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27/3/24, 08:44 Algunas reflexiones sobre el lenguaje claro

Título: Algunas reflexiones sobre el lenguaje claro


Autor: Campoy, Gustavo
País: Argentina
Publicación: El Derecho - Diario - Tomo 305
Fecha: 21-03-2024 Cita: IJ-V-CDXVII-897

Algunas reflexiones sobre el lenguaje claro

por Gustavo Campoy(*)

Sumario: I. Introducción. – II. Acerca del lenguaje. – III. Distintos usos y funciones del lenguaje. – IV.
Salvaguarda del lenguaje. – V. Lenguaje claro. – VI. La normativa jurídica. – VII. El lenguaje de la ley. – VIII.
Una cuestión colateral. – IX. El lenguaje de las sentencias. – X. Conclusión.

I. Introducción

Mucho se ha dicho y escrito en estos últimos años acerca del lenguaje claro, que es mucho más
comprensivo de lo que su simple enunciación sugiere. No solamente está vinculado al derecho a la
información en general, desde la información pública hasta la información específica debida a los
consumidores y usuarios. La cuestión tiene derivaciones múltiples que encuentran vínculos colaterales con
otras facetas de la convivencia, como la educación, la cultura, la formación de la opinión pública. Son
todos elementos que integran el entramado social, entendiendo aquí el término integración en sentido
amplio, no limitado a la simple agregación(1) sino a la constitución de un sistema, por añadidura
complejo(2), como es la realidad de la vida social.

De ningún modo este ensayo tiene la finalidad –ni la pretensión siquiera– de relacionar el profuso, aunque
más o menos lineal, tratamiento que ha tenido la cuestión del lenguaje claro. Más bien, el cometido de
este trabajo está dirigido a formular algunas reflexiones trasversales que puedan ser útiles al pensamiento
y la investigación del problema.

II. Acerca del lenguaje

La posición de la laringe y la conformación del hueso hioides en los fósiles de nuestros antepasados nos
muestran que el lenguaje hablado lo tenemos desde hace aproximadamente trescientos o cuatrocientos mil
años(3). En cuanto al lenguaje escrito, las evidencias más antiguas de la escritura son de hace unos cinco
mil años, lo que no significa que con anterioridad no existiera la escritura. La convivencia, la comunicación
y el consecuente uso del lenguaje determinaron por aquellos tiempos un notable desarrollo de las redes
neuronales que, sumado a la mejor alimentación, llevó al cerebro de nuestros ancestros desde los 650 cm3
a 850, luego a 1000 y hasta los 1350 cm3 del nuestro.

Tal ha sido la importancia del lenguaje en nuestra convivencia que, según cuenta el Antiguo Testamento,
cuando Dios, contrariado por la pretensión de los hombres de construir una torre –la de Babel– que llegara
hasta él, no envió rayos y centellas para destruirla, como hubiera hecho Zeus; hizo que los que trabajaban
en la obra dejaran de entenderse, lo cual generó un caos tal que imposibilitó el éxito de la empresa.

Sin ánimo de desarrollar aquí extensamente la teoría del lenguaje –cosa que excede el alcance de este
trabajo y de mi conocimiento–, vale traer algunas explicaciones útiles para mensurar el escenario en el que
vamos a movernos.

El lenguaje nació con su función expresiva o descriptiva; como instrumento para poner nombre a las cosas
de la naturaleza y hacer posible el entendimiento entre los miembros de una comunidad. Se integró al ser
humano (el viviente que habla(4)). Es un instrumento de la convivencia, y fuera del escenario de la
convivencia y la consecuente comunicación, no tendría sentido. Está íntimamente vinculado a la
naturaleza de las cosas y su elaboración es la primera manifestación de la reflexión, entendida esta –en
este contexto– como la aprehensión del conocimiento que la realidad nos refleja. La reflexión, entonces,
es previa al lenguaje, y es presupuesto suyo. Por tanto, son dos conceptos inescindibles, pero no conjuntos
o concomitantes, sino sucesivos, y en un solo sentido: de la reflexión a la comunicación; nunca a la
inversa(5).

