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San Agustín decía que él sabía lo que era el tiempo hasta que se le preguntaba por él.
Esta enigmática afirmación se puede interpretar diciendo que el tiempo es tan esencial
para el ser humano que su conocimiento no puede expresarse con palabras. En cierto
sentido, el estructuralismo ha tenido un papel similar en la vida intelectual del siglo
XX. De hecho, es prácticamente imposible concebir la teoría social sin incorporar
conceptos estructuralistas. Sin embargo, definir con precisión el estructuralismo es
igualmente difícil, precisamente por su profunda imbricación con las formas actuales
de teorizar sobre lo social. La amplia gama de temas que abarca el estructuralismo
hace aún más complicada la tarea de definirlo. Su ámbito de aplicación no se limita a
la teoría social, ya que es, como mínimo, igual de importante en una amplia variedad
de disciplinas. El estructuralismo incorpora la lingüística de Saussure y de Roman
Jakobson, la antropología de Lévi-Strauss, las aportaciones de Jean Piaget a la
psicología del desarrollo, la biología de François Jabob y la lectura de Marx que hizo
Louis Althusser.
No obstante, siendo conscientes de estas observaciones y centrándonos
únicamente en las ciencias sociales, creo que podemos distinguir cuatro
características. En primer lugar, la más evidente es que el estructuralismo propugna
una «visión totalizadora», según la cual las diversas partes de un sistema no tienen
que investigarse por separado. Sólo pueden entenderse en función de sus
interrelaciones y partiendo, al fin y al cabo, de sus conexiones con cl conjunto. Toda
visión totalizadora suele ir acompañada de una teoría del significado que también es
totalizadora. Según ésta, el significado de los signos, conceptos o prácticas depende de
la estructura o contexto más amplio en el que están insertos. Por ejemplo, el sentido
de una unidad de habla depende del idioma que se utiliza; el de un término científico,
de la teoría que se emplea, y el de los gestos o prácticas depende de la cultura, en un
sentido amplio, en la que tienen lugar. En consecuencia, una misma expresión podría
tener un significado diferente si se dijera en otro idioma; el significado de un término
científico podría variar con una nueva teoría y los mismos gestos o prácticas podrían
significar otra cosa en una cultura diferente.
El segundo rasgo del estructuralismo es que, al igual que Platón y Parménides,
suele dar más prioridad a lo constante que a lo pasajero. El estructuralismo reduce la
importancia del flujo de acciones y acontecimientos y se fija, por el contrario, en las
estructuras sociales que se mantienen más estables a lo largo del tiempo. El
estructuralismo presupone que esas estructuras sociales relativamente estables o bien
son las «auténticas» fuerzas causales que impulsan las acciones o acontecimientos, o
bien resultan cruciales para dar un significado a los fenómenos observados. El
estructuralismo, en parte por esa búsqueda de estructuras estables, tiene un método
de investigación característico y polémico, que presenta ciertas afinidades con el
«análisis sincrónico». Este tipo de análisis sólo toma una instantánea de la sociedad, al
contrario que el diacrónico, que observa procesos a través del tiempo. Los
estructuralistas suelen quitarle importancia al fluir del tiempo, y algunos llegan a
sostener que basta con una instantánea. Sin embargo, aunque emprendan análisis
diacrónicos, lo hacen de forma peculiar. Por ejemplo, a los historiadores
estructuralistas no les interesan especialmente los detalles de los acontecimientos
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históricos, sino que buscan aquellos factores que tienen un papel crucial a la hora de
determinar el destino de los actores, aunque éstos no los aprecien a simple vista. Esos
factores pueden ser, por citar unos pocos, el clima, la geografía o los ámbitos
culturales.
La tercera característica del estructuralismo es que se opone al positivismo. La
filosofía positivista se analizará en detalle posteriormente (véase el capítulo 8). Por
ahora es suficiente señalar que los positivistas prefieren explicar las cosas únicamente
a partir de entidades que es posible observar directamente. Para ellos, explicar es
señalar causas, y éstas sólo pueden derivarse de regularidades observadas. Por el
contrario, los estructuralistas propugnan que hay estratos de realidad mucho más
profundos que el nivel superficial de los fenómenos observados. Las estructuras
subyacentes no son visibles a primera vista, ni para aquellos que están sometidos a
ellas ni para un observador. La labor del científico social es desvelar esas estructuras
latentes con el fin de explicar el nivel superficial. Los estructuralistas también se
distancian del concepto positivista de causalidad. En primer lugar, con frecuencia se
niegan a aceptar enunciados causales y prefieren hablar de «leyes de transformación».
En segundo lugar, aunque empleen la causalidad, su concepción es radicalmente
diferente de la positivista. Para los estructuralistas, la causalidad no puede derivarse
simplemente de regularidades observadas, ya que a la observación sensorial le es
imposible acceder directamente a las causas; las estructuras sociales están latentes,
pero, no obstante, ejercen un poder causal.
La cuarta característica que la mayoría de los estructuralistas tienen en común
es su reconocimiento del carácter condicionante de las estructuras sociales. Esto
quiere decir que suelen sostener que las acciones y pensamientos humanos están muy
condicionados y determinados por las estructuras subyacentes. En relación a este
asunto, es posible distinguir en el estructuralismo una tendencia moderada y otra
radical. La primera es, principalmente, un enunciado metodológico según el cual el
investigador social tiene que buscar los parámetros que limitan las opciones de las
personas. Esta postura metodológica deja la puerta abierta a la posibilidad de que, a
pesar de la existencia de estructuras, la gente tenga realmente capacidad de elección y
libertad. La versión radical constituye un enunciado filosófico de consecuencias más
profundas. No sólo afirma que las estructuras condicionan, sino que lo hacen hasta
llegar a impedir la posibilidad de acción por parte del individuo. Esto quiere decir que,
aunque las personas tengan la impresión de que controlan su destino, nunca lo hacen
realmente. En su versión radical, el estructuralismo debe considerarse como una
reacción contra ciertas corrientes filosóficas de los años cuarenta y cincuenta. De
hecho, el presupuesto de que el individuo no puede evitar ser libre fue un punto de
partida crucial para la filosofía existencialista; el estructuralismo se propuso mostrar
que no era así.
La mayoría de los que se declaran estructuralistas estarían de acuerdo con las
cuatro características anteriores. Sin embargo, a pesar de estas similitudes, sería un
error considerar que el estructuralismo no es más que una doctrina unificada. Como
mínimo, hay dos ramas en el pensamiento estructuralista: una se remonta a la
sociología de Durkheim, y otra, al estructuralismo lingüístico de Saussure. La primera
subraya en qué medida las estructuras sociales se imponen y ejercen su poder sobre
la capacidad de acción. Las estructuras sociales se consideran condicionantes porque
moldean las acciones y pensamientos de las personas y porque resulta difícil, si no
imposible, que una sola persona las transforme. La segunda rama se basa en la
semiología, la ciencia general de los signos. Los autores de esta corriente toman ideas
del estudio de las actividades lingüísticas y establecen analogías con ellas para
entender comportamientos no lingüísticos que están regidos por normas. De este
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LA APORTACIÓN DE DURKHEIM
Émile Durkheim (1858-1917) estudió en la Escuela Normal, selecta institución
francesa que prepara a profesores y académicos en la que se le despertó un vivo
interés por la filosofía social y política, así como una aversión igualmente acusada
hacia el carácter humanístico, no metódico y literario de la atmósfera intelectual
parisina. Posteriormente, pasó algún tiempo en Alemania, donde el ambiente cultural
era más de su agrado. Al regresar a su patria, no tardó en recibir una plaza en la
Universidad de Burdeos y, quince años después, volvió a París. Resulta irónico que
este hombre, que consagró toda su vida a fundamentar la disciplina sociológica, no
ocupara hasta el final de su existencia un puesto oficial relacionado con su materia
preferida. La sociología seguía asociándose con Auguste Comte (1798-1857), cuyas
ideas se pensaba que iban parejas a la mala reputación que tenía como persona. Se
suponía que Durkheim enseñaba ciencias de la educación, pero esto no era un
impedimento para un hombre con su entusiasmo y dedicación. No perdía oportunidad
de introducir sociología de contrabando en los baluartes del establishment académico
francés.1
Es útil presentar la sociología durkheimiana mostrando su relación con otros dos
iconos del pensamiento decimonónico: Comte y Herbert Spencer (1820-1903). Esto no
quiere decir que la influencia de Comte o de Spencer sobre Durkheim supere a la de
otros autores. En realidad, hay que exagerar el impacto de ambos, ya que Charles
Renouvier, Émile Boutroux y Wilhelm Wundt, por ejemplo, fueron, como mínimo,
igualmente influyentes. Sin embargo, la ventaja de centrarse en Comte y Spencer es
que nos permite situar a Durkheim dentro del amplio espectro intelectual del siglo XIX.
Durkheim conoció, a través de Boutroux, su profesor, la división jerárquica que
hizo Comte de los diversos ámbitos de la realidad, en los que los niveles superiores no
pueden reducirse a los inferiores. Por consiguiente, el ámbito social no puede verse
como un agregado de sus componentes psicológicos. Al tener la sociedad rasgos
peculiares, es necesaria una visión totalizadora. Durkheim tomó de Comte la idea de
que, como ocurre en otros ámbitos de la realidad, la sociedad puede estudiarse
utilizando métodos rigurosamente científicos. Al igual que Comte, llamó sociología a
este estudio y creyó que no sólo era posible sino también deseable, ya que posibilitaría
una dirección racional de la sociedad y la erradicación de las formas «patológicas».
También como Comte, Durkheim pensaba que dada la crisis social del momento,
dirigir la sociedad no sólo era deseable sino necesario. Sin embargo, coincidiendo con
J. S. Mill, creía que la sociología de Comte todavía era demasiado especulativa y
dogmática. En consecuencia, las teorías de Durkheim tuvieron una base empírica más
sólida, e intentó utilizar métodos lo más rigurosos posible; de ahí que mostrara gran
admiración por las detalladas investigaciones metodológicas de Alfred Espinas y de
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2 Durkheim (1982, pp. 63 y ss.). Véase también Lukes (1973, pp. 67 y ss.).
3 Durkheim (1984, pp. 31-87).
4 Durkheim (1982, pp. 64 y ss.).
5 Durkheim (1984, pp. 149-75).
6 Durkheim (1952; 1982).
7 Durkheim (1984; 1982, especialmente las pp. 119-46).
8 Durkheim (1915).
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antes que hay varias corrientes teóricas que pueden atribuirse a Durkheim y que el
estructuralismo sólo es una de ellas. Éste no es el caso de Saussure, cuya
contribución teórica tiene mucha más unidad. La segunda diferencia es que el
estructuralismo de Durkheim pretendía ser una aportación a la sociología, pero no el
de Saussure. A este autor le preocupaban las cuestiones lingüísticas y sólo de forma
ocasional se adentró en las posibilidades que habían de llevar sus ideas más allá de
los límites del estudio del lenguaje. Otros fueron los que lograron demostrar la gran
importancia sociológica de sus ideas lingüísticas. En consecuencia, también puede
decirse que las propuestas que hizo Durkheim para la sociología están claras, pero
que aún son objeto de debate las consecuencias que tuvo Saussure para las ciencias
sociales. La tercera diferencia está relacionada con que a Durkheim una de las cosas
que más le preocupó durante toda su vida fue explicar los hechos sociales en la
medida en que los causan otros hechos sociales, de forma similar a como operan las
fuerzas físico-químicas. Los conceptos estructuralistas, al basarse en analogías con la
termodinámica y la electricidad, se subordinan a un análisis causal. Como se
mostrará en breve, el propósito del enfoque saussureano era poner de manifiesto las
relaciones «sintagmáticas» y «paradigmáticas» subyacentes en el lenguaje. En esta
teoría estructuralista de la semiótica apenas hay lugar para desarrollar plenamente
un concepto de causalidad.
Los lingüistas de hoy señalan que la importancia del Curso de Saussure radica en
que el autor se distanció de dos consolidadas opiniones sobre el lenguaje. En primer
lugar, existía la idea, de la que fueron pioneros Claude Lancelot y Antoine Arnauld ya
en el siglo XVII, de que el lenguaje es un espejo de los pensamientos intrínsecamente
racional. En segundo lugar, estaban los Junggrammatiker («neogramáticos»), entre los
que se encontraban Franz Bopp y Karl Brugmann, así como Hermann Osthoff y
August Leskien, profesores de Saussure. Según su punto de vista, que estaba muy de
moda en el siglo XIX, la historia de una lengua nos informa sobre su configuración
actual. Se creía que el sánscrito era el idioma más antiguo y que al conocerlo se podía
rastrear la historia de otras lenguas y descubrir las raíces que compartían. Estos dos
puntos de vista tenían dos rasgos en común. El primero es que ambos presuponían
que se podía determinar por qué, dentro de una lengua, un cierto nombre o pauta
sonora se utiliza para expresar una idea o concepto. Cuanto más se retrocede en la
historia, menos arbitraria es la relación entre denominación y concepto. El segundo
rasgo común es que para ambas perspectivas la lengua era una nomenclatura. Es
decir, ambas la consideraban un conjunto de nombres ligados a conceptos universales
inalterables, cuya existencia es independiente de la lengua.
Con la aparición del Curso de Saussure, este panorama cambió por completo. En
primer lugar, en contra del carácter atomizador de estas ideas anteriores, Saussure
introdujo una visión totalizadora de la lengua. Mientras que para sus antecesores la
lengua no era más que la suma de sus partes, Saussure insistía en que hay que
considerarla como una estructura en la que el significado de los conceptos
individuales depende de las relaciones que tengan dentro de un conjunto amplio. En
segundo lugar, frente al sesgo que muestra Bopp, por ejemplo, hacia el análisis
diacrónico, la idea saussureana de lengua concede más importancia a una
investigación de tipo sincrónico.20 En tercer lugar, Saussure consiguió demostrar que
la lengua no es una nomenclatura. Si lo fuera, traducir seña fácil, pero no lo es, y esto
se explica porque cada lengua estructura el mundo de manera diferente. Del mismo
modo, los límites y semántica de los conceptos cambian con el tiempo y, de nuevo,
esto también demuestra que cada lengua organiza el mundo de forma distinta.
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27 Véase Derrida (1973; 1976; 1978); Lacan (1989). Aquí me refiero a los escritos genealógicos de
Foucault. Véanse, por ejemplo, las entrevistas y artículos presentes en Foucault (1977; 1980).
* Las palabras elegidas en inglés son monosílabos y tienen en común el fonema «m»: hombre (man),
poder (can), informar (gen), significar (mean), lío (mess). [N. del T.]
28 Ibíd. (1993, pp. 1-27; 1994, pp. 312-362).
29 Ibíd. (pp. 215 y ss.).
30 Ibíd. (p. 216).
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paradigmático. Por lo que respecta a las sintagmáticas, «me gusta(s)», por ejemplo,
puede ir seguido de «tú», «volar», «Brujas», «esa película», etc., pero no de «sufrí» o «le».
En consecuencia, hay un grupo de palabras que, según las reglas de las relaciones
sintagmáticas, pueden ir detrás de «me gusta(s)». Los miembros de cada una de las
parejas de ese grupo se oponen entre sí de forma paradigmática. Saussure hace la
arriesgada conjetura de que, en cualquier nivel (independientemente de que estemos
tratando con fonemas, morfemas o «hechos gramaticales»), el lenguaje puede reducirse
a una combinación de relaciones paradigmáticas y sintagmáticas.31
Saussure ha tenido un impacto considerable en el desarrollo de la teoría social.
En primer lugar, su distinción entre lengua y habla (y el hecho de que diera más
prioridad a la primera que a la segunda) tocó la fibra sensible de los que estaban
desencantados con la búsqueda de conjunciones de regularidades por parte de los
positivistas (véase también el capítulo 8). La importancia de esta distinción entre
lengua y habla sobrepasa realmente el ámbito lingüístico. Puede decirse que se deriva
de una oposición más general entre las estructuras subyacentes y sus
manifestaciones concretas. De ese dualismo general se deriva, por ejemplo, la
oposición jerárquica entre estructura social y pautas de comportamiento. Con este
modelo en mente, el que los positivistas se preocuparan de encontrar regularidades
estadísticas era inútil, ya que no se trataba más que de una simple búsqueda en el
nivel superficial, no en el estructural. En segundo lugar, varios científicos sociales se
dieron cuenta de que había sistemas que, al igual que la lengua, podían estudiarse
desde un punto de vista semiótico. Ya fueran teorías científicas, peinados, menús o
mitos de la antigüedad, todos podían estudiarse como sistemas de signos. 32 Por
ejemplo, en el mundo culinario existen normas claras sobre la combinación apropiada
de platos y sobre los que podrían sustituirlos. El significado de cada uno de ellos
depende de lo que le diferencia de otros alternativos. En comparación con los platos
ligeros, los pesados que llenan mucho podrían ser síntoma (en determinados círculos
sociales) de falta de gusto o sofisticación.
Durkheim y Saussure prepararon el terreno para la llegada del movimiento
estructuralista a las ciencias sociales. Hay tres autores franceses que fueron
esenciales para el avance posterior del pensamiento estructuralista. En primer lugar,
Fernand Braudel introdujo los conceptos durkheimianos en la historia.33 Frente a una
simple historia de acontecimientos o «ciencia de la contingencia a pequeña escala»,
Braudel buscaba lo que él denominó longue durée (larga duración), que hace
referencia a las estructuras subyacentes relativamente estables que se mantienen
durante largos períodos de tiempo. Estas estructuras geofísicas, climáticas o
demográficas condicionan la acción y el pensamiento de las personas. Braudel fue uno
de los fundadores de la tan influyente escuela de Annales, cuyos miembros, en su
mayoría, llevaron a cabo investigaciones históricas siguiendo una línea parecida. 34 En
segundo lugar, Louis Althusser señaló que hay una ruptura epistemológica entre el
Marx joven y el de las últimas obras.35 Mientras que el primero todavía era deudor del
idealismo alemán y de la economía política clásica, el tardío fue más allá y desarrolló
una «ciencia de la historia» estructuralista. Frente a otras lecturas existencialistas de
Marx, Althusser indicó que el Marx tardío rechazaba cualquier concepción apriorística
de las necesidades humanas. Los individuos ya no son los auténticos sujetos de la
historia, sino que lo son las relaciones de producción ocultas. Pronto, otros autores
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LA ANTROPOLOGÍA DE LÉVI-STRAUSS
El nombre de Claude Lévi-Strauss (1908) está muy relacionado con la tradición
estructuralista. Nacido en Bélgica, el autor se trasladó de niño a Francia y estudió
filosofía en la Sorbona. Durante sus estudios en París, se familiarizó con la sociología
francesa, especialmente con Comte, Durkheim y Marcel Mauss. Sus intereses pronto
se encaminaron hacia la antropología cultural cuando se fue a Brasil, primero para
ocupar un puesto docente en la Universidad de Sao Paulo y para participar después
en una expedición investigadora financiada por el gobierno francés. Durante la
Segunda Guerra Mundial se refugió en Estados Unidos y dio clase en la New School
for Social Research de Nueva York. Allí fue donde conoció al lingüista Jakobson, y este
encuentro determinó para siempre la evolución intelectual de Lévi-Strauss. Al final de
su vida volvió a Francia, primero a la Escuela Práctica de Altos Estudios y después,
como catedrático de antropología, al Colegio de Francia. De nuevo en su país, se
consolidó como una de las principales figuras del movimiento estructuralista.
A veces se ha señalado que el análisis estructuralista de la cultura que hizo Lévi-
Strauss le debe mucho a Durkheim. Aunque hay algo de cierto en esta afirmación, es
preciso matizarla. En realidad, una breve comparación de los proyectos intelectuales
de ambos autores nos ayudará a desvelar el de Lévi-Strauss. Si ha habido una
apropiación por parte de éste del pensamiento de Durkheim, ha sido muy selectiva.
Lévi-Strauss se distanció mucho de las interpretaciones funcionalistas o positivistas
de Durkheim, que eran habituales en la época (véanse los capítulos 2 y 8). Esto no
quiere decir que tales interpretaciones fueran falsas lecturas del pensamiento de
Durkheim en determinados momentos de su vida. Sin embargo, para Lévi-Strauss
estos puntos de la obra durkheimiana resultaban menos atractivos, probablemente
erróneos y, en general, prescindibles. Más atención le merecían las primeras
proposiciones que había hecho Durkheim en relación a los hechos sociales y las
representaciones colectivas, aunque fuera preciso reevaluarlas de acuerdo con los
tiempos. Para terminar, la contribución más importante al desarrollo intelectual de
Lévi-Strauss la constituyen los últimos escritos de Durkheim acerca de la religión.
