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-REFLEXIONES SOBRE LA SOSTENIBILIDAD-

Ernesto Guhl Nannetti


Director Instituto Quinaxi

RESÚMEN

El trabajo plantea la hipótesis de que la crisis ambiental que sufre el planeta se


origina en una crisis ética y de principios, que ha llevado a establecer una
relación entre la sociedad y la naturaleza antropocéntrica y reduccionista que no
reconoce los límites de la naturaleza ni los vínculos entre el mundo cultural y el
mundo natural. Parte por hacer una breve descripción de la crisis ambiental
planetaria, para pasar a explorar el cambio de la relación sociedad-naturaleza a
lo largo del tiempo, hasta llegar a la insostenibilidad que implica el modelo de
desarrollo dominante y algunas de las tendencias que ella genera. Para ello
toma como un ejemplo el concepto de la propiedad privada y plantea una serie
de interrogantes que se derivan de su concepción actual y de como el avance
científico con visión exclusivamente utilitaria y la ambición la pueden llevar
hasta chocar con los límites de la individualidad y el respeto que merecen los
humanos y los demás seres vivos. Termina describiendo la necesidad de
formular un conjunto de principios éticos que inspiren nueva relación sociedad-
naturaleza en la que el ser humano se entienda como una parte del mundo
natural y que busque la equidad y la sostenibilidad a partir de una visión
ecosistémica.

ABSTRACT

The paper states that the planet environmental crisis originates in an ethical
crisis, that has produced an anthropocentric and reduced nature-society
relationship, that does not recognizes the limits of nature nor its links between
the natural and the cultural worlds. It begins with a short description of the
environmental crisis, to continue exploring the evolution of the nature-society
relationship along time, until arriving to the non sustainable condition that the
dominant economic system generates, and some tendencies derived from it. It
focuses in the concept of private property as an example, and formulates
several questions derived from its present definition, and how science and
ambition can lead it to a collision with principles such as respect for human
individuality and the other living beings. It ends stating the need to formulate a
new nature-society relationship base upon a set of principles in which humans
are understood as a part of the natural world, and looks for sustainability through
an ecosystemic vision.

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1. La crisis ambiental.

Hoy es evidente que la crisis ambiental causada por el ser humano es de


dimensión planetaria y profundamente grave. Los argumentos optimistas o
ilusos sobre la capacidad ilimitada de la naturaleza o la de la tecnología para
restaurar el desequilibrio causado por las formas de desarrollo actuales sobre
los ecosistemas, han ido cayendo uno tras otro frente a las evidencias
científicas que demuestran lo contrario. Las manifestaciones de la crisis se
perciben en nuestra vida cotidiana de manera cada vez más escueta, creciente
y virulenta. La fuerza y el impacto de la huella humana en la evolución del
planeta han conducido a que algunos especialistas hayan dado en llamar
nuestra época el período “antropoceno”, es decir aquel en el que el impacto del
hombre ha sido especialmente determinante para la evolución del planeta.

Cosas impensables hace apenas unos años están ocurriendo en nuestro


entorno inmediato. Las alteraciones del clima mundial, tan severas en las
latitudes medias y altas, se expresan también en nuestro territorio con
variaciones inusitadas de temperatura que amenazan ecosistemas frágiles y
esenciales como los páramos y extremos muy marcados de lluvias y sequías.
La contaminación de las aguas, el aire y los suelos por la forma como
adelantamos las actividades socioeconómicas, ha crecido al punto que hemos
tenido que alejarnos de la naturaleza y producir y consumir productos,
tecnológicamente limpios pero ambientalmente perjudiciales, como el agua
embotellada y costosa que antes era abundante y gratuita. La deforestación,
que ya prácticamente extinguió el bosque alto andino y el bosque seco tropical,
amenaza la valiosa y aún desconocida selva tropical húmeda, que es el
territorio del futuro, altera el ciclo hidrológico, acelera los procesos de erosión,
llena los ríos de sedimentos y causa variaciones incontrolables a sus caudales.
El deterioro de los hábitats naturales, originado en la codicia disfrazada de
progreso, conduce a la extinción de especies de fauna y flora que hasta hace
apenas medio siglo eran abundantes. La expansión acelerada y desordenada
de ciudades que hacemos contaminadas, ruidosas y congestionadas, devora
los mejores suelos agrícolas del país y contamina las aguas con sus
vertimientos. Todos estos síntomas y muchos más igualmente graves, que
contribuyen a la pérdida de la calidad de vida en el presente y ponen en tela de
juicio su viabilidad en el futuro, son lo que llamamos la crisis ambiental.

