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CUESTIONES BÁSICAS DE ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA

La persona humana es un sujeto subsistente compuesto de alma espiritual y cuerpo 1. De la unidad


substancial de ambos principios: del alma, que es la forma substancial, y del cuerpo, que es la
materia actualizada por la forma, resulta el hombre definido perfectamente por Aristóteles como
“animal racional”2. La naturaleza del alma humana es espiritual y la del cuerpo material. El hombre
no es sólo espíritu, como lo plantean diversos espiritualismos o religiones de origen oriental 3.
Tampoco es pura materia, como lo afirman materialismos ideológicos modernos 4 y está implícito
en el hedonismo ético imperante. Cada ser humano es un sujeto compuesto de alma espiritual y
cuerpo5. Por tanto, el hombre está naturalmente ordenado a unos bienes espirituales y materiales
propios, según un orden que rige su vida tanto espiritual como material.

El alma humana, forma substancial del hombre, en el mismo instante de la fecundación, informa a
la materia puesta por los padres haciendo que esta sea cuerpo humano. El alma, de naturaleza
espiritual, comunica de su ser o hace partícipe de su ser al cuerpo, de modo que el cuerpo es y
obra en virtud del ser espiritual del alma. El individuo humano no es la unión o yuxtaposición de
dos seres completos distintos, uno espiritual y otro material, sino que es una unidad substancial de
alma espiritual y cuerpo material que subsiste por un solo acto de ser, el acto de ser espiritual,
concreto y singular, de cada individuo humano, que el alma posee en propiedad y comunica al
cuerpo en el momento de la concepción. Y porque el cuerpo humano existe y obra en virtud del
ser espiritual del alma, es cuerpo que tiene una dignidad y un orden que no se encuentra en
ningún otro cuerpo del mundo visible: la dignidad y el orden del ser personal. Por esto, toda la
vida corporal, particularmente la vida sexual, debe entenderse y realizarse en conformidad con esa
dignidad y ese orden.

Que el alma humana sea de naturaleza espiritual significa que es una forma subsistente, es decir,
posee su ser con independencia de la materia 6. Si bien, naturalmente, en el inicio de su existencia
le corresponde informar a una materia y requiere de ella para realizar sus operaciones propias 7,
sin embargo puede subsistir sin la materia8, como acontece después de la muerte. Por esto, el
1
Cf., Santo Tomás, S.T., I, 76, 1 in c.
2
De anima, L. 3
3
Así lo pensó Platón, en la antiguedad clásica; y, también Descartes, en la época moderna, por lo menos en el
inicio de su filosofía, cuando afirma que no puede saber con certeza de sí mismo sino que es una substancia
pensante. En el induismo y budismo, el presupuesto antropológico es que el hombre es solo un espíritu
emanado de la totalidad cósmica que cae en un cuerpo que le aprisiona.
4
Así lo sostuvieron materialistas ilustrados del XVIII y hegelianos de izquierda, como Feuerbach y Marx.
También, materialistas vitalistas como Freud, etc.
5
Cf. S.T., I, 75, 4 in c.
6
Cf. S.T., I, 75, 2 in c.
7
El alma humana participa, por creación, del último grado del ser espiritual por lo cual, a diferencia del ángel,
se encuentra, metafísicamente o en el orden de la perfección, más distante del Acto puro que es Dios y más
cercana a la pura potencia que es la materia. Y, por ello, no puede comenzar a ser sino actualizando a una
materia. Esta mayor cercanía a la materia de su ser espiritual determina que, naturalmente, tenga como objeto
primario de su entendimiento y voluntad la verdad y el bien del ser material. Por ello, no puede conocer
intelectualmente sin el conocimiento sensible y no puede amar espiritualmente sin la sensibilidad. En un
segundo momento, indirectamente, el alma puede remontarse naturalmente al conocimiento de lo espiritual,
de sí misma y de Dios su Creador.
8
Cf. S.T., I, 75, 6 in c.

1
alma humana es inmortal. Aunque el cuerpo se corrompe por ser material ella no se corrompe
físicamente, naturalmente permanece indefinidamente en la existencia. El destino último de la
persona humana, por tanto, no es meramente terrenal, sino que comprende una vida inmortal,
primeramente, del alma separada del cuerpo en el momento de la muerte y luego, en virtud de la
resurrección, unida nuevamente a su cuerpo. Su destino final es trascendente y, por tanto, su bien
y felicidad no se reducen únicamente al tiempo y a la historia.

Por su constitutiva finitud, propia de toda criatura, el hombre posee inicialmente una capacidad de
perfección aún no actualizada y, por ello, debe actualizar esa capacidad de perfección propia de su
naturaleza mediante sus operaciones. Para este fin consta de facultades o potencias operativas
que son principios próximos de sus operaciones. Estas son: las potencias intelectivas
(entendimiento y voluntad); sensitivas (cinco facultades de conocimiento sensible externo y cuatro
de conocimiento sensible interno, más el apetito o tendencia sensible que se divide en
concupiscible e irascible); vegetativas (nutrición, crecimiento y reproducción); y las potencias
locomotrices por las que se desplaza físicamente por el espacio hacia lo conocido y apetecido
intelectual y/o sensiblemente9. De todas ellas sólo son racionales por sí mismas las intelectivas y,
por participación (en cuanto son gobernables por las intelectivas), el apetito sensitivo
concupiscible y el irascible. Estas facultades son las que, por la indeterminación que les es propia,
son perfeccionables por aquellos hábitos operativos que son las virtudes. Las demás están
determinadas por naturaleza a obrar siempre de la misma manera por lo cual no necesitan y, por
tanto, no son sujeto de virtud10.

