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Practicas Colaborativas y Dialógicas en el abordaje clínico de víctimas de la


violencia en Colombia" Salud mental comunitaria: Una apuesta para la
reconciliación la convivencia y l...

Article · January 2016

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Daniel A. Velasquez-Mantilla Edward Johnn Silva Giraldo


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Practicas Colaborativas y Dialógicas en el contexto terapéutico

Sandra Esmeralda Camacho-Peña 1


Vicente Moreno-Solis 2
Edward Johnn Silva-Giraldo3
Daniel A. Velasquez-Mantilla 4

Grupo de Estudios Contemporáneos para la acción Psicosocial (GECAP)


Programa de psicología
Facultad de Ciencias Humanas y Sociales
UNIMINUTO Virtual y a Distancia

Resumen

El presente trabajo toma el modelo de intervención acción generativa como mecanismo


para redefinir los hechos traumáticos que han vivido las personas producto de la violencia
en Colombia. Se fundamenta desde la perspectiva socio-constructivista y a partir de las
rutas propuestas por (Schnitman, 2000; White & Epston, 1993), presenta un esquema de
referencia para los procesos terapéuticos de carácter individual y colectivos que se
proponen desde las narrativas alternativas y las acciones generativas. Este trabajo se
desarrolla en el marco del Proyecto “psicología y posguerra” del Grupo de Estudios
Contemporáneos para la acción Psicosocial (GECAP) cuyo objetivo es indagar sobre el rol
del psicólogo en contextos de posguerra y paz, la actualización académica de los programas
formación en psicología, la salud mental y comunitaria a partir de una análisis histórico de
los eventos, relaciones y significados relevantes para el estudio.
Palabras clave: Intervención Acción Generativa, Resiliencia, Narrativas Alternativas,
Salud Mental y Comunitaria

1
Docente Psicología UNIMINUTO Virtual y a Distancia, Psicóloga de la Konrad Lorenz, Magister en
NeuroPsicologia Universidad San Buenaventura y Especialista en Psicología clínica Konrad Lorenz
2
Docente Psicología UNIMINUTO Virtual y a Distancia, Psicólogo Universidad de la Laguna España, Magister
en Neurociencia cognitiva Universidad de la Laguna España y Especialista en Psicología clínica Universidad de
la Laguna España
3
Docente Psicología UNIMINUTO Virtual y a Distancia, Sociólogo Universidad Cooperativa de Colombia
Máster en intervención social Universidad Internacional de la Rioja UNIR
4
Docente Psicología UNIMINUTO Virtual y a Distancia, Psicólogo social UNAD, Máster en terapia Familiar
Sistémica Universidad Autónoma de Barcelona y Especialista en Coaching Sistémico Universidad Autónoma
de Barcelona
Enfoque propuesto para el acompañamiento psicosocial a personas con trauma
psicológico producto de la violencia

Intervención Acción Generativa

El modelo Intervención-Acción-Generativa se basa en las propuestas del construccionismo


social (Gergen, 2006, 2009, 2011), la Investigación Acción Participativa (IAP; Freire,
1970; Montero, 2003, 2006; Martín Baró, 1998), los diálogos generativos, colaborativos,
apreciativos, y productivos (Fried Schnitman, 2000, 2008, 2010) y la orientación
terapéutica sistémica (Pakman, 2011). El punto de partida del modelo es iniciar la
gestión/intervención en el conflicto comunitario y social, propiciando así la aparición de
vías de solución novedosas e inesperadas generadas en la interacción social, el auto
empoderamiento y la resiliencia de los participantes en el proceso.
El modelo propone cambiar la mirada sobre el propio conflicto con el fin de abrir
posibilidades, considerando que debe gestionarse en el mismo espacio social en que se
genera.

