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PAIGE TYLER

SEAL TO THE
RESCUE
SEALS OF CORONADO 06
Un agradecimiento especial a mi marido, extremadamente paciente y
comprensivo, sin cuya ayuda y apoyo no podría haber seguido adelante con mi
sueño de convertirme en escritora. Eres mi caja de resonancia, mi hombre de las
ideas, mi compañero de críticas y el mejor asistente de investigación que cualquier
chica podría pedir.

Gracias.

Nota de traducción.

Recomendación: Es importante leer la serie en su orden cronológico para


entender la esencia de la misma. Todos los libros están relacionados entre sí, y se
complementan.

1
Argumento
De un modo u otro...

Holden Lockwood nunca sospechó que la hermosa mujer a la que salvó de su ex


novio durante una pelea de borrachos era todo un montaje. Pero siempre le gustaron
las damiselas en apuros, y si eso significaba hacer un esfuerzo extra y dejar que se
quedara en su casa para protegerla... Ahora estaba enamorado de ella y parecía que la
mujer sentía lo mismo. Pero Holden tiene secretos, uno en particular que va a destrozar
su nuevo romance como una mina terrestre.

Ella siempre consigue a su hombre.

La agente encubierta del FBI Kendall Patton tiene órdenes de acercarse a Holden
Lockwood cueste lo que cueste. Sospechoso de robar un dispositivo de desencriptación
de alta tecnología, Holden es considerado una amenaza para la seguridad nacional.
Pero Kendall no sabe que es una amenaza para su corazón. Cuanto más se adentra en
su investigación, más profundos son sus sentimientos. Pero cuando la echan del caso
y detienen a Holden, hará falta un equipo SEAL, un pequeño robo y mucha suerte para
salvarlo.

¿Podrá salvarse su relación? ¿O la confianza se ha puesto a prueba más allá de


sus límites?

2
Prólogo
En algún lugar del Pacífico

—MALDITA SEA —renegó el suboficial Chasen Ward, arrodillándose sobre la


cubierta metálica del antiguo carguero e intentando absorber parte del sudor que le
caía por la cara con la manga del uniforme—. Es imposible que salgamos de aquí a
tiempo.

El contramaestre de primera clase Holden Lockwood miró más allá de su jefe


hacia los interminables kilómetros de mar abierto que les rodeaban. Chasen podía
tener razón. Ya llevaban más de una semana en el barco y no había indicios de que
fueran a marcharse pronto. No es que fuera a decirlo en voz alta.

—Relájate —le dijo Holden—. Le prometí a Hayley que te llevaríamos a casa para
la boda y así será. El gran día no es hasta el sábado. Definitivamente terminaremos
este entrenamiento y llegaremos a casa en San Diego para entonces.

Aunque no tuvieran ni idea de dónde demonios estaban exactamente.

Chasen resopló, sus ojos azules escépticos.

—Agradezco la charla, pero el sábado no es la fecha límite. Le he dicho a Hayley


que si no tiene noticias mías antes de la cena de ensayo del viernes por la noche,
debería posponer la boda e intentar ahorrar todo el dinero que pueda de nuestro
depósito.

Holden hizo una mueca de dolor mientras comprobaba la munición real de su


carabina M4 y se preparaba mentalmente para otra carrera por el calcinante cubo de
óxido en el que habían estado entrenando durante días. Las gotas de sudor le caían de
los brazos haciendo dibujos en la cubierta metálica que se movía suavemente bajo él.
En el océano solía haber una brisa constante que ayudaba a refrescarse, pero en los dos
últimos días no había soplado viento alguno. El viejo casco del barco se sentía como
un gran horno.

—Bueno, tal vez estás jodido —estuvo de acuerdo—. ¿Estamos hablando de un


retraso temporal en la boda, o Hayley se va a despertar el sábado por la mañana, y va
a darse cuenta de que puede hacerlo mejor, y dejar tu culo?

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Wes Marshall, otro SEAL, se agachó junto a Chasen y soltó una risita.

—Hayley puede hacerlo mejor. Apuesto a que lo deja.

Chasen frunció el ceño.

—Hayley no me va a dejar. Sabíamos que algo así podía pasar, así que elegimos
tres fechas diferentes para la boda. Nos perdimos la primera por la operación de
rescate en Yemen el mes pasado. Si perdemos la de este fin de semana, todavía tenemos
la fecha de reserva a final de mes. Aunque eso significa más depósitos perdidos.

Junto a Holden, su compañero de equipo, Noah Mitchell, negó con la cabeza.

—¿Preparasteis varios días de boda? No estoy seguro de si eso es romántico,


práctico o simplemente triste. Me inclino por triste.

Holden se rió. Aunque Noah llevaba un tiempo en su pelotón de dieciséis SEAL,


no había trabajado mucho con el resto. Parecía que siempre estaba trabajando con otros
miembros del Equipo. Aun así, Noah era bueno en su trabajo, no se quejaba del calor
insoportable que hacía en el viejo carguero que flotaba en medio de la maldita nada,
podía lanzar insultos y a todos les caía bien. Para Holden, eso era todo lo que
necesitabas en un compañero de equipo.

—Como soy el nuevo, sé que me voy a arrepentir de preguntar esto —dijo Sam
Travers, con una expresión de disgusto en su juvenil rostro—. Pero, ¿podríais decirme
qué día de la semana es? Llevo tanto tiempo aquí en esta bañera sin mi teléfono que
no tengo ni puñetera idea.

Holden resopló ante la pregunta del novato junto con los demás chicos. Sam era
el hijo del antiguo jefe del equipo y recientemente retirado, Kurt Travers. Aunque era
un SEAL totalmente entrenado, con todas las insignias y parches que lo demostraban,
a Holden le costaba mirar al chico moreno y no ver al adolescente que solía pasar el
rato en las comidas al aire libre del Equipo SEAL 5.

Podría haberle echado la bronca por la pregunta, pero decidió no hacerlo. Sabía
lo que era estar tan concentrado en hacer bien el trabajo las primeras veces que se te
olvidaba qué día era.

—Es miércoles, chico. Si superamos este próximo entrenamiento sin cabrear a


nadie, quizá podamos largarnos de aquí a tiempo para que encuentres a alguien a
quien llevar a la boda.

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—No vayas a presionar al chico de esa manera, amigo —dijo Noah—. Todos
sabemos que Sam aún no tiene edad para tener citas.

Sam rió con el resto de ellos.

—Si esa es mi excusa para no llevar pareja a la boda, ¿cuál es la tuya? Todo el
Equipo sabe que hace tanto tiempo que no estás con una mujer que han renovado tu
tarjeta de virginidad.

—Joder, Noah —se rió Wes—. Puede que haga un calor del demonio aquí fuera,
pero todavía puedo sentir ese escozor hasta aquí.

Holden se rió junto con los otros chicos. Sólo esperaba que ninguno de ellos le
preguntara a quién iba a llevar de acompañante. Hacía tiempo que salía con una
entrenadora personal increíble llamada Mia y había planeado llevarla como
acompañante, pero hacía unas semanas él volvió de aquella misión en Yemen cubierto
de moratones y cortes de la cabeza a los pies. Una granada propulsada por cohete
había alcanzado el Land Rover en el que viajaba, volcándolo y haciéndole rebotar
como una moneda en una hucha. Sus heridas no habían sido tan graves, pero, por
desgracia, no pudo contarle a Mia lo ocurrido porque toda la misión—así como el
hecho de que estuvo fuera de Estados Unidos—era clasificada. Después de eso, ella se
largó. No es que la culpara. ¿Qué clase de mujer quería aguantar una mierda así?

Había pensado en preguntarle a su compañero de equipo, Dalton Jennings, si


tenía algún antiguo contacto de Tinder de antes de enamorarse perdidamente de su
mujer, Kimber, simplemente para no tener que presentarse solo en la boda. Pero ahora,
en retrospectiva, esa idea apestaba. ¿Realmente quería ir a la boda de un amigo con
una mujer que no conocía?

—Hablando de citas —dijo Chasen, mirando hacia Holden—, ¿aún vas a traer a
esa entrenadora personal?

Holden maldijo en silencio al ver la sonrisita disimulada que se dibujaba en la


comisura de los labios de su jefe. Maldita sea. Chasen sabía que Mia le había dejado e
iba a tomarle el pelo delante de los demás.

—Si habéis terminado de decir chorradas, quizá podamos entrenar un par de


veces más antes de que se ponga el sol —les dijo su controlador de la CIA desde la
pasarela metálica que daba a esa parte de la nave—. A menos que prefiráis pasar el
resto de la noche intentando hacer esto bien.

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Mientras el resto de sus compañeros gemían, Holden respiró aliviado. No le hacía
mucha gracia volver a bajar a las entrañas de la nave, pero al menos no tendría que
hablar de Mia.

Su controlador bajó las escaleras desde la cubierta superior, con un portapapeles


lleno de notas, listas de comprobación en una mano y un megáfono en la otra, con el
que disfrutaba gritándoles por cualquier fallo de rendimiento que observara. Y el muy
gilipollas se daba cuenta de muchos.

Había una docena de personas en la bañera con ellos, todas implicadas de alguna
manera en el entrenamiento. Algunos se encargaban de instalar y reparar las dianas
emergentes a las que Holden y sus hombres estuvieron disparando. Otros mantenían
en marcha los generadores de energía. Y algunos proporcionaban comida e
instalaciones higiénicas limitadas. Pero la única persona con la que intercambiaron
alguna palabra era su adiestrador, un auténtico hijo de puta que les había presionado
mucho desde el día en que el helicóptero Sea Stallion de la Marina les dejó en cubierta.
El tipo aún no les había dicho su nombre y probablemente nunca lo haría.

No era de extrañar, teniendo en cuenta que era de la CIA. Los malditos espías
nunca hablaban con nadie. Por supuesto, el hombre tampoco les dijo qué hacían allí,
en medio de la nada, en un barco abandonado que había sido modificado para que
pareciera un portaaviones estadounidense similar a los que Estados Unidos tenía
repartidos por todo el mundo por si los necesitaban. Porque, Dios lo sabía, si querías
empezar una guerra en una tierra lejana, querías tener un montón de basura explosiva
por ahí.

Al principio todo había sido muy confuso, sobre todo porque su controlador no
les decía lo que estaba pasando, pero después de pasar dos días dando vueltas
alrededor del falso barco de municiones en una lancha Zodiac para averiguar la mejor
manera de abordar el buque, y luego otros dos días recorriendo escenarios para
recuperar el control del puente de los malos armados, rápidamente se hizo evidente lo
que estaba pasando. Por la razón que fuera, el gobierno estadounidense creía que uno
de los buques del Departamento de Defensa con munición preposicionada iba a ser
secuestrado por gente con muy malas intenciones. Y la amenaza era lo bastante seria
como para que pusieran un barco simulado en medio de la nada para que un equipo
de Navy SEALs pudiera entrenarse para recuperar el control del buque.

Holden no estaba seguro de qué le asustaba más, si el hecho de que pudiera haber
gente ahí fuera intentando apoderarse de un barco cargado con medio millón de kilos
de artefactos explosivos, o la idea de que el gobierno estuviera tan paranoico como
para haberlo pensado antes.

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—De acuerdo, el mismo ejercicio que en la sesión de esta mañana, con algunos
cambios para mantener el interés —dijo el tipo de la CIA mientras se acercaba a ellos—
. Este escenario es una continuación lógica de retomar el puente. Las fuerzas contrarias
ahora son conscientes de vuestra presencia en la nave y no tenéis más remedio que
moveros zona a zona por la nave, eliminando OPFOR1 hostiles a medida que avanzáis.
Asumid que podríais encontraros con la tripulación de la nave en el proceso.

Más gemidos siguieron a ese anuncio. Recuperar el puente había sido


relativamente sencillo porque sabían dónde estaba y cuál era la situación final. Pero
despejar una nave tan grande cubierta por cubierta, zona por zona, iba a ser una tarea
interminable para un equipo SEAL de cinco hombres. Incluso si todo salía bien,
estarían bajo cubierta hasta medianoche en una bodega más caliente que una olla de
barro puesta al máximo.

Pero refunfuñando no iban a terminar el entrenamiento. Además, si no lo


superaban, nunca conseguirían que Chasen llegara a casa a tiempo para su boda. Y si
no podías librarte de algo, era mejor que te metieras en ello.

Mientras Chasen resolvía algunos detalles con su adiestrador sobre hasta dónde
debían llegar en aquel escenario de entrenamiento, Holden aprovechó para beber unos
sorbos de agua de su Camelbak2.

Wes se unió a él, mirando por encima del hombro como si pensara que alguien
iba a escuchar lo que fuera que quería decir.

—¿Has averiguado qué era eso que robamos en San Francisco? —preguntó Wes
en voz baja—. He estado mirando las noticias de allí desde que volvimos, pero no he
visto nada sobre el robo.

Holden lanzó una mirada a los demás miembros del equipo, que estaban a unos
metros de distancia, antes de fulminar a Wes con la mirada.

—¿Quieres decir eso último un poco más alto? Estoy bastante seguro de que no
lo oyeron en el puente.

Wes resopló.

1
N. del T.: Fuerzas enemigas.
2
N. del T.: Mochila impermeable que lleva una bolsa de agua para poder hidratarse.

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—Nadie me ha oído. ¿Pero no tienes curiosidad? Quiero decir, irrumpimos en
esa instalación tecnológica hace casi cuatro semanas. ¿Por qué no apareció en las
noticias?

Holden frunció el ceño. No quería hablar de eso aquí. En realidad, preferiría que
no lo hicieran nunca. Si ambos actuaban como si nunca hubiera ocurrido, le parecería
bien.

Hace aproximadamente un mes, Dalton había necesitado el tipo de ayuda que


sólo Holden podía proporcionar. Unos tipos malos secuestraron a la hija que Dalton
nunca supo que tenía y el rescate consistía en unos chips informáticos experimentales
que se estaban fabricando para el Departamento de Defensa. Irrumpir y robar los chips
no era algo que él o Dalton hubieran querido hacer, pero no tuvieron elección. La vida
de una niña estaba en peligro.

Por desgracia, por muy bueno que fuera Holden robando cosas—gracias a su
juventud malgastada—no podía hacerlo sin el equipo adecuado. Eso significaba que
se vio obligado a relacionarse con alguien de su pasado a quien no quería volver a ver.
Se habían intercambiado favores, y a cambio del uso del equipo que necesitaba para
ayudar a Dalton, esa persona les pidió a Wes y a él que adquirieran otra pieza de equipo
tecnológico de otra instalación bien vigilada a las afueras de San Francisco.

Holden no tenía ni idea de qué era aquello que Wes y él se habían llevado. Pero
el hecho de que no se hubiera publicado ni una sola noticia sobre el robo le preocupaba
tanto como parecía preocupar a Wes.

—No lo sé —respondió finalmente—. Quizá tuvimos suerte y ni siquiera se


dieron cuenta de que nos lo habíamos llevado. Había muchos juguetes ahí dentro.

Wes le lanzó una mirada escéptica.

—¿En serio? Irrumpimos en un lugar con un sistema de seguridad que habría


avergonzado a Fort Knox, robamos lo único que se encontraba en su cámara acorazada
más protegida, ¿y crees sinceramente que nadie se dio cuenta?

—Llámalo ilusiones —murmuró Holden—. La cuestión es que no te busques


problemas. La gente a la que robamos esa cosa puede tener una buena razón para
mantener el robo en secreto, pero lo único que importa es que entramos y salimos de
allí sin dejar rastro. Nadie va a venir a buscarnos a menos que llamemos la atención.

Wes parecía que iba a decir más, pero Chasen interrumpió.

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—Muy bien, chicos. Hora de partir. Cerremos y carguemos.

Holden apartó de su mente los pensamientos sobre el robo mientras él y el resto


del Equipo seguían a Chasen hacia las escaleras que descendían a la oscuridad de la
bodega de carga de la nave.

—Gafas de visión nocturna en cuanto oscurezca —dijo Chasen—. Holden, estás


conmigo. Wes, tienes nuestro flanco izquierdo. Noah, toma la derecha, Sam, cubre
nuestro seis.

Su equipo SEAL había estado llevando a cabo operaciones similares a esta


durante años, bueno, Sam no, pero aún así, todos eran muy buenos en el trabajo.
Trabajar juntos casi sin parar durante la última semana los había hecho aún mejores.
Mientras se movían uno tras otro por los oscuros espacios de almacenamiento de la
nave, con los visores de visión nocturna iluminados en verde al enfrentarse a los
objetivos emergentes que aparecían de entre las sombras en esquinas aleatorias de los
mamparos de la nave y los contenedores de munición falsa, eran como una maldita
máquina.

Suave.

Eficaz.

Mortal.

El entrenamiento fue muy bien, hasta que entraron en una sala y aparecieron
varios objetivos a su alrededor.

Holden se concentró en la zona que tenía justo delante, divisando un objetivo


frente a un palé de cilindros metálicos que se suponía eran misiles. Colocó su M4 en
posición contra su hombro y ya estaba apretando el gatillo cuando vio la silueta de
una figura femenina más baja, vestida con el uniforme de un oficial de la marina
mercante, situada justo delante del terrorista. La línea de visión de Holden estaba
totalmente equivocada, lo que le dejaba a menos de un palmo de la cara del malo y
una esquinita del hombro derecho asomando por encima de la marina mercante. Era
un blanco imposible incluso para un Navy SEAL. Pero no había forma de conseguir
un mejor ángulo de la silueta del terrorista sin salir completamente de la limitada
cobertura que tenía.

Holden lo hizo sin pensar, aunque en el mundo real le habría expuesto a las balas
de los otros malos que había en el espacio. Simplemente se movió hacia un lado, ajustó

9
su puntería más arriba y apretó el gatillo. Así de rápido, un limpio agujero del tamaño
de un lápiz apareció en el objetivo terrorista... a apenas medio centímetro del rehén.

Ya estaba avanzando, listo para dirigirse a la habitación contigua, cuando una


voz le detuvo.

—¡Alto el fuego! —gritó su controlador desde la pasarela superior desde la que


había estado observando—. Alto el fuego. Las luces se encienden en cinco segundos.

Holden levantó inmediatamente sus gafas de visión nocturna mientras las


bombillas desnudas parpadeaban, preguntándose por qué se había interrumpido el
entrenamiento.

—Ha sido un gran disparo, Lockwood —dijo el agente de la CIA mientras bajaba
lentamente unos escalones desde la oscuridad—. Pero tengo que preguntarme si
habrías salido a campo abierto de esa manera si te estuvieras enfrentando a terroristas
de verdad que podrían haberte reventado con un petardo en el culo.

—Para que lo hicieran, tendrían que estar respirando —dijo Holden—. Confié en
que mis compañeros de equipo me cubrirían y acabarían con los demás malos antes
de que pudieran dispararme.

Su controlador enarcó una ceja.

—¿Confías tanto en tus compañeros de equipo que te pondrías al descubierto,


esperando que acaben con todas las amenazas antes de que alguien te dispare?

—Sí —respondió Holden con sencillez.

El hombre le miró durante un largo momento.

—Bien, todos arriba. Conseguid unas cuantas carreras más como esa y tal vez
podamos acabar con esto antes de tiempo.

Chasen se puso al lado de Holden mientras seguían a los demás fuera de la


bodega de carga.

—Te agradezco que confíes tanto en nosotros, pero si alguna vez tenemos que
hacer esto de verdad, ten más cuidado, ¿eh? Quiero asegurarme de que te llevamos de
vuelta a casa con tu novia de una pieza.

Holden se rió entre dientes, sin molestarse en recordarle a Chasen que en ese
momento no tenía novia con la que preocuparse por volver a casa.

10
Capítulo 1
—TE DIJE que volveríamos a tiempo —dijo Holden cuando Chasen y él entraron
en el restaurante. Miró a su alrededor en busca de los demás. Hayley había dicho algo
sobre reservar un salón trasero para la cena de ensayo—. No sé por qué dudaste de mí.

—Tal vez porque llegamos a la iglesia para el ensayo con menos de cinco minutos
de sobra —Chasen escaneó el abarrotado bar y asador. Obviamente, no sabía dónde se
celebraba la fiesta mejor que Holden—. Si hubiéramos llegado más tarde, el cura nos
habría cobrado horas extras.

Holden se rió entre dientes.

—Estoy bastante seguro de que los curas no cobran horas extras. De hecho, no
creo que tengan tarifas básicas. Dios no cobra tarifas, así que sus sacerdotes tampoco
pueden.

Chasen lo consideró.

—No lo sé. Estoy bastante seguro de que Hayley mencionó algo sobre una gran
donación a la iglesia.

Holden se encogió de hombros.

—No puedo ayudarte en eso. El tipo se merece cualquier donación que pueda
conseguir.

Volvió a mirar a su alrededor, esperando ver a alguien conocido. Habría sido más
fácil si él y Chasen hubieran ido allí con todos los demás después del ensayo de la
boda, pero el cura quiso hablar con Chasen sobre certificados de matrimonio o algo
así, así que Hayley y los demás se dirigieron al restaurante para asegurarse de que no
perdían la sala que ella había reservado.

Holden estaba a punto de sacar el teléfono y enviar un mensaje a Wes


preguntándole dónde demonios estaban cuando vio que un camarero desaparecía por
un pasillo a la izquierda del bar con una gran bandeja de bebidas.

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—Creo que esa es nuestra fiesta —dijo, señalando en esa dirección—. A menos
que haya otro grupo ahí detrás al que le guste empezar la cena con Jägerbombs3.

Chasen rió entre dientes y se dirigió hacia allí.

Holden le siguió, dando gracias a Dios una vez más por haber vuelto a tiempo
para la boda. Aquel imbécil de la CIA había seguido machacándoles durante un día y
medio sin parar, planteándoles una situación tras otra durante toda la noche, hasta que
apenas pudieron mantenerse en pie, y mucho menos disparar. Entonces, de la nada, a
primera hora de la mañana, dio por terminado el ejercicio y les dijo que estuvieran
preparados para una extracción en helicóptero en menos de una hora.

Eso fue todo. Ni un informe posterior, ni un desglose de lo bien que lo hicieron o


por qué lo habían hecho. Ni siquiera una palabra sobre qué pasaría después si ese tipo
de situación terrorista se presentara de verdad.

Demonios, el maldito tipo ni siquiera se había despedido.

—¡Te he dicho que no voy a tomar una copa contigo!

—Vale, entonces larguémonos de aquí.

—¡Tampoco voy a ninguna parte contigo!

Holden no tenía el hábito de escuchar a escondidas, pero era difícil no prestar


atención a la discusión que la pareja en el bar estaba teniendo, sobre todo porque
estaba de pie a medio metro de distancia. No sabía por qué se había detenido a
mirarlos. Pero una mirada a la mujer y se dio cuenta.

Con su larga melena rubia y los ojos más verdes que jamás había visto, en una
palabra, era preciosa. No fue sólo su belleza lo que le hizo detenerse. Fue la mezcla de
emociones en su rostro. Había ira, sin duda, junto con una buena dosis de
preocupación y vergüenza. Todas ellas se concentraban en el hombre sentado
despreocupadamente en el taburete del bar junto a ella. Holden no podía verle la cara
porque el tipo estaba de espaldas a él, pero a juzgar por su expresión, era de esa parte
tan transitada del país conocida como la tierra de los gilipollas.

—Te alcanzo dentro de un rato —le dijo a Chasen.

3
N. del T.: Cóctel o chupito a base del licor de hierbas alemán Jägermeister y Red Bull.

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Su jefe asintió con la cabeza y desapareció entre la multitud.

Cuando él se volvió hacia la pareja, la rubia ya se había puesto en pie. El tipo hizo
lo mismo de inmediato, utilizando su mayor estatura para tratar de intimidarla.
Holden maldijo en voz baja. Había visto ese mismo movimiento docenas de veces. Y
siempre le cabreaba.

—¿Por qué no quieres irte conmigo? —exigió el hombre.

Ahora que el imbécil estaba de pie, Holden pudo ver la cara del hombre y
automáticamente le evaluó. El tipo era alto y estaba en forma, tal vez era cinco años
mayor que la mujer, con una cara que debería haberla alejado de su alcance.

—Porque he quedado con alguien —dijo.

A Alto, Moreno y Feo no pareció gustarle eso.

—¿Ah sí? ¿Quién?

—Eso no es asunto tuyo.

—Pues mándale un mensaje y dile que has quedado con otro —El hombre le
dedicó una sonrisa socarrona—. Venga. Volvamos a tu casa. Será como en los viejos
tiempos.

La mujer miró incrédula al molesto gilipollas.

—Esta conversación ha terminado.

Empezó a pasar a su lado, pero él la agarró del brazo.

Holden volvió a maldecir, esta vez en voz alta. Estaba harto de ver este choque
de trenes. Era hora de ponerse en medio y joder a alguien.

—Cariño —dijo, abalanzándose y apartando la mano del imbécil. Al mismo


tiempo, pasó un brazo alrededor de la cintura de la mujer, acercándola y poniendo su
cuerpo entre ella y el hombre que la había estado manoseando. Luego le dedicó una
sonrisa—. Siento llegar tarde. El tráfico en la 805 era mortal.

Ella se tensó inmediatamente en sus brazos, probablemente preguntándose si


había pasado de la sartén al fuego, pero después de mover la mirada de un lado a otro
entre él y el asqueroso que la había estado acosando, por fin pareció darse cuenta de
lo que estaba pasando. Visiblemente relajada, le sonrió.

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Maldita sea. Antes le había parecido guapa, pero cuando sonrió, estuvo seguro
de que se le salieron los ojos de las órbitas, el corazón se le salió del pecho, se le quedó
la boca abierta y la lengua le rodó por el suelo como si estuviera en un dibujo animado.
Obviamente, nada de eso había sucedido, porque la hermosa rubia lo rodeó con sus
brazos y lo abrazó. No pudo evitar darse cuenta de que su cuerpo era increíble, esa
combinación perfecta de firmeza y suavidad que lo volvía loco. Se ajustaba a él como
si hubiera sido hecha para él.

—No hay problema —Sin dejar de sonreír, se apartó para mirarle—. Llegas en el
momento perfecto.

Holden se dio la vuelta y se encontró a Alto, Moreno y Feo mirándole fijamente,


con la cara torcida como si hubiera estado chupando un limón.

—¿Te importa si tomo prestada esa silla? —dijo Holden, señalando la que el tipo
había estado usando—. Ya que no la necesitas.

Mientras Holden mantenía la voz uniforme, clavó la mirada en el otro hombre,


imaginando veinte formas diferentes en las que podría dañar seriamente a aquel
imbécil sin dejarle ni una sola marca. El tipo se tensó como si supiera exactamente lo
que Holden estaba pensando. Cuando Alto, Moreno y Feo no se echó atrás, Holden
pensó que realmente podría ser lo bastante estúpido como para empezar algo.
Finalmente, tras fulminarles con la mirada a él y a la mujer, el imbécil se marchó
furioso, murmurando en voz baja y dirigiéndose a la salida.

Holden se volvió hacia la rubia y la encontró sonriéndole de nuevo. Maldita sea,


una sonrisa como aquella podía hacer que un hombre cometiera algunas estupideces.
Como lanzarse al rescate de una mujer que no conocía.

—Soy Holden Lockwood —dijo—. No quise ser tan agresivo, poniéndote las
manos encima de esa manera. No era mi intención agarrarte.

Ella asintió con la cabeza.

—Kendall Patton. Y no fuiste demasiado agresivo. Quiero decir, sí, poner tu


brazo a mi alrededor me pilló por sorpresa, pero en comparación con Isaac, eres bueno.

Antes de que Holden pudiera contestar apareció el camarero, preguntando si


querían algo de beber. Holden lanzó una mirada interrogante a Kendall, al tiempo que
decidía que el nombre le venía bien.

—Un vaso de vino blanco estaría bien —dijo ella.

14
Él miró al camarero.

—Cerveza para mí. Cualquier Lager que tengan de barril.

El hombre asintió con la cabeza y desapareció para coger sus bebidas.

—Así que... Isaac, ¿eh? —Murmuró Holden—. Parecía un imbécil.

Kendall resopló y luego se rió.

—Isaac es el tipo de ex que hace que una mujer se cuestione su juicio sobre los
hombres —Ella negó con la cabeza, su largo cabello rubio se balanceaba alrededor de
sus labios de una manera que hizo que los dedos de él picaran para alcanzarlo y
apartarlo—. No sé por qué salí con él. Sinceramente, ahora no se me ocurre ni una sola
cosa que me gustara de él —Se quedó callada mientras el camarero les ponía las copas
delante, y esperó a que volviera a marcharse para añadir—: No tengo ni idea de por
qué acabo de decirte todo eso.

Holden se encogió de hombros.

—Es la cara. Hace que la gente quiera confiar en mí. Mis compañeros de trabajo
siempre me cuentan cosas que probablemente no tienen intención de contarme.

—Puedo creerlo —dijo Kendall—. Sólo te conozco desde hace unos minutos y ya
siento que debería contarte mis secretos más profundos y oscuros.

Se rió entre dientes.

—Probablemente deberías aguantarte las ganas. No es que no vaya a escucharte


si sientes que tienes que soltarlo, pero en general soy de la opinión de que la gente
debe mantener el misterio el mayor tiempo posible cuando se conocen por primera
vez.

—Lo haré lo mejor que pueda —prometió ella, tomando un sorbo de vino. A
Holden le gustaba verla fruncir los labios mientras bebía. Le hacía pensar cosas que
definitivamente no debería sobre una mujer en los primeros cinco minutos de
conocerla.

—Esto va a sonar como la peor frase para ligar de la historia, pero ¿vienes aquí a
menudo? —preguntó, apartando la mirada de aquellos labios perfectos y carnosos—.
¿Así fue como Isaac se encontró contigo?

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Kendall fijó su mirada en el espejo detrás de la barra, observando el restaurante
lleno de gente en el reflejo del cristal como si estuviera preocupada por la vuelta de
Isaac.

—Es la primera vez que pongo un pie en el lugar —Ella lo miró—. Le dije a Isaac
que había quedado con alguien, pero me lo inventé con la esperanza de que me dejara
en paz. Me dirigía a casa después de clase y decidí parar.

—¿De clase?

Ella asintió con la cabeza.

—Estoy trabajando en mi master en ciencias políticas en la San Diego State.


Prácticamente he estado viviendo en la biblioteca del campus durante las últimas tres
semanas trabajando en un proyecto y vine aquí para desconectar. Necesitaba pasar el
rato con gente que no estuviera metida hasta las cejas en los libros de texto.

Holden lo entendió. A veces, después de un despliegue especialmente penoso,


iba al parque o a la playa simplemente para estar rodeado de gente que no intentaba
matarse. Era algo que hacía para volver a la normalidad, fuera lo que fuera.

