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TEMA 58: REALISMO Y NATURALISMO EN LA NOVELA DEL SIGLO XIX

Índice

1. Introducción. Justificación. LOE.


2. Desarrollo del tema:
2.1. El concepto de Realismo.
2.2. El Realismo del siglo XIX.
2.3. El Naturalismo.
2.4. Etapas literarias.
2.5. Los autores del Realismo y del Naturalismo.
2.5.1. Fernán Caballero.
2.5.2. Pedro Antonio de Alarcón.
2.5.3. Juan Valera.
2.5.3.1. Trayectoria literaria.
2.5.3.2. Ideas sobre la novela.
2.5.3.3. La obra de Juan Valera.
2.5.4. José María de Pereda.
2.5.5. Emilia Pardo Bazán.
2.5.6. Leopoldo Alas ‘Clarín’.
2.5.7. Otros novelistas.
3. Conclusión.
4. Bibliografía:
ESTÉBANEZ CALDERÓN, D. (1996): Diccionario de términos literarios. Madrid:
Alianza editorial.
PEDRAZA, F. B. y RODRÍGUEZ CÁCERES, M. (1983): Manual de literatura española.
Tomo VII. Época del Realismo. Navarra: Cénit Ediciones.
ZAVALA, I. (Coord.) (1982): Romanticismo y realismo. Tomo 5 de Francisco Rico
(dir.): Historia y crítica de la literatura española. Barcelona: Crítica.
5. Webgrafía:
www.gencat.cat/educació
www.educación.es/horizontales/ministerio
http://cvc.cervantes.es
6. Legislación:
Ley Orgánica de Educación (2006), LOE

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La palabra realismo contiene varias significaciones. Por un lado, dentro de la teoría de
la literatura se refiere a un tipo de obra que intenta plasmar la vida tal como es, en oposición
al idealismo o al romanticismo. Por otro, en la historia de la literatura designa un periodo
literario del siglo XIX, pero también se refiere a ciertas corrientes literarias del siglo XX como,
por ejemplo, al realismo social y al realismo mágico.
El vocablo surge en Francia hacia 1850 para designar a una corriente pictórica y
escuela literaria que concebía el arte como representación exacta de la realidad mediante su
observación minuciosa y objetiva. Madame Bovary (Flaubert, 1857) se considera el manifiesto
de la nueva estética. Dicha estética se desarrollo de forma particular en cada país. En
Inglaterra, destacan escritores como Ch. Dickens y W. M. Thackeray. En Rusia, sobresalen L.
Tolstoi y A. P. Chéjov. En España asumen esta estética los novelistas integrantes de la
generación de 1868.
El periodo literario que conocemos como Realismo es pues la concreción histórica más
perfecta de la tendencia que busca la representación de la realidad a la que nos hemos estado
refiriendo. Su desarrollo coincide con la subida al poder de la burguesía que se alía con la
nobleza y el clero, sus antiguos enemigos. Se impone una economía de mercado con tendencia
al capitalismo monopolista, con lo que se produce un cambio de valores. En Observaciones
sobre la novela contemporánea en España (1870), Benito Pérez Galdós adjudica a la novela la
función de reflejar y expresar la nueva sociedad burguesa.
Estébanez Calderón (1996) resume las características fundamentales del Realismo en
los siete puntos siguientes. El primero es la verosimilitud, principio fundamental que dirige la
configuración de los elementos de la novela: personajes, estructura, técnicas narrativas y
rasgos del lenguaje. El segundo es la mímesis, principio según el cual mediante la observación
minuciosa de la realidad se puede lograr esa verosimilitud. El tercero es la descripción física y
psíquica de los personajes, así como del ambiente que les rodea. El cuarto es el uso del
narrador omnisciente, por ser el único que conoce a los personajes y los móviles de su
conducta. El quinto es la posición que toma el autor dentro del texto, es decir, en España los
escritores dan su opinión sobre los problemas planteados dentro del relato. El sexto es que la
historia y la ficción suelen estar imbricados en estos relatos. Así ocurre en los Episodios
Nacionales de Galdós, en los que se mezclan personajes históricos con personajes ficticios. Por
último, el séptimo hace referencia al sabor local y a la naturalidad de expresión como
características del realismo español.
Asimismo en Francia surgió en la segunda mitad del siglo XIX el Naturalismo. Este
movimiento literario, teorizado por Émile Zola, entiende la novela como un «documento
humano». Es decir, la conducta de los personajes de las novelas naturalistas, género por
excelencia del siglo XIX, viene determinada por la herencia, el medio, la raza y el momento
histórico que les ha tocado vivir. Todas estas ideas sobre la novela surgen de la obra de
Darwin, de cuyos postulados se desprende la selección natural y la supervivencia del más
fuerte. En este tipo de novelas se incorporan temas hasta ahora rechazados, como son el
adulterio, la injusticia social y la prostitución.
El Naturalismo irrumpe en España a finales de la década de los setenta. La crítica
considera La desheredada (Galdós, 1881) como la primera novela naturalista española. En
España, hubo dos tendencias diferenciadas de Naturalismo. Una cercana al folletín, más
popular y de escasa relevancia artística. Y otra más selectiva representada por grandes
escritores como Emilia Pardo Bazán y José María Pereda. No obstante, se diferenció de los
postulados de Emile Zola, puesto que como veremos estos dos escritores se distanciaron en
algunos aspectos de la novela naturalista francesa.
El Naturalismo se caracteriza por atenuar el dominio de la voz organizadora, dejando
que los personajes actúen sin su mediación. Los personajes carecen de libertad puesto que su
comportamiento está determinado, como ya hemos mencionado. En este tipo de novelas, son
características las descripciones minuciosas de ambientes, personajes y, sobre todo, de

