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Clase 5: El alma humana y sus propiedades

El alma humana

La clase pasada hablamos de la teoría hilemórfica, y exploramos cómo entender al ser


humano según la estructura de materia y forma presente en todos los seres corpóreos hace
posible trascender o superar los problemas de las teorías dualistas y materialistas. Los
materialismos contemporáneos nacen como respuesta al dualismo cartesiano y a los
idealismos del siglo XIX, pues ven los problemas asociados a ese dualismo. Su respuesta
es suprimir todo lo que indique la presencia de algo más allá del cuerpo. Como vimos, esta
respuesta es insatisfactoria, puesto que hay elementos presentes en lo que llamamos
“mente” o “estados mentales” (en terminología aristotélica “alma intelectiva” y sus
operaciones propias) que no se logran explicar desde la perspectiva materialista. Según el
hilemorfismo, dijimos que esto sí se podía explicar, y que es el mismo primer principio vital
del ser humano, su alma, aquél que lo hace ser lo que es (humano) y capaz de ciertas
operaciones propias de ese tipo de ser (conocimiento intelectual y voluntad).

El hilemorfismo como teoría tiene su origen en la filosofía de Aristóteles, sin embargo, la


teoría aristotélica fue desarrollada a lo largo del tiempo. Un gran filósofo aristotélico del siglo
XIII, Tomás de Aquino, adoptó los fundamentos de la metafísica aristotélica, integrándola
dentro de una cosmovisión fuertemente influida por la teología católica. Por ejemplo, puso
las cuatro causas distinguidas por Aristóteles como fundamento de una de sus pruebas de
la existencia de Dios; habló del lugar del hombre en el mundo y en relación con Dios;
profundizó el concepto de lo justo natural que está en Aristóteles para elaborar una teoría
más completa de la ley natural; y profundizó en el ser personal del hombre, que es una
consideración completamente ausente en Aristóteles (puesto que el concepto de persona es
un concepto filosófico que emerge de la discusión de los primeros cristianos sobre la unidad
y la Trinidad de personas en Dios) vinculándolo a las operaciones propias de la vida
intelectiva. La filosofía tomista abarca una infinidad de temas y realiza una síntesis
inigualable entre elementos de la filosofía aristotélica, platónica, y de los Padres de la
Iglesia, especialmente San Agustín. Respecto a la naturaleza del hombre, que es el tema
que estamos tratando en este curso, Santo Tomás de Aquino ahondó en las que serían las
características específicas del alma humana o alma intelectiva, diferenciándola de las
formas sustanciales o almas de los demás seres vivos. Algunas de estas características son
inmaterialidad, subsistencia, espiritualidad e inmortalidad. Todas ellas tienen su fundamento
en la inmaterialidad, por lo que esta propiedad del alma humana es la que debemos explicar
primero.