La selectiva apropiación que realizó Lévi-Strauss de Durkheim pone de manifiesto
las diferencias significativas que hay entre ambos autores. En primer lugar, mientras
que la obra de Durkheim, especialmente la inicial, está muy imbuida de la
Weltanschauung del siglo XIX, la de Lévi-Strauss es, en muchos aspectos, una reacción
contra esa tradición intelectual. En la División del trabajo Durkheim estableció
analogías con la evolución biológica para explicar la transición desde los tipos de
solidaridad «mecánicos» hasta los «orgánicos». Por el contrario, Lévi-Strauss siempre
ha sido hostil a las formas de explicación evolucionistas. Al primer Durkheim le
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Lévi-Strauss no. Aunque Durkheim pensara en seguir los pasos de su padre (que era
un importante rabino) en materia de religión y aunque su obra tenga huellas evidentes
de una educación religiosa, su visión del mundo fue, desde una edad temprana,
racional y científica. Ya he esbozado brevemente el antagonismo que mostró Durkheim
hacia la «brillantez» literaria de sus contemporáneos parisinos y cómo su vida estuvo
dedicada al desarrollo de una visión científica de la sociedad, Durkheim quiso utilizar
tanto rigor científico como el que se empleaba en las ciencias naturales e intentó
alcanzar este objetivo respetando rígidamente las normas de la lógica y sometiendo
sus teorías a señas comprobaciones empíricas.38 Lévi-Strauss es completamente
distinto. Aunque pretendía (y también el estructuralismo en general, respecto a este
punto) construir una ciencia de la sociedad, vulneraba sistemáticamente las normas
más elementales de la investigación científica. Aquí nos enfrentamos a una mente muy
distinta: un hombre de gran sensibilidad pero, seguramente, no un científico. A
cualquiera que conozca los escritos de Lévi-Strauss no le sorprenderá que su contexto
familiar tijera artístico y que él mismo tijera un músico experto. Leach no estaba muy
lejos de la verdad al calificar a Lévi-Strauss de «visionario». Estamos frente a una
mente muy imaginativa, artística, que expresa intuiciones sobre el mundo en vez de
comprobar su validez.
Aunque la influencia de Durkheim en Lévi-Strauss es ambigua, lo es menos el
impacto de la lingüística estructuralista. Mientras era profesor en Nueva York durante
la guerra, Lévi-Strauss se hizo amigo del lingüista y folclorista ruso Jakobson, que le
introdujo en la obra de Saussure, en la lingüística de la Escuela de Praga y,
evidentemente, en sus propias aportaciones. Jakobson estaba muy influido por la idea
saussureana de que el significado de un elemento lingüístico depende de la diferencia
que le separa de otros que están en uso en ese momento. Partiendo de este marco de
referencia, Jakobson concebía el lenguaje en función de opuestos binarios. Es decir,
las personas pueden distinguir una consonante de una vocal, un sonido agudo de otro
grave, o uno sonoro de otro mudo. Al aplicar la teoría de Jakobson a cuestiones no
lingüísticas, Lévi-Strauss se convirtió en uno de los primeros autores en investigar la
vida social mediante analogías sistemáticas con sistemas lingüísticos. Analizó el
parentesco y los mitos en función de opuestos binarios, correlaciones, inversiones y
permutaciones, de manera similar a como Jakobson trataba el fonema en el nivel
fonológico. Sin embargo, lo importante es el intento sistemático que realizó Lévi-
Strauss de ir más allá del nivel consciente, en busca de los rasgos mentales
universales e inconscientes que presionan de manera uniforme para que una
estructura entre en el mundo. Como he señalado anteriormente, para Lévi-Strauss
esta búsqueda del nivel universal e inconsciente es fiel tanto a Mauss como a la
lingüística estructuralista.
A Lévi-Strauss le pareció muy mal que Freud y Marx no estuvieran incluidos en
los programas de curso cuando él era estudiante, por lo que tuvo que conocer los
escritos de ambos posteriormente. De nuevo, su lectura de estos autores se apartó de
las interpretaciones predominantes en su época. En los años cuarenta y cincuenta se
intentaba combinar la filosofía existencialista y el marxismo, e interpretar la segunda
corriente en función de la primera. La postura de Lévi-Strauss respecto al marxismo
no podía ser más diferente. Marx le parecía un estructuralista adelantado que siempre
había buscado estructuras económicas bajo el nivel superficial. Lo mismo puede
decirse de su interpretación de Freud. Los primeros en introducir a este autor en las
ciencias sociales fueron ciertos miembros de la Escuela de Frankfurt (como Theodor
Adorno y Max Horkheimer), así como teóricos muy afines a la teoría crítica (como
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39 Para una visión general de la escuela de Annales, véase, por ejemplo, Burke (1990).
40 Braudel (1972, prefacio; 1980).
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Cadmo busca a su
hermana Europa,
raptada por Zeus
Cadmo mata al dragón
Los espartanos se
matan entre sí
Lábdaco, padre de
Layo = lisiado
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53 En relación al concepto de habitus, véase, por ejemplo, ibíd. (1969; 1977, pp. 78-86; 1990, pp. 52-
65).
54 Respecto a la relación entre campo y habitus, véase, por ejemplo, ibíd. (1971).
55 Ejemplos evidentes pueden encontrarse en ibíd. (1969; 1971; 1973; 1977, pp. 171-82).
56 Para una comparación con la teoría de la elección racional, véase, por ejemplo, Wacquant (1992, pp.
24 y ss.).
57 Compárese Bourdieu (1977; 1990) con Giddens (1984) y Bhaskar (1989).
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Althusser, L. (1972): For Marx, Nueva York: Phanteon. [Ed. fran.: Pour Marx, París: F.
Maspero, 1965.]
——, y E. Balibar (1970): Reading Capital, Londres: New Left Books. [Ed. cast.: Para
leer El Capital, México: Siglo XXI, 1969.]
Barthes, R. (1972): Mythologies, Londres: Cape [Ed, cast.: Mitologías, Madrid: Siglo XXI
de España, 1980.]
—— (1983): The Fashion System, Nueva York: Hill and Wang. [Ed, cast.: Sistema de la
moda, Barcelona: Gustavo Gili, D. L., 1978.]
Bhaskar, R. (1989): The Possibility of Naturalism, Brighton: Harvester, 2.a ed.
Bourdieu, P (1969): «Intellectual field and creative project», Social Science Information
8, pp. 89-119 (original francés, 1966).
60 Willis (1993).
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“LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO”.
En: La teoría social en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2001, capítulo 2, pp. 51-84.
reacia al desafío parsoniano. Sin embargo, en los Estados Unidos se consideró que con
el paradigma estructuralista-funcionalista se conseguía definitivamente unir a los
clásicos de la sociología dentro de un marco de referencia teórico coherente. Aquí el
término «paradigma» no está fuera de lugar. Durante cierto tiempo pareció que el
nuevo credo era tan convincente que la comunidad sociológica podría llegar a un
consenso acerca de sus principales presupuestos. Aunque hubo autores que,
sorprendentemente pronto, mostraron sus dudas respecto a la validez de algunos de
esos presupuestos estructuralistas-funcionalistas, hasta finales de los años sesenta
no fueron atacados de manera coherente.
EL PRIMER FUNCIONALISMO
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LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
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LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
las que es especialmente conocida Los argonautas del Pacífico Occidental. Malinowski
dio clase sobre todo en la LSE, donde obtuvo la primera cátedra de antropología.
Gracias a su poderosa personalidad tuvo un fuerte impacto en la antropología
británica de entreguerras. También impartió clases por un breve período de tiempo en
la Universidad de Yale, hasta que murió en 1942. Su obra póstuma, Una teoría
científica de la cultura, resume muy bien sus ideas acerca de la teoría antropológica.8
Ya he mencionado que los antropólogos funcionalistas se rebelaron contra
algunos de los esquemas del siglo XIX. Desde luego, éste es el caso de Malinowski. En
primer lugar, reaccionó enérgicamente contra la idea de que el «hombre primitivo»,
según Edward Burnett Tylor y Frazer, carece de las facultades racionales del «hombre
moderno». Malinowski intentó demostrar que ciertas prácticas o procesos mentales
que, a primera vista, son irracionales después de todo son razonables, en el sentido de
que se puede demostrar que responden a ciertas necesidades, ya sean de tipo social o
psicológico.9 Tomemos el fenómeno de la magia y la religión. Las explicaciones
anteriores no captaban la «actuación utilitaria pragmática» de las prácticas y rituales
religiosos. Malinowski indicó que se podía adoptar la idea de que la «magia es lo que la
magia hace».10 Señaló que las personas intentan conocer y controlar su medio para
satisfacer sus necesidades biológicas. Sin embargo, el medio exterior no es del todo
predecible ni controlable. Esta incertidumbre conduce a una acumulación de ansiedad
que las personas necesitan aliviar: la magia y la religión cumplen esa función.
Malinowski también subrayó que las personas se enfrentan a veces a trastornos que
socavan el flujo inconsciente de la vida cotidiana. Por ejemplo, cuando afrontan una
muerte inesperada, recurren a la magia o la religión para pasar esa crisis, lo cual
reduce su ansiedad y alteración emocional.
En segundo lugar, los pensadores del siglo XIX solían creer que algunos de los
mecanismos o prácticas culturales del tiempo en que se vive no son más que
«pervivencias» o «rasgos prestados» del pasado. Es decir, que es posible que las
creencias o prácticas actuales antes cumplieran alguna función, pero que acaban por
perder su utilidad inicial al irse transmitiendo de generación en generación. Son como
fósiles culturales porque constituyen reminiscencias de un pasado lejano. Malinowski
insistió en que un examen más atento demuestra que gran parte de las llamadas
«pervivencias» no son en absoluto «pesos muertos».11 Puede que procedan del pasado,
pero tienen una función vital en la sociedad actual. Es un error pensar que las
transmisiones culturales no son más que duplicaciones. Sólo lo serían si las personas
carecieran de la capacidad de aprender de las experiencias pasadas y de ser
previsoras. Sin embargo, sí tienen esa capacidad y la ponen en práctica con
frecuencia. Por tanto, los elementos culturales se readaptan, siempre que es
necesario, a nuevos contextos.
En tercer lugar, muchos científicos sociales del siglo XIX intentaron establecer
leyes o generalizaciones similares que fueran más allá de la capacidad de los
individuos para alterar el curso de los acontecimientos. En este mismo sentido,
Comte, Durkheim y otros muchos insistieron en que la sociedad es una entidad
peculiar. Es evidente que se compone de individuos con rasgos psicológicos y
biológicos. Sin embargo, sería un error pretender explicarla fijando sus causas
principales en mecanismos psicológicos o biológicos. El panorama que presenta
8 Malinowski (1944).
9 Ibíd. (pp. 73-4).
10 Ibíd. (p. 26).
11 Ibíd. (pp. 26-35).
33
PATRICK BAERT
34
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
cultura pase de una generación a otra. Si las personas tuvieran que reinventar la
cultura en cada generación, su capacidad de supervivencia sería realmente limitada.
Malinowski acuñó la expresión «imperativos integradores» para referirse a la necesidad
de transmitir esas normas y convenciones a través de las generaciones. Hay que
señalar de nuevo el contraste que existe con los animales. Como éstos no dependen de
la cultura, su supervivencia tiene que ser con la fuerza independiente de la
transmisión cultural. Sin embargo, aunque los animales podrían formarse hábitos
individuales mediante la instrucción o la prueba y el error, no suelen ser capaces de
transmitir esas habilidades a su descendencia. Por el contrario, los seres humanos
han demostrado bastante ingenio a la hora de compensar su debilidad innata:
primero, recurriendo a prácticas que permiten satisfacer las necesidades secundarias
y, después, preservándolas y transmitiéndolas en el tiempo.
Radcliffe-Brown comenzó a estudiar psicología y filosofía en Cambridge y después
pasó a la antropología con W. H. R. Rivers. En Cambridge mostró interés en los
aspectos teóricos de la disciplina, desarrollando ya algunas de sus principales ideas
sobre teoría antropológica. Se había familiarizado con los escritos de Durkheim, que
iban a dejar profunda huella en su pensamiento.
A Radcliffe-Brown, al contrario que a Malinowski, no se le recuerda por sus
estudios de campo. Mientras tuvo un puesto en el Trinity College de Cambridge sí
realizó algunos, principalmente en las islas Andamán y entre los aborígenes
australianos. Sin embargo, carecía de la meticulosa metodología y de los
conocimientos lingüísticos de Malinowski y tampoco tenía su perseverancia, ni la
auténtica empatía hacia los pueblos que estudiaba, ni la pasión que le despertaban.
Por su parte, se consagró directamente a la institucionalización académica de la
antropología, contribuyendo al establecimiento de departamentos universitarios en
diversas partes del mundo. Tuvo plazas en las universidades de Ciudad del Cabo,
Sidney y Alejandría, y en ellas fundó departamentos. Después de una corta estancia
en la Universidad de Chicago, se hizo cargo en 1937 de la primera cátedra de
antropología que hubo en Oxford. Después de que en este mismo puesto llegara a su
jubilación en 1946, continuó dando clase en diversos lugares hasta que estuvo
demasiado enfermo para continuar. El momento álgido de su influencia en la
antropología tuvo lugar en los años cuarenta.
La contribución de Radcliffe-Brown a la teoría antropológica es muy diferente de
la de Malinowski. Hay que recordar que las teorías de éste descansan en la primacía
causal de los impulsos biológicos. La cultura y la transmisión de la misma proceden
de la necesidad de satisfacer tales impulsos, de los que depende la supervivencia de la
especie. El funcionalismo de Radcliffe-Brown es muy diferente. Señaló, parafraseando
a Durkheim, que la sociedad tiene su propia e irreducible complejidad y que no puede
explicarse haciendo referencia a mecanismos que funcionan en un nivel inferior.17 La
sociedad debe explicarse a partir de los mecanismos sociales, no de los psicológicos y,
por supuesto, no mediante los biológicos. En consecuencia, Radcliffe-Brown se
distanció mucho del funcionalismo de Malinowski.18 Su antropología es
profundamente sociológica, aunque tuvo cuidado de no utilizar esta etiqueta. La razón
que dio para justificar su reticencia a calificar su obra de «sociología» fue que no
quería que le asociaran con trabajos realizados al abrigo de ese epígrafe en el mundo
de habla inglesa y que solían parecerle impresionistas y superficiales.19
35
PATRICK BAERT
36
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
Por ejemplo, la estructura de una pieza musical tiene que ver con la combinación de
unos sonidos, y la de una molécula, con la disposición de unos átomos. Del mismo
modo, la estructura social es la totalidad de las relaciones existentes en la actualidad,
que conectan a ciertos individuos en un momento dado. De manera que los
componentes últimos de la estructura social son los seres humanos, y en sus
relaciones están presentes derechos y deberes bien definidos para los individuos
afectados. La institucionalización de los incentivos y sanciones garantiza que las
personas cumplan estas normas.27
Hay estructuras que, como la de un edificio, se mantienen relativamente estables.
Sin embargo, muchas de ellas cambian. Al igual que la estructura del cuerpo humano,
la social fluye constantemente; las personas vienen y van, como las cambiantes
moléculas del cuerpo humano, o adoptan posturas y roles diferentes. Ahora bien, en
todo cambio estructural existe una continuidad. Radcliffe-Brown acuñó la expresión
«forma estructural» para referirse a esta continuidad estructural observable. Por
ejemplo, un organismo humano conserva su forma estructural aunque sus moléculas
cambien. Del mismo modo, se puede apreciar que la estructura social tiene una forma
estructural observable: los usos y normas que comparten los individuos son
relativamente invariables.28 La relativa estabilidad de las formas se debe a lo que
Radcliffe-Brown denominó las «funciones» que cumplen las diferentes partes del
sistema. Por función entendía la suma total de relaciones que tiene un componente
con respecto al conjunto del sistema en el que se inscribe. De nuevo, el concepto de
función es aplicable a muchos ámbitos de la realidad: los diversos componentes de la
vida social, al igual que las diferentes partes del cuerpo humano, cumplen funciones
vitales.29 La estabilidad de la forma estructural depende de la «unidad funcional» del
conjunto, es decir, de la imbricación recíproca que hay entre las diferentes partes. La
«adaptación mutua», que se refiere a la estandarización y ajuste entre las actitudes y
comportamientos de los miembros de esa sociedad, es especialmente crucial para la
persistencia de las formas sociales.30
Malinowski y Radcliffe-Brown tuvieron una enorme influencia en la antropología
social. La acogida que tuvo entre los teóricos sociales el primer funcionalismo no fue
tan inequívocamente positiva, y esta respuesta ambigua hay que achacarla en parte a
la posterior aparición de teorías funcionalistas rivales. A finales de los años cuarenta,
Talcott Parsons se había consagrado como el principal exponente de la teoría
funcionalista y Robert Merton consolidó su reputación muy poco tiempo después. Sin
embargo, la tibia acogida que se dispensó a las primeras teorías funcionalistas
también tenía que ver con sus propios defectos.
Como ilustración pueden citarse dos debilidades fundamentales que están
presentes en los argumentos de los primeros funcionalistas. La primera es que tienden
a calificar de funcionales todos los elementos culturales. Malinowski, por ejemplo,
postuló este «funcionalismo universal» cuando describió la cultura como «un sistema
de objetos, actividades y actitudes en el que cada parte existe como medio para un
fin».31 Para él, «todo logro cultural que implique el uso de mecanismos y de simbolismo
es una mejora instrumental de la anatomía humana que tiene una relación directa o
indirecta con la satisfacción de una necesidad física».32 Ahora bien, es posible
entender de dos maneras este presupuesto de funcionalismo universal, ya que hay
37
PATRICK BAERT
una versión moderada y otra radical. Por una parte, puede decirse que, literalmente,
significa que todo elemento social cumple una función esencial. Esta postura extrema
sería imposible de mantener. La teoría evolutiva puede conllevar que elementos
altamente disfuncionales sean rechazados, pero de esto no se infiere que los que
persisten cumplan funciones esenciales. Por otra parte, una interpretación más
compasiva señala que el funcionalismo universal significa que sólo los elementos que
cumplen funciones esenciales resultan relevantes socialmente. Desde el punto de vista
metodológico, habría que tratar todos los elementos como si cumplieran funciones
vitales; el investigador empírico debe ser sensible al hecho de que cada elemento
observado puede satisfacer necesidades sociales esenciales. Aunque esta versión
moderada del funcionalismo universal resulte más plausible, tampoco carece de
problemas. No está claro qué criterios hay que emplear para determinar si un
elemento es o no funcional y, si lo es, qué función tiene.
La segunda debilidad del primer funcionalismo es que tiende a presuponer que la
sociedad necesita cierto grado de cohesión y de cohesividad para sobrevivir. Por
ejemplo, Radcliffe-Brown suscribía este postulado de la unidad funcional cuando
escribió que «todas las partes del sistema social operan conjuntamente con el grado
suficiente de armonía o de coherencia interna».33 Esta postura plantea dos problemas.
El primero es que puede que el concepto de «supervivencia» tenga un significado
evidente en el ámbito biológico, pero no lo tiene en la misma medida en el social. No
está claro si la supervivencia de una sociedad o cultura tiene que ver con la
continuidad política o cultural, o con el hecho de que sus miembros no se extingan.
Igualmente, si la supervivencia social se refiere a la constancia política o cultural,
tampoco está claro cuánta continuidad constituye la supervivencia. El segundo
problema es que resulta banal afirmar que se necesita cierto grado de cohesión o de
coherencia interna. La cuestión no es si la cohesión resulta o no esencial, sino cuánta
se necesita. Ninguno de los primeros funcionalistas se planteó siquiera cómo
comenzar a responder a esta pregunta. En la práctica, solía presentar sociedades que
parecían tener una gran necesidad de normalización en cuanto a los sentimientos y
las creencias. Esto no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que las que
investigaron ya presentaban esos altos niveles. Sin embargo, si hubieran sido más
conscientes de su propia cultura, se habrían dado cuenta de que, aunque las
modernas sociedades occidentales no se ajustan del todo a ese patrón, no se las
arreglan tan mal.
Para no ser demasiado duro con Malinowski y Radcliffe-Brown, no conviene
olvidar que, por encima de todo, eran antropólogos empíricos y no teóricos sociales.
Su mérito reside en haber demostrado que muchas teorías especulativas del siglo XIX
carecían de base empírica. Llevaron a cabo estudios etnográficos detallados y
mostraron su relevancia teórica, consolidando una práctica de rigurosa investigación
empírica. Ya que lograron esto, sería injusto decir que les correspondía haber
desarrollado un marco funcionalista convincente y coherente. Resulta irónico que esta
tarea la asumiera un hombre que estableció uno de sus primeros contactos con las
ciencias sociales a través de las lecciones de Malinowski. Ese joven estudiante de
licenciatura estadounidense que escuchaba a Malinowski en 1925 era Talcott Parsons,
e iba a cambiar el curso de la teoría social para siempre.