2. La regulación de la relación sociedad-naturaleza.

Si entendemos lo ambiental como el espacio de interacción del mundo cultural y


el mundo natural, es claro que para que estas relaciones sean sostenibles en el
tiempo debemos obedecer las reglas establecidas por las limitaciones y
potencialidades de la naturaleza y además, que sigamos reglas que buscan

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este mismo objetivo desde la perspectiva y la dinámica de las actividades y las
metas humanas. Es decir, que para lograr una relación sociedad-naturaleza
sostenible, se requiere un conjunto de normas que la regulan. Este es el campo
para la ética y del derecho.

La crisis ambiental es por tanto una crisis de valores y de normas, ya que no ha


sido posible definir ni regular las relaciones entre la sociedad y la naturaleza
satisfaciendo una visión ética, al convertir el derecho ambiental en un conjunto
de normas y regulaciones fundamentalmente de tipo procedimental, perdiendo
de vista el concepto básico de establecer una relación “justa” con el medio
ambiente, que nos permita vivir satisfaciendo condiciones de equidad y de
sostenibilidad. Además, frente al predominio de la visión economicista
tradicional, que considera el medio ambiente apenas como una simple
“externalidad” y que es incapaz de regular los bienes y servicios ambientales,
así como al surgimiento arrollador de las llamadas ciencias “duras”,
mecanicistas y productivistas, la normativa ha pasado a una posición de
subordinación, que busca encontrar soporte “legal” a proyectos y acciones que
pueden tener profundos cuestionamientos ambientales y éticos. Es decir,
carecemos aún de un marco de referencia conceptual, de un conjunto de
principios filosóficos y éticos que contribuyan a que la equidad y la
sostenibilidad sean posibles.

Como consecuencia de la magnitud y la rapidez de la transformación del


espacio y de sus recursos, que ponen en peligro el equilibrio natural de nuestro
entorno y del planeta, surge la imperativa necesidad de buscar unas formas de
regulación nuestra relación con el mundo natural, que la miren desde una
perspectiva holística, integrando la base natural y sus características y
limitaciones a los procesos de desarrollo.

Desde la antigüedad se encuentran planteamientos que acotan las


posibilidades del hombre en materia de su relación con el medio ambiente,
enmarcándolas muchas veces en principios religiosos, que reconocen los
impactos causados por la actividad del hombre sobre el medio natural al
utilizarlo y transformarlo para su propio beneficio. También conocemos antiguas
normas para regular esta relación. En Babilonia, hacia 1300 a C., existían
reglamentaciones sobre el uso del agua y sanciones para sus contaminadores.
Platón se refirió a los efectos destructivos del sobrepastoreo de cabras sobre
los bosques y los suelos de la antigua Grecia. Los incas y sus antecesores
desarrollaron elaboradas técnicas y normas para el manejo de suelos y aguas.
En fin, sería posible hacer un extenso listado de referencias a los principios y
reglas escritas y no escritas, concebidas para regular el uso del territorio y de
los recursos naturales en diferentes épocas y culturas e incluso analizar
ejemplos como el de los mayas, cuya civilización según se cree, se desplomó al
romper irreversiblemente el equilibrio con la naturaleza.

