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REALISMO

Contexto histórico
La aparición y desarrollo del Realismo fue fruto de la agitada situación política francesa
desde la proclamación de la República, en 1848, hasta el advenimiento de la Comuna de
París. Es a lo largo de estos años cuando surgen los movimientos obreros y proletarios
que inspiran nuevos sentimientos sociales y nuevas ideas políticas. Aparece este nuevo
arte inspirado en los cambios sociales de la época y retrata las duras condiciones en las
que viven los trabajadores. Comenzará como movimiento reivindicativo: la
representación del pueblo sin idealismo. El desarrollo del Realismo estuvo también
vinculado a los avances tecnológicos de la Segunda Revolución Industrial: ferrocarril,
teléfono, telégrafo…
En España es una época convulsa políticamente. Las disputas entre liberales y
conservadores terminan con la proclamación de la I República (1873-1874) y en el
posterior proceso de Restauración que devuelve el poder a la monarquía borbónica. En
cuanto a los social, la burguesía se convierte en la clase social más influyente y se
desarrollan las clases medias urbanas.
Las consecuencias de las transformaciones políticas, sociales y económicas producidas
en este periodo en diferentes puntos de Europa son las que cambian la percepción de los
autores acerca de la realidad: dejan de lado el punto de vista idealista y exaltado del
Romanticismo y se impone una visión más realista y conservadora.

Movimiento
El Realismo fue un movimiento artístico y literario que surge en Francia y se extiende
por Europa en la segunda mitad del siglo XIX. Stendhal y Honoré de Balzac son los
autores pioneros del movimiento; posteriormente lo desarrolla ampliamente Gustave
Flaubert. La primera vez que se habla sobre esta corriente es en 1856 en una revista
titulada precisamente Realismo, que en uno de sus números dice:
El realismo pretende la reproducción exacta, completa, sincera, del
ambiente social y de la época en que vivimos. Esta reproducción debe
ser lo más sencilla posible para que todos la comprendan.
Se caracteriza por la descripción objetiva, minuciosa y detallada de la realidad
basándose en la observación y el análisis de los comportamientos humanos propios de
aquella época. Tiene un imperioso afán de veracidad, al retratar campesinos o
trabajadores; destaca su contemporaneidad, al sostener que el único tema válido para
el artista era el mundo coetáneo; importante también su compromiso social, al abordar
temas que hasta entonces se habían ignorado, en estrecha conexión con la literatura; y
su variedad de temas: intimistas, familiares, reuniones al aire libre, paisajes rurales y
urbanos.
Es a través de la novela como mejor va a representarse esta corriente. Se observan los
siguientes rasgos: interés por la realidad, que los autores muestras la sociedad de la
época; búsqueda de la objetividad mediante descripciones detalladas y la reproducción
del habla real de los personajes y la presencia de un narrador omnisciente que conoce
las vidas y pensamientos de los personajes.
Como hemos dicho antes, es una corriente extendida por toda Europa. En Francia
destacan Honoré de Balzac (La comedia humana), Émile Zola y Gustave Flaubert
(Madame Bovary). En Inglaterra sobresale Charles Dickens (Oliver Twist). Y en Rusia
tenemos a Fiodor Dostoievski (Crimen y castigo) y León Tolstoi (Guerra y paz).
*Textos 1, 2, 3.

Realismo en España
Esta corriente literaria se consolida en nuestro país sobre 1870 y podemos distinguir tres
fases: Prerrealismo, Realismo y Naturalismo.
Prerrealismo: comienza en 1849 con la publicación de La Gaviota de Fernán
Caballero; novela con tintes costumbristas e intención moralizante. También destaca
Pedro Antonio de Alarcón ( El sombrero de tres picos). *Texto 4
Realismo: se inicia en 1870 con La fontana de oro de Benito Pérez Galdós. En esta
etapa el narrador adopta una actitud más objetiva hacia sus personajes y el retrato
psicológico se convierte en motivo central de la obra. También destaca Juan Valera
(Pepita Jiménez) y José María Pereda. *Texto 5
Naturalismo: surge en 1881 con La desheredada de Benito Pérez Galdós. Llega a
España gracias a la influencia de Émile Zola quien creía que el escritor debía describir
la realidad científicamente y explicar la conducta de sus personajes, por ello este tipo de
novela va más allá de la descripción objetiva e intentan explicar con crudeza las causas
de los comportamientos más degradantes del ser humano. Destacan como autores
B.P.Galdós, Leopoldo Alas “Clarín”, Vicente Blasco Ibáñez y Emilia Pardo Bazán (Los
pazos de Ulloa). *Texto 6

