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David Pavón-Cuéllar
Lo más elemental por lo que se rechazó el concepto de “pulsión de muerte” fue su falta de
evidencia empírica. El concepto no designaría nada que pudiera conocerse directamente en la
vida o en la experiencia clínica. Reich nos recuerda que Freud mismo había reconocido que se
trataba de una simple “hipótesis” y que “no se podía asir en el trabajo diario con los enfermos”
[1]. No habría manifestaciones evidentes de la pulsión de muerte como las hay de Eros, de la
sexualidad, del inconsciente o del retorno de lo reprimido.
Reich no duda en decir que “nunca pudo encontrar en su trabajo clínico una voluntad de
morir, un instinto de muerte como impulso primario”, análogo “al instinto sexual o a la
necesidad de alimento”[2]. El hambre y el sexo están ahí, operando constantemente en la
existencia y en la experiencia, y cuando no se manifiestan visiblemente, pueden inferirse a
partir de sus efectos. Por el contrario, la pulsión de muerte parece consistir más bien en un
producto de la especulación de Freud. Es así como la consideraron sus detractores en el
freudomarxismo, entre ellos Fromm, quien estimó que lo introducido por Freud en Más allá
del principio de placer era algo “más especulativo y menos empírico que la posición
original”[3].
Es claro que hay un fuerte ingrediente especulativo en la elaboración freudiana de la pulsión
de muerte. Una de las razones por las que este elemento molestó a Fromm y Reich fue que lo
juzgaron incompatible con el imperativo materialista del marxismo. Confundieron así el
materialismo con el empirismo, lo que ocurría muy a menudo en su tiempo, bajo el dominio de
un marxismo oficial que olvidó tanto las tendencias idealistas de la tradición empirista como
las prevenciones de Marx y Engels contra un empirismo acéfalo que se ahorraba el esfuerzo de
la especulación.
Es verdad que Marx y Freud inauguran ciencias de lo particular, de la historia particular del
sujeto individual y colectivo, y que no hay nada menos particular que la pulsión de muerte que
engloba y disuelve todo en su generalidad. El argumento de Fenichel es válido, sin duda, pero
no se entiende por qué se reserva para la pulsión de muerte. ¿Acaso no podríamos emplearlo
para impugnar todas las nociones metapsicológicas freudianas, como lo hiciera Georges
Politzer al esbozar una psicología concreta que se inspira del marxismo y selectivamente del
psicoanálisis? Al igual que Politzer, el afán de concreción puede hacernos descartar el ello y el
superyó, la pulsión de vida y el concepto mismo de pulsión, y no sólo el de pulsión de muerte.
¿Por qué la fidelidad a lo concreto, a lo histórico particular, nos haría descartar únicamente la
pulsión de muerte y no las demás nociones metapsicológicas de Freud? Ni Reich ni Fenichel
responden esta pregunta. Sencillamente optan por deshacerse de un concepto en lugar de
otros. Lo más que Reich puede hacer, por ejemplo, es argumentar que su concepto preferido,
el de libido, puede explicar indirectamente lo que se explica directamente por la pulsión de
muerte.
Reich ofrece toda clase de explicaciones alternativas y sustitutivas para convencernos de que
no precisamos de la pulsión de muerte. Donde Freud encuentra esta pulsión, Reich descubre
ya sea un “alivio orgástico de la tensión”, o bien un “producto de la neurosis” [6] o una
“insatisfacción sexual que aumenta la agresión”, una “reacción psicológica ante la ausencia de
satisfacción”, aunque también una “función del instinto de alimentación que aumenta cuando
no se ha satisfecho adecuadamente la necesidad de comer”[7]. La idea reichiana del ser
humano es demasiado rudimentaria. Es la de un animal dominado por su hambre y su
sexualidad. No hay aquí lugar para algo tan extraño y misterioso como la pulsión de muerte.
Es más fácil creer que un comportamiento es violento y destructivo por causa del hambre o de
la frustración sexual que atribuirlo a una pulsión de retorno a lo inanimado. La hipótesis
freudiana va contra el sentido común, mientras que la reichiana es una explicación casi
automática en la sociedad moderna. En esta sociedad, cuando un jefe o colega se muestra
demasiado violento, es común que digamos que no ha comido o no ha follado. La explicación
es verosímil, pero no es por ello verdadera. Su fundamentación en el sentido común debe
hacernos pensar en su trasfondo ideológico. ¡La ideología siempre está operando en las ideas
más sensatas, más banales, más acordes con el sentido común!