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personajes colectivos, como pueden ser la mina, la fábrica, entre otros. No obstante, el
argumento de dichas novelas carece de complejidad. Destaca el lenguaje sencillo y el vigor
expresivo, además de la abundancia del lenguaje científico y de argot. Desde el punto de vista
ideológico, existe una clara intención de denuncia de los valores y de las instituciones de una
sociedad degradada.
En cuanto a las diferentes etapas literarias, entre 1850 y 1875 pervive el Romanticismo
y las primeras manifestaciones que contienen rasgos realistas. El triunfo del Realismo coincide
con la revolución de 1868. Con su victoria se alza la novela como género literario
predominante. La etapa de maduración no culmina hasta la década de 1880-1890 en la que
empieza el influjo del Naturalismo. Ya adentrándose en el siglo XX, surge el Realismo
espiritualista, que convivirá con otros movimientos artísticos, como el Modernismo. El
Realismo espiritualista nace cuando los escritores dejan de creer en el materialismo positivista
y ofreciendo más importancia al interior de los personajes.
La primera promoción de novelistas del Realismo es la generación del 68. La mayor
parte de los escritores que la conforman nacen alrededor de 1830. En ella, encontramos a Juan
Valera, Benito Pérez Galdós, Pedro Antonio de Alarcón y José María Pereda. La segunda
generación realista nace en torno a 1850. Aunque parten del Realismo, reciben la influencia
del Naturalismo y del positivismo. Son representantes de esta generación Emilia Pardo Bazán,
Leopoldo Alas ‘Clarín’, el padre Luis Coloma, Jacinto Octavio Picón, Armando Palacio Valdés y
José Ortega Munilla. Debemos añadir como representante de un Naturalismo tardío a Vicente
Blasco Ibáñez.
Cecilia Böhl de Faber más conocida por el seudónimo de Fernán Caballero es
considerada como la precursora de la novela en España en la segunda mitad del siglo XIX, a
pesar de que su obra se puede incluir dentro de la estética romántica. Su novela más conocida
es La gaviota (1849). Se trata de una novela de costumbres, realista y contemporánea. Es
evidente la deuda de Fernán Caballero con el cuadro de costumbres cultivado durante la época
romántica. Su técnica consiste en una ampliación de estos bocetos dotándolos de una trama
argumental bastante más compleja. Ahora bien, observa la realidad y trata de reproducir el
habla de la gente del pueblo. No obstante, Pedraza (1983) señala que su visión es idealizada y
mistificadora. También escribió cuentos, de los que publicó varias colecciones en las que son
abundantes las canciones y las poesías. Destacó en el cuento de tema popular, influida sin
duda por las concepciones románticas de lo nacional.
Pedro Antonio de Alarcón (Granada, 1833-Madrid, 1891) fue un escritor peculiar tanto
por su compleja personalidad como por sus vaivenes ideológicos. Desde 1855 transformó su
liberalismo republicano y su frenético romanticismo a lo Espronceda, Byron o Víctor Hugo en
un romanticismo católico y monárquico heredero de Schlegel y de Böhl de Faber. La causa de
este cambio ideológico parece estar en un duelo que falló con uno de sus detractores. En éste,
su contrincante tiró al aire y le perdonó la vida.
Su actividad literaria fue variadísima: periodismo, libros de viaje, obras de teatro,
cuentos, novelas y poesía. Sus presupuestos estéticos son de transición entre el estilo
romántico y el realista. Su obra novelística se compone de cuatro obras: El final de Norma
(1855), El sombrero de tres picos (1874), El escándalo (1875) y El niño de la bola (1880). De
entre ellas destaca El sombrero de tres picos, novela que puede inscribirse en lo que podría
llamarse romanticismo tradicionalista. Encontramos las fuentes de esta narración en una
narración popular, en un sainete, un romance y un cuento de Boccaccio. Constituye una
apología del Estado monárquico que comparte su poder con el de la Iglesia católica. De ahí que
Alarcón presente una sociedad idealizada de la sociedad estamental del Antiguo Régimen. Se
trata de una obra de enredo, de ritmo agradable y llena de humor. A veces la realidad es
deformada de forma grotesca, con lo que recuerda la técnica del esperpento de Valle-Inclán.
La diferencia más importante entre la mayoría de los precedentes narrativos y la obra de
Alarcón es que en el relato de nuestro autor no llega a consumarse el adulterio, aspecto que la
crítica ha solido interpretar como elemento clave para la comprensión final del relato.