TALCOTT PARSONS
38
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
34 Parsons (1937).
35 Ibíd. (1951).
36 Ibíd. (1937, pp. 89-94).
37 Ibíd. (pp. 473-694).
39
PATRICK BAERT
caso omiso del papel relativamente independiente que tiene el ámbito simbólico;
mientras que los utilitaristas yerran al reducir las pautas de valor a un simple análisis
de coste-beneficio.38 Por el contrario, Parsons, a la hora de dar una respuesta
sociológica al problema del orden en Hobbes, se inspiró en parte en la teoría de la
acción de Weber y en parte en los conceptos durkheimianos de conciencia colectiva o
de representaciones colectivas. La solución de Parsons a este problema es
fundamentalmente durkheimiana y tiene que ver con la interiorización de unos valores
y normas sociales esenciales y compartidos, dentro de las necesidades y disposiciones
de la estructura de la personalidad. Las personas no suelen adoptar una actitud
instrumental hacia los valores interiorizados. Al perseguir sus objetivos, los individuos
socializados contribuyen sin darse cuenta a la satisfacción de las principales
necesidades sociales.39
Durante los años cuarenta y cincuenta, Parsons desarrolló su «teoría general de
la acción», a la que, por la importancia clave que tiene en la obra del autor, dedicaré
aquí una atención especial. El objetivo de esta teoría era aportar un marco teórico que
conjugara diversas disciplinas de las ciencias sociales: sociología, política, psicología y
economía. Este intento de desarrollar un marco unificador estaba en consonancia con
el puesto que Parsons ocupaba en aquel tiempo en Harvard. Después de dar clase en
los departamentos de economía y sociología, se convirtió en 1946 en director de un
departamento de nuevo cuño, el de Relaciones Sociales. El nuevo instituto agrupaba
varias disciplinas. Entre los colegas de Parsons en dicho departamento estaban los
psicólogos Gordon Allport, Henry Murray y Robert Bales, los sociólogos George
Homans y Samuel Stouffer y el antropólogo Clyde Kluckhohn. Muchos de ellos
colaboraron con Parsons e influyeron en su pensamiento. La teoría general de la
acción de Parsons fue el pilar clave de su cargo vitalicio y también el resultado del
mismo.
En la teoría general de la acción parsoniana es esencial el concepto de «sistema».
En esa época, la teoría de sistemas ganaba cada vez más adeptos, y Parsons estaba
muy influido por ella. Para él, un «sistema de acción» tiene que ver con una
organización duradera de la interacción entre lo que denominaba un «actor» y una
«situación». El actor puede ser un individuo o un grupo, y la situación puede o no
incorporar a otros «actores». Parsons señaló que todo sistema tiene tres
características. La primera es su relativa estructuración. Parsons sostenía que en el
ámbito social las pautas relativas a los valores y lo que él denominaba las «variables
patrón» contribuyen a la naturaleza estructurada del sistema. La segunda se basa en
que la pervivencia de ese sistema precisa del cumplimento de ciertas funciones. Por
consiguiente, los sistemas sociales tienen determinadas necesidades, y Parsons
intentó enumerar y clasificar esos «requisitos funcionales». La tercera es que los
sistemas sociales cambian y que lo hacen de manera ordenada. Parsons introdujo el
concepto de jerarquía cibernética, con el fin de captar el fenómeno de la
transformación ordenada en el ámbito social.
Es preciso desarrollar estos tres componentes. Antes de estudiar los conceptos
parsonianos de requisito funcional y de dinámica interna, comenzaré por analizar en
profundidad el tratamiento que da este autor al carácter estructurado de la
interacción. Su punto de partida es que los sistemas de acción se estructuran
mediante pautas de valor, que estipulan cuáles son los objetivos últimos hacia los que
la acción de las personas va a dirigirse. Sin estos principios ordenadores la conducta
humana carecería de directrices. Sin embargo, Parsons señaló que las pautas de valor
40
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
también están estructuradas a partir de lo que denominó «variables patrón», que, para
él, eran los principios últimos que sirven para lograr la estructura sistémica. Son
dicotomías universales que representan opciones básicas que subyacen en la
interacción social.40
Las variables patrón de Parsons también pueden considerarse un intento de
reconstruir de manera elaborada las dicotomías presentadas por autores anteriores.
Viene a la mente de modo particular la distinción que había hecho Tönnies entre
Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad). Este autor describió antiguas
formas sociales como gemeinschaftlich, basadas en relaciones personales y lazos
afectivos. La sociedad moderna es más gesellschaftlich porque las interacciones
impersonales son más frecuentes. Para Parsons, la tipología de las relaciones de
Tönnies combinaba varias dicotomías y, por tanto, era demasiado burda para tener
valor heurístico. Algunas relaciones observadas son realmente gesellschaftlich en
ciertos aspectos y gemeinschaftlich en otros. Parsons se propuso distinguir
analíticamente las dicotomías subyacentes en las variables patrón. Esto le permitió
redefinir la pregunta de Tönnies. En lugar de intentar determinar si una relación dada
es gesellschaftlich o gemeinschaftlich, las variables patrón de Parsons hacían posible
que dilucidara en qué sentido dicha relación es una cosa u otra.
Las variables patrón se aplican a cualquier sistema de acción y hacen referencia
a las elecciones a las que se enfrenta un actor en relación con un objeto. Como se ha
señalado anteriormente, el actor no tiene por qué ser un individuo: puede ser una
colectividad o un grupo. Del mismo modo, el objeto no tiene que ser algo inanimado:
puede ser un individuo o un grupo social. Las variables patrón representan el
universalismo frente al particularismo, la actuación frente a la cualidad, las relaciones
específicas frente a las difusas, así como la neutralidad afectiva frente a la afectividad.
El primer componente de cada una de estas parejas de conceptos caracteriza la
Gesellschaft de Tönnies, y el segundo se relaciona con la Gemeinschaft. En el esquema
de Parsons subyace la observación de que nuestra sociedad se mueve hacia el
universalismo, la actuación, las relaciones específicas y la neutralidad afectiva.
Mientras que las dos primeras parejas de conceptos tienen que ver con el significado
que el actor de a un determinado objeto, el resto aluden al carácter de las relaciones
existentes entre actor y objeto. Siguiendo de nuevo la terminología de Parsons, las dos
primeras parejas son las variables patrón de la modalidad del objeto, mientras que el
resto lo son de la orientación hacia él.
Por lo que respecta a las variables patrón referentes a la modalidad del objeto, el
actor utiliza criterios universalistas cuando atribuye un significado a dicho objeto en
función de criterios aplicables a otros muchos, mientras que se remite a criterios
particularistas cuando lo define y lo juzga a partir de rasgos que sólo él tiene. Por
ejemplo, las burocracias utilizan criterios universalistas, mientras que las relaciones
dentro de la familia nuclear son particularistas. El actor puede juzgar el objeto según
su actuación o logros, pero también puede observarlo desde sus cualidades
intrínsecas. La actuación destaca más en la estructura ocupacional y la cualidad
puede ejemplificarse en las amistades. En relación a las variables patrón de
orientación, el actor puede adoptar una actitud de neutralidad afectiva hacia el objeto
o establecer, por el contrario, una relación de afectividad. Por ejemplo, en la relación
que hay entre médico y paciente se demuestra la neutralidad afectiva, mientras que la
afectividad es lo que define la interacción dentro de la familia. Para terminar, el actor
puede relacionarse con un objeto de un modo bastante específico o de múltiples
maneras. De nuevo, la característica relación específica es la que se da entre médico y
40 En relación a las variables pauta, véase, por ejemplo, ibíd. (1951, pp. 46-51).
41
PATRICK BAERT
paciente, mientras que las que tienen lugar dentro de la familia son típicamente
difusas.
Las variables patrón tienen que ver con las dimensiones más voluntaristas de la
teoría de Parsons, porque resumen y clasifican las opciones que afronta el actor. Por el
contrario, su concepto de «requisitos funcionales» señala en qué medida esas actitudes
o significados están enraizados en los subsistemas sociales y se hallan condicionados
por ellos. La teoría funcionalista de Parsons descansa en la idea de que cualquier
sistema de acción sólo existe en la medida en que cuatro clases de función satisfacen
—al menos en parte— cuatro necesidades básicas.41 Para Parsons, las cuatro
necesidades y requisitos funcionales de cualquier sistema de acción son: adaptación
(A), consecución de objetivos (G), integración (l) y latencia o mantenimiento de pautas
(L); de ahí que el autor se refiera a veces a este aspecto de su teoría como al esquema
AGIL (siglas de estas necesidades en inglés). La «adaptación» tiene que ver con el
hecho de que cualquier sistema de acción tendría que poder adaptarse a su medio
externo y, a su vez, adaptarlo a las propias necesidades. La «consecución de objetivos»
es la necesidad que tiene todo sistema de acción de definir sus fines y de movilizar
recursos para lograrlos. La «integración» se relaciona con la necesidad que tiene dicho
sistema de regular y coordinar sus partes para lograr estabilidad y coherencia. Para
terminar, la «latencia» o «mantenimiento de pautas» significa que un sistema debe
dotarse de medios para mantener la energía motivacional de sus miembros.
Parsons señaló que se puede llegar a las cuatro funciones mediante la utilización
de dos dicotomías: externo frente a interno e instrumental frente a consumador. Las
actividades que tienden al logro de objetivos y a la integración son «consumadoras»
porque pretenden alcanzar los fines últimos del sistema, mientras que las orientadas a
la adaptación o la latencia son «instrumentales», en el sentido de que están dirigidas a
la utilización de medios con los que alcanzar esos objetivos últimos. Del mismo modo,
Parsons señaló que la adaptación y la consecución de objetivos hacen referencia a la
interacción entre el sistema y su medio externo, mientras que la latencia y la
integración están relacionadas con cuestiones relativas a la organización interna de
dicho sistema. En consecuencia, el esquema AGIL puede resumirse indicando que
cualquier sistema de acción tiene que lograr relacionarse con su medio y organizarse
internamente.
En cada sistema de acción pueden identificarse cuatro subsistemas y cada uno
de ellos se especializa en desempeñar una de las cuatro funciones: el organismo se
orienta a la adaptación, el sistema de personalidad tiene que ver con la consecución
de objetivos, el sistema social pretende la integración y el cultural está preparado para
mantener pautas. La diferencia entre las cuatro subunidades también puede captarse
mediante la «jerarquía cibernética» de Parsons. El autor toma de la teoría cibernética
la idea de que un sistema de acción, al igual que cualquier otro tipo de sistema,
circula e intercambia información y energía. Las unidades que tienen más información
tienden a controlar a las que tienen más energía, mientras que las segundas suelen
condicionar a las primeras. El subsistema que mantiene las pautas tiende a controlar
a los otros subsistemas. Asimismo, el que está preparado para la adaptación
condiciona a los otros.42
La teoría de la acción de Parsons es general. En cada subsistema pueden hacerse
distinciones similares. En consecuencia, este esquema es como un conjunto de
muñecas rusas en el que cada una de ellas acoge una versión pequeña de sí misma
que tiene una estructura idéntica. Por ejemplo, el sistema social se puede dividir en
41 En relación a los requisitos funcionales, véase, por ejemplo, ibíd. (pp. 26-35).
42 Ibíd. (1966, capítulo 2).
42
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
43 Ibíd. (1960).
44 Véase, por ejemplo, ibíd. (1966; 1977).
43
PATRICK BAERT
ROBERT MERTON
45 Para un argumento similar, véase Homans (1961, pp. 10 y ss.) y Rocher (1974, pp. 164-5).
46 Para un argumento similar, véase Cohen (1968, capítulos 2, 3 y 7).
44
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
47 Merton (1968).
48 Véase ibíd. (pp. 39-72).
49 Ibíd. (p. 39).
50 Ibíd. (pp. 40-1).
51 Ibíd. (pp. 79-91).
45
PATRICK BAERT
46
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
perniciosos efectos psicológicos para los soldados y sus familias, así como para
cualquiera al que le importe la paz y la humanidad. En el nivel económico, el esfuerzo
bélico beneficia a los sectores que están directa o indirectamente implicados en la
producción de armamento. Sin embargo, la guerra también lleva inevitablemente al
abandono de otros sectores económicos; a veces produce las sanciones económicas de
otros países y casi siempre va acompañada de una reducción del comercio y de un
declive del nivel de vida. En el ámbito político-estratégico, ir a la guerra puede apartar
la atención de los problemas internos, aumentar la popularidad de los dirigentes y,
por tanto, ser crucial para su reelección. Sin embargo, los errores estratégicos también
pueden tener el efecto contrario.
En tercer lugar, Merton señaló que era habitual criticar al funcionalismo por su
sesgo conservador. Reconocía que los primeros funcionalistas habían tendido a hacer
interpretaciones que legitimaban el orden existente, aunque negaba que esta
tendencia fuera inherente al funcionalismo. Los primeros funcionalistas habían
llegado a esas conclusiones conservadoras precisamente porque su análisis se había
reducido a la identificación de efectos positivos para el conjunto de la sociedad.
Cuando los funcionalistas incorporen las disfunciones y determinen las diversas
unidades y niveles de análisis, podrán establecer el «equilibrio estricto de un agregado
de consecuencias» para cada elemento. Al buscar qué alternativas son posibles en una
determinada estructura social, el funcionalismo puede ayudarnos a mejorar la
sociedad.55
En cuarto lugar, algunas explicaciones funcionalistas confundían los estados
subjetivos del individuo con las consecuencias objetivas. Merton hizo hincapié en que
la función de una práctica es un efecto observable y que, por tanto, hay que
distinguirla de la motivación que subyace en dicha práctica. Es evidente que algunas
prácticas tienen funciones que son las que pretenden y reconocen los individuos
afectados. Merton las denominó «funciones manifiestas». Sin embargo, hay otras que
no son ni intencionadas ni reconocidas por los individuos que las realizan, y Merton
las llamó «funciones latentes». Pensemos en el ejemplo de la asistencia a la iglesia
entre los cristianos. Una de sus funciones manifiestas es conmemorar a Jesús y estar
más cerca de Dios. Una de las latentes es reforzar la integración social. El análisis
funcional puede ser liberador porque hace manifiestas las (dis)funciones latentes.56
Un ejemplo de la teoría funcionalista del nivel medio de Merton puede
encontrarse en artículos fundamentales como «Social structure and anomie» y en
«Continuities in the theory of social structure and anomie».57 En esta teoría subyace la
distinción entre cultura y estructura social: mientras que la primera da a las personas
directrices normativas, la segunda hace referencia al conjunto de relaciones sociales
organizadas. La cultura informa a las personas de lo que es deseable y a qué hay que
aspirar, mientras que el simple hecho de que los seres humanos operen dentro de una
estructura social conlleva diversas oportunidades y condicionantes.
Dicho con más precisión, Merton distinguía entre los valores últimos que son
esenciales para una determinada cultura y el hecho de que se disponga de medios
legítimos para lograr objetivos. La anomia se define como un estado de discrepancia
entre los valores últimos y los medios legítimos. Por ejemplo, aunque el éxito material
y profesional es muy apreciado en la sociedad occidental, pocas personas disfrutan de
las oportunidades de tipo estructural que se necesitan para alcanzar ese objetivo.
Merton señaló que los seres humanos se ven impulsados a reducir la discrepancia y
47
PATRICK BAERT
48
LA METÁFORA BIOLÓGICA. FUNCIONALISMO Y NEOFUNCIONALISMO
afirmaciones en «Social structure and anomie», por ejemplo, recurren a una lógica
causal y no funcionalista. Por supuesto, no resulta sorprendente que, en la práctica,
Merton se apartara de su propio marco funcionalista. Su capacidad explicativa es tan
débil que tiene que recurrir a otras formas de aclaración para poder decir algo
significativo.
En tercer lugar, hay ciertas imprecisiones en el esquema teórico de Merton. Estas
resultan especialmente problemáticas si se tiene en cuenta que el valor de dicho
esquema tendría que residir en sus cualidades descriptivas o heurísticas y que, por
tanto, la precisión analítica sería crucial. Uno de los ejemplos de su falta de precisión
tiene que ver con la definición que da de funciones manifiestas y latentes, en la que
confunde el saber que algo va a pasar con intentar que ocurra. Ni una ni otra función
se ocupan de situaciones en las que los individuos producen determinados efectos
funcionales de forma consciente pero no intencionada.58
El funcionalismo, que había sido un prometedor proyecto de unificación de las
muchas ramas de las ciencias sociales, comenzó a ser duramente criticado a partir de
finales de los sesenta. Al menos una parte de este aumento de las voces disidentes
puede achacarse al cambiante contexto político de la época. En este período de
radicalización política, a los estudiantes y académicos cada vez les satisfacía menos el
supuesto sesgo ideológico del funcionalismo. No deja de ser irónico que mientras
muchos consideraban conservador, cuando no reaccionario, el énfasis funcionalista
en el equilibrio y la estabilidad, bastantes de las alternativas «radicales» que estaban
de moda en el momento utilizaran formas de razonamiento funcionalistas.59 No
obstante, el funcionalismo, como escuela, se equiparó con la justificación del orden
existente y, en consecuencia, se tuvo que abandonar. Además, muchos críticos
señalaron que, al centrarse en la «estática social», el funcionalismo es intrínsecamente
ahistórico. La investigación funcionalista se asoció con análisis de tipo sincrónico en
los que una instantánea de la sociedad parecía suficiente para captar los mecanismos
de estabilidad. Frente a este sesgo ahistórico, se señalaba que era preciso un análisis
diacrónico, incluso para explicar el orden social.60 Además, a los sociólogos ya no les
complacía lo que veían como un abandono funcionalista de la acción, es decir, de la
capacidad de las personas para intervenir en el curso de los acontecimientos. En el
razonamiento funcionalista, se pensaba erróneamente que la conducta humana no era
más que una consecuencia de los imperativos del sistema. En relación con este punto,
se decía que el funcionalismo se equivocaba al subestimar la capacidad de informarse
que tienen las personas: el hecho de que sepan bastante sobre la vida social y que, en
realidad, empleen ese conocimiento en sus interacciones cotidianas.61
Estas críticas solían estar justificadas, pero, sin darse cuenta, hacían hincapié en
una definición estereotipada de los presupuestos funcionalistas. En primer lugar, sus
consecuencias políticas no están tan claras como algunas críticas han señalado. Es
cierto que el razonamiento funcionalista puede utilizarse para legitimar las pautas
sociales del momento. Los funcionalistas lo hicieron así en el pasado. Sin embargo, de
esto no se infiere que el funcionalismo justifique automáticamente el statu quo. Los
escritos de Merton demuestran que se pueden emplear conceptos funcionalistas sin
incurrir en un sesgo conservador. En segundo lugar, aunque es cierto que las
primeras manifestaciones del funcionalismo tendían a centrarse únicamente en el
presente, esto solía deberse a consideraciones metodológicas (como la ausencia de
49
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DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA”.
En: La teoría social en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2001, capítulo 3, pp. 85-114.
En los capítulos anteriores he analizado dos tradiciones teóricas que suelen centrarse
en cuestiones macrosociológicas, ocupándose de las entidades sociales que están por
encima de las rutinas y contingencias de la vida diaria. En cierto sentido, este punto
de vista dominó el escenario sociológico en los años cincuenta y es probable que
contribuyera a que los sociólogos desarrollaran una frágil, pero creciente, sensación
de seguridad en sí mismos. Mientras se pensaba que la psicología social no era más
que el estudio empírico de las interacciones entre individuos, a la sociología se le
concedía la tarea esencial de revelar funciones latentes o estructuras sociales ocultas
que se prolongan durante largos períodos de tiempo. A principios del siglo XIX,
Auguste Comte, que nunca perdía la oportunidad de expresar sus aires de grandeza,
bautizó a su propia hija, la física social o sociología, nada menos que como la reina de
las ciencias. Durante el apogeo del estructuralismo y del funcionalismo, y cuando ya
estas corrientes habían perdido parte de su preponderancia, la sociología seguía
pensando que era la directora de las ciencias sociales. Sin embargo, pronto habría de
perder también ese título.
La pretensión de supremacía desapareció cuando los sociólogos se vieron
obligados a reconocer la importancia que tenían para su disciplina ciertos estudios
que, tradicionalmente, sólo se habían considerado importantes para la psicología
social. En este sentido, hay tres escuelas significativas, todas ellas claramente
estadounidenses, pero muy diferentes entre sí. La primera, que se suele denominar
del «interaccionismo simbólico», se remonta al pragmatismo filosófico y, especialmente,
a la obra del filósofo estadounidense G. H. Mead (1863-1931); otras influencias son las
de Georg Simmel (1858-1918) y G. H. F. Hegel (1770-1831). La segunda escuela,
llamada del «enfoque dramatúrgico», se centra en los escritos de Erving Goffman
(1922-1982), en cuyo pensamiento tuvieron un impacto considerable Mead, Simmel y
Durkheim. La tercera escuela, que encabezó Harold Garfinkel (1926), responde al
desafortunado nombre de «etnometodología» y sus raíces filosóficas se encuentran,
entre otras fuentes, en la fenomenología de Alfred Schutz y en el Wittgenstein tardío.