III. Distintos usos y funciones del lenguaje

La comunicación de información es el primero de esos usos; en términos de función, hay una función
informativa, sin distinción de las cualidades de la información. Otra función es la expresiva, que tiene por
objeto trasmitir emociones y sentimientos. Finalmente, el uso directivo está encaminado a originar (o
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impedir) una acción manifiesta. El discurso directivo no es verdadero ni falso: de una orden como prohibido
transitar no es posible predicar que sea verdadera o falsa; es posible estar de acuerdo o no con ella, y
juzgar si debe ser cumplida o no(6). Agrego por mi cuenta, más allá de la estricta lógica, que esta función
nos conduce al ámbito de la valoración, ínsita en el deber ser.

Con otros parámetros, aunque vinculada al análisis anterior, está la distinción según que los términos del
lenguaje sean rigurosamente unívocos –como en la lógica simbólica o en la geometría pura–, que podemos
llamar lenguaje formalizado; o que contenga expresiones ambiguas, palabras vagas, y muestre una textura
abierta, que es el lenguaje natural, propio de las normas jurídicas(7).

Se habla de ambigüedad cuando un mismo fonema puede tener distintos significados según sea el contexto
en que haya sido insertado –el vocablo prueba puede aludir a la prueba judicial o a la prueba de resistencia
de materiales–, y no siempre existen propiedades comunes a los objetos mentados por dichos vocablos; los
dos conceptos expuestos de prueba no tienen absolutamente nada en común.

Por vaguedad se entiende el fenómeno de un foco significativo único, pero el uso de una palabra tal como
se la emplea torna dudosa la inclusión o no de un objeto concreto en el alcance significativo. Si digo
automotor, sin duda, me refiero a un artefacto mecánico dotado de ruedas y motor, que puede moverse
por sí mismo; pero bien podría ser un automóvil o un camión. Existe en esos casos lo que el autor citado
llama zona de penumbra, concepto que distingue del concepto de duda.

Tal vez, la más interesante y a la vez difícil de gestionar sea la tercera de esas características enunciadas:
la textura abierta o vaguedad potencial. Este fenómeno exhibe perplejidades o hasta desconciertos que no
tienen como presupuesto ambigüedad, vaguedad, penumbra ni duda. Se trata de supuestos de un caso
anómalo; suficientemente anómalo como para poner en crisis los criterios de aplicación de las palabras que
teníamos por precisos y delimitados. Por ello, cuando ocurre la anomalía respecto de algún objeto, no nos
basta con los criterios significativos sino que, para asignar ese objeto a una parcela u otra de la realidad,
es necesario acudir a otras consideraciones(8). Nos dice el autor citado que todas las palabras que
empleamos para hablar de nuestro mundo o de nosotros mismos están sujetas a esta vaguedad potencial.

En una clasificación también vinculada con lo anterior, se distinguen tres funciones fundamentales del
lenguaje(9): la descriptiva (hacer conocer); la expresiva (hacer participar); la prescriptiva (hacer hacer).
Esas categorías, aunque no se encuentran en estado puro –y vemos aquí cierta coincidencia con la mirada
de Copi– se corresponden respectivamente con el lenguaje científico, el lenguaje poético, y el lenguaje
normativo. A este ensayo le interesa particularmente la función prescriptiva, que atañe a un conjunto de
leyes, de reglamentos, un código, una sentencia o una Constitución.

Sigo un poco más al mismo autor para traer a cuento las características que diferencian a las proposiciones
prescriptivas de las descriptivas: “a) respecto de la función; b) respecto del comportamiento del
destinatario; c) respecto del criterio de valoración”. El aspecto prescriptivo está ínsito en toda
modificación voluntaria del comportamiento. Frente a una proposición prescriptiva, la aceptación del
destinatario está dada porque la cumple. Mientras que la prueba de aceptación de una proposición de
información es la creencia, la de la aceptación de una proposición de prescripción es la ejecución. Frente a
una proposición prescriptiva, y en el ámbito del criterio de valoración, los parámetros de aceptación son
diferentes: justo o injusto, válido o inválido. En definitiva, “el criterio con el cual valoramos las
proposiciones prescriptivas para aceptarlas o rechazarlas es el de la correspondencia con los valores
supremos (criterio de justificación material) o el de la derivación de las fuentes primarias de producción
normativa (criterio de justificación formal)”. “La verdad de una proposición científica puede ser
demostrada, mientras que de la justicia de una norma sólo se puede tratar de persuadir a los demás”.