—No he pasado mucho tiempo en una biblioteca universitaria, pero entiendo lo


que es estar tan metido en tu trabajo que te olvidas de lo que es estar rodeado de otras
personas.

Le miró con curiosidad.

—¿Qué tipo de trabajo haces?

—Estoy en la Marina.

No mencionó a propósito que estaba en los SEALs. Según su experiencia, cuando


una mujer le contaba que era un SEAL tenía dos reacciones. O bien les entusiasmaba
la idea de estar con un tipo que tenía un trabajo misterioso y peligroso, o bien lo
rechazaban de inmediato, porque no les interesaba involucrarse con un tipo que tenía
un trabajo misterioso y peligroso. Prefirió aplazar el momento de saber qué haría
Kendall cuando ella descubriera a qué se dedicaba realmente.

—¿Te gusta? —preguntó ella—. La Marina, quiero decir.

Él dio un trago a su cerveza.

16
—La mayor parte del tiempo. Algunos días me encanta y no puedo imaginarme
haciendo otra cosa. Otros, me pregunto por qué demonios me alisté.

—¿Qué día es hoy?

—El que me encanta y no me imagino haciendo otra cosa —Le dedicó una
sonrisa—. Por suerte, hay muchos más días así.

Eso era bastante cierto. Estaba a punto de preguntarle a Kendall sobre el


programa de ciencias políticas en el que trabajaba—porque no tenía ni idea de lo que
hacía una persona con un título como ese—cuando su mirada se desvió hacia algo por
encima de su hombro. Se giró, pensando que debía de ser Isaac, pero se relajó al ver
que era Wes.

—Chasen me envió a ver cómo estabas —dijo Wes, mirándolos a él y a Kendall


con curiosidad—. Estamos empezando a pedir la cena, y pensó que no querrías
perdértela ya que él paga todo.

Holden soltó una risita. Chasen le conocía bien. Normalmente, habría hecho todo
lo posible por gastar el dinero de su jefe. Pero eso fue antes de conocer a Kendall.

—No me di cuenta de que te estaba alejando de tus amigos —dijo ella, dejando
su copa de vino a medio terminar—. Deberías haber dicho algo.

Él la miró avergonzado.

—Para ser sincero, después de que empezamos a hablar, me olvidé por completo
de la cena de ensayo de mi jefe.

Ella le miró como si estuviera loco.

—¿Cómo has podido olvidar algo tan importante?

Holden sonrió.

—Haces que me distraiga un poco, por si no te has dado cuenta.

El cumplido pareció pillar desprevenida a Kendall, que se le quedó mirando un


momento antes de sonrojarse y devolverle tímidamente la sonrisa. Holden estaba
haciendo todo lo posible por no inclinarse y besarla cuando oyó a Wes aclararse la
garganta. Miró a su compañero de equipo y vio una expresión divertida en la cara de
Wes.

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—Tierra a Holden —dijo Wes—. Aquí de pie y esperando una presentación.

Holden negó con la cabeza riendo.

—Kendall Patton, Wes Marshall. Él y yo trabajamos juntos.

—Encantado de conocerte —Wes extendió la mano para estrechársela y luego


miró a Holden—. Vas a pedirle que cene con nosotros, ¿verdad?

—Sí, si me dejas decir algo —Holden fulminó a Wes con la mirada. Iba a pedirle
a su compañero de equipo que les dijera a Chasen y Hayley que se iba a marchar para
cenar con Kendall, sabiendo que lo entenderían. Pero invitarla a la fiesta le pareció una
idea aún mejor. La miró—. ¿Qué te parece?

Ella negó con la cabeza.

—No puedo presentarme en la cena de ensayo de tu jefe. Ni siquiera le conozco


a él ni a su prometida.

—Todavía —convino Holden—. Pero cuando lo hagas, verás que son geniales.
Los chicos con los que trabajo y yo somos todos como de la familia. Si vienes conmigo,
también eres de la familia. Dijiste que venías aquí para desconectar. ¿Qué mejor
manera de hacerlo que en una fiesta? —Sonrió—. ¿Qué me dices?

Kendall lo consideró durante varios largos segundos antes de asentir con la


cabeza y dedicarle otra sonrisa.

—Digo que de acuerdo. Hagámoslo.

18
Capítulo 2
—DALTON ESTÁ EXAGERANDO —dijo Holden en voz baja, acercándose para
susurrarle al oído—. Las primeras veces que contó la historia, Kimber y él estuvieron
bajo el agua cuatro segundos antes de que el yate llegara a tierra y explotara, así que
no creo que estuvieran tan cerca de la explosión como él pretende. Luego dirá que
estaban en el barco cuando explotó y que sobrevivieron porque son muy duros.

Kendall se estremeció un poco, y no tenía nada que ver con lo disparatada que
era la historia de Dalton. Al contrario, tenía todo que ver con el cálido aliento de
Holden acariciándole el cuello. Era todo lo que podía hacer para no inclinarse aún más
ante la remota posibilidad de que le rozara la oreja con sus labios increíblemente
sensuales. Estaba tan inmersa en la fantasía que apenas oía las risas a su alrededor
cuando todos reñían a Dalton por haber adornado algunos detalles de la historia.

Holden la había presentado a Chasen y Hayley en cuanto entraron en el comedor


privado que el restaurante reservaba para las fiestas. A la pareja le pareció bien que
fuera la acompañante de Holden, tal y como él dijo. En lugar de hablar de las próximas
nupcias, como ella pensaba que harían, los chicos se pusieron inmediatamente a hablar
de trabajo y a contar historias disparatadas sobre cómo habían conocido a sus novias.

Kendall pensó que se las estaban inventando porque eran muy extravagantes.
Pero cuando Dalton Jennings le contó lo que les había pasado a él y a su mujer, Kimber,
recientemente en San Francisco, ella ya sabía que no. Porque sabía que todo lo que él
contaba era cierto.

Fue entonces cuando Holden admitió a regañadientes que él y sus amigos eran
Navy SEALs. Kendall no tenía ni idea de por qué no lo había mencionado cuando
estaban en el bar. Habría pensado que soltar el hecho de que era un SEAL sería una
forma segura de meterse en las bragas de una chica. Así que, ¿por qué no hacerlo? A
menos que no se sintiera atraído por ella. En cualquier caso, se quedó impresionada
cuando se lo dijo.

Kendall ignoró los rápidos latidos de su corazón que le provocaba estar cerca de
Holden. Para que todo esto funcionara, tenía que mantenerse en su papel. Eso
significaba reaccionar como lo haría cualquier otra mujer al enterarse de que estaba en
una fiesta llena de atrevidos Navy SEALs. Eso era mucho más fácil de hacer cuando se
recordaba a sí misma que Holden era un peligroso criminal.

19
—¿A quién le importa lo cerca que estuvieran de la explosión? Aún así tuvieron
que saltar de un barco en movimiento. Eso es una locura —Giró un poco la cabeza para
mirar a Holden—. ¿Estabas en San Francisco cuando pasó todo eso?

Kendall también sabía ya la respuesta a esa pregunta. El FBI tenía horas de


grabaciones de vídeo de varias cámaras de tráfico y seguridad de la ciudad, que
proporcionaban una sólida cronología de cuándo estuvieron Holden, Dalton y Wes,
así como de la mayoría de los lugares a los que fueron. No todos, por supuesto. Si
hubieran tenido ese tipo de información, la oficina del FBI en San Francisco nunca
habría enviado a Kendall a San Diego. Holden ya habría sido arrestado y estaría en
prisión.

Aún así, sería interesante ver cómo respondía a su pregunta. Los criminales
mentían incluso cuando no tenían que hacerlo. Era un hábito que definía sus vidas. Se
sorprendió cuando el moreno Holden asintió.

—Wes y yo fuimos allí en un principio para ayudar a Dalton a rescatar a su hija,


Emma, de los mismos asquerosos que más tarde cogieron a Kimber y la metieron en
el yate que explotó. Ayudamos a recuperar a Emma, pero la verdad es que apenas
llegué a tiempo de hacer algo más que sacar a Dalton y Kimber de la bahía tras la
explosión. Salieron de ese barco completamente solos.

—No dejes que Holden reste importancia al papel que desempeñó en todo el
asunto —gritó Dalton desde el otro lado de la mesa, con una sonrisa en la cara. —
Nunca habría recuperado a Emma—o a Kimber, para el caso—sin su ayuda. Se lo
deberé a él y a Wes el resto de mi vida.

Kendall asintió con la cabeza con los ojos muy abiertos, como si no supiera nada
del secuestro y posterior rescate de la niña, ni del papel que desempeñó Holden,
aunque había leído el extenso informe del FBI. La parte que más le interesó fue el
allanamiento que Holden había orquestado en la antigua empresa de Kimber. Sabía
por qué él y los demás entraron y qué robaron allí. Y lo que era más importante, sabía
exactamente cómo lo había conseguido Holden. En resumidas cuentas, el hombre tenía
mucho talento para entrar en instalaciones de alta seguridad.

Pero por mucho talento que tuviera Holden, resultaba que tenía una especie de
estilo propio: una forma única de crear bucles de retroalimentación al eludir las
cámaras de vídeo. La técnica era tan diferente que destacaba como un conjunto de
huellas dactilares, y el FBI lo relacionó inmediatamente con un segundo robo que se
produjo en San Francisco un día después del primero. Aunque en ambos robos se
había robado tecnología informática de vanguardia, el objeto robado en el segundo
robo valía millones más que el del primero. Por motivos de clasificación de seguridad,

20
sus jefes aún no le habían dicho a Kendall qué robó Holden exactamente, pero era algo
importante, y la Agencia de Seguridad Nacional lo quería recuperar
desesperadamente.

Algunos agentes del FBI querían detener a Holden de inmediato, pero se


impusieron los más tranquilos, que señalaron que el Navy SEAL casi con toda
seguridad robó el objeto para otra persona, lo que significaba que no lo tenía en su
poder. Si lo arrestaban ahora, podría pedir un abogado y nunca se acercarían a lo que
buscaban.

Así que enviaron a Kendall de incógnito para sonsacarle la información. Aunque


cómo demonios iba a hacerlo era un misterio para ella. Era relativamente nueva en el
FBI y no tenía ninguna experiencia encubierta. Pero según el perfilador del FBI que
había estudiado a Holden, era exactamente el tipo de mujer que podía acercarse al
SEAL.

Sonrió a Holden.

—¿Qué? ¿Ser un héroe en horas de servicio no es suficiente para ti? ¿También


tienes que salvar el mundo en tu tiempo libre?

Él resopló, mirando a Dalton, Kimber y la adorable niña sentada entre la pareja


que se divertía demasiado con sus patatas fritas y una verdadera piscina de ketchup.

—No estaba siendo un héroe ni intentando salvar el mundo. Sólo hacía lo que
podía para proteger a mi familia.

Por la expresión de su atractivo rostro, Kendall tuvo la impresión de que no se


refería únicamente al trío que tenían enfrente. Se refería a todos los comensales.

—¿Proteger a las personas que son importantes para ti? —dijo en voz baja—.
Estoy bastante segura de que esa es la definición de ser un héroe.

Si no lo supiera, Kendall pensaría que Holden se estaba sonrojando. Después de


leer los archivos sobre los robos en San Francisco, los expedientes escolares de Holden,
su expediente personal de la Marina y el perfil psicológico que el FBI elaboró sobre él,
había entrado en el restaurante con ciertas expectativas. Pero al final, el hombre con el
que se encontró no se parecía en nada al ladrón frío y calculador que se había
preparado para encontrar.

En cambio, Holden parecía cálido, genuino y, sí, con ese pelo espeso y oscuro,
ojos del color del café expreso y una mandíbula cuadrada y cincelada, también era

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pecaminosamente atractivo. Pero, por encima de todo, estaba claro que se preocupaba
por sus compañeros de equipo y por la familia SEAL. A decir verdad, era obvio que
también se había preocupado por ella. No la conocía y aun así intervino para ayudarla.
La escena con Isaac Whitworth, su adiestrador en la oficina de San Diego, fue
completamente inventada, por supuesto. El perfilador del FBI les dijo que, si Holden
oía la discusión, iría a rescatarla. Que una mujer en apuros era algo de lo que Holden
simplemente no podía alejarse.

Kendall se preguntó por la extraña dicotomía de aquello. El FBI había escrito el


perfil de un ladrón frío y calculador que no podía pasar de largo ante una desconocida
en apuros. Tenía que admitir que cuando Holden se abalanzó sobre ella y la rescató, se
había quedado impresionada.

—¿Qué, no te gusta que te llamen héroe? —preguntó ella cuando él no dijo nada.
De hecho, parecía un poco nervioso por el cumplido.

Ella se inclinó un poco más cerca. Maldita sea, olía bien. Para ser un criminal.
Entonces tuvo un pensamiento fugaz, preguntándose a qué sabría su piel bajo la
lengua.

Contrólate. Estás encubierta, no en una cita.

—En los SEALs, la palabra héroe no se utiliza tan a la ligera como en otros
ámbitos de la vida —dijo Holden en voz baja—. Hice lo que tenía que hacer... incluso
lo que hubiera preferido no hacer.

Ella lo miró a los ojos oscuros, segura de que era una especie de confesión parcial.
Lo que demostraba una vez más que no era el hombre que el perfilador del FBI le había
descrito. Ese hombre no habría dejado escapar nada tan fácilmente.

—Algo me dice que no hay nada que no harías por las personas que te importan
—dijo ella.

Él sonrió. Tenía una sonrisa muy bonita.

—Si lo hay, aún no lo he encontrado.

Kendall aún estaba considerando todos los sutiles matices de aquella respuesta
cuando un grupo de camareros trajo la cena. Mientras comían, Holden y ella charlaron
sobre el programa de su master y la vida en los SEALs, entre enredarse en las otras
conversaciones alrededor de la mesa.

22
Al otro lado de Kendall, la organizadora de bodas Felicia Bradford, que acababa
de comprometerse con un SEAL llamado Logan Dunn, hablaba de todo lo que le
quedaba por hacer para el gran evento de mañana. Kendall se preguntó cuándo
pensaba dormir la pobre mujer. Parecía que tenía más trabajo del que podría hacer un
ejército de organizadores de bodas.

—Vendrás a la boda con Holden, ¿verdad? —preguntó Felicia.

Decir que la pregunta pilló desprevenida a Kendall era quedarse corto. Su trabajo
consistía en acercarse a Holden lo antes posible, pero no había planeado invitarse a sí
misma a la boda. Más que nada porque pensaba que no habría forma de hacerlo sin
que Holden sospechara.

Miró a Holden y lo vio tan frustrado con la organizadora de bodas como lo había
estado con Wes antes en el bar.

—Gracias, Felicia —dijo secamente—. No es que pensara pedírselo yo mismo ni


nada de eso.

Kendall no pudo evitar reírse.

Felicia se encogió de hombros, sin ofenderse lo más mínimo.

—Si ibas a pedírselo, ¿de qué te quejas? Acabo de ahorrarte la molestia.

Sí, definitivamente eran como una gran familia.

Holden negó con la cabeza y miró a Kendall.

—Se me acaba de ocurrir una idea loca. ¿Te gustaría ir a la boda de Chasen y
Hayley conmigo mañana?

Kendall sonrió.

—Me encantaría. —Miró a Felicia—. ¿Seguro que no habría problema? No


estropearé la disposición de los asientos ni nada, ¿verdad?

—¿Qué clase de organizadora de bodas sería si no pudiera ocuparme de una


simple llegada de última hora? —se burló Felicia—. No será ningún problema.

Kendall se volvió hacia Holden y lo encontró sonriéndole, con sus ojos oscuros
bailando. Se le aceleró el pulso. Se dijo a sí misma que simplemente estaba

23
entusiasmada por la oportunidad de acercarse a él para poder arrestarlo. Este caso
podría dar el pistoletazo de salida a toda su carrera.

Su carrera. Sí, exactamente por eso estaba tan emocionada.

24
Capítulo 3
—SÓLO QUIERO decirte que, por muy mal que empezara la noche, acabó genial
—dijo Kendall, volviéndose para sonreír a Holden cuando se detuvieron frente a la
puerta de su apartamento—. Me lo pasé muy bien.

La había seguido hasta su casa para asegurarse de que llegaba bien. Y para saber
dónde recogerla para la boda del día siguiente. Sorprendentemente, ser acosada por
uno de los más buscados del FBI no le molestaba tanto como debería.

Holden le dedicó una sonrisa.

—Me alegro. Y gracias por dejarme seguirte a casa. Sé que dijiste que tu ex no es
de los que te acechan, pero me siento mejor asegurándome.

Kendall casi suspiró. Si este tipo no dejaba de actuar de forma tan increíble, le iba
a costar muchísimo recordar que era uno de los malos. Ya estaba pensando en hacer
mucho más con Holden que ponerle las esposas.

En realidad, ahora que lo pensaba, las esposas también podrían estar bien.

—No te preocupes por Isaac —dijo, más para distraerse a sí misma que a él—.
Ladra mucho pero no muerde. Siempre fue un poco cobarde, a decir verdad.

—Aun así, te agradezco que me dejes asegurarme.

Kendall asintió con la cabeza. Entonces, ¿cómo terminaba exactamente una mujer
su primera salida nocturna con un criminal al que pretendía arrestar pronto? ¿Era
necesario un apretón de manos... o los derechos Miranda? Un beso estaría fuera de
lugar, ¿no?

Holden tomó la decisión por ella. Acercándose, le pasó una mano por detrás del
cuello, le inclinó un poco la cabeza hacia atrás y la inclinó para besarla suavemente.
No fue mucho más que un suave beso en los labios. Sin presión, sin dedos apretando
su pelo, y definitivamente sin lengua.

25
Eso duró unos dos segundos... justo hasta que se saborearon bien el uno al otro.
Entonces toda esa mierda de la ternura de la primera cita se fue por la ventana como
una vieja tarta de frutas, y empezó como Donkey Kong.

Holden gimió cuando sus lenguas chocaron. No, olvídalo. Ese gemido había
salido de ella, no de él. Estaba demasiado ocupado enredando los dedos en su pelo y
agarrando bien. Pero maldita sea, ¡sabía tan delicioso! ¿Y desde cuándo le gustaban los
tíos que le tiraban del pelo? ¿Eso era algo? Porque realmente lo parecía.

Le metió la lengua en la boca, dándole lo mejor que tenía, segura de que iba a ir
al infierno del FBI por enrollarse así con un sospechoso en la primera cita. Luego dejó
de preocuparse cuando él la empujó contra la puerta del apartamento, la madera crujió
cuando Holden apretó todo su cuerpo contra el de ella, haciéndole sentir cada
ondulación y bulto de todos aquellos deliciosos músculos.

Entonces, algo cerca de la línea del cinturón la golpeó en el estómago. Dejó


escapar un suspiro lento y entrecortado al darse cuenta de que aquel bulto
probablemente no era un músculo. Tal vez el corpulento Navy SEAL llevara algún tipo
de arma. Sí, eso era exactamente.

Se estaba preguntando si debería invitarle a tomar un café a última hora de la


noche—no estaba segura de si tenía café—cuando Holden rompió el beso y dio un
paso atrás, como si acabara de tomar la decisión de renunciar a la tarta de chocolate
para el resto de su vida. Resultaba casi irrisorio que fuera Holden y no ella quien
evitara que las cosas estallaran. Como federal, ¿no debería ser ella la que controlara la
situación?

—Yo también me lo he pasado muy bien esta noche —dijo él en voz baja, dando
de mala gana otro paso atrás. La evidente batalla que estaba librando hacía que
Kendall se sintiera como la chica del FBI más sexy del planeta—. ¿Te recojo mañana a
mediodía en punto?

Kendall asintió con la cabeza, mirándole por encima del hombro mientras sacaba
la llave.

—No llegues tarde.

Había metido la llave en la puerta y la estaba abriendo de un empujón cuando


sintió a Holden detrás de ella, con un brazo alrededor de la cintura y su cálida boca en
el cuello. El entrenamiento del FBI, que debería haber actuado de inmediato para
repeler el ataque por sorpresa, desapareció y fue sustituido por un escalofrío en todo
el cuerpo cuando los labios de Holden rozaron su piel.

26
—No se me ocurriría llegar tarde —dijo en un susurro ronco.

Ella se recostó contra él, odiando que su cuerpo rebelde disfrutara del contacto
más de lo debido.

—No me quejaré si llegas un poco antes. Sólo lo digo.

Volvió a besarle el cuello y se apartó con una risita.

—Entendido. Temprano está bien. Tarde... nunca. Buenas noches, Kendall.

Ella lo miró por encima del hombro hasta que desapareció al doblar la esquina y
se dirigió al ascensor. Buscó a tientas el interruptor de la luz, intentando encontrarlo
en la oscuridad. Ayer sólo llevaba una hora o así en el piso, cuando colocó algunas de
sus cosas para que pareciera que vivía allí. Aún no había memorizado el plano del
piso, y mucho menos dónde estaba el interruptor de la luz.

Por fin lo encontró y pulsó el interruptor, bañando de luz el salón y la cocina.


Prácticamente se sobresaltó cuando vio a Isaac sentado en el sillón junto a la ventana.
La miraba en silencio, con una expresión ilegible en el rostro. Era imposible que se
hubiera perdido el sonido de ella y Holden besándose en el pasillo. Kendall ahogó un
gemido. Algo le decía que estaba a punto de recibir un sermón sobre lo que significaba
ser una agente profesional del FBI.

—Sabes, cuando el perfilador dijo que eras del tipo de Lockwood, no estaba
totalmente de acuerdo con la idea —dijo, poniéndose en pie—. Tienes poca experiencia
de campo y ningún tiempo encubierta. Demonios, eres lo más bruto que hay. La
verdad es que me esperaba un batacazo épico.

Esta fue la parte en la que su supervisor, que no era mucho mayor que ella,
decidió que no estaba preparada para un caso tan grande. Que estaba sobrepasada y
que iba a traer a otra persona para la operación. Se armó de valor, lista para la lucha.
Porque Isaac podía ser un imbécil a veces.

Por eso se sorprendió cuando él movió la cabeza un gesto con un gesto de


aprobación.

—Claramente, estaba equivocado. Parece que tienes a Lockwood comiendo de la


palma de tu mano. ¿Cómo demonios conseguiste una invitación a la boda de su jefe?
No es que me importe cómo lo hiciste. Sólo me alegro de que hayas encontrado la
manera de hacerlo, porque habríamos estado jodidos si no lo hubieras hecho.

27
Dile algo que no sepa. Kendall estaba preparada para decir: ¡Bien por mí!, pero
Isaac continuó.

—La cosa que Lockwood robó salió a subasta en la Dark Web hace una hora.
Junto con la prueba de que funciona exactamente como se supone que debe hacerlo.

Kendall se quedó mirando a su jefe, sin saber muy bien de qué estaba hablando.
Sí, conocía la Web Oscura. Todo el mundo la conocía. Era como el hombre del saco de
la era de la información. El lugar donde vivían todas las cosas malas. Pero no estaba
segura de qué tenía que ver la Web Oscura con la misión o con lo que Holden robó.
Por supuesto, tendría más sentido si supiera lo que se había llevado. Pero según Isaac,
esa información estaba por encima de su nivel salarial.

—La NSA4 lo llama la Llave —dijo Isaac, como si leyera su mente—. He revisado
el archivo dos veces y sigo sin entender la mitad de lo que leo. En resumen, es una
especie de herramienta de hacker universal capaz de romper la encriptación de
cualquier sistema de seguridad del mundo. Desde algo tan simple como un teléfono
móvil hasta algo tan complejo como un satélite espía.

Kendall enarcó una ceja. ¿Una herramienta de pirateo universal? Eso sonaba
peligrosísimo. Aunque estaba encantada de conocer por fin los detalles de lo que se
había llevado Holden, se preguntaba por qué salían a la luz ahora.

—Creía que estas cosas estaban por encima de mi nivel de autorización.

La boca de Isaac se tensó.

—Lo estaba. Hasta que la Llave salió a subasta en la Dark Web y te colaste en la
cena de ensayo. Fue entonces cuando Danner tomó la decisión de llevarte hasta el final.
Me sentiría mucho mejor si no estuviéramos trabajando con un plazo tan ajustado.

Jonathan Danner era el agente especial a cargo de la oficina de campo del FBI en
San Francisco y el hombre que dirigía personalmente esta operación de recuperación.
Lo cual era otro indicio más de lo grande que era todo este asunto. Los agentes del

4
N. del T.: NSA: La Agencia de Seguridad Nacional es una agencia de inteligencia a nivel nacional del
Departamento de Defensa de los Estados Unidos, bajo la autoridad del Director de la Inteligencia Nacional. La
NSA es responsable del monitoreo, recopilación y procesamiento global de la información y datos para fines de
inteligencia y contrainteligencia nacionales y extranjeros, y está especializada en una disciplina conocida
como inteligencia de señales (SIGINT). La NSA también tiene la tarea de proteger las redes de comunicaciones y
los sistemas de información de Estados Unidos.

28
nivel de Danner rara vez participaban en operaciones de campo. Kendall no era
consciente de que el hombre supiera quién era ella, pero aparentemente, lo sabía.

Aún se estaba preguntando si era buena idea estar en el radar del SAIC5, cuando
las palabras de Isaac se filtraron en su cabeza.

—Espera un momento. ¿Qué quieres decir con un plazo ajustado? ¿Qué es lo que
no me has dicho?

—La subasta en la Dark Web es dentro de una semana —dijo Isaac—. Eso
significa que tienes seis días para ganarte la confianza de Holden Lockwood y
conseguir que te diga para quién robó la cosa.

Ella parpadeó.

—¿Seis días? ¿Cómo demonios esperas que consiga que confíe en mí para
entonces?

—No lo sé. Parecía que estabas haciendo un buen trabajo con él en el pasillo.
Sigue haciéndolo.

Sentía que su cara se ponía roja, pero no era de vergüenza. Era ira.

—¿Estás diciendo que esperas que me acueste con un sospechoso para que confíe
en mí?

Isaac se encogió de hombros.

—No me importa lo que hagas, siempre y cuando consigas la información que


necesitamos. Esa cosa que Lockwood robó no es un juguete. Quien lo tenga puede
acceder a cualquier cosa almacenada en cualquier base de datos segura en cualquier
parte del mundo. Hay varias docenas de países que harían mucho daño si lo tuvieran
en sus manos. Y tú eres la única que puede impedirlo.

5
N. del T.: Corporación internacional de aplicaciones científicas.

29
Capítulo 4
—NUNCA LLORO en las bodas —le dijo Kendall a Holden en voz baja mientras
se sentaba a su lado.

Kendall había desaparecido en dirección al baño junto con Kimber y Kyla nada
más llegar al restaurante donde Hayley y Chasen celebraban la recepción. Ella insistió
en que su maquillaje era un desastre, pero en opinión de él, estaba preciosa. Al otro
lado de la gran mesa redonda, Kimber se sentó junto a Dalton mientras Kyla ocupaba
tímidamente la silla junto a Wes. Noah y Sam formaban el resto del grupo, junto con
sus respectivas parejas.

—Pero ese arco que hicisteis con las espadas bajo las que caminaron Hayley y
Chasen al salir de la iglesia después de la ceremonia fue tan romántico que no pude
evitarlo —añadió Kendall—. Me dio un poco de vergüenza cómo se me saltaron las
lágrimas.

—No te sientas tan mal —dijo Kyla Wells. Menuda, con el pelo largo y oscuro,
era estudiante universitaria y un genio con los ordenadores—. No fuiste la única que
lloró tanto que se le puso la nariz roja.

A su lado, Wes sonrió.

—Nadie se dio cuenta. Además, siempre he pensado que Rudolph era muy
mono.

Las mejillas de Kyla se llenaron de color, pero aunque pareciera nerviosa, Holden
tuvo la sensación de que le gustaba Wes y sus bromas. Estaba claro que ella también
le gustaba a Wes. De hecho, su ingenioso compañero de equipo había cambiado las
tarjetas en la mesa para asegurarse de que se sentaba al lado de la chica.

—Creo que Wes está enamorado —le susurró Kendall al oído, con su aliento
cálido sobre su piel.

A Holden no le sorprendió que se hubiera dado cuenta del interés de su


compañero por Kyla. Algo le decía que Kendall era muy observadora.

Se rió entre dientes.

30
—Sí, se podría decir que sí. Los he visto a él y a Kyla mirarse en fiestas y cosas
así cuando pensaban que nadie los veía, pero creo que esta es la primera vez que salen
juntos de verdad. No tengo ni idea de por qué han tardado tanto. Es obvio que sienten
algo el uno por el otro.

—Algunas personas tienen que armarse de valor para dar el paso —Kendall
sonrió—. No todo el mundo es tan osado como para acercarse a una completa
desconocida en medio de un restaurante abarrotado y fingir ser su novio.

Holden resopló.

—Obviamente no conoces muy bien a Wes. El tipo está loco de remate. Lo he


visto meterse en más situaciones locas de las que puedo contar. No es exactamente lo
que yo llamaría tímido.

Kendall se rió. Maldita sea, si el sonido no era música para sus oídos.

—A veces la gente actúa completamente diferente cuando están cerca de ese


alguien determinado.

Al otro lado de ellos, Wes estaba mirando a Kyla con una gran sonrisa en su cara
como si hubiera perdido el juicio.

—Quizá tengas razón en eso —convino Holden.

Kendall miró a la otra pareja un momento.

—Quería preguntarle a Kyla cuando estábamos en el baño, pero estábamos


demasiado ocupadas arreglándonos el maquillaje. ¿De qué os conoce? ¿Es su padre un
SEAL?

Holden negó con la cabeza y esperó a que el camarero les pusiera la comida
delante antes de contestar.

—No. El padre de Kyla fue asesinado hace poco más de un año, y Hayley y
Chasen ayudaron a encontrar al responsable. Desde entonces es como de la familia.

Kendall le miró sorprendida mientras recogía su cuchillo y tenedor.

—Guau. ¿Hayley y Chasen atraparon a un asesino y le enviaron a la cárcel ellos


mismos?

31
Mientras comían, Holden la puso al corriente de lo que había sucedido,
contándole una versión aséptica de los acontecimientos que rodearon las aventuras de
Hayley y Chasen unos meses atrás, en las que estaban implicados un concejal corrupto,
un asesino a sueldo y una compañera de trabajo un poco loca. Habló en voz baja para
que Kyla no lo oyera. La pobre chica ya había vivido esa historia. No necesitaba volver
a vivirla.

Había muchas cosas que no podía contarle a Kendall, por supuesto. Como la
parte de que Kyla era una hacktivista de Internet que había expuesto a políticos
corruptos. O que Chasen, Dalton y otros miembros del equipo habían llevado a cabo
su propia operación militar no autorizada en suelo estadounidense. Eso les llevaría a
todos a la cárcel si alguien se enteraba.

