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QUE VIDA TAN PERRA CON TANTA DESIGUALDAD

Febrero 25, 2023

Francisco Cortés Rodas

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En Colombia, como sucede en muchas otras partes del mundo, hay millones de personas que
viven una vida miserable, sin que eso sea su culpa y sin la posibilidad de liberarse de manera
duradera de esa situación oprobiosa.

Cada día vemos ejemplos de tales circunstancias como la pobreza, las catástrofes naturales y
hambre. El Dane reveló en el 2021 que la incidencia de la pobreza en el país en 2020 llegó a
42,5%, es decir 21.021.564 personas.

Según el informe, 7.420.265 personas (15,1% de la población) no ganan lo suficiente para


comprar los alimentos mínimos requeridos para sobrevivir, la magra canasta básica de
$145.004 por persona al mes.

Las catástrofes naturales, como el huracán Iota que destruyó a las islas de San Andrés y
Providencia, las inundaciones y el desbordamiento de los ríos, como sucede todos los inviernos
en La Mojana, los deslizamientos de tierra, como en el municipio de Rosas, Cauca, son
efectivamente tragedias, las cuales como todo acontecimiento trágico son producidas
aparentemente por una fatalidad.

Sin embargo, en algunos casos sucede todo lo contrario, hay causas humanas: estos graves
desastres han sido generados en gran medida por el cambio climático. Y el cambio climático,
hay que decirlo, no es un asunto del destino, no es mala suerte.

Ha sido causado por el crecimiento económico que el capitalismo ha creado a lo largo de más
de dos siglos, por el consumo acelerado de energía y recursos que ha producido altas
emisiones de CO₂, perjudiciales para el clima y que han destruido los sistemas ecológicos.

Así, lo que producen estas tragedias, y muchas otras, no está determinado por causas
naturales. Radica en cómo está establecido el sistema económico mundial, en los modelos de
desarrollo de los países ricos en materias primas que quedan definidos por aquel sistema, en
las estrategias de mercado mundial de los consorcios transnacionales, en el hambre de
recursos de los estados industriales ricos, en las prácticas de consumo y los estilos de vida de
sus habitantes, e internamente en la estatalidad subdesarrollada y la corrupción.

En Colombia, como dije antes, millones de personas sufren una situación de miseria material
por pobreza, graves desigualdades y catástrofes naturales. A estas personas no se les han
asegurados sus derechos humanos básicos a la inviolabilidad corporal, la seguridad y la
subsistencia.

No han sido asegurados porque desde hace décadas las políticas estatales han estado
centradas en sostener la posición de poder de las élites económicas y políticas, lo cual les ha
permitido establecer las reglas de juego —sistema de salud, impositivo, laboral, pensional— a
las que se tienen que atener las mayorías y cuyas consecuencias las padecen en la forma de
pésimos servicios de salud, insuficiente cobertura y baja calidad en educación, un sistema
pensional deficitario o inexistente para los sectores más pobres y los campesinos, carencia
total de acueductos y agua potable en más de 500 municipios del país.

En suma, hambre y miseria para el grueso número de pobres, que se calcula son más de 28
millones. Es realmente una tragedia social.

Sin embargo, “una calamidad sería cosa de injusticia tan solo si pudiera haber sido evitada,
particularmente si quienes pudieran haberla evitado han fallado. De alguna manera, razonar
no es más que pasar de la observación de una tragedia al diagnóstico de una injusticia", escribe
Amartya Sen.

Hemos visto en estos días que algunos políticos, que se vincularon recientemente al Pacto
Histórico, espantados con lo que puede significar sacar adelante las políticas de igualdad y
aseguramiento de los derechos sociales que ha propuesto el gobierno de Gustavo Petro,
corren presurosos hacia las viejas toldas, a los fueros de seguridad que ofrece el paradigma de
la política de la desigualdad.

Así, autodefiniéndose como el liberalismo más puro, santo y moral aseveran: la única igualdad
es la igualdad jurídica, que afirma que todos los hombres deben ser tratados de forma igual
ante la ley.

Esta igualdad jurídica genera necesariamente desigualdad y este sistema de desigualdad se


sostiene en que hay individuos que son capaces de crear más riqueza que otros, los cuales,
siguiendo sus propios intereses, van a necesitar contratar a otros para hacer crecer sus
empresas.

La distribución de bienes y recursos que resulta de este proceso es la única distribución justa,
exclaman victoriosos. Esto se traduce en que no es posible una redistribución de los bienes
sociales a partir de criterios políticos o de justicia social. Concluyen su argumento con la
lapidaria sentencia: es preferible una sociedad en que todos sean desiguales pero tengan
suficiente a una sociedad donde todos sean iguales y pobres.

Nuestros partidos de derecha y centro, los gremios económicos, los grandes medios de
comunicación y algunos muy exclusivos centros de investigación niegan con ahínco el
postulado de que la falta de dinero o la pobreza implica limitaciones a la libertad.

Ciertamente la pobreza no es la única circunstancia que restringe la libertad de una persona.


“Pero, hay muchas cosas que los pobres, por serlo, no son libres de hacer, cosas que los no-
pobres, en cambio, sí son libres de hacer” (G.A. Cohen).

Aunque la ley consagre que cada quien es libre de hacer todo lo que quiera siempre que no
esté prohibido, en realidad dicha libertad no existe para los pobres. La pobreza deviene en una
suerte de prohibición a los pobres para ejercer su libertad.

Porque, aunque el individuo sea libre formalmente le hacen falta los medios y la capacidad
para hacer muchas cosas. En esto radica la conexión entre libertad y derechos sociales. Solo
por estas razones está justificado este gobierno y las reformas que ha propuesto para su
discusión en el Congreso.

Lo que desconocen la derecha y los mencionados aliados, al rechazar la propuesta de una serie
de reformas sociales e igualitarias, es el hecho de que la riqueza de la que gozan los más ricos
es resultado de un sistema de producción de capital a costa de otros y del disfrute del
bienestar a expensas de otros.

Vivimos bien porque otros viven peor, puede decir cualquiera de los 3.200 propietarios, que
como personas jurídicas, son los dueños en Colombia de cuarenta millones seiscientas mil
hectáreas, que son el 34% del total de las tierras del país. “Vivimos bien porque vivimos de
otros, de lo que otros tienen que realizar y sufrir, hacer y padecer, sostener y soportar”
(Lessenich).
Y los que viven mal pueden llegar a vivir peor que los perros mantenidos en los hogares
estadounidenses, según la idea de una sociedad ficticia propuesta por Korzeniewicz y Moran
en su libro "Poniendo al descubierto la desigualdad".

En sus cálculos estadísticos, escribe Stephan Lessenich, “ponen los gastos medios que tuvieron
los hogares en 2008 para el mantenimiento de los perros como «ingresos per cápita» de esta
sociedad inventada.

He aquí que «Perrolandia» se sitúa a escala mundial entre los países de ingresos medios, por
encima de estados como Paraguay o Egipto, y mejor situados que el 40 por ciento de la
población mundial. Qué suerte ser un perro, al menos en los Estados Unidos” o en la Mesa de
Yeguas.

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