Gracias al ser espiritual del alma el hombre es un ser racional, posee unas facultades de operación
completamente inmateriales, que trascienden la materia y le permiten acceder al ámbito de lo
necesario y universal, más allá de la contingencia y particularidad de la materia. Estas facultades
son la inteligencia y la voluntad por las que todo hombre es capaz de conocer la verdad de todo lo
existente y de realizar la amistad o comunión con otra persona por la libre donación de sí mismo
que es el amor.

La inteligencia es capacidad de intelección, juicio y razonamiento. Operaciones que tienen por


objeto la verdad de las cosas, es decir lo que la realidad esencialmente es. El entendimiento
humano, que es uno solo, se llama especulativo en cuanto conoce la verdad por conocer la verdad
o simplemente por saber, y se llama práctico en cuanto conoce la verdad para dirigir la acción
práctica, moral o productiva11. Por tanto, por la inteligencia todo hombre es capaz y está
naturalmente ordenado, en cuanto a su vida especulativa, a la sabiduría, esto es a la perfección de
su inteligencia en el conocimiento del ser y del orden de todas las criaturas en su relación con
Dios, Verdad infinita, principio y fin de todas las cosas. Y, en cuanto a su vida práctica, está
ordenado a la prudencia y al arte o técnica, virtudes por las cuales dirige, respectivamente, su vida
moral y su acción productiva.

La voluntad es capacidad de amar el bien conocido por la inteligencia, esto es, todo lo que es un
bien, tanto los bienes creados, espirituales y materiales, como como el Bien increado e infinito que
es Dios. En otras palabras, la voluntad es capacidad de querer necesariamente el Bien infinito,
9
Cf. S.T., I, 78, 1 in c.
10
Cf. S.T., I-II, 50, 3-5; De las Virtudes en Común, q. única, art. 3
11
Cf. S.T., I, 79, 11 in c.

2
último fin y felicidad plena del hombre, y de elegir o querer electivamente los bienes finitos,
creados, que son medios para la posesión del Bien infinito que es Dios. Este Bien es amado
necesariamente por el hombre como se quiere necesariamente la felicidad. No es objeto de
elección. En cambio los bienes imperfectos y finitos, esto es, las cosas creadas, son elegibles como
medios para el fin: Pueden ser queridas o no queridas, elegidas estas en lugar de otras 12. A Dios
como fin último se lo quiere necesariamente, a las criaturas solo libremente.

En virtud del ser espiritual del alma, por el que está presente a sí misma, el hombre se posee a sí
mismo por el conocimiento de sí. Y la posesión cognoscitiva de si funda el dominio de sus actos
que es la libertad. Por la inteligencia es capaz de conocer su propio ser y el orden de su naturaleza
al bien. Por esto todo hombre es libre, esto es, capaz de conducirse a sí mismo por sus propios
actos a su bien y felicidad. Dueño de sí y de sus acciones por su libertad todo hombre es capaz y
está naturalmente ordenado al amor, a hacer de su vida un don. A Dios en primer lugar y al
prójimo por amor de Dios. El sentido y el orden de la auténtica libertad es el amor personal que
tiene su plenitud en la amistad.

Todo ser humano, desde que comienza a existir, es persona. Esto significa que es un individuo
singular de naturaleza racional. En virtud de su espiritualidad, que incluye su inteligencia y
voluntad libre, todo hombre tiene una vida íntima absolutamente propia y singular - constituida
por sus pensamientos, amores, elecciones y afectos - desde la cual se comporta de modo
autónomo y singular frente a Dios y al prójimo. Cada persona, con su vida irrepetible, vale por sí
misma, merece la pena ocuparse de ella y es digna de ser conocida y amada por sí misma. Todos
los bienes creados y toda actividad humana, sea teórica o práctica, ha de buscarse y ordenarse a la
perfección de la persona, que es su felicidad13.

Como sujeto de vida sensitiva el hombre es capaz de conocimiento y amor sensibles. Los sentidos
externos e internos le facultan para conocer, mediante imágenes y juicios sensibles, las realidades
materiales en su concreción y singularidad, en su conveniencia o disconveniencia para la propia
naturaleza14. Este conocimiento es necesario para la subsistencia física y es medio para el
conocimiento intelectual. El conocimiento sensible causa en el hombre las tendencias sensibles,
apetito concupiscible e irascible, que son inclinaciones naturales a bienes sensibles
respectivamente placenteros y difíciles de obtener 15. Los actos de estas tendencias son las
pasiones o, como se llaman modernamente, emociones y afectos. Las pasiones en el hombre, a
diferencia de los animales, pueden y deben ser regidas por la razón y la voluntad para que ayuden
y no entorpezcan su vida intelectual y moral 16. Esta regulación se obtiene, en el proceso educativo,
por la adquisición de las virtudes morales. Las pasiones ordenadas deben acompañar a los actos
voluntarios para hacerlos perfectamente humanos, esto es, no solo espiritual sino también
sensiblemente conformes con el orden de la naturaleza humana.