Aun así, consiguió contar la mayor parte de la historia sin revelar ninguna
información perjudicial. Y sin aburrir a su cita. Eso era una victoria en su libro.

—¿Sigue en pie el juicio del concejal? —preguntó Kendall sorprendida.

—Sí. —Holden hizo una mueca—. Sus abogados lo están alargando todo a pesar
de que el caso parece pan comido. Encontraron al tipo que sostenía el arma del crimen
cuando lo detuvieron. Kyla aparece y se sienta en la sala día tras día.

Kendall miró a la chica, con el rostro lleno de compasión.

—Ver al hombre que mató a su padre tiene que ser duro para ella.

—Seguro que sí, pero ella nunca lo deja entrever —dijo—. He ido con ella unas
cuantas veces y se niega a que nadie vea lo mucho que le molesta. Esa chica es muy
dura.

—¿Vas con ella al juicio? —preguntó Kendall—. ¿En serio?

Él se encogió de hombros.

—Como a la madre de Kyla le cuesta salir del trabajo, mis compañeros y yo nos
turnamos para ir con ella y que no tenga que estar sola. Como he dicho, ahora es de la
familia.

Kendall le miró con esos ojos hipnotizadores suyos que parecían ser capaces de
ver a través de su alma antes de finalmente negar con la cabeza.

—¿Nadie os ha dicho nunca lo irreales que sois?

32
Holden se habría sonrojado si fuera el tipo de chico que hacía cosas así. Y no lo
era. Su cara siempre estaba así de caliente. Y si estaba un poco roja, obviamente eran
quemaduras de sol por todo el tiempo pasado en ese maldito barco. Hora de cambiar
de tema.

—¿Qué tal el pollo? —preguntó.

Sus labios se curvaron.

—Delicioso. Felicia es obviamente muy buena en su trabajo. Recuérdame que la


busque antes de que acabe la noche y le vuelva a dar las gracias por hacerme un hueco.

Mientras charlaban durante la cena, Holden volvió a sorprenderse de lo fácil que


era hablar con Kendall. Sobre cualquier tema. De hecho, pasaron cinco minutos enteros
hablando de los diferentes tipos de burritos que les gustaban. Casi le dio un puñetazo
cuando se dio cuenta de que no era el único al que le gustaban las tortillas6 de maíz
calientes rellenas de queso crema y frijoles refritos.

Fue entonces cuando todos los demás comensales se unieron a la conversación.


No pasó mucho tiempo antes de que él, Wes, Noah y Dalton estuvieran contando
historias asquerosas sobre las diversas comidas repugnantes que habían comido en
diferentes partes del mundo. Sam se abstuvo, ya que era nuevo en los SEALs y aún no
había estado en ningún sitio. Las citas de Noah y Sam intentaron tomar parte activa en
la conversación, pero era imposible pasar por alto el hecho de que las dos mujeres
parecían incómodas con el tema. No porque tuvieran un problema con las comidas
extravagantes, sino porque por fin cayeron en la cuenta de que sus novios iban a un
montón de sitios a los que la mayoría de la gente cuerda nunca iría porque eran
peligrosos de cojones. A Kendall, en cambio, le parecía bien. De hecho, parecía
fascinada por la conversación.

Holden no sabía por qué eso le atraía, pero así era.

Dalton y Wes estaban recordando algo particularmente asqueroso que habían


comido en un antro de mala muerte en el que habían estado cuando Holden oyó por
casualidad a Kendall y Kimber mencionar que uno de sus lugares favoritos para ir de
compras era el Ferry Plaza Farmer's Market de San Francisco.

—¿Vivías en San Francisco? —le preguntó Holden a Kendall sorprendido—. No


sé por qué, pero pensaba que eras natural de San Diego.

6
N. del T.: En español en el original. Las palabras en español irán en cursiva y negrita.

33
Ella negó con la cabeza.

—No. Crecí en Tulsa. Mi primer trabajo al salir de la universidad fue en San


Francisco. Me encanta San Francisco. Sólo vine aquí por el programa de ciencias
políticas en la SD State.

—¿Qué te parece? Yo soy de San Francisco.

Holden tuvo que admitir que estaba bastante emocionado al darse cuenta de que
San Francisco era una cosa más que él y Kendall tenían en común. Estaba a punto de
preguntarle en qué parte de la ciudad había vivido, pero fue interrumpido cuando el
DJ anunció el primer baile de Chasen y Hayley como marido y mujer, añadiendo que
la pareja de recién casados pronto se iría a la lejana Bora Bora.

—Está bromeando, ¿verdad? —le susurró Kendall a Holden—. No van realmente


a Bora Bora de luna de miel, ¿verdad?

—Ahí es donde van —confirmó Holden—. Era el lugar más hermoso y aislado
que pudieron encontrar. Chasen quería asegurarse de que el cuartel general no pudiera
retirarle el permiso cuando surgiera la siguiente emergencia.

—¡Es una locura!

Se rió entre dientes.

—Bienvenida a mi mundo.

***
—Esto es precioso —dijo Kendall en voz baja.

Estaban en la terraza del restaurante que daba al océano, contemplando la puesta


de sol. En lo alto, el cielo era una gloriosa combinación de rojos, naranjas y morados
que bañaba el agua con un cálido resplandor.

—Espero que no te importe que te haya sacado un rato de la pista de baile —dijo
Holden, acercándose a la barandilla para ponerse a su lado.

Kendall lo miró, el sol poniente reflejándose en sus ojos mientras la brisa marina
jugaba con su largo y sedoso cabello. Pensó en acercarse a ella para apartarle los
mechones rebeldes detrás de la oreja, pero ella se le adelantó, llevándoselos hábilmente
con un dedo.

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—En absoluto. —Sonrió—. Necesitaba un descanso. Hacía mucho tiempo que no
bailaba así. Creo que estoy un poco fuera de forma.

Holden rió entre dientes. El vestido vaporoso con estampado de flores que había
llevado a la boda se ceñía lo suficiente a sus curvas como para que él supiera que estaba
increíblemente en forma. Apoyó los antebrazos en la barandilla y la miró.

—Me parece que estás en muy buena forma. Ni siquiera respiras con dificultad.
Y eso después de bailar la versión extralarga de YMCA.

Ella se rió, el sonido lírico le puso la piel de gallina.

—Supongo que me has pillado. Tenía muchas ganas de venir aquí para que
pudiéramos hablar. Parece que no hemos tenido ocasión de estar solos en todo el día.

Él levantó una ceja.

—Entonces, ¿estás admitiendo que me manipulas para conseguir lo que quieres?

Sus ojos destellaron.

—Tal vez.

Le pareció bien.

—Así que creciste en Oklahoma y te mudaste a San Francisco nada más salir de
la universidad —murmuró él.

Ella asintió con la cabeza, mirando el agua que estaba a punto de volverse azul
violáceo cuando el sol desapareció por completo.

—Me mudé a California por casualidad. Al principio pensaba ser policía en


Tulsa, como mi padre. Mis primeros recuerdos son de él vistiendo su uniforme y
llevándome a caballito. Le encantaba ser policía y yo quería ser como él. Me licencié
en justicia penal en la Universidad de Oklahoma, me inscribí en la academia, hice una
semana de prácticas, todo el proceso.

Intentó imaginársela como policía, abatiendo a los malos, pero no pudo. No


parecía encajar.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

Ella se quedó pensativa un momento.

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—Las fuerzas del orden son un campo difícil para una mujer. A muchos hombres
no les interesa trabajar con una mujer. Lo sabía, así que estaba preparada para
afrontarlo.

—¿Pero?

—Pero en mi último semestre, la universidad organizó una gran feria de empleo.


Yo sólo fui para dar apoyo moral a una amiga, puesto que ya tenía planeada mi carrera.

Holden estuvo a punto de decir otro pero. Sin embargo, se calló. A ella parecía
que el tema le resultaba difícil de tratar.

—Estaba deambulando por ahí, sin molestarme en coger folletos ni nada por el
estilo —dijo finalmente, con una mirada distante en los ojos mientras repasa el
recuerdo—. Entonces, de repente, un reclutador de una gran empresa se puso a charlar
conmigo. Parecía tan aburrido como yo, como si no esperara encontrarse con nadie
que mereciera la pena contratar. Hablamos de mis antecedentes, de las clases que había
tomado, de lo que quería hacer con mi vida. Cosas genéricas por el estilo.

«Luego me preguntó si alguna vez había pensado en viajar y conocer partes del
país más allá de Oklahoma —Soltó una pequeña carcajada, como si hubiera una broma
interna detrás de esa parte de la historia—. Admití que nunca había salido del estado,
pero que quería hacerlo. Apenas sabía qué tipo de trabajo hacía la empresa de este
tipo, y lo siguiente que sé es que me están deslumbrando con historias sobre oficinas
en Washington, Dallas, Miami, Los Ángeles, San Francisco. Luego vino la oferta de
trabajo.

—Parecía que estabas en el radar de este tipo antes de que te dirigiera la palabra
—observó Holden.

Ella asintió con la cabeza.

—Yo también me di cuenta. Supongo que tenía algún tipo de criterio de selección
cuando miraba los expedientes de los graduados. Yo parecía encajar con lo que
buscaba. Quería a alguien con grandes aptitudes matemáticas y lógicas, una ética de
trabajo de obrero, pero con habilidades de oficinista, que buscara un reto y tuviera
ganas de viajar.

—Por eso elegiste San Francisco.

—Sí —dijo, pronunciando la “i” para enfatizar—. No lo supe hasta que dije que
sí al trabajo, pero al parecer había una parte de mí que siempre había querido ver el

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océano y el puente Golden Gate. Así que deseché el plan de ser policía en Tulsa y me
mudé al oeste.

—¿Qué dijo tu padre?

Ella vaciló de nuevo.

—Estaba... preocupado. Pero al final, quería que hiciera lo correcto. Es partidario


de seguir tus instintos. Mi madre y él me dieron su bendición, pero creo que todavía
hay una parte de él que piensa que cometí un error.

—¿Lo cometiste? —preguntó Holden. En lo alto, el cielo se había oscurecido por


completo y las estrellas empezaban a ser visibles. Fue entonces cuando se dio cuenta
de que el hombro de Kendall estaba apretado contra el suyo. O el de él contra el de
ella. En cualquier caso, el contacto era agradable—. ¿Cometiste un error, quiero decir?

—No creo que lo haya hecho. —suspiró ella—. Al menos no todavía. Aunque
siempre hay un mañana.

Él se rio entre dientes.

—¿Qué tipo de trabajo haces para esta gran empresa?

Dalton se dio cuenta de que se había esforzado por no decirle el nombre del lugar,
así que no iba a insistir. En los SEALs había tratado con muchas organizaciones a las
que no les gustaba hacerse publicidad. Supuso que Kendall trabajaba para una
empresa que se nutría del secretismo.

—Sobre todo análisis de datos —dijo—. Extraigo datos de muchos sitios distintos,
sobre todo financieros, y los reúno en informes que personas y departamentos muy
por encima de mis posibilidades utilizan para tomar decisiones.

—¿Te gusta el trabajo?

A lo mejor trabajaba en una empresa de inversiones analizando montañas de


datos para tomar decisiones empresariales. A él le sonaba a trabajo horriblemente
aburrido.

—Sí. —Ahí estaba esa sonrisa de nuevo, aún cegadora en la tenue luz exterior—
. Rara vez consigo ver la conexión entre mi trabajo de análisis y las decisiones que
toman, pero sé que está ahí. Y disfruto con el reto de ver algo que nadie más ve.

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Se giró hacia él, sus pechos rozaron su torso y sus curvilíneas caderas entraron
en contacto con sus muslos. Su polla se dio cuenta de inmediato y se levantó, pero él
le dijo que se comportara. Las erecciones en ropa blanca de la Marina eran dolorosas
y evidentes. Holden se obligó a pensar en estadísticas de fútbol, pingüinos en el zoo y
abdominales en el barro hasta que su pene decidió que no era nada divertido y volvió
a dormirse.

Se inclinó ligeramente hacia delante y le dio un beso rápido y ligero en los labios
perfectos y carnosos, antes de apartarse para mirarla con curiosidad. Hubiera
preferido quedarse allí y besarla durante el resto de la noche, pero estaban en público.
Y aún había muchas cosas que quería saber de ella.

—¿Tuviste que dejar tu trabajo en San Francisco para venir aquí a cursar tu
máster o pudiste trasladarte a una oficina de aquí?

Le parecía bien cualquiera de las dos opciones, siempre y cuando ella se quedara
por aquí un tiempo. No le entusiasmaba la idea de que Kendall volviera al norte de
California en cuanto terminara la carrera. La idea de estar preocupado por si se
quedaría en la zona después de terminar la carrera le hizo dudar. Técnicamente, era
su segunda cita. ¿Creía que eso significaba que eran pareja o algo así? Intentó reírse
mentalmente, pero no lo consiguió. No cuando su siguiente pensamiento fue lo
horrible que sería tener una relación a distancia si ella acababa volviendo a San
Francisco.

—No tuve que renunciar, pero no estoy segura de qué pasará cuando termine
aquí —admitió en voz baja, como si hubiera estado pensando lo mismo que él—. Puede
que tenga que volver a San Francisco o podría quedarme aquí. Depende de cómo
funcionen las cosas aquí.

Él no pudo evitar preguntarse a qué se refería con esto último, pero antes de que
pudiera preguntarlo, un sonido a sus espaldas desvió su atención en esa dirección.
Kyla asomó la cabeza por la puerta trasera del restaurante, con una sonrisa en la cara.

—¡Kendall, ven! —dijo entusiasmada, gesticulando incontroladamente con una


mano—. Hayley se está preparando para lanzar el ramo.

—Oh, qué bien —murmuró Kendall, cogiendo la mano de Holden y dirigiéndose


hacia la puerta.

Holden se rió entre dientes.

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—Algo me dice que no eres muy fan de esa tradición nupcial en particular.
¿Debería prepararme para la decepción de que no cojas el ramo?

Ella resopló por encima del hombro mientras entraban.

—Sería una buena idea. Porque de ninguna manera voy a coger esa cosa.

39
Capítulo 5
—¿SEGURO QUE NO quieres que lleve ese ramo? —preguntó Holden—. Parece
un poco pesado.

Kendall se dio cuenta de que no intentaba en absoluto ocultar su sonrisa cuando


salieron del ascensor. Le sacó la lengua.

—Gracias, pero creo que puedo manejarlo.

Él se rió.

—Sólo me ofrecía a ayudar. Sé que no querrías que esas flores se estropearan, no


después de todo lo que te costó cogerlas.

Kendall resopló. Holden se había burlado de ella durante todo el camino. No es


que pudiera culparlo por meterse con ella. Kyla le había tendido una buena trampa.
La chica prácticamente la había arrastrado a la pista de baile con el resto de las mujeres
solteras de la recepción, y luego se había colocado justo delante de todo el grupo,
mirando mal a cualquiera que invadiera su lugar privilegiado en la pista. Kendall se
había quedado detrás de la chica, pensando que Kyla estaba decidida a coger el ramo.
Las flores habían volado directamente hacia Kyla como si fueran un misil teledirigido,
pero en el último segundo, la chica se apartó ágilmente, obligando a Kendall a levantar
las manos delante de la cara para evitar que las flores la golpearan. Por desgracia, un
instinto loco se apoderó de ella y cogió el ramo.

Todo el mundo se rio como si fuera lo más gracioso del mundo, especialmente
Kyla. Había corrido por la pista riéndose como una niña de doce años en una fiesta de
pijamas, mirando hacia atrás por encima del hombro como si pensara que Kendall iba
a perseguirla y golpearla con el ramo. Probablemente debería haberlo hecho. En vez
de eso, se rio, prometiéndole a la chica que encontraría alguna forma de vengarse.

Kendall dejó que Holden se le adelantara un poco mientras caminaban por el


pasillo para poder volver a mirarle el trasero. El uniforme blanco le quedaba
espectacular. El resto de su cuerpo también.

Al ver cómo se movía, Kendall no pudo evitar recordar cómo había sido bailar
con el fuerte y sexy Navy SEAL después de que Chasen, Hayley y la mayoría de los
demás se hubieran marchado de la recepción. El DJ se portó de maravilla, poniendo

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canciones de discoteca y atenuando las luces. Holden era bueno con los pies, y cuando
la abrazó durante uno de los bailes lentos... bueno... había sido difícil recordar que era
un sospechoso y no un tío bueno al que quería arrastrar a su cueva de mujer para una
ronda de gimnasia de colchones.

Todavía estaba pensando en eso, y preguntándose dónde diablos tenía la cabeza


estos días, cuando Holden se detuvo en mitad del pasillo para mirarla.

—Estaba pensando.

—Suena peligroso —señaló ella—. Yo que tú no lo haría.

—Qué graciosa —resopló él—. Lo digo en serio. Me lo he pasado muy bien esta
noche y ahora que ha terminado oficialmente, estaba pensando que tal vez te gustaría
que quedáramos mañana.

Kendall se acercó más, invadiendo su espacio personal por puro instinto


femenino, apretando su cuerpo contra el de él y rodeándole los hombros con los
brazos. Tuvo que levantarse un poco porque él era muy alto. No es que se quejara.

—En primer lugar, me encanta la idea de salir contigo mañana —dijo en voz
baja—. Y segundo, ¿qué te hace pensar que la cita ha terminado?

Antes de que Holden pudiera hacer más que enarcar una ceja, Kendall se puso
de puntillas y lo besó, queriendo hacerle saber lo mucho que ella también disfrutó.

Holden soltó un gemido bajo, apoyó sus grandes manos en las caderas de ella y
tiró para acercarla más, Kendall apretó su cuerpo fuertemente contra el de él,
haciéndole fácil saber exactamente cuánto le gustaban sus besos. Como estaban en el
pasillo, tuvo que resistir el impulso de rodearle la cintura con las piernas. Aún no
conocía a ninguno de sus vecinos. Ponerse cachonda en el pasillo no sería la mejor
manera de hacer la primera presentación. Pero estaba segura de que enterraría sus
dedos en su pelo corto y le besaría hasta perder el sentido.

Definitivamente sabía cómo besar, y de repente se preguntó cómo se sentiría si


él pusiera su boca en algún otro lugar de su cuerpo. Sí, probablemente no era el tipo
de pensamiento que debería tener como agente de la ley federal, pero oye, ella también
era una mujer. ¡Y maldita sea, Holden estaba buenísimo!

Cuando le acercó la boca al cuello y empezó a mordisquearla, Kendall se dio


cuenta de que había llegado el momento de sacar la sesión de besos del vestíbulo y
llevarla a un lugar más privado. Negándose a pensar demasiado en el hecho de que al

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menos una parte de su cabeza estaba pensando en follarse a un sospechoso, le empujó
hacia su apartamento. Él captó la idea y rompió el beso, cogiéndola de la mano y
tirando de ella el resto del pasillo con una carcajada.

Kendall seguía riendo cuando Holden se detuvo de repente y su cuerpo se puso


rígido. Ella miró a su alrededor y vio que la puerta de su apartamento estaba
entreabierta. Había una grieta en la jamba, que iba desde la cerradura hasta el suelo.

Kendall estaba echando mano a la pistola que siempre llevaba enfundada en la


cintura antes de recordar que no la llevaba encima. En ese momento, estaba pegada al
interior de la mesita de noche de su dormitorio. No podía llevarla oculta mientras hacía
el papel de estudiante universitaria. Si alguien la hubiera visto, la descubriría en diez
segundos. Pero mientras miraba la puerta rota de su apartamento, deseó haber dicho
que al diablo con su tapadera. Odiaba estar sin su arma.

Abrió el bolso para sacar el móvil cuando Holden abrió la puerta de un empujón
y echó un rápido vistazo al interior. Alargó la mano para detenerlo, pero él ya estaba
cruzando la puerta y miró hacia atrás por encima del hombro sólo el tiempo suficiente
para hacerle un gesto que decía claramente

—Quédate ahí.

Sí, claro. Como si eso fuera a suceder.

Kendall estaba en el apartamento justo detrás de él antes de que hubiera


recorrido la mitad del salón. Él se giró y le dirigió una mirada de irritación, pero ella
fingió no darse cuenta mientras observaba rápidamente el estado del apartamento. Los
muebles estaban volcados y rotos, los cojines del sofá rajados y los libros y papeles de
la universidad esparcidos por todas partes. Aunque sólo llevara dos noches viviendo
allí y no fuera propietaria de nada, le cabreaba que alguien lo hubiera destrozado.

Dejó de pensar en los daños y se centró en comprobar si había amenazas en el


apartamento, siguiendo a Holden mientras éste se agachaba y recogía una de las patas
de su destrozada silla de escritorio. Kendall hizo lo mismo, lo que le valió otra mirada
de enfado. También la ignoró, pero al menos hizo todo lo posible por parecer la frágil
y tierna estudiante universitaria que se suponía que era. Se pegó a Holden, haciendo
ver que estaba demasiado asustada como para dejar que se alejara demasiado de ella.

No tardaron mucho en despejar el lugar, ya que no era tan grande. Un vistazo al


dormitorio y al baño confirmó que había más daños, pero no había nadie rondando
por allí.

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Kendall dejó su arma improvisada y sacó el teléfono para llamar a la policía
cuando vio algo en el suelo que la hizo dudar. No era nada obvio, sólo libros
universitarios esparcidos por el suelo cerca de su sofá. Pero era difícil pasar por alto
un libro de texto en particular que había quedado abierto justo en medio del suelo: un
grueso tomo de ciencias políticas sobre la estructura de la burocracia federal
estadounidense. El título al principio del capítulo era Oficina Federal de Investigación.

Sí, como si fuera una coincidencia.

—Voy a salir al pasillo y llamar a la policía —le dijo a Holden, dejando que su
voz sonara agitada—. ¿Tal vez podrías dar una vuelta y ver la gravedad de los daños?

Holden asintió con la cabeza, afortunadamente sin señalar que habría tenido
mucho más sentido que él llamara a la policía y ella revisara el lugar. Probablemente
pensó que ella estaba nerviosa y necesitaba salir de allí.

Encontró el nombre de Isaac en su lista de contactos y pulsó el botón de llamada.


Era exactamente el tipo de imbécil que haría algo así sin decírselo primero.

—¿Te has colado en mi maldito apartamento? —le preguntó en cuanto contestó—


. ¿Qué demonios?

—Danner pensó que a tu tapadera le vendría bien un poco de refuerzo y nuestro


perfilador sugirió que Lockwood respondería bien a este tipo de amenaza. Los agentes
aparecerán en unos minutos para tomarte declaración. Sigue el guión que te den. Y
trata de sonar como una universitaria asustada, no como una federal cabreada.

Kendall empezó a preguntarle por qué no le había enviado al menos un mensaje


de texto codificado o algo así a modo de advertencia, pero el muy imbécil le colgó.
Maravilloso.

—La policía está en camino —gritó mientras volvía al apartamento.

Holden salió del dormitorio, con el enfado claramente reflejado en el rostro.

—Tu colchón está completamente destrozado y tu armario hecho un asco, pero


al menos no parece que te hayan roto la ropa.

Ella asintió con la cabeza, agradecida de que sus compañeros federales no se


hubieran dejado llevar con sus cosas. La ropa le pertenecía de verdad. Si aquellos
imbéciles se hubieran metido con ella, se habría visto obligada a enfrentarse a alguien.
Y nadie quería ver eso.

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Holden frunció el ceño ante los papeles y libros esparcidos por el salón antes de
mirarla.

—Sabes quién hizo esto, ¿verdad?

—¿Crees que fue Isaac?

—¿Tú no?

Ella suspiró.

—Supongo que tiene sentido. Es sólo que nunca lo imaginé como ese tipo de
hombre. Nunca me había parecido vengativo cuando salíamos.

Holden enarcó una ceja.

—No sé. Parecía bastante cabreado cuando nos vio juntos. Pensé que iba a estallar
allí mismo en el bar. O que me daría un puñetazo.

De repente, Kendall se imaginó a Isaac haciendo exactamente eso y a Holden


dándole una paliza. Por alguna estúpida razón, la idea la divirtió más de lo debido.
Isaac podía ser un poco dictador cuando se trataba de ser supervisor, pero Holden era
un criminal. Era uno de los malos. No debía pensar en él como algo distinto a eso.

Entró en el dormitorio, aparentando que estaba comprobando el estado de su


ropa. En realidad, abrió el cajón superior de la mesita de noche y metió una mano
dentro, comprobando que el arma seguía allí encintada. Dio un suspiro de alivio al
sentir su sólido peso. No creía que se hubieran metido con ella, pero era una cosa
menos de la que preocuparse.

Kendall oyó voces fuera y entró en el salón para ver a dos policías uniformados
de pie frente a Holden, uno de ellos tomando notas en un bloc de espiral.

—¿Qué le hace pensar que fue un ex novio y no un asqueroso cualquiera? —


preguntó un policía fornido de pelo rizado y oscuro. Su placa decía Collins—. Por aquí
se producen robos con fuerza todo el tiempo.

—Me lo creería si el lugar no estuviera tan destrozado —dijo Holden—. Alguien


que busca cosas para vender en una casa de empeños no rajaría el sofá y tiraría su ropa
en el suelo del dormitorio. Esto es personal.

Los dos policías se miraron, pero no dijeron nada. Collins revisó el apartamento,
mientras el policía de la libreta, Ellis, le hacía preguntas sobre Isaac. Si no lo hubiera

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sabido, habría pensado que eran policías auténticos haciendo una investigación de
verdad.

Collins regresó unos minutos después, con el rostro sombrío.

—Tendrá que hablar con el casero para que le instale unas cerraduras mejores, y
sin duda investigaremos a su ex. Pero tengo que decirle que sería buena idea que se
quedara en otro sitio unos días. Sólo hasta que aclaremos esto. ¿Tiene algún amigo con
el que pueda quedarse?

—La verdad es que no —murmuró ella, dándose cuenta por fin de adónde iba
esto... y sin darle mucha importancia a la idea—. Supongo que podría quedarme en un
hotel.

—No vas a ir a un hotel —dijo Holden con firmeza—. Puedes quedarte en mi


casa.

En el momento en que Collins—si ése era su verdadero nombre—le sugirió que


se quedara en otro sitio, supo que Holden le haría la oferta. Obviamente, el perfilador
del FBI también lo sabía. Pero, aunque comprendía de inmediato las ventajas de
introducirse más en la vida de Holden, había algo en utilizar su buen carácter en su
contra que la hacía sentirse rastrera.

—Gracias, Holden. De verdad —Le dedicó una pequeña sonrisa de gratitud,


esperando que la sensación de mareo que de repente sentía en el estómago no se
reflejara en su cara—. Pero ya me siento bastante mal por haberte involucrado en esta
situación en primer lugar. Si Isaac es el que ha hecho esto, no quiero que luego destroce
tu casa.

Esperaba que Holden se riera de su preocupación. Al fin y al cabo, era un SEAL


grande y corpulento. Pero en lugar de eso, asintió con la cabeza y le devolvió la sonrisa.

—Te agradezco que te preocupes por mí, pero el hecho de que te preocupe que
Isaac venga a por mí sólo confirma que te das cuenta de lo peligroso que es. De ninguna
manera voy a dejar que te quedes sola en un hotel. Te quedas en mi casa hasta que esto
acabe.

Kendall abrió la boca para discutir, pero entonces pilló a Ellis de pie detrás de
Holden sonriendo. Al parecer, su compañero del FBI estaba muy satisfecho de lo fácil
que le había resultado engañar a Holden. El impulso de abofetear al imbécil era casi
abrumador, y le costó un esfuerzo sorprendente mantener las manos a los lados.

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Holden debió de interpretar su cambio de expresión como que estaba de acuerdo,
porque su sonrisa se ensanchó e hizo un gesto hacia el dormitorio.

—¿Por qué no recoges algo de ropa y yo cojo tus libros de texto?

Kendall casi se rió. Casi había olvidado que se suponía que estaba interpretando
el papel de una estudiante universitaria en medio de su programa de master. Por
supuesto, necesitaría sus libros.

Los dos falsos policías se marcharon unos minutos después, dejándola con
Holden y el apartamento destrozado. Si Kendall no se había sentido lo suficientemente
mal antes, definitivamente lo hizo cuando salió del dormitorio con una bolsa de fin de
semana llena de ropa, y su pistola, para verlo arrastrándose por el suelo de la sala de
estar a cuatro patas recogiendo apuntes de la universidad. Todo ello vestido de blanco.

Sencillamente, el tipo no se comportaba como ningún delincuente con el que ella


hubiera tratado.

***
—Esto es lo último.

Dejando la tercera caja de libros de texto y apuntes en una esquina de su


apartamento, Holden se acercó para reunirse con ella junto al gran sofá modular de
cuero que ocupaba el centro de su salón. Él se había quitado la camisa de vestir y el
pañuelo antes de subirlo todo del coche, y en ese momento Kendall tuvo que esforzarse
para no quedarse boquiabierta. La camiseta blanca que llevaba era muy ajustada y
mostraba todos los músculos de la parte superior de su cuerpo. Y nena, había muchos
músculos de los que hablar. Si no fuera porque aún estaba traumatizada por el robo,
probablemente estaría babeando.

—¿Quieres empezar a revisar esas notas ahora? —preguntó—. Para asegurarme


de que todo está ahí.

—Probablemente debería, pero a decir verdad, estoy demasiado cansada para


molestarme ahora mismo. Ya me preocuparé mañana. Ahora mismo, lo único que me
apetece es buscar un sitio cómodo en el sofá para dormir un rato.

Como para demostrar lo que decía, se dejó caer en el sofá con un suspiro. No es
que tuviera que actuar mucho. Era más de la una de la madrugada y estaba agotada.
Además, no era como si realmente fuera a necesitar los apuntes falsos para una clase
universitaria falsa.

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Holden sonrió.

—Buen intento, pero dormirás en mi cama. Yo me quedaré en el sofá. Quiero


estar entre tú y la puerta principal por si aparece el gilipollas de tu ex. Quiero que te
sientas segura aquí.

Kendall abrió la boca, dispuesta a decir algo sobre no querer echarlo de su propia
cama después de todo lo que ya hizo por ella, pero las palabras se le atascaron en la
garganta al darse cuenta de lo increíble que era Holden. El hombre ya había dado un
vuelco a toda su vida simplemente porque pensaba que ella estaba en peligro. Ahora,
estaba dispuesto a dormir en un sofá del salón porque pensaba que ella dormiría mejor
así. ¿Qué clase de criminal hacía eso por una completa desconocida?

—Vamos —dijo, extendiendo la mano y haciendo un gesto con la cabeza hacia el


pequeño pasillo que llevaba a la parte trasera de su apartamento.

—¿Seguro que no te importa dormir en el sofá? —preguntó ella mientras él cogía


su bolsa de viaje del suelo, junto al sofá, y la conducía al dormitorio.