Construccionismo social

El construccionismo social surge en medio de un conjunto complejo de propuestas teóricas


de las ciencias humanas en la contemporaneidad. Este abordaje se constituye como
movimiento de crítica a la psicología social "modernista" y se fundamenta principalmente a
partir de Kenneth Gergen. El pensamiento posmoderno y las ideas construccionistas
sociales se aplican a las prácticas terapéuticas, psicosociales, en la enseñanza, en el
consultorio y en la organización (Gergen, 2006, 2009, 2011; Shotter & Lannamann, 2002).
La postura posmoderna que acompaña los cambios paradigmáticos en los fines del siglo
XX se caracteriza por ser generadora y creadora de una nueva comprensión y
direccionalidad. La principal cuestión que señalan varios teóricos (Anderson, 1990, 2010;
Gergen, 1985, 1996, 1999, 2006; Grandesso, 2000, 2002, 2008; Omer, 1997, 2011; Rasera
& Japur, 2005, 2007) es la metáfora del aprender hablando la lengua de quienes están
siendo escuchados. La máxima de esa postura es "escuchar para comprender". De esta
manera, se postula una posición de construcción mutua de un conocimiento significativo
para los involucrados en la acción, en donde el sentido de autoría y la importancia de las
formas especiales introducidas en los diálogos y los procesos son más significativos que los
resultados. El lenguaje y el conocimiento son entidades dinámicas, en constante
construcción y reinterpretación. El énfasis está puesto en la trilogía: hermenéutica
contemporánea, construcción social y teoría narrativa. Estas ofrecen subsidios para la
organización de las experiencias vividas y la evolución del sistema terapéutico, destacando
los sistemas lingüísticos, las narrativas, la conversación, el diálogo, las historias, el
significado y la cultura. De esta forma, se construyen no solo los cambios, sino también el
individuo y su contexto, así como un discurso de potencialidades y de construcción de
realidades futuras.

Los sistemas lingüísticos, organizados entre transacciones de protagonistas y negociados


entre las redes conceptuales de las personas, confirman distintas formas de estar en el
mundo, mientras rechazan o evitan otras. Asimismo, estos sistemas posibilitan que
determinadas descripciones del sí mismo se modelen, creando un camino de reflexión hacia
un conocimiento especialmente activo, construido en vez de ser descubierto. Ese sendero
epistémico se considera una práctica crítica de lo social y de lo sociocultural, ordinario y
cotidiano; y se constituye como una micropolítica, que opera, negocia y regula un poder
constitutivo que busca el no ejercicio opresivo de un grupo privilegiado sobre los demás.
Asimismo, esta práctica es una experiencia sociocultural positiva, formadora y no
restrictiva o represiva. Es una construcción de sentidos con propuestas de nuevas metáforas
y discursos alternativos para la descripción de lo vivido (Grandesso, 2002; Pakman, 2011;
Rasera & Japur, 2007).

El paradigma posmoderno abandona la dualidad entre el individuo y el mundo, y se


desplaza hacia un encuadre sociolingüístico. Es un conjunto de pensamientos vinculados a
la cultura que pone en relieve la realidad tejida en telares lingüísticos compartidos por
todos. Además, enfatiza el carácter relacional e histórico de la construcción de la realidad
como contexto de un proceso social, racional, histórico, lingüístico y cultural, subrayando
el papel del lenguaje en el proceso de cambio terapéutico (Rasera & Japur, 2005, 2007).
El discurso posmoderno implica necesariamente un posicionamiento crítico y una postura
filosófica que propone: (a) una nueva visión de la persona y del mundo; (b) la convivencia
con la inseguridad y la imprevisibilidad; (c) el rechazo de los discursos hegemónicos y
mono vocálicos; (d) la presencia del sujeto cognoscente; (e) el lenguaje como un ícono del
mundo real, proponiendo la coherencia y la viabilidad como valores epistémicos; (f) la
invalidez de la interpretación esmerada de la realidad en la producción del conocimiento; y
(g) el conocimiento comprendido como una práctica discursiva socialmente construida, con
múltiples narrativas, considerando múltiples posibilidades y versiones (Anderson, 1990;
Foucault, 1978; Gergen, 1985, 1996, 1999, 2006; Grandesso, 2000; Ibañez,1992).

