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Filósofo francés, cuyo trabajo originó la escuela de deconstrucción, una

estrategia de análisis que ha sido aplicada a literatura, lingüística, filosofía,


jurisprudencia y arquitectura. En 1967, publicó tres libros: Speech and
Phenomena (1), Of Grammatology (2), y Writing and Difference (3), que han
introducido el punto de vista deconstructivista en la lectura de textos. Derrida ha
resistido ser clasificado, y sus últimos trabajos continúan redefiniendo su
pensamiento.
Nació en El-Biar, Argelia. En 1952 comenzó su estudio de filosofía en la Escuela
Normal Superior de París, donde más tarde enseño desde 1965 a 1984. Desde
1960 a 1964, Derrida enseñó en la Sorbona, en París. Desde los comienzos de
1970 ha dividido mucho de su tiempo entre París y Estados Unidos, donde ha
enseñado en universidades tales como Johns Hopkins, Yale, y la Universidad de
California, en Irvine. Otros trabajos suyos incluyen Glas (1974) (4) y The Post
Card (1980) (5).
La obra de Derrida se centra en el lenguaje. Sostiene que el modo metafísico o
tradicional de lectura produce un sinnúmero de falsas suposiciones sobre la
naturaleza de los textos. Un lector tradicional cree que el lenguaje es capaz de
expresar ideas sin cambiarlas, que en la jerarquía del lenguaje escribir es
secundario a hablar, y que el autor de un texto es la fuente de su sentido. El
estilo deconstructivista de lectura de Derrida subvierte estas presunciones y
desafía la idea de que un texto tiene un significado incambiable y unificado. La
cultura occidental ha tendido a asumir que el habla es una vía clara y directa
para comunicar. Derrida cuestiona esta presunción en psicoanálisis y lingüística.
Como resultado, las intenciones de los autores en el discurso no pueden ser
incondicionalmente aceptadas. Esto multiplica el número de interpretaciones
legítimas de un texto.
La deconstrucción muestra los múltiples estratos de sentido en que trabaja el
lenguaje. Deconstruyendo las obras de anteriores pensadores, Derrida intenta
mostrar que el lenguaje está mudando constantemente. Aunque el pensamiento
de Derrida es considerado a veces por los críticos como destructivo de la
filosofía, la deconstrucción puede ser mejor entendida como la muestra de
ineludibles tensiones entre los ideales de claridad y coherencia que gobiernan la
filosofía, y los inevitables defectos que acompañan su producción.

Lo más novedoso de su pensamiento es la denominada deconstrucción. La deconstrucción,