Aunque la macrosociología perdiera su monopolio en los años sesenta, esto no
ocurrió de repente. La expansión del interaccionismo simbólico, del enfoque
dramatúrgico y de la etnometodología entre la comunidad sociológica suscitó
reacciones encontradas y extremas. Para algunos, los nuevos credos eran alternativas
innovadoras que ponían en cuestión los «dogmas» hipotético-deductivos y estructural-
funcionalistas vigentes. Sin embargo, para otros eran triviales, señalaban obviedades
o eran vino nuevo en barriles viejos. Hubo críticos más extremos que se enfrentaron a
lo que interpretaban como un sesgo subjetivista e individualista que, desde un punto
de vista sociológico, no era más que herejía. En su momento, no hubo un ganador
claro en esta batalla, pero las actitudes han cambiado desde entonces. Algunos de los
conceptos y métodos que introdujeron estos nuevos enfoques se han ido incorporando
y ahora se consideran alternativas respetables que, a su vez, producen interesantes
desarrollos. Esta aceptación gradual queda patente en la utilización de estas
innovaciones en los últimos intentos que se han hecho por elaborar una teoría social
global. La teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas utiliza conceptos del
PATRICK BAERT
EL INTERACCIONISMO SIMBÓLICO
Como se ha señalado anteriormente, los interaccionistas simbólicos partían de la obra
de Mead. Aunque hay quien podría decir que hacen una lectura muy peculiar de este
autor, exponer la psicología social de Mead es un buen punto de partida para
entender en su totalidad el alcance del interaccionismo simbólico. Mead fue
contemporáneo de Durkheim y Weber, pero hasta 1937 Herbert Blumer no dio nombre
a esta corriente y el movimiento no cobró impulso hasta los años sesenta.
Mead estudió en el Oberlin College de Harvard, en Leipzig y en Berlín, y durante
casi toda su vida dio clase junto a John Dewey en el departamento de filosofía de la
Universidad de Chicago, que acababa de inaugurarse. Mead y Dewey se hicieron muy
amigos y establecieron un permanente intercambio de ideas, lo cual explica hasta
cierto punto las similitudes de sus respectivas filosofías. Sin embargo, la influencia de
Dewey fue más acusada en la filosofía y la educación, mientras que la obra de Mead
iba a ser especialmente recordada por sus aportaciones a cuestiones clave de la
psicología social y de la sociología. Dewey fue muy prolífico y desde joven se le
consideró la estrella en alza de la filosofía estadounidense. Mead, por el contrario,
aunque era un profesor sugerente, sufrió un claro bloqueo a la hora de escribir.
Nunca terminó un libro o una monografía, y hasta los cuarenta años no publicó un
artículo totalmente desarrollado. Sólo alcanzó renombre después de morir, tras la
publicación de ciertos libros basados en sus clases. Entre estos «apuntes de
estudiante», Espíritu, persona y sociedad: desde el punto de vista del conductismo
social ha sido especialmente importante para nuestro entendimiento de la relación
entre el lenguaje, la interacción social y la reflexividad.1 No deja de tener interés para
los sociólogos, aunque no sea tan conocido, el enigmático y profuso The Philosophy of
the Act, que vincula ideas de la teoría evolutiva con el propio «conductismo social» de
Mead.2 Para aquellos que estén interesados en el problema filosófico del tiempo, The
Philosophy of the Present, obra aún más oscura que la anterior, constituye un intento
bastante confuso de integrar la biología evolutiva, la filosofía de Bergson y la teoría de
la relatividad con la psicología social del autor.3 Para terminar, está el impreciso
Movements of Thought in the Nineteenth Century, que, entre otras cosas, pretende
demostrar la creciente importancia que tiene el tiempo en la ciencia y la filosofía.4 De
estos cuatro volúmenes, sin duda el más accesible es Espíritu, persona y sociedad,
aunque no está exento de las inevitables ambigüedades que cabe esperar de un libro
que no ha sido escrito directamente por su autor.
Las ideas de Mead, tal como se expresaban en Espíritu, persona y sociedad,
aunque en parte procedían de la filosofía alemana del siglo XIX, se adelantaban
bastante a su tiempo. Por ejemplo, al profundizar en la naturaleza social del sujeto y
del significado, se anticipó a algunas de las principales ideas de las Investigaciones
filosóficas de Wittgenstein. Mucho antes de que las ciencias sociales se plantearan
hasta qué punto era adecuada la epistemología positivista, Mead expresó sus dudas
acerca de la validez del conductismo de J B. Watson para la psicología social y
1 Mead (1934).
2 Ibíd. (1938).
3 Ibíd. (1959).
4 Ibíd. (1936).
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
5 Tomemos, por ejemplo, el artículo de Mead «A behaviorist account of the significant symbol», que
puede encontrarse en sus Selected Writings (1964, pp. 240-7).
6 Harré y Secord (1972).
7 Mead (1934, pp. 136 y ss.).
8 Ibíd. (1934, pp. 1, 48-51, 140, 222 y ss.; 1964, pp. 105-13, 243).
9 Véase Baert (1992, pp. 56-7).
10 Mead (1934, pp. 61 y ss., 81 y ss.).
59
PATRICK BAERT
utilizó de forma explícita pero que sí se desprenden claramente de sus escritos sobre
el sujeto. El término «autocontrol», tal como se suele utilizar ahora, se refiere a la
capacidad que tienen los individuos para dirigir sus propias acciones a partir de la
autorreflexión; la autorrevisión es la forma de autorreflexión que se orienta hacia el
autocontrol.11 Si retomamos de nuevo el ejemplo de la escritura, la autorrevisión
conlleva que uno reflexiona sobre el significado de las posibles formas de expresarse y
que después elija una de las posibles alternativas. En consecuencia, el panorama que
se presenta es realmente diferente del conductismo de Watson, que era la perspectiva
dominante en la psicología estadounidense a principios del siglo XX. El punto de vista
de Watson era poco sutil, incluso tosco para los propios niveles conductistas: las
acciones humanas había que considerarlas análogas al comportamiento animal y
explicarlas y predecirlas mediante un mecanismo de estímulo-respuesta. Watson
prescindía de conceptos no directamente observables, como la mente o el sujeto. La
psicología social de Mead se orienta bastante contra esta exagerada forma de
determinismo externo. Las personas son diferentes de los animales porque tienen
sujeto. El hecho de que éste no pueda observarse directamente no justifica su
prohibición en el análisis científico. El sujeto y la reflexividad van de la mano, y este
segundo elemento implica que las acciones de las personas no pueden explicarse, no
digamos predecirse, a través de un simple mecanismo de estímulo-respuesta.
No es inusual que haya autores que se hagan famosos por algunas de sus ideas
menos penetrantes o desarrolladas y Mead no es una excepción a esta desafortunada
tendencia. Su distinción entre «yo» y «mí» ocupa un papel esencial en la literatura
secundaria, aunque no está muy bien definida a lo largo de Espíritu, persona y
sociedad.12 Esta diferenciación recuerda a la que estableció Henri Bergson entre el
sujeto dinámico y el estático, y no es improbable que en este contexto Mead se viera
influido por el filósofo francés, ya que, como se puede inferir de algunos de sus
artículos y notas de clase, conocía bien la obra de Bergson.13 En una lectura, el «mí»
alude a los componentes sociales y conservadores del sujeto, y el «yo» se refiere a sus
aspectos peculiares e innovadores. Si el «mí» dicta los límites del juego mediante reglas
que indican qué movimientos están permitidos y cuáles no lo están, el «yo» tendrá que
ver con el carácter impredecible de cualquier movimiento. Sin embargo, en otra
lectura la diferencia entre «yo» y «mí» estriba en que el segundo elemento es, por
definición, un objeto del primero. El «yo» nunca puede observarse. Siempre que se
intenta captar u observar se desvanece, porque lo que uno observa no puede ser más
que el «mí». Cuando el «yo» actúa, se transforma instantáneamente en «mí» y, en
consecuencia, es inevitable que se pierda en el pasado. Es posible recordarlo pero sólo
como «mí».
Hasta ahora, la dimensión interaccionista del sujeto se ha analizado a partir de la
capacidad que tiene cada persona de adoptar la actitud de los demás cono individuos.
Sin embargo, una de las afirmaciones principales de Mead en Espíritu, persona y
sociedad es que los seres humanos, al observarse a sí mismos desde la perspectiva de
otros individuos, suelen adoptar la actitud del «otro generalizado»,14 que tiene que ver
con un todo colectivo que va más allá de los rasgos peculiares de sus miembros
individuales. Al escribir, me veo a mí mismo desde la perspectiva de un lector
imaginario que representa a la amplia comunidad de lectores de mi idioma. Al adoptar
la actitud del otro generalizado, se tienen en cuenta reglas y convenciones que
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
61
PATRICK BAERT
15 Blumer fue el primero en utilizar el término en un artículo publicado en Man and Society en 1937.
16 Blumer (1969, pp. 62-4).
17 Ibíd. (pp. 65-8).
18 Ibíd. (pp. 68-70).
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
son lo mismo para un cazador que para un defensor de los derechos de los animales.
Tampoco son lo mismo para un gastrónomo entendido que los elige como plato
principal, para un aficionado a los pájaros o para un ornitólogo académico. A su vez,
esta tendencia a actuar de determinada manera la constituyen, mantienen y
modifican las formas que los demás tienen de referirse a ese objeto o de actuar en
relación a él. Dentro del hogar, por ejemplo, es evidente que las numerosas
expectativas del esposo o de los hijos refuerzan un determinado significado de lo es ser
mujer.
En cuarto lugar, Blumer utilizó la expresión «acción conjunta» para referirse a
una «organización social de la conducta que afecta a los diferentes actos de varios
participantes».19 Ejemplos de acción conjunta son un matrimonio, una conferencia, un
partido de tenis o un servicio religioso. Al igual que ocurre con el concepto
durkheimiano de hecho social, que no debe considerarse un simple resultado de
fenómenos psicológicos, la «acción conjunta» de Blumer, aunque está formada por sus
actos constitutivos, es diferente de cada uno de ellos y del agregado de los mismos.
Sin embargo, en otros aspectos, el interaccionismo simbólico de Blumer se aparta
sustancialmente de lo que planteaba Durkheim en Las reglas del método sociológico o,
al menos, contrasta con ciertas ideas que tradicionalmente se han atribuido a este
autor. La concepción externa del hecho social en Durkheim presentaba un panorama
de hechos sociales repetitivos y preestablecidos independientes de todo proceso
interpretativo. Blumer, por el contrario, subrayó que las acciones conjuntas,
cualquiera que sea su grado de estabilidad, se forman con las partes que las
componen y, por tanto, dependen de la atribución de significado. De manera que,
incluso en los casos más repetitivos, «cada ejemplo de tal acción conjunta ha de
formarse de nuevo. Los participantes siguen teniendo que desarrollar sus líneas de
acción y adaptarlas a las de los demás mediante un doble proceso de designación e
interpretación».20 A pesar de esto, Blumer se acercaba a Durkheim en lo relativo al
carácter externo de los hechos sociales, cuando señala que las personas, aunque
atribuyen significados, se basa en marcos interpretativos previos. Esta idea
durkheimiana le permitió a Blumer aludir a la dimensión histórica de las acciones
conjuntas. Cada forma de acción conjunta, ya sea vieja o nueva, procede de otras
anteriores. Al igual que ocurría en Mead, en el retrato que hace Blumer del mundo
social no hay tabla rasa posible.
Los sociólogos y teóricos sociales han seguido criticando el conductismo social de
Mead y el interaccionismo simbólico de Blumer. En su escepticismo subyace con
frecuencia el hecho de que presupongan que toda contribución teórica al estudio de la
sociedad debe tener en cuenta dos ideas cruciales. La primera es que la visión
durkheimiana de la sociología ha de centrarse en cómo la estructura social condiciona
la conducta humana. La segunda está relacionada con la perspectiva weberiana de
que los sociólogos han de ser sensibles a los efectos no deseados de las acciones
intencionadas. Con frecuencia, se ha criticado a Mead y Blumer por no tener en
cuenta ni la estructura social ni las consecuencias no deseadas y porque, como
resultado de esta carencia, aunque su obra haya podido ser fructífera como
contribución a la psicología social, hasta ahora ha fracasado como teoría social. Para
mí, estas críticas están en parte justificadas, y voy a explicar por qué.
Para comenzar, permítaseme abordar el concepto durkheimiano y valorar a partir
de él la obra de Mead y Blumer. En el caso de este último no hay ambigüedad, ya que
63
PATRICK BAERT
evitó a propósito toda referencia a la estructura. Sin embargo, en el caso de Mead, las
cosas son más complicadas. En contra de lo que suele decirse, creo que los escritos de
Mead no desatienden necesariamente la estructura social; simplemente, depende de
cómo se desee definir la estructura. Si se opta por seguir las últimas tendencias de la
teoría social y pensar que las estructuras son reglas y recursos,21 el concepto de
sujeto de Mead y su idea concomitante de otro generalizado sí implica un concepto de
estructura. Después de todo, asumir los argumentos de los demás supone una
implícita interiorización de las reglas compartidas por la comunidad. No obstante,
aunque los escritos de Mead reconozcan la existencia de la estructura, su
comprensión de misma es unilateral, cuando no pobre. En la obra de Mead, el otro
generalizado figura principalmente como un medio que, en vez de impedir la acción,
deja un margen para ella y que, además, tiene un carácter capacitador, más que
condicionante. Hay que recordar que, desde la perspectiva de Mead, el «yo» creativo del
sujeto se constituye precisamente por los componentes del «mí». No hay rastro de la
idea durkheimiana de que las estructuras, como condiciones no reconocidas,
constriñen y determinan las acciones humanas.22 Desde un punto de vista
durkheimiano, las estructuras lingüísticas o mentales pueden limitar la capacidad de
las personas para imaginar posibles formas de vida u opciones vitales. Además,
aunque ciertas opciones se vean como posibles en teoría, el otro generalizado que se
internaliza está condicionando porque vincula algunas opciones imaginarias con
determinados efectos (véase el capítulo 1).
También se ha criticado a Mead y Blumer por no atender al concepto de
consecuencia no deseada. Aquí, de nuevo, las críticas tienen parte de razón. Ambos
autores mencionaron ocasionalmente que los individuos se enfrentan de forma regular
con acontecimientos nuevos e imprevistos, que hacen que surja la reflexividad.23
Además, en sus escritos sobre la filosofía pragmática, Mead también aludió al
fenómeno de la prueba y el error en las actividades científicas, por el cual los
científicos aprenden de sus equivocaciones.24 No obstante, no se puede encontrar en
las obras de Mead o Blumer ningún intento de tratar de forma sistemática alguno de
estos acontecimientos o «errores» imprevistos como efectos de acciones anteriores no
deseados o no anticipados. De nuevo, para la sociología, aunque no para la psicología
social, ésta es una seria laguna.
En las obras de Mead y Blumer existen otras ambigüedades que reducen su
utilidad sociológica. Tomemos por ejemplo el concepto de reflexividad, que es uno de
los principales del interaccionismo simbólico. Como mínimo, ambos autores lo
utilizaron de dos formas diferentes. Una de ellas es la que podría denominarse
«reflexividad de primer orden», que se define por un conocimiento tácito y una
regulación autorreflexiva. Aquí, las personas reflexionan sobre sus acciones, ya sean
imaginarias o reales. Al hablar, por ejemplo, reflexiono sobre formas imaginarias de
expresarme. Esta reflexividad de primer orden destaca evidentemente en Espíritu,
persona y sociedad y en Interaccionismo simbólico, pero, a veces, tanto Mead corno
Blumer parecían sugerir una clase de reflexividad muy diferente, aludiendo a la
capacidad que tienen las personas de reflexionar no sólo sobre sus propias acciones,
sino sobre las condiciones estructurales subyacentes en ellas. Esta «reflexividad de
segundo orden» se relaciona con el conocimiento explícito y discursivo.25 En las obras
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
de Mead y Blumer ambos tipos de reflexividad se funden en uno. Sin embargo, para la
sociología, la distinción es indispensable. La reflexividad de primer orden resulta
crucial para nuestras interacciones cotidianas, ya que éstas se hallan inmersas en
prácticas rutinarias y entrelazadas con una reproducción involuntaria de las
estructuras.26 La reflexividad de segundo orden caracteriza la «alta modernidad», y
cuando la desarrolla más de un solo individuo y forma parte de un debate público y
colectivo se convierte en una posible fuente de mantenimiento o cambio deliberado.27
¿Cómo puede compararse Blumer a Mead desde un punto de vista sociológico? En
primer lugar, resulta irónico que, aunque Blumer intentara demostrar la importancia
sociológica de Mead, no incorporara las ideas cruciales que sobre la materia desarrolló
éste en sus últimos tiempos. Mead reconoció el papel esencial que tenía el otro
generalizado en la reflexividad. Las personas pueden prever los efectos de conductas
alternativas a través del significado compartido. El otro generalizado no está presente
en la descripción de Blumer y esto es una gran debilidad. En segundo lugar, el trabajo
de Mead, en comparación con el de Blumer, se equivoca al presentar una visión
demasiado consensuada de la sociedad, lo cual puede ser una reminiscencia de órdenes
más tradicionales, pero con toda seguridad no es adecuado para captar la realidad de
sociedades más avanzadas. Blumer evitó dar esta visión, y con razón. Puede que sea
necesario algún significado compartido para que las sociedades funcionen sin
tensiones, pero la sociedad actual se caracteriza por la coexistencia de diferentes formas
culturales. En realidad, no hay un único conjunto implícito de normas y
procedimientos. En tercer lugar, la fuerza de Blumer, si se compara con la propuesta
puramente filosófica de Mead, reside en la forma que tiene de vincular su teoría a
problemas relativos a la metodología de la investigación, tal como puede inferirse de sus
críticas a las encuestas y de sus escritos sobre el papel de la investigación cualitativa en
un marco de referencia interaccionista simbólico. Fiel a los rasgos dinámicos de la
teoría del sujeto y de la sociedad de Mead, Blumer también subrayó el carácter
dinámico de la vida social —la continua readaptación a un medio en cambio
constante—, característica que ciertos métodos actuales no han captado.
o el que Giddens denomina «reflexividad institucional». Véase Maturana (1980) y Giddens (1989,
especialmente las pp. 36-44; 1992).
26 Este asunto se aborda en el capítulo 5. Véase también Giddens (1984).
27 Véase también Baert (1992).
28 Goffman (1969).
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PATRICK BAERT
29 Ibíd. (1981).
30 Véase también Manning (1992).
31 Simmel (1950, pp. 307-78).
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
Mead reconoció que las personas comparten significados y que por lo tanto pueden
prever las consecuencias de acciones alternativas. El retrato que hace Goffman de la
vida social presupone este mismo marco. La existencia de lo que Mead denominó «otro
generalizado» es una condición indispensable para que el sujeto se enmascare y
presente. Sin un significado compartido, los sutiles mecanismos de ocultación y
revelación se vendrían abajo.
A Goffman le interesaban los «encuentros», es decir, las interacciones cara a cara
en las que las personas están siempre físicamente presentes. En los encuentros puede
haber interacciones «no focalizadas» o «focalizadas», que se distinguen principalmente
porque en la primera los participantes muestran una especie de falta de consciencia
mutua, mientras que en la segunda ésta sí existe.32 Según una idea que recuerda a la
explicación que daba Mead del sujeto y de la asunción de roles, Goffman indicó que,
en la interacción, los seres humanos están continuamente pendientes de sus
acciones, a la vez que adoptan puntos de vista ajenos. Una breve exposición de La
presentación de la persona en la vida cotidiana demostrará cómo funciona su análisis
de los encuentros. Goffman los analizaba mediante metáforas y analogías teatrales; de
ahí que su trabajo se denomine «dramatúrgico». Evidentemente, no era el único que
hacía esto. Ya se sabe que Shakespeare representaba la vida social a través de la
interpretación de roles. El concepto de homo sociologicus de Ralph Dahrendorf utiliza
fuentes similares. Sin embargo, las analogías con la actuación y la escena han solido
presentar una imagen de la vida social un tanto predeterminada. Sin duda, éste no es
el caso del enfoque dramatúrgico de Goffman, para quien es justo señalar que las
personas no sólo siguen un guión y, cuando lo hacen, también son sus autoras. En
consecuencia, Goffman definió las «actuaciones», su principal tema de investigación,
como toda actividad individual que sirve para influir en la «audiencia» que participa de
ese encuentro.33 Según Goffman, estas actuaciones están gobernadas por unas reglas,
en el sentido de que tienen que ver con códigos prácticos tácitos relativos al
comportamiento apropiado.