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En nuestro mundo cristiano occidental, a partir del siglo XVI la naturaleza se
desacraliza. Dejan de regirla las Sagradas Escrituras y el derecho divino natural
y se va separando de Dios, bajándose del altar y convirtiéndose tan solo en una
fuente de espacio y de recursos, que el ser humano puede planificar y utilizar a
su arbitrio, porque la posee y la domina gracias a la ciencia y a la técnica. Este
cambio de paradigma de una naturaleza-sujeto (deidad, madre), a una
naturaleza-objeto (fuente de recursos), ha tenido profundas implicaciones
ambientales y éticas. Hoy en día sabemos que el camino iniciado por Bacon,
Galileo, Descartes, Newton y los filósofos y científicos positivistas, que ha
buscado explicar el funcionamiento del mundo natural en forma mecanicista y
según un modelo donde predomina lo científico y lo cuantitativo, y por lo tanto
incompleto, ha conducido a una interpretación simplista y lineal de nuestra
relación con el mundo natural, que ha producido unos resultados preocupantes
puesto que han roto el equilibrio. Al decir de Francois Ost, hemos perdido las
nociones del “vínculo y el límite”, que volvería a encontrar desde su perspectiva
Darwin. Es decir, no sabemos qué es lo que nos une a la naturaleza como
seres vivos, ni lo qué nos diferencia de ella como seres humanos. Agrega Ost
que la gran tarea, y la circunscribe al derecho ambiental, es volver a encontrar
el vínculo y el límite con lo natural.

La recortada visión vigente del desarrollo, que lo equipara al consumo y la


acumulación de bienes materiales, es equivocada e insostenible. El modelo de
desarrollo dominante, que corre tras el espejismo del crecimiento continuo y
permanente, se basa en una oferta de bienes y servicios ambientales cada vez
más empobrecida, ya que poco a poco se superan las capacidades de
restauración y de autopurificación de los procesos naturales e ignora
componentes y principios tan fundamentales como la equidad en la distribución
de la riqueza y de los beneficios del desarrollo y la posibilidad del disfrute de un
ambiente sano y sostenible. Esta tendencia, que se inicia con la Revolución
Industrial, se ha acentuado exponencialmente y puede llevarnos a ahondar la
crisis ambiental, hasta llegar al colapso de nuestra forma de vida y de las metas
de bienestar material que el modelo dominante de desarrollo ha convertido en
nuestro sueño.

3. Tendencias sobre el presente.

En la actualidad estamos siendo testigos y actores de un nuevo capítulo de este


drama que recuerda al del aprendiz de brujo. Al dañar y destruir la naturaleza
con nuestras prácticas excesivas y deteriorantes, por falta de tener claros los
vínculos y los límites con ella, hemos buscado modificarla en lo esencial al
penetrar con el aparato científico en las complejas y sutiles intimidades de la
vida misma, para manipularla sin saber qué lograremos. También buscamos
reemplazarla creando una ficción, un mundo artificial e inexistente, donde todo
este en orden, como quería Descartes. Un mundo en el cual los árboles que
nos gustan están colocados donde queremos, con los paisajes que soñamos,
con perfectas chicas plásticas en bikini y atléticos galanes. Es la quimera que

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ya se insinúa y que llamamos realidad virtual. Hemos abusado de la naturaleza,
la hemos degradado y maltratado y ahora tratamos de sustituirla mediante
escenarios falsos y creaciones electrónicas. La paradoja es que estamos
destruyendo la casa y creando una nueva e imaginaria para suplirla.

Pero ha habido y hay reacciones frente a esta visión y claro, se habla de un


retorno a lo natural, a la convivencia y a la paz, al someternos a las reglas de la
naturaleza. Es la llamada “ecología profunda”, que considera al hombre como
parte no diferenciada del mundo natural. Pero esto tampoco es posible ni
deseable. La inteligencia humana ha logrado maravillosos avances y
realizaciones magníficas que no podemos perder. La pregunta entonces será
cómo armonizar las tendencias entre conservar lo natural y aceptar sus límites
o transformarlo agresivamente y volverlo objeto de aprovechamiento y
posesión. Es decir, en cómo lograr una relación sostenible entre los mundos
cultural y natural.