IV. Salvaguarda del lenguaje

En otro orden de reflexión, mi cometido es también llamar la atención acerca de la necesaria preservación
del lenguaje, que no por ser claro termine siendo reducido por exceso de simplificación, porque en ese
caso dejaría de cumplir absolutamente todas las funciones que más arriba he enunciado.

En todo lo anterior alienta la aspiración a que el lenguaje no sea deconstruido, porque desde los lejanos
tiempos de nuestra existencia de homo sapiens fue el principal motor de nuestra evolución y, de
consiguiente, de nuestro pensamiento, ¡que es el reducto último de la libertad!

En tal sentido, traigo ahora textos que describen un escenario –la neolengua– que no por distópico deja de
ser eventualmente posible.

¿No ves que la finalidad de la neolengua es limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción
de la mente? Al final, acabamos haciendo imposible todo crimen del pensamiento.

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Hacia el 2050, quizá antes, habrá desaparecido todo conocimiento efectivo del viejo idioma. Toda la
literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... solo existirán en
versiones neolingüísticas, no solo transformados en algo muy diferente, sino convertidos en lo contrario de
lo que eran.

Todo el clima del pensamiento será distinto. En realidad, no habrá pensamiento en el sentido en que ahora
lo entendemos. La ortodoxia significa no pensar, no necesitar el pensamiento. Nuestra ortodoxia es la
inconsciencia.

No sientes la belleza de la destrucción de las palabras. ¿No sabes que la neolengua es el único idioma del
mundo cuyo vocabulario disminuye cada día?(10).

Hay pues una diferencia esencial entre lenguaje y lenguaje claro. Mientras el lenguaje claro es sólo un
instrumento –y no es el único ni el mejor– de comunicación, el lenguaje es consustancial a la esencia
humana y, consecuentemente, a la libertad, razón que funda mi resistencia a su deconstrucción.

He pasado una veloz revista del lenguaje, su origen, su relevancia, sus funciones, y el desarrollo de las
consideraciones a su respecto en estos últimos de los cuatrocientos mil años que he tomado en cuenta,
pero aún nada he dicho del lenguaje claro que es el objeto de escribir mentado en el título de este
pequeño ensayo.

V. Lenguaje claro

La voz lenguaje claro alude a un modo de hablar o de escribir llano, sin rodeos, exento de arrogancia
discursiva, hecho de frases cortas, sin excesos en la expresión, que evite en lo posible construcciones
complejas y terminología científica o técnica, siempre –claro está– que conserve sus funciones atinentes a
la comunicación. Su objetivo es que pueda ser comprendido por cualquier persona sin necesidad de
conocimientos especiales sobre la materia de que se trate(11).

Esta no es una cuestión nueva, aunque en los últimos años haya tenido especial andamiento. La concepción
del lenguaje claro está con simpleza contenida en aquello de al pan, pan; al vino, vino(12).

Se ha querido encontrar el origen de tan llano refrán en los tiempos en que Lutero y Calvino discutían
acerca de si el pan y el vino, en la eucaristía, eran sustanciales o transubstanciales, y Zwiglio terció
diciendo que el pan es solo pan y el vino solamente vino; solo son símbolos.

Con esto, el pobre refrán fue sacado de su espacio de simpleza y claridad para quedar enredado en
discusiones teológicas que en su momento pusieron al mundo patas arriba y que, por lo demás, no estaban
al alcance del hombre común, que no entendía de teología y estaba ocupado en lo que iba a comer y en
cómo hacerse entender para obtenerlo. Por si fuera poco, fue privado de su larga tradición: tanto el pan
como el vino eran conocidos desde aproximadamente cinco mil años antes(13).

El sentido subyacente en esto que acabo de decir es que poco agrega a la conceptualización del lenguaje
natural, y menos aún al lenguaje claro, la mirada en extremo positivista y racional.