es un tipo de pensamiento que critica, analiza y revisa fuertemente las palabras y sus
conceptos. El discurso deconstructivista pone en evidencia la incapacidad de la filosofía para
establecer una base estable, sin dejar de reivindicar su poder analítico. Cabe mencionar que
la mayoría de los estudios de Derrida exponían una fuerte dosis de rebeldía y de crítica al
sistema social imperante.
Como explicó el mismo Derrida en su "Carta a un amigo japonés", la voz "déconstruction"
intentaba traducir y reapropiar para sus propios fines los términos
heideggerianos Destruktion y Abbau, que abordaban problemas de la estructura y la
arquitectura de la metafísica occidental; pero la palabra francesa, clásica, tiene variados
usos, más consistentes con sus intenciones: en su caso sería un gesto "a favor" y "en contra"
del estructuralismo, esto entra en su problemática y en sus excesos.19 La deconstrucción se
relaciona con trayectorias vastas de la tradición filosófica occidental, aunque también está
ligada a disciplinas académicas diversas como la lingüística y la antropología(llamadas
"ciencias humanas" en Francia), con las que polemiza cuando percibe que no participan
suficientemente de las "exigencias filosóficas".20 El examen conceptual e histórico de los
fundamentos filosóficos de la antropología, así como su uso constante de nociones
filosóficas (conscientemente o no), fue un aspecto importante de su pensamiento. Entre sus
influencias más notables se encuentran Friedrich Hegel, Friedrich Nietzsche, Edmund
Husserl, Sigmund Freud y Martin Heidegger.
Derrida tuvo un impacto significativo en la filosofía continental europea y en la teoría literaria,
en particular mediante su vínculo amistoso y literario con el crítico Paul de Man, que se
traduciría en un libro suyo a la muerte de este.21 Sin embargo, no hay acuerdo sobre hasta
qué punto existe consonancia entre la teoría de Derrida y la deconstrucción que se ha
desarrollado en la crítica literaria. Derrida hizo una continua referencia a la filosofía analítica
en su trabajo, en particular a John Austin, con cierta distancia crítica.
Su trabajo es frecuentemente asociado con el postestructuralismo y el posmodernismo,
pero su asociación con el segundo es incierta. Lyotard es un puente más cercano entre la
deconstrucción y el posmodernismo, al desarrollar sentidos filosóficos del posmodernismo,
que Derrida utilizó en largos diálogos que no admiten una relación clara entre el trabajo de
los dos. Figuras consideradas dentro del mismo campo de la deconstrucción se han definido
de tendencias modernistas más que posmodernos.
Derrida es un filósofo que suscita adhesiones inquebrantables y detracciones no menos
vigorosas. Pero es que, interesado a la vez por la filosofía y la literatura, no renunció "ni a la
una ni a la otra", y de hecho pensó "mediante la misma escritura y no solo en el seno de una
reflexión histórica o teórica",22 lo que complicaba el resultado de sus reflexiones. De hecho,
como subrayó antes de su muerte, a él le había interesado mucho "dejar huellas en la historia
de la lengua francesa".23
Sus primeros trabajos de tono internacional —De la gramatología, La escritura y la
diferencia y La voz y el fenómeno (los tres de 1967)— fueron vivamente criticados, pero
también muy admirados, y para algunos son sus mejores ensayos, por los cuales empezó a
enseñar en Alemania y los EE.UU.24 Por sus referencias a John Austin y su teoría de los
actos de lenguaje, Derrida fue acusado, sobre todo por John Searle, de obstinarse en
enunciar contra-verdades evidentes.25 En 1992, veinte filósofos firmaron contra él,
reprochándole «su inadecuación a los estándares de claridad y de rigor», pero no impidieron
que se le concediera el honoris causa por la Universidad de Cambridge (1992), tras una
votación que logró 336 votos (frente a 204).26 En paralelo con la filosofía analítica, Derrida
fue objeto de críticas por parte de Chomsky. Pero encontró la mayor audiencia en los
Estados Unidos, que frecuentó asiduamente, sobre todo en los departamentos de ciencias
políticas, literatura y estudios culturales. Su legado de buena parte de sus manuscritos en la
Biblioteca de Irvine, pese a sus conflictos éticos finales, es una muestra del afecto por su
población.27
Maurizio Ferraris ha sintetizado así su figura como pensador: "la oscilación entre idealismo
(y trascendentalismo) por una parte, y realismo, por la otra, constituye un rasgo
característico de toda la filosofía husserliana, de la cual Derrida se presenta, pues, como
heredero altamente innovador; y ello explica por qué, después de las resistencias iniciales,
su filosofía fue ocupando paulatinamente un espacio tan central en la filosofía
contemporánea".28
Tras su muerte, la publicación de su obra continúa. En 2008 ha empezado por el final la
vasta publicación en Galilée de sus Seminarios, que recorrerán los años en la Sorbona
(1960-1964), en la Escuela Normal Superior (1964-1984), y finalmente en la EHESS (1984-
2003). En 2010 apareció una primera e importante biografía de Benoît Peeters, Derrida, que
ha sido traducida ya al español y al alemán.
Hay que entender este término, “deconstrucción”, no en el sentido de
disolver o de destruir, sino en el de analizar las estructuras sedimentadas que
