso de la comunidad científica.
Si comparamos los paradigmas kuhnianos con los ídolos baconianos,
vemos que, en realidad, Kuhn fue más un historiador social de la ciencia (con
su repaso de las «revoluciones científicas») que no un epistemólogo. Su
concepto de paradigma científico es poco innovador. La idea de los
paradigmas científicos ya la hallamos, no explícita pero sí implícita, en el
Novum Organum de Bacon, con sus cuatro «ídolos» o prejuicios que impiden
la aparición de nuevas ideas: el de la tribu (comunes al género humano), el de
la caverna (debidos a la educación y costumbres de cada uno), el del foro (por
el uso incorrecto del lenguaje), y el del teatro (a causa de ideas anteriores
erróneas).

«Todo vale»
En Tratado contra el método, Paul Feyerabend (1986) afirmaba que los hitos
clave de la historia de la ciencia demuestran que no hay reglas fijas para el
método científico que no se hayan incumplido nunca. Hay que recordar que
este método comienza con la observación, sigue con la formulación de una
hipótesis y su contraste y finaliza con la correspondiente tesis. Con
Feyerabend entramos en un mundo epistemológico más disruptivo, alejado
de los cánones tradicionales. Este epistemólogo se autodefinió primero como
un epistemólogo anarquista y posteriormente como dadaísta. Para él, «Toda
metodología tiene sus límites y la única “regla” que sobrevive es el principio
“todo vale”». Claramente, esta línea de pensamiento enlaza con el
descubrimiento serendípico.
EPISTEMOLOGÍA DE LA EVOLUCIÓN

Nube de palabras de la epistemología

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