El «frente es el aspecto de la actuación que, «de forma general y fija», ayuda a la
audiencia a definir la situación.34 El frente tiene dos aspectos importantes: el
escenario y el frente personal. El primero, «las partes escénicas del equipamiento
expresivo», tiene que ver con los elementos contextuales que aporta el lugar y con los
«accesorios» para que se produzca la acción; por ejemplo, el decorado. El escenario
suele ir unido a un lugar determinado, pero el «frente personal» tiene que ver con los
elementos que están íntimamente vinculados al que actúa y que, por tanto, es
probable que le acompañen de un sitio a otro; por ejemplo, el lenguaje corporal o las
pautas de discurso. El frente personal puede dividirse en «aspecto» y «actitud». El
aspecto se refiere principalmente a la posición social del que actúa, pero también
indica su «estado ritual temporal»; por ejemplo, si está trabajando o en su tiempo libre,
o lo ocupado que se encuentra. La actitud indica qué papel pretende representar el
actor en la interacción que se avecina; por ejemplo, una actitud distante puede indicar
un compromiso reducido por parte del actor. Lo normal es que las personas esperen
que exista cierta coherencia entre escenario, aspecto y actitud, pero a veces no es así,
lo cual puede conducir a situaciones bastante cómicas, en las que, por ejemplo,
alguien adopta una actitud que no concuerda con su posición social. Los frentes
sociales se caracterizan por ser abstractos, generales y por poder aplicarse a diferentes
situaciones. En este contexto, Goffman da el ejemplo de las batas blancas que suelen
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
LA ETNOMETODOLOGIA
El término «etnometodología» fue acuñado por Harold Garfinkel, quien fundó una
nueva escuela sociológica con esta bandera. Aunque algunos etnometodólogos
recientes se apartan ligeramente de la línea inicial marcada por este autor, su obra
sigue asociándose bastante con dicha escuela. Garfinkel hizo su doctorado en Harvard
bajo la supervisión de Talcott Parsons y ya en su tesis desarrolló ideas- que habían de
destacar en el resto de su obra.43 Posteriormente, se incorporó al departamento de
sociología de la UCLA (Universidad de California, Los Ángeles), donde animó a muchos
licenciados y desarrolló un próspero centro de investigación. La publicación de sus
Studies in Ethnometodology en 1967 despertó un interés mundial por la recién
fundada escuela.44 Otros académicos iban a adoptar el mismo credo: entre los
etnometodólogos más conocidos están Deirdre Boden, John Heritage, Michael Lynch,
Harvey Sacks y Don Zimmerman.
El interaccionismo simbólico y la etnometodología tienen mucho en común.
Ambas corrientes analizan las pautas de interacción cotidiana más que las grandes
estructuras; descuidan los largos períodos históricos; subrayan hasta qué punto el
orden social es un logro negociado y hábil de los individuos afectados; se oponen
vehementemente a la idea durkheimiana de que los hechos sociales tienen que
tratarse como si fueran parecidos a los objetos físicos y dirigen su atención a aquellas
prácticas de las personas afectadas que crean sentido; es decir, se ocupan de cómo se
atribuye sentido al mundo social.
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
instrumental hacia los valores y normas que han interiorizado. Este proceso de
interiorización explica las disposiciones relativas a la necesidad que hacen que las
personas actúen (véase el capítulo 2). Garfinkel se enfrentó exactamente al mismo
problema: ¿cómo se produce el orden social? Sin embargo, la respuesta de Parsons le
parecía insatisfactoria y, por su parte, prest9 atención a los procedimientos
compartidos, fruto del sentido común, con los que las personas interpretan
constantemente lo que les rodea. Después de todo, la «etnometodología» alude
literalmente a los métodos o procedimientos con los que los miembros comunes de la
sociedad dan sentido a su vida cotidiana o actúan en ella.49 Desde esta perspectiva, se
hizo posible ver que el orden social depende de los continuos actos interpretativos de
los individuos implicados.
Hay un aspecto en el que Garfinkel difiere evidentemente de Parsons. Frente a
gran parte de la sociología de su tiempo, empírica y bastante fragmentada, Parsons
tenía un incurable interés por las grandes teorías y sólo ocasionalmente llevó a cabo
investigación empírica. Su principal objetivo era desarrollar un amplísimo marco
teórico que abarcara a multitud de disciplinas de las ciencias sociales. Por el
contrario, Garfinkel sólo se ocupó de unas pocas cuestiones y él y su grupo llevaron a
cabo numerosas investigaciones empíricas para darles respuesta. Garfinkel y otros
etnometodólogos reconocían que esta inclinación empírica era crucial para su trabajo.
Ejemplos de las investigaciones de Garfinkel son los conocidos experimentos sobre el
incumplimiento de las normas, su obra acerca del «logro del género» y su análisis del
«método de interpretación documental».50
Además de en Parsons, Garfinkel encontró gran parte de su inspiración teórica en
la obra del banquero filósofo Alfred Schutz (1899-1959). Este autor se opuso a la
tendencia que tenían los neopositivistas a postular la existencia de una unidad de
método entre las ciencias sociales y las naturales, señalando que las primeras se
ocupan de un mundo ya «interpretado previamente» que requiere una metodología
interpretativa.51 Schutz quiso unir la fenomenología de Edmund Husserl con las
preocupaciones sociológicas, intentando captar de qué manera los individuos
entienden y dan sentido al mundo social que les rodea. Siguió la fenomenología de
Husserl en cuanto a que concedía importancia a la «actitud natural» y al conocimiento
basado en el sentido común que le acompaña. Hay ciertos rasgos característicos de las
prácticas que utilizan las personas para dar sentido a sus actividades cotidianas que
resaltan al yuxtaponerse a la forma científica de darle sentido al mundo.52 Por
ejemplo, frente a la racionalidad científica en la que la propia biografía se reduce al
mínimo, la racionalidad del sentido común se percibe desde una perspectiva
individual especial, vinculada a un tiempo y espacio concretos. Mientras que la
racionalidad científica siempre duda del carácter fáctico del mundo social, la del
sentido común descansa principalmente en la epojé de la actitud natural, lo cual
supone que hay que dar por sentado el mundo social, a menos que se produzcan
alteraciones o tengan lugar nuevos acontecimientos. La suspensión de la duda está
profundamente enraizada en nuestra vida cotidiana. Mediante unas «reservas de
conocimiento que están a mano», que sobre todo tienen un origen social, las personas
nos acercamos al mundo social desde la «familiaridad y el conocimiento previo». Al
interactuar unos con otros, los seres humanos dan por supuesta «la tesis general de la
49 Garfinkel (1974).
50 Ibíd. (1963; 1967, pp. 76-185).
51 Véase el artículo de Schutz: «Concept and theory formation in the social sciences» (1962, pp. 48-66).
52 Véanse los artículos de Schutz: «Commonsense and scientific interpretations of human action» y «On
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reciprocidad de las perspectivas». Schutz llegó a señalar que los sociólogos, en vez de
quedarse en el nivel de la racionalidad científica e imponérsela al mundo social,
tendrían que intentar registrar la racionalidad práctica del sentido común con la que
los individuos dan sentido a lo que les rodea y lo explican. Esta idea fue retomada por
los etnometodólogos y funcionó como uno de sus instrumentos metodológicos
esenciales. Del mismo modo, la obra de Schutz y su distinción entre diferentes formas
de racionalidad destacó mucho en los experimentos sobre el incumplimiento de las
normas de Garfinkel. Éstos demuestran hasta qué punto la racionalidad científica, al
aplicarse a situaciones cotidianas ordinarias, socava el supuesto implícito de
reciprocidad de las perspectivas y, finalmente, conduce a la desorganización, la
alteración y la anomia.
Para Garfinkel, lo que es crucial en la visión de Schutz es que, a diferencia de lo
que hacen los científicos, las personas que participan en situaciones cotidianas
presuponen que existe una indudable correspondencia entre mundo tal como se les
presenta a ellos y como es.53 Además, cada individuo espera que los demás den por
hecha esta correspondencia que actúen en consecuencia. Las personas, en su vida
diaria, utilizan «reservas de conocimiento que están a manos» o «interpretaciones de
sentido común» mediante las cuales se tipifican ellos mismos y sus acciones. La
tipificación está relacionada con la capacidad del individuo de prever las respuestas
que darán los otros a sus acciones; ésta es una idea realmente de Mead. De manera
similar al concepto de «mundo que se da por supuesto» de este último autor, las
reservas de conocimiento de una persona se consideran «manifiestas» hasta «nuevo
aviso», es decir, hasta que haya alteraciones. En la mayoría de las interacciones
cotidianas también está implícito el presupuesto «etcétera», que se basa en que resulta
razonable esperar que las cosas sean en el futuro como han sido en el pasado.
Garfinkel añadió la importancia de la tesis de la reciprocidad procedente de Schutz,
haciendo referencia tanto al «presupuesto o idealización de la intercambiabilidad de
los puntos de vista» como al «presupuesto o idealización de la coherencia de las
relevancias». El primero tiene que ver con cómo cualquier persona da por hecho que
los demás verían los acontecimientos de la misma forma específica que ella si su aquí
y ahora fuera el mismo que el suyo; también presupone que el resto de las personas
piensa de este mismo modo. El segundo concepto se remite al hecho de que los
individuos presuponen que, a pesar de las diferencias que les separan, todos
seleccionan e interpretan los objetos que les rodean de una forma empíricamente
idéntica. Este concepto también conlleva que las personas presuponen implícitamente
que los demás actúan de acuerdo con el mismo presupuesto.54 Esta idea de
intersubjetividad iba a convertirse en uno de los motores de la etnometodología y se
creía esencial para comprender la reproducción del orden social. Las mutuas
expectativas de las personas son lo que contribuye a la reproducción de la sociedad.
Los etnometodólogos estudian las rutinas de la vida cotidiana y sus etnométodos
se refieren a la forma que tiene el ciudadano común de utilizar en ella una compleja
red de procedimientos interpretativos, supuestos y expectativas que le sirven para dar
sentido a lo que le rodea y actuar en consecuencia.55 Garfinkel introdujo el concepto
de «reflexividad de las explicaciones», con el que quería expresar que las personas dan
sentido constantemente a lo que las rodea y que esta práctica constituye lo que se
describe.56 Los etnométodos se logran mediante conocimientos tácitos y prácticos,
74
EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
más que a través de los de tipo discursivo y teórico. Esto quiere decir que los
ciudadanos de a pie no tienen por qué conocer explícitamente las reglas o
procedimientos. Sólo conocen esas normas en la medida en que saben bien cómo
actuar de acuerdo con ellas, pero esto no es lo mismo que conocerlas de forma teórica,
en el sentido de ser capaz de enunciarlas mediante el discurso. El hecho de que
nuestro conocimiento de las interacciones diarias «se vea pero no se note» queda
patente en el famoso análisis que hizo Garfinkel de Agnes, que nació varón pero en su
adolescencia diseñó a propósito una configuración endocrinológica peculiar y cuando
tenía diecinueve años decidió someterse a una operación de cambio de sexo. Después
de «convertirse» biológicamente en mujer, a Agnes todavía le quedaba un largo camino
por recorrer. Tenía que aprender un complejo conjunto de nuevas normas y
procedimientos sobre cómo se comporta y habla una mujer. Mientras que las chicas
suelen «aprender» esto gradualmente con la práctica, Agnes desarrolló un
conocimiento más discursivo sobre «cómo conducirse» como mujer, de forma parecida
a como lo hace alguien que está aprendiendo un idioma extranjero. El ejemplo de
Agnes constituye un ejemplo fascinante de construcción del género.57
La indexicalidad es crucial aquí. El primero en introducir la expresión «signo
indexical» fue Charles Peirce, y más tarde lo desarrolló Y. Bar-Hillel, haciendo
referencia al hecho de que el significado que tiene un signo procede del contexto en el
que se utiliza. De manera análoga, Garfinkel utilizó la «indexicalidad» y las
«expresiones indexicales» para referirse a en qué medida el significado de los objetos,
prácticas sociales y conceptos depende del contexto en el que surjan.58 De esto se
puede inferir que su idea de indexicalidad tiene un sorprendente parecido con el
concepto de «conveniencia situacional» de Goffman. Realmente, parte del conocimiento
tácito que tienen las personas se expresa en su capacidad para captar el significado de
los objetos o prácticas dentro de un determinado contexto y, además, para sacar como
consecuencia un significado al «crear» o «atribuir» un contexto. Sin embargo, la
creación de significado no es un proceso unívoco. De hecho, en un sentido que
recuerda al concepto de círculo hermenéutico, las personas utilizan el contexto o
situación para atribuir significado a las prácticas, pero éstas también capacitan a las
personas para que creen o mantengan su sentido del contexto. Esta «elaboración
mutua de la acción y del contexto» es capital en el método de interpretación
documental de Garfinkel que voy a analizar a continuación.
Lo que más fama ha dado a Garfinkel han sido sus investigaciones empíricas,
especialmente los experimentos sobre el incumplimiento de normas y el llamado
«método interpretativo documental». Sus experimentos sobre el incumplimiento de
normas fueron concebidos con el fin de explorar las consecuencias que tiene alterar
las rutinas de la vida diaria.59 Por ejemplo, se pidió a los estudiantes que en su casa
se comportaran como si fueran huéspedes, de manera que los padres se encontraron
con que sus hijos seguían reglas y procedimientos que se apartaban completamente
de lo que solían esperar de ellos. Los hijos eran muy formales con sus padres: por
ejemplo, sólo hablaban cuando les hablaban. Los padres, que desconocían el
experimento, reaccionaron de manera airada, con malestar y desconcierto. Garfinkel y
sus colegas sacaron dos conclusiones de estos experimentos. En primer lugar, que las
personas tienen una marcada lealtad emocional hacia las normas y procedimientos
implícitos que utilizan continuamente. En segundo lugar, demostraron de qué manera
los procedimientos interpretativos «constituyen doblemente» las actividades que
75
PATRICK BAERT
organizan: las normas, expectativas y supuestos no sólo contribuyen a que sea visible
la conducta normal en la interacción cotidiana, sino que también ponen de manifiesto
la que se aparta de ésta. Cuando se vulneran las normas, las personas no siempre
adaptan sus procedimientos interpretativos sino que, más bien, tienden a condenar
moralmente al «desviado».60
La misma importancia tiene el concepto de método de interpretación documental
—expresión tomada Karl Mannheim— de Garfinkel y la investigación empírica con él
relacionada.61 El método de interpretación documental de Garfinkel, de forma análoga
al concepto de círculo hermenéutico, hace referencia a un mecanismo recurrente por
el que las personas utilizan procedimientos interpretativos para construir «pruebas
documentales» que, a su vez, se emplean para inferir esos mismos procedimientos
interpretativos.62 Aunque las personas utilizan dichos procedimientos para dar sentido
a la realidad, el propio marco de referencia se mantiene intacto y se reproduce, incluso
en aquellos casos en los que la realidad afectada puede amenazarlo. Por ejemplo, se
pidió a los estudiantes que acudieran a una sesión de orientación y, a pesar de que los
orientadores contestaron a las preguntas de forma aleatoria, los estudiantes dijeron
que se lo habían pasado muy bien y que habían aprendido mucho de sí mismos. Es
evidente que no se dieron cuenta de que éste era un escenario «falso», porque
utilizaron un marco interpretativo que contenía expectativas contextuales referidas a
la situación social que iban a encontrarse. Dicho marco les ayudó a dar sentido a la
circunstancia de forma que sus expectativas se mantuvieran inalterables, a pesar de
que la situación era una amenaza potencial «evidente » para esas mismas expectativas.
Durante mucho tiempo se consideró que Garfinkel y los etnometodólogos eran
irrelevantes para los propósitos de la teoría social. El estudio de las actividades
mundanas se consideraba importante para la psicología social, no para la teoría
social. Hoy día hay muchos teóricos sociales que piensan en la etnometodología de
Garfinkel de forma diferente. Reconocen que su fuerza radica en la capacidad que
tiene para explicar el orden social como una hábil consecución que alcanzan personas
expertas. Cada vez existe más consenso en cuanto a que los detalles de las
interacciones cotidianas pueden ser cruciales para explicar la coordinación y
cohesividad sociales (véase el capítulo 4) y, de hecho, esta defensa tiene bastante
razón. Garfinkel sí ha mostrado que los individuos tienen un considerable compromiso
emocional con sus procedimientos interpretativos y expectativas, y que son reacios a
revisar la validez de ambos cuando se enfrentan a alteraciones. Además, mientras que
la corriente principal de la sociología ha considerado que el conocimiento basado en el
sentido común es un epifenómeno, Garfinkel ha puesto de manifiesto hasta qué punto
es preciso considerarlo un tema de investigación válido.
No obstante, la etnometodología de Garfinkel tiene puntos débiles. En primer
lugar, este autor decía que había respondido más adecuadamente que Parsons a la
antiquísima pregunta sobre cómo se había alcanzado el orden social. Sin embargo, al
igual que ocurre con Goffman, su éxito al responderla depende por completo del
significado que se le dé a «orden social». La fuerza de Garfinkel, como la de Goffman,
radica en su forma de explicar la producción y consolidación del significado
compartido. Sin embargo, el marco de Garfinkel —como el de Goffman— tampoco
puede explicar la relativa falta de disenso respecto a la adjudicación de bienes y poder
escasos. La superioridad de las ideas de Garfinkel respecto a las de Parsons depende
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
63 Kuhn (1970).
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EL ENIGMA DE LA VIDA COTIDIANA. INTERACCIONISMO SIMBÓLICO, ENFOQUE DRAMATÚRGICO Y ETNOMETODOLOGÍA
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PATRICK BAERT.
“LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN
DE GIDDENS”.
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4 Ibíd. (1971b).
5 Ibíd. (1972; l978).
6 Publicado por primera vez en 1976. Para una edición revisada, véase ibíd. (1993).
7 Ibíd. (1977; 1979; 1982).
8 Ibíd. (1981b; 1985).
9 Ibíd. (1984).
10 Ibíd. (1990).
11 Ibíd. (1991; 1992).
12 Ibíd. (1994).
84
LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
INFLUENCIAS
El proyecto de Giddens es ambicioso. Pretende superar ciertas dualidades de la teoría
social; por ejemplo, la existente entre los enfoques que se orientan hacia el actor y los
que tienden a la estructura, o la que enfrenta a las perspectivas subjetivas y objetivas.
Integra una gran variedad de disciplinas muy diversas: el existencialismo de Martin
Heidegger, la hermenéutica de H. G. Gadamer, la fenomenología de Alfred Schutz, la
etnometodología de Harold Garfinkel y el posestructuralismo de Michel Foucault y
Jacques Derrida, por citar sólo unas pocas. Además, su enfoque intenta sustituir lo
que denomina «consenso ortodoxo» que dominó la sociología en el período de
posguerra y que se caracterizaba por seguir la teoría funcionalista y la epistemología
positivista. Sin embargo, independientemente de lo amplias que sean las propuestas
de Giddens, hay que recordar que no surgieron de un vacío intelectual. El conjunto de
su proyecto estaba muy relacionado con otros procesos teóricos y con una
insatisfacción generalizada respecto a ciertas ideas del momento. Por lo tanto, indicaré
en qué medida hay que considerar su obra dentro de un movimiento más amplio que
se produce en las ciencias sociales (para alejarse de un consenso previo) y sólo
posteriormente me centraré en los rasgos peculiares de las aportaciones de este autor.