Benito Pérez Galdós


(1843-1920)
Considerado el mayor narrador español después de Miguel de Cervantes. Escribió casi
un centenar de novelas, además de unas 20 obras teatrales y casi 30 cuentos. También
fue un fecundo periodista, escribiendo en diferentes periódicos y revistas durante toda
su vida. Entró como miembro de la RAE en 1897. Fue diputado en las Cortes españolas
en dos ocasiones. Tuvo una relación con Emilia Pardo Bazán.
Para Galdós la novela debe reflejar la vida misma, con un lenguaje caracterizador de los
personajes, quienes deben tener una marcada profundidad psicológica. Su producción
novelística queda clasificada de la siguiente manera:
- Novelas de tesis o prerrealistas: década de 1870. Galdós analiza los defectos de
la sociedad para defender el progreso y la ciencia. Debido a su carácter
reformista y liberal propone, en lo político y lo religioso, no caer en el fanatismo
para evitar el estancamiento de la sociedad. Obras: La fontana de oro, La familia
de León Roch o Doña Perfecta. *Texto 7
- Novelas contemporáneas: década de 1880. Madrid adquiere un papel
fundamental en su obra, a través de sus calles y los seres que lo habitan. Supone
un estudio social de la clase media española. Se observa en las obras de esta
época una gran complejidad psicológica de los personajes suyos sentimientos y
acciones están determinados por la sociedad y la herencia biológica. Obras: La
desheredada, Fortunata y Jacinta. *Texto 8
- Novelas espiritualistas: década de 1890. Se centra en el mundo interior de los
personajes; desarrolla el afán redentor y los valores éticos defendidos por los
protagonistas, cargados de una tremenda profundidad psicológica. Galdós
aborda nuevos procedimientos narrativos. Obras: Misericordia, Tristana,
Nazarín. *Texto 9
- Episodios Nacionales: Galdós cuenta de manera ficcionada, a través de sus
novelas, la historia de la España del siglo XIX. Son 46 novelas que abarcan
desde 1805 con la batalla de Trafalgar hasta 1875 con la Restauración
monárquica. *Texto 10

Leopoldo Alas “Clarín”


(1852-1901)
Está considerado, junto a Galdós, el mejor escritor realista español del siglo XIX. Su
obra es muy breve ya que únicamente se compone de varias colecciones de cuentos,
cuatro novelas cortas y tres novelas mayores, entre las que destaca La Regenta. No solo
dedicó su vida a la escritura, sino que ocupó otros cargos como profesor y catedrático
universitario, periodista, poeta, abogado, crítico literario y jurista. El hecho de tener que
compaginar su labor de escritor con las otras ocupaciones suponen que no pueda dedicar
tanto tiempo a la literatura y es por ello que su producción no es tan extensa como la de
Galdós.
La Regenta
Fue publicada en dos tomos en 1884 y 1885. Obra cumbre la literatura realista, tanto
española como europea, del siglo XIX. Ha sido equiparada a otras obras maestras del
momento como Madame Bovary o Ana Karenina.
En ella se retrata una ciudad de provincias, Vetusta (nombre tras el que se esconde
Oviedo), en la que está representada la sociedad española de la Restauración. El autor
somete a todos los estamentos de la ciudad a su crítica: la aristocracia decadente, el
clero corrupto, las damas hipócritas, los partidos políticos. Todo ello conforma una
atmósfera social asfixiante, opresiva, con la que choca la protagonista, Ana Ozores.
Para Clarín, al igual que para Galdós, la base de la novela debía ser la vida, En este
caso, lo es aquella España de la Restauración y sus problemas: la religión y el adulterio:
Todo ello en un espacio ficticio (Vetusta), que bien conocía el autor, constituyó el caldo
de cultivo necesario para hacer de esos componentes una magistral novela.
Argumento
La ciudad de Vetusta (nombre ficticio de Oviedo) es testigo de la historia de Ana
Ozores, recién casada con el regente Don Victor de Quintanar, bastante mayor que ella y
al que ve como un padre. Ana se asfixia en ese matrimonio con una persona mayor que
ella e impotente. Esa sexualidad reprimida y la imposibilidad de sentirse mujer a través
de la maternidad, la llevan a buscar un amante: Álvaro Mesía, Sin embargo, este carece
de la dimensión intelectual o espiritual que a Ana le aporta Fermín de Pas (magistral de
la catedral), quien acabará enamorándose de ella, Pero, Ana se siente atraída por Álvaro
Mesía, un apuesto donjuán que la conquista, Los amantes se ven en secreto hasta que
son descubiertos por Don Fermín. Su marido (Don Víctor) que descubre el adulterio,
presionado por Pas, desafía a don Álvaro, y muere en el duelo.
Temas
- El adulterio: reflejado en Ana Ozores empujada por la frustración vital que vive
con su marido y motivo por el que nace la relación que tiene con don Fermín y
don Álvaro.
- Critica de la hipocresía social: la sociedad de Vetusta se alegra de su caída
porque todos la envidiaban.
- Critica anticlerical y de la ambición del poder representado en el magistral Don
Fermín de Pas.
- Critica de la falta de ética y la mediocridad moral de una sociedad que se deja
llevar por las apariencias.
- La honra: sobre Ana pesa la tradición cultural cristiana y de ahí viene el fatal
desenlace de la obra con el duelo a muerte entre su marido y el amante.
Estructura y estilo
- La novela se estructura en 30 capítulos (1-15: la acción sucede en 3 días / 16-30:
la acción sucedida 3 años).
- Lenguaje preciso con abundantes descripciones de los lugares y profundo
análisis de los personajes.
- Uso del monólogo interior y el estilo indirecto libre, además de la figura del
narrador externo omnisciente. A través de esto se detalla la psicología interior de
los personajes.
- Personajes: el más importante sería la sociedad de Vetusta, esa sociedad
hipócrita y cruel. Se describe ampliamente sus costumbres y moral asfixiante /
Ana Ozores: toda la historia se cuenta a partir de ella, de sus pensamientos y de
cómo esa ciudad la mira y juzga constantemente a partir de todo lo que hace.
*Texto 11, 12, 13, 14
Texto 1