Inmaterialidad
Al explicar los principios de materia y forma, vimos que la materia es de lo que algo está
hecho, mientras que la forma es lo que lo hace ser lo que es, le da su esencia a la cosa.
Estos dos principios siempre se dan juntos en los seres corpóreos, pero son radicalmente
distintos. Precisamente porque la forma es el principio perfectivo de la materia que le da su
esencia propia a la cosa, la forma no es materia. Esto quiere decir que la forma es
inmaterial. Lo inmaterial, como decía Platón, es de suyo inteligible, puede ser entendido,
conocido intelectualmente. Según esto, inmaterial se dice de dos modos distintos:
- En un sentido, son inmateriales e inteligibles todas las cosas, porque tienen un
“qué”, una esencia, que puede ser entendida. La esencia de las cosas, lo que son,
es determinada por la forma sustancial de la cosa, pero no es lo mismo que la forma
sustancial, porque al decir “qué es” algo corpóreo, eso incluye también el tener
materia. Cuando se entiende algo, de algún modo se posee inmaterialmente la
esencia de esa cosa (en alguna medida, pues el conocimiento humano nunca es
perfecto). En el entendimiento, sin embargo, lo que hay es una semejanza de lo
esencial a la cosa, y a esa semejanza la llamamos concepto. Mediante el concepto
se conoce la cosa. Pero la cosa misma, al ser material, es ininteligible. Es necesario
un acto del entendimiento que abstraiga, separe, lo esencial de la cosa material (en
realidad, de la imagen sensorial: el acto de conocer no afecta en nada a la cosa
conocida). Las cosas son, por tanto, inteligibles sólo en potencia, pueden ser
entendidas por un ser inteligente si éste las hace inteligibles al abstraer de la
materia.
- Hay otro sentido más profundo de inmaterialidad que se da en los seres que al ser
inteligentes, tienen la perfección necesaria para dar actualidad a esa inteligibilidad
que las esencias de las cosas materiales tienen sólo en potencia. El alma humana
es este tipo de ser, es inmaterial también en este sentido: su operación más propia
es el conocimiento intelectual, y por eso se la llama alma intelectiva. Al ser capaz de
este tipo de conocimiento, que es completamente inmaterial, el ser humano es
capaz de poseer la perfección de todas las cosas. El modo de poseer es distinto,
inmaterial: lo rojo de la manzana no está en el alma haciendo que el alma sea roja,
sino entender ésta lo que es ser rojo, o el ser-rojo de tal cosa. “El alma es en cierto
modo todas las cosas”, decía Aristóteles, porque tiene un tipo de perfección que le
hace posible conocer todas las cosas. No es que el alma pueda ser todas las cosas
por no ser en sí misma nada, como la materia prima, sino que porque es algo más
perfecto que lo limitado por la materia: no es cuerpo. Lo propio del alma intelectiva
es entonces un acto completamente inmaterial de conocimiento, y al tener este
grado de inmaterialidad, es hasta cierto punto transparente a sí misma. Por esto, es
capaz de conocerse a sí misma de dos modos: de modo abstracto y universal,
haciéndola objeto de su conocimiento, que es como conoce a las demás cosas; y
también de modo existencial, al tenerse presente a sí misma de modo inmediato
como sujeto del conocimiento, que es a lo que llamamos conciencia intelectual: el
hombre se entiende entendiendo, queriendo, sintiendo, etc. Una reflexión de este
tipo es posible por la inmaterialidad: el ojo no se ve viendo, ni tampoco lo hace el
hombre, pero éste sí entiende que entiende. Es ésto lo que de algún modo vio
Descartes al decir que lo más inmediato a nosotros mismos es el “yo pensante”, y
una de las cosas inexplicables para los materialismos: la presencia del alma
intelectiva a sí misma como sujeto de conocimiento implica una inmaterialidad más
profunda y un grado de perfección mayor.
Es importante aclarar que este segundo tipo de inmaterialidad es propio sólo del alma
intelectiva. Las almas vegetativa y sensitiva no son capaces de abstraer de la materia y
poseer así inmaterialmente las perfecciones de las cosas. Esto es más evidente en el caso
del alma vegetativa, pero se hace es más complejo en el caso del alma sensitiva, que da al
animal la capacidad de cierto conocimiento, el conocimiento sensible. Como antes dijimos,
todo tipo de conocimiento es inmaterial en cuanto se posee algo sin su materia: al ver la
manzana, no está la manzana materialmente en mi ojo, ni tampoco está el rojo de la
manzana informando a mi ojo del modo que informa a la manzana haciéndola roja. Sin
embargo, el conocimiento sensible está ligado inseparablemente a la materia. Lo que se
conoce por los sentidos son aspectos de las cosas, formas accidentales, pero no se conoce
lo que es la cosa separado de esta cosa particular. La cosa afecta al órgano de manera que
el animal siente: contacto físico en el caso del tacto, químico en el olfato y el gusto, y
mediante ondas de sonido en la audición o luz en la vista. El conocimiento sensible es, por
tanto, de cosas particulares y no de universales, no de las esencias de las cosas. No
abstrae de la materia, porque conoce una cosa determinada a través de sus cualidades
sensibles que de algún modo afectan al órgano.

Subsistencia
Ser subsistente es ser sujeto, ser capaz de operar por sí mismo. El razonamiento que da
Tomás de Aquino para afirmar que el alma humana es subsistente es que el alma es
principio de la operación intelectual, y al entender obra por sí misma y no a través del
cuerpo. Por tanto, esta propiedad del alma deriva directamente del hecho de que el alma
humana sea inteligente. Lo que hay que explicar es cómo el conocimiento intelectual, el
entender, es independiente del cuerpo.
Explicamos ya que el conocimiento intelectual es un acto por el cual se poseen
inmaterialmente las esencias de las cosas. Pero, ¿por qué no podemos decir que se
entiende a través del cuerpo, o que el cerebro es órgano del entendimiento como el ojo es
órgano de la vista? La explicación que da Tomás de Aquino es la siguiente:

“Es evidente que el hombre por el entendimiento puede conocer las naturalezas de todos
los cuerpos. Para conocer una clase de cosas es necesario que en la propia naturaleza no
esté contenida ninguna de esas cosas que se va a conocer, pues todo aquello que
estuviese contenido naturalmente impediría el conocimiento. Ejemplo: La lengua de un
enfermo, biliosa y amarga, no percibe lo dulce, ya que todo le parece amargo. Así, pues, si
el principio intelectual contuviera la naturaleza de algo corpóreo, no podría conocer todos
los cuerpos. Todo cuerpo tiene una naturaleza determinada. Así, pues, es imposible que el
principio intelectual sea cuerpo.
De manera similar, es imposible que entienda a través del órgano corporal, porque
también la naturaleza de aquel órgano le impediría el conocimiento de todo lo corpóreo.(...)
Así, pues, el mismo principio intelectual, llamado mente o entendimiento, tiene una
operación por sí, independiente del cuerpo. Y nada obra por sí si no es subsistente.” (Suma
Teológica I, c.75 a.2)