Por todo lo anterior el Construccionismo Social es un abordaje, representante auténtico del


pensamiento posmoderno, el cual se configura como un paraguas paradigmático
(Grandesso, 2008), que se manifiesta en un conjunto de principios y derivaciones prácticas
organizadas por los enfoques constructivistas y construccionista social. El
Construccionismo reúne un conjunto de contribuciones teóricas (teorías, narrativas,
prácticas colaborativas y procesos reflexivos) que han contribuido principalmente con la
psicología social, y más recientemente surgen como aporte a la psicoterapia en general. Los
críticos posmodernos valorizan las conexiones entre las personas y se basan en la creencia
de que las interpretaciones y las intervenciones no ocurren a menudo, y que confirmar el
significado de las personas es el punto alto de dicha propuesta (Anderson, 1990; Gergen,
1985, 1996, 1999, 2006; Grandesso, 2000; Rasera & Japur, 2005, 2007).

Estos pensadores también sostienen que los terapeutas parten del "no saber" y rechazan la
idea de buscar problemas y enfermedades en sus tratamientos clínicos. No existe
conocimiento definitivo y útil que se pueda generalizar, ni tampoco situaciones que definan
la esencia última de la persona. El foco está en el lenguaje que construye esos mundos
sociales. La vida de las personas se organiza por el significado construido acerca de sus
experiencias y se atribuye a esas conexiones. De este modo, el significado de cualquier
vivencia dependerá del contexto, y los recursos para esa significación no siempre se
hallarán en la persona misma, sino en sus relaciones. Dichos recursos son metáforas,
significados, discursos y representaciones que constituyen tanto conocimientos como
experiencias que son consideradas y legitimadas en los contextos de conversación
(Anderson, 2010; Epston, 1997; Gergen, 1985; Grandesso, 2002, 2008; Hoffman, 1993,
2001; White & Epston, 1993).

El horizonte del presente escrito pretende comprender de qué modo el Construccionismo


Social como base teórica introduce la posibilidad de la construcción de nuevas narrativas y,
en consecuencia, ayuda a las personas a comprender sus vivencias de violencia. Al narrar
historias de violencia, las personas conocen y perciben diferentes y nuevas secuencias
narrativas, encontrando una pauta de sentido que corresponde al momento vivido. Las
personas ingresan de esta forma en un relato más positivo de su vida y de su identidad
personal y social, y comienzan a distinguir entre experiencias y acciones de índole amorosa
que expresan cuidados mutuos, de aquellas acciones que constituyen violencia.

Los estudios sobre los escenarios donde existe la violencia han sido especialmente
relevantes para el conocimiento de prácticas que contribuyen tanto para prevenir, como
para el conocimiento y tratamiento del fenómeno. Las personas que han vivido eventos de
violencia necesitan manifestar sus percepciones, lo que saben o no a respecto de lo que
están viviendo, e interpretar esas vivencias y narrar sus historias. Sin embargo, los trabajos
existentes demuestran de modo general que las intervenciones que no les brindan a las
personas que han vivido eventos de violencia oportunidades para que estas se expresen y
que se limitan a la presentación objetiva de las informaciones acerca de la violencia
(Habigzang & Caminha, 2004; Santos, Pelisoli & Dell Aglio, 2012), no modifican las
vivencias de los involucrados y tampoco agregan nuevos significados al proceso.

Conforme a lo expuesto, se busca comprender el Construccionismo Social y sus


implicaciones como un proceso de auto reflexión, organizado alrededor de los conceptos de
construcción mutua, tanto de los problemas como de las soluciones. Este abordaje es
considerado un espacio ideal para que las personas que han vivido eventos de violencia
exponga sus narrativas, explorando nuevos significados y sentidos sobre lo que viven, ya
que es en los contextos relacionales que las personas construyen sus comprensiones sobre
la realidad que las rodea y sobre sí mismas, organizando nuevas construcciones y nuevos
arreglos lingüísticos. Al explorar un nuevo enfoque narrativo para sus vivencias de
violencia, se posibilita el surgimiento de relatos alternativos que ayudan en la comprensión
de esas vivencias y en la promoción del auto respeto (White & Epston, 1993).