Así pues, en nuestra historia como especie hemos pasado de una visión
animista a una antropocéntrica y utilitaria del mundo que ha causado la crisis
ambiental, frente a la cual tratamos ahora de retornar a una nueva visión
naturalista, apoyada esta vez en la ciencia y el conocimiento, pero que debe
estar mediada por unos principios éticos. Pero el asunto no está en trabajar con
las viejas herramientas, lineales y limitadas, sino en escribir un nuevo capítulo
de la regulación de nuestras relaciones con la naturaleza. En lugar de tener una
normativa ambiental como la conocemos, procedimental y lineal, es necesario
establecer un conjunto de principios y valores, de normas y regulaciones que
enmarquen y definan las relaciones entre la sociedad y la naturaleza, de forma
holística y sostenible, por lo cual deben estar caracterizadas por la complejidad
y por una dinámica adaptatativa que permita irse acercando paulatinamente a la
sostenibilidad, en un proceso en el que la incertidumbre tiene un papel
importante y la evaluación de los resultados es fundamental.

Ahora bien, es evidente que esta visión ampliada, dinámica y relacional de las
normas que rigen la nueva relación exige una posición ética y una
responsabilidad frente al mundo natural, los otros seres y frente a las
generaciones humanas del futuro. Pero sobre todo una posición que enmarque
las posibilidades y los límites del avance científico, sin vulnerar los valores
esenciales de la naturaleza del ser humano, ni caer en el oscurantismo
ideológico.

Tomemos en vía de ejemplo el concepto de la propiedad. Recordemos que la


evolución de este concepto con relación a la tierra ha conducido, en tiempos
muy recientes apenas, a la aparición de la propiedad privada como la
entendemos hoy. En muchas culturas el concepto de la propiedad de la tierra y
de los recursos naturales simplemente no existe. O son de Dios, o de la
naturaleza, o de la colectividad, pero nunca de un individuo en particular. Ni
siquiera se les considera bienes transables. Incluso en la Europa anterior a la

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revolución francesa y al Código Napoleónico se la entendía frecuentemente de
esa manera. La propiedad no se tenía sobre el bien mismo sino sobre sus usos,
sobre el usufructo de sus servicios y se permitía a diversas personas realizar
sus diferentes actividades sobre el mismo espacio, pero en diferentes períodos
del año, como por ejemplo en el caso de la agricultura y el pastoreo. Al surgir el
concepto de la propiedad privada de la tierra, y por lo tanto de su dinamización,
al agregarle valor mediante la transformación y venderla haciendo una utilidad,
se crea el mercado de la propiedad raíz, que conlleva su división, la posibilidad
de cercar y de hacer lo que se quiera con ella, dentro de las tímidas y poco
definidas limitaciones contenidas en la ley.

En general esta visión de la propiedad de la tierra y de sus recursos ha tenido


implicaciones ambientales negativas. Los bosques se han talado para beneficio
del propietario o del poseedor a algún título, aún el de la fuerza, la biodiversidad
ha declinado, los animales se han exterminado e incluso los cuerpos de agua
han sido desecados para aumentar la extensión de las propiedades
circundantes, es decir, la riqueza de los propietarios o poseedores, sin pensar
en las consecuencias hacia el resto de la sociedad, ni mucho menos en el
futuro.