Texto 2
Texto 3

Texto 4
Texto 5

Texto 6

Texto 7

Texto 8
Fortunata y Jacinta (fragmento)
Autor: Benito Pérez Galdós
Tipo de texto: Narrativo

Iba [Fortunata] despacio por la calle de Santa Engracia y se detuvo un instante en


una tienda a comprar dátiles, que le gustaban mucho. Siguiendo luego su vagabundo
camino, saboreaba el placer íntimo de la libertad, de estar sola y suelta siquiera poco
tiempo. La idea de poder ir a donde gustase la excitaba, haciendo circular su sangre con
más viveza. Tradújose esta disposición de ánimo en un sentimiento filantrópico, pues
toda la calderilla que tenía la iba dando a los pobres que encontraba, que no eran
pocos... Y anda que andarás, vino a hacerse la consideración de que no sentía malditas
ganas de meterse en casa. ¿Qué iba a hacer en su casa? Nada. Conveníale sacudirse,
tomar el aire. Bastante esclavitud había tenido dentro de las Micaelas. ¡Qué gusto poder
coger de punta a punta una calle tan larga como la de Santa Engracia! El principal goce
del paseo era ir solita, libre. Ni Maxi, ni doña Lupe, ni Patricia, ni nadie podían contarle
los pasos, ni vigilarla, ni detenerla. Se hubiera ido así... sabe Dios hasta dónde. Miraba
todo con la curiosidad alborozada que las cosas más insignificantes inspiran a la persona
salida de un largo cautiverio. Su pensamiento se gallardeaba en aquella dulce libertad,
recreándose con sus propias ideas. ¡Qué bonita, verbigracia, era la vida sin cuidados, al
lado de personas que la quieran a una y a quien una quiere!... Fijose en las casas del
barrio de las Virtudes, pues las habitaciones de los pobres le inspiraban siempre
cariñoso interés. Las mujeres mal vestidas que salían a las puertas y los chicos
derrotados y sucios que jugaban en la calle atraían sus miradas, porque la existencia
tranquila, aunque fuese oscura y con estrecheces, le causaba envidia. Semejante vida no
podía ser para ella, porque estaba fuera de su centro natural. Había nacido para
menestrala; no le importaba trabajar «como el obispo» con tal de poseer lo que por suyo
tenía. Pero alguien la sacó de aquel su primer molde para lanzarla a vida distinta;
después la trajeron y la llevaron diferentes manos. Y por fin, otras manos empeñáronse
en convertirla en señora. La ponían en un convento para moldearla de nuevo; después la
casaban..., y tira y dale. Figurábase ser una muñeca viva, con la cual jugaba una entidad
invisible, desconocida, y a la cual no sabía dar nombre.