Ella aminoró la marcha cuando entraron, sorprendida de lo bonito que era para
un soltero que probablemente no pasaba mucho tiempo en casa. Había una gruesa y
acogedora manta azul marino sobre la cama extragrande, que parecía comodísima, y
la habitación estaba decorada con fotos y chucherías que parecían recogidas de todas
partes del mundo. Era un espacio ecléctico y muy guay.

Se rio entre dientes.

—No te preocupes. Eres tú la que está siendo acosada y echada de su


apartamento por un psicópata. Si alguien se merece dormir bien en una cama de
verdad eres tú. Además, he dormido en ese sofá unas cuantas veces viendo la tele. Es
sorprendentemente cómodo.

Ella no dijo nada mientras él le daba una rápida vuelta por el cuarto de baño
contiguo. Había una ducha a ras de suelo, dos lavabos y un amplio tocador. Se dio
cuenta de que no había artículos de tocador cubriendo todas las superficies planas
disponibles, como en el cuarto de baño de su casa. ¿Cómo se las arreglaban así los
hombres? A veces tenía la sensación de que necesitaba una encimera separada para
poder colocar todas sus lociones y demás.

—Las toallas están en este armario —dijo, sacando una almohada y una manta
del armario de la ropa blanca—. También hay gel de ducha, pasta de dientes y cosas
así por si se te olvida algo.

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Ella sonrió, tratando de imaginar qué tipo de gel de ducha usaba un Navy SEAL.
Algo exfoliante con burbujas. O papel de lija de grano veinte.

Holden salió del dormitorio y se detuvo en una de las cómodas para abrirla y
sacar unos pantalones cortos y una camiseta. Cuando llegó a la puerta, se detuvo y se
volvió para mirarla.

—Por cierto, no lo decía por decir. Puedes quedarte aquí el tiempo que necesites.

—Te lo agradezco —dijo ella, y lo decía en serio—. Estoy segura de que la policía
hablará con Isaac, si es que fue él quien destrozó mi casa, y lo aclarará todo. Eso espero.

Holden se encogió de hombros, y ella no pudo evitar apreciar la forma en que los
músculos de su pecho y hombros se flexionaban y agrupaban bajo la camiseta.

—Si no encuentran la manera de resolver la situación, siempre puedo localizar a


tu ex y darle una paliza por ti, y luego tirarlo al puerto cuando termine.

Ella se rió, pero luego se detuvo.

—Estás de broma, ¿verdad?

Él se rió mientras salía de la habitación.

—Por supuesto, estoy bromeando. Nunca lo tiraría al puerto. Un pez podría


ahogarse con él.

Ella se quedó en la puerta, mirando cómo él tiraba la almohada y la manta en el


sofá.

—Sigues bromeando, ¿verdad?

Sinceramente, no estaba segura. Después de todo, era un SEAL. Probablemente


conocía cien maneras diferentes de matar a alguien.

Él volvió a reírse y apagó las luces.

—Buenas noches, Kendall.

Kendall se quedó donde estaba, espiándole mientras se quitaba la camiseta. Él


estaba dándole la espalda y ella vislumbró unos hombros anchos y unos músculos
ondulantes. Le entraron unas ganas irrefrenables de verle quitarse el resto de la ropa,

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pero cuando él se llevó la mano a la parte delantera de los pantalones, ella dio un paso
atrás y cerró lentamente la puerta del dormitorio.

Dejando escapar un suspiro, se apoyó en ella, casi ahogada por un repentino


remolino de emociones confusas. Holden era un mal tipo, un ladrón. Cuando
consiguiera lo que quería de él, lo arrestarían y lo enviarían a la cárcel. Pero en ese
momento, estaba durmiendo en el sofá para que se sintiera segura.

¿Qué clase de criminal hacía eso?

49
Capítulo 6
—TE DIJE que controlaras el ritmo —dijo Holden, con una sonrisa cómplice en
la cara mientras Kendall apartaba el plato de papel lleno de comida con un suspiro—.
La idea es que piquéis un poco de cada taco para que probéis muchos tipos diferentes.
Así podréis votar vuestro favorito. No tenías que comértelo todo.

Kendall miró los tres tacos de carne en el plato y se encogió de hombros.

—El primero estaba tan bueno que no pude contenerme.

Cuando Holden le sugirió que tomara un desayuno ligero aquella mañana, ella
no había entendido por qué. Incluso después de que él le dijera que iban a reunirse con
algunos de los chicos de su equipo en Golden Hill Park para la 4ª Tacotopía Anual,
ella seguía sin entender nada. ¿Qué demonios era Tacotopía? Pero cuando llegaron al
gran recinto al aire libre y vio las hectáreas de carpas con comida y cerveza, los
escenarios con música en directo y los juegos instalados por todas partes, se dio cuenta
de que la había traído a un festival monstruoso con más de sesenta vendedores de
tacos de todo el sur de California y México. Se suponía que todo era una competición,
pero ¿quién demonios podía comerse sesenta tacos? Aunque comieras un bocado de
cada uno, era demasiado.

Al otro lado de la mesa, Kimber y Kyla parecían tan llenas como ella, algo que
Holden, Dalton y Wes parecían encontrar divertido.

—¿Cómo vais a votar el mejor taco de aquí? —preguntó Wes riendo—. Apenas
habéis comido nada.

—Puedes comerte mi parte y votar dos veces —dijo Kyla, dedicándole una
sonrisa.

Wes le devolvió la sonrisa, pero no dijo nada. Al cabo de un momento, apartó la


mirada. Aunque Kyla trató de ocultarlo, Kendall vio un destello de lo que sólo podía
llamarse dolor en los ojos de la chica. Kendall pensó que, después de la noche anterior,
los dos habrían superado su timidez. Era obvio para cualquiera que los viera que se
gustaban.

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Wes se aclaró la garganta y se levantó, señalando con la cabeza hacia las tiendas
de comida.

—Vuelvo a por unos segundos. ¿Alguien más?

—Me apunto —Holden la miró—. ¿Quieres algo?

Kendall negó con la cabeza.

—Estoy bien, gracias.

—Parece que Holden y tú congeniáis —dijo Kimber mientras Holden y los otros
chicos desaparecían entre la multitud.

Kendall se sorprendió cuando sintió que se sonrojaba. Mierda, ella nunca se


ruborizaba.

—Holden es un chico fácil de querer. De hecho, es bastante increíble.

—No voy a discutir eso contigo —La boca de Kimber se curvó—. Mi hija está
viva hoy gracias a él. Dalton fue increíble, por supuesto, y le quiero con locura. Y Wes
hizo más de lo que jamás podré agradecerle, también. Pero si no hubiera sido por
Holden y todo lo que hizo para ayudarnos a entrar en la empresa donde yo trabajaba
nunca la habríamos recuperado de esos secuestradores.

—Recuerdo que hablasteis de eso en la cena de ensayo —dijo Kendall. Tenía que
ir con cuidado, ya que se suponía que no sabía de qué estaba hablando Kimber—. Sin
embargo, no lo entendí del todo. ¿En serio tu hija fue secuestrada por terroristas?

Kimber asintió con la cabeza, contándole cómo Emma había sido secuestrada por
un grupo de extranjeros chinos en un salvaje complot para apoderarse de una pieza de
tecnología informática de alta tecnología que su empresa estaba desarrollando para el
Departamento de Defensa. Kendall había leído los informes del FBI, por supuesto,
pero era completamente distinto oírlo desde la perspectiva de una madre. Podía sentir
el terror en la voz de Kimber cuando describía cómo se sintió al darse cuenta de que
se habían llevado a su hija, luego la excitación nerviosa cuando hablaba de irrumpir
en las instalaciones de alta seguridad para robar los chips y poder canjearlos por su
hija y, por último, el alivio cuando tuvo a Emma de nuevo en sus brazos.

—¿Y Holden fue el que ideó el plan y vino con el equipo para romper la
seguridad de esa instalación de alta tecnología? —preguntó Kendall

51
despreocupadamente—. Vaya. Nunca me había dado cuenta de que el allanamiento
de morada era algo que enseñaban a hacer en los SEALs.

Kimber se rió.

—Estoy bastante segura de que Holden poseía esos talentos particulares mucho
antes de convertirse en SEAL. Las cosas que pasaron mientras estábamos en San
Francisco me hacen pensar que tuvo una educación muy particular.

Aunque eso coincidía con lo poco que Kendall sabía de la adolescencia tardía de
Holden, aún así se encontró inclinada hacia delante con interés. Al otro lado de
Kimber, Kyla parecía igual de intrigada.

—Bueno, no nos dejes colgadas —dijo Kendall—. Cuéntanos.

—Realmente no puedo decirlo con seguridad porque Holden no habla mucho de


su pasado, pero sé que hubo algún tipo de problema después de que todo terminara
—dijo Kimber—. Creo que tenía algo que ver con el favor que le debía a quienquiera
que le prestara el equipo que utilizamos para irrumpir en mi empresa.

—¿Qué tipo de problema? —pinchó Kendall.

—Holden y Wes estuvieron fuera mucho tiempo recogiendo el material y,


cuando volvieron, parecía que ambos se habían peleado.

Kyla abrió los ojos como platos.

—¿Una pelea?

Kimber asintió con la cabeza.

—Ninguno de los dos habló de lo que pasó, y Dalton se negó incluso a preguntar.
Una especie de estúpido código de hermanos o algo así.

A Kendall le costó contener la emoción. Aquella era la noche anterior a que


alguien robara la Llave de la NSA. La cronología era demasiado perfecta para ser una
coincidencia. Y la parte en la que Holden le hacía un favor a la persona que les
proporcionó el equipo que habían utilizado para irrumpir era muy interesante.

52
Algo le decía que incluso podría ser la clave7 de todo, sin querer hacer un juego
de palabras.

Como no quería que ninguna de las dos se diera cuenta de lo interesada que
estaba en todo aquello, Kendall cambió de tema y preguntó dónde estaba Emma hoy.

—Tiene una cita de juegos con Erika —Kimber sonrió—. Es la hija pequeña de
Trent y Lyla. Es unos años mayor que Emma, pero las dos se han convertido
rápidamente en muy buenas amigas.

Kendall recordaba vagamente haber conocido a una niña de pelo largo y rubio
platino en la cena de ensayo. Trent y Lyla sólo se quedaron un rato antes de tener que
irse porque la niña se había quedado dormida en el hombro de su padre. Pero
recordaba a la niña como una monada.

Estaba a punto de preguntar si Trent y Lyla tenían una loca historia romántica
sobre cómo se habían juntado, como Kimber y Dalton, cuando Holden y los otros dos
SEALs regresaron con su segunda ración de tacos y cerveza. En todo caso, parecía que
esta vez habían comido más que antes.

—Si sigues comiendo así, esos abdominales serán cosa del pasado —se burló en
voz baja cuando Holden se sentó a su lado.

Él resopló mientras cogía uno de los tacos que había traído.

—Por favor. Trabajaré estas calorías antes de las ocho de la mañana.

Mientras miraba toda la comida que había en su plato, a Kendall le costaba creer
que alguien pudiera hacer tanto ejercicio. Entonces captó el ardor en sus ojos oscuros
cuando la miró y se preguntó exactamente qué tipo de ejercicio tenía en mente.

***
—¿No temías que te arrestaran? —preguntó Kendall mientras paseaban por el
parque una hora más tarde—. Quiero decir, tenías que saber que era una posibilidad
cuando decidiste irrumpir en una instalación de alta seguridad como en la que
trabajaba Kimber.

Holden pasó el brazo por la cintura de Kendall y tiró de ella para acercarla. Se
dijo a sí mismo que sólo lo hacía para evitar que se viera obligada a bajar de la acera y

7
N. del T.: En inglés Key. Llave, clave…

53
caer en la hierba embarrada por la multitud de gente que se movía a su alrededor. Pero
en realidad, le gustaba estar cerca de ella mientras caminaban. La forma en que su
cadera rozaba su muslo era sexy de una manera que le costaba describir.

—Sí, sabía que ser arrestado era algo que podía pasar —dijo—. No era muy
probable, por supuesto, ya que realmente sé qué diablos estoy haciendo cuando se
trata de robar cosas. Pero la verdad es que ni antes ni después pensé mucho en ello.
Dalton dijo que necesitaba ayuda, así que le ayudé.

—¿Así de fácil? —Ella lo miró—. ¿Tu compañero de equipo dice que necesita tu
ayuda y tú violas una docena de leyes, sin hacer preguntas?

—Más o menos —dijo sin dudar—. Dalton es como de la familia para mí. Todos
mis compañeros de equipo lo son. No hay nada que no haría por ellos.

Kendall dejó de caminar justo en medio de la acera abarrotada, obligando a la


gente a fluir a su alrededor mientras ella se giraba para mirarle. No podía verle los ojos
porque llevaba gafas de sol, pero tuvo la sensación de que lo miraba pensativa.
Esperaba que le dijera que estaba loco, que la gente de verdad no se arriesgaba a ir a
la cárcel por sus compañeros de trabajo. En lugar de eso, siguió estudiándole, como si
intentara averiguar cuál era su principal defecto. No estaba seguro de lo que
finalmente había decidido, pero debía de ser algo que la satisfizo, porque le cogió de
la mano y empezó a andar de nuevo.

—¿Y tu verdadera familia? —Ella le miró—. ¿También entras en edificios de alta


seguridad por ellos?

Él resopló ante los recuerdos que despertaron aquellas preguntas.

—Admito que infringí algunas leyes por mi madre cuando era más joven, pero
de eso hace mucho tiempo. Sin embargo, nunca entré en ninguna instalación de alta
seguridad por ella. Pero también fue hace mucho tiempo. Puede que lo haya olvidado.

Se apartaron del camino de un gran grupo de universitarios borrachos como


cubas y se detuvieron junto a una de las carpas de comida. Aunque había comido
suficientes tacos para cuatro personas, los deliciosos aromas que emanaban del lugar
le hacían la boca agua.

—Hablas en serio, ¿verdad? —preguntó ella, con aquellos ojos vibrantes clavados
en él—. ¿Llevas haciendo este tipo de cosas desde que eras niño?

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Él se encogió de hombros, sin saber por qué estaba hablando de esto con ella.
Normalmente no hablaba de su pasado con la gente, ni siquiera con sus compañeros
de equipo. Pero había algo en Kendall que le hacía querer contárselo todo. Tal vez
fuera su rostro abierto y sincero. Pero lo más probable es que estaba tan buena que le
contaría todos sus secretos sólo por tener la oportunidad de estar cerca de ella.

—Crecí en la parte más cutre de San Francisco que puedas imaginar —dijo en
voz baja—. Mi padre era un saco de mierda que entró y salió de la cárcel media docena
de veces antes de que yo empezara el instituto. Un día salió en libertad condicional y
nunca volvió a casa. Apenas me di cuenta.

Apreció que no le mirara como si fuera un cachorro al que han dado patadas. Ésa
era la respuesta habitual que recibía en las raras ocasiones en las que hablaba de su
infancia. Lo odiaba.

—Entonces, ¿tu madre te crió sola? —preguntó en voz baja.

—No tanto —murmuró él, sonriendo aunque no le apetecía. Observaba a la gente


que se movía por el parque, no porque le interesara lo que hacían, sino porque le daba
algo que hacer, además de mirar a Kendall—. Mi madre fue adicta a la metanfetamina
buena parte de su vida, y yo acabé cuidando de ella más que al revés. Pagar las facturas
y ser un adulto responsable a los catorce años puede ser un poco duro.

—Así que empezaste a robar cosas —dijo Kendall en voz baja. No era una
pregunta—. ¿Lo hacías solo o estabas en una banda?

La miró bruscamente. Esa última parte había sido muy astuta... para una
estudiante universitaria. Pero entonces recordó que Kendall estaba acostumbrada a
escarbar en montañas de datos y sacar información vital a diario en su trabajo. Aun
así, estaba muy lejos de hacer números en una empresa de inversiones—que él estaba
bastante seguro de que ella hacía para ganarse la vida—y esto. Era casi como si
estuviera hablando con un psiquiatra... o con un policía.

—Estuve solo durante un tiempo —admitió, recordando aquellos días locos en


los que hacía cualquier cosa para conseguir el dinero suficiente para pagar el alquiler
y tener comida en la mesa. Incluso solía sacar dinero de las máquinas expendedoras.
Comprar comida con montones de monedas de cinco, diez y veinticinco centavos le
había valido miradas extrañas—. Después de un tiempo, acabé en el punto de mira de
una de las bandas y me reclutaron. Yo no quería formar parte de una banda, pero no
tenía muchas opciones. Me ayudaba a pagar las facturas.

55
Kendall le subió la mano por el brazo, se la apoyó en el hombro y le animó a
acercarse. Ignorando la multitud que los rodeaba, él le rodeó la cintura con un brazo y
tiró de ella. Su polla se excitó de inmediato ante la proximidad de su cuerpo. Bueno, la
proximidad de una parte concreta de su cuerpo. Mentalmente le dio una bofetada a su
erección, diciéndole que se comportara.

—No te lo tomes a mal, pero ya que estabas en una banda, tengo que saberlo —
dijo ella con curiosidad—. ¿Estás cubierto de tatuajes de banda bajo esa ropa y alguna
vez te detuvo la policía?

Holden soltó una risita. Vale, eso le pilló completamente desprevenido.

—No tengo tatuajes de banda —le dijo—. Siempre pensé que era bastante
estúpido anunciar tus asociaciones criminales para que el mundo las viera. Y no, nunca
me arrestaron. Era demasiado bueno para eso.

Ella se rió y Holden casi gimió cuando sintió su estómago apretarse y flexionarse
contra el suyo. Maldita sea, lo que no haría por meter los dedos, por no hablar de la
lengua, en aquel vientre tonificado en aquel momento. El Señor Rígido se animó al oír
eso.

Abajo, chico.

Ella se inclinó hacia él, rozándole la boca mientras le apretaba la erección. Algo
le decía que sabía exactamente lo que le estaba haciendo y que no le importaba que
estuvieran en un parque público abarrotado.

—¿Qué pasó después? —preguntó—. ¿Cómo saliste de la banda?

Por mucho que lo intentara, Holden no podía evitar la avalancha de recuerdos


que traía consigo aquella pregunta. Algunos eran buenos, pero la mayoría no. Aunque
le encantaba hablar con Kendall, no le apetecía ir tan lejos en el camino de los
recuerdos. Era profundo, oscuro y deprimente como el infierno.

—Alguien un poco más... organizado es la mejor manera de decirlo, supongo, vio


las cosas que yo podía hacer. Me sacó de la banda y me metió en su organización. Allí
aprendí a hacer las cosas que hacía en San Francisco —Holden sintió que se le dibujaba
una sonrisa en la comisura de los labios—. De hecho, aprendí muchas cosas de él.

—¿Es él la razón por la que acabaste en los SEALs?

56
Holden pensó en mentir. Sin duda sería más fácil. Pero la idea de no ser sincero
con Kendall le parecía mal. Decidió decir una verdad a medias.

—La verdad es que no. Pero podría haberme puesto las cosas difíciles y negarse
a que me marchara de la organización. No lo hizo. Siempre se lo he agradecido.

—¿Por qué los SEALs?

Holden se rió entre dientes. Era una pregunta más fácil de responder.

—Me gusta nadar. Supuse que tendría la oportunidad de hacerlo mucho como
SEAL.

Esperó a que Kendall hiciera algún comentario al respecto, pero en lugar de eso,
ella se levantó y le rodeó el cuello con los brazos, tirando suavemente de él para
besarle. Él gruñó y su polla se endureció tan rápido que casi le dolió. Kendall soltó un
pequeño gemido.

Pensó en la noche anterior y en lo difícil que había sido dormir en el sofá sabiendo
que Kendall estaba medio vestida en su cama, a sólo unos metros de distancia. La había
oído moverse varias veces durante la noche y fue muy duro no levantarse para ver si
ella prefería hacer algo más que dormir.

Kendall fue quien finalmente rompió el beso. Lo que probablemente fue algo
bueno porque no había forma de que él se detuviera de otra manera.

Ella lo miró con una expresión de puro asombro en su rostro.

—No sé si te das cuenta, pero eres increíble.

Su risita se convirtió en otro gruñido mientras ella se contoneaba


subrepticiamente contra su erección. Estaba tan excitada como él. Tal vez había llegado
el momento de que dejaran de jugar y de actuar como si no supieran exactamente
adónde iba todo aquello. Holden se había tomado su tiempo porque creía que era lo
que ella necesitaba. Ahora se daba cuenta de que no necesitaba que la trataran con
guantes de seda.

—¿Estás lista para salir de aquí? —preguntó.

Ella sonrió.

—Pensé que nunca lo preguntarías.

57
Riéndose de nuevo, Holden se dio la vuelta para guiarla hacia la salida del
parque y estuvo a punto de chocar con Wes.

—No contestabas al móvil —le dijo. Por la expresión de diversión en la cara de


Wes, sabía exactamente lo que había interrumpido—. Me imaginé que no querrías
perderte el anuncio del ganador del concurso de tacos. Venga, vamos. Tenemos un
sitio reservado cerca del escenario.

Sonriéndoles, Wes se fue en esa dirección.

—¿Qué te parece? —Preguntó Holden—. ¿Deberíamos abandonarles?

—¿Y marcharnos antes de saber quién es el ganador? —Kendall contraatacó con


una mirada de fingido horror—. Nunca podría soportar el suspense de no saberlo.

Holden se rió. Mientras caminaban de la mano por el parque hacia el escenario,


no pudo evitar preguntarse cómo había tropezado con alguien tan increíble. Ella era
perfecta para él.

58
Capítulo 7
KENDALL TUVO QUE evitar correr cuando se acercaron a la puerta del
apartamento de Holden. Llevaba todo el día deseando quedarse a solas con él, y eso la
estaba volviendo loca poco a poco. Estaba excitada desde que se besaron en el parque,
y se había vuelto más intenso mientras esperaban a que se anunciara el ganador de
Tacotopía. Resultó ser una chef de Los Ángeles que había optado por un enfoque
sorprendentemente tradicional con su relleno de ternera y cordero. Algo relacionado
con carne curada y pimientos finamente picados. Kendall no entendía la sutileza de la
receta, pero, por otro lado, hacer café era complejo para ella. Cuando Kyla se rio de los
refunfuños de Wes, Kendall comprendió por qué todos estuvieron tan ansiosos por
saber quién era el ganador: hicieron apuestas al respecto. Wes, que había probado
veinte tacos diferentes, perdió, mientras que Kyla, que sólo comió un taco, había
ganado.

Después de anunciar al ganador, todos se quedaron en el parque Golden Hill


durante una hora, esperando a que la multitud se dispersara. Se había quedado
abrazada a Holden mientras hablaban, escuchando a medias la conversación mientras
su erección le presionaba el trasero, haciéndole saber claramente cuánto la deseaba.
Kendall también le deseaba. No porque acostarse con él la acercara mucho más a
encontrar el juguete tecnológico de la NSA, sino porque era atractivo, dulce, protector
y lo más parecido a la perfección que podía ser un hombre... aunque fuera un criminal.

Ella ya sabía algunas de las cosas que él le confió en el parque por el expediente
que el FBI había recopilado sobre él. Que perteneció a una banda, pero que nunca le
detuvieron. Que su padre fue un delincuente de poca monta que abandonó a Holden
y a su madre cuando era niño.

Sin embargo, se sorprendió cuando Holden dijo que dejó la banda para trabajar
para alguien vinculado al crimen organizado. No había nada al respecto en los
archivos. Era algo que merecía la pena investigar.

Pero a pesar de lo potencialmente trascendental que fue ese fragmento de


información, no era en lo que estuvo pensando la mayor parte del tiempo. En vez de
eso, era en el dolor que llenó sus hermosos ojos todo el tiempo que había hablado de
su madre. Era una imagen que no podía quitarse de la cabeza.

59
Aunque Holden no había dicho nada sobre la muerte de su madre, su expediente
del FBI sugería que fue por una sobredosis de drogas. ¿Cómo demonios un chico había
superado algo así para convertirse en un SEAL condecorado... y con la personalidad
de un príncipe? Ella no podía imaginarse cuidando de su familia a los catorce años.

—¿Quieres pedir pizza o algo? —preguntó Holden mientras cerraba la puerta


tras ellos y la seguía por el salón.

Era lo máximo que había dicho desde que salieron del parque. ¿Lamentaba haber
revelado tantas cosas personales antes? ¿O simplemente estuvo introspectivo en el
camino de vuelta a su casa?

Kendall se giró y se echó en sus brazos. Las manos de él se posaron en su cintura,


tirando de ella. Podía sentir su polla semidura presionándole la barriga a través de la
ropa.

—Estás bromeando sobre comer algo, ¿verdad? —dijo—. Porque todavía estoy
llena de los tacos que comí antes.

Él le mostró una sonrisa.

—Entonces, si no te apetece pizza, ¿qué otra cosa podemos hacer para


entretenernos?

Ella le devolvió la sonrisa, frotándose ligeramente contra su erección.

—No lo sé. Podríamos quedarnos frente al televisor. Creo que el Canal Historia
emite esta noche un maratón de Barbarians Rising. Puede que nos hayamos perdido
algo del principio, pero seguro que no es demasiado tarde para ver Espartaco y Atila
el Huno.

Él enarcó una ceja.

—Maratón de Barbarians Rising, ¿eh? Tengo que admitir que no era exactamente
lo que tenía en mente.

—¿En serio? ¿Qué propones en su lugar?

—Esto.

Deslizando la mano en el pelo, le echó la cabeza hacia atrás y la besó tan fuerte
que pensó que se le iba a poner la carne de gallina. Ella se abandonó a la sensación de

60
sus labios sobre los suyos, abriendo la boca para que su lengua entrara a jugar,
gimiendo de placer por lo bien que sabía.

Kendall estaba tan concentrada en la sensación de sus increíbles labios que no se


dio cuenta de que él había deslizado las manos por sus caderas hasta acariciarle las
nalgas. Con un suave impulso, despegó los dedos de los pies del suelo y sus piernas
subieron para rodear su cintura con un movimiento tan natural como respirar. Juntó
los tobillos a la espalda de él y su erección se clavó en el pliegue entre sus piernas. Se
estrechó contra él, sin poder resistir el impulso de cabalgarlo.

Holden siguió besándola mientras echaba a andar. Kendall estaba segura de que
se dirigían directamente a su dormitorio, lo cual le habría parecido bien. Había
dormido en su cama la noche anterior y sabía que era cómoda. No le cabía duda de
que sería aún más cómoda si Holden estuviera allí con ella. Pero en lugar de eso, el
corpulento SEAL la llevó hasta el sofá y la recostó en su respaldo. Sólo entonces se
apartó para mirarla fijamente, con los ojos oscuros de hambre.

Le tiró de la camisa por encima de la cabeza al mismo tiempo que ella le


desabrochaba el cinturón. Era una locura, pero de todos modos lo estaba haciendo. Y
si una parte de ella cuestionaba la ética de su decisión, le decía tranquilamente que se
callara la boca.

Kendall acababa de desabrocharle los botones de los 501 y estaba metiendo la


mano en la erección que había estado rozando durante todo el día cuando el zumbido
del teléfono móvil cortó el aire lujurioso del apartamento.

—No contestes —murmuró ella, todavía enfrascada abriéndole los malditos


vaqueros.

—Tengo que hacerlo —Dejó de ocuparse del cierre de su sujetador y sacó su


teléfono del bolsillo trasero—. Aunque me muera de ganas de desnudarte, siempre
estoy de servicio —Se acercó el teléfono a la oreja—. Lockwood.

Holden se apartó un poco de ella, como si quisiera poner un poco de distancia


entre su erección y el calor palpitante entre las piernas de ella. Kendall se rió y le agarró
la cintura de los vaqueros, tirando de él para que se acercara de nuevo.

—Enseguida voy —le dijo.

Por alguna razón, esas palabras le produjeron una inusual sensación de


preocupación. La llamada había estado relacionada con el trabajo, y los SEAL no
dejaban el trabajo a medias.

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—¿Tienes una misión? —preguntó nerviosa, sin saber por qué le preocupaba.

Ah, sí. Porque es el principal sospechoso del robo de un ingenioso equipo de espionaje de
la NSA y, si él abandona el país, nunca recuperaremos la pieza.

Sí, por eso estaba preocupada de repente. Cierto.

—Podría ser una misión —dijo mientras se dirigía al dormitorio—. Pero podría
ser cualquier cosa. Una misión en el mundo real, un despliegue, un ejercicio de
entrenamiento. Diablos, podría ser una prueba de orina y yo no lo sabría hasta que
alguien me diera una botella. Así es como funciona. Me dicen que salte y ni siquiera
me molesto en preguntar a qué altura.

Hasta cierto punto, Kendall entendía lo que Holden decía. Su trabajo era un poco
así. Pero el despliegue y las misiones terroristas en algún país lejano no era algo con lo
que ella tuviera que lidiar nunca.

Mientras le seguía a la habitación en la que había dormido la noche anterior—y


que había planeado compartir con él esta noche—Holden se sacó la camisa por encima
de la cabeza.

Oye, se suponía que ese era mi trabajo.

—Entonces, ¿no tienes ni idea de cuándo podrías volver?

Ella apoyó el hombro en la jamba de la puerta, observando cómo él se despojaba


de su ropa interior. Dejó que su mirada recorriera todo aquel impresionante cuerpo
sin sentirse culpable ni por un segundo. Antes de que sonara el maldito teléfono,
habían estado a punto de desnudarse y ponerse cachondos. En su mente, eso
significaba que tenía privilegios de visión. ¿Verdad?

Además, a Holden no parecía importarle que se quedara embobada.

Se encogió de hombros mientras se ponía un uniforme azul de camuflaje. Si no


estuviera tan decepcionada por ver cómo se tapaba toda aquella piel expuesta, se
habría preguntado por qué la Marina se molestaba en usar camuflaje. No es que
hubiera árboles azules detrás de los que esconderse.

—Lo más probable es que sea algún tipo de ejercicio. Suele haber un murmullo
en el cuartel general cuando se prepara algo grande y no he oído nada. Si tengo suerte,
sólo serán un par de días.

62
Se sentó en la cama, se calzó un par de botas desgastadas y la miró mientras se
las abrochaba.

—Si necesitas algo mientras estoy fuera, el número de Kimber está en una lista
de llamadas colgada en la pared junto al teléfono de la cocina. El número de Felicia
también está ahí. Pero si tienes un problema con Isaac, quiero que llames a Kurt. Lo
recuerdas de la boda, ¿verdad? Está retirado y siempre está disponible. Incluso si
sugieres una sensación extraña en el fondo de tu mente, él tendrá media docena de
SEALs armados donde los necesites en diez minutos. ¿De acuerdo?