forman el elemento discursivo, la discursividad filosófica en la que pensamos.
Este analizar pasa por la lengua, por la cultura occidental, por el conjunto de lo
que define nuestra pertenencia a esta historia de la filosofía.
La palabra “deconstrucción” existía ya en francés, pero su uso era muy raro.
A mí me sirvió en primer lugar para traducir un par de palabras: la primera que
viene de Heidegger, quien hablaba de “destrucción”, la segunda que viene de
Freud, quien hablaba de “disociación”. Pero muy pronto, naturalmente, intenté
señalar de qué modo, bajo la misma palabra, aquello que llamé deconstrucción
no se trataba simplemente de algo heideggeriano ni freudiano. He consagrado no
obstante bastantes de mis trabajos para marcar una cierta deuda tanto con Freud
como con Heidegger, y al mismo tiempo una cierta reflexión sobre aquello que
llamé deconstrucción.
Es por esto que soy incapaz de explicar lo que es la deconstrucción, para mí,
sin recontextualizar las cosas. Fue en el momento en que el estructuralismo era
dominante cuando yo me comprometí en mis tareas, y con esa palabra. La
deconstrucción se trataba también de una toma de posición con respecto del
estructuralismo. Por otro lado, fue en el momento en que las ciencias del lenguaje,
la referencia a la lingüística y el “todo es lenguaje” eran dominantes.
Es aquí, hablo de los años 60, que la deconstrucción comenzó a constituirse
como… no diría antiestructuralista, sino, en todo caso, desmarcada con respecto
del estructuralismo, y protestando contra dicha autoridad del lenguaje.
Es por esto que siempre me he sorprendido y a la vez irritado ante la
asimiliación tan frecuente de la deconstrucción a —¿cómo decirlo?— un
“omnilingüistismo”, a un “panlingüistismo”, un “pantextualismo”. La
deconstrucción comienza por lo contrario. Yo comencé protestando contra la
autoridad de la linguística y del lenguaje y del logocentrismo. Siendo que para mí
todo comenzó, y ha continuado, por una protesta contra la referencia lingüística,
contra la autoridad del lenguaje, contra el “logocentrismo” —palabra que he
repetido y recalcado—, ¿cómo puede ser que se acuse tan a menudo a la
deconstrucción de ser un pensamiento para el que sólo hay lenguaje, texto, en un
sentido estrecho, y no realidad? Es un contrasentido incorregible,
aparentemente.
Yo no he renunciado a la palabra “deconstrucción”, porque implica la
necesidad de la memoria, de la reconexión, del recuerdo de la historia de la
filosofía en la que nosotros nos ubicamos, sin no obstante pensar en salir de dicha
historia. Por otro lado, lleve a cabo ya muy temprano la distinción entre la
clausura y el fin. Se trata de marcar la clausura de la historia, no de la metafísica
globalmente — nunca he creído que haya una metafísica; esto también, es un
prejuicio corriente. La idea de que haya una metafísica es un prejuicio metafísico.
Hay una historia y unas rupturas en esta metafísica. Hablar de su clausura no
conduce a decir que la metafísica haya terminado.
Así entonces, la deconstrucción, la experiencia deconstructiva, se coloca
entre la clausura y el fin, se coloca en la reafirmación de lo filosófico, pero como
apertura de una cuestión sobre la filosofía misma. Desde este punto de vista, la
deconstrucción no es simplemente una filosofía, ni un conjunto de tesis, ni
siquiera la pregunta sobre el Ser, en el sentido heideggeriano. De cierta manera,
no es nada. No puede ser una disciplina o un método. A menudo se la presenta
como un método, o se la transforma en un método, con un conjunto de reglas, de
procedimientos que se pueden enseñar, etc.
No es una técnica, con sus normas y procedimientos. Desde luego pueden
existir regularidades en las formas en que se colocan cierto tipo de cuestiones de
estilo deconstructivo. Desde este punto de vista, creo que esto puede dar lugar a
una enseñanza, tener efectos de disciplina, etc. Pero en su principio mismo, la
deconstrucción no es un método. Yo mismo he intentado interrogarme sobre
aquello que puede ser un método, en el sentido griego o cartesiano, en el sentido
hegeliano. Pero la deconstrucción no es una metodología, es decir, la aplicación
de reglas.
Si yo quisiera dar una descripción económica, elíptica, de la deconstrucción,
diría que es un pensamiento del origen y de los límites de la pregunta “¿qué es…?”,
la pregunta que domina toda la historia de la filosofía. Cada vez que se intenta
pensar la posibilidad del “¿qué es…?”, plantear una pregunta sobre esta forma de
pregunta, o de interrogarse sobre la necesidad de este lenguaje en una cierta
lengua, una cierta tradición, etc., lo que se hace en ese momento sólo se presta
hasta un cierto punto a la cuestión “¿qué es?”
Y esto es la diferencia de la deconstrucción. Ésta es, en efecto, una
interrogación sobre todo lo que es más que una interrogación. Es por ello que
vacilo todo el tiempo en servirme de esta palabra. Lleva consigo sobre todo
aquello que la pregunta “¿qué es?” ha dirigido al interior de la historia de
Occidente y de la filosofía occidental, es decir, prácticamente todo, desde Platón
hasta Heidegger. Desde este punto de vista, en efecto, uno ya no tiene
absolutamente el derecho a exigirle responder a la pregunta “¿qué eres?” o “¿qué
es eso?” bajo una forma corriente.