Sin perjuicio de mayores desarrollos, por mi parte o por la de quienquiera que lea estas líneas y desee
recoger el guante para seguir la investigación, ¿qué diré ahora del tópico en cuestión y su vinculación con
la normativa jurídica? Eso viene a continuación en lo atinente a la actividad legislativa. Después será el
momento de hablar de su vinculación con la actividad jurisdiccional.

VI. La normativa jurídica

Sería impropio, cuando no necio, negar o rechazar la pretensión de que las normas jurídicas sean escritas
de manera tal que el ciudadano común pueda comprenderlas. El lenguaje claro es un requisito
fundamental de las decisiones republicanas y democráticas, pues materializa el acceso de las personas a
las decisiones públicas que se toman con relación a ellas(14), afirmación que es válida también para la
función legislativa.

No desconozco que los destinatarios de las decisiones eventualmente pueden carecer del conocimiento
específico necesario para comprenderlas. Desde luego que no desconozco tampoco que esa situación deriva
en vulnerabilidad(15).

Si antes he sostenido que una de las funciones del lenguaje, en especial el lenguaje jurídico, es la
prescritiva, y que tiene que ver con el comportamiento del destinatario del mandato, sería incoherente si
ahora no apreciara al lenguaje claro como útil para llegar al obligado y modificar su comportamiento, no
por la fuerza, sino por el acatamiento voluntario y espontáneo, que es la aspiración, según mi juicio,

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máxima del ordenamiento jurídico, cuya consecución podrá ser todo lo difícil que pueda predicarse, pero
que siempre está presente como socialmente posible a pesar de todo.

Si antes he sostenido que el lenguaje jurídico es lenguaje natural y, por tanto, de textura abierta, no
podría descuidar que el lenguaje de las leyes debe ser tal que perfile de la mejor manera posible esa
textura, para limitar la eventual vaguedad.

Si he sostenido que transversalmente el lenguaje claro de la ley involucra la defensa en juicio, no podría
desdecirme ahora, porque la claridad normativa impacta en la motivación de la decisión judicial y en la
posibilidad de impugnación, extremos que no pueden estar ausentes, ni debilitados siquiera, en una
República que se respete.

Lo que rechazo es que el lenguaje claro deje de ser una aspiración para convertirse en un paradigma. Más
allá de la importancia que indudablemente tiene, es instrumental; no es un principio en sí mismo, y mucho
menos paradigmático. Es simplemente un instrumento funcional a fines valiosos.

Entonces, la tendencia a considerar al lenguaje claro como un paradigma de la comunicación es algo así
como poner el carro delante de los caballos, y tratándose de las leyes, primero hay que ocuparse de que la
ley diga lo que tiene que decir y después de cómo lo dice.

Conviene recordar que, así como la música fue antes que el piano, la convivencia y la comunicación fueron
antes que el lenguaje, y antes que ambos fueron la observación y la reflexión mediadas por el pensamiento
en libertad. El vocablo griego logos (λ?γος) comprende todas esas instancias, que se estructuran como
presupuestos –según mi entender– en el siguiente orden: libertad, pensamiento, observación, reflexión,
convivencia, comunicación, lenguaje… que, si es claro, mejor.

La inversión de esta escala –el referido poner el carro delante de los caballos– relativizaría los presupuestos
a punto tal de dejar una forma sin contenido, prescindente de la convivencia, del pensamiento y de la
libertad.

¡Una fiesta para el poder desmesurado!

En definitiva, es innegable que la claridad de expresión contribuye a la mejor comprensión de los textos
legales y, por consecuencia, a una mejor disposición al cumplimiento espontáneo de la manda legal.

Sin embargo, esa y otras expresiones similares deben ser puestas en su sitio, con lo cual quiero decir que el
lenguaje claro no es más que un instrumento funcional al estado de Derecho, pero su eficacia depende de
que hayan sido respetados ciertos presupuestos, a saber: la correcta construcción lógica del pensamiento
mentado en la norma; la correcta construcción gramatical del texto, que responda a la construcción del
pensamiento; la claridad del lenguaje, siempre que no resulte en una latitud tal de la expresión que la
vuelva inhábil por vaga o ambigua.

Es que el axioma de la libertad: todo lo que no está jurídicamente prohibido está permitido, no tolera
vaguedad ni ambigüedad en la expresión de la prohibición. Del mismo axioma deriva, además, el principio
de que las excepciones son siempre de interpretación restrictiva. La real vigencia de las garantías
constitucionales está más que interesada en esto.