Kendall asintió con la cabeza, asombrada de que él se centrara por completo en


su seguridad cuando no tenía ni idea de adónde demonios se dirigía dentro de treinta
minutos. Le preocupaba de verdad que Isaac fuera a por ella mientras él estaba fuera
haciendo mierda SEAL. ¿Qué demonios? ¿Cómo era posible que un hombre fuera tan
increíble?

—¿Podrás llamar? —preguntó ella, sin darse cuenta de que esa era la pregunta
que estaba haciendo hasta que las palabras ya habían salido de su boca.

Él frunció el ceño.

—Tal vez. Lo haré si puedo.

Terminó de ponerse las botas, cogió la gorra de encima de la cómoda y pasó junto
a ella, caminó por el pasillo y entró en la cocina. Ella le siguió.

Cogió un bolígrafo de la encimera y escribió algo en el bloc de notas que había


junto al teléfono.

—Aquí está la contraseña de mi cuenta de Netflix. Y aquí está la de mi ordenador,


por si Isaac estropeó el tuyo cuando entró —Golpeó con el dorso del bolígrafo un menú
de comida para llevar que colgaba de la nevera—. En este sitio hacen unas pizzas
increíbles. Pido allí tan a menudo que me tienen en una cuenta, así que siéntete libre
de pedir lo que quieras —Señaló una llave en un gancho cerca del teléfono—. Y esta es
la llave extra del apartamento.

Antes de que ella pudiera decir nada, él se puso la gorra y se dirigió a la pequeña
entrada para recoger las llaves de la mesita que había allí. Con el aliento entrecortado
en la garganta, Kendall se apresuró a seguirlo, con el impulso de impedir que se
marchara más fuerte de lo que hubiera imaginado.

—Ten cuidado —le dijo.

63
Maldita sea, ¿por qué demonios le latía tan fuerte el corazón? No era su novio.
Era un criminal al que tenía que meter en la cárcel.

La boca de Holden se curvó hacia arriba.

—Lo haré. Intenta no preocuparte, ¿vale? Volveré pronto.

La cogió de la mano, la estrechó entre sus brazos y la besó. Ella le devolvió el


beso, sorprendida al darse cuenta de que tenía lágrimas de verdad en los ojos.

Entonces, tan rápido como empezó el beso, terminó. Y Holden salió por la puerta,
dejándola para recuperar el aliento y averiguar qué demonios estaba haciendo.

Kendall se acercó de nuevo al sofá y se sentó, mientras su ritmo cardíaco tardaba


una eternidad en volver a la normalidad. Tal vez fuera bueno que Holden tuviera que
irse. Sí, había complicado mucho el caso, pero desde un punto de vista positivo, quizá
era lo que necesitaba para volver a tener la cabeza en su sitio. Era una agente del FBI,
no una esposa militar agonizando porque su marido se iba a la guerra, y era hora de
que empezara a actuar como tal. Holden era un mal tipo.

Cogió el mando de la tele y eligió un canal al azar, resoplando cuando se encontró


viendo un documental sobre Atila el Huno. Sí, eso era lo que necesitaba. Un rato a
solas con su bárbaro favorito.

64
Capítulo 8
—¿NO CREES que realmente nos harán correr todo el camino a casa, verdad? —
preguntó Sam esperanzado mientras el intenso sol mexicano hacía todo lo posible por
freírlos en trocitos crujientes. Al menos Holden estaba bastante seguro de que era la
costa mexicana por la que estuvieron corriendo desde el amanecer. En realidad, por
muy accidentado que fuera el terreno rocoso de esta zona costera, bien podrían haber
estado en algún lugar del sur de California, salvo que no habían visto a nadie en las
últimas seis horas. Eso excluía a California, ya que era casi imposible caminar quince
metros por una playa californiana sin tropezar con alguien.

Con el Estado Dorado fuera del menú y la temperatura del aire siendo demasiado
caliente para Oregón, eso dejó a México como la única opción lógica. Probablemente
el lado occidental de la península de Baja California. Lo que significaba que si
esperaban correr todo el camino de regreso a San Diego, se necesitaría una semana o
dos y algunos pasaportes.

—Yo no me preocuparía por eso —resopló Dalton con un gruñido cansado


mientras Noah, Wes y él trotaban por la playa varios metros por delante de Holden y
Sam. Los cinco llevaban el equipo táctico completo, chalecos de Kevlar y armas
incluidas—. Puede que al cuartel general le excite hacernos correr hasta quedarnos sin
suelas, pero incluso ellos se dan cuenta de que no tiene mucho valor como
entrenamiento hacernos correr hasta que nos desmayemos.

Era obvio que Dalton no estaba encantado de estar aquí, pero como Chasen
estaba de luna de miel, la CIA había insistido en que hubiera un quinto miembro para
este entrenamiento, aunque seguían negándose a decirles oficialmente lo que se
suponía que iban a hacer.

Más allá de hacerles sudar la gota gorda en el entrenamiento.

—Creo que le estás dando demasiado crédito al Cuartel General —dijo Noah—.
A veces creo que hacen cosas así porque creen que eso forja el carácter.

Ese comentario se ganó unos cuantos resoplidos de diversión, de Holden


incluido. Ninguno de ellos tenía energía para gastar en risas. Holden no se sorprendió.
Puede que él y sus compañeros de equipo fueran algunas de las tropas de operaciones
especiales con mejor condición física del planeta, pero llevaban moviéndose sin parar

65
desde mucho antes de medianoche, cuando un CV-22 Osprey los recogió en la Estación
Aérea Naval de North Island y los transportó a la cubierta de un carguero sin
identificación ni iluminación.

Hasta que no llegaron al barco, Holden no se dio cuenta de que se encontraban


en otro ejercicio de entrenamiento relacionado con el mismo escenario en el que habían
trabajado la semana anterior. Pero este ejercicio era diferente del primero. En lugar de
despejar la nave, esta vez ya la habían asegurado y tenían que localizar y capturar a
varios terroristas que se escaparon.

Al principio parecía sencillo. Subirse a una lancha zodiac, perseguir a unos malos
de mentira y volver a casa con Kendall para el desayuno. Pero el maldito asunto había
acabado llevándoles toda la noche, ya que se vieron obligados a correr durante horas
para atrapar a tres terroristas de mentira que probablemente corrían maratones campo
a través por diversión los fines de semana, mientras corrían por dinero de lunes a
viernes.

Concluyeron el ejercicio justo antes del amanecer, sólo para descubrir que no
habían terminado. Después de entregar a los prisioneros capturados, les dijeron que
tenían que ir a pie hasta el punto de extracción a 16 kilómetros de la playa. Sin
embargo, cuando llegaron allí, no había ni un pájaro esperando. Sólo un mensaje que
explicaba que el lugar había sido comprometido y que debían trasladarse a la siguiente
ubicación. Cuando llegaron allí, encontraron el mismo mensaje. Era obvio que alguien
les estaba fastidiando. Sin duda, ese mismo alguien probablemente estaba cabreado
por haber atrapado a los malos antes de lo que se suponía.

—¿Crees que realmente habrá un helicóptero en el próximo punto de extracción?


—preguntó Sam dubitativamente.

El chico estaba cansado, pero todavía mantenía una buena velocidad en la arena
compacta cerca de la orilla, incluso con todo el equipo táctico que llevaba puesto.

—Eso espero —murmuró Wes—. Estoy listo para largarme de esta playa e irme
a casa. Preferiblemente antes de mañana por la noche.

—Suenas como un hombre preocupado por perderse una cita —se burló
Dalton—. ¿Por fin vas a salir con Kyla?

—No es una cita —dijo Wes secamente, mucho más cortante de lo necesario
teniendo en cuenta que el tipo tenía que saber que Dalton le estaba tomando el pelo.

66
—No lo es, ¿eh? —dijo Dalton—¿Kyla y tú habéis quedado en algún sitio para
pasar el rato juntos, como para hacer algo social como cenar, ir al cine o golpear una
pelota de golf en un pequeño campo decorado con dinosaurios baratos de imitación?

—Bueno, sí, pero...

—Nada de peros —afirmó rotundamente Dalton—. Es una cita, tío.

—No es una cita —insistió Wes, acelerando el paso y obligando al resto a


seguirle—. Kyla me preguntó si quería ir a ver una película con ella y sus amigos de la
universidad. Ya sabes, esos dos chicos con los que siempre sale: Owen y Andrew.

—Maldita sea, ¿en serio eres tan despistado? —preguntó Sam—. Todos hemos
visto cómo te mira. Probablemente invitó a los gemelos Tweedle 8 para que no te
sintieras presionado por considerarlo una cita.

Wes murmuró una maldición.

—Ya te lo he dicho, sólo somos amigos. No pasa nada más.

Todo el mundo se quedó en silencio durante un rato después de eso, nada más
que el golpeteo constante de las botas sobre la arena dura y el ligero sonido de la
respiración profunda.

—No puedo creer que esté de acuerdo con Sam, sobre todo porque la última vez
que tuvo una cita fue con las muñecas Barbie de su hermana, pero creo que tiene razón
—dijo Dalton—. Kyla lleva tiempo intentando que te fijes en ella. ¿Cuál es tu
problema? ¿No te gusta o algo así?

Holden no podía ver la cara de Wes con claridad, pero si la forma en que se tensó
mientras corría era una indicación, estaba seriamente incómodo con hacia dónde se
dirigía esta conversación.

—Por supuesto, me gusta —dijo Wes—. Kyla es tan perfecta como cualquier
mujer podría ser. Pero lo ha tenido bastante difícil en los últimos años con el asesinato
de su padre y esas cosas, y siempre he tenido la sensación de que piensa en mí más
como un amigo que como alguien con quien quiere saltar a la cama.

8
N. del T.: Personajes de ficción de la novela de Lewis Caroll “A través del espejo y lo que Alicia encontró
allí”. También de una canción de cuna inglesa de autor anónimo.

67
—¿Alguna razón por la que no puedas ser a la vez su amigo y su novio? —
preguntó Holden—. ¿Alguna vez has pensado que tal vez eso es lo que ella necesita
más que nada?

Wes lo consideró.

—Tal vez, pero no voy a arriesgar nuestra amistad para ver si tengo razón.

Holden deseaba poder decir que Wes estaba equivocado, pero tenía que admitir
que el tipo estaba haciendo exactamente lo mismo que él haría en su situación.

—Ya que hablamos de mujeres —dijo Noah por encima del hombro—. ¿Qué pasa
entre tú y Kendall? Por lo que vi en la boda, parece que vais en serio.

Holden se encogió de hombros, lo cual era difícil de hacer mientras corría. Y un


poco inútil cuando la persona que te hacía la pregunta estaba delante de ti y no podía
ver lo que estabas haciendo de todos modos.

—No planeé que se convirtiera en algo serio cuando la ayudé con el imbécil de
su ex en la cena de ensayo —admitió—. Pensé que la ayudaría a salir de un aprieto y
eso sería todo. Ahora se está quedando en mi casa.

Les había contado que habían destrozado la casa de Kendall durante el paseo en
el Osprey la noche anterior. Lo único que le dijeron era si quería que localizaran a Isaac
y le dieran una paliza.

—Pero esto es más que darle a Kendall un lugar seguro donde quedarse,
¿verdad? —Preguntó Wes. Sin duda estaba contento de que estuvieran hablando de
algo más que de Kyla y él.

—Sí, lo es. O lo era —Holden frunció el ceño, pensando en la expresión de su cara


cuando se había ido anoche—. Pero entonces recibimos la llamada para este ejercicio
y ahora no estoy tan seguro.

—¿Se asustó? —preguntó Dalton.

—En realidad, no —dijo él, recordando vívidamente la expresión de su cara


mientras él atendía la llamada—. De hecho, no dijo mucho al respecto. Pero vi el pánico
en sus ojos. Obviamente, no le gustaba la idea de que me fuera así, sobre todo porque
no podía decirle adónde iba ni cuándo volvería a casa.

—Kendall no sería la primera mujer que tiene un problema con eso —dijo Wes—
. ¿Crees que ella va a estar allí cuando vuelvas?

68
—No estoy seguro. —Maldita sea, odiaba incluso pensar en la posibilidad—.
Pero he visto esa mirada en la cara de una mujer antes... cuando las cosas se vuelven
demasiado reales demasiado rápido. Es la misma mirada que tenía Mia antes de
abandonarme.

Dalton lanzó otra mirada por encima del hombro.

—Puede que no sea así con Kendall. Me parece fuerte e independiente. Parece
una mujer capaz de soportar que seas un SEAL.

Holden no dijo nada. ¿Qué había que decir? Esperaba que Dalton tuviera razón.
Porque la idea de que Kendall volviera a su apartamento con Isaac todavía por ahí
haciendo el gilipollas le preocupaba muchísimo.

Todavía estaba pensando en ello treinta minutos después, cuando por fin
llegaron a las coordenadas del punto de extracción y no encontraron ningún
helicóptero esperándoles. Sam maldijo. No era el único. Holden murmuró algunos
improperios mientras pulsaba los botones de su ordenador militar de muñeca para
obtener la ubicación de su punto de recogida alternativo.

Demasiado para llegar a casa pronto. Sólo esperaba que Kendall no se


preocupara demasiado por él.

69
Capítulo 9
—¿ME ESTÁS escuchando?

La pregunta de Isaac sacó a Kendall de sus ensoñaciones. Se sacudió


mentalmente, dándose cuenta de que no tenía ni idea de lo que había dicho su jefe. No
tenía ni idea de cuánto tiempo había estado distraída. Demonios, apenas recordaba
haber entrado en la oficina de San Diego.

—Por supuesto —mintió—. Cada palabra.

Isaac frunció el ceño, como si creyera que estaba mintiendo. Kendall le devolvió
la mirada, diciéndose a sí misma que era imposible que él supiera lo que ella estaba
pensando. Porque si supiera que lo único que pasaba por su cabeza en ese momento
era la preocupación por la seguridad de Holden, a Isaac probablemente le explotaría
la cabeza.

Incluso ahora, su enorme y sexy SEAL podría estar en medio de una zona de
combate en Siria, Yemen, Níger o cualquier otro lugar del mundo, recibiendo disparos
de psicópatas con AK-47.

No podía creer lo mucho que deseaba que Holden estuviera bien.

Kendall estaba a punto de hiperventilar cuando se dio cuenta de que Isaac estaba
hablando de nuevo. Mierda. Se sentó más derecha en la silla frente a su escritorio y se
obligó a calmarse y prestar atención esta vez.

—La NSA se está volviendo loca —dijo Isaac—. Mientras tú trabajabas en tu


tapadera con Lockwood, la persona que robó la Llave se ha dedicado a aumentar el
interés por la venta mostrando exactamente lo que puede hacer el dispositivo. Y, por
desgracia, saben exactamente cómo generar expectación.

—¿Qué han hecho?

La boca de Isaac se apretó.

—Utilizaron la Llave para hackear la parte segura del ordenador central de


Lockheed Martin, y luego robaron los planos y esquemas del sistema de defensa

70
antimisiles de su último caza furtivo de quinta generación, que publicaron
inmediatamente en la Dark Web. La NSA está haciendo todo lo posible para sacarlo
de allí, pero en realidad, el daño ya está hecho. El Departamento de Defensa está
diciendo que probablemente costará millones cambiar los sistemas de defensa del F-
35 en este momento. Y para demostrar que no tienen favoritos, quienquiera que tenga
la llave se metió en los ordenadores del Kremlin y robó las características de
rendimiento del sistema ruso de misiles antiaéreos S-400. Ese sistema está ahora
mismo en Siria y se suponía que lo que puede hacer era el secreto más celosamente
guardado que tenían los rusos. Putin probablemente esté ejecutando ahora mismo a
los pobres informáticos del Kremlin.

Kendall se quedó atónita. Todo el mundo decía que la Llave cambiaba las reglas
del juego, pero esto era irreal. El material que habían robado para fines de
demostración era el tipo de basura por el que los países iban a la guerra. Era una cosa
más que le hacía preguntarse cómo Holden podía estar implicado en algo así. Estaba
en el ejército, luchando y sangrando en lugares como Siria. ¿Realmente traicionaría así
a su país? No parecía encajar.

Isaac se sentó de nuevo en su silla.

—No puedo evitar pensar que Lockwood sabía de algún modo que íbamos tras
él y organizó este despliegue, o lo que fuera, para alejarse de nosotros.

Kendall se preguntó cómo había llegado Isaac hasta donde estaba en el FBI.
Quizá alguien metió la pata y le ascendieron por error. Obviamente, no era lo bastante
brillante como para haber llegado a su categoría salarial sólo por sus méritos.

—No estoy segura de que un suboficial de la Marina, aunque sea un SEAL, tenga
el poder y la autoridad para organizar su propio despliegue —dijo secamente—. Tal
vez deberíamos atribuirlo a la mala suerte por nuestra parte y a la demencial carga de
trabajo del Mando de Operaciones Especiales de la Marina.

Isaac pareció pensárselo un momento y luego se encogió de hombros.

—Entiendo lo que quieres decir. En cualquier caso, podría ser una gran
catástrofe. Si se ausenta demasiado tiempo, no tendremos ninguna posibilidad de
encontrar la Llave antes de la subasta.

Kendall asintió en silencio. Sabía que el resto del FBI se estaba dejando la piel
intentando encontrar al vendedor en el sitio de subastas de la Dark Web, pero la
verdad es que era una posibilidad remota. Ese tipo de sitios existían en la Dark Web,

71
por lo que la identidad del vendedor podía seguir siendo un misterio. Claro, si
tuvieran tiempo, sin duda podrían conectar todos los puntos. Pero no lo tenían.

—Dijiste que registraste su apartamento. ¿Estás segura de que no encontraste


nada útil? ¿Quizá deberíamos pedirle a un técnico que mirara su ordenador?

Kendall negó con la cabeza. Ya le había dicho a Isaac que no encontró nada.

—No necesitas un técnico para su portátil. Como he dicho, tengo la contraseña.

La miró pensativo, la curiosidad luchaba contra la sospecha en sus ojos grises.

—¿Y cómo has descifrado su contraseña? Sé que se te dan bien los análisis, pero
no creía que los ordenadores fueran lo tuyo.

¿De verdad acababa de hacerle un cumplido?

—Holden no cree en la protección de sus contraseñas —dijo ella—. No eran


difíciles de encontrar.

Eso no era exactamente cierto, pero se acercaba bastante. Si le decía a Isaac que
Holden le dio la contraseña, probablemente insistiría en que había algún tipo de
subterfugio implicado.

—¿Dejó su contraseña donde cualquiera pudiera encontrarla? —Isaac frunció el


ceño—. ¿Tal vez es falsa?

—No es falsa —Resistió el impulso de poner los ojos en blanco—. Entré en su


portátil y leí todo lo que contenía. Y antes de que preguntes, no hay ningún archivo
encriptado. De hecho, no hay nada de interés.

Eso era mentira. El ordenador estaba lleno de una carpeta tras otra de fotos y
vídeos, y se pasó horas mirándolos. Había montones de imágenes de vistas
impresionantes de todo el mundo: desiertos, montañas, selvas, ciudades de aspecto
desolado hechas de poco más que barro y paja, y otras construidas con piedra y ladrillo
que parecían milenarias. Era obvio que Holden había viajado mucho a partes del
mundo que Kendall sólo podía soñar con ver alguna vez.

Pero lo que más le llamó la atención no fueron las fotos de paisajes y ciudades.
Eran las de él y sus compañeros de equipo, a muchos de los cuales había conocido y a
otros no. Holden sonreía en todas, incluso en las tomadas en lugares horribles.

72
Le había sorprendido un poco que Holden no tuviera ni una sola foto en su
ordenador de su vida anterior a la Marina. Sabía que había crecido en una situación
difícil, pero aun así no tenía ninguna de cuando era pequeño ni de su familia. Pero en
algún momento de las horas que pasó haciendo clic de foto en foto, viendo su vida
adulta representada a través de imágenes de lugares exóticos, viajes, amigos y la
guerra, Kendall se dio cuenta de que estaba viendo su vida. No la vida y la familia en
la que nació, sino la que había elegido para sí mismo. Los SEALs eran su vida. Sus
compañeros eran su familia.

—¿Y los correos electrónicos? —preguntó Isaac—. ¿Hay algo que se nos haya
pasado por alto? ¿Algún indicio de cuentas encubiertas?

—No hay nada en su cuenta de correo electrónico personal, salvo mensajes


rápidos con sus compañeros de equipo sobre comidas al aire libre, fiestas y
entrenamientos programados —dijo ella—. Tampoco hay nada que indique que tenga
otras cuentas de correo electrónico con nombres falsos. Y antes de que preguntes, no
hay nada que me haga pensar que hay una cuenta de almacenamiento en la nube en
algún lugar que podríamos haber pasado por alto. Una búsqueda en su navegador
web tampoco encontró nada.

—¿Quizá limpia el historial de su navegador?

Ella resopló.

—Créeme, él no limpia el historial de su navegador. Y no, aunque Holden


Lockwood es el típico varón de sangre roja, no parece tener ninguna búsqueda extraña
en Internet.

Isaac frunció el ceño.

—¿Qué hay de su apartamento? ¿Hay algo que le relacione con el robo en San
Francisco?

—No. He hecho una búsqueda, que no me ha llevado mucho tiempo. El hombre


es un Navy SEAL. Se ha pasado toda su vida adulta viviendo en un saco. Literalmente,
no tiene nada personal en su apartamento —dijo ella, y luego añadió—: Lo cual es un
poco triste en realidad.

Isaac la miró, con los ojos entrecerrados.

—Holden Lockwood puede ser un SEAL condecorado, pero también es un


traidor a su país. Y en cuanto le atrapemos, irá a la cárcel de por vida. Ahora, ¿has

73
conseguido algo de Lockwood desde que te mudaste con él o debería hablar con el
SAIC para abortar todo este plan encubierto?

Abrumada por un repentino deseo de ser obtusa, Kendall estuvo a punto de


sugerirle que hiciera eso. Dejar que el FBI encontrara a otra persona que hiciera su
trabajo sucio. Pero se contuvo. Eso sólo empeoraría la situación. Era una agente federal
y tenía que empezar a pensar como tal.

—Hubo una cosa que dijo que podría significar algo —dijo lentamente. Se le
retorció el estómago ante la extraña sensación de traición que la invadió al pensar en
revelar cualquier cosa que Holden le hubiera dicho en confianza. Pero tenía que
hacerlo. Era su trabajo—. Cuando ayer hablaba con Holden sobre su infancia en San
Francisco, mencionó a alguien que le sacó de la banda en la que estaba metido. Me dio
la impresión de que el tipo era mayor porque Holden hablaba de él casi como de una
figura paterna. Aunque Holden no lo dijo, estoy bastante segura de que el tipo estaba
involucrado en el crimen organizado.

Los ojos de Isaac se abrieron como platos.

—No hay nada de eso en los archivos de Lockwood. ¿Crees que este hombre
podría ser para quien robó la Llave? Una conexión con el crimen organizado sin duda
tendría sentido. ¿Conseguiste el nombre del hombre?

Kendall negó con la cabeza, casi aliviada de no haberlo hecho.

—No, y no podía presionarle para que me diera uno, no sin levantar sospechas.

Isaac asintió con la cabeza.

—Ahora que sabemos de este hombre, podemos empezar a trabajar para


averiguar quién es. Pero en cuanto Lockwood regrese, tu primera prioridad será
averiguar su nombre. Haz lo que tengas que hacer para conseguir esa información.
¿Me entiendes?

Kendall sabía exactamente lo que Isaac estaba diciendo. Antes de que pudiera
decirle que no iba a acostarse con Holden para conseguir información, su móvil sonó,
diciéndole que tenía un mensaje.

—¿No pusiste tu teléfono en vibración? —Preguntó Isaac—. ¿Dónde tienes la


cabeza?

74
Ignorando la mirada de fastidio que le dirigió, metió la mano en el bolso y lo sacó.
A decir verdad, no tenía ni idea de dónde tenía la cabeza en ese momento.

—Este no es mi teléfono. Me lo dio la oficina de San Diego para la misión. Nadie


tiene el número excepto tú, el centro de operaciones y Holden.

—¿Es él?

—Eso es lo que intento averiguar —murmuró ella, aunque ya había visto el


nombre de Holden en la notificación de texto.

Su pulso se aceleró.

Marcó su pin, sintiendo un placer extremo al hacer esperar a Isaac.

Ya de vuelta. Holden había enviado un mensaje. Debería estar en casa dentro de dos
horas. ¿Estás bien? ¿Algún problema con el gilipollas de tu ex?

Kendall se obligó a no reírse. No con el gilipollas de su ex delante.

Estoy bien. Tecleó. Ningún problema con el ex. ¿Todo va bien?

Golpeteó con las uñas en el lateral del teléfono mientras las burbujas danzantes
seguían y seguían. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Estaba escribiendo un libro? O
estaba demasiado lesionado para escribir a un ritmo normal. De repente, le costaba
respirar.

Estoy bien. Sólo cansado y hambriento.

Ella sonrió. Tendré algo de comida para llevar de ese sitio de la esquina esperándote. Nos
vemos pronto.

Kendall guardó el teléfono antes de que Isaac le pidiera ver los mensajes. Lo cual
era estúpido ahora que lo pensaba, ya que él no tendría ningún problema en obtener
una copia impresa de todo lo que había en el teléfono. Pero aún así...

—Holden está de camino a casa —dijo—. Tengo que irme.

Isaac sonrió satisfecho.

—Parece que lo tienes comiendo de tu mano. Recuerdas lo que tienes que hacer,
¿verdad?

75
Ella le miró con dureza mientras se levantaba.

—Lo recuerdo.

76
Capítulo 10
HOLDEN LLAMÓ SUAVEMENTE antes de abrir la puerta de su apartamento
para no asustar a Kendall.

—Hola, soy yo —anunció, haciendo un poco de ruido extra con las llaves al
sacarlas de la cerradura—. Estoy en casa.

Kendall salió de la cocina, con una sonrisa iluminándole la cara. Descalza, llevaba
unos pantalones cortos y una camiseta, el pelo suelto sobre los hombros y colgando
por la espalda. Joder, era aún más guapa de lo que él recordaba. Una mirada a esas
piernas largas y torneadas le hizo preguntarse cómo encontraba tanto tiempo para
hacer ejercicio mientras pasaba horas en la biblioteca del campus. Luego decidió que
no podía importarle menos, sino simplemente apreciar la perfección cuando la veía.
Definitivamente tenía unas piernas espectaculares. Si no estuviera tan cansado,
probablemente estaría de rodillas besándolas desde los tobillos hasta llegar a la unión
de los muslos. Eso le habría llevado días. Porque, en serio, ¡esas piernas duraban días!

Holden se obligó a alejar esos pensamientos para no tener que lidiar con una
erección. En su actual estado de agotamiento, la falta de flujo sanguíneo a su cabeza
probablemente le haría desmayarse.

En lugar de eso, se concentró en lo agradable que era entrar por la puerta y tener
a alguien tan perfecto como Kendall esperándole allí. Entonces cayó en la cuenta. Tenía
a alguien con quien volver a casa. Ese conocimiento le estaba haciendo cosas muy raras
en la cabeza.

Ya había salido con muchas mujeres. No se oponía activamente a la idea de una


relación duradera, pero siempre se le dieron fatal. Entre su infancia disfuncional y su
trabajo exigente, era casi un hecho que siempre huía de las mujeres. Pero Kendall era
diferente. Sí, sólo habían sido unos días, pero con ella se sentía diferente. Era un SEAL
que vivía y moría por sus instintos. Y ahora mismo, esos instintos le decían que su vida
estaba a punto de cambiar. Para mejor.

—Bienvenido de nuevo —dijo Kendall, rodeándole el cuello con los brazos y


tirando de él para besarlo.

77
Holden gimió en voz alta cuando la lengua de ella se deslizó en su boca. Su sabor
fue suficiente para que se desmayara de placer. Era como el paraíso. Levantó las manos
para agarrarla por las caderas, dispuesto a arrastrarla hasta el suelo y empezar a
explorar cada centímetro de esas piernas ardientes cuando ella dio un paso atrás.

—No te lo tomes a mal, porque me alegro mucho de que hayas vuelto, pero creo
que te vendría bien una ducha antes de cenar —Arrugó la nariz—. En serio que
necesitas una.

Se miró el uniforme. Maldita sea, parecía una mierda. Era difícil encontrar un
punto en el material de camuflaje que no estuviera cubierto de barro, suciedad,
manchas de sudor o rasgaduras. Sabía que probablemente también tenía algunos
moratones aquí y allá. Estuvo tentado de hacer la prueba del olfato para comprobar la
gravedad, pero se contuvo. Tenía demasiada clase para algo así. Al menos delante de
Kendall.

No era de extrañar que estuviera algo desmejorado. Tras llegar al punto de


extracción y no encontrar el helicóptero, se habían visto obligados a correr otra media
maratón, más o menos, hasta las siguientes coordenadas. Desgraciadamente,
encontraron ese lugar fuertemente defendido por la idea que alguien tenía de los
combatientes insurgentes. Holden y el resto del equipo tuvieron que idear un plan de
ataque improvisado y despejar el lugar para que su pájaro pudiera entrar. Fue un
combate feroz, cuerpo a cuerpo con un puñado de malos motivados a los que la CIA
asignó un papel. No había parte del cuerpo de Holden que no le doliera.

Levantó la mirada hacia Kendall, preocupado de que viera toda la suciedad y los
daños y saliera corriendo como su novia anterior. Abrió la boca para decirle que sólo
había sido un ejercicio de entrenamiento, pero ella se rió y le empujó hacia el
dormitorio.

Una vez allí, se quitó las botas y buscó los botones de la parte superior del
uniforme. Kendall le detuvo.

—Déjame —murmuró ella, desabrochando los botones y quitándose de un


empujón la gruesa tela de camuflaje antes de que él pudiera decir nada. Le gustó cómo
las ágiles yemas de sus dedos rozaban su pecho y sus abdominales a través de la
camiseta que llevaba debajo.

—No tienes que ayudarme a desvestirme —le dijo en voz baja.

Ella le dedicó una sonrisa sexy mientras buscaba la hebilla de su cinturón.

78
—Lo sé. Pero a lo mejor quiero.

¿Qué demonios le dices a una mujer que te hace una oferta así?

En el momento en que se soltó el cinturón, sus pantalones cayeron al suelo con


un ruido sordo, dejándolo de pie frente a ella en nada más que su camiseta y
calzoncillos. Todo se ralentizó cuando se quedó mirando los hermosos ojos de Kendall,
disfrutando de aquel momento, aunque no sabía por qué.

Sus manos rozaron la camiseta mientras se la subía por la cabeza. El calor llenó
su mirada mientras le acariciaba el pecho y los hombros. Estaba sucio, pero a ella no
parecía importarle. En lugar de eso, se lamió los labios y lo miró como si estuviera
pensando en comérselo. La idea le hizo palpitar la polla.