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El escándalo versa sobre el tema religioso del mal y de la redención. El problema
religioso es muy importante en la novelística alarconiana. Por esta obra fue acusado de
reaccionario y neocatólico. El niño de la bola narra una trágica historia de amor en un
ambiente andaluz.
Fue autor de cuentos, novelas cortas y libros de viajes. Destacan cuentos como El clavo
y La Comendadora. En Diario de un testigo de la guerra de África (1860) hay una recopilación
de crónicas periodísticas. De Madrid a Nápoles (1861) es un ejemplo del cultivo característico
de libros de viajes durante el siglo XIX. En La Alpujarra (1873) construye una descripción
histórica y actual del lugar.
Otro gran escritor español de esta época es Juan Valera (Córdoba, 1824-Madrid, 1905).
Fue un gran crítico literario y cultivó todos los géneros. Su producción como crítico y autor de
epístolas se extiende a lo largo de toda su vida, mientras que sus novelas están escritas en dos
breves períodos: de 1874 a 1878 y de 1895 a 1897, constituyendo dos series con, al decir de
algunos críticos, dos visiones distintas de la vida.
En De la naturaleza y carácter de la novela (1864) el escritor se refiere a la novela
como género poético, según explica porque su nacimiento es posible gracias a la imaginación
poética. El escritor niega los presupuestos del realismo. En cambio, defiende el tipo de novela
llamada psicológica, así como la moralidad de las novelas. No obstante, manifiesta ser
partidario del arte por el arte. Su rechazo al realismo y, particularmente del naturalismo, lo
fundamentó en sus Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas (1886-1887). Su rechazo se
fundamenta en un motivo patriótico, según el cual desprecia el interés excesivo por la
literatura francesa en el siglo. Otra razón es la refutación de las nuevas doctrinas sobre la
novela, en especial las pretensiones cientificistas.
Su primera novela Pepita Jiménez (1874) presenta el conflicto entre la vocación
religiosa de un seminarista y el amor humano, que acaba triunfando. El procedimiento
espistolar, que tanto cultivó, es muy apropiado para este fin. En 1875 publica Las ilusiones del
doctor Faustino, una sátira contra el materialismo. En El comendador Mendoza (1877), Valera
nos cuenta con brevedad la infancia de don Fadrique López de Mendoza en Villarmeja, y más
tarde, sus aventuras en Ultramar. Según Pedraza (1983), es otro aviso sobre los peligros del
fanatismo, así como una invitación a la flexibilidad. En Doña Luz (1878), vuelve a la temática
religiosa. A pesar de ser una de sus mejores obras, las comparaciones con Pepita Jiménez han
perjudicado su valoración. En 1895 publica Juanita la Larga, una novela que versa sobre un
tema recurrente en la historia de la literatura, la relación entre un viejo y una muchacha. En
este relato destaca la descripción del ambiente andaluz, lo que hace pensar en la proximidad
de Valera con autores costumbristas y, en concreto, con Estébanez Calderón. Otras obras son
Genio y figura (1897) y Morsamor (1905). Mientras la primera versa sobre las andanzas de
Rafaela al alcanzar un matrimonio ventajoso, la segunda es una amalgama de casos y
aventuras. Tal como se ha mencionado, Valera cultivó también el cuento. Una de sus
características en este género es la creación de un ambiente mágico.
José María Pereda y Emilia Pardo Bazán son los escritores decimonónicos que podrían
inscribirse dentro del Naturalismo. Sin embargo, en Pereda más que de naturalismo,
tendríamos que hablar de costumbrismo y Pardo Bazán concilio el naturalismo con las
creencias religiosas.
Pereda (Polanco, 1833-Santander, 1906) fue un hombre conservador, de ideología
tradicional y, sobre todo, destaca el apego que siempre sintió por su tierra natal. Sin duda su
vertiente regionalista ha afectado su valoración literaria por parte de la crítica. No obstante, es
unánime el valor que se le otorga por la construcción de un lenguaje propio, construido
mediante el léxico y la sintaxis de los montañeses e influenciado por la prosa clásica, en
especial por la cervantina. Dentro de esta tendencia costumbrista, destaca su primer libro
Escenas montañesas (1864). Después de la publicación de un par de novelas polémicas, publica
Sotileza (1885), considerada como una de las más logradas novelas del siglo. En ella se recrea
en el ambiente marinero cántabro. Su novela más conocida es en la actualidad Peñas arriba

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(1895), en la que con un lirismo que impregna toda la obra, el escritor narra la conversión de
un joven que vive en la ciudad al modo de vida de la montaña.
Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851-Madrid, 1921) fue una de las mujeres más cultas
de su época. Teorizó sobre las ideas naturalistas en La cuestión palpitante (1882-1883), en
donde defendió las aportaciones positivas del naturalismo, pero criticó también sus excesos,
como, por ejemplo, la falta de selección artística de un arte que sólo refleja lo feo. Entre sus
novelas, sobresalen Los pazos de Ulloa (1887) y La madre naturaleza (1887). La primera narra
un conjunto de dramas propios de un mundo en el que la civilización no tiene lugar y en el que
predomina el libre juego de los instintos. Todo ello desde el punto de vista de un joven
sacerdote, Julián Álvarez, el cual es trasladado a este agreste lugar de Galicia. En la obra hay un
conflicto entre dos formas de vida diametralmente opuestas: las costumbres bárbaras del
mundo rural y la civilización urbana. En la segunda novela mencionada la autora continua con
la misma historia, sin embargo, no alcanza la altura de la primera parte. En su última etapa,
escribió novelas realistas espiritualistas. Un ejemplo de esta nueva faceta lo encontramos en
La sirena negra (1908). Además fue la autora de aproximadamente seiscientos cuentos de
materia muy variada y novelas breves, así como una de las creadoras del género policíaco. En
cuanto a éste, destaca La gota de sangre (1911).
Leopoldo Alas (Zamora, 1852-Oviedo, 1901), más conocido por el seudónimo ‘Clarín’
fue un intelectual liberal y crítico preocupado por la dimensión ética del ser humano. En
política, destacó por sus ideales fieles a la Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, y
por su republicanismo. Exceptuando sus dos grandes novelas, La Regenta y Su único hijo, de las
que más adelante hablaremos, el resto de su producción literaria y crítica se publicó
originariamente en la prensa periódica. En cuanto al estilo de Clarín, fue defensor de la
naturalidad y la sencillez expresiva. En narrativa aceptó los presupuestos del naturalismo, los
más adecuados en su opinión para el examen del hombre y de la sociedad de su tiempo.
Clarín está considerado uno de los creadores del cuento moderno en España. Sus
cuentos presentan una gran unidad estilística, por ejemplo, el humor no falta casi nunca, pero
la gama temática es amplísima. Editó cinco recopilaciones, entre las que encontramos Pipá
(1886) y El gallo de Sócrates y otros cuentos (1901). El primer volumen citado contiene el
cuento Pipá, el cual se relaciona con la novela picaresca. El segundo apareció el año de su
muerte y presenta un tono filosófico y meditativo.
Su primera novela, La Regenta (1885), es un retrato de una sociedad que vive en el