El construccionismo social como abordaje para la comprensión de la violencia


producto del conflicto armado.

El modo que utilizan las personas que han vivido eventos de violencia para expresar sus
sufrimientos sobre las experiencias vividas es moldeado por los significados atribuidos a
las experiencias. La forma de expresión confirma el significado, de tal manera que al
analizarse la naturaleza de las expresiones de violencia, estas se deben considerar como
unidades de sentido, es decir, como un texto. Según Bakhtin (1952-1953, citado en Ponzio,
2010) el texto tiene tres dimensiones: producto, proceso y productor. El texto comprende
un enunciado único y particular, es visto como una unidad básica de comunicación y
posibilita la construcción de sentidos sobre la realidad, constituyéndose en un contexto
dinámico de la relación social delimitada por un espacio histórico-cultural.

Así, para cada nuevo texto se percibe un reposicionamiento de los interlocutores del
diálogo, es decir, una cadena discursiva. Esa cadena es una unidad de sentido que
igualmente responde a enunciados anteriores y asimilados en su trayectoria de vida.
Bakhtin (1952-1953, citado por Ponzio, 2010, p. 56) señala que "cada enunciado es un
enlace en la corriente compleja organizada de otros enunciados". Esta cita intenta expresar
que la verdad no se encuentra en la cabeza de uno, sino que nace en medio de las personas
que de manera colectiva la buscan en el proceso de su interacción dialógica.

Un acto de pensamiento, de sentimiento o de deseo siempre es un acto de autoría propia. El


lenguaje se ha desarrollado históricamente para servir al pensamiento participante y solo
recientemente ha empezado a servir al pensamiento abstracto. En todos los momentos, sea
de la palabra concepto o de la palabra entonación, esta es plena, única, y responsablemente
significativa. Puede ser la verdad privada, subjetiva y fortuita. El existir, evento irrepetible
y singular, además del acto del que participa, no define la plena adecuación, aunque ella
permanezca como un fin. Por lo tanto, texto es un conjunto de palabras con autoría
identificada, con forma, contenido original y con finalidad discursiva, que produce un
efecto sobre las personas y sobre los demás que participan de la red discursiva.
Según Bakhtin (1952-1953, citado por Ponzio, 2010), el existir de un evento real, que se
vive y se proyecta en tonos emotivos-volitivos, tiene una correspondencia con un centro
único de responsabilidad, y se determina en su sentido de evento singular grave, necesario,
en la verdad privada, no en sí mismo, sino en correspondencia directa con la singularidad
de cada uno. El evento, necesariamente, es determinado por cada uno, desde su lugar de
existencia. Así, cada uno tiene razón en su propio lugar, no como una razón subjetiva, pero
responsable.

Es sabido que las soluciones se encuentran mutuamente cuando se presta atención al texto y
al interlocutor, siendo el punto de vista narrativo inclusivo. A medida que la persona narra
sus historias compuestas de sentimientos, sensaciones y argumentos, avanza con
articulaciones y experiencias sobre otras maneras de ser y de pensar, con valores,
compromisos y creencias para arribar relatos alternativos de vida. La postura inclusiva del
Construccionismo Social posibilita a aquel que acompaña al sujeto a mostrarse interesado
en saber cómo ha sido la vida para esas personas, sus relatos, explorando con ellas sus
experiencias del problema, en una conversación colaborativa (Anderson, 2010; White,
2002).

Esta propuesta del Construccionismo Social envuelve, desde su inicio, la creación de un


espacio confortable y confiable, a fin de las personas que vivieron un trauma psicológico
producto de la violencia no se conviertan en un objeto del cual se habla y sobre el cual se
interviene, pero en un espacio de conversación en el que se pueda hablar sobre dificultades,
problemas y revelaciones, sin convertirlos en definidores de la identidad de aquel que
habla. Por lo tanto, el sujeto que se presentan para hablar de la violencia sufrida, son
colocados en la condición de agentes dentro del proceso de conversación, y a ellos se
consideran colaboradores activos para generar alternativas de cambio. Todo ello es darle
asistencia a la persona y su familia en la producción de conocimiento, generando sus
propias soluciones (Grandesso, 2002; Epston, 1997).