También se argumenta como cierto lo contrario; que los bienes con propiedad
difusa o común se dañan y se destruyen porque no son de nadie en particular.
Esta clarísimo el desastre de las propiedades comunes o de la humanidad,
como son las aguas marítimas internacionales, donde la falta del propietario
hace que algunos países, con la tecnología y los recursos suficientes, exploten
en forma excesiva e insostenible sus recursos, como la pesca, que ha llevado a
la supuestamente inagotable riqueza el océano al borde de la extinción.
Igualmente, se utilizan las aguas internacionales como vertedero de sustancias
tóxicas y peligrosas, de manera irresponsable, sin que haya una oposición clara
y efectiva, ni sanción alguna. Apoya también esta posición el conocido ejemplo
de los bisontes y los bueyes en el oeste de los Estados Unidos, en donde los
primeros prácticamente se extinguieron por la cacería incontrolada ya que no
tenían dueño, mientras que los segundos aumentaron en número y en valor al
tener propietarios y estar sujetos a las reglas del mercado. Es más, incluso
existen algunos escasos propietarios con “conciencia ecológica”, que han
conservado zonas de riqueza e importancia natural como bosques, nacimientos
de agua y otros semejantes, que si no estuvieran protegidos por la propiedad
privada hubieran sido destruidos.

De todas maneras es importante destacar que ninguna de estas posiciones es


la más conveniente en términos absolutos. Así como existen casos como los
citados, en que la propiedad difusa ha sido muy perjudicial para el medio
ambiente y los recursos naturales, también hay abundantes ejemplos en que las
comunidades pueden crear reglas para hacer un manejo sostenible de recursos
comunes, relacionando los sistemas sociales con los ecológicos. Esta dualidad
pone de presente la complejidad de la gestión ambiental y la necesidad de unas

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reglas y normas flexibles que se adapten a diferentes realidades y situaciones
para avanzar en la búsqueda de la sostenibilidad.

Existen otros ejemplos aún más perturbadores sobre los efectos de la carencia
de reglas de manejo adecuado de los componentes ambientales por falta de
definición de formas de propiedad. Tal es el caso de la atmósfera y de su capa
de ozono, que todos contaminamos y destruimos a pesar de su importancia
vital, porque son propiedad colectiva. Solamente ha sido posible disminuir el
avance de la destrucción de la capa de ozono gracias a normas y acciones
concertadas por la comunidad internacional, que implican responsabilidades y
recursos a los diversos países, para contribuir a la recuperación de un bien
general.

Aún más, pensemos en el problema de la protección de la propiedad de seres


vivos mediante patentes, que ha tomado especial importancia últimamente por
la negociación del TLC con los Estados Unidos. En ese país la legislación
permite esta figura, mientras que en Colombia está prohibida por razones
éticas. ¿Como se tratarán los conflictos que puede generar esta diferencia? De
igual manera, algunos consideran que la manipulación genética confiere
derechos de propiedad y por tanto patrimoniales sobre organismos modificados
y transgénicos, mientras que otros no. Este dilema se hace aún más difícil si se
entran a considerar los aspectos éticos de esta situación, o la interferencia con
la lógica de la vida como en las llamadas “semillas Frankestein”, que han sido
diseñadas para que solo puedan producir una generación de plantas, de
manera que los agricultores tengan que comprarlas cada vez al fabricante.

Las especies mejoradas o modificadas genéticamente, protegidas por las


patentes, tienen un mercado global de magnitudes enormes. En él los países
que poseen el conocimiento, la tecnología y los recursos para hacer la
manipulación genética a escala industrial, transforman o mejoran ciertas
características de plantas y animales, las venden a altísimos precios a los
países de origen de esas mismas especies, sin reconocer para nada los
derechos de estos últimos. También en este caso se ha tratado de lograr,
mediante acuerdos internacionales, establecer unas reglas del juego justas para
el aprovechamiento de la biodiversidad y los derechos de los países de origen,
pero éste es un camino lleno de incertidumbre, a cuyo avance se oponen los
intereses del mercado y las formas creadas para la “protección” de la
propiedad.

4. Visiones para el futuro.

Estamos concluyendo el ciclo, intuido por Bacon de utilización de la ciencia y la


tecnología para la apropiación y el manejo de la naturaleza a partir del criterio
de que lo fundamental es su transformación para producir dinero como fin
último. Este supuesto implica desde luego toda una concepción del régimen de
la propiedad y de su protección en el cual las consideraciones ambientales,

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para no entrar en el campo de las éticas, pasan a un plano secundario frente al
elemento económico.