Decir que alguien es violento por su hambre o por su insatisfacción sexual es asimilarlo a su
vida y a la conservación y reproducción de esta vida. ¿No es acaso lo mismo que hace el
capitalismo al reducirnos a nuestra vida, nuestra vida explotable como fuerza de trabajo,
nuestra vida que sólo debe conservarse y reproducirse a través de su trabajo necesario para
luego efectuar el trabajo excedente con el que se produce el plusvalor del capital? Para el
capitalismo, nuestra vida es lo mismo que es para el anticapitalista Reich: hambre y sexo.
La vida es y sigue siendo la fuente de valor por excelencia. Es y sigue siendo, por así decir, el
capital del capital. Entendemos entonces que se le cuide tan escrupulosamente como se le
cuida en la biopolítica estudiada por Foucault. Entendemos también que sea tan
extremadamente valorizada en el capitalismo. Desde luego que se le cuida y se le valoriza tan
sólo para sacrificarla al capital, pero es por esto mismo que se le cuida y se le valoriza de
manera tan extrema.
Reich descartaría todo lo que estoy diciendo. Para él, su consideración exclusiva de la pulsión
de vida preserva el elemento revolucionario del psicoanálisis, mientras que la propuesta de la
pulsión de muerte sirve para disipar lo que de Freud es “peligroso para la ideología
burguesa”[8]. Es por esto que Reich adopta, según sus propios términos, “una actitud firme”
contra la pulsión de muerte[9]. Su actitud, compartida por Fromm y Fenichel, está motivada
por consideraciones políticas y no sólo epistemológicas y teóricas.
La coincidencia entre Fromm, Fenichel y Reich es que los tres denuncian la neutralización
freudiana de lo sociológico. La pulsión de muerte de Freud nos haría soslayar la esfera de la
sociología y específicamente el conflicto del individuo con la sociedad, ya sea porque lo ignora
en Fromm, porque lo biologiza en Fenichel o porque lo psicologiza en Reich. Los tres
freudomarxistas rechazan la pulsión de muerte porque pone un conflicto entre pulsiones de
vida y de muerte ahí donde antes había un conflicto entre los deseos o las pulsiones
individuales y el medio social.
En los términos de Fenichel, la pulsión de muerte nos hace desconocer “la relación entre el
individuo con sus instintos y el mundo externo que prohíbe esos instintos” y así comporta un
“riesgo de total eliminación del factor social en la etiología de las neurosis”[13]. El sufrimiento
neurótico y otros problemas del sujeto dejan de ser atribuibles a la sociedad. Es así como deja
de haber lugar para una crítica política de la cultura, de las instituciones o del sistema
socioeconómico.
Reich me objetaría que estoy psicologizando lo sociológico. Yo le replicaría que él, por más que
repudie la psicologización, está psicologizando la pulsión de muerte, que no es de ningún
modo algo psíquico, sino una tendencia que subyace al psiquismo y que al mismo tiempo lo
trasciende. Esto lo entendieron muy bien Vygotsky y Luria, quienes celebraron que en Más allá
del principio de placer las pulsiones de Freud “pierden su carácter original de poderes
psicológicos y llegan a significar sólo tendencias generales”[15], “tendencias básicas de la
biología pura” e incluso más fundamentales y elementales que la biología, como es el caso de
la pulsión de muerte entendida como “principio general de la preservación del equilibrio,
tendencia general observada en el mundo inorgánico a mantener un nivel distribuido
uniformemente de tensión energética” [16].
Reich podría todavía objetar que el nivel de abstracción en el que situamos la pulsión de
muerte impide abordarla críticamente en el plano sociológico. Aquí habría que replicarle que
lo más abstracto se concretiza en las expresiones políticas de las tendencias generales y en los
conflictos correspondientes: entre el pacifismo y el belicismo, entre la defensa de la
humanidad y la inercia del capitalismo, entre una lucha de izquierda por la vida y lo resumido
por la consigna derechista de “¡viva la muerte!” de José Millán-Astray. Vygotsky y Luria ven
aquí “dos tendencias, la conservadora-biológica y la progresista-sociológica”, la del impulso
interno de retorno a lo inanimado y la que subyace a “fuerzas externas que nos permiten
escapar de este estado de conservadurismo biológico y que pueden impulsarnos hacia el
progreso y la actividad”[17].