Plan integral para el acompañamiento psicosocial de eventos traumáticos producto de


la violencia

El conflicto armado interno que ha vivido Colombia ha generado suficientes escenarios


viables para la propagación del trauma psicológico. Aunque no se cuentan con estadísticas
que permitan establecer un rango aproximado, que igualmente sería dudoso y parcial
debido a los altos niveles de sub-registro en porcentajes de víctimas y victimarios del
conflicto, los diferentes Organismos Estatales y Organismos No Gubernamentales (ONG)
que atienden esta realidad, permiten traducir un fenómeno amplio, complejo y que amerita
intervención urgente, pues diferentes estudios han confirmado desde hace años que la no
elaboración de eventos traumáticos favorece la revictimización y reproducción de
fenómenos violentos (Risser, Hetzel-Riggin, Thomsen, McCanne, 2006).

Suele definirse un hecho traumático como aquella experiencia humana extrema que
constituye una amenaza grave para la integridad física o psicológica de una persona y ante
lo cual la persona ha respondido con temor, desesperanza u horror intensos (Meichenbaum,
1994). Tras haber experimentado, presenciado o escuchado un hecho de este tipo pueden
aparecer una serie de síntomas que escapan al control del superviviente y que le crean un
profundo sufrimiento psicológico.

Entre los hechos más comunes está el sufrir un estado elevado de ansiedad, con
irritabilidad, predisposición a dar respuestas de alarma por motivos menores, pesadillas,
imágenes invasivas que aparecen repetidamente en la conciencia y provocan una gran
angustia, sensaciones de extrañeza e irrealidad, percibir una barrera emocional que separa a
la persona del mundo, tristeza, desesperanza, vivencias de culpa por no haber sabido evitar
el peligro o por haber sobrevivido entre otras.

Este tipo de síntomas son extraordinariamente frecuentes y en diversos estudios


epidemiológicos, cerca de la mitad de las personas que han experimentado un hecho
traumático severo (accidente de tráfico, detención, tortura, agresión sexual, catástrofe
natural, testigo de atrocidades...) sufren uno o más de ellos. Estos síntomas son respuestas
naturales del cuerpo humano ante una agresión de extraordinaria importancia, y son
intentos por recuperar la homeostasis, del mismo modo en que la fiebre, la tos o las agujetas
constituyen manifestaciones dolorosas de los intentos de recuperación del equilibrio del
cuerpo humano ante diferentes noxas. Hay, por tanto, una cierta base biológica para este
tipo de respuestas que hace que aparezcan síntomas relativamente similares en casi todas
las culturas y contextos.

Existen diferentes modelos que ha querido abordar una intervención en trauma: desde el
enfoque clásico de la psiquiatría (modelo biológico y psicodinámico) hasta los aportes del
cognitivismo (modelo cognitivo y sociocognitivo) y el construccionismo (modelo
Narrativo-constructivista). Desde esta último mirada es que queremos posicionar una
propuesta de revisión de los escenarios de intervención en personas que han sufrido
violencia asociada al conflicto.

El modelo narrativo-constructivista parte del supuesto que la realidad no existe se construye


(Meichenbaum, 1994). Cada persona construye historias (narraciones) sobre los hechos que
le van ocurriendo en la vida y estas narraciones van cambiando con el paso del tiempo en
función de la personalidad, los sesgos conscientes o inconscientes, los receptores de la
historia y la respuesta que dan a ésta etc. Lo importante, por tanto, no son los hechos, sino
la versión de los mismos que la persona ha construido para sí (y secundariamente para los
demás). La terapia se basará en construir nuevas narrativas de los hechos. Por tanto, para
poder conceptualizar, programar y desarrollar un proceso eficiente de intervención es
necesario clarificar los aspectos centrales asociados al trauma psicológico.

En primer lugar es importante identificar las características del hecho traumático. El factor
más determinante de la aparición de estrés postraumático es la severidad del agente
estresor, existiendo una relación dosis - dependiente entre intensidad del estímulo y grado
de afectación. Junto a esto estarán las características del mismo. Un hecho estresante
producirá más efectos traumáticos cuando es: Repentino, Prolongado, Repetitivo e
Intencional

En segundo lugar es igualmente importante las características pre-trauma de tipo personal.


Los síntomas intrusivos son los que más se relacionan directamente con el nivel de cercanía
e implicación en el impacto traumático, mientras que los de anestesia emocional parecen
más relacionados con factores genéticos o constitucionales.

En el contexto de situaciones de extrema vulnerabilidad e indefensión tales como las


vivencias asociadas a violencia en el conflicto resulta determinante el terror que surge de no
poder hacer absolutamente nada ni por escapar, ni para controlar lo que está ocurriendo.
Hay una sensación extrema que coloca a la persona en los mayores niveles de activación
fisiológica de los que se derivaría probablemente una mayor intensidad de la sintomatología
post-traumática (de Quervain DJ, Margraf J., 2008).

De manera transversal existen otro conjunto de factores que deben ser tenidos en cuenta
para identificar el grado de elaboración de un trauma:
- Compartir los hechos traumáticos
- Buscar la lógica de los hechos
- La necesidad de buscar responsables de los hechos
- Comparar constante el pasado con el presente
- Existencia de sentimientos de indefensión
- La ruptura de los vínculos afectivos
- El estilo cognitivo de la persona con trauma

Diferentes investigaciones han encontrado algunos elementos que favorecen la superación


espontánea o natural del trauma, hecho muy asociado al de resiliencia (Pollack, Hoge,
Worthington, et al, 2011; Yaffe, Vittinghoff, Lindquist, Barnes, Covinsky, Neylan, et al,
2010):

- Tendencia a recordar de manera selectiva los elementos positivos en la memoria


autobiográfica, con tendencia a negligir u obviar los negativos.
- Aceptar una cierta dosis de incertidumbre e impredictibilidad en la vida. Asumen que en
la vida también influye la suerte.
- Cuando comparan lo que les ha ocurrido con las personas a su alrededor son capaces de
ver elementos positivos
- Percibirse como supervivientes, es decir, como personas que han salido reforzadas de
una experiencia traumática.
Toda esta literatura científica ha generado un debate sobre los factores constitucionales para
la resistencia psicológica o resiliencia individual ante eventos catastróficos o
traumatizantes. Sin negar aspectos de tipo biológico (procesos muy probablemente
asociados a la maduración de la interfaz de sistemas neuro-inmuno-endocrino) son cada vez
más los investigadores y teóricos que considerar oportuno ahondar en el análisis de otros
factores proximales al sujeto psicológico y que pueden marcar la diferencia no solamente
en la elaboración del trauma, sino en la superación completa del mismo (Chemtob, Gudino,
Laraque, 2013; Brauser, 2013).

Reconocer los procesos de recuperación de la memoria histórica, de reconstrucción de la


historia colectiva y de búsqueda de la verdad y lucha contra la impunidad para los
supervivientes y sus familiares fortalece la re-significación del hecho traumático. Si este
proceso no se genera la nueva visión que todos los agentes esperan tras sufrir un trauma es
escasamente viable. Este escenario debe trabajarse con diversos actores que pueden
intervenir en los procesos de externalización de los problemas que han vivido las personas
que se consideran hechos traumáticos, desde un abordaje transdisciplinar fortalecer los
proceso de lectura de realidades colectivos que permiten construir socialmente el
conocimiento sobre el hecho traumático.

En víctimas de catástrofes, de guerra o de violencia política considerar los síntomas de


modo independiente a las causas que los generaron puede resultar alienante. Por eso el
testimonio constituye una herramienta terapéutica básica en aquellas personas motivadas
para ello (Wolfe, 1992).