VII. El lenguaje de la ley

La mentada instrumentalidad del lenguaje claro tiene que ver, antes que nada, con un sujeto o un órgano
que desempeñe la función de que se trate, en lo que ahora interesa, la función legislativa. Dado que tanto
la función como el órgano no existen en el mundo de las ideas sino en el de la realidad social y política,
requieren un sustrato material de infraestructura física y de actividad humana que se articulan en una
serie de principios y normas que rigen los diversos aspectos del desenvolvimiento de la función. El orden
jurídico, a partir de la Constitución, instituye la sustancia de este sistema, es decir, su contenido tanto de
principios rectores como de funciones y facultades del Poder Legislativo; y la forma, los procedimientos
idóneos para la consecución de los fines contenidos en las declaraciones dogmáticas de la Constitución,
desde la cual se infiltran en la normativa infraconstitucional, leyes y reglamentos que integran el plexo
normativo que envuelve al órgano y su función.

Toda esa maquinaria genera su producto propio, cuya materialidad está constituida por las leyes, que
contienen los términos de las normas que forman su objeto y, además, están llamadas a exteriorizar esos
contenidos, comunicarlos, de modo tal que sean conocidos por los órganos llamados a aplicar las leyes y
por los sujetos llamados a cumplirlas.

Llegados a este punto entra en escena la técnica legislativa comprensiva de las reglas prácticas de
redacción y composición de textos que no frustren el cometido de información. Subrayo que los
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destinatarios de esa comunicación son múltiples: los propios órganos del poder, que deben cumplir y hacer
cumplir las leyes; los funcionarios, que encarnan la actividad del órgano; los analistas, intérpretes y
docentes, llamados al desarrollo científico de los contenidos legales y a la enseñanza y difusión de los
resultados; los jueces, llamados a resolver los conflictos con decisiones fundadas que respeten los intereses
en pugna y compongan el litigio con justicia; los abogados, en su tarea de asesoramiento y de defensa de
intereses de los justiciables; los justiciables, destinatarios últimos de la actividad del poder, entendido
este como instrumento del sostenimiento de la concordia y la paz social.

La garantía constitucional de la defensa en juicio está involucrada en el entorno de la técnica legislativa,


porque si la sentencia, para ser fundada, debe ser derivación razonada del derecho –comprensivo de la ley–
aplicable a los hechos de la causa, desde luego que la ley, en tanto premisa del silogismo jurisdiccional,
debe ser bien redactada, clara y entendible.

Desde luego, la técnica legislativa no es mecánica; no le basta con proponer y aplicar un manual práctico;
también comprende el examen del impacto social, económico y político, así como la seguridad jurídica y la
gobernabilidad(16). Como antes he dicho, la normatividad requiere el conocimiento, y este exige la
comunicación a través del lenguaje.

VIII. Una cuestión colateral

Es sabido que la ley se presume conocida por todos a partir de su publicación. De ahí que antes de la
publicación no tenga vigencia (art. 5 CCCN), mal que pesara a la dictadura que en su tiempo sancionó leyes
con la expresa prohibición de que fueran publicadas, las llamadas leyes secretas.

Del principio antes relacionado deriva la imposibilidad de alegar el error de derecho. La seguridad jurídica
está interesada en este principio que el Código Civil y Comercial de la Nación recoge y conserva cuando
dispone (art. 8): La ignorancia de las leyes no sirve de excusa para su cumplimiento, si la excepción no está
autorizada por el ordenamiento jurídico. Tengo para mí que el vocablo ignorancia es aquí empleado en
sentido lato, porque si lo fuera en sentido estricto el principio resultaría indebidamente limitado,
afirmación que viene confirmada por la salvedad contenida en la última frase, de la que deriva que en
materia penal se excluya de la prohibición el supuesto del error de derecho extrapenal.