Siguiendo a Luria y Vygotsky, digamos que es en la sociedad y en la comunidad, en el
socialismo y en el comunismo, donde escapamos de la pulsión de muerte que nos devora por
dentro a cada uno de nosotros. Esta idea es perfectamente consecuente con el psicoanálisis.
Basta leer a Freud como lo hicieron Luria y Vygotsky para descubrir que el sujeto sólo puede
conquistar cierta libertad con respecto a su inercia interior, con respecto a su autodestrucción
motivada por la pulsión de muerte, a través del exterior, de Eros, de la sexualidad, de lo que se
ve sublimado en la sociedad y la comunidad. Tenemos aquí un buen argumento
freudomarxista para defender el socialismo y el comunismo contra el individualismo burgués y
contra su dispositivo psicológico.
Luria y Vygotsky llegan a una conclusión contraria de la de Reich, Fromm y Fenichel. Mientras
que estos freudomarxistas austriacos y alemanes consideran que la propuesta freudiana de la
pulsión de muerte es incompatible con la sociología, los soviéticos Vygotsky y Luria estiman
que esta propuesta confirma que “la psicología de Freud es completamente sociológica” y que
tiene “fundamentos materialistas”[18]. Esta segunda idea contradice también a Reich, quien
deploró abiertamente que el concepto de pulsión de muerte “careciera de una base material
tan clara” como “la necesidad sexual y de la alimentación”, lo que habría “facilitado el
desarrollo de especulaciones idealistas y metafísicas”, inaugurando una “corriente idealista”
en el psicoanálisis[19].
Reich considera que la teoría materialista freudiana se desvió hacia el idealismo burgués en
Más allá del principio de placer. Lo que habría en esta obra sería más filosofía que ciencia. La
pulsión de muerte sería un concepto filosófico, especulativo, idealista, sin sustento científico ni
fundamento material. Contra estas ideas, uno puede argumentar que la pulsión de muerte
carece de fundamento material porque es como la sustancia misma de la materia, su
materialidad, su pesadez intrínseca, su gravedad, su inercia más fundamental. Si nos parece
una categoría más del ámbito de la filosofía que de la ciencia, es porque se trata de algo
trascendente, quizás podamos decir incluso trascendental, que se encuentra en la base misma
de la ciencia, en una base en la que ya ni siquiera es posible distinguir lo físico, lo biológico y lo
psicológico, es decir, lo mineral, lo vegetal, lo animal y lo mental, como bien lo han constatado
Luria y Vygotsky.
La pulsión de muerte es algo más fundamental que las diferencias que pueden existir entre los
entes materiales. Es la pulsión misma de la materia que no puede ser desdeñada en un
pensamiento radicalmente materialista como el marxista. En la elaboración teórica freudiana
de la pulsión de muerte, como bien lo han sostenido Luria y Vygotsky, “la ciencia burguesa
está dando a luz al materialismo; tal labor es muchas veces difícil y prolongada, pero sólo
tenemos que encontrar en qué parte de sus entrañas asoman los brotes materialistas,
encontrarlos, rescatarlos y hacer buen uso de ellos”[20]. Es precisamente lo que hacen
Vygotsky y Luria al leer Más allá del principio de placer. Es así como pueden explicitar lo que
describen como la “respuesta profundamente materialista” de Freud a la pregunta sobre “la
raíz de la tormentosa progresión del proceso histórico”: esta respuesta, para el médico vienés,
está “en los profundos recovecos de la psique humana”, donde “todavía persisten tendencias
conservadoras de la biología primordial”[21]. Vygotsky y Luria aceptan esta respuesta de Freud
y celebran su formulación y demostración en Más allá del principio de placer.
Al referirse a la argumentación freudiana, escriben exaltados que “no hay filosofía de ningún
tipo en ella; sus orígenes están en la ciencia exacta y se dirige hacia la ciencia exacta, pero lo
que sí hace es dar un salto gigantesco y vertiginoso desde el punto más extremo de los hechos
científicos firmemente establecidos hacia la esfera por descubrir más allá de lo obvio”[22].