Pero ¿cómo se puede alcanzar esa resignificación? No solamente con procesos de


fortalecimiento socio-comunitarios, sino también permitiendo el ingreso en los programas
de intervención de estrategias procedentes de otros ámbitos de conocimiento que dialogan
con la sociología, la psicología social-comunitaria o la psicología positiva. Este es el caso
de la neurociencia y sus avances en el terreno de la cognición social. En concreto vamos a
centrarnos en el análisis de los hallazgos encontrados sobre el concepto de imaginario o
construcción subjetiva permanente de un evento o característica de un sujeto en interacción
con el ambiente.

Desde un enfoque cognitivo podemos entender imaginario como el proceso que permite a
un ser humano manipular información generada intrínsecamente (es decir, sin que sean
necesarios los estímulos del ambiente) para crear una representación en la mente (Lanius,
Vermetten, Loewenstein, Brand, Schmahl, Bremner, et al, 2010). Es un factor de economía
cognitiva necesario para lograr la adecuación y evitar la ambigüedad. En el territorio de los
psicosocial cobra un papel central debido a lo complejo y cambiante que puede ser la
vivencia de relaciones interpersonales.
Los imaginarios son considerados subproductos de la práctica social del hombre y
remitirían siempre a un fundamento exterior que puede ser una estructura divina, natural o
material económica. De esta manera lo imaginario no es reconocido como una producción
autónoma pasible de ser pensada con una organización y modos de funcionamiento
especifico.

La otra acepción es la del imaginario radical. Se define como la capacidad para imaginar de
los colectivos anónimos de inventar sus propias significaciones imaginarias, las que se
encarnan en las instituciones y hacen ser a ese histórico-social lo que es. A su vez dicho
conjunto de significaciones imaginarias son producto y condición de ser de los colectivos
anónimos. Las significaciones imaginarias emergen por obra de un colectivo anónimo, el
que no se reduce al campo de la intersubjetividad, si bien ésta es la materia de la que está
hecho lo social. Lo colectivo anónimo es lo humano-impersonal que organiza toda
formación social en la que están presentes los que ya no son, los que quedan afuera, y los
que están por nacer.
Por tanto, poder crear procesos de intervención que sean eficientes, que permitan la re-
significación y consigan consolidar un espacio de recuperación del tejido social implica la
toma en consideración de este concepto, no solamente como variable de análisis, sino
también como herramienta de intervención y propuesta de aplicación colectiva (Brauser,
2014).

Rutas de encuentro para la generación de narrativas alternativas de la violencia

La perspectiva epistemológica de la teoría sistémica y el socio construccionismo, ofrecen


un marco amplio de referencia para estudiar, comprender y abordar el fenómeno social de
la violencia en Colombia. Para el modelo sistémico, la realidad está en permanente cambio
y construcción. En ella se integran redes de relaciones interdependientes y
multidimensionales entre los seres vivos, el medio ambiente y el mundo en general;
caracterizado por el intercambio de los microsistemas, los mesosistemas, los exosistemas y
los macrosistemas, que conectan entre sí a la persona, la familia, la escuela, la universidad,
los lugares de trabajo, el barrio, los amigos, las instituciones, las políticas públicas, la
cultura y el sistema político y económico. (Castellá, 2008).

En la misma línea, el construccionismo social es un movimiento epistemológico que no


establece una demarcación rígida entre las diversas disciplinas de las ciencias sociales. El
socio construccionismo, tampoco rechaza otras perspectivas, sino más bien entiende que
existe una gran diversidad de discursos que explican y construyen la realidad de manera
distinta. (Medina, 2014). Esta perspectiva brinda lentes para leer las realidades complejas
de la violencia en Colombia, teniendo en el contexto social y cultural. (Arias, F. Ruiz, S.
2000).
Por tanto, la perspectiva sistemica y socio construccionista, no explica la violencia como
una relación causa-efecto, sino que articula la multicausalidad. Por consiguiente, cuando
una persona presenta un síntoma, este no se entiende como algo aislado, pero si en relación
con el contexto. De esta manera, se invita a no limitar las respuestas a los diagnósticos que
responden a los catálogos internacionales sobre la clasificación de enfermedades. De igual
modo, cuando la intervención se limita al diagnóstico planteado desde un esquema lineal,
se califica y se asignan categorías que etiquetan y connotan de manera negativa a las
personas. Por esto, es fundamental promover modelos más recursivos, circulares y con un
alto contenido pedagógico, que rescaten las fortalezas de las personas y el empoderamiento
comunitario. Para este propósito es necesario hacer menos énfasis en miradas
patologizantes, poder resignificar eventos negativos y construir historias alternativas.
(Arias, F. Ruiz, S. 2000).

La pretensión de construir historias alternativas con personas que han vivido situaciones de
violencia, favorece el empoderamiento personal y el desarrollo de iniciativas locales. Las
personas consiguen superar su condición de vulnerabilidad, cuando pasan de ser vistos
como una población objeto a convertirse en sujetos actores capaces de incidir en los
programas que van dirigidos hacia ellos mismos. Esta concepción, enseña a percibir a los
demás, como humanos con recursos y no como obstáculos.

En este orden de ideas, existen narraciones dominantes acerca de la violencia, que pueden
generar relatos saturados y estigmatizaciones. Al respecto refieren los autores
Duschatzkydey y Skliar (2000), algunas narrativas hegemónicas: "la pobreza es del pobre”,
“la violencia del violento”, “el fracaso escolar del alumno”, “la deficiencia del deficiente".
Sin embargo, también surgen las narrativas alternativas que permiten recuperar la
capacidad de agencia. Para este propósito, se hace hincapié en la elaboración de una nueva
narrativa que no cae en la victimización. Por esto, una narrativa alternativa en el marco de
la violencia, será posible si se deconstruyen los discursos que idealizan o satanizan el
pasado y el presente. En conclusión, la construcción de una narrativa alternativa sugiere
que las personas puedan recuperar su capacidad e iniciar acciones competentes. (Bello,
2000).

De igual manera, señala la autora Bello (2000), que para promover narrativas alternativas,
es pertinente superar la fragmentación y el individualismo propio de la ciudad “moderna”.
Con este fin, es necesario proponer espacios para el encuentro, la socialización y el
reconocimiento de las diferentes regiones y la construcción de redes de apoyo.
Mapa para la construcción de narrativas alternativas y la acción generativas (Schnitman, 2000; White & Epston, 1993)
Figura 1. Elaboración propia
Discursos culturales que establecen la
“verdad”
La narración dominante

Los relatos saturados


Externalización
Discursos culturalmente
(Eventos- situaciones- experiencias)
disponibles

Acontecimientos
extraordinarios (las
La metáfora
personas no cuentan todo lo
Victima Victimario que han vivido)
(Conversación
Separar el problema
externalizante)
de la identidad Relatos alternativos

Redefinición

Agenciamiento
Problema- identidad- persona personal

La persona es el problema

La persona tiene un
problema
La acción generativa para el
empoderamiento personal y
comunitario De la influencia del problema en la
vida de la persona, a la influencia de
la persona en la vida del problema
Para responder a las situaciones de violencia en el país, se requiere promover diálogos
transdisciplinarios que permitan la comprensión, el acompañamiento y la intervención con
personas, familias y grupos comunitarios. En este sentido, las narrativas promueven herramientas
para la acción terapéutica.

Los relatos saturados que se instalan en las personas ante los eventos estresantes de violencia,
suelen significarse a partir de definiciones ontológicas negativas. Por ejemplo: ¿quién es la
víctima? y ¿quien el victimario?. Por esto, es relevante generar espacios de encuentro para la
conversación externalizante con el propósito de separar el problema de la identidad de la persona.
De esta manera, las técnicas narrativas de la externalización y la redefinición favorecen la
construcción de nuevas metáforas y el tránsito de la influencia del problema en la vida de la
persona, a la influencia de la persona en la vida del problema.

Entonces a través de preguntas movilizadoras, estrategias lúdicas y literarias; se descubren


discursos culturales, que tienen su acervo en los saberes populares. Así mismo, se indagan
acontecimientos extraordinarios que son experiencias positivas que las personas y los grupos han
tenido y no han contado. Este proceso posibilita el desarrollo de relatos alternativos y el
agenciamiento para el empoderamiento personal y comunitario.
Referencias

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