ocio más absoluto en una ciudad donde nunca pasa nada, paralizada por una cultura
anquilosada y una moral estrecha. La ciudad de Vetusta se erige como la verdadera
protagonista de la novela. Dentro de ella, el novelista presenta cuatro zonas diferentes,
mostrando el clasismo de dicha sociedad. En la obra se cuenta la vida de Ana Ozores. Se trata
de una mujer que se siente desubicada dentro de esta sociedad y lucha por buscar una salida a
la angustia que le reporta esta situación. Al final desesperada, comete adulterio y su esposo
muere en un duelo por limpiar el honor de la familia. Ana se queda sola y la sociedad de
Vetusta le gira la espalda. Tanto los personajes principales, Ana Ozores y Fermín de Pas, como
los cientos de personajes que aparecen en la novela construyen un mosaico perfecto.
En Su único hijo (1891) se narra la vida interior de Bonifacio Reyes. A su alrededor se
encuentra el mundo de la alta burguesía. Reyes se escapa con la hija de su jefe, Emma, pero la
Guardia Civil los sorprende y son separados. Años después se casan. Sin embargo, Bonifacio no
es feliz y se enamora de Serafina. Su vida da un giro al conocer que va a ser padre, sin ni
siquiera aceptar que no es él en realidad. El éxito de La Regenta, tal como ha sucedido en otros
casos ya mencionados, ha perjudicado la valoración de esta novela.
Otros novelistas decimonónicos no tan importantes son el padre Luis Coloma,
Armando Palacio Valdés, Jacinto Octavio Picón, José Ortega Munilla y Vicente Blasco Ibáñez. El
padre Luis Coloma es conocido sobre todo por Pequeñeces (1890-1891), una sátira moral y
social, aunque escribió otras obras, así como cuentos y cultivó la novela histórica. Armando
Palacio Valdés escribió novelas que pueden considerarse como una prolongación del realismo.

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Entre ellas sobresale Marta y María (1883), que narra la vida de dos hermanas, cuyos espíritus
presentan una antítesis de feminidad. La tesis de la novela es la condena de las exageraciones
del misticismo. Otra obra conocida del autor es La hermana San Suplicio (1889). Jacinto
Octavio Picón tuvo su primer éxito con Lázaro (1882). José Ortega Munilla es una de las figuras
más destacadas de la vida cultural del siglo XIX, aunque su importancia ha quedado difuminada
por la notoriedad de su hijo, José Ortega y Gasset. Su obra más conocida es Cleopatra Pérez
(1884). Por último, Vicente Blasco Ibáñez empieza siendo un novelista del costumbrismo
regional, con un tono naturalista, como La barraca (1898). Sin embargo, evolucionó y cultivó
una literatura más social y revolucionaria. Una de sus obras más conocidas es Los cuatro
jinetes de la Apocalipsis (1916). También escribió novelas históricas y de influencia naturalista,
como Sangre y arena (1908). Las dos últimas novelas citadas fueron adaptadas al cine, lo que
le dio a Blasco Ibáñez mayor fama.

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