Todo hombre, por cuanto ha recibido el ser de Dios creador, ha recibido también de Él una
naturaleza con un orden preciso a sus fines propios. Este orden de sus inclinaciones naturales, que
12
Cf. S.T., I, 83, 1 in c.
13
Cf. Santo Tomás, In Metaph., proemio.
14
Cf., S.T., I, 78, 3-4
15
Cf. S.T., I, 81, 2 in c.
16
Cf. S.T., I, 81, 3-4

3
la razón expresa en forma de mandatos, es lo que llamamos ley natural o ley moral 17, cuya función
es orientar los actos libres del hombre a su bien y felicidad. Por tanto, el hombre no determina por
sí mismo, ni individual ni colectivamente, el orden moral. Y no puede hacerlo porque no se da a sí
mismo el ser que le constituye en una determinada naturaleza. Sin embargo, en cuanto inteligente
es capaz de reconocer el orden impreso en su naturaleza y por su voluntad libre puede
autónomamente, esto es, desde sí mismo dirigirse por este orden y alcanzar así su felicidad. La ley
moral es objetiva, universal e inmutable como lo es la naturaleza humana. El orden o ley moral se
hace inteligible, en sus contenidos principales, en la razón de todo hombre desde el momento de
la actualización de su racionalidad. Este conocimiento inicial ha de progresar en extensión y
profundidad por medio de una educación respetuosa de la naturaleza humana y por una vida
moralmente buena.

La conciencia moral es el juicio que la razón de cada hombre hace, a la luz de la ley moral natural,
sobre la bondad o maldad de sus actos humanos, pasados y futuros 18. Este juicio de conciencia, en
cuanto es el juicio de la misma persona respecto de la moralidad de sus actos, es norma próxima y
subjetiva de sus actos morales, pero no es la norma absoluta de la moralidad. Si fuese así, el orden
moral sería relativo a cada persona, o a cada grupo de personas en cuanto juzgan los actos
morales del mismo modo. De hecho, el juicio de conciencia moral puede ser verdadero por cuanto
corresponde a la ley natural, o puede ser falso por no adecuarse al orden moral objetivo. La norma
objetiva y absoluta del orden moral es la ley moral. Por esto, se requiere una educación de la
conciencia en la verdad objetiva sobre la naturaleza humana y su orden, que es la ley natura, para
conducirse en la vida moral juzgando rectamente lo que, en cada caso, debe ser hecho o evitado.

Las virtudes naturales19 son hábitos operativos buenos que el hombre adquiere por sus actos, y
que perfeccionan sus facultades racionales (entendimiento, voluntad y apetitos sensitivos) en
orden a obrar fácil, pronta y gozosamente el bien que le corresponde por naturaleza. El bien
intelectual consistente en el conocimiento y progresiva profundización de la verdad, es adquirido
mediante las virtudes intelectuales. Y el bien moral, que es la conquista de la propia libertad en
orden a la plenitud del amor, es alcanzado por las virtudes morales. Las virtudes intelectuales
facultan al hombre para la contemplación de la verdad y le hacen feliz en la sabiduría. Las virtudes
morales causan la interiorización del bien moral en el hombre, perfeccionan su libertad,
afirmándola en su adecuación con el orden moral y disponiéndola así para el amor donativo en el
que encuentra su plenitud y felicidad.

La persona humana es por naturaleza un ser social 20. Capaz de intelección, de amor donativo, de
amistad o comunión personal, de trabajo, de paternidad, etc., el hombre está ordenado a vivir en
sociedad y necesita para su perfecto desarrollo personal el vivir con otras personas. El hombre es
un animal social no por ser animal, es decir, por su capacidad de interactuar con otros en un nivel
puramente físico y afectivo, sino más bien por ser racional y poseer aquella vida espiritual,
máximamente íntima, propia de su ser personal. La verdad amada, conocida y meditada, el amor y
las elecciones, los recuerdos, anhelos y afectos que constituyen su intimidad están para ser
17
Cf. S.T., I-II, 91, 2 in c.
18
Cf. S.T., I, 79, 13 in c.
19
Más adelante, en el capítulo de la virtud, se distinguirán las virtudes naturales de las sobrenaturales. Por
ahora basta saber que se trata de virtudes que el hombre puede adquirir por sus fuerzas naturales.
20
Cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 9; Política, I, 2; santo Tomás, S.T., I, 96, 4 in c.

4
compartidos, en la comunión de vida con otra persona que es la amistad. El lenguaje conceptual o
palabra y el cuerpo sirven a esta comunicación amorosa en la que la persona, superando la
originaria soledad, encuentra su perfección y felicidad.

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