Esto mismo hace que lo planteado por Freud parezca más filosófico, puramente especulativo,
pero es porque “tiene como objetivo abrirse paso más allá de lo aparente”, lo cual, para Luria y
Vygotsky, es “el papel de todo conocimiento científico”, a saber, “no sólo verificar lo obvio,
sino descubrir hechos que son más creíbles y reales de lo que es evidente por sí mismo”[23].
Lo que nos desconcierta y contradice nuestro sentido común es que el sujeto esté desgarrado
entre una pulsión de vida y una pulsión de muerte. Aún más desconcertante y extravagante es
la atrevida idea freudiana, generalmente pasada por alto, de que la pulsión de vida no es más
que un desvío y un rodeo de la pulsión de muerte. No comprendiendo esto, Reich atribuyó a
Freud una perspectiva dualista, una “completa dualidad de instintos”, en la que sólo había
“antítesis” y no “conexión alguna entre la sexualidad y su supuesta contraparte biológica, el
instinto de muerte”[24].
Lo cierto es que la idea freudiana del impulso de retorno a lo inanimado es la de algo que
abarca toda la dinámica pulsional. Como lo dice Freud en Más allá del principio de placer, “la
meta de toda vida es la muerte”, los “fenómenos vitales” no son más que “rodeos para llegar a
la muerte”, la “vida pulsional en su conjunto sirve a la provocación de la muerte”, la tensión de
lo animado “pugna por nivelarse”[25]. Lo inorgánico y lo inanimado tienden a restablecerse. Lo
vivo recae en lo inerte. La vida se disuelve en la materia. Lo mineral termina reabsorbiendo lo
vegetal, animal y mental.
Hay que reiterar que la pulsión de vida no es más que un rodeo de la pulsión de muerte. No
hay aquí dos pulsiones tajantemente diferenciadas en un enfoque dualista como el que Reich
atribuye a Freud. Lo que hay es una concepción monista, perfectamente compatible con el
marxismo, en la que lo vivo tiende a lo muerto. El fin es lo inerte. No hay un fin diferente del
principio. No hay ninguna teleología que pudiera entrar en contradicción con una visión
materialista coherente.
Lo cierto es que Luria y Vygotsky no fueron los únicos freudomarxistas que se entusiasmaron
con el monismo de la teoría freudiana de las pulsiones. Encontramos el mismo entusiasmo en
el surrealista André Breton, quien también comprendió perfectamente que la pulsión de vida,
como él mismo lo sostiene, “sólo puede ser humanamente válida” en función de la pulsión de
muerte, que ambas pulsiones “tienden a restaurar un estado que ha sido perturbado por la
aparición de la vida”[29]. Esto que Breton y Vygotsky y Luria comprendieron tan bien, esto
mismo que tanto los entusiasmó como buenos marxistas que eran, fue lo que Reich no
entendió al atribuir a Freud un dualismo rígido en su teoría de las pulsiones.
Ya vimos que Freud expuso explícitamente su monismo en Más allá del principio de placer.
Incluso antes de Freud, en Sabina Spielrein y en su primer atisbo de la pulsión de muerte, nos
encontramos ya con una perspectiva claramente monista. No tenemos en Spielrein dos
pulsiones tajantemente separadas, sino el “componente destructivo del instinto sexual”[30], el
“instinto de destrucción contenido en el instinto de procreación”[31], el “instinto de
procreación que exige la destrucción del individuo”[32], que es “tanto instinto constructivo
como destructivo”[33]. Así, por ejemplo, como dice Spielrein, “el hombre, de predisposición
más activa, tiene también más deseos sádicos: quiere destruir a la amada”, mientras que “la
mujer, que se presenta más como objeto de amor, quiere ser destruida”[34]. La destrucción y
la autodestrucción resultan indisociables de la generación y la reproducción. La vida y la
muerte no pueden concebirse por separado.
La concepción unilateral de la vida es idealista. De idea en idea puede conducir lo mismo al
orgón que a la vida eterna. En ambos casos, tenemos hermosas entidades ideales que nos
consuelan de la muerte material en la que no deja de precipitarse nuestra vida.
Referencias
[1] Reich, Función del orgasmo (1942), Barcelona, Paidós, 2010, p. 125
[3] Fromm, Sobre métodos y objetivos de una psicología social analítica (1932), en Marxismo,
psicoanálisis y sexpol, Buenos Aires, Granica, 1972, p. 113.