Este ciclo, como lo expresa muy elocuentemente Ost, “apropia y maneja el


paisaje, la tierra, los productos, los genes. Lo humano se desintegra, se vuelve
celular, lo celular se convierte en mecánico en producto y el producto en
dinero”. Este proceso de deshumanización está salvaguardado y posibilitado
por un marco regulatorio eficaz, creado y defendido por los más poderosos y los
más ricos, pero ¿es justo y ético?

Si proyectamos estas tendencias hacia el futuro, es posible prever un


escenario en el que haya un mercado de productos de la ingeniería genética y
de la biotecnología que incluya al ser humano como fuente de materiales. ¿Es
esto éticamente correcto? ¿Es válido asignarle dueños a la vida? ¿Es justo
desarmar los seres vivos para tratarlos por componentes que hacen perder la
integralidad del ser y sus derechos como tal?

Ampliando estos razonamientos sobre el ejemplo de la propiedad a otros temas,


como la equidad y la sostenibilidad, podrían surgir preguntas como las
siguientes:

¿Con que derecho nos apropiamos de los animales y los condenamos a cadena
perpetua en los zoológicos para satisfacer nuestra curiosidad? O ¿Por que
defendemos con tanta vehemencia los pocos delfines que caen en las redes de
los barcos atuneros y no nos asalta ningún remordimiento por comernos
millones de atunes? Desde el punto de vista ético estas posiciones no tienen
justificación. Interrogantes parecidos surgen con respecto a muchos otros
temas relacionados con la salud y la reducción de la pobreza, por ejemplo
aquellos como el acceso al agua de buena calidad, al saneamiento básico o al
manejo de los bosques. En ellos el problema de fondo radica en definir si contar
con estos componentes y servicios ambientales se considera como un derecho,
que en Colombia forma parte de un principio constitucional, como es el disfrute
de un ambiente sano, ó si por el contrario, su disponibilidad es un campo para
los negocios y la apropiación del patrimonio colectivo por unos pocos, en aras
del éxito empresarial. Este es un dilema esencial, cuya solución definirá la
tendencia y los objetivos de la normativa ambiental.

De lo dicho puede concluirse que los impactos ambientales del modelo


económico dominante son de tal magnitud que han generado una clara
tendencia hacia la insostenibilidad. Sin embargo, parece que frente a la
gravedad de estas alteraciones del mundo natural, se esta produciendo un
movimiento contrario y todavía incipiente, que busca articular los sistemas
sociales con los ecológicos, para buscar formas de aprovechamiento
enmarcadas en regulaciones y normas basadas en la conservación de los
ecosistemas y su capacidad de ofrecer bienes y servicios ambientales con una
visión de largo plazo.

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Las anteriores reflexiones buscan destacar la importancia fundamental que
tiene contar con un marco de principios de carácter ético de la más alta
jerarquía y un conjunto de normas inspirado en ellos, que regule las relaciones
sociedad- naturaleza en el sentido en que aquí las hemos definido. Es decir
como guías y acompañantes de la visión dialéctica entre el hombre y la
naturaleza, que ofrezca unas formas de desarrollo más holísticas, equitativas y
sostenibles, que debe reemplazar las visiones simplistas y equivocadas que nos
han conducido a la crisis ambiental.

La visión anterior supone la conclusión de que si se acepta como punto de


partida que si el planeta está “saludable”, los seres que lo habitamos también
podemos estarlo, lo acertado no es buscar la sostenibilidad de un modelo
depredador e injusto, que sobrepone lo económico a lo ambiental, y es por
tanto insostenible, sino buscar la sostenibilidad de los ecosistemas para vivir y a
progresar colectivamente, de manera más justa y equitativa, dentro de los
límites y las posibilidades que nos ofrece el mundo natural. Ello implica un
nuevo pacto con la naturaleza, basado en una escala de valores en la que se
entienda al ser humano y su actividad como parte del mundo natural y no
como su eje.

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