El que ataca, acata, podría ser un lema aplicable al complejo y


heterodoxo pensamiento de Jacques Derrida, que propugna un
nomadismo intelectual sin tregua. "He comprobado que las críticas
frontales y simples terminan siendo siempre reapropiadas por el discurso
que se pretende combatir", dice el filósofo francés, que ayer pronunció en
Madrid una conferencia titulada El perdón de lo imperdonable. Derrida,
que muestra un interés creciente por lo cotidiano, afirmó que "la política
es el juego de la discriminación entre el amigo y el enemigo".

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 El otoño del 68
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Jacques Derrida aplica y reivindica una crítica transversal, hecha desde


territorios inexplorados, no cuadriculados por las disciplinas académicas,
cuya fermentación interesada contribuye, a sus ojos, a generar esas
redes de reapropiación. "Es necesario operar con desplazamientos
ínfimos pero radicales hacia lugares inaccesibles a la reapropiación",
asevera, redefiniendo sin términos su noción de filosofía como "un
pensamiento ético y político, y que carece, por tanto, de un objeto
canónico y exclusivo. Debe actuar más acá de los sentidos últimos, y
compartir para ello con el discurso literario su oposición a cualquier
reduccionismo binario o dialéctico".De ahí su interés, en los últimos
tiempos por temas y figuras transversales y cotidianizantes, que permiten
sondear la oquedad del ensamblaje entre lo público y lo privado. "La
condición del perdón es lo imperdonable, que le antecede y que escapa a
todo cálculo", señaló anoche Derrida, para denunciar una retórica vigente
-que definió como "hipercristiana" y "desbordada"- según la cual, hoy
todo el mundo, desde los políticos a los sujetos en su intimidad, pide
perdón. Antes del perdón, Derrida ha abordado en los últimos años
asuntos paralelos, como la memoria, la mentira, el testimonio o la
amistad, filones más o menos cotidianizantes que le permiten hurgar en
lo que denomina "lo singular irreductible" y "la soberanía de lo
excepcional". "La política es el juego de la discriminación entre el amigo y
el enemigo, dice hilvanando algunos de esos temas, para definir también,
transversalmente, que "la locura es deseo compulsivo, incontenible, del
origen, la imposibilidad de parar hasta no ver su resurrección
cumplimentada".

Para el catedrático de Filosofía de la Universidad a Distancia José María


Ripalda, que ayer actuó como introductor de la conferencia de Derrida,
organizada por su departamento en la Ciudad Universitaria, "hay una
profunda coherencia en el interés del último Derrida por abordar las
situaciones cotidianas. De un lado, afecta a los individuos concretos, hoy
reducidos a meros coeficientes de los principios neoliberales; de otra
parte, se trata de situaciones cotidianas que no están codificadas
previamente en el lenguaje, y que ofrecen, por tanto, una posibilidad de
reflexión productiva, que para Derrida es sinónimo de subversiva".
Ripalda evaluó la evolución de la filosofía de Derrida, como de
"desconocida, en sus inicios, a rechazada, para terminar erigida en
objeto de prestigio, y aceptada, incluso, por la progresía, como muestra
el giro espectacular, al respecto del propio Habermas".

Una enmienda a la totalidad filosófica (y por ende, política) o verdadera


tábula rasa supusieron los tempranos planteamientos minadores del
autor de La escritura y la diferencia, para quien la cultura occidental anda
extraviada desde sus cimientos, en lo que denomina una "metafísica de
la presencia". "Se privilegia en ella la voz y la palabra, esto es, cuanto
superficialmente se presencia, en detrimento de la escritura, la huella
textual, que proviene en cambio de una ausencia", ha dicho, para abundar
en esta idea matriz de su pensamiento: "Obviamente, el deseo de
presencia es el deseo mismo; pero lo que lo rige es algo que no está
aquí y ahora, que en la presencia del presente no se presenta".
Ese algo no presencial es la differance (un término anfibio, que significa a
la vez lo diferente y lo diferido), y que sólo puede provenir de la escritura,
del "suplemento textual", que, según denuncia, ha sido eliminado del
discurso filosófico y cultural de Occidente. Desde esa carencia, éste
permanece, a su juicio, enfrascado hasta la hipertrofia en lo que
denomina el "logocentrismo" y el "fonocentrismo" de la palabra y la voz,
que todo lo colonizan.

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