Texto 9
La desheredada
Era Encarnación Guillén la vieja más acartonada, más tiesa, más ágil y dispuesta
que se pudiera imaginar. Por un fenómeno común en las personas de buena sangre y
portentosa salud, conservaba casi toda su dentadura, que no cesaba de mostrarse entre
su labios secos y delgados durante aquel charlar continuo y sin fatiga. Su nariz pequeña,
redonda, arrugada y dura como una nuececita, no paraba un instante: tanto la movían los
músculos de su cara pergaminosa, charolada por el fregoteo de agua fría que se daba
todas las mañanas. Sus ojos, que habían sido grandes y hermosos, conservaban todavía
un chispazo azul, como el fuego fatuo bailando sobre el osario. Su frente, surcada de
finísimas rayas curvas que se estiraban o se contraían conforme iban saliendo las frases
de la boca, se guarnecía de guedejas blancas. Con estos reducidos materiales se
entretejía el más gracioso peinado de esterilla que llevaron momias en el mundo,
recogido a tirones y rematado en una especie de ovillo, a quien no se podría dar con
propiedad el nombre de moño. Dos palillos mal forrados en un pellejo sobrante eran los
brazos, que no cesaban de moverse, amenazando tocar un redoble sobre la cara del
oyente; y dos manos de esqueleto, con las falanges tan ágiles que parecían sueltas, no
paraban en su fantástico girar alrededor de la frase, cual comentario gráfico de sus
desordenados pensamientos. Vestía una falda de diversos pedazos bien cosidos y mejor
remendados, mostrando un talle recto, liso, cual madero bifurcado en dos piernas. Tenía
actitudes de gastador y paso de cartero.

Texto 10

Texto 11
Texto 12
Pero como de abandonarse a sus instintos, a sus ensueños y quimeras se
había originado la nebulosa aventura de la barca de Trébol, que la
avergonzaba todavía, miraba con desconfianza, y hasta repugnancia moral,
cuanto hablaba de relaciones entre hombres y mujeres, si de ellas nacía algún
placer, por ideal que fuese. Aquellas confusiones, mezcla de malicia y de
inocencia, en que la habían sumergido las calumnias del aya y los groseros
comentarios del vulgo, la hicieron fría, desabrida, huraña para todo lo que
fuese amor, según se lo figuraba. Se la había separado sistemáticamente del
trato íntimo de los hombres, como se aparta del fuego una materia inflamable.
Doña Camila la educaba como si fuera un polvorín. «Se había equivocado su
natural instinto de la niñez; aquella amistad de Germán había sido un pecado,
¿quién lo diría? Lo mejor era huir del hombre. No quería más humillaciones».
Esta aberración de su espíritu la facilitaban las circunstancias. Don Carlos no
tenía más amistad que la de unos cuantos hongos, filosofastros y
conspiradores; estos caballeros debían de estar solos en el mundo; si tenían
hijos y mujer, no los presentaban ni hablaban de ellos nunca. Anita no tenía
amigas. Además don Carlos la trataba como si fuese ella el arte, como si no
tuviera sexo. Era aquella una educación neutra. A pesar de que Ozores pedía a
grito pelado la emancipación de la mujer y aplaudía cada vez que en París una
dama le quemaba la cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia
tenía a la hembra por un ser inferior, como un buen animal doméstico. No se
paraba a pensar lo que podía necesitar Anita. A su madre la había querido
mucho, le había besado los pies desnudos durante la luna de miel, que había
sido exagerada; pero poco a poco, sin querer, había visto él también en ella a la
antigua modista, y la trató al fin como un buen amo, suave y contento. Fuera
por lo que fuere, él creía cumplir con Anita llevándola al Museo de Pinturas,
a la Armería, algunas veces al Real y casi siempre a paseo con algunos
libre-pensadores, amigos suyos, que se paraban para discutir a cada diez
pasos. Eran de esos hombres que casi nunca han hablado con mujeres. Esta
especie de varones, aunque parece rara, abunda más de lo que pudiera
creerse. El hombre que no habla con mujeres se suele conocer en que habla
mucho de la mujer en general; pero los amigotes de Ozores ni esto hacían;
eran pinos solitarios del Norte que no suspiraban por ninguna palmera del
Mediodía.

Aunque Ana llegaba a la edad en que la niña ya puede gustar como mujer, no
llamaba la atención; nadie se había enamorado de ella. Entre doña Camila y
don Carlos habían ajado las rosas de su rostro; aquella turgencia y expansión
de formas que al amante del aya le arrancaban chispas de los ojos, habían
contenido su crecimiento; Anita iba a transformarse en mujer cuando parecía
muy lejos aún de esta crisis; estaba delgada, pálida, débil; sus quince años eran
ingratos: a los diez tenía las apariencias de los trece, y a los quince
representaba dos menos.

Texto 13
Doña Ana tardó mucho en dormirse, pero su vigilia ya no fue impaciente,
desabrida. El espíritu se había refrigerado con el nuevo sesgo de los
pensamientos. Aquel noble esposo a quien debía la dignidad y la
independencia de su vida, bien merecía la abnegación constante a que ella
estaba resuelta. Le había sacrificado su juventud: ¿por qué no continuar el
sacrificio? No pensó más en aquellos años en que había una calumnia capaz de
corromper la más pura inocencia; pensó en lo presente. Tal vez había sido
providencial aquella aventura de la barca de Trébol. Si al principio, por ser tan
niña, no había sacado ninguna enseñanza de aquella injusta persecución de la
calumnia, más adelante, gracias a ella, aprendió a guardar las apariencias;
supo, recordando lo pasado, que para el mundo no hay más virtud que la
ostensible y aparatosa. Su alma se regocijó contemplando en la fantasía el
holocausto del general respeto, de la admiración que como virtuosa y bella se
le tributaba. En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada. Ya no
veía Anita la estúpida existencia de antes. Recordaba que la llamaban madre de
los pobres. Sin ser beata, las más ardientes fanáticas la consideraban buena
católica. Los más atrevidos Tenorios, famosos por sus temeridades, bajaban
ante ella los ojos, y su hermosura se adoraba en silencio. Tal vez muchos la
amaban, pero nadie se lo decía… Aquel mismo don Álvaro que tenía fama de
atreverse a todo y conseguirlo todo, la quería, la adoraba sin duda alguna,
estaba segura; más de dos años hacía que ella lo había conocido, pero él no
había hablado más que con los ojos, donde Ana fingía no adivinar una pasión
que era un crimen.

Verdad era que en estos últimos meses, sobre todo desde algunas semanas a
esta parte, se mostraba más atrevido… hasta algo imprudente, él que era la
prudencia misma, y sólo por esto digno de que ella no se irritara contra su
infame intento… pero ya sabría contenerle; sí, ella le pondría a raya helándole
con una mirada… Y pensando en convertir en carámbano a don Álvaro Mesía,
mientras él se obstinaba en ser de fuego, se quedó dormida dulcemente

Texto 14
El Magistral dio otra absolución y llamó con la mano a otra beata… La capilla se
iba quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron
saliendo silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre
la tarima del altar, y el Provisor dentro del confesionario.

Ya era tarde. La catedral estaba sola. Allí dentro ya empezaba la noche.

Ana esperaba sin aliento, resucita a acudir, la seña que la llamase a la celosía…

Pero el confesionario callaba. La mano no aparecía, ya no crujía la madera.

Jesús de talla, con los labios pálidos entreabiertos y la mirada de cristal fija,
parecía dominado por el espanto, como si esperase una escena trágica
inminente.

Ana, ante aquel silencio, sintió un terror extraño…

Pasaban segundos, algunos minutos muy largos, y la mano no llamaba…

La Regenta, que estaba de rodillas, se puso en pie con un valor nervioso que en
las grandes crisis le acudía… y se atrevió a dar un paso hacia el confesionario.

Entonces crujió con fuerza el cajón sombrío, y brotó de su centro una figura
negra, larga. Ana vio a la luz de la lámpara un rostro pálido, unos ojos que
pinchaban como fuego, fijos, atónitos como los del Jesús del altar…

El Magistral extendió un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que


horrorizada retrocedió hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir
socorro y no pudo. Cayó sentada en la madera, abierta la boca, los ojos
espantados, las manos extendidas hacia el enemigo, que el terror le decía que
iba a asesinarla.

El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni


quería. Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana… dio
otro paso adelante… y después clavándose las uñas en el cuello, dio media
vuelta, como si fuera a caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas
salió de la capilla. Cuando estuvo en el trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y
aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y llegó a la sacristía sin
caer ni vacilar siquiera.

Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol


blanco y negro; cayó sin sentido.

La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban
juntando y dejaban el templo en tinieblas.

Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia,


venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban
chocando.

Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito.

Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro
a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad.
Debajo de la lámpara se le figuró ver una sombra mayor que otras veces…

Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como


un suspiro.

Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.

Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su


lascivia: y por gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el
rostro asqueroso sobre el de la Regenta y le besó los labios.

Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.

Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

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