[5] Fenichel, A Critique of the Death Instinct (1935), en The Collected Papers of Otto Fenichel
(pp. 363-372). Nueva York: Norton, 1953, pp. 370-371.
[6] Reich, Función del orgasmo (1942), op. cit., pp. 150-151
[7] Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis (1934), Ciudad de México, Siglo XXI, 1989, pp.
23-24.
[8] Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis (1934), op. cit., p. 31.
[11] Fenichel, A Critique of the Death Instinct (1935), op. cit., pp. 370-371.
[12] Fromm, Sobre métodos y objetivos de una psicología social analítica (1932), op. cit., p.
113.
[13] Fenichel, A Critique of the Death Instinct (1935), op. cit., pp. 370-371.
[14] Reich, Análisis del carácter (1933), Madrid, Paidós, 2010, pp. 234-235
[15] Lev Vygotsky y Aleksandr Luria, Introduction to the Russian translation of Freud’s Beyond
the pleasure principle, p. 14
[16] Ibid., p. 16
[17] Ibid
[18] Ibid.
[19] Reich, Materialismo dialéctico y psicoanálisis (1934), op. cit., pp. 22-23.
[20] Vygotsky y Luria, Introduction to the Russian translation of Freud’s Beyond the pleasure
principle, op. cit., p. 17
[21] Ibid., p. 16
[25] Sigmund Freud, Más allá del principio de placer, en Obras completas XVIII, Buenos Aires,
Amorrorttu, 1997, pp. 38-39.
[26] Vygotsky y Luria, Introduction to the Russian translation of Freud’s Beyond the pleasure
principle, op. cit., p. pp. 14-15
[27] Ibid.
[31] Ibid., p. 18
[32] Ibid., p. 24
[33] Ibid., p. 30
[34] Ibid., p. 15
[35] Sigmund Freud, Más allá del principio de placer, op. cit., p. 39.
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Saturno
David Pavón-Cuéllar
Entrevista para Intempestivos por Liliana David y David Ramos Castro, publicada en dos partes,
el 11 y el 25 de junio de 2020, bajo los títulos “El capitalismo devorando a sus hijos” y “El
sueño del capitalismo produce monstruos”
1.- Para aproximarnos a su trabajo intelectual, en principio, me parece necesario señalar que
en sus reflexiones interrelaciona el capitalismo con entramados teóricos del psicoanálisis
lacaniano. Pero intentar comprender el terreno en el que nos movemos, nos invita a
preguntarle primero: ¿cuál es la definición de capitalismo a la que se refiere en su
pensamiento?
Aunque el sistema capitalista no deje de transformarse con el tiempo, sus rasgos definitorios
fundamentales continúan siendo actualmente los mismos que observó Marx en el siglo XIX. El
capitalismo se caracteriza primeramente por convertir al mundo en un gran mercado en el que
todo es mercancía. La mercantilización abarca bienes de consumo, espacios y utensilios, seres
humanos, gestos y actitudes, saberes y conocimientos, destrezas e ideas, riquezas naturales y
culturales, obras de arte y todo lo demás. La transformación de todo en mercancías está en el
meollo de la producción capitalista.
Es para producir capital que se produce todo lo demás en el sistema capitalista. Este sistema
transforma todas las cosas y las personas en mercancías para poderlas transmutar en más y
más capital. La producción y acumulación de capital devora todo lo que existe.
Mi argumento es que la pulsión de muerte está efectivamente siempre ahí, que incluso
nuestra vida constituye tan sólo un rodeo para satisfacerla, como lo plantean Freud y Lacan,
pero que esto no disculpa de ningún modo al capitalismo, ya que es el mismo rodeo el que se
ve impedido por el capital. El sistema capitalista busca siempre la manera de reducir las
distracciones o desviaciones vitales con respecto al camino recto hacia lo inerte, hacia el
producto, hacia el pago, hacia el billete o la cifra o el punto.
Desde luego que todo se mueve hacia la muerte, pero el capitalismo acorta y acelera este
movimiento. El problema del capital es que busca la satisfacción directa e inmediata de la
pulsión de muerte. Este impaciente goce del capital excluye los extravíos de nuestro deseo en
la cultura, que son los rodeos en los que se despliega nuestra vida, inaceptables para un
sistema capitalista que sólo admite una línea recta, un corto circuito de transmutación cada
vez más veloz de todo lo vivo en más y más dinero muerto.
3.- En el sentido de la pregunta anterior, usted ha dicho recientemente que las miles de vidas
que se ha cobrado la pandemia, en realidad no han sido tanto víctimas del covid-19 como del
capitalismo, ¿podría ahondar en esta idea?
4.- Usted ha recordado que “el capital no es nada sin nosotros”. Podemos decir, pues, que hay
un capitalismo que, como el vampiro, se nutre de un individualismo exacerbado y egoísta, el
cual no busca más que satisfacer e incrementar el deseo de autocomplacencia. Es decir, vive
de los impulsos, los proyectos y las obsesiones individuales, convirtiendo así al sujeto en la
víctima perfecta del discurso realizado del capital. A su juicio, ¿qué otras estructuras
psicosociales contribuyen a legitimar ese discurso?
Al final ellas mismas despliegan el sistema capitalista, son parte de él, son él, en una causalidad
estructural, como diría Althusser, en la que lo psicosocial es al mismo tiempo efecto y parte de
la estructura capitalista que lo determina. La estructura causa el efecto psicosocial, pero
también se prolonga en él, como en la causalidad subsistente o inmanente spinozista. Esta
causalidad subyace invariablemente al concepto de subsunción real de Marx.
Una de las manifestaciones del capitalismo, uno de los efectos psicosociales de la causa
capitalista, es el individualismo egoísta al que se refieren ustedes en su pregunta. Pienso que
este individualismo, tal como lo conocemos ahora, es producido por el capitalismo que a su
vez se despliega en él de modo subjetivo. Subrayo que se trata del mismo sistema capitalista
más que de su alimento.
5.- El capitalismo pone en el centro de la existencia humana al sujeto que se siente capaz de
justificar su vida sin necesidad del otro, apoyándose solo en lo que él mismo produce. ¿Cuáles
serían las consecuencias últimas de seguir sosteniendo una idea, tan sugerente como radical,
que proyecta al hombre capitalista como si fuera un Dios?
Yo iría todavía más lejos que ustedes. No es tan sólo que se proyecte al capitalista como si
fuera un dios, sino que se le convierte literalmente en un dios, en el único Dios, pues el
capitalismo es una religión monoteísta y además panteísta, lo que justifica también el empleo
de la causalidad inmanente spinozista para explicarlo. El Dios único y omnipresente del
capitalismo es el capital que lo subsume todo en él, que lo mercantiliza todo, que lo capitaliza
todo y que se personifica en “el hombre capitalista”, haciéndose hombre en él, así como Dios
padre se hizo hombre en Jesús.
Estoy entre quienes piensan que hay una religión capitalista. No me parece que el capitalismo
sólo tenga fundamentos religiosos y que sea el sistema secular o profano por excelencia, como
de algún modo lo creían, aunque de maneras discrepantes, Max Weber y Ernst Troeltsch. Más
bien soy de la idea, como lo plantea Walter Benjamin, que el capitalismo es él mismo una
religión e involucra todos los atributos de un fenómeno religioso, como la fe, la abstracción, la
ilusión, la superstición, el fanatismo, la irracionalidad, la ritualidad, el sacrificio de la vida
mundana y todo lo demás.
Adoramos al capital como si fuera un Dios. Le entregamos nuestra vida como sacrificio. Nos
privamos de nuestros placeres para darle gusto. Seguimos escrupulosamente su mezquina
moral burguesa de respeto a la propiedad privada y de ahorro, gasto, interés y crédito. Lo
veneramos en sus nuevos templos, en los centros comerciales, en los que entramos en éxtasis
religioso ante aquello sobrenatural que Marx describió tan bien con el nombre de “fetichismo
de la mercancía”. El dinero es asimismo como un fetiche o amuleto con poderes milagrosos.
Sin embargo, más allá de estas expresiones dinerarias o mercantiles, el capital es algo
insondable que nos aterra. Lo juzgamos omnipotente como Dios. No intentamos ya penetrar
sus misterios, pero creemos en sus infalibles sacerdotes, en los economistas, que son
obedecidos incluso por los gobernantes del supuesto Estado laico. Este Estado se ha
subordinado totalmente a la Iglesia capitalista, especialmente ahora, en la fase neoliberal y
neofascista de exacerbación del capitalismo.
6.- A veces nos imaginamos el capitalismo como un taimado Mefistófeles que nos repitiera sin
cesar: “tranquilo, te acepto como eres, codicioso, egoísta o inmoral. Así como eres, te quiero”.
Por otra parte, las visiones socialcomunistas parecieran intentar lo opuesto, transformando al
ser humano y salvándolo de sí mismo. No obstante, hemos asistido y aún vemos cómo
fracasan muchas de estas alternativas por una persistente corrupción individual. ¿Qué
comentarios le suscita esta constante dicotomía entre el “corazón limpio” y las “manos
sucias”?
No es nada sencillo tener su lugar en el sistema capitalista sin ensuciarse las manos. Es casi
como si esta suciedad fuera un requisito indispensable para tener una vida soportable. Casi
todos los “afortunados”, los no excluidos ni marginados, los no hambrientos ni miserables,
tenemos nuestra parte de responsabilidad en la exclusión y la marginación de los demás, en su
hambre y su miseria, en las desigualdades e injusticias, en la violencia generalizada, en la
devastación del planeta y en otros crímenes del capitalismo. Cuando no participamos
directamente en las diversas lógicas de opresión y explotación, entonces somos culpables por
nuestro consumo, por nuestro privilegio, por lo que nos gusta ver como nuestra suerte, o bien
por omisión, por nuestra indiferencia, nuestro silencio, nuestra pasividad, nuestra ceguera.
El caso es que terminamos lógicamente asimilados a lo mismo que nos devora. Esta asimilación
forma parte de lo que el joven Marx llamaba “enajenación” o “alienación”. Estamos alienados
en el capital y es por eso que nuestras manos están sucias y que somos corruptos como él. Es
así como yo explico la “persistente corrupción individual” a la que se refieren ustedes. Nuestra
corrupción es tal que se vuelve un impedimento para el comunismo, no porque la humanidad
sea naturalmente corrupta y por tanto incompatible con el comunismo, como podría
suponerse a partir de Hobbes, sino porque la humanidad se ha dejado corromper hasta
volverse incompatible con el comunismo, como lo comprendió muy bien Rousseau al criticar la
visión de Hobbes.
Si puede haber lucha dentro de nosotros mismos, es porque no somos totalmente lo que el
capitalismo ha hecho de nosotros, porque la alienación de nuestro ser no es nunca total,
porque siempre somos también algo que resiste contra la subsunción en el capital. Esto que
resiste, insisto, no es natural, sino histórico, social y cultural. En el contexto latinoamericano,
por ejemplo, hay elementos subjetivos de origen indígena que aún permiten resistir
efectivamente contra el capitalismo. Es un tema que me apasiona en este momento.
7.- Algunos autores, sin embargo, ven la crisis actual como una verdadera posibilidad para
refundar el mundo y acabar con el capitalismo, ¿cuáles son las alternativas reales que ve usted
al capitalismo, en este momento y desde su visión teórica?
Tengo la firme convicción de que sólo hay una alternativa que es el comunismo. Las demás
supuestas alternativas no son más que reacomodos y variaciones del mismo sistema
capitalista. Una de ellas es el neofascismo, al estilo de Bolsonaro y Trump, que no representa
sino una obscena intensificación del goce del capital, de su lógica pulsional destructiva y
mortífera, lo que está precipitando la degradación de los sujetos, la devastación del planeta y
el cataclismo que acabará con la humanidad. Otra pseudo-alternativa, que sirve al menos para
detener y retrasar esta caída en el abismo, es la que se ofrece en las diversas formas de
moderación del capitalismo a través del populismo latinoamericano de izquierda o las
reconstituciones keynesianas y benefactoras del poder político ante el absolutismo capitalista.
Sólo sabemos imaginar variantes del fin del mundo. Hemos ido perdiendo esa capacidad para
imaginar otro mundo que tenían los utopistas del pasado. La inmensa mayoría de ellos, por
cierto, eran comunistas o casi comunistas, lo que resulta bastante significativo. Es como si
únicamente pudiéramos imaginar otro mundo al imaginarlo comunista, exactamente como
sólo podemos imaginar un mundo al imaginarlo capitalista, como fin del mundo.