Por ejemplo, el ojo para ver todos los colores no debe poseer ninguno de ellos, y por eso la
córnea es un lente natural transparente. Si la córnea tuviera color, veríamos las cosas del
color de la córnea y no del color que son. Del mismo modo, si el entender se diera a través
del cerebro, no podríamos entender la esencia de algo sin que el cerebro altere esa forma, y
habría cosas que no podríamos entender por ser de una naturaleza distinta del cerebro, así
como el ojo no puede percibir los sonidos. Agrega luego Santo Tomás:
“Para la actividad del entendimiento se precisa del cuerpo, no como de un órgano por el
cual la operación se realice, sino por razón del objeto, cuya representación en la imagen es
para el entendimiento lo que el color para la vista. Pero necesitar así del cuerpo no se
opone a que el entendimiento sea subsistente; pues, de lo contrario, tampoco sería
subsistente el animal, que para sentir necesita de los objetos sensibles exteriores.” (Suma
Teológica I, c.75 a.2 ad3)
Así, la función del cerebro sería presentar la imagen unificada para que el intelecto
abstraiga lo esencial de ella y entienda. El alma intelectiva no depende intrínsecamente,
para ejercer su acto, del cuerpo; pero sí depende extrínsecamente del cuerpo en cuanto es
mediante éste que se le presenta su objeto de conocimiento, pues el objeto proporcionado
al intelecto humano son las esencias de las cosas corpóreas.

Espiritualidad
Cuando decimos que el alma humana es espiritual, que es un espíritu, lo que queremos
decir es que es algo inmaterial subsistente, un sujeto inmaterial capaz de operaciones
inmateriales. Por tanto, entendiendo el alma como inmaterial y como subsistente, la
entendemos también como espiritual.

Inmortalidad
Porque el alma intelectiva es inmaterial y subsistente, nada obstaría para que pudiera seguir
existiendo después de la muerte del ser humano. Llamamos muerte a la separación del
alma del cuerpo, decía Platón. Al darse esa separación, cesan las operaciones vegetativas
y sensitivas del ser vivo, que son las operaciones directamente ligadas a la materia, o al
cuerpo, y éste deja de estar vivo y se descompone. Pero así como no vemos el acto de
entender, no podemos percibir tampoco que ese acto o el sujeto de ese acto termine
cuando terminan las operaciones vegetativas y sensitivas del ser vivo. Si efectivamente el
alma es inmaterial, es algo de suyo incorruptible, no se puede separar en partes; y si es
inmaterial del modo más profundo que antes explicamos, con la perfección del ser
inteligente que se tiene presente a sí mismo como sujeto del acto de entender, entonces
puede existir separada de la materia luego de la muerte.

Unión con el cuerpo


Es importante volver a resaltar que aunque el alma sea considerada subsistente e inmortal,
la teoría tomista no es dualista, puesto que el alma intelectiva sigue siendo forma sustancial
del hombre. Estrictamente hablando, es el hombre el que conoce y quiere por el alma y no
el alma la que conoce y quiere, así como es el hombre el que ve por el ojo y no el ojo el que
ve. Esto quiere decir que al separarse el alma del cuerpo en la muerte, el “alma separada”
subsiste, pero como una “sustancia incompleta”. Sin un cuerpo que le presente experiencia
sensible, el alma humana no tiene más objetos qué conocer ni cómo vincularse con el
mundo corpóreo, así como un ojo no puede ver sin luz. Pero el alma, a diferencia del ojo,
podrá seguir entendiendo y queriendo aquello inmaterial que antes entendió y quiso el
hombre del que era parte, y que por ser inmaterial, puede seguir teniendo presente como
objeto sin el cuerpo.
El cuerpo no es una parte del alma, pero el alma es parte del hombre, y aunque subsista al
morir éste, hay algo que le falta para ser plenamente. El alma es alma de un ser humano. El
alma separada no es ser humano, porque es esencial al ser humano ser corpóreo. Por esto
tiene sentido, aunque no haya manera de probar algo así por la sola razón, el dogma
católico de la resurrección de los cuerpos, por el cual al fin de los tiempos estas almas
separadas volverían a ser plenamente al informar nuevamente sus cuerpos respectivos. En
cambio, según esta concepción del hombre y del alma humana no sería posible la
reencarnación, puesto que al ser el alma algo subsistente e inmaterial que es forma del
cuerpo, sólo puede ser forma de “su” cuerpo y no de otro. Si un alma informara otra materia
prima, el cuerpo que sobrevendría tendría la misma forma de su cuerpo original.

Bibliografía:
LETELIER, Gonzalo, Lecciones Fundamentales de Filosofía, Ediciones Universidad Santo
Tomás, Santiago, 2012.
MILLÁN PUELLES, Antonio, Léxico Filosófico, Rialp, Madrid, 2002. “Entendimiento
Humano”, pp. 248-259; “Inmortalidad del Alma Humana”, pp. 358-368.

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