El proyecto de Giddens sigue una tendencia general que se detecta en las ciencias
sociales y que pretende apartarlas de la epistemología positivista. Por lo tanto, no es
sorprendente que el positivismo suela ser el blanco de la obra de Giddens (véase el
capítulo 8). Sus preocupaciones en este sentido no afectan mucho a cuestiones
generales de la filosofía de la ciencia, aunque el autor es consciente, por ejemplo, de la
crítica que plantea Quine a la supuesta distinción entre enunciados teóricos y
aquellos que son fruto de la observación, así como, entre otras cosas, de los problemas
de la teoría de la verificación del significado. Su interés se centra más en la visión
distorsionada de la conducta humana que tiene lo que él denomina «consenso
ortodoxo» de las ciencias sociales: un determinado programa de investigación, no
necesariamente articulado de forma explícita, que a lo largo del siglo XX se ha hecho
dominante. Aparte de la dimensión funcionalista, de la que nos ocuparemos en su
momento, el consenso ortodoxo corteja a la doctrina naturalista, que postula una
unidad metodológica entre las ciencias naturales y las sociales. Aunque, en la
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PATRICK BAERT
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LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
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PATRICK BAERT
manera regular sobre las condiciones de éstas. Insiste en que las personas suelen ir
incorporando este conocimiento sobre la marcha. En tercer lugar, toma el concepto de
conocimiento tácito mutuo y lo vincula con el de reflexividad. Los individuos que
pertenecen a una misma cultura comparten un conocimiento de las reglas sociales
locales que no tiene por qué ser discursivo o teórico. Por el contrario, se refiere a
actuaciones hechas con habilidad: a procedimientos relativos a «cómo seguir» la vida
social. En cuarto lugar, de estas escuelas interpretativas Giddens aprende que no hay
que considerar que las estructuras sean meros condicionantes, sino que también
capacitan. En vez de concebirlas como un impedimento para la acción, habría que
pensar que son una condición necesaria para que ésta surja.15
Una segunda influencia importante es la de Goffman (véase el capítulo 3). Para
Giddens, la obra de Goffman ha sido malinterpretada de varias maneras. En primer
lugar, se ha cometido el error de retratarle como a un simple narrador brillante, como
a un gran observador de los detalles de la vida social cuya obra carece de unidad
intelectual. Frente a este punto de vista, Giddens señala que a lo largo de la obra de
Goffman pueden encontrarse de forma recurrente ciertos asuntos teóricos y
preocupaciones. En segundo lugar, Giddens se opone a la idea de que el trabajo de
este autor tenga un alcance limitado, que sólo refleja las formas de vida de los
estadounidenses blancos de clase media. Piensa que algunas de sus ideas tienen un
valor más universal del que se le ha solido reconocer. En tercer lugar, con frecuencia
se ha señalado que Goffman retrata a las personas como simples «actores» que
manipulan cínicamente su medio social; lo cual reflejaría, para algunos, a la amoral
clase media estadounidense a la que se limita el análisis de Goffman. Giddens señala
que, más que reflejar la amoralidad de la vida social, el análisis de Goffman indica la
importancia crucial que tienen para la interacción social rasgos como la confianza y la
discreción. Giddens encuentra en la obra de Goffman un intento coherente de llevar
nuestra atención hacia el modo que tienen las personas de «reparar» de forma
rutinaria los fundamentos morales de sus interacciones, mediante la discreción, las
«prácticas correctivas», ayudando a otros a no quedar en ridículo, etc. Concretamente,
es éste el tema del que Giddens se apropia para su teoría de la estructuración.16
El psicoanálisis es una tercera influencia y, en particular, la psicología del ego de
Erikson. A Giddens le interesan especialmente las primeras fases de la teoría
eriksoniana del desarrollo psicológico a través de estadios y considera que la primera
de ellas es aquella en la que, mediante la calidez y el afecto, se van inculcado
gradualmente sentimientos de «seguridad ontológica». El inconsciente se vincula a la
evitación de la ansiedad por parte de las personas y a la preservación de la
autoestima. A partir del primer estadio la confianza se infunde en la estructura de la
personalidad del niño. Aquí Giddens entiende por confianza la «vinculación»
psicológica espacio-temporal por la que el pequeño aprende que la ausencia (de la
madre) no supone el abandono. Las defensas posteriores se construyen frente a otros
mecanismos que provocan ansiedad, como la vergüenza, la duda o la culpabilidad.
Esta forma de confianza generalizada es la base de una personalidad estable y, para
Giddens, explica la profunda relación que existe entre las rutinas, el respeto a las
reglas y la seguridad ontológica. Esto también puede utilizarse para explicar hasta qué
punto los experimentos que realizó Garfinkel con la confianza alteraron a las personas
que fueron sometidas a ellos.17
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LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
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PATRICK BAERT
LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN
Giddens pretende vincular diferentes niveles temporales de análisis. En un extremo de
la gradación está la duración de la experiencia cotidiana de Schutz, que se refiere al
carácter repetitivo y rutinario de nuestras actividades diarias. En el otro extremo está
la larga duración del tiempo institucional braudeliano, que tiene que ver con
estructuras que se mantienen relativamente invariables durante mucho tiempo. Entre
estos dos períodos, de lo que Lévi-Strauss denominaría «tiempo reversible», está el
ciclo vital del individuo. El concepto de Dasein de Heidegger capta su irreversibilidad y
también la idea de finitud de la existencia humana que conlleva: su Sein zum Tode. La
obra de Giddens intenta vincular estos dos ciclos temporales diferentes y demostrar
así de qué manera, por ejemplo, la reproducción en el nivel de la duración de Schutz
contribuye a la que se produce en el de la larga duración de Braudel. Una de las
consecuencias de esto es que la teoría de la estructuración de Giddens pretenda
superar la división tradicional entre lo micro y lo macro en sociología. En la vida social
se produce una intersección entre estos tres ciclos temporales que ha de explicarse.22
Una segunda oposición que Giddens pretende superar es la que existe entre lo
que él denomina «análisis institucional» y el «análisis de la conducta estratégica». A
ambos tipos de análisis se llega utilizando un «paréntesis metodológico». El análisis
institucional se logra dejando a un lado la acción estratégica; investiga el modelo de
reproducción de estructuras recurrentes y no considera que las personas sean
individuos informados o que sus actos sean deliberados. Por otra parte, el estudio de
la acción estratégica, que se alcanza situando el ámbito institucional bajo una epojé,
aborda de qué manera las personas utilizan reglas y recursos para continuar sus
actividades. Aquí, los individuos son considerados agentes activos que saben mucho
de la vida social. Aunque la teoría social ha estado dividida entre análisis estratégicos
e institucionales, la de la estructuración de Giddens pretende atribuirle el mismo
estatus a ambos tipos de análisis. Ninguno de ellos es más importante que el otro;
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LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
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PATRICK BAERT
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LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
Ahora podemos precisar con más exactitud lo que entiende Giddens por dualidad
de la estructura y, al mismo tiempo, situar intelectualmente este concepto. Para los
lectores familiarizados con la biología, existe una homología o identidad estructural
entre este concepto de dualidad de la estructura y la teoría de la autopoiesis y de los
sistemas autorreproductores de Maturana y Varela. Aunque las terminologías de
Giddens y Maturana son diferentes, la similitud entre ambas teorías es sorprendente,
y el propio Giddens reconoce la influencia de estos nuevos planteamientos biológicos
en su obra. Tanto sus teorías como las de Maturana se centran en el mecanismo por
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PATRICK BAERT
94
LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
esencial del intento que hizo Durkheim de demostrar hasta qué punto la sociedad es
una entidad peculiar y, hechos todos los cambios necesarios, en qué medida la
sociología puede considerarse una disciplina independiente que no se subsume en
otras. En general, Durkheim, utilizando una filosofía naturalista de las ciencias
sociales, suscribe la existencia de un dualismo estructura/acción según el cual, de
alguna manera, el primer elemento actúa sobre el segundo. Giddens demuestra la
paradoja que conlleva esta visión respecto a la relación entre acción y estructura:
lo paradójico es que, cuanto más se asocia ese condicionante estructural con un modelo de las
ciencias naturales, más libres parecen los agentes (cualquiera que sea el margen que el
funcionamiento del condicionante deje a la acción individual). Dicho de otro modo, las
propiedades estructurales de los sistemas sociales son como las paredes de una habitación de la
que un individuo no puede escapar pero en la que sí puede moverse a su antojo. 39
Giddens pretende superar este dualismo durkheimiano de estructuras y
acciones. En primer lugar, considera que las estructuras son rastros de la memoria
que están constantemente representados en las prácticas sociales y que, en
consecuencia, son internas respecto a nuestras acciones.40 La persistencia de las
estructuras depende de esas manifestaciones regulares. Si dejáramos de hablar
nuestro idioma, de alguna manera éste dejaría de existir. En segundo lugar, para
Giddens las estructuras no son meros condicionantes, sino que también capacitan.41
En este sentido, su enfoque presenta afinidades con argumentos procedentes de Mead
o del interaccionismo simbólico (véase el capítulo 3). Por ejemplo, podemos pensar o
intervenir no a pesar del lenguaje, sino, precisamente, a causa de su existencia. «Por
lo tanto, la estructura no debe conceptualizarse como una barrera para la acción, sino
como algo que participa esencialmente en su producción».42
En Giddens, el concepto de dualidad de la estructura descansa en la capacidad
de informarse, en el conocimiento tácito y en la conciencia práctica. Una de sus
afirmaciones fundamentales es que las personas son «agentes informados» que saben
mucho sobre la vida social, aunque no necesariamente de manera explícita. Tomemos
de nuevo el ejemplo del lenguaje. Sabemos hablar en nuestro idioma, en el sentido de
que tenemos el conocimiento práctico de cómo hacerlo siguiendo sus reglas
gramaticales. Esto no significa que, para hablar con propiedad tengamos que conocer
explícitamente nuestra lengua nativa. Por el contrario, el uso de este idioma se basa
en formas de conocimiento tácito e implícito. Sabemos cómo hacerlo, cómo continuar,
pero no tenemos por qué saber qué reglas estamos utilizando. Lo mismo puede decirse
de otras formas de conducta gobernadas por reglas. Sabemos cómo comportarnos en
público, sin necesidad de explicar de forma discursiva las reglas a las que recurrimos.
Lo que Schutz denomina «reservas de conocimiento» o lo que Giddens califica de
«conocimiento mutuo» no es algo a lo que las personas afectadas puedan acceder de
forma directa y consciente. Giddens, sustituyendo la tradicional distinción
psicoanalítica entre ego, superego y ello, defiende un «modelo de acción estratificado»
que propugna que hay que distinguir la conciencia práctica de la discursiva o del
inconsciente. La diferencia entre los dos niveles de conciencia no es impermeable (una
lleva fácilmente a la otra), pero sí lo es la que los separa del nivel inconsciente de las
motivaciones o del conocimiento. En este contexto, los conocimientos de las personas
no sólo están vinculados al inconsciente, sino que también lo están a las condiciones
no reconocidas y a las consecuencias no deseadas de sus acciones.
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PATRICK BAERT
Para Giddens, la conciencia práctica está relacionada con las rutinas y con el
carácter reversible que, desde el punto de vista temporal, tienen nuestras actividades
cotidianas. En este punto es donde Giddens recurre a la etnometodología y a Goffman
(véase el capítulo 3). También hay similitudes, por ejemplo, con la obra de Garfinkel.
En los experimentos que hizo este autor sobre el incumplimiento de las normas, las
personas utilizan marcos cognitivos que les permiten interpretar la realidad de forma
que dichos marcos se mantengan intactos, incluso en aquellos casos en los que la
realidad podría alterarlos. Aquí nos encontramos con un modelo recurrente similar al
de la dualidad de la estructura. Sin embargo, la interpretación que Giddens hace de
Garfinkel va más allá. En los experimentos relativos a la confianza que éste llevó a
cabo, Giddens ve pruebas de la existencia de una profunda imbricación entre muchas
de nuestras reglas sociales y cierto sentido ontológico de la seguridad. A través de
estos experimentos nos damos cuenta de que la alteración del carácter rutinario de
nuestras actividades cotidianas conduce a formas extremas de ansiedad o cólera.
Giddens vincula esto con una peculiar lectura de Freud. Las rutinas minimizan las
fuentes inconscientes de la ansiedad y, por lo tanto, dan una sensación de seguridad
ontológica. En consecuencia, no resulta sorprendente que las alteraciones de nuestras
rutinas produzcan los efectos descritos por los etnometodólogos.
La dualidad de la estructura de Giddens es esencial para su explicación del
problema de la integración, que, según él, precisa de un enfoque radicalmente nuevo.
En general, conlleva la «reciprocidad de las prácticas (de autonomía y dependencia)
entre actores y colectividades».43 Sin embargo, las teorías anteriores no distinguían
entre «integración social» e «integración sistémica». La social tiene que ver con la
reciprocidad entre los individuos cuando unos están en presencia de otros. Por su
parte, la integración sistémica se ocupa de la reciprocidad entre grupos o
colectividades a lo largo de intervalos espacio-temporales prolongados, e implica que
las estructuras «vinculan» el tiempo y el espacio, en el sentido de que el conocimiento
tácito de las personas ayuda a que la sociedad discurra por largos ciclos temporales y
a través del espacio. De la dualidad de la estructura se desprende que la integración
social es esencial para la sistémica. De hecho, toda interacción cara a cara conduce
sin pretenderlo a la reproducción de las estructuras y, al final, contribuye a vincular el
tiempo y el espacio.
Esto no quiere decir que toda integración sistémica pueda reducirse a integración
social. Hay otras clases de consecuencias no deseadas —que la dualidad de la
estructura no explica— que resultan esenciales para la integración sistémica. Giddens
distingue aquí entre varios procesos cruciales para este tipo de integración: «rizos
causales homeostáticos», «autorregulación mediante retroalimentación» y
«autorregulación reflexiva». La homeostasis tiene que ver con el funcionamiento de
«rizos causales» por los que una serie de variables se influyen mutuamente, y la
primera de ellas se ve afectada por la última, de manera que aquélla vuelve a su
estado inicial. Esto se ejemplifica en el ciclo de pobreza de la privación material, en el
que ésta lleva a una mala formación, la cual conduce a un empleo de poca categoría
que, a su vez, genera una privación material continuada. El funcionalismo tiende a
reducir la integración sistémica a la homeostasis y suele prescindir de la
autorregulación mediante retroalimentación y de la reflexiva. La que utiliza la
retroalimentación se diferencia de los sistemas homeostáticos en que en ella tienen
lugar cambios de dirección. Por ejemplo, una mejor formación de los pobres puede
hacer que obtengan mejores perspectivas laborales, de manera que se rompa el ciclo
de la pobreza. La autorregulación reflexiva tiene que ver con los procesos que utilizan
96
LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
las personas para incorporar su conocimiento del mundo social a sus acciones. Por
ejemplo, los políticos pueden informarse sobre la complejidad del ciclo de la pobreza y
actuar en consecuencia.44
El análisis de la integración social y sistémica tendría que dejar claro que las
intersecciones espacio-temporales son cruciales para la vida social. Sin embargo, en
las sociedades «modernas» los rasgos espacio-temporales son radicalmente diferentes
de los que caracterizan a las «tradicionales». En primer lugar, en este tipo de
sociedades el tiempo y el espacio se convierten en criterios independientes, abstractos
y normalizados con los que medir las cosas. Esta concepción particular del espacio y
del tiempo se suele tratar como si fuera universal, pero en realidad no lo es. Por
ejemplo, en la mayoría de las sociedades tradicionales, el cálculo del tiempo se
realizaba únicamente en relación a otros «marcadores socio-espaciales» o
acontecimientos naturales regulares.45 En segundo lugar, la modernización se
caracteriza por una «distanciación espacio-temporal», es decir, por la extensión de los
sistemas sociales en el tiempo y el espacio. Este fenómeno se debe, por ejemplo, a la
centralización, a la intensificación de las formas de vigilancia y a la eficiencia de los
sistemas de comunicación. La distanciación espacio-temporal se manifiesta en el
creciente «desarraigo» de las interacciones sociales. Los mecanismos de desarraigo
extraen las relaciones sociales de la inmediatez de un contexto local. Giddens
distingue dos tipos de mecanismo de desarraigo: las «pruebas simbólicas» y los
«sistemas expertos». Las pruebas simbólicas son «medios de intercambio» que
transcienden el tiempo y el espacio. Hay varias clases de pruebas simbólicas, pero el
dinero es un ejemplo evidente de ellas. Los sistemas expertos son aquellos que se
basan en conocimientos especializados y habilidades profesionales, y que posibilitan el
adecuado funcionamiento de nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, hay varios sistemas
expertos que contribuyen a que volar sea relativamente seguro. Para actividades como
la fabricación de un avión, la construcción de aeropuertos o el control aéreo, son
necesarias una competencia y unas habilidades de tipo técnico muy elaboradas. Hay
que señalar que la confianza es esencial tanto para las pruebas simbólicas como para
los sistemas expertos. Las personas suelen tener «fe» en el dinero sin apreciar de
forma cognitiva su funcionamiento. Del mismo modo, en general confían en los
sistemas expertos sin entender realmente qué conocimientos precisan. En
consecuencia, la confianza es una característica clave de la modernidad.46
EVALUACIÓN
Desde la publicación de New Rules of Sociological Method y, principalmente, de La
constitución de la sociedad, la teoría de la estructuración ha sido objeto de agrias
polémicas y críticas. Merece la pena mencionar aquí cinco tipos de críticas
recurrentes. Hay una primera categoría cuyas objeciones se centran en la definición
de estructura que hace Giddens a partir de reglas y recursos. Entre otras cosas,
algunos comentaristas señalan que, en realidad, Giddens vulnera el propio concepto
de estructura al definirla de esa manera y no proporcionar una definición ajustada de
lo que son los valores.47 En segundo lugar, ha habido muchos ataques a la propia
esencia de la dualidad de la estructura. Por ejemplo, los teóricos sociales partidarios
de la morfogénesis defienden el análisis secuencial y el «dualismo analítico»: las
interacciones tienen efectos que producen condiciones estructurales distintas, y así
97
PATRICK BAERT
sucesivamente.48 En tercer lugar, hay varios teóricos que cuestionan las lecturas que
hace Giddens de otros autores. Aquellos que se inspiran en el marxismo, por ejemplo,
plantean objeciones a su explicación del materialismo histórico, señalando que
considerar éste como un tipo especial de evolucionismo y de funcionalismo no es más
que una malinterpretación de los escritos de Marx.49 En cuarto lugar, algunas
personas cuestionan la relación que Giddens establece entre teoría y práctica. En
particular, su teoría de la estructuración es insatisfactoria, cuando se compara, por
ejemplo, con la Escuela de Frankfurt (véase el capítulo 6). Giddens coquetea con la
idea de que las ciencias sociales tienen un potencial emancipador, pero no cumple sus
propias promesas.50 En quinto lugar, hay quienes cuestionan el supuesto eclecticismo
de la teoría de la estructuración, ya que ésta se basa en un mosaico de influencias
intelectuales que, en algunos casos, no son realmente compatibles. Para ellos,
Giddens parece especializarse en conciliar lo irrenconciliable; Heidegger se revolvería
en su tumba si supiera que Garfinkel y Goffman estaban entre sus asociados.
No voy a profundizar aquí en la validez de estas críticas, sino que analizaré las
áreas que, para mí, son las más problemáticas de la teoría de la estructuración. En
cierto sentido, los puntos fuertes de Giddens también ponen de manifiesto sus
debilidades. De hecho, resulta difícil encontrar fallos lógicos o contradicciones en la
teoría de la estructuración y, siempre que se aplica a un determinado aspecto de la
vida social, parece poder señalar en qué medida ese asunto puede adaptarse a los
parámetros de dicha teoría. Sin embargo, es una obra que consigue evitar las críticas
y «absorber» la realidad precisamente por la naturaleza de su construcción teórica.
Hay partes esenciales de la teoría de la estructuración de Giddens que constituyen
una forma de teorizar sobre la que se nos ha venido previniendo desde la aparición de
La lógica del descubrimiento científico de Karl Popper (véase el capítulo 8). En general,
Giddens, al contrario que otros grandes teóricos, se abstiene de hacer conjeturas
arriesgadas; en realidad, algunos de sus enunciados básicos rozan la tautología. Es
difícil oponerse a su idea de que la capacidad que tiene el ser humano para informarse
siempre está vinculada a condiciones no reconocidas y a consecuencias imprevistas:
¿cómo podría ser de otra forma? Muchos aspectos de la teoría de Giddens, que con
tanto cuidado se ha elaborado, simplemente son inmunes a la refutación, ya que
resultan tan evidentes como fórmulas lógicas. Además, incluso cuando se plantea
cuestiones esenciales como el cambio a largo plazo, no deja de ser cauteloso y recurre
a un concepto relativamente poco polémico como es el de distanciación espacio-
temporal.
La evitación del riesgo en Giddens va unida a su tendencia a construir hombres
de paja con la única intención de destruirlos. Frente al carácter cauto de su autor,
estos monigotes viven peligrosamente, hasta el punto de que no hay más remedio que
demostrar que están equivocados. Por ejemplo, el retrato que hace del funcionalismo
es estereotipado y anticuado, y no se centra en versiones más elaboradas, como el
neofuncionalismo de Alexander, la teoría de sistemas de Luhmann o las leyes de la
consecuencia de Cohen (véase el capítulo 2).El principal blanco de todo su análisis
crítico es Merton, especialmente en lo relativo a su desafortunado análisis de las
funciones latentes y manifiestas. Incluso cuando en un debate se le pide directamente
que comente interpretaciones contemporáneas de Marx (centradas en las diferencias
entre el enfoque de la elección racional de Jon Elster y el de las leyes de la
consecuencia de Cohen), Giddens no entra a valorar los argumentos funcionalistas
98
LA HÁBIL CONSECUCIÓN DEL ORDEN SOCIAL. LA TEORÍA DE LA ESTRUCTURACIÓN DE GIDDENS
aludidos, sino que aprovecha la oportunidad para reiterar su propia posición dentro
de la teoría social.51 Del mismo modo, sus críticas al evolucionismo no incorporan
desarrollos recientes y más elaborados en el área de las analogías entre la evolución
biológica y la social.52 Resulta irónico que Wright señale que, cuando se utiliza una
definición de evolucionismo menos estereotipada, la propia teoría de la historia de
Giddens, que se basa en la distanciación espacio-temporal, acabe cayendo en esa
categoría.53
Sin embargo, aún resulta más problemático el hecho de que la teoría de la
estructuración, al menos en su versión típica, sólo tenga en cuenta el tiempo en la
medida en que revela la producción de orden social. Tiene razón al rechazar el error en
que incurre el «sentido común» (y el funcionalismo) al mezclar tiempo y cambio (así
como orden y análisis sincrónico), pero suele pasarse al otro extremo, mostrándose
partidario de un modelo de sociedad conservador y recurrente.54 Aunque la teoría de
la estructuración proporcione una respuesta distinta de la del «modelo de integración
normativo» de Durkheim y de Parsons, suele centrarse en el mismo problema de cómo
sobreviene el orden social (que se opone al cambio). Esto tiene que ver con una
tendencia de la teoría de la estructuración a exagerar la importancia de lo que
Mouzelis denomina la relación «natural/de actuación» que utiliza conceptos de «primer
orden».55 Al hacer hincapié en la hábil reproducción de la sociedad mediante el
conocimiento tácito y la conciencia práctica, la teoría de la estructuración es
especialmente apropiada para comprender las rutinas de la vida cotidiana. Sin
embargo, lo que suele dejar de lado es la posibilidad de que surja un conocimiento
explícito o discursivo, y su papel en el proceso deliberado de cambio o de
mantenimiento de las estructuras sociales. Las personas, al enfrentarse a experiencias
nuevas que no encajan en el mundo que daban por hecho, pueden adoptar una
actitud teórica más distanciada hacia estructuras que, hasta entonces, también daban
por hechas, y pueden actuar de acuerdo con ese conocimiento. Ni siquiera aquellos
que sólo desean explicar la reproducción de las estructuras pueden prescindir de la
importancia que tiene la capacidad humana para desarrollar un conocimiento teórico
y discursivo de reglas y supuestos antes tácitos. Como ya he señalado al analizar a
Bourdieu (véase el capítulo 1), es engañoso pensar que la reproducción de las
estructuras no es más que un logro no deseado que se alcanza a través de un
conocimiento tácito y de una conciencia práctica. Normalmente, lo que ocurre es que
lo que las personas dicen y su conciencia discursiva constituyen la reproducción.