En ese orden de cosas, la hipótesis de la primacía del lenguaje claro conduciría a tenerlo por elemento
esencial de legitimidad de la ley. Se admite un derecho a comprender el Derecho; se admite que entender
las normas también es un derecho; pero si tal derecho fuera llevado al extremo conduciría a una situación
caótica en tanto bastaría con un no entiendo para frustrar la aplicación de la ley(17), lo cual se da de palos
con la disposición del art. 8 del CCCN, con la presunción de conocimiento fundada en la publicación y con
la regla del inicio de vigencia de la ley a partir de su publicación.

IX. El lenguaje de las sentencias

En el ámbito jurisdiccional, las componentes son muy distintas. La ley es una norma general: afecta a la
comunidad toda; la sentencia es una norma individual: afecta solamente a quienes hayan sido parte en el
proceso en que fue dictada. La ley se dicta conforme a un procedimiento que asegure su legitimidad. La
sentencia se dicta en un proceso que asegure no solamente la legitimidad de la decisión sino también la
defensa en juicio de los involucrados y la justicia del decisorio.

De ahí que el tratamiento de esta temática con relación al lenguaje de las sentencias será muy distinto del
que hasta ahora he ensayado.

La aspiración a la claridad del lenguaje y a la facilitación a los justiciables de la comprensión de las


sentencias tiene varios años de desarrollo, incluyendo la recepción legal. Así, por ejemplo, la ley 27.146 de
Organización y Competencia de la Justicia Federal y Nacional Penal contiene la imposición a los jueces del
deber de expresarse en lenguaje claro y sencillo, tanto en las audiencias como en las resoluciones(18).

La introducción del lenguaje claro en las sentencias se ha producido en la propia fundamentación; también
en la inclusión de un apartado en los considerandos dedicado a explicar a las partes, de modo simple y
accesible, todo lo que está dicho en la motivación. Esto especialmente en decisorios dictados en materia
penal o en materia de familia, en casos en que aparecía como necesario habida cuenta de las condiciones
personales de los sujetos destinatarios de la decisión y de su vulnerabilidad(19).

Como aclarara inicialmente, el cometido de este trabajo está dirigido no tanto al análisis exhaustivo como
a formular algunas reflexiones que puedan ser útiles al pensamiento lateral en la investigación del
problema.

Además de las exigencias relativas a las buenas prácticas de oratoria y escritura y al respeto de las reglas
de construcción del pensamiento(20), el lenguaje claro en las sentencias pide un análisis más profundo,
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vinculado a la estructura del pensamiento en su fundamentación, a la dialéctica propia de la sentencia;
ese ir y venir de los hechos al derecho que magistralmente ha explicado el Dr. Podetti(21).

Por otra parte, en razón de que el lenguaje jurídico es –y vuelvo a las páginas de Carrió(22)– lenguaje
natural expuesto a la vaguedad y la ambigüedad, la motivación de la sentencia exige un especial esfuerzo
de precisión, ya que la sentencia, para que sea acto jurisdiccional válido, debe ser derivación razonada del
derecho aplicable a los hechos de la causa. Ello así, el lenguaje de la sentencia debe ser lo
suficientemente preciso para dejar adecuadamente cumplida esa exigencia, aunque para ello tenga que
resignar, al menos en parte, sencillez y claridad.

La sentencia está expuesta a la pretensión recursiva de las partes, que para ser eficaz debe ser expresada
y fundada en forma clara, crítica, precisa, concreta y razonada, tal como exigen las leyes procesales(23),
exigencias cuyo incumplimiento conducirá a la declaración de deserción o a la desestimación formal según
los casos. Por tanto, el lenguaje de la sentencia deberá ser suficientemente preciso para que la crítica
eficaz, el debido proceso y el ejercicio del derecho de defensa sean posibles. Esas garantías deben ser
guardadas aun a costa del lenguaje claro, que es instrumental y no esencial.

X. Conclusión

El lenguaje es consustancial a la esencia humana y a la libertad; y se construye desde la reflexión a la


comunicación. Su función directiva, encaminada a originar (o impedir) una acción, está asociada a la
valoración ínsita en el deber ser.

El lenguaje claro es de naturaleza instrumental, sin que eso le reste importancia. No es en sí mismo un
paradigma sino un instrumento funcional a fines valiosos, que son los paradigmáticos. La preservación del
lenguaje requiere que no termine siendo reducido por exceso de simplificación, porque en ese caso dejaría
de cumplir absolutamente sus funciones.

