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Recurso 2
La soberanía alimentaria y la
seguridad alimentaria
La soberanía alimentaria, criada y construida por nuestras culturas andino amazónicas ve
afectada por tres factores: la explosión demográfica, el aumento de la productividad para
satisfacer el mercado y el neoliberalismo. Un artículo publicado en Nature en junio del 2019
alertaba sobre la necesidad de modificar radicalmente los sistemas agroalimentarios debido
a su vínculo con las enfermedades infecciosas humanas (Rohr, et al., 2019). Si se mantiene el
actual sistema agroalimentario, “alimentar a 11 mil millones de personas [en el futuro cercano]
requerirá aumentos sustanciales en la producción de cultivos y animales, lo que ampliará el
uso agrícola de antibióticos, agua, pesticidas y fertilizantes, y las tasas de contacto entre
humanos y animales salvajes y domésticos, todo con consecuencias para la aparición y
propagación de agentes infecciosos” (Rohr, et al., 2019, p. 445). En el artículo, se indica que
desde 1940, la agricultura se asoció con la aparición del 25 % de todas las enfermedades
infecciosas en humanos, y con el 50 % de las zoonosis. En consecuencia, estos datos nos
revelan que el sistema de crianza de la chacra y de la semilla de nuestras comunidades
requiere desarrollarse creativamente para la sostenibilidad de la soberanía alimentaria.
El COVID-19 puso en evidencia, una vez más y de manera cruel, las debilidades estructurales
del modelo de desarrollo dominante basado en una idea de crecimiento económico a
costa de los ecosistemas (Otero, 2020), fronteras agrícolas desequilibradas y salinizadas
o depredadas por la agroindustria. También, reveló los enormes desafíos y las profundas
brechas que tenemos en la forma de cómo nos proveemos de nuestros alimentos. El
sistema tradicional de producción de nuestras comunidades salvó la vida en los mercados
tradicionales. Pero los grandes emporios y plazas modernas se aprovecharon y multiplicaron
sus capitales con exponenciales sobreganancias. También reveló que hay grupos sociales
que botan alimentos, ni siquiera se los dan a los perros. Mientras otras personas, sin tierras,
desempleadas, desocupadas, subempleadas, confinadas por la pandemia, empobrecidas
mueren de hambre, especialmente los más vulnerables (niños y niñas).
Pero hay otra pandemia que también nos afecta desde hace mucho tiempo y que vincula
a las enfermedades no transmisibles como la hipertensión, la desnutrición, la obesidad y
la diabetes mellitus, con los sistemas alimentarios. Incluso hay quienes ya la llaman una
sindemia, entendida como la suma de dos o más epidemias o brotes de enfermedades
concurrentes o secuenciales. Según reportes de especialistas de salud, son consecuencias de
la inadecuada alimentación y consumo de productos chatarra con excesivos preservantes. El
problema de la alimentación actual es que la agroindustria y la agricultura son para general
riqueza (capital) y no para la alimentación saludable. A la empresa industrial productora de
“alimentos”, no le importa si los consumidores se intoxican o adquieren enfermedades al
consumir sus productos, lo que le interesa es que se venda en el mercado. El mercado no
solo es intercambio comercial, es política y biopolítica. Toda esta política neoliberal destruye
la soberanía y seguridad alimentaria. Porque la práctica de la crianza (cultura de crianza) de
la chacra, del bosque, del río, de la cocha, del agua, de la salud, de la semilla, etc. no puede
entrar a competir al mercado neoliberal, puesto que los frutos que nos da la Pachamama son
para criar la vida en la comunidad.
A nivel mundial, en 2019, unos 144 millones de niñas y niños menores de 5 años (un 21 %)
sufrieron retraso en su crecimiento y 38 millones (5.6 %) tenían sobrepeso. El informe de
la Comisión Lancet concluye que la inseguridad alimentaria va a empeorar la calidad de
las dietas y, en consecuencia, incrementará el riesgo de diversas formas de malnutrición,
lo que puede conducir a la desnutrición, al sobrepeso y la obesidad. Los costos ocultos de
las dietas nos están pasando factura. Como un resultado directo de los hábitos alimentarios
actuales. Se espera que para el 2030 los sistemas de salud a nivel mundial tengan costos
superiores a los 1.3 billones de USD al año para atender a las enfermedades no transmisibles.
Y, adicionalmente, se estima que los costos que vinculan la dieta planetaria dominante con la
emisión de gases de efecto invernadero superarán los 1.7 billones de dólares. Sin considerar
que, al menos unos 3000 millones de personas, aunque lo quieran, no podrán realizar
cambios significativos en su dieta, ya que los alimentos saludables cuestan, en promedio,
cinco veces más que sus dietas actuales (FAO, FIDA, OMS, et al 2020). Esta dieta saludable
es la que provee la cultura de crianza de nuestros pueblos originarios andinoamazónicos.
Sin embargo, son insuficientes para sostener la necesidad alimentaria de la actual sobre
población. Este desequilibrio de oferta y demanda es aprovechado por la agroindustria
para atentar la soberanía de nuestras comunidades bajo el paraguas del neoliberalismo y su
deidad: “el mercado”.
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día sin comer. En los últimos 5 años, el número de personas subalimentadas aumentó en 13
millones. Todo esto sin considerar las consecuencias del COVID-19, ya que se estima que,
al 2030, la cifra de personas hambrientas aumentará en 20 millones (FAO, FIDA, OPS, et
al., 2020). Si bien la desnutrición crónica disminuyó en 2019, rondando el 9 % del total de
los habitantes de la región, el sobrepeso de las niñas y niños menores de 5 años aumentó
ligeramente, superando un 7.5 %, lo que muestra que la calidad de la alimentación continúa
deteriorándose. Sin COVID-19, en América Latina y el Caribe, el 75 % de las muertes totales
ya correspondían a enfermedades no transmisibles de origen alimentario (FAO, FIDA, OPS,
et al., 2020).
La línea abismal que separa a las y los incluidos de los excluidos Las consecuencias
alimentarias de la emergencia económica nos muestran, con crudeza, la grieta que
separa a las y los incluidos social, cultural y económicamente de quienes se encuentran
completamente excluidos del sistema. Boaventura de Sousa Santos ha desarrollado una
imagen muy gráfica, una forma clara de mostrar la gravedad de la exclusión. Existe, nos dice
en una epistemología de sur, una verdadera línea abismal que marca una barrera que sin ser
física es imposible de superar, que ubica de un lado a los incluidos y del otro a los excluidos
del sistema. Para De Sousa Santos, “el otro lado de la línea comprende una vasta cantidad
de experiencias desechadas, hechas invisibles tanto de las agencias como de los agentes, y
sin una localización territorial fija” (De Sousa Santos, 2009, p. 167).
El neoliberalismo
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Según el neoliberalismo, el Estado debe transferir sus empresas, sus bienes y servicios a
los particulares; lo público debe reducirse o ponerse al servicio de lo privado, que hay que
fortalecer al máximo. Debe minimizarse la inversión social en salud pública, educación,
vivienda y seguridad social, que se convierten en mercancías de libre circulación y precios,
sólo posibles de obtener en el mercado libre, por quien tenga la capacidad de compra.
Fuente: Adaptado Santandreu, A. # Ollas contra el hambre: entre la victimización y la resistencia. (2021).
http://library.fes.de/pdf-files/bueros/peru/17426.pdf. Fundación Friedrich Ebert: Perú.