El abandono por parte de Giddens del conocimiento de segundo orden está
relacionado con las teorías que elige al ocuparse de la erosión de las rutinas. En
primer lugar, utiliza la psicología de masas de Freud para abordar la importancia
social y psicológica que tienen las crisis y la ruptura de las rutinas, haciendo
referencia a los intentos de las personas por recuperar la «seguridad ontológica»
perdida mediante la regresión a estadios de desarrollo anteriores o a través de la
identificación con una personalidad fuerte. En segundo lugar, emplea una perspectiva
etnometodológica, centrando la atención en cómo las personas recrean continuamente
el orden social, incluso cuando se están enfrentando a posibles alteraciones de ese
mismo orden. Ninguna de estas teorías contempla de qué manera los seres humanos,
al encontrarse con experiencias nuevas o imprevistas, pueden reflexionar sobre sus
51 Giddens (1982).
52 Por ejemplo, Bhaskar (1981); Harré (1981); Wright (1989).
53 Wright (1989).
54 Véase también Archer (1990, pp. 77-8).
55 Mouzelis (1989).
99
PATRICK BAERT
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102
PATRICK BAERT.
“LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT”.
En: La teoría social en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2001, capítulo 5, pp. 115-140.
y las cosas,5 obra muy influida por la moda estructuralista que es una historia
arqueológica de las reglas organizativas y de formación que estructuran las formas de
los marcos intelectuales. Su publicación produjo la inmediata y espectacular irrupción
de Foucault en el escenario intelectual francés. Sin embargo, poco tiempo después el
autor abandonó Francia para enseñar en la Universidad de Túnez, lo cual hizo que se
perdiera los acontecimientos de mayo de 1968. Un año después del levantamiento
volvió a una universidad de nuevo cuño, la de Vincennes, y, al mismo tiempo, publicó
La arqueología del saber.6 Esta obra puede considerarse como un comentario
metodológico a sus libros anteriores, un equivalente a las Reglas del método
sociológico de Durkheim en el que el autor analiza, entre otras cosas, su posición
intelectual y se sitúa en relación al estructuralismo y a otros avances del saber.
En 1971 Foucault abandonó el desorden de Vincennes para ocupar la cátedra de
historia de los sistemas de pensamiento en el Colegio de Francia. El contraste no
podía ser más agudo. En aquel momento, Vincennes se hallaba en un estado de caos
permanente, mientras que el Colegio de Francia era, y sigue siendo, el equivalente
francés al All Souls College de Oxford: sin estudiantes y apenas obligaciones docentes,
es el prototipo de torre de marfil académica. Resulta curioso que fuera precisamente
durante este período cuando Foucault comenzó de nuevo a tomar parte activa en
política, de acuerdo con su idea de lucha en el ámbito local y con el papel que ésta
concede al intelectual. En 1975 publicó Vigilar y castigar, una historia del castigo y la
encarcelación que, probablemente, haya sido su obra más influyente en el extranjero,
aunque fuera peor recibida en Francia.7 Este libro, a pesar de utilizar los métodos
genealógicos de Nietzsche en vez de los arqueológicos propios de Foucault, reúne
varios puntos de obras anteriores de su autor, especialmente en lo relativo al papel
que tuvo la aparición de las ciencias sociales en la formación de las nuevas técnicas
disciplinarias.
En los tres volúmenes de la Historia de la sexualidad resulta crucial un análisis
genealógico similar y una análoga crítica del psicoanálisis.8 Aquí, uno de los blancos
principales es el discurso psicoanalítico y la «hipótesis de la represión» que conlleva.
Más que una fuerza liberadora, el psicoanálisis es indicativo de los procedimientos
confesionales que ocupan un lugar preferente en la sociedad moderna y surge de ellos.
Foucault tenía planeados más volúmenes de su historia de la sexualidad, pero murió
súbitamente en 1984. Para entonces, ya se había ganado la reputación de niño
terrible de la academia francesa. Se había ganado un fiel rosario de seguidores que
admiraban su estilo literario y su nueva forma de acercarse a la historia y también
tenía un grupo de enemigos igualmente fiel, para los que no era más que un charlatán
superficial que, con astucia, sabía cómo halagar a los medios de comunicación y cómo
apuntarse a la última moda de París.
Algunas de estas críticas parten de una lectura superficial de los escritos de
Foucault. En realidad, muchas fuentes secundarias no hacen justicia a su obra, e
incluso las interpretaciones más favorables tienden a no reconocer el carácter radical
de su proyecto intelectual. Sus escritos se evalúan con criterios tradicionales. Muchos
de los que hacen comentarios sobre Foucault ni siquiera se dan cuenta de lo externas
que son sus críticas. Es decir, no reconocen que Foucault tiene un programa diferente
de la teoría social y la historia tradicionales. En este capítulo me centraré en la
peculiaridad del proyecto foucaultiano y evaluaré su obra desde ese punto de vista.
5 Ibíd. (1989d).
6 Ibíd. (1989b).
7 Ibíd. (1977a).
8 Ibíd. (1979, 1990b, 1992).
104
LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
105
PATRICK BAERT
LA ARQUEOLOGÍA
En general, los primeros escritos históricos de Foucault se basan en lo que él
denomina métodos arqueológicos, que subyacen en la mayoría de sus publicaciones
de los años sesenta, de las que las más conocidas son Historia de la locura en la época
clásica y Las palabras y las cosas.11 En La arqueología del saber Foucault se propone
aclarar su metodología y situarla dentro de los últimos avances intelectuales ocurridos
106
LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
12 Ibíd. (1989b).
13 Véase también ibíd. (pp. 3-30).
14 Barthes (1983).
15 Para un análisis de la concepción estratificada de la realidad en la filosofía realista, véase Baert
(1996).
16 Braudel (1966, prefacio).
17 Foucault (1989b, esp. pp. 3-17).
107
PATRICK BAERT
período de tiempo relativamente largo. Por ejemplo, saca a la luz ciertos discursos
sobre la locura y la cordura que durante siglos fueron habituales y, de forma similar,
detecta «epistemes» que dominaron la ciencia y la filosofía. Tanto los discursos como
los epistemes hacen referencia a reglas implícitas y compartidas que operan «a
espaldas» de los individuos y que son condición indispensable para que se configuren
las afirmaciones. Estas reglas determinan cuáles pueden hacerse y cuáles son
verdaderas o falsas.18
Como reconoció Foucault en La arqueología del saber, su obra también utiliza
herramientas conceptuales introducidas por historiadores de la ciencia franceses
como Bachelard y Canguilhem. Estos estudiosos se oponían a una concepción
continua de la historia y planteaban el concepto de discontinuidad o de ruptura para
distinguir entre varias épocas científicas y para subrayar sus diferencias.19 Foucault
contrasta esta «nueva historia» con los tipos anteriores, en los que la labor del
historiador era borrar la discontinuidad, es decir, incorporarla a una narrativa
continua:
Para la historia en su forma clásica, lo discontinuo era tanto lo que venía dado como lo
impensable: la materia bruta de la historia, que se presentaba en forma de acontecimientos
dispersos (decisiones, accidentes, iniciativas, descubrimientos); un material que, a través del
análisis, había que poner en orden, reducir y borrar con el fin de poner de manifiesto la
continuidad de los acontecimientos. La tarea del historiador era apartar de la historia el estigma
de la dislocación temporal que constituía la discontinuidad. 20
De manera que, en la vieja historia, la discontinuidad era, en el mejor de los
casos, un motivo de vergüenza para el trabajo del historiador: un defecto, quizá un
signo de falta de pericia. En el nuevo tipo de historia, con el que Foucault se identifica,
la discontinuidad deja de ser un obstáculo y se convierte en algo esencial para las
prácticas del historiador:
Es probable que una de las características más esenciales de la nueva historia sea este
desplazamiento de lo discontinuo: su traslación desde el obstáculo a la obra misma; su
integración en el discurso del historiador, en el que ya no representa el papel de condición externa
que hay que reducir, sino que es un concepto operativo que, por tanto, genera una inversión de
los signos en virtud de la cual ya no es el negativo de la interpretación de la historia (su parte
inferior, su defecto, el límite de su poder), sino el elemento positivo que determina su objeto y que
valida su análisis.21
Foucault reconoce la doble naturaleza de esta afirmación. Por una parte, significa
que el historiador utiliza el concepto de discontinuidad como instrumento para
acercarse a la realidad. Dicho concepto es una herramienta que permite al historiador
dividir ámbitos o períodos. Por otro lado, significa que éste presupone que la
discontinuidad forma parte de la realidad.22
Foucault mezcla esta idea de la discontinuidad con conceptos estructuralistas y,
en consecuencia, su método arqueológico pretende señalar dos fenómenos. En primer
lugar, busca estructuras subyacentes relativamente desconocidas por los individuos
afectados que se mantienen bastante estables durante largos períodos de tiempo. En
segundo lugar, busca las transformaciones históricas radicales que separan los
períodos de relativa estabilidad: las rupturas que ponen fin a una época y que
anuncian una nueva larga duración. En realidad, la idea de la historia de Foucault
sugiere la existencia de largos períodos de permanencia que están dominados por un
determinado marco o conjunto de prácticas, Estos períodos están separados por
108
LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
intervalos relativamente cortos (que con frecuencia no duran más que algunas
décadas) en los que se consuma el paso de la vieja estructura a la nueva. Por lo tanto,
en su visión de la historia hay dos «ritmos»: el muy lento de la «larga duración» (que
refleja la influencia de la historia estructuralista) y el acelerado de la ruptura (que pone
muy de manifiesto el peso de la historia de la ciencia francesa). Hay que señalar que
Foucault no siempre manifiesta mucho interés en explicar de qué manera tuvieron
lugar estas transformaciones radicales. A veces justifica esta falta de interés aludiendo
a la importancia de los problemas metodológicos que plantea.23
En este momento es importante volver a la influencia del estructuralismo en los
escritos de Foucault, especialmente a la de la corriente lingüística, en la que es crucial
una teoría globalizadora del significado (véase el capítulo 1). Según ésta, el significado
de un signo depende de las diferencias que lo separan de otros en uso dentro de esa
estructura.24 Ahora bien, en combinación con la anterior descripción que hace
Foucault de la historia discontinua, esta globalizadora teoría del significado implica
que las diversas estructuras, que se suceden unas a otras a lo largo del tiempo, no
sólo son diferentes sino inconmensurables. De hecho, cada ruptura genera la
aparición de otra estructura radicalmente diferente, y, dado que el significado de los
signos depende de la estructura (de la forma descrita anteriormente), el significado
también tendrá que sufrir un profundo cambio. Ésta es la razón por la que, al leer a
Foucault, se tiene la impresión de que con cada discontinuidad se crea un mundo
completamente diferente; lo cual explica la referencia del autor a la ficticia
enciclopedia china de Borges en el prefacio de Las palabras y las cosas. En esa
enciclopedia los animales se dividen en: «(a) pertenecientes al Emperador, (b)
embalsamados, (c) amaestrados, (d) lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros
sueltos, (h) incluidos en esta clasificación, (i) que se agitan como locos, (j)
innumerables, (k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, (l) etcétera, (m)
que acaban de romper el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas».25 Foucault hace
hincapié en hasta qué punto esta taxonomía china se basa en reglas y presupuestos
que nos son ajenos. Por ejemplo, la construcción que hace Borges no parte de la
distinción entre «el Mismo y el Otro». Del mismo modo, la historia de Foucault, cuando
acierta, intenta presentar las desconcertantes discontinuidades intelectuales y
prácticas que hay en el curso de la historia.
Ahora estoy en situación de profundizar en cómo la arqueología de Foucault se
dirige hacia un concepto de conocimiento autorreferencial, y en de qué manera parte
de lo no familiar para explicar lo que sí lo es. Los diferentes períodos que retrata no
sólo son radicalmente diferentes unos de otros, sino que también contrastan con el
momento actual, aunque, en realidad, suelen prolongarse hasta el día de hoy. De
manera que el retrato que hace Foucault conlleva necesariamente una oposición entre
el pasado y el presente. De ello se desprenden ciertas consecuencias. La más evidente
es que la obra de Foucault facilita que se sepa que —por decirlo con un epigrama— el
presente no siempre ha sido. Es decir, que el retrato de diferentes períodos nos permite
ser conscientes de que algunos de los conceptos o prácticas que hoy se utilizan no son
tan universales o tan fijos como podría parecer. Por ejemplo, al leer la Historia de la
locura en la época clásica, sorprende hasta qué punto las definiciones de locura del
pasado y la forma en que se trataba a los dementes son ajenas a las concepciones,
categorizaciones y prácticas actuales. En segundo lugar, mediante la yuxtaposición
inquisiciones, Madrid: Alianza Editorial y Buenos Aires: Emecé Editores, 1976, pp. 104-105).
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PATRICK BAERT
con el pasado, se hace visible el presente. Es decir, que los individuos tienden a dar
por hechas las estructuras a las que están sometidos y que, por tanto, es improbable
que puedan verlas. Yuxtaponer diferentes estructuras, ya sean reales o imaginarias,
puede poner de manifiesto una estructura antes latente. Y esto es exactamente lo que
hace Foucault. Su descripción de los epistemes pasados, por ejemplo, contribuye a
desvelar las concepciones que rodean la epistemología o la ontología en la actualidad.
En tercer lugar, ya tendría que estar claro que, en cierto sentido, la arqueología de
Foucault supone exactamente lo contrario que la concepción realista de la ciencia.
Para el realismo, la ciencia pretende dar sentido a fenómenos no familiares mediante
la analogía con otros que sí lo son (véase el capítulo 8). Por el contrario, la metodología
foucaultiana intenta utilizar nuestro conocimiento de lo no familiar (el pasado lejano) y
la disimilitud respecto a él para lograr acceder a un «extraño familiar» (el presente que
damos por hecho). Hay que señalar hasta qué punto el pasado, más que simple objeto
de investigación o punto de llegada, es un medio para acceder al presente. En cuarto
lugar, como la arqueología de Foucault hace patentes las estructuras actuales y
muestra que no son universales, y dado que las estructuras ejercen su poder
principalmente a través de su invisibilidad y del hecho de que se perciben como
universales, sus primeras obras crean la posibilidad de corroer el presente. Una vez
que las personas son conscientes de los presupuestos y reglas que hasta el momento
habían utilizado, y una vez que se dan cuenta de lo radicalmente diferentes que eran
en el pasado, la fuerza de tales presupuestos o reglas se ve potencialmente minada.
LA GENEALOGÍA
En los años setenta Foucault abandona la arqueología por la genealogía. De manera
que Vigilar y castigar y los tres volúmenes de la Historia de la sexualidad se presentan
como obras genealógicas.26 Con frecuencia se ha señalado que en este período
Foucault está muy influido por Nietzsche, y creo que ésta es una descripción justa, lo
cual no quiere decir que Nietzsche, no lo hubiera influido en absoluto antes de 1970.27
En realidad, lo que se quiere decir es que su influencia se hace más explícita y
sistemática después de esa fecha. En primer lugar, Foucault toma de Nietzsche el
concepto de genealogía: por ejemplo, en el artículo «Nietzsche, la généalogie, l’histoire»,
en el que explícitamente reconoce a su mentor y le cita con profusión.28 En segundo
lugar, en este período, Foucault, al igual que Nietzsche, propone una postura
antiesencialista y nominalista, según la cual el significado de los objetos o prácticas
varía en función del contexto en el que surgen. Esto podría explicar por qué Foucault
es reacio a proporcionar una definición explícita de conceptos como poder, que ha
introducido recientemente. En tercer lugar, también como Nietzsche, Foucault utiliza
dicho concepto de forma dual en su teoría y, al igual que le ocurre al autor alemán, se
da cuenta de que las luchas de poder acompañan la aparición de nuevos significados.
Nietzsche, por ejemplo, señala que los significados del bien y del mal cambiaron
radicalmente con la llegada del cristianismo y que esta transformación fue
consecuencia de una determinada lucha por el poder que se producía en aquel tiempo.
Foucault también le debe a Nietzsche su concepción del poder como algo imbricado
con el conocimiento; éste no es neutral para el poder y tampoco es simplemente
autoemancipador. Por ejemplo, Foucault demuestra en Vigilar y castigar hasta qué
punto las ciencias sociales emergentes y la psiquiatría, aunque disfrazadas de fuerzas
Hyppolite.
110
LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
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PATRICK BAERT
prosa, Foucault señaló en una entrevista celebrada en 1977 que: «Al mirar atrás
ahora, me pregunto de qué otra cosa más que del poder estaba hablando en Historia
de la locura en la época clásica o en Naissance de la clinique».35 Cuando analiza el
poder, Foucault parte de un argumento contrafáctico: el concepto entra en juego
siempre que las personas son obligadas a hacer algo que, de otra forma, no hubieran
hecho. Sin embargo, el autor insiste en que este examen no pretende aportar una
«teoría» del poder sino una «analítica» del mismo,36 que alude a una descripción del
ámbito que ocupan las relaciones de poder, así como a la identificación de las
herramientas necesarias para analizar dicho ámbito. A pesar de esta postura
«instrumental», el análisis que Foucault hace del poder es en muchos sentidos teórico.
En primer lugar, se rebela bastante contra las dos posiciones teóricas que
considera dominantes en relación al poder: una concepción «judicial-liberal» y otra
marxista. Foucault señala que ambas limitan el poder a su dimensión económica. Por
ejemplo, en los escritos marxistas, este concepto aparece como una mercancía que se
orienta hacia el mantenimiento y reproducción de las relaciones económicas. Por el
contrario, en Foucault, tiene un carácter explícitamente no económico.37 En segundo
lugar, los marxistas suelen basarse en lo que Foucault denomina un tipo de análisis
«descendente». Es decir, que considera que el poder se impone a las personas desde
arriba. Las reglas metodológicas de Foucault se orientan hacia un análisis
«ascendente» del poder. Aquí la interpretación de los perfiles locales hace su
aportación a los amplios mecanismos del nivel macro.38 En tercer lugar, Foucault
señala que hay varios macroanálisis que tienden a describir el poder en términos de
«posesión»: hablan de una clase o un Estado que poseen el poder y lo imponen a sus
sujetos. Por el contrario, en la microfísica foucaultiana del poder, éste aparece como
una estrategia que surge de las relaciones interpersonales y que, más que imponerse a
los sujetos, se transmite a través de ellos. El poder, como no es propiedad particular
de nadie, no puede localizarse y, por lo tanto, está disperso, no se halla centralizado
en la sociedad; no hay un lugar exacto para el control, ni un centro de gravedad.39
En cuarto lugar, el rechazo de Foucault a un poder poseído por un individuo o
grupo está relacionado con su negativa a ocuparse del concepto partiendo de la
intencionalidad o la decisión. La función del poder se compara con una cadena, en el
sentido de que «circula» a través de una organización que es «como una red». El
individuo no es un «núcleo elemental» o «átomo primitivo» sometido al poder. Uno de
los rasgos esenciales de este concepto es que identifica a los individuos que, en lugar
de ser sus «puntos de aplicación», se convierten en «vehículo» mediante el cual circula
el poder.40 En quinto lugar, en relación con el punto anterior, Foucault no quiere
aceptar una lectura «negativa» del poder, en la que éste no sea más que un ejemplo.