En tanto está en juego la libertad, la aspiración al lenguaje claro no debe implicar deconstrucción
limitante del pensamiento ni puede ser llevada a un extremo tal que, por vaguedad o ambigüedad, frustre
el axioma de la libertad: todo lo que no está jurídicamente prohibido está permitido.

En tanto están en juego la defensa en juicio y el debido proceso, siendo la ley la premisa del silogismo
jurisdiccional, debe ser precisa en sus términos, para que en su momento la decisión judicial pueda ser
derivación razonada del derecho aplicable a los hechos de la causa. A su vez, el lenguaje de la sentencia
debe ser preciso para cumplir la exigencia de motivación, y para que sea posible la crítica eficaz de tal
motivación y con ella el debido proceso y el ejercicio del derecho de defensa. Esas garantías deben ser
guardadas aun a costa del lenguaje claro, que es instrumental y no esencial.

(*) Abogado, profesor de Derecho de los Contratos, Universidad de Mendoza. Diplomado en Técnica y
Gestión Parlamentaria (UM, 2023).

VOCES: RESPONSABILIDAD CIVIL - CORTE SUPREMA DE LA NACIÓN - JURISPRUDENCIA - PROCESO


JUDICIAL - PODER JUDICIAL - PERSONA - ESTADO - TRATADOS INTERNACIONALES - VIOLENCIA -
VIOLENCIA DE GÉNERO - DAÑO - LIBERTAD DE EXPRESIÓN - DISCRIMINACIÓN - CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL
- CONSTITUCIÓN NACIONAL - LIBERTAD DE PRENSA - PRENSA - EDUCACIÓN - ABOGADO - ESTADO -
UNIVERSIDADES - ORGANISMOS ADMINISTRATIVOS - JUECES

Nota de Redacción: Sobre el tema ver, además, los siguientes trabajos publicados en El Derecho: El uso del
lenguaje en la actividad legislativa de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por Silvia Liliana Silvestri,
EDCO, 2009-714; ¿Neoconstitucionalismos, pospositivismos, constitucionalismos o neoiusnaturalistas
constitucionalistas?, por Rodolfo L. Vigo, ED, 257-627; La intimidad de los menores: Entre las coordenadas
de la “real malicia” y la doctrina “Campillay”, por María Angélica Gelli, ED, 257-225; Límites a las
restricciones a la libertad de expresión, por Graciela Ruocco, EDA, 2016-616; Los damnificados indirectos
en el daño moral en el Código Civil y Comercial, por Juan Carlos Boragina, ED, 269-675; Diálogo. Principios,
ética y neoconstitucionalismo, por Rodolfo R. Vigo, ED, 265-932; Una línea muy difícil de trazar. Breves
comentarios al caso “P. de M. c/ Gente Grossa S.R.L.” (2020), por Ignacio L. Díaz Solimine y Valentín E.
Fernández Mendía, ED, 293; Un comentario sobre derecho y lenguaje. A propósito de la expresión
“antiderechos”, por Jorge Ocantos, ED, 282-587; Lenguaje jurídico claro: la disyuntiva entre idioma común
o corriente e idioma técnico o especializado, por Libardo Rodríguez Rodríguez, ED, 285-447; El nuevo
paradigma de la sentencia en lenguaje claro, por Mariano Vitetta, ED, 289; Lenguaje inclusivo y lenguaje
claro como herramientas para la eficacia de los derechos humanos. Su vinculación con el derecho a la
libertad de expresión, por Blanca Mangione, El Derecho Constitucional, Noviembre 2021 - Número 11;
Claramente: ¿es posible conciliar el lenguaje inclusivo y el lenguaje claro?, por Luciano D. Laise, ED, 297;
El lenguaje claro o la cara amigable del Poder Judicial, por Helga María Lell, ED, 305. Todos los artículos
citados pueden consultarse en www.elderechodigital.com.ar.

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(1) Un montón de ripio está integrado por un número indefinido de piedras, pero entre unas y otras no hay
vínculo alguno, como sí lo hay entre los elementos que forman un sistema, interdependientes entre sí.