8.- Continuando con la idea anterior sobre el posible colapso capitalista, y apoyándome en la
metáfora de Lévi-Strauss de lo crudo y lo cocido, creo que cabría otra opción: el paso de un
capitalismo cocido (el de la idea de un consumo “feliz” diseminado entre las masas) al
sufrimiento planetario de un capitalismo recrudecido. ¿Cree que corremos ese riesgo?
10.- A su juicio, ¿son las estructuras socioculturales las que reproducen la violencia capitalista
introduciéndola en la psique individual o es el elemento psíquico el que traduce la violencia del
capital y condiciona las estructuras socioculturales?
No pienso que las estructuras socioculturales estén condicionadas por un psiquismo que
traduciría directamente la violencia capitalista. No veo cómo podría esta violencia llegar al
psiquismo si no es a través de la sociedad y la cultura. Mi convicción, de hecho, es que las
estructuras socioculturales en las que nos encontramos constituyen formas de existencia del
capital y de su violencia estructural.
El sistema capitalista está en las estructuras socioculturales, se despliega en ellas, es ellas y por
tanto se reproduce a través de ellas. Es en estas estructuras en las que opera la violencia del
capital. Sin embargo, aunque la violencia esté en las estructuras, yo tampoco diría que estas
estructuras introducen la violencia capitalista en la psique individual. No podría sostener algo
así porque no considero que la esfera psíquica individual ocupe un espacio interno en el que
pudiera introducirse algo como la violencia. Esta visión corresponde a representaciones
dualistas del psiquismo, como la vygotskiana o la de Volóshinov en la tradición marxista, que
deben distinguir el interior del exterior para poder concebir una interiorización de lo exterior
en el interior.
Desde luego que es mucho mejor imaginar una interiorización de lo social que una
exteriorización y socialización de lo individual como en Piaget, pero el problema es que ambas
perspectivas nos mantienen empantanados en un dualismo que no sólo impone límites
demasiado estrechos al pensamiento, sino que además, para nosotros los marxistas, es un
producto ideológico de una división del trabajo, división entre el trabajo manual y el
intelectual, que es a su vez un efecto de la sociedad de clases. La clase dominante acapara la
esfera del trabajo intelectual y luego la ve como una realidad aparte, la del mundo interno
psíquico, y finalmente se pregunta si ese mundo se exterioriza o si interioriza algo, si algo se
introduce en él, como las estructuras socioculturales a las que se refieren.
La realidad es que las estructuras socioculturales en las que se despliega el sistema capitalista
constituyen y organizan tanto lo que parece estar afuera como lo que parece estar adentro.
Incluso la división entre ambas apariencias, la del afuera y la del adentro, es trazada por las
mismas estructuras. Son ellas las que de algún modo se doblan, se ahuecan y crean el espacio
aparentemente interior. Este interior es él mismo lo interiorizado.
La interioridad no es más que un pliegue del exterior, como lo decía Deleuze de Foucault y
como podemos decirlo de cualquier marxismo consecuente, necesariamente monista y no
dualista, lo que ya constataran primero Plejánov y luego Luria en su momento freudomarxista.
En la tradición radical del marxismo en la que yo me sitúo, no hay ni siquiera manera de
figurarse el movimiento por el que las estructuras socioculturales introducirían algo en el
psiquismo, pues ellas mismas estructuran el psiquismo, que es una parte de ellas, y lo
“introducen”, por así decir, en un espacio que definen como interior. La imagen dualista
resultante, la imagen de que el psiquismo es interno y la sociedad y la cultura están afuera y
pueden introducir algo en él, es una imagen ideológica indisociable de la psicología, el
individualismo y la propiedad privada. Es una imagen que se produce con la violencia misma
del capital que nos arranca y nos vacía de nosotros mismos para poder abrir el hueco del
interior psíquico de cada uno de nosotros.
Nuestro psiquismo individual, el mundo interno de cada uno, es brutalmente escarbado con la
violencia primero de la sociedad de clases y luego de la sociedad de clases específicamente
capitalista. No es que se introduzca esta violencia en el psiquismo, sino que nos “introduce” un
psiquismo, un alma individual que sirve para dividirnos, vencernos y dominarnos como
corporeidad y como colectividad. El alma, en efecto, no sólo es cárcel del cuerpo, como lo
planteaba Foucault, sino cárcel de nosotros como cuerpo que trasciende cualquier
individualidad, lo cual, ciertamente, ya es presentido por el mismo Foucault.