Según una concepción negativa, el poder sólo entra en juego cuando el sexo o el placer
se reprimen o niegan: «el poder no puede “hacer” nada más que decirles no».41 Para
Foucault, el poder no sólo funciona de forma negativa, también constituye cosas (que
a veces son los vehículos de su reproducción); en principio crea, por ejemplo, al
«individuo» o los deseos sexuales.42 Finalmente, en algunos escritos estructuralistas,
apenas hay margen para la acción. Por el contrario, Foucault hace hincapié en que las
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LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
sistema. También explica por qué señala que el sistema penal actual está relacionado
con la expansión de las técnicas disciplinarias y que, en consecuencia, no sólo supone
un avance humanitario (respecto al antiguo régimen): «La humanidad no progresa
gradualmente de combate en combate hasta que llega a una reciprocidad universal en
la que el imperio de la ley sustituye finalmente a la guerra; la humanidad instala cada
una de sus violencias en un sistema de reglas y así va de dominación en
dominación».57
En quinto lugar, la genealogía socava la aparente coherencia de las creencias
actuales o sistemas normativos. Se muestra que lo que parece un sistema unitario y
coherente es algo heterogéneo que consiste en capas de significado dispares. Como he
señalado anteriormente, esto se debe en parte a que los significados previos nunca se
borran del todo. Sin embargo, en la práctica, Foucault no siempre parece lograr
aplicar este quinto principio. De hecho, una de las críticas recurrentes que ha recibido
Vigilar y castigar es que, frente a la descripción en blanco y negro que Foucault parece
hacer, la «sociedad del espectáculo» aún sigue prevaleciendo en la actualidad (crítica
que concuerda fundamentalmente con el concepto de genealogía). Sin embargo, en
otras ocasiones, Foucault parece más sensible a las múltiples capas de la realidad. La
ciencia del hombre puede presentarse como singularmente autoemancipadora, pero
en Vigilar y castigar se demuestra que también tiene otros rasgos.58
EVALUACIÓN
Tradicionalmente se ha dicho que los períodos arqueológico y genealógico de Foucault
son radicalmente diferentes. Se establece un contraste entre ambos métodos, al igual
que es un tópico distinguir entre el período azul y el rosa de Picasso. Por el contrario,
he sugerido que se observe a este autor de otra manera, teniendo en cuenta la
continuidad presente en su obra. He intentado demostrar que durante toda ella
Foucault parte de un concepto autorreferencial de adquisición del conocimiento que se
basa en lo que no es familiar para acceder a lo que sí lo es. Esta explicación revela lo
significativo que resulta dicho concepto cuando se aplica al estudio de la historia.
Dentro de los contornos del consenso tradicional, el historiador pretende explicar
acontecimientos del pasado. Esta explicación sólo puede ser importante para el
presente si las regularidades observadas no se limitan únicamente a un determinado
período y se constituyen, por tanto, en un trampolín para establecer generalizaciones
similares a leyes. Por el contrario, cuando se parte de un concepto autorreferencial
foucaultiano, el historiador va en busca del presente y el pasado es el portal que le
conduce hacia él. El propio acto de revelar el presente también lo socava. Siguiendo la
jerga foucaultiana, la historia se convierte en «historia del presente» porque el
historiador considera que su labor consiste en describir «la naturaleza del presente y
la de “nosotros mismos en él”», partiendo de que el presente «es un tiempo que nunca
es como los demás».59
Esta forma de abordar la obra de Foucault tiene varias ventajas, y hay dos que
merece la pena mencionar aquí. La primera es que así podemos concebir su trabajo
como un todo coherente, lo cual no sólo nos permite vincular la arqueología y la
genealogía, sino que también hace inteligibles ciertos temas o ideas que, de otra
forma, parecerían marginales en el proyecto principal de su obra (o no relacionados
con él). Consideremos la idea que tiene Foucault del papel del intelectual. Es bien
sabido que se opone a lo que considera «concepción» tradicional, que para él
115
PATRICK BAERT
presupone que el intelectual es una figura mesiánica que predica desde arriba y que
incita a la acción política en nombre de la verdad. También se sabe que Foucault
sustituye este papel por una concepción más modesta de lo que él denomina el
«nuevo» intelectual; es decir, alguien que aporta su habilidad y conocimiento técnico
para ayudar en las luchas locales.60 Acepto que es posible explicar el rechazo de
Foucault al concepto tradicional de intelectual sin incorporar mi principal argumento
tal como lo he señalado anteriormente. Se podría señalar, por ejemplo, que su
posición frente al intelectual tradicional es una necesaria culminación de su hostilidad
posmoderna hacia las metanarrativas o los sistemas totalizadores. Sin embargo, es
más difícil encontrarle un sentido a su propuesta de un nuevo intelectual sin basarse
en las ideas planteadas en este capítulo. Cuesta realmente imaginarse en qué consiste
el papel «asesor» del nuevo intelectual si nos mantenemos dentro del concepto
tradicional de adquisición del conocimiento. Lo que quiero decir es que las
herramientas que proporciona el nuevo intelectual son precisamente las que he
subrayado en este capítulo: revelaciones sobre las presuposiciones de cada uno y
alteraciones de las mismas. El propio Foucault lo reconoce en su análisis de la «ética»
del nuevo intelectual, al distinguir entre el simple académico y el que, además de
serlo, también es un intelectual:
¿Cuál puede ser la ética de un intelectual... si no [sirve]... para hacerle siempre capaz de
distanciarse de sí mismo (que es la actitud contraria a la de la conversión)? Ser a la vez académico
e intelectual es intentar manipular el tipo de conocimiento y de análisis que se imparte y recibe en
las universidades de forma que se alteren no sólo los pensamientos ajenos, sino también los
propios. Esta labor de alteración del pensamiento propio y del ajeno parece la razón de ser del
intelectual.61
En segundo lugar, esta forma de acercarnos a Foucault nos ayuda a explicar lo
que, desde la perspectiva del consenso tradicional, parecen peculiaridades, omisiones
o debilidades de su obra. Por ejemplo, hay muchas críticas que se centran en su falta
de interés en explicar la discontinuidad. En realidad, sí demuestra la existencia de
cambios radicales, por ejemplo, en los epistemes o sistemas de castigo, sin explicar
siempre con propiedad de qué manera se han producido tales transformaciones. Sin
embargo, esto sólo plantea problemas si, desde fuera, imponemos a Foucault una
concepción tradicional de la adquisición de conocimiento. Una vez que se ha
reconocido que él parte de una idea autorreferencial, está claro que la explicación de
la discontinuidad no tiene por qué incluirse entre sus intenciones (esto no quiere decir
que explicar la discontinuidad esté directamente fuera de ellas). El objetivo principal
de Foucault, más que explicar simplemente por qué han tenido lugar determinados
cambios en el pasado, es aclarar y socavar las creencias y sistemas éticos actuales.
Una vez que el consenso tradicional se ha abandonado para abrazar otro de tipo
autorreferencial, ya no se puede más que simpatizar con sus omisiones. Si mi idea del
concepto de adquisición del conocimiento en Foucault es correcta, estas críticas no
hacen más que errar el tiro, ya que le critican por no lograr algo que no se proponía;
algo a lo que, desde su perspectiva, de todas formas no habría que aspirar.
Esto no quiere decir que los escritos de Foucault carezcan de defectos. Su obra
tiene problemas, y a continuación analizaré dos de sus lagunas más importantes, que
tienen que ver con la postura relativista de sus trabajos arqueológicos y con el
concepto de poder de su período genealógico. Ya me he referido anteriormente al
relativismo de sus primeros libros, señalando que se basa en dos presupuestos: una
teoría estructuralista del significado y un concepto de discontinuidad. Si, como
hipótesis, el significado de un concepto tiene que derivarse de su relación con la
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LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
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PATRICK BAERT
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LA HISTORIA DEL PRESENTE. LA ARQUEOLOGÍA Y LA GENEALOGÍA DE FOUCAULT
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[Ed. cast.: Historia de la sexualidad, Madrid: Siglo XXI, 1980-1995.]
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PATRICK BAERT
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PATRICK BAERT.
“LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS”.
En: La teoría social en el siglo XX, Madrid, Alianza, 2001, capítulo 6, pp. 165-186.
1 Adorno et al. (1976), Habermas (1987b, 1987c, 1987d) y Habermas y Luhmann (1971). Para un
repaso a la participación de Habermas en debates públicos, véase Holub (1991).
2 Habermas (1989). Al igual que el Doctorat d’État francés, la Habilitationsschrift alemana es una
3 Habermas (1987d).
4 Ibíd. (1987a; 1973b; 1988).
5 Ibíd. (1976; 1979).
122
LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS
auténtica hazaña dentro de la gran teoría social y en la que, entre otras cosas,
reelabora el concepto de racionalidad superando a la vez algunos de los
inconvenientes de una filosofía de la conciencia inicialmente cartesiana
(Bewusstseinsphilosophie) y de su idea de cognición concomitante, que se basa en la
dicotomía sujeto-objeto.6 La idea de racionalidad comunicativa de Habermas no es
ajena a sus críticas a Marx. Éste se ocupó en exclusiva del concepto de «trabajo» y
Habermas insiste en que la interacción lingüísticamente mediatizada es tan vital para
la reproducción social y para la evolución como el trabajo. En consecuencia, el
concepto de trabajo tiene que completarse con el de «interacción». Mientras que el
trabajo está relacionado con la razón instrumental, la interacción hace referencia a la
comunicación que se articula para llegar a un entendimiento mutuo.7 Del mismo
modo, el concepto de racionalidad comunicativa de Habermas (crucial en su intento de
desarrollar una teoría crítica) está enraizado en una interacción lingüísticamente
mediatizada.
Después de ciertas críticas, Habermas ha rectificado algunos de los postulados
más extremos de su Teoría de la acción comunicativa. A pesar de ello, hay que decir
que aún mantiene el esquema general de su teoría. De hecho, sus aportaciones más
recientes comparten más o menos los mismos presupuestos. Por ejemplo, El discurso
filosófico de la modernidad (Der Philosophische Diskurs der Moderne) es una firme
defensa del proyecto ilustrado, frente a autores antimodernos, posmodernos y
posestructuralistas como Nietzsche, Heidegger, Foucault, Derrida y Jean François
Lyotard (véase el capítulo 5).8 Para Habermas, lo fundamental de estas críticas a la
Ilustración es que no han logrado captar su potencial emancipador. Los pensadores
ilustrados defendían el debate abierto y la crítica, y, por tanto, la racionalidad
comunicativa. Más recientemente, Habermas ha hecho su aportación a la ética y a la
teoría jurídica con Erkläuterungen zur Diskursethik. Esta obra también está bastante
en la línea del marco teórico de su teoría de la acción comunicativa.9
123
PATRICK BAERT
10 Outhwaite (1994).
11 Habermas (1991, pp. 339-99).
12 Ibíd. (1987b, pp. 51-122; 1987a, pp. 71-90).
13 Adorno (1973, pp. 146-61).
14 Compárense Adorno y Horkheimer (1973, pp. 1-119) con Habermas (1987b, pp. 106-30).
15 Véase también Dews (1986, pp. 101 y ss.); Wellmer (1985, pp. 52 y ss.); McCarthy (1985, pp. 176 y
124
LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS
Searle y Peter Strawson, así como la teoría de los estadios de Jean Piaget y Lawrence
Kohlberg. No obstante, resulta sorprendente que el proyecto de Habermas goce de
unidad temática a pesar de la gran variedad de sus fuentes. En su obra siempre
subyace una fe ardiente en el proyecto filosófico ilustrado y en los principios del
liberalismo político, independientemente de que esté analizando el concepto de
racionalidad de Weber o la idea que Mead tenía de un mundo social simbólicamente
constituido; de que se oponga a los excesos del positivismo lógico o a las inclinaciones
relativistas de la onda posmoderna francesa. Gran parte de sus escritos se centran en
esta profunda convicción.
Ya debería estar claro que, en algunos aspectos, el proyecto de Habermas no
difiere del de Giddens (véase el capítulo 4). De hecho, ambos intentan integrar una
gran variedad de tradiciones intelectuales con el fin de hacer una aportación
posempiricista, aunque explícitamente no relativista, a la teoría social. Además, los
dos advierten de los peligros que plantea adoptar argumentos unidireccionales,
independientemente de que se les dé una denominación relacionada con la estructura
o con el actor. Ambos pretenden relacionar diferentes niveles de análisis social y
superar ciertos dualismos que antes se planteaban. Habermas, al igual que Giddens,
intenta ir más allá de la oposición entre el funcionamiento del sistema y el del ámbito
simbólico e intersubjetivo. En este sentido, Habermas introduce dos conceptos
cruciales: el de «sistema social» y el de «mundo de la vida» (el Lebenswelt de Schutz).
Este último hace alusión a los significados compartidos de nuestras actividades
diarias y al hecho de que éstas se den por supuestas. Habermas afirma que el mundo
de la vida es crucial para la reproducción social, y con esto quiere decir que la
sociedad se hace y rehace constantemente mediante esas prácticas rutinarias. El
mundo de la vida ha recibido una atención especialmente atenta de tendencias
«internalistas» como la fenomenología y la etnometodología (véase el capítulo 3). El
sistema social, que se relaciona con la forma que tienen las estructuras sociales y los
imperativos funcionales de condicionar las acciones humanas a través del dinero y del
poder, ha sido objeto de estudio de perspectivas «externalistas» como el estructural-
funcionalismo o la teoría de sistemas (véanse los capítulos 1 y 2). Mientras que el
mundo de la vida plantea cuestiones relativas a la comunicación, el sistema social se
relaciona con las fuerzas y relaciones de producción. La obra de Habermas presta
atención a ambos conceptos y pretende demostrar la interacción que hay entre los
dos. El mundo de la vida depende del adecuado funcionamiento del sistema social y,
en particular, de que sea eficiente tanto la utilización de los recursos como la
organización y coordinación de las actividades dirigidas por el Estado. El sistema
social necesita individuos bien socializados y un cierto grado de estabilidad en el nivel
cultural. Esto es lo que proporciona el mundo de la vida.16
Para Habermas, debe considerarse que la teoría crítica reside en la intersección
entre filosofía y ciencia. Esta teoría pretende revelar las condiciones estructurales de
las acciones humanas, y su fin último es superarlas. Habermas se esfuerza bastante
por definir la teoría crítica y por especificar de qué manera se relaciona con otras
formas de conocimiento. Basándose en parte en la filosofía pragmática de Peirce y en
el vínculo entre ciencia y acción que conlleva, las primeras obras de Habermas
distinguen tres formas diferentes de conocimiento: el empírico-analítico, la
hermenéutica y la teoría crítica. Éstas se relacionan con tres tipos de intereses
antropológicos a priori. Los intereses se conciben como «orientaciones básicas»
enraizadas en «condiciones fundamentales» de la reproducción y de la
125
PATRICK BAERT
17 Ibíd. (1987a, pp. 196 y ss.). Para una revisión crítica de la teoría de los intereses cognitivos en
Habermas, véase, por ejemplo, Ottmann (1982).
18 Habermas (1987a, pp. 308-15).
19 Ibíd. (pp. 71-90, 308-9).
20 Véase también Giddens (1985a, pp. 125 y ss.), Bernstein (1978, pp. 188-9).
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LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS
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LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS
muestran muy críticos con el proyecto moderno. Sin embargo, para Habermas, la
racionalización no es un proyecto único, sino doble. Por una parte, sí que conlleva una
racionalidad instrumental, tal como ha sido conceptualizada por Weber y por los
autores de la Escuela de Frankfurt. Al igual que ellos, Habermas critica bastante la
existencia de una excesiva racionalidad de los fines y los medios. Por otra parte, el
proceso de racionalización occidental tiene sin duda un componente más positivo.
Habermas decide denominar este lado positivo de la Ilustración «racionalidad
comunicativa», y ésta tiene que ver con la institucionalización de mecanismos abiertos
de crítica y defensa. Mientras que la racionalidad instrumental se relaciona con el
imperativo del sistema social, la comunicativa tiene que ver con el nivel del mundo de
la vida y va a convertirse en la piedra angular de la contribución de Habermas a la
teoría crítica.27
En la «pragmática universal» de Habermas es crucial el concepto de competencia.
El autor señala que las personas tienen determinadas habilidades prácticas que les
permiten establecer ciertas diferencias. Una de ellas es la que distingue tres tipos de
acciones: la «instrumental», la «estratégica» y la «comunicativa». La instrumental y la
estratégica se orientan hacia el éxito, pero la primera tiene que ver con la naturaleza
externa y la segunda con las situaciones estratégicas que se dan entre las personas.
La estratégica y la comunicativa son sociales, pero la segunda es una acción social
orientada hacia el «entendimiento» (Verständigung) de las «pretensiones de validez»
(Geltungsansprüche).28 Habermas, evidentemente influido por Popper (véase el capítulo
8), señala que, además, las personas pueden, en principio, distinguir tres mundos
diferentes: la naturaleza externa, la sociedad y la naturaleza interna. Mientras que el
mundo de la naturaleza externa tiene que ver con cuestiones relativas a la correcta
representación de los hechos, la sociedad se relaciona con la rectitud moral y las
reglas sociales, y la naturaleza interna con la sinceridad.29 Como quedará claro a
continuación, la capacidad de las personas para hacer estas distinciones es crucial
para el concepto habermasiano de acción comunicativa.
Una de las afirmaciones más importantes de Habermas es que el concepto de
racionalidad presupone la existencia de comunicación. Para explicar este argumento
se basa en la teoría del acto de habla y se remite bastante a la distinción que establece
Austin entre actos de habla ilocucionarios y locucionarios. Austin introduce estos
términos para diferenciar entre decir algo y hacer algo al decir algo. Habermas,
siguiendo a Austin, señala que todo acto de habla puede dividirse en un nivel
proposicional y en otro ilocucionario. Combina este argumento con el marco de los
tres mundos, según el cual hay tres usos para el lenguaje: cognitivo, interactivo y
expresivo. El cognitivo apunta a algo que está en el mundo objetivo y utiliza
comprobadores como forma de acción de habla. El uso interactivo se refiere al mundo
social, aspira a establecer relaciones interpersonales legítimas y utiliza reguladores
(como son las órdenes o las promesas). Finalmente, el uso expresivo tiene que ver con
el mundo subjetivo, con la intención o autorepresentación del hablante, y usa
confesiones. Como se verá claramente a continuación, estos tres usos del lenguaje se
relacionan con «pretensiones de validez».30
Ahora estamos en una buena posición para profundizar en la parte esencial de la
teoría de la acción comunicativa de Habermas. Una de sus afirmaciones clave es que
siempre que las personas hablan con los demás, se presuponen implícitamente cuatro
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LA EXPANSIÓN DE LA RAZÓN. LA TEORÍA CRÍTICA DE HABERMAS
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EVALUACIÓN
No hay duda de que la empresa de Habermas es valiente. En un momento en el que el
proyecto de la Escuela de Frankfurt se ha abandonado casi por completo, este autor
pretende encontrar nuevas bases filosóficas para la teoría crítica. Aunque el
posmodernismo ha progresado tanto en el último cuarto del siglo XX, Habermas
intenta, precisamente, redefinir y defender la modernidad. Además, también se
propone rebatir a todos aquellos que, ya sea por influencia de Nietzsche, de
Wittgenstein o de Kuhn, coquetean con doctrinas relativistas. A pesar del carácter
polémico de la obra de Habermas, su pura amplitud de miras y profundidad son un
logro en sí mismas que, probablemente, no tenga parangón en el siglo XX. Habermas
combina un impresionante abanico de filosofías y teorías sociológicas. Se ocupa de un
amplio espectro de problemas, que van desde los temas filosóficos tradicionales hasta
la complejidad de la política contemporánea.
Como el alcance de su obra es enorme y difíciles las tareas que se propone
realizar, sería inconcebible que su proyecto careciera de lagunas significativas. Ni
siquiera voy a intentar hacer una lista exhaustiva de todas las críticas que sus
escritos han recibido. Sería demasiado largo, y, en cualquier caso, Habermas ha
incorporado algunos de esos argumentos a su obra. Más bien mencionaré lo que para
mí son las principales debilidades de su proyecto. Me ocuparé especialmente de sus
trabajos clave sobre la racionalidad comunicativa porque, hasta el momento, han sido
los más influyentes. Creo que las deficiencias que se van a enumerar comprometen
seriamente la validez de las ideas de Habermas como contribución fructífera a la teoría
crítica.
En primer lugar, está un asunto fastidioso pero significativo: algunos aspectos de
su obra carecen de fundamentos empíricos sólidos. Su contribución a la teoría crítica
se basa en determinadas «ciencias reconstructoras», que han sido objeto constante de
críticas por razones empíricas, y con razón. Por ejemplo, la base empírica de la obra
de Piaget o de Kohlberg no ha dejado de cuestionarse, ni tampoco la de Lévi-Strauss
(véase el capítulo 1). La falta de fundamento empírico para estas teorías puede poner
en peligro la esencia de la teoría habermasiana de la acción comunicativa que, en su
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42 Véase también Held (1980, pp. 397-8). Para una crítica más global de la contribución de Habermas a
la filosofía de la ciencia, véase Hesse (1982).
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