(2) La noción de complejidad alude a sistemas de múltiples variables en los que un mínimo cambio en
alguna de ellas puede generar grandes cambios en el sistema todo. Deriva de las ciencias
físicomatemáticas, pero puede ser extrapolada a las ciencias sociales.

(3) Cagliani, M. (2019) Modelo para armar: La evolución humana, paso a paso (Siglo XXI). Págs. 73/74.

(4) Tal como nos enseñaba nuestro Prof. Dr. Norberto Espinosa en sus inolvidables clases.

(5) Buena parte de los defectos de la comunicación de hoy, tanto en los medios como en las redes sociales,
deriva de la repetición o reenvío irreflexivo de supuestas noticias o de la atribución de tal carácter a
simples conjeturas.

(6) Copi, I. M. (1994) Introducción a la lógica. EUDEBA. Págs. 48/50.

(7) Carrió, Genaro, Notas sobre Derecho y Lenguaje (2006). Buenos Aires. Abeledo Perrot. Págs. 135/139.

(8) Ibídem.

(9) Bobbio, N. (1997) Teoría general del derecho. Temis. Págs. 44/46.

(10) Orwell, George (1949) 1984.

(11) Por cierto, muchas de las recomendaciones o de las reglas propuestas en miras al lenguaje claro, más
que con la claridad, tienen que ver con la redacción defectuosa: la falta de ilación, el uso incorrecto de las
palabras en su significado, el uso incorrecto de los signos de puntuación, la deficiente construcción
gramatical, el uso incorrecto de tiempos verbales, las faltas de concordancia, el abuso de vocablos de
otros idiomas. En definitiva, no hay lenguaje claro sin la formación en lengua que tuvimos en el colegio.

(12) En lo personal, prefiero la formulación andaluza: al pan, pan; al vino, vino; y al gazpacho, ¡pepino!

(13) Egipto consolidó la tecnología de la panificación y creó los primeros hornos para hacer pan,
aproximadamente en el año 4000 a. C. En cuanto al vino, existen evidencias de producciones de vino que
datan de la Edad de Bronce, entre el 6000 al 5000 a. C., y proceden de Georgia, Armenia, Sumeria e Irán
(montes Zagros).

(14) SCJ Mendoza, LS 638-175.

(15) Recuerdo al protagonista de El expreso de medianoche, que mientras escuchaba la lectura de una
sentencia –inentendible para él porque era leída en un idioma que no conocía– no advertía que ¡lo estaban
condenando a muerte!

(16) Baston, L. (2022) La técnica legislativa como herramienta de solución a los problemas de proliferación
normativa. Aequitas Virtual, 15(34). Recuperado de
https://p3.usal.edu.ar/index.php/aequitasvirtual/article/view/6315

(17) En tiempos en que al menos la mitad de los estudiantes secundarios carece de habilidades de
comprensión lectora, esa hipótesis no parece descabellada.

(18) Para un análisis pormenorizado, remito a DE CUCCO ALCONADA, María Carmen, Hacia un lenguaje
jurídico claro, en el siguiente enlace: Sistema Argentino de Información Jurídica.

(19) SCJ Mendoza, sala 1, 15/2/2019. Http://www2.jus.mendoza.gov.ar/listas/proveidos/vertexto.php?


ide=6609395947

SCJ Mendoza, sala 2, 11/9/2020. Https://www2.jus.mendoza.gov.ar/fallos/SC/200911_FcZAJ.pdf

SILVA, María Celeste del Huerto, Pluriparentalidad, lenguaje claro y DD. HH. en un importante precedente
en Tucumán, comentario a fallo de primera instancia. Revista Jurídica del Noroeste Argentino - Número 2 -
mayo de 2020.

(20) Supra, nota 9.

(21) PODDETTI, J. Ramiro, Tratado de los actos procesales. Buenos Aires. EDIAR. pág. 195.

(22) Supra, nota 7.


https://ar.lejister.com/pop.php?option=articulo&Hash=d10ce1825d54431225e02ec6d87f6add&print=1 7/8
27/3/24, 08:44 Algunas reflexiones sobre el lenguaje claro
(23) Véase, por ejemplo, Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, art. 265; Código Procesal Civil
Comercial y Tributario de Mendoza, arts. 137, inc. III, y 147.

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