—¿Necesitas ayuda para frotarte la espalda? —le preguntó, como una caricia
sexy sobre la piel de su pecho, que ya hormigueaba al contacto con sus dedos.

Se sintió muy tentado, pero negó con la cabeza.

—Gracias por la oferta, pero si entramos los dos, no creo que se haga mucha
limpieza. Y yo necesito limpiarme porque realmente huelo.

La decepción cruzó su rostro, pero asintió con la cabeza.

—Probablemente tengas razón. Prepararé la pizza mientras tú limpias.

Holden la miró irse, la vista de su culo en esos pantalones cortos fue casi
suficiente para hacerle cambiar de opinión sobre el sexo en la ducha. Pero una vez más
se contuvo. Dudaba que ella quisiera su cuerpo dolorido y sudoroso sobre ella en ese
momento.

Se quitó la ropa interior, se metió en la ducha y abrió el grifo del agua fría,
sabiendo que le aliviaría la erección y los músculos doloridos. Le dolían las costillas
del lado izquierdo gracias a una sólida patada del tacón de la bota de uno de los falsos
terroristas. Holden se sorprendió de no haberse roto algo.

Se apoyó en la pared trasera de la ducha mientras el agua se llevaba la mugre y


el mal olor. Recordaba vagamente haber echado champú en algún momento, pero
sobre todo se quedó pensando en Kendall y en lo mucho que le gustaba tenerla en su
casa. Se preguntó si era demasiado pronto para decírselo. Probablemente. Demonios,
apenas se conocían. No quería asustarla. Pronto sacaría el tema. ¿Quién sabe? Ella
podría sentirse tan cómoda con la idea como él.

79
Capítulo 11
KENDALL PRESIONÓ las palmas de las manos contra la encimera de la cocina
y respiró hondo. Como Holden sólo estuvo fuera veinticuatro horas, estaba
relativamente segura de que debía de tratarse de un entrenamiento, pero cuando él
entró por la puerta con el aspecto de algo que el gato había arrastrado, el corazón casi
se le detuvo en el pecho. Los rasgones de su uniforme no se debían a una pequeña
caída. Tampoco los moratones de los brazos y los hombros. Parecía que se había
metido con gente que no jugaba limpio.

Ese pensamiento la asustó más de lo debido.

Antes de que llegara a casa, Kendall casi se había vuelto loca intentando
encontrar la manera de que hablara del tipo que lo acogió bajo su protección en San
Francisco. Tenía que conseguir su nombre, aunque para ello tuviera que golpear a
Holden como a una puerta mosquitera barata en un huracán.

Una gran parte de ella odiaba la idea de acostarse con Holden sólo para obtener
información. Le parecía sórdido. Como algo que los chicos buenos no deberían hacer.
Pero al mismo tiempo, cuando se infiltró sabía que podría llegar a esto en algún
momento. Era su trabajo, maldita sea.

Pero en el momento en que Holden entró en el apartamento como si estuviera a


punto de desmayarse, la idea de seducirlo desapareció. En su lugar, sólo podía pensar
en cuidar de él. Limpiarle, alimentarle, asegurarse de que estuviera bien. Por eso fue
al dormitorio con él. Para poder desnudarlo y comprobar si tenía heridas. Cuando
finalmente confirmó que los moretones eran lo peor, el peso que cayó de sus hombros
probablemente hizo un ruido sordo al golpear el suelo. Gracias a Dios, estaba bien.
Desgastado y necesitado de mucho cariño, pero bien.

Oyó cómo el agua de la ducha se cerraba cuando apenas había sacado la primera
pizza de la caja; puso en platos unos trozos calentados en el microondas y los colocó
en la mesa del salón. Cogió un refresco para ella y una cerveza para Holden. Después
del día que tuvo, se la había ganado.

—Mañana no tienes que ir a trabajar, ¿verdad? —gritó en voz alta al entrar en el


salón.

80
—No, tengo los dos próximos días libres —dijo Holden al salir del dormitorio.

Iba descalzo como ella, llevaba un par de pantalones cortos de correr y una
camiseta con un ancla de la Marina estilizada serigrafiada en la parte delantera, por
encima y por debajo del símbolo unas palabras deletreaban SEALs de Coronado. La
camiseta era bonita y parecía cómoda, pero a Kendall le interesaban más los músculos
que mostraba. Podría haberle visto mucho más hace unos minutos, cuando estaba
delante de ella en ropa interior, pero era tan superficial como una placa de Petri en lo
que se refería a los músculos. Ella tomaría su dosis de cualquier manera que pudiera
conseguirlo.

Holden se desplomó en el sofá mientras Kendall dejaba las bebidas junto a los
platos. Empezó a preguntarle si se sentía mejor después de la ducha, pero las palabras
se le atascaron en la garganta al darse cuenta de que su mirada estaba clavada como
un rayo láser en su culo. El ardiente calor de sus ojos oscuros le aceleró el pulso.
Aunque podía estar cansado de la misión que había emprendido, obviamente no lo
estaba tanto.

Era bueno saberlo.

—La chica de la pizzería dijo que siempre pedías pepperoni y salchichas, así que
eso es lo que te he traído —Se enderezó—. ¿Espero que esté bien?

—Pepperoni y salchicha es perfecto —dijo él—. Pero podrías haber pedido


cualquier cosa y me la habría comido. Tengo tanta hambre ahora mismo que si
hubieras untado un par de zapatos en salsa de pizza, me los comería.

Ella se rió mientras se unía a él en el sofá.

Él cogió su plato y se comió media porción de pizza de un bocado. La otra mitad


desapareció con la misma rapidez. Holden vaciló lo suficiente para lamerse la salsa
sobrante de los dedos antes de empezar con el otro trozo, esta vez un poco más
despacio. Gimió mientras masticaba, con los ojos casi en blanco.

Mientras Kendall daba un mordisco mucho más pequeño a su trozo, tuvo que
admitir que era una buena pizza. Entendía por qué él la pedía siempre.

—Supongo que no has podido comer mucho desde que te fuiste —preguntó.

—Comí una barrita de proteínas durante el vuelo desde Coronado, pero después
no tuvimos tiempo para nada. Cuando terminamos y volvimos al avión, lo único que
quería era dormir. Estaba demasiado agotado para hacer otra cosa.

81
Kendall estuvo en Quantico, así que entendía lo que era pasar días enteros sin
comer ni descansar mucho. Pero había visto el grado de agotamiento en la cara de
Holden cuando llegó y no podía imaginar qué hizo en tan poco tiempo para estar tan
agotado.

Quizá no había sido un ejercicio de entrenamiento. Tal vez estuvo en algún lugar
horrible, corriendo por su vida mientras alguien intentaba matarlo. Otro pensamiento
que la aterrorizaba más de lo debido.

—¿Estás bien? —le preguntó él.

Levantó la vista y lo vio mirándola, con una expresión de preocupación en el


rostro. El miedo que había sentido debió de reflejarse en su rostro. Antes de que
pudiera decir nada, Holden tomó su plato y lo colocó en la mesita junto al de él, luego
la cogió de la mano y tiró suavemente de ella hacia su regazo. Lo siguiente que supo
fue que le estaba apartando el pelo de la cara mientras emitía suaves sonidos
tranquilizadores junto a su oído.

—¿Estás bien? —volvió a preguntar.

No se había dado cuenta de que su respiración se había acelerado hasta que


volvió a la normalidad.

—Sí. Sólo me asusté un poco. No estoy segura de por qué.

La boca de Holden se curvó hacia arriba.

—¿No tendría nada que ver con estar preocupada por dónde fui ayer y por qué
volví a casa pareciendo el proverbial perro apaleado?

Ella le dirigió una mirada tímida.

—¿Soy tan obvia?

Su sonrisa se desvaneció lentamente.

—Digamos que he visto la mirada de una mujer cuando se da cuenta de que estar
con un SEAL no es tan divertido como pensaba.

El destello de dolor en los ojos de Holden la sorprendió. Pero aún más chocante
fue cómo se le apretó el pecho al darse cuenta de que era ella quien lo había causado.

—Te preocupa que me vaya antes de empezar, ¿verdad?

82
Él se encogió de hombros.

—No te culparía si lo hicieras. Tu vida ya es bastante complicada con la


universidad y tu ex destrozando tu casa. ¿Qué mujer en su sano juicio querría
involucrarse con un tipo que desaparece cuando recibe una llamada telefónica y
vuelve a aparecer hecho un trapo?

Kendall no pudo evitar sonreír. Aunque su pregunta había sido seria, la forma
en que la había formulado le provocó un poco de excitación. Era una locura, desde
luego. Todo el montaje entre ella y Holden era mentira. Pero la idea de que fuera real
para él la hizo sentirse bien.

—¿Nos vamos a liar entonces? —Sonrió—. Y yo que pensaba que sólo me ofrecías
un lugar donde quedarme un tiempo.

Él le pasó los dedos por la mandíbula y el pulgar le acarició la barbilla y el labio


inferior. Aquel simple contacto le produjo un cosquilleo en el cuerpo.

—¿Es un lugar donde quedarte todo lo que buscas? Si es así, sólo tienes que
decirlo y ya está. No te presionaré.

—¿Y si quiero algo más que eso? —susurró—. ¿Te parecería bien?

Él no contestó. En lugar de eso, la besó, mordisqueando lentamente sus labios y


provocándola con la lengua. Su corazón latió más rápido cuando se dio cuenta de a
dónde iba esto...

Estás cometiendo un error.

Ignoró la vocecita en su cabeza y profundizó el beso. Esto podría ser una locura,
pero lo estaba haciendo de todos modos.

—En respuesta a tu pregunta —dijo cuando se separó—. Eso me parecería muy


bien.

***
Antes de que Kendall pudiera hacer algo más que sonreír, Holden atrajo sus
labios hacia los suyos con un gemido, deslizando su lengua para enredarse con la suya.
Ella abrió más la boca, invitándolo con un gemido. Su corazón se aceleró cuando la
mano de él se deslizó entre el pelo de su nuca y la apretó posesivamente. Nunca antes
un hombre le había tirado así del pelo, pero le gustó. Mucho.

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Kendall se colocó sobre su regazo, a horcajadas sobre sus muslos, sin romper el
beso. Separó las rodillas, dejando que la unión entre sus piernas se apoyara en la
entrepierna de él. Los pantalones de ella eran finos y los de él no mucho más gruesos.
Por eso no podía pasar desapercibido el bulto duro como una roca que había debajo.
No podía creer lo excitada que estaba al saber que podía incitarlo así.

Mientras Holden seguía deleitando su boca, Kendall movía las caderas en suaves
círculos, sintiendo un delicioso calor mientras su polla la presionaba. Las dudas que le
quedaban sobre hacer el amor con él se evaporaron. Como si tuvieran mente propia,
sus manos se deslizaron por su pecho y sus dedos se clavaron en los gruesos músculos
de sus hombros. Necesitaba tenerle desnudo como hacía cinco minutos.

Cuando la mano de Holden se soltó de su pelo, ella se dispuso a protestar, pero


entonces él la agarró de las caderas tomando el control de sus movimientos por
completo. Fue entonces cuando decidió que no era necesario quejarse.

Apartó la boca de la suya y vio cómo él la mecía de un lado a otro sobre su


erección, ejerciendo ahora casi toda la presión sobre su clítoris. La sensación era tan
intensa que se preguntó si podría correrse así. Separó aún más los muslos, apretando
contra él. En nombre del descubrimiento científico, por supuesto. Recuperó el aliento.
Ah, sí. Esto definitivamente funcionaría para ella.

Kendall estaba tan metida en el calor que se acumulaba unos centímetros por
debajo de su ombligo que no se dio cuenta de que las manos de Holden se habían
deslizado desde sus caderas hasta debajo de su camiseta, hasta que sintió unos dedos
fuertes que subían por su vientre y le pasaban la ligera tela por la cabeza. Antes de que
pudiera agradecerle la ayuda, su cálida boca descendió para mordisquear uno de sus
hombros desnudos. Hubo un breve mordisco, seguido de un cariñoso deslizamiento
de la lengua. Un momento de dolor seguido de placer.

Nunca había experimentado una sensación parecida y sólo pudo jadear. Ya la


habían mordido antes, pero Holden lo hizo con más fuerza que nadie. Se sorprendió
de lo mucho que le gustaba.

Pero entonces Holden se puso en marcha de nuevo, arrastrando besos a lo largo


de su clavícula y a través de su garganta, luego hacia el otro hombro. Cada centímetro
se detenía y le daba otro pequeño mordisco y lametón, volviéndola completamente
loca.

Kendall se echó hacia atrás, dejando que su increíble boca se adentrara donde
quisiera. No se sintió decepcionada cuando él se movió hacia el sur y sus manos

84
rodearon su espalda para desabrocharle suavemente el sujetador y quitárselo sin
interrumpir sus besos burlones. Joder, se le daba mejor que a ella quitarle la ropa.

Se estiró por detrás para apoyar las manos en las rodillas de él, arqueando la
espalda y sacando los pechos. Holden no desaprovechó el regalo que le ofrecía la
posición, su boca fue directa a uno de sus pezones y la hizo jadear con fuerza mientras
él hacía la rutina de pellizcar y lamer una y otra vez. Era la cantidad perfecta de presión
seguida de un lametazo que hacía que la cabeza le diera vueltas. Ahora ejercía más
presión y sus dientes se clavaban lo bastante fuerte como para hacerla saltar. Pequeños
relámpagos de placer recorrieron todo su cuerpo.

—No te atrevas a dejar de hacer eso —murmuró mientras se preguntaba cuánto


más iba a aprender sobre sí misma esta noche. Parecía que Holden sabía más que ella
sobre lo que le gustaba a su cuerpo.

—Nunca —prometió él, y su boca se dirigió al otro pezón, como si no quisiera


que ese no se sintiera amado.

Su risita de respuesta se convirtió en un gemido ahogado cuando los dientes y la


lengua de él enviaron una descarga de placer directamente desde el pezón con el que
jugueteaba hasta su coño. Ella se sacudió un poco en su regazo al recordar que había
otras partes de su cuerpo que necesitaban atención.

De repente, Holden apartó la boca de su pezón y se levantó, al tiempo que


deslizaba las manos por su culo y la levantaba como si no pesara nada.
Instintivamente, ella le rodeó las caderas con las piernas, dando un grito de sorpresa.
Le abrazó, aunque era evidente que él no iba a dejarla caer.

La llevó hasta su dormitorio, besándole el cuello durante todo el trayecto. En el


momento en que Holden la bajó al borde de la cama, Kendall levantó la mano y agarró
el dobladillo de su camiseta, empujándola hacia arriba para hacerle saber cuánto
deseaba verlo desnudo.

Riéndose, Holden se pasó la camiseta por la cabeza. Ahora estaba mucho más
limpio, pero ella se dio cuenta de que algunas de las marcas que antes había supuesto
que eran suciedad eran en realidad moratones. Había una a la izquierda de la caja
torácica que parecía como si alguien le hubiera golpeado con un bate de béisbol. Tenía
que ser muy doloroso, y Kendall no pudo evitar pensar que tal vez no estaba en
condiciones para lo que ella quería hacerle.

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Ese pensamiento debió de reflejarse en su cara. O tal vez lo leyó en su lenguaje
corporal. En cualquier caso, él negó con la cabeza mientras se subía a la cama con ella,
siguiéndola mientras Kendall se movía hacia el centro.

—No te preocupes —susurró, y sus dedos se engancharon en la cintura de sus


pantalones cortos, tirando de ellos y de sus bragas a la vez—. Es sólo un moretón.

Abrió la boca para señalar que los moratones podían ocultar heridas más graves,
pero Holden ya se estaba inclinando hacia ella y su cálida boca le acariciaba el ombligo,
dejando luego una hormigueante línea de fuego al bajar aún más. Las palabras que
había planeado decir se atascaron en su garganta.

Entonces aquella boca se sumergió entre sus piernas, deslizando la lengua entre
sus húmedos pliegues, acariciándola de arriba abajo y luego de nuevo hacia arriba.
Kendall soltó un grito ahogado y hundió las manos en el pelo corto de Holden,
haciendo todo lo posible por arrastrarlo exactamente adonde ella quería. Pero él se
negó a ir adonde le indicaba, continuando con sus lentos lametones arriba y abajo de
sus pliegues.

—Deja de provocarme —le suplicó—. Estoy a punto de volverme loca.

Holden dejó de lamer y la miró, con sus ojos ardientes llenos de lujuria y muy
sexys enmarcados por las piernas de ella abiertas a ambos lados de su cara.

—Tal vez me gusta volverte loca.

Antes de que pudiera decir nada, su boca bajó para mordisquear la tierna carne
de la cara interna de su muslo. Ella gimió cuando le hincó el diente, y la sensación de
dolor y placer hizo que su coño se apretara con tanta fuerza que pensó que se
desmayaría sólo por eso. Luego vino la lengua, que le quitó el escozor y la llevó a un
calor hirviente que la hizo suplicar más.

Kendall empezó a hacerlo, pero entonces la boca de Holden descendió sobre su


clítoris, succionando con fuerza mientras su lengua recorría a la velocidad del rayo la
parte más sensible de su cuerpo, haciéndola explotar en cuestión de segundos.

Ella gritó, arqueando la espalda. El placer que le estaba proporcionando su


lengua era tan intenso que todo se volvió blanco a su alrededor, y sólo era vagamente
consciente de las sacudidas y espasmos casi dolorosos de su cuerpo.

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Estaba convencida de que su orgasmo había durado una hora... quizá dos. Al
menos así lo sintió mientras la lengua de Holden seguía provocándole placer durante
más tiempo del que ella hubiera creído posible.

Justo cuando empezaba a ser demasiado... a estar demasiado sensible... él se


detuvo. Nunca sabría cómo supo el momento exacto. Pero lo sabía. Eso era lo único
que le importaba a Kendall mientras yacía allí, jadeando y repitiendo una y otra vez la
película del clímax más increíble de su vida.

En algún momento, se dio cuenta de que Holden no estaba en la cama con ella.
Giró la cabeza hacia un lado para ver a su Navy SEAL favorito volviendo del baño,
completamente desnudo. No le sorprendió ver que todo en él era perfecto... incluso su
polla. Lo suficientemente larga y gruesa como para hacer que su vientre se
estremeciera de anticipación, estaba tan dura como una tabla de madera de 2x4.

Esperaba devolverle el favor oral, pero cuando vio que Holden enrollaba un
condón sobre aquel miembro perfecto, se dio cuenta de que él tenía otras ideas.
Entonces vio la expresión de hambre en su rostro mientras se acercaba a la cama y algo
le dijo que el orgasmo que había experimentado era sólo el principio de una noche que
nunca olvidaría.

Encendió una de las lámparas de la mesita de noche antes de apagar la luz del
techo. Las lámparas tenían pantallas tupidas que sólo dejaban pasar la luz más tenue
posible. Era sexy, por no decir romántico.

Holden se subió a la cama y Kendall abrió las piernas, sin necesidad de palabras,
mientras él se movía entre ellas con la misma mirada hambrienta. Sus antebrazos se
posaron a ambos lados de los hombros de ella mientras él se colocaba con cuidado
encima de ella, moviendo las piernas entre las suyas y abriéndole los muslos. No hubo
tanteos ni enredos, como ocurría a veces con los hombres. Simplemente la penetró de
un solo empujón largo y lento.

Las sensaciones que experimentó cuando la penetró profundamente la dejaron


sin aliento, y su gemido de placer fue correspondido por un gemido de Holden.

Él se retiró un poco y volvió a introducirse aún más. Ella esperaba que repitiera
el movimiento, pero en lugar de eso, se quedó donde estaba, enterrado hasta el fondo,
inmovilizándola contra el colchón con su peso.

Le rodeó la cintura con las piernas, apoyando los talones en la parte baja de la
espalda y subiendo las manos para agarrarle los fuertes hombros. Él la miró a los ojos
durante varios latidos y luego bajó la cabeza para besarla. Era una locura, pero la

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sensación de su lengua deslizándose en su boca era tan impresionante como la de su
pene enterrado en su interior... quizá más.

Tal vez porque nunca la había besado un hombre al mismo tiempo que la miraba
a los ojos tan profundamente que pensó que podría estar viendo su alma.

Holden levantó la cabeza para mirarla intensamente.

—¿Tienes idea de lo hermosa que eres?

Las palabras hicieron que se le revolviera el estómago. No había forma de que


pudiera responder a esa pregunta, así que ni siquiera lo intentó. En lugar de eso, lo
atrajo hacia sí para darle otro beso, intentando decirle sin palabras cuánto apreciaba
su cumplido.

Holden empezó a empujar de nuevo, con movimientos tan lentos y metódicos


que ella pensó que estaba intentando volverla loca. Pero entonces aceleró el ritmo,
yendo un poco más rápido con cada embestida.

Ella gimió, echando la cabeza hacia atrás mientras movía las caderas y apretaba
las piernas al ritmo de sus movimientos, sintiendo un cosquilleo cada vez que él la
tocaba en lo más profundo de su ser.

—Sí, así. No pares.

Holden bombeó más rápido, hasta que la penetró con tanta fuerza que ella podía
oír el golpe de sus caderas en el interior de sus muslos y sentir como rebotaba su
trasero en la cama. Aquellos pequeños cosquilleos eran ahora relámpagos. Iba a
correrse, y pronto.

Kendall apenas era consciente de lo que estaba haciendo cuando alzó las manos
y volvió a enredar los dedos en el pelo corto de la nuca de él, y luego arrastró la cabeza
hacia abajo para poder enterrar la cara en la unión de su cuello y su hombro. Una vez
allí, se limitó a respirarlo, perdiéndose en su aroma mientras Holden seguía
bombeando dentro de ella. Sus brazos se deslizaron a su alrededor, acercándola cada
vez más hasta que le pareció que formaba parte de él.

Hundió los dientes en el hombro de Holden mientras se corría por segunda vez
aquella noche.

Incluso después de que los últimos temblores remitieran, Kendall se negó a dejar
que Holden se moviera, manteniendo los brazos y las piernas alrededor de él mientras

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su cálido aliento le hacía cosquillas en el cuello. Estaba más que dispuesta a quedarse
dormida donde estaba, con Holden aún muy dentro de ella, pero él hizo lo más
responsable y se levantó para ocuparse del preservativo. Supuso que era bueno que
uno de los dos pensara con claridad, pero en el momento en que abandonó la cama,
Kendall decidió que la responsabilidad estaba muy sobrevalorada porque sentía frío
sin él allí. O tal vez le echaba mucho de menos.

Afortunadamente, Holden hizo un rápido trabajo de limpieza y salió del baño un


minuto después.

—Vuelve a la cama —murmuró ella, haciéndole señas para que se acercara—.


Tengo frío.

—¿Quieres que suba la calefacción? —preguntó él.

Ella se rió.

—No, no quiero que subas la calefacción. Quiero que vuelvas a meter el culo en
la cama y me abraces otra vez.

Riéndose, se unió a ella en la cama, levantando las mantas. Kendall se dejó


envolver inmediatamente por el calor de sus brazos y apoyó la cabeza cómodamente
en su pecho mientras Holden los cubría. La piel de él estaba caliente por el sexo que
habían tenido y ella se apretó aún más en su abrazo. Le encantaba estar entre sus
brazos. Aunque sabía que era una locura, se sentía bien allí con él.

Se tumbaron juntos, con uno de los brazos de Holden alrededor de los hombros
de ella y los dedos de Kendall trazando círculos imaginarios en el pecho de él. Le
gustaba escuchar los latidos de su corazón bajo su oreja, le gustaba sentir cómo su
cuerpo se relajaba contra el suyo.

Estaba acurrucándose más cuando vio el gran moratón en el lado izquierdo de


su pecho. Frunció el ceño.

—Entonces, ¿era un ejercicio de entrenamiento?

Él no dijo nada durante tanto tiempo que ella pensó que no iba a contestar, pero
entonces habló.

—Sí, fue un ejercicio de entrenamiento. Nada del otro mundo. Sólo muchas
carreras y cosas así, ¿sabes?

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Una parte de ella quería señalar que una persona no suele tener el tipo de
moretones que Holden tenía por correr. Pero no lo hizo.

—Supongo que no puedes decirme para qué era el entrenamiento, ¿verdad? —


preguntó en voz baja.

Él se tensó a su lado y luego negó con la cabeza.

—Ojalá pudiera decírtelo, pero no puedo.

Ella tomó aire y asintió, contenta de que él no pudiera verle la cara.

—Está bien. No pasa nada.

Holden la movió sobre su pecho, girándola un poco para poder verle la cara.

—No tienes que hacer eso.

—¿Hacer qué? —preguntó Kendall.

Ella sabía de qué estaba hablando. Simplemente no estaba interesada en admitir


lo mucho que todo esto la estaba afectando.

Holden enarcó una ceja, claramente no la creía.

—No tienes que actuar como si nada de esto te molestara. No serías la primera
mujer que pensó que sería divertido involucrarse con un SEAL sólo para cambiar de
opinión cuando la realidad se entrometió.

—Es la segunda vez que dices algo así —dijo ella—. ¿Te ha pasado antes?
¿Estuviste con alguien que pensaba que quería estar contigo y luego cambió de
opinión?

Él no dijo nada durante un buen rato, pero cuando por fin asintió con la cabeza,
ella se sorprendió de lo triste que le hacía sentir pensar en alguien que se alejaba de
Holden porque no le gustaba su trabajo. No era de extrañar. Buena parte de sus
compañeros de trabajo en el FBI estaban divorciados o permanentemente solteros a
causa de su trabajo. Ser un SEAL tenía que ser peor.

—No me voy a ninguna parte —dijo con firmeza—. Aún no me conoces lo


suficiente como para darte cuenta, pero pronto te darás cuenta de que una vez que me
decido por algo, nunca miro atrás.

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Holden la miró en silencio durante un largo rato, luego apagó la lámpara de la
mesita de noche y volvió a acercarla a su pecho. Ella se acurrucó contra él, pensando
ya en lo que podrían hacer en los dos días que él tenía libres.

Entonces cayó en la cuenta. Había estado haciendo planes como si Holden fuera
realmente su novio. Sí, se había acostado con él y fue increíble, pero nada de esto era
real, por mucho que ella quisiera que lo fuera. ¿En qué demonios estaba pensando?
Dentro de unos días, él estaría en la cárcel y ella trabajando en el siguiente caso.

Parpadeó para contener las lágrimas. ¿Qué demonios iba a hacer?

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Capítulo 12
—¿SABES?, HAY GENTE que aparca el coche en el garaje —dijo Kendall,
curvando los labios—. Aunque aquí sólo llueva cuarenta días al año.

Holden se rio entre dientes. Cada apartamento de su edificio tenía un trastero lo


bastante grande para guardar un coche, pero el suyo estaba lleno de cajas y piezas de
motocicleta.

—Supongo que podría aparcar mi Jeep aquí, pero entonces tendría que guardar
todas estas cosas en mi apartamento y eso podría resultar un poco desordenado.

Kendall se adentró en el centro del garaje y rodeó con cuidado los trozos de metal
que cubrían casi cada centímetro cuadrado del suelo. Echó un vistazo a las otras piezas
dispuestas meticulosamente en los dos bancos de trabajo, luego observó las que
colgaban del techo, cubiertas con cartulina en preparación para pintarlas antes de
inclinarse un poco para mirar en la caja que tenía cerca de los pies, mostrando ese
increíble culo suyo. La visión de sus sensuales curvas llenando sus vaqueros hizo que
se le pusiera dura otra vez.

Decía “otra vez” porque ya se le había puesto dura esta mañana, cuando Kendall
entró en el baño para ducharse, balanceando las caderas de la forma más hipnótica que
jamás hubiera imaginado. Por supuesto, también se le puso dura cuando ella salió sin
nada más que una toalla envolviéndola. Verla secarse el pelo fue lo más excitante que
había visto nunca. Necesitó todo su control para no arrancarle la maldita toalla.

Kendall sabía exactamente lo que le estaba haciendo. La sonrisita que se le dibujó


en la cara mientras le miraba por el rabillo del ojo se lo decía. Le había estado
provocando.

Necesitó una ducha fría para que se le bajara la erección. Habría dicho que al
diablo para pasarse la mañana en la cama con Kendall haciendo el amor, pero quería
salir con ella. Sobre todo porque ya había estado bastante encerrada ayer esperando a
que él volviera a casa.

—Generalmente no tengo ni idea de estas cosas, pero hasta yo reconozco que eso
de ahí es un depósito de gasolina de moto —dijo, señalando el trozo de metal que
colgaba del techo cerca de su cabeza—. Y obviamente, esos son neumáticos de moto

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—continuó, señalando el otro extremo del garaje—. Supongo que estás construyendo
tu propia moto. Pero, ¿realmente se necesitan tantas piezas? A menos que estés
intentando construir más de una.

Él se rió.

—El plan es construir una, pero encontrar piezas para una Harley Davidson
WLA es una especie de juego de dados. La mayor parte de lo que ves aquí lo compré
a coleccionistas de Europa del Este y Rusia basándome en poco más que fotos borrosas
y descripciones generales. Terminé con más de lo que quería en un esfuerzo por
asegurarme de encontrar las piezas exactas que necesitaba.

Kendall lo miró como si pensara que estaba loco.

—He oído hablar de las Harley, por supuesto, pero ¿qué es una WLA?

Holden se colocó a su lado.

—WLA es la designación del modelo que Harley utilizó en los años 40 para las
motos que fabricaba para el Ejército durante la Segunda Guerra Mundial. Tenía un
motor flathead de 45 centímetros cúbicos y alta compresión. O lo que se consideraba
alta compresión para la época. En realidad, la relación de compresión era bastante baja,
pero eso resultó ser algo bueno, ya que el motor todavía funcionaba bien con la
gasolina de bajo octanaje disponible entonces.

Los ojos se le pusieron un poco vidriosos ante tanta información.

—Vale, no entiendo nada de lo que acabas de decir. Creía que Harley era la
empresa americana por excelencia. ¿Por qué tuviste que buscar por todo el mundo
para encontrar piezas?

—Estados Unidos envió muchas motos a Europa como parte de los paquetes de
apoyo militar en los primeros años de la guerra. No tenían la misma cultura
motociclista que en Estados Unidos, así que la mayoría se quedaban almacenadas en
lugar de conducirlas hasta que se estropeaban, como aquí. Rusia y otros países del
antiguo Pacto de Varsovia son los únicos lugares donde todavía se pueden conseguir
piezas, sobre todo si buscas motos prácticamente en perfecto estado.

Pasó un rato mostrándole las distintas piezas, explicándole para qué servían y
cómo encajaban. También le habló de las pocas piezas que le faltaban. No tenía
intención de entrar en detalles porque no quería aburrirla, pero ella hizo muchas
preguntas, así que él siguió respondiendo.

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—¿Cuándo estará lista la moto? —preguntó ella.

—No lo sé —admitió él—. Pero no importa. Cuando lo que quieres es importante


para ti, no importa el tiempo que tardes en conseguirlo.

—¿Cuánto tiempo llevas coleccionando las piezas?

La pregunta trajo muchos recuerdos, todos buenos.

—Conseguí mi primera caja de piezas de Harley cuando tenía dieciséis años.


Llevo coleccionando desde entonces.

Lo miró pensativa.

—¿Todavía estabas en una pandilla entonces?

Él negó con la cabeza.

—Fue después de salir. A McKinney, el tipo para el que trabajaba, le gustaba


restaurar coches antiguos. Su garaje era más grande que la casa de la mayoría de la
gente. En él cabían fácilmente una docena de coches, sin contar todo el espacio extra
para los bancos de trabajo y todo tipo de herramientas que puedas imaginar. La
mayoría de las veces me llevaba a recoger el siguiente coche antiguo que había
encontrado para arreglar. Una vez, volvimos con un Edsel del 58 que tenía una vieja
caja de cartón en el maletero llena de piezas de Harley. Siempre quise tener una moto,
así que me las dio y me enseñó a montarlas. Desde entonces estoy enganchado.

—Suena como si fuera más padre que tu propio padre —comentó ella.

Holden la cogió de la mano y la llevó fuera, pulsando el botón del mando del
garaje que llevaba en el llavero. Se cerró silenciosamente mientras él abría la puerta
del acompañante de su Jeep. Habían ido a desayunar a una cafetería cuando decidió
enseñarle a Kendall su garaje lleno de piezas de Harley, y aún tenía un hambre de mil
demonios.

—Supongo que sí —le dijo mientras se ponía al volante y arrancaba el motor—.


No sólo me metió en su organización, sino también en su casa. Es una locura.

—Quizá no —dijo Kendall—. Sabía que tu verdadero padre no estaba, así que
intervino y llenó el vacío. Y parece que hizo un buen trabajo.

Holden la miró de reojo.

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—Entendiste la parte en la que dije que McKinney me enseñó a robar cosas,
¿verdad?

—Sí. Es decir, era un delincuente, pero seguía estando ahí para ti —Se encogió
de hombros—. Y aunque tú mismo podrías haberlo sido, ahora no lo eres. Todo lo que
digo es que no llegaste de donde estabas entonces a donde estás ahora sin que alguien
te señalara la dirección correcta. McKinney obviamente tuvo algo que ver con eso.

La introspección no era algo con lo que Holden se molestara normalmente. En


serio, hasta hacía unos minutos, no había pensado mucho en el papel que Aaron
McKinney había desempeñado en su vida, más allá de sacarlo de la banda, enseñarle
a ser ladrón y, sí, a reconstruir el motor de una moto. Pero Kendall tenía razón. El
hombre probablemente merecía más crédito que eso.

—¿Cómo te has vuelto tan lista? —Holden se burló, saliendo del


estacionamiento—. Ni siquiera conoces a McKinney, y parece que lo conoces mejor
que yo.

Ella soltó una carcajada que a él le estaba empezando a encantar.

—Toda esa educación universitaria por fin da sus frutos, supongo. Pero hay una
cosa que me confunde.

—¿Qué cosa?

—Si estás tan unido a este tipo como parece, ¿por qué siempre te refieres a él por
su apellido? No has usado su nombre ni una sola vez.

Holden se rió entre dientes.

—¿Has oído alguna vez a alguien de La Guerra de las Galaxias referirse a Darth
Vader por su nombre de pila? Creo que no. Hay gente con la que no te pones informal.
McKinney es una de esas personas.

—Vale —murmuró ella, luchando por mantener la cara seria—. Darth McKinney.
Entendido.

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Capítulo 13
EL DESAYUNO EN EL restaurante fue increíble. Los huevos y el beicon eran
atemporales. Luego estaba el café, por no hablar del beicon y las tostadas con
mantequilla y gelatina de uva. Le encantaba la gelatina de uva. Era su mermelada
favorita. ¿Era posible que una gelatina fuera una mermelada?

En cualquier caso, a Kendall le encantaba poder desayunar al mediodía.

—¿Seguro que no te hago faltar a clase? —preguntó Holden mientras la camarera


les traía dos vasos grandes de zumo de naranja y una botella nueva de ketchup.

—¿Qué clase? —preguntó Kendall mientras untaba su tostada con mantequilla.


Nada le molestaba más que una tostada con la mantequilla desigual.

—Ya sabes... la clase de la universidad. ¿Libros de texto caros, profesores


aburridos, clases, deberes, préstamos enormes? ¿Te suena algo de eso?

Maldita sea. Se había olvidado por completo de su tapadera. Por un momento, era
simplemente una mujer desayunando tarde con su increíble novio después de una
noche de sexo estremecedor. Para disimular su reacción, cogió el zumo y bebió un
sorbo. Cualquier cosa para darle la oportunidad de recomponerse.

—Sólo quería decir que no tengo clases el martes y el jueves —explicó—. Y estoy
dejando los deberes para el último segundo posible. Trabajo mejor con plazos
ajustados.

Holden asintió con la cabeza, aparentemente creyendo su pobre excusa, y cortó


sus huevos con beicon. Ella se unió a él de inmediato, empezando a comer para no
tener la tentación de decir ninguna estupidez.

Comieron en un silencio confortable durante un rato, en el que Kendall pudo


calmarse y confiar en que no había cometido un desliz y descubierto su tapadera. Pero
estuvo muy cerca. Y todo por culpa de la noche anterior.

El sexo con Holden había sido increíble. En realidad, esa descripción no era lo
suficientemente fuerte para la noche anterior. Estar con Holden no se parecía a nada
que hubiera experimentado antes. Y no se refería sólo al acto físico de hacer el amor.

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Aún no podía ponerle nombre, ni siquiera estaba segura de querer hacerlo, pero
Holden y ella habían encajado como dos piezas de un rompecabezas hasta el fondo de
sus almas.

Por desgracia, no estaba segura de qué hacer al respecto. Holden seguía siendo
un ladrón y ella una agente del FBI. Por mucho que le diera vueltas pensarlo, en un
par de días se vería obligada a detenerle y encarcelarle. Al recordarlo, de repente le
costaba respirar. ¿Cómo había podido llegar tan lejos?

—¿No te gustan los huevos? —preguntó Holden, sacándola de sus sombríos


pensamientos. Cuando ella lo miró confundida, él señaló su plato—. ¿Quieres pedir
otra cosa?

Sacudiéndose mentalmente, Kendall cogió el cuchillo y el tenedor y cortó sus dos


huevos estrellados con guacamole aparte.

—Por supuesto, me gustan los huevos. ¿Hay alguien a quien no le gusten? Son
un básico por excelencia. Como el pan, el queso, la pizza y el chocolate. A todo el
mundo le gustan los huevos.

Holden resopló.

—Odio jugar con tu lógica por excelencia, pero a mi madre no le gustaban nada
los huevos. Probablemente era porque se le daba fatal cocinarlos. Pero si hicieras una
lista de los que están en contra de los huevos, ella estaría la primera.

Él mordió la tostada y masticó despacio, mirando el plato. Kendall se daba cuenta


de que estaba a un millón de kilómetros de distancia. Como ella.

—Háblame de ella —dijo Kendall. No porque fuera una agente del FBI tratando
de sonsacarle información, sino porque quería saber todo lo que hubiera que saber
sobre Holden el hombre, no sobre Holden el ladrón.

—No hay mucho que contar, la verdad —Una pequeña sonrisa se dibujó en sus
labios. Era algo frágil que se desvaneció mucho antes de llegar a sus ojos—. Mamá
murió cuando yo tenía diecinueve años.

—Lo siento —dijo ella, sintiéndolo de verdad.

Él negó con la cabeza.

—No pasa nada. He hecho las paces con ello después de todos estos años. Pero
entonces era duro. Uno pensaría que como ella no tenía un papel importante en mi

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vida, su muerte no sería un gran problema, pero me golpeó más fuerte de lo que
hubiera creído posible, sobre todo teniendo en cuenta que lo vi venir.

Quería preguntar más, pero no estaba segura de si debía hacerlo. Finalmente, se


dejó llevar por sus instintos.

—¿Fueron drogas?

Él asintió con la cabeza, limpiando los restos de sus yemas de huevo del plato
con un trozo de pan tostado.

—Había consumido drogas desde que tengo uso de razón, pero empeoró a
medida que me hacía mayor. Por eso empecé a trabajar para McKinney. A cambio, él
la metió en rehabilitación. No habría podido permitirme algo así sin él.

—¿No ayudó?

—Lo hizo durante un tiempo —dijo—. Pero al final su adicción a las drogas fue
más fuerte que su deseo de quedarse con la gente que se preocupaba por ella.

Kendall alargó la mano sobre la mesa y cubrió la de Holden con la suya.

—Estoy segura de que no fue así. Ella te quería lo suficiente como para intentarlo,
pero la adicción es la adicción. Es una batalla que dura toda la vida y, por desgracia,
ella perdió. Eso no significa que no se preocupara por ti.

Ella esperaba que Holden señalara que realmente no tenía suficiente


conocimiento de la situación para hacer afirmaciones como esa, pero en su lugar, él
asintió con la cabeza de nuevo.

—Lo sé ahora —dijo—. Diablos, probablemente lo sabía entonces, pero era


demasiado joven y estúpido para procesarlo. Por eso me alejé de todo el lío y me
encontré en una oficina de reclutamiento de la Marina. Dos semanas después, mi
nombre estaba en la línea de puntos y partí para el entrenamiento básico. Así que, en
ese sentido, le doy crédito a mi madre por haberme metido en la Marina. Huí de la
vida que quería dejar atrás.

Kendall sonrió.

—Menos mal que te encontraste con una oficina de reclutamiento de la Marina.


Imagínate lo diferente que sería tu vida si hubieras acabado en el circo.

Se rió.

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—No sé. Creo que me quedarían bien esas mallas que llevan los acróbatas del
Circo del Sol.

Ella se lo pensó.

—Supongo, pero si da igual, creo que prefiero tenerte desnudo.

Él enarcó una ceja.

—No estoy seguro de que el mundo esté preparado para acróbatas desnudos.

Ella se encogió de hombros.

—Creo que podría ser el próximo gran éxito. Sé que pagaría por verlo.

Holden resopló pero no dijo nada mientras una camarera se acercaba a rellenarles
el café. Volvieron a sumirse en aquel cómodo silencio mientras terminaban de comer.
Cuando terminaron, se quedaron sentados tomando café y contemplando a toda la
gente que pasaba por la concurrida acera. Era cerca del mediodía, así que los turistas
ya estaban fuera, lo que les daba mucho que mirar.

Independientemente de lo interesantes que pudieran ser los turistas, Kendall no


podía evitar pensar en las cosas que Holden dijo sobre su madre. Especialmente la
parte de que aceptó el trabajo con McKinney sólo para poder llevar a su madre a
rehabilitación. Parecía que cuanto más aprendía sobre Holden, más difícil le resultaba
juzgarlo como un criminal. Había hecho lo que tenía que hacer para sobrevivir y cuidar
de su madre. Era difícil condenarlo por eso.

También era difícil pensar mal de McKinney. Había ayudado a un chico de la


calle a llevar a su madre a rehabilitación, por el amor de Dios. ¿Cómo podía odiarlo
por eso? Incluso si lo hizo para poner sus manos en un ladrón experto como Holden.

Le hizo preguntarse cómo McKinney había estado dispuesto a dejar que Holden
se marchara y se alistara en la Marina.

—Entonces —dijo, sin estar segura de cómo formular la pregunta de forma que
no pareciera que estaba fisgoneando—. ¿McKinney no tuvo ningún problema en que
te alistaras en la Marina?

Cuando Holden no respondió de inmediato, ella pensó que finalmente le había


pedido más de lo que estaba dispuesto a revelar. Pero finalmente, la miró.

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—No le gustaba, pero entendía por qué tenía que hacerlo. Y al final, hicimos un
trato.

—¿Qué clase de trato? —preguntó ella vacilante, sin estar segura de si realmente
quería saberlo.

—Nada importante —dijo él, con voz despreocupada aunque la expresión de sus
ojos dijera todo lo contrario—. Accedió a dejarme marchar y, a cambio, yo accedí a no
utilizar las habilidades que me había enseñado.

Kendall sabía que era una estupidez, pero por alguna razón empezó a respirar
más tranquila. Había abandonado aquella vida para convertirse en SEAL y nunca miró
atrás. Holden no podía ser quien había robado la Llave.

Pero las pruebas que tenía el FBI decían lo contrario.

—Por supuesto, existía la condición adicional de que si volvía a hacer ese tipo de
trabajo, sólo sería para él.

Kendall tragó saliva.

—¿Y volviste a hacer ese tipo de trabajo?

Contuvo la respiración mientras esperaba a que él respondiera, aunque no quería


saberlo. Pero antes de que él pudiera decir nada, la camarera apareció con la cuenta,
diciéndoles que tuvieran un buen día mientras colocaba la cuenta sobre la mesa.
Holden sacó la cartera y arrojó algo de dinero sobre la mesa, luego salió del reservado
y le ofreció la mano a Kendall.

Le siguió a través de la abarrotada cafetería, sin pasar por alto el hecho de que
Holden se había olvidado convenientemente de responder a su pregunta. Una parte
de ella se alegró. De ese modo, podría seguir mintiéndose a sí misma y creer que él era
inocente y que todo aquello era una especie de horrible error.

Holden la guió hasta el exterior, a lo largo de la acera. No había mucha gente en


ese momento y tenían el paseo casi para ellos solos mientras se dirigían a su Jeep,
Kendall acompasó su paso al de él, dejando que su cadera rozara el muslo musculoso
de él.

¿Por qué demonios se sentía tan bien estando con él?

¿Y por qué todo tenía que ser tan complicado?

100
Kendall estaba tan ensimismada en sus pensamientos que casi se sobresalta
cuando oye el rugido del motor de un coche acercándose, seguido inmediatamente por
el chirrido de los neumáticos al girar. Levantó la cabeza justo a tiempo para ver un
sedán negro que se deslizaba por varios carriles del tráfico, directo hacia ella y Holden.
Entonces vio al hombre en el asiento trasero y el arma automática agitándose en sus
manos, el destello de la boca del cañón lo bastante brillante como para verse incluso
bajo el sol.

Los escaparates de las tiendas que había detrás de ella y de Holden estallaron en
mil pedazos y un fuerte brazo la rodeó por la cintura, arrastrándola al suelo. Holden
trató de mantenerla debajo de él, intentando interponer su cuerpo entre ella y las balas
que se acercaban. Pero ella luchó contra él, todos sus instintos le gritaban que le
protegiera a él.

El resultado fue un torpe impacto contra el hormigón, con la cabeza tan golpeada
que ya ni siquiera oía los disparos. Entonces todo se volvió negro.

101
Capítulo 14
EN EL MOMENTO EN QUE KENDALL abrió los ojos, deseó no haberlo hecho.
Las brillantes luces fluorescentes sobre su cabeza casi la cegaron, haciéndola sacudirse
hacia un lado en un vano intento de escapar de la tortura. Eso sólo hizo que su cabeza
palpitara más de lo que ya lo hacía. Instintivamente, cerró los ojos y levantó una mano
para revisarse la cabeza, aunque sólo fuera para asegurarse de que seguía allí y para
ahuyentar al duendecillo enfadado con el martillo neumático que se estaba volviendo
loco con su fideo.

—Está despierta —dijo una voz suave.

Unas manos fuertes la agarraron antes de que pudiera llegar hasta la molesta
chica del martillo neumático. Una sombra se cernió sobre ella y volvió a abrir los ojos
para ver a Holden inclinado sobre ella, tapando el resplandor fluorescente y mirándola
con un serio caso de preocupación.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.

Su voz era tan suave que apenas podía oírle por encima del bullicio de voces que
les rodeaba. En algún lugar del fondo, oyó a alguien decir algo sobre llamar al médico.
Eso significaba que estaba en un hospital. Una parte de ella quería mirar a su alrededor
y ver si estaba en una sala de urgencias o en una habitación real, así como comprobar
quién más estaba allí. Pero entonces decidió que prefería pasar el tiempo
contemplando los hermosos ojos de Holden. Era evidente que le preocupaba que
estuviera gravemente herida, lo que hizo que Kendall se sintiera muy bien por alguna
loca razón.

—Como si un gorila de mil kilos acabara de bailar claqué sobre mi cabeza —dijo
en respuesta a su pregunta—. ¿Qué demonios ha pasado?

Él frunció el ceño.

—¿Qué recuerdas?

Ella se lo pensó un momento.

102
—Recuerdo un sedán oscuro que se deslizaba directamente hacia nosotros, y
luego a alguien en el asiento trasero disparándonos. Creo que me golpeé la cabeza
contra el suelo cuando me tiraste al suelo. Me golpeé la cabeza, ¿verdad? ¿No estaba...?

—No te dispararon —dijo él, leyéndole la mente—. Te golpeaste la cabeza contra


la acera. No tan fuerte como para romperte la piel, pero sí lo suficiente como para que
al médico le preocupara que pudieras tener una conmoción cerebral.

Dio un pequeño suspiro de alivio.

—No estoy segura de la conmoción, pero tengo un dolor de cabeza punzante.

—Te golpeaste la cabeza contra el pavimento —dijo una voz de hombre—. No


pensaste que te sentaría bien, ¿verdad?

Kendall miró a un hombre de mediana edad con bata blanca de laboratorio, barba
bien recortada y un estetoscopio colgado del cuello. Sin mediar palabra, se acercó a la
cama y le iluminó los ojos con una linterna. ¿Eso le alivió el dolor de cabeza? No.

Mientras hacía lo posible por evitar la luz, aprovechó la oportunidad para echar
un vistazo a la habitación y se quedó atónita cuando vio a Kimber, Dalton, Kyla y Wes
de pie junto a la pared del fondo del pequeño espacio, mirándola con tanta
preocupación como Holden. ¿Estaban todos aquí por ella?

Cuando el médico terminó de torturarla con la luz, le comprobó los latidos del
corazón y el pulso, luego le pasó los dedos por debajo del pelo y pareció disfrutar
hurgándole en el bulto de la nuca.

—Todo parece estar bien —dijo finalmente, dando un paso atrás para saludarla
con la cabeza—. Pero tiene una conmoción cerebral leve, así que quiero que se quede
aquí esta noche para que podamos vigilarla.

Kendall abrió la boca para protestar, pero el hombre ya se dirigía a la puerta,


diciendo que empezaría el papeleo para conseguirle una habitación. Holden se inclinó
para darle un beso en la frente. El gesto fue tan tierno que le entraron ganas de llorar.

—Tenéis que saber lo afortunados que sois, ¿verdad? —preguntó Dalton,


apiñándose alrededor de la cama con todos los demás—. Podrían haberos matado.

—Oí a un policía en el mostrador diciendo que probablemente fue un tiroteo al


azar —dijo Wes, mirando a Holden—. ¿Crees que fue eso?

El músculo de la mandíbula de Holden se flexionó.

103
—Vi al tirador y no era Isaac, si eso es lo que estás preguntando. Pero eso no
significa que no contratara a alguien. No fue un tiroteo al azar. Ese coche estaba
aparcado al otro lado de la calle y salió en cuanto salimos de la cafetería. Ese tirador
nos estaba apuntando. Otro centímetro en una dirección u otra...

Kendall sabía por qué Holden podía pensar que Isaac estaba involucrado, pero
eso no podía ser cierto. El FBI podría querer hacer todo lo posible para ayudar a
asegurar su tapadera, pero ni siquiera Isaac intentaría matarla para conseguirlo.

—De ninguna manera —dijo—. Puede que mi ex sea un capullo integral, pero no
conoce a gente con armas automáticas. Y definitivamente no tiene dinero para
contratar a alguien que nos mate. Demonios, la mitad de las veces que salimos, acabé
pagando yo. Sería bonito pensar que estuvo involucrado, pero no fue él.

Holden parecía más que dispuesto a discutir ese punto, pero su teléfono sonó
antes de que pudiera decir nada. Parecía enfadado por la interrupción, pero como ya
le había dicho antes, no contestar al teléfono no era una opción para él. Aún así, le
sorprendió la confusión que cruzó su rostro cuando vio el número que aparecía en la
pantalla.

—Tengo que cogerlo —murmuró, dedicándole una mirada de disculpa antes de


salir de la habitación.

Kyla y Kimber aprovecharon para preguntar si Kendall tenía sed, hambre o


necesitaba que le trajeran algo de casa de Holden. Ella sonrió, tratando de convencerlas
de que estaba bien, pero la verdad es que era un poco abrumador tener a tanta gente
alrededor preocupándose por ella. Tenía amigos en el FBI, pero no estaba segura de
cuántos de ellos se desvivirían por ella como lo estaban haciendo ellos. Era agradable.
Pero también un poco doloroso. Iba a ser duro perder todo esto cuando todo saliera a
la luz.

Finalmente accedió a que Kyla le trajera un libro para leer cuando se asomó entre
las mujeres y vio a Holden en el pasillo. Seguía hablando por teléfono y parecía
enfadado. No pudo oír lo que decía, pero por la tensión de su cuerpo se dio cuenta de
que estaba a punto de ponerse hecho un basilisco con quienquiera que estuviera al otro
lado de la conversación.

Kendall aún estaba intentando averiguar de qué iba aquello cuando sonó el móvil
de Dalton. Aún lo estaba cogiendo cuando también sonó el de Wes. Ambos echaron
un vistazo a la pantalla de llamadas y salieron a los pasillos para contestar.

—Mierda —dijo Kyla en voz baja.

104
—¿Qué pasa? —preguntó Kendall, repentinamente preocupada al ver que sus
amigas se ponían visiblemente tensas.

—Que todos los chicos reciban llamadas al mismo tiempo suele ser señal de una
convocatoria con poca antelación —susurró Kimber, con los ojos clavados en Dalton—
. Van a alguna parte.

Kendall pensó que iba a empezar a hiperventilar.

—Holden no puede ir a ninguna parte. Acaba de volver.

—Eso no significa nada —dijo Kyla—. Llevo suficiente tiempo con ellos como
para saberlo.

Kendall rezó para que estuvieran equivocadas, pero treinta segundos después,
Holden, Dalton y Wes entraron, con miradas sombrías en sus rostros.

—Tengo que irme. —Holden se inclinó para apoyar la frente en la de ella—.


Siento tener que dejarte así. Prométeme que tendrás cuidado y que descansarás todo
lo que necesites.

Kendall oyó que Wes y Dalton hablaban en voz baja con Kyla y Kimber,
probablemente diciendo palabras parecidas a las de Holden. Ella asintió con la cabeza,
queriendo hacer todas las preguntas que sabía que él no podía responder. ¿Adónde
iba? ¿Era seguro? ¿Cuándo volvería? —Se mordió la lengua, no quería perder el
tiempo con cosas sin importancia.

—Tendrás cuidado, ¿verdad? —le dijo—. ¿Y llamarás en cuanto puedas?

Holden la besó suavemente en los labios.

—Lo haré, cariño. Te lo prometo.

Entonces Holden y sus amigos se fueron, dejando un silencio sepulcral en la


habitación.

—Estarán bien —susurró Kimber.

Kendall rezó para que tuviera razón. Porque en aquel momento, lo único que le
importaba era que Holden volviera sano y salvo.

105
Entonces la realidad se le vino encima, al darse cuenta de que el sospechoso
número uno del FBI desaparecía sólo unos días antes de la subasta de la Dark Web.
Isaac iba a cabrearse.

106
Capítulo 15
HOLDEN ESTABA SENTADO en la zodiac con Wes, sorteando el oleaje del
océano y estudiando el barco que tenían delante mientras avanzaba hacia el oeste, en
dirección a la bahía de Baler, en la costa oriental de la mayor de las islas Filipinas. Las
luces de marcha del carguero de la clase Buffalo Soldier estaban encendidas, lo que
hacía que todo pareciera completamente normal, pero era imposible pasar por alto que
no había ni un alma deambulando por las cubiertas del carguero. Y teniendo en cuenta
que se suponía que había una tripulación de veintiún marineros contratados a bordo,
la falta de movimiento le preocupaba sobremanera. Era muy probable que la mayoría
de ellos ya hubieran sido ejecutados.

Según el informe de la CIA que recibieron en el vuelo de dieciséis horas a través


del Pacífico, el buque de transporte de municiones informó hacía aproximadamente
veintidós horas que estaban teniendo problemas con sus equipos de comunicación y
posición global, y que podrían tener que desconectar ambos sistemas para hacer
reparaciones. Poco después, el barco dejó de emitir señales de radio y su
transpondedor GPS cesó de transmitir su posición. Dado que el buque notificó con
antelación problemas técnicos, era probable que nadie en el Mando Militar de
Transporte Marítimo de la Marina hubiera tomado nota del problema si no hubieran
estado esperando a que ocurriera algo así.

En cuestión de horas, la Marina y la CIA tuvieron confirmación por satélite de


que el buque cargado con casi veinte mil toneladas de bombas de la Fuerza Aérea se
había desviado de su ruta y se dirigía directamente a Filipinas. Los peores temores de
la CIA se hicieron realidad. Un grupo de terroristas había capturado un barco lleno de
explosivos. La zona a la que se dirigían no estaba muy poblada en comparación con
cualquier puerto importante de América, pero una explosión con tal cantidad de
explosivos en cualquier lugar de la bahía de Baler arrasaría las ciudades cercanas y la
gente que viviera cerca de esa parte de la costa no sobreviviría.

—Nos movemos hacia la proa —anunció Dalton en voz baja en el auricular de


Holden—. Estaremos en posición en diez minutos.

—Entendido —contestó mientras Wes giraba la Zodiac y se dirigía hacia la popa


del barco, el motor de su pequeña lancha neumática en silencio como un susurro—.
Estad preparados para entrar a mi orden.

107
En la otra zodiac con Sam y Noah, Dalton respondió con un bajo:

—Entendido.

Se hizo el silencio de nuevo mientras Wes se acercaba a la embarcación, evitando


lo peor de la pesada estela levantada por las enormes hélices del buque mientras se
acercaba a la banda de babor de popa. Acercarse así era peligroso, ya que el puente
estaba muy cerca. Si un terrorista se asomaba, había muchas posibilidades de que le
viera y se llevara a Wes, pero valía la pena correr el riesgo. Una vez sobre la barandilla
y a bordo, podrían enfrentarse a los secuestradores en menos de treinta segundos.
Controlar el puente era fundamental para el éxito de la misión.

Holden se colocó el lanzagranadas de 40 mm en el hombro, haciendo


mentalmente los cálculos necesarios para efectuar el disparo. Colocar un garfio
cubierto de espuma por encima de la barandilla de un barco en movimiento mientras
se balanceaba arriba y abajo en una pequeña balsa de goma, sin que rebotara contra
una pared o una portilla, era algo difícil.

—¿Vas a decirme qué demonios está pasando? —preguntó Wes, hablando lo


suficientemente alto como para que se le oyera por encima de las olas que golpeaban
los costados del barco.

Holden tardó un par de segundos en darse cuenta de que su amigo no se


comunicaba a través del sistema de comunicaciones interno del equipo. Miró por
encima del hombro y vio a Wes mirándole fijamente con el resplandor verde de sus
gafas de visión nocturna. Holden apagó su propio micrófono.

—¿De qué estás hablando? Has recibido las mismas instrucciones que yo. Vamos
a abordar una nave para acabar con un número desconocido de terroristas, con suerte
sin que nos conviertan en una gran niebla roja.

Wes resopló mientras dirigía el barco hacia delante.

—Sé lo que se supone que tenemos que hacer en esta misión. Te estoy
preguntando qué demonios te ha estado comiendo desde que salimos de San Diego. Y
no intentes decirme que no es nada. Te conozco lo suficiente como para reconocer
cuando algo te tiene cabreado. ¿Esto es por lo que pasó con Kendall y ese tiroteo?

Holden apretó la mandíbula. No estaba enfadado con Wes. Estaba enfadado con
el hombre que mandó a Kendall al hospital.

108
—No fue un tiroteo al azar —dijo—. Fue una advertencia. Aunque si Kendall y
yo hubiéramos acabado muertos, a McKinney también le habría parecido bien.

—¿McKinney es quien intentó matarte? —Repitió Wes. —¡No me jodas!

La forma en que Wes lo dijo hacía que sonara como si la gente que intentaba
matar a Holden fuera algo cotidiano. Lo cual, ahora que lo pensaba, se acercaba
bastante a la verdad. Excepto que este no era un terrorista buscando poner una bala en
él. Era alguien que nunca hubiera esperado.

—Él fue quien me llamó al hospital —dijo Holden—. Quería asegurarse de que
yo supiera que fue él quien envió a esos tipos a por mí. El hecho de que Kendall
estuviera conmigo era irrelevante para él.

Wes lo miró fijamente. Al menos, eso parecía. Era difícil saberlo con las gafas de
visión nocturna puestas.

—¿Por qué demonios McKinney trataría de matarte? Sé que se puso feo allí por
un tiempo, pero dijiste que es como un padre para ti o algo así. Además, robaste para
él esa pequeña pieza de tecnología.

Decir que las cosas se habían puesto feas con McKinney cuando él y Wes pidieron
prestado el equipo para irrumpir en la oficina de Kimber era quedarse corto.
McKinney asumió erróneamente que iba a volver a trabajar para el viejo de forma
permanente. Cuando Holden le informó de que no era así, Wes y él se habían
enzarzado en una pelea con los matones de McKinney.

Hubo un momento en el que Holden pensó que la única forma de que la situación
acabara era con la muerte de alguien. Probablemente más de unos pocos alguien. Pero,
afortunadamente, la pelea terminó antes de llegar a eso. Holden supuso que McKinney
había aceptado la realidad de que robar algo para él a cambio de usar el equipo fue un
trato de una sola vez.

Tal vez no.

Holden echó un vistazo a la nave. Estarían en posición en uno o dos minutos.


Encendió el comunicador un segundo para avisar a Dalton, luego lo volvió a apagar y
se volvió hacia Wes.

—Sospecho que McKinney está nervioso de que la gente a la que robamos esa
cosa lo encuentre a través de mí. Dijo que el tiroteo era un recordatorio del alcance que
tiene y que, si hago algo estúpido como delatarlo, me matará. Creo que eso es mentira.

109
Pienso que quería que sus matones me mataran ayer y como no lo hicieron, lo llama
advertencia.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Wes.

Se estaban acercando a la nave de municiones, así que no había tiempo para una
respuesta compleja. Él levantó su lanzagranadas de 40 mm, comprobó que el seguro
estaba desactivado, a continuación, dio la respuesta más simple que podía.

—Me aseguraré de que McKinney entienda que si vuelve a acercarse a lastimar


un solo pelo de la cabeza de Kendall, le borraré de la existencia.

Holden sabía que Wes estaba a punto de comprometerse a ayudar en algo que
probablemente acabaría con ambos en la cárcel. Si tenían suerte. Por mucho que
apreciara eso, Holden no podía dejarle hacerlo. Antes de que Wes pudiera decir nada,
encendió su comunicador y dio a Dalton la orden de seguir adelante, luego volvió a
centrar su atención en su objetivo, apretó el gatillo del lanzagranadas y lanzó el gancho
de agarre por encima de la barandilla a doce metros por encima de él. Se oyó un ruido
sordo, apenas audible, y luego volvió a tirar del cable de acero, colocó las garras
recubiertas de espuma en el espacio entre dos barandillas y enganchó el pequeño
elevador motorizado.

—Vamos a disparar a algo —dijo, pulsando el botón del elevador y dejando que
lo sacara de la barca y lo subiera por el costado de la nave de municiones.

***

Había cuatro terroristas en el puente apuntando con sus armas al capitán del
barco y a dos de sus oficiales superiores, obligándoles a navegar con el buque cada vez
más cerca de la bahía de Baler. Otros dos miembros de la tripulación yacían muertos
en cubierta.

Wes y él no se anunciaron, no intentaron que los otros hombres soltaran las armas
o se entregaran. Simplemente entraron en el puente y dispararon a los cuatro
terroristas en la cabeza.

—¿Cuántos más hay? —preguntó Holden, rodeando a los malos muertos y


acercándose al capitán.

Los ojos del hombre estaban clavados en los cuerpos del suelo, aparentemente
hipnotizado por los crecientes charcos de sangre. Finalmente, volvió la vista hacia él y
hacia Wes.

110
—Al menos media docena que yo haya visto, pero probablemente haya más —
Canoso, de piel desgastada por la intemperie, tenía barba y bigote. Señaló hacia la
parte delantera del barco—. Están todos en las bodegas de carga principales,
preparando las municiones para hacerlas explotar. Encerraron a la mayoría de la
tripulación en uno de los contenedores MIL-CON de la cubierta superior, pero se
llevaron a algunos de los ingenieros con ellos bajo cubierta. Aunque no sé por qué.

Holden podía pensar en varias razones por las que los terroristas querrían un
puñado de ingenieros de la nave y ninguna de ellas era buena. Hizo a un lado esos
pensamientos y transmitió la limitada información que tenía a Dalton y sus chicos, y
luego ayudó a Wes a retirar los cuatro cadáveres. Era dudoso que los terroristas del
puente llevaran algún tipo de artefacto explosivo improvisado, pero la única forma de
asegurarse era registrar los cadáveres. Una vez hecho esto, comprobaron las armas de
los terroristas y se las entregaron a la tripulación de la nave.

—Atrinchérense aquí —le dijo Holden al capitán—. Si alguien intenta entrar que
no parezca un Navy SEAL, mátenlo.

—¿Deberíamos intentar restablecer las comunicaciones con MSC9? —preguntó el


hombre con urgencia—. ¿Volvemos a poner en línea nuestros transpondedores GPS y
salimos a mar abierto?

Holden negó con la cabeza mientras seguía a Wes por la puerta.

—No a las tres cosas. No quiero hacer nada que pueda dar a los terroristas
restantes una pista de que la situación ha cambiado.

Wes le esperaba en las escaleras que conducían a las profundidades de la bodega


de carga.

—Recuerda vigilar a qué disparas ahí abajo —le recordó Holden en voz baja—.
Algunos explosivos no se llevan bien con las balas, ni siquiera con las que estamos
disparando.

Su compañero se rió mientras le guiaba hacia abajo.

—¿Desde cuándo te preocupas por tener cuidado? Eso no es propio de ti.

—Desde que tengo a alguien en el mundo esperándome —dijo Holden.

9
N. del T.: Mediterranean Shipping Company. Primera empresa del mundo de buques contenedores.

111
Wes se volvió para mirarle.

—Entonces supongo que tendré que tener cuidado y asegurarme de que llegas a
casa de una pieza, sin daños.

Luego se deslizó por el interminable laberinto de palés de munición,


contenedores de transporte, mamparos de la nave y rincones y pasillos completamente
oscuros. Holden sabía que la tripulación no pasaba mucho tiempo en estas partes de
la nave, aparte de las inspecciones mínimas obligatorias. Pero era imposible pasar por
alto los signos de actividad reciente: cajas y contenedores rotos, bolsas de explosivos
alojadas entre las municiones más grandes. Aquí y allá vio los cables que conducían a
otros compartimentos. Cables conectados a explosivos que harían estallar toda la nave
a la vez.

El impulso de desmantelar los artefactos explosivos improvisados era casi


abrumador, pero Wes y él se resistieron. Primero tenían que eliminar los objetivos,
luego pasarían con los ingenieros de la nave y eliminarían los artefactos explosivos.

Holden oyó al primer grupo de terroristas mucho antes de verlos rodear una pila
de dos mil bombas en palés. Había tres terroristas y un ingeniero tendiendo cables
desde el compartimento contiguo a éste. Las cargas explosivas ya estaban colocadas y
Holden no quería ni imaginarse lo que le ocurriría a la nave, y a sus compañeros, si
aquella enorme pila de bombas estallaba a la vez.

Uno de los terroristas le vio y Holden abrió la boca para gritar una advertencia,
al tiempo que echaba mano a la pistola que llevaba enfundada en la cadera.

Holden acabó con él mientras Wes se ocupaba de los otros dos. El pobre ingeniero
se quedó congelado en el sitio, con los ojos abiertos como platos.

—Somos Navy SEALs —Holden se acercó al hombre, haciéndole retroceder hacia


el pasillo oscuro más cercano, entre las pilas de bombas de uso general—. Necesito que
permanezca oculto y en silencio. ¿Puede hacerlo por mí?

El hombre asintió lentamente con la cabeza, al tiempo que echaba un rápido


vistazo a las bolsas de demostración llenas de explosivos alojadas entre las ojivas a su
alrededor. Holden sabía que al tipo no le entusiasmaba la idea de esconderse en medio
de una pila de bombas preparadas para estallar, pero no era como si pudieran confiar
en él para desactivar los artefactos explosivos. Obviamente, el hombre estaba
demasiado nervioso para eso. Y Holden no podía perder el tiempo haciéndolo él
mismo.

112
—No se preocupe por nada de eso —murmuró Holden en voz baja, como si
estuviera hablando con un niño—. Quédese aquí, ¿vale?

Cuando el hombre asintió con la cabeza, Holden se dio la vuelta y alcanzó a Wes.
En su auricular, Dalton anunció que su equipo se dirigía hacia la popa de la nave,
eliminando objetivos a medida que los encontraban. El capitán había subestimado
drásticamente el número de terroristas implicados en este secuestro. Había mucho más
que media docena de tipos malos ahí abajo.

Wes y él siguieron avanzando por las oscuras bodegas de carga, encontrando a


más terroristas y eliminándolos. Uno de los malos les disparó una ráfaga larga con un
arma automática. Wes lo abatió lo más rápido que pudo, pero el daño ya estaba hecho.
Era imposible que los terroristas restantes no lo hubieran oído. Tenían que terminar
esta misión antes de que algún psicópata se suicidara y volara los explosivos que ya
habían colocado. Puede que no fuera suficiente para que toda la nave saltara por los
aires, pero fácilmente bastaría para matarlos a todos.

Holden oyó a Dalton gritar órdenes por la radio y se dio cuenta de que sus
compañeros estaban en apuros. Sonaba como si estuvieran inmovilizados en uno de
los compartimentos de proa, justo delante de ellos.

Holden no pensó. Simplemente echó a correr, sabiendo que Wes le seguiría.

Corrió hacia el compartimento delantero y se detuvo al ver a Dalton, Noah y Sam


inmovilizados tras unas cajas. Los cinco tipos malos se ocultaban tras una cobertura
mucho mejor que la de sus compañeros y disparaban contra Dalton y su equipo con
AK-47 automáticas. Pero Holden había llegado casi detrás de ellos, lo que le daba un
tiro mucho mejor. Podía acabar con todos. A menos que le dieran primero.

Como si sintieran que estaba allí, los cinco se volvieron hacia él. Podría haberse
tirado a un lado, intentar rodar hasta la caja más cercana. Pero en lugar de eso, caminó
hacia ellos, levantando su arma y disparando lentamente un tiro certero tras otro.

Sus acciones probablemente parecían una locura, pero no lo eran. No para


alguien que confiaba tanto en sus compañeros de equipo como Holden. Estaba
completamente expuesto, pero sabía que sus compañeros le cubrirían y evitarían que
los terroristas le dispararan.

Holden eliminaría a los terroristas.

Dalton, Wes, Noah y Sam lo mantendrían con vida el tiempo suficiente para
hacerlo.

113
Ahora que lo pensaba, tal vez era una locura confiar tanto en alguien.

Siguió adelante de todos modos, disparando hasta que no quedó nadie de pie
frente a él. Cuando terminó, se hizo el silencio, sólo roto por el horrible zumbido en
los oídos al disparar en los estrechos y resonantes confines de la bodega del barco.

Noah revisó los cuerpos mientras Dalton y Sam desaparecían hacia la popa del
barco, dirigiéndose a desactivar los artefactos explosivos.

—Eso ha sido una locura, salir abiertamente como Wyatt Earp —dijo Wes,
lanzándole una mirada de reproche—. Estoy bastante seguro de que Kendall no
consideraría eso tener cuidado.

Holden hizo una mueca. Wes tenía razón. No había sido muy cuidadoso.

—Tal vez podríamos olvidarnos de mencionar esa parte a nadie... nunca.

—Eso no debería ser muy difícil, ya que el Cuartel General va a poner una gran
pegatina de Clasificado sobre toda esta misión —dijo Wes—. Pero probablemente
necesites dejar de actuar como si fueras un tipo soltero sin nada que perder porque
ambos sabemos que eso ya no es verdad.

Wes se alejó, dejando a Holden de pie en medio de una habitación llena de


cadáveres, con los oídos aún zumbándole. Una sonrisa se dibujó en su rostro ante las
palabras de su amigo. Le daba un poco de miedo que alguien significara tanto para él,
pero le gustaba.

Hubo un tiempo en que un largo vuelo a casa tras una misión no significaba más
que una oportunidad para recuperar el sueño. Pero esta vez sabía que pasaría cada
segundo pensando en volver con Kendall... y en todas las cosas que harían cuando
estuviera allí.

Menos mal que los pantalones del uniforme le quedaban holgados, porque el
viaje de vuelta a casa iba a ser una agonía.

114
Capítulo 16
—PAPÁ, HICISTE mucho trabajo encubierto, ¿verdad?

Kendall no sabía ni por dónde empezar a explicarle lo que le pasaba a su padre,


pero necesitaba hablar con alguien, así que le llamó por Skype. No había dormido nada
anoche en el hospital y, tras recibir el alta esta mañana, se pasó el día dando vueltas
por el apartamento de Holden. Los síntomas de la conmoción habían desaparecido,
pero le dolía la cabeza intentar averiguar qué iba a hacer con el caso y, sobre todo, con
Holden.

¿Quién mejor para darle consejos que alguien que había hecho el trabajo?

—Sí, sabes que lo hice —dijo su padre—. Recuerdo que tú y tu madre solíais
odiarlo, también.

Eso era bastante cierto. Entre estar preocupada por él y nunca saber cuándo
volvería a casa, ella y su madre eran un desastre.

—¿Por qué lo preguntas? —dijo—. ¿Tiene algo que ver con el caso en el que estás
trabajando?

—Sí. —Kendall se sentó en el sofá con las piernas cruzadas—. ¿Alguna vez
estuviste en una situación en la que te sentiste como...

—¿Sentido cómo? —le preguntó su padre cuando su voz se entrecortó. Él se


inclinó hacia delante en la silla, con los ojos oscuros llenos de preocupación—. ¿Te pasa
algo, Cacahuete?

Kendall casi se rió al oír el apodo que le puso desde que tenía seis años, cuando
se comió una bolsa entera de cacahuetes en el zoo en vez de dársela a los animales.
Había intentado que dejara de llamarla así, sobre todo después de empezar el instituto,
pero nunca lo consiguió. Al menos nunca lo hizo delante de ninguno de sus novios.

—No, no pasa nada —mintió—. Sólo quería saber si alguna vez trabajaste
encubierto en un caso en el que empezaste a pensar que quizá la persona a la que tenías
que meter en la cárcel no era el malo que se suponía que era.

115
Su padre la miró pensativo.

—Cacahuete, ¿en qué demonios te has metido? ¿Y necesitas que vaya a ayudarte?

Ella dejó escapar un sonido que era mitad bufido, mitad risa. Su padre hablaba
en serio. Si pensara que necesitaba ayuda, estaría en el próximo avión a California con
su placa y su arma reglamentaria.

—Gracias, pero estoy bien. De verdad —añadió—. Sólo necesito un consejo.

Él se lo pensó y asintió con la cabeza.

—De acuerdo. Cuéntame los hechos. ¿A qué nos enfrentamos?

Contarle a su padre de qué iba el caso sin darle detalles era complicado. Le dijo
que estaba investigando un robo y que el sospechoso no se comportaba como el típico
delincuente.

—¿Cómo se comporta? —preguntó su padre.

Kendall dudó. Si decía demasiado, su padre iba a sumar dos más dos y a darse
cuenta de lo jodida que estaba.

—Vino a rescatarme en un bar abarrotado cuando hicimos ver que el imbécil de


mi ex novio me estaba acosando.

—¿Qué más?

—Me dio un sitio donde quedarme cuando parecía que ese mismo ex había
destrozado mi apartamento —dijo ella.

Su padre volvió a asentir.

—¿Algo más?

Se retorció distraídamente las puntas del pelo alrededor del dedo.

—Ayer, durante un tiroteo en la calle, puso su cuerpo entre un hombre con un


arma automática y yo.

Su padre abrió los ojos como platos.

—¿Estuviste en un tiroteo?

116
Kendall se encogió. Casi esperaba que su padre cerrara Skype y se subiera a un
avión en ese momento. Puede que fuera una agente del FBI con toda la formación
necesaria para cuidar de sí misma, pero seguía siendo su hija pequeña. Pero aparte de
murmurar una maldición en voz baja, estaba sorprendentemente tranquilo.

—No te preguntaré cómo estás porque veo que estás bien. Físicamente, al menos.
Así que me ceñiré al caso —dijo—. ¿Te acuestas con el sospechoso?

Mierda. Ahí estaba. Dos más dos, igual a… jodida.

—Es posible —dijo ella en voz baja, y luego se apresuró antes de que él pudiera
decir algo más—. Pero esa no es la razón por la que tengo problemas con esta misión.
Admito que el tipo tiene un pasado turbio y que hay muchas posibilidades de que
hiciera exactamente lo que el FBI cree que hizo, pero en el fondo sé que tiene que haber
una razón para ello. Es un buen hombre que ha sido puesto en una mala posición.
Ahora mismo, está en algún agujero de mierda del mundo arriesgando su vida por
gente que ni siquiera sabe que él existe.

Su padre suspiró.

—Esto es algo más que acostarte accidentalmente con el sospechoso, ¿no?

—Sí —dijo ella en voz baja—. Es especial, papá.

Kendall se preparó para el sermón del siglo, aquel en el que su padre insistía en
que un policía siempre anteponía la ley a todo lo demás. Ya lo había oído bastante en
la mesa durante su infancia. Por mucho que no quisiera oírlo ahora, sabía que lo iba a
oír.

Pero una vez más, su padre la sorprendió.

—Cacahuete, déjame preguntarte algo. No es una pregunta difícil y ni siquiera


tienes que contestar en voz alta. ¿Puedes hacerlo por mí?

—Bueno... sí... supongo que sí.

—¿Qué te dice tu instinto que hagas con este tipo? ¿Protegerlo o encerrarlo?

Ella frunció el ceño. ¿La primera vez que acudía a su padre para pedirle consejo
sobre el trabajo y él la despachaba preguntándole qué le decía su instinto?

Debió de ver la frustración en su cara porque continuó.

117
—Sé que esperas que te diga cómo manejar esta situación, pero no funciona así.
Eres la única persona que tiene toda la información sobre lo que está pasando
realmente y que conoce a este tipo. Eso te convierte en la única que puede decidir qué
hacer.

—Ese es el problema —Ella suspiró—. Sé exactamente quién es Holden, pero sigo


sin saber qué hacer.

Él negó con la cabeza, dejando escapar una risa apenada.

—Lo siento, niña. El único consejo que tengo es el que ya te he dado. Sigue tu
instinto. Es lo que te ha traído hasta aquí. Y mientras hagas lo que creas correcto,
siempre estaré de tu lado.

—¿Incluso si eso hace que me despidan y me envíen a prisión?

—Esperemos que encuentres la manera de evitar que eso ocurra —dijo riendo de
nuevo, esta vez con menos diversión. Ambos sabían que si esto lo manejaba mal, se
metería en un buen lío y lo máximo que podrían hacer sus padres sería visitarla los
fines de semana.

Kendall seguía pensando en eso treinta minutos después, cuando alguien llamó
a la puerta. Consideró la posibilidad de no contestar, pensando que quien fuera a ver
a Holden no estaría interesado en verla a ella. Además, no estaba de humor para ver a
nadie. Entre la preocupación por Holden y la conversación con su padre, estaba a
punto de volverse loca.

Pero quienquiera que fuese volvió a llamar, esta vez más fuerte.

Maldiciendo, se levantó y se acercó a echar un vistazo por la mirilla, atónita al


ver a Kimber y Kyla allí de pie con una bolsa de comida para llevar y una pila de DVD.

—Sabemos que estás ahí —gritó Kimber—. Y sabemos que necesitas compañía.
Así que abre la puerta. Porque no vamos a ninguna parte.

Kendall apoyó la frente en la puerta y cerró los ojos. Qué había hecho para
merecer amigas tan increíbles

Ah, sí. Había mentido.

***

118
—¿Cómo haces para no volverte loca? —Preguntó Kendall. Las palabras le
salieron más quejumbrosas de lo que hubiera preferido, pero Kimber y Kyla no
parecieron darse cuenta—. Acabo de conocer a Holden y ya me vuelve loca cuando
tiene que irse así. ¿Cómo lo llevas tú?

Al otro lado de la mesa de café, Kimber dejó escapar un medio suspiro-medio


risa mientras colocaba las cajas de comida china para llevar.

—Para empezar, tienes que tener en cuenta que yo no tengo mucha más
experiencia en esto que tú —Se sentó en el lado opuesto del sofá y cogió los palillos—
. Dalton y yo llevamos poco tiempo juntos, así que todavía estoy aprendiendo a lidiar
con su trabajo.

—Pero parece que te va bien —señaló Kendall.

—La verdad es que no. Estoy tan alucinada como tú. Es sólo que he aprendido
algunos mecanismos de defensa y eso marca la diferencia.

Kendall pinchó su pollo picante con los palillos.

—¿Qué clase de mecanismos de defensa? Y si me dices que hay ejercicios de


respiración que pueden ayudarme a no preocuparme tanto por Holden, te voy a
abofetear.

Kimber se rió.

—Nada de ejercicios de respiración. Te lo prometo.

—¿Entonces qué?

—Primero, tienes que confiar en que Holden y los demás chicos del Equipo SEAL
5 son los mejores del mundo en lo que hacen. Nadie entrena más duro que ellos y nadie
tiene un Equipo tan unido ni tan protector entre sí. Todos salen como un Equipo y
todos vuelven como un Equipo.

Kendall podía creerlo. Nunca había visto a Holden en combate real, por
supuesto, pero si la forma en que se comportó en el tiroteo del otro día era un indicio,
sin duda era bueno bajo presión. Y no había duda de que estaba muy unido a sus
compañeros. Ella sólo podía imaginar lo duro que lucharían los unos por los otros.

—De acuerdo —dijo—. Entonces, ¿cuál es la segunda parte?

Kimber apuntó con sus palillos a Kyla, luego a Kendall, luego a sí misma.

119
—Esto. Estar con otras personas. Juntarse a ver una película, cenar, hablar y reír.

Debió de parecer confusa, porque Kimber continuó.

—Cuando la gente se enfrenta a situaciones aterradoras, a veces se aíslan de los


demás e intentan salir adelante solos. Pero cuando se trata de algo así, de esperar a que
las personas que queremos vuelvan a casa, tenemos que aceptar que no podemos
hacerlo solos. Tenemos que tender la mano y pedir ayuda.

—Por eso hemos venido esta noche —dijo Kyla—. Para que sepas que estamos
aquí para ayudarte. Y para que sepas que no sólo somos Kimber y yo. Si necesitas
hablar o compañía, puedes llamarnos a cualquiera de nosotras. Felicia, Hayley, Lyla,
Bristol. Todas sabemos lo que es preocuparse y esperar.

Kendall las miró asombrada, preguntándose de nuevo qué había hecho para
merecer su amistad. Eso la hizo sentirse aún peor de lo que ya se sentía, y por un
momento casi quiso decirles que no era digna de nada de eso. Que era una agente del
FBI que mentía a todo el mundo, especialmente a Holden, para meterlo en la cárcel.

Abrió la boca, sin saber qué decir, pero con la necesidad de decir algo, cuando
Kimber se rió y agitó la mano.

—Basta ya de hablar de cosas serias. Vamos a comer.

Era una buena idea. Necesitaba ordenar sus pensamientos y averiguar hacia
dónde se dirigía todo esto. Había estado a punto de soltarlo todo.

Después de cenar y de comer un número ridículo de galletas de la suerte


cubiertas de Reddi Wip10, pusieron una de las películas. Era una comedia romántica
que Kendall aún no había visto y parecía divertida. Pero a mitad de los créditos
iniciales, Kyla cogió el mando a distancia y la puso en pausa.

—¿Qué voy a hacer con Wes? —dijo—. Me aterroriza estar tan firmemente
atrapada en la zona de amigos que él nunca me vea como algo más que la chica
desordenada que su Equipo ha tomado bajo su ala. Lo juro, es como si ni siquiera se
diera cuenta de que soy una mujer.

—Se da cuenta —dijo Kimber—. Créeme, se da cuenta.

10
N. del T.: Marca de crema batida hecha con ingredientes naturales.

120
A Kyla se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Entonces, ¿por qué no me invita a salir, maldita sea? Hago todo lo posible para
que sepa que me gusta, pero no hace nada al respecto.

—¿Alguna vez has pensado en decirle lo que sientes? —Preguntó Kendall.

Cualquiera diría que Kendall le dijo a Kyla que corriera desnuda por Main Street
llevando una espada en llamas y un paquete de perritos calientes. La chica se sonrojó
tanto que Kendall pensó que se desmayaría.

—No podría hacer eso —insistió Kyla—. Jamás.

—¿Por qué no? —preguntó Kimber.

Kyla se mordió el labio inferior.

—Porque si él no está interesado en mí de esa manera y le digo lo que siento,


podría perderlo como amigo.

—A veces, hay que arriesgarse —dijo Kendall.

Kyla negó con la cabeza.

—No puedo. No merece la pena correr el riesgo.

Cuando Kimber intercambió miradas con Kendall, sólo pudo encogerse de


hombros. ¿Cómo podía darle consejos a Kyla cuando ella misma no seguía ninguno?

—¿Has cometido alguna vez el error de mentir a alguien? —preguntó en voz


baja—. ¿Empezar con la mejor de las intenciones, pero luego darte cuenta de que
podrías haber cometido el mayor error de tu vida?

Al otro lado del sofá, Kimber gimió.

—Yo soy el ejemplo perfecto —Levantó las piernas, apoyó los pies descalzos en
el borde del asiento y se abrazó las rodillas—. Me quedé embarazada cuando Dalton
y yo estábamos saliendo. Ninguno de los dos habíamos pensado mucho hacia dónde
iba nuestra relación, si es que iba a ir a alguna parte. Él se fue a un largo despliegue
cuando me enteré de que iba a tener un hijo y, como no quería que se sintiera obligado,
me fui de San Diego sin decirle que iba a ser padre. Pensé que estaba haciendo lo
correcto.

121
Kimber suspiró.

—Sólo después de que secuestraran a Emma y Dalton me ayudara a rescatarla


me di cuenta de lo egoísta que fue mi decisión. Le robé a Dalton algo que nunca podría
devolverle. Por mucho que le quiera ahora, por muy bien que esté todo entre nosotros
ahora, no puedo devolverle los años que se perdió con su hija y conmigo.

Kimber apoyó los pies en el suelo y se inclinó hacia delante, apoyando los
antebrazos en los muslos.

—No tengo ni idea de qué clase de mentira le habrás contado a Holden, pero si
te preocupas por él y crees que podrías tener un futuro con él, y que esta mentira le
hará daño y os separará a los dos, entonces tienes que decirle la verdad. Antes de que
sea demasiado tarde.

Kendall luchó contra las lágrimas.

—¿Y si ya es demasiado tarde? ¿Y si decirle la verdad es lo que le hace daño y


nos separa a los dos?

Kimber se sentó y volvió a levantar las rodillas.

—Aún así díselo. Hay cosas peores que perderle. Créeme.

Kendall todavía estaba considerando eso cuando sonó su teléfono móvil.


Inmediatamente lo cogió de la mesita, rezando para que fuera Holden.

No era Holden.

Maldijo en silencio cuando vio el número de Isaac en la pantalla.

—Es uno de mis profesores —dijo a Kimber y Kyla—. Tengo que contestar.

Deslizándose fuera del sofá, entró en el dormitorio de Holden y cerró la puerta.

—¿Por qué diablos no me mantienes al tanto? —Isaac exigió cuando ella


respondió—. ¿Tienes idea de lo embarazoso que es enterarse por el SAIC de que la
agente encubierta más importante que tiene el Buró en este momento pasó la noche en
el hospital porque fue víctima de un tiroteo? ¿O que Lockwood está fuera del país
desde ayer? ¿Estás intentando que me despidan?

Aunque la idea de que echaran a Isaac la hizo sonreír, no sería inteligente


admitirlo.

122
—No me molesté en decírtelo porque he estado demasiado ocupada intentando
averiguar si hay alguna conexión entre el tiroteo y el robo —dijo.

No era mentira. Era una de las cosas que le habían estado dando vueltas en la
cabeza sin parar durante las últimas veinticuatro horas.

Isaac no dijo nada por un momento, luego suspiró.

—Entonces, ¿qué tienes? ¿Hay alguna posibilidad de que ese tipo para el que
Lockwood trabajaba en San Fran sea el responsable del tiroteo?

—No tengo ninguna prueba concreta, pero tiene sentido.

Más silencio. Entonces:

—¿Tienes ya el nombre de este tipo?

—Todavía no —mintió. Sabía que debía darle el nombre de McKinney a Isaac,


pero algo la retenía—. Pero creo que puedo usar el tiroteo para que Holden confíe en
mí.

—La subasta es en unos días —señaló Isaac—. ¿Y si Lockwood no vuelve a


tiempo?

—Volverá. —Ella quería a Holden de vuelta por una razón completamente


diferente a la del FBI, pero lo quería de vuelta de todos modos—. Tiene que volver.

Kendall colgó y entró en el salón. Kimber y Kyla seguían esperándola con la


película en pausa.

—¿Todo bien? —Preguntó Kimber, mordisqueando una de las galletas de la


suerte que quedaban.

—Sí —respondió ella—. Mi profesor quería asegurarse de que me enterara de un


cambio de horario para los parciales.

Kyla se sorprendió.

—¿Tu profesor te llamó después de medianoche por un examen parcial? La


Universidad de San Diego debe de ser muy seria con sus estudiantes.

Kendall se rió, sintiéndose como una mierda por mentir a sus amigas, otra vez.

123
—Entonces, ¿vamos a ver esta película o qué?

124
Capítulo 17
KENDALL NO TENÍA ni idea de qué hora era cuando oyó que alguien abría la
puerta del dormitorio. Su primer instinto fue coger la pistola que llevaba escondida en
la pequeña bolsa de deporte debajo de la cama, pero luego se detuvo. No sabía muy
bien por qué, pero esos mismos instintos que la llevaron a coger un arma la habían
hecho detenerse.

Él se había quitado las botas antes de entrar para no asustarla.

Kendall se dio la vuelta y vio la silueta familiar de Holden en la puerta. Era una
locura pensar que en una sola semana había llegado a conocerlo tan bien que podía
identificarlo casi en plena oscuridad, pero instintivamente supo que era él. Se acercó
lentamente y encendió la lámpara de la mesita de noche, asombrada por el alivio que
sentía al ver a Holden de una pieza.

—Lo siento —dijo él en voz baja, inclinándose para dejar las botas junto a la
puerta del armario—. No quería despertarte —no quería molestarla. ¿Era eso dulce o
qué?

Kendall negó con la cabeza mientras se incorporaba. Miró el reloj y vio que
apenas eran más de las cinco de la mañana, pero ver a Holden sano y salvo la despertó
por completo.

—No pasa nada. En realidad, no estaba durmiendo.

La expresión de la cara de Holden le hizo pensar que ella lo decía para que se
sintiera mejor por haber llegado a una hora tan intempestiva, pero no era así. Aunque
se quedó hasta tarde viendo películas con Kimber y Kyla la noche anterior, y luego fue
de compras con ellas ese día, Kendall había estado demasiado preocupada por Holden
como para dormir.

Abrió la boca para decirle que tenían que hablar, que había muchas cosas que le
estaba ocultando, pero las palabras se le atascaron en la garganta al ver la expresión
de su cara.

—¿Qué?

125
—Llevas puesta mi camiseta —dijo él, con voz ronca.

Ella miró hacia abajo, y entonces recordó que se había acostado con una de sus
camisetas de SEALs of Coronado. Le quedaba enorme y le llegaba a medio muslo.

—Espero que no te importe que te la coja prestada —dijo—. Es mucho más


cómoda que cualquiera de las mías.

Sin mencionar que olía a él. Aunque no lo dijo.

Holden cruzó la habitación y se colocó junto a la cama, con una mirada ardiente.

—Siéntete libre de tomar prestada mi ropa cuando quieras —susurró,


presionando sus labios contra los de ella—. Te queda mucho mejor que a mí.

Ella percibió el olor a pólvora en su uniforme y su corazón se aceleró al darse


cuenta de que había estado en algún tipo de tiroteo. Pero ese pensamiento se
desvaneció cuando sus labios trazaron un camino de besos a lo largo de su mandíbula
y por su cuello. Madre mía, qué bien le sentaba la barba rasposa de él contra su piel.

Desabrochándose la parte de arriba del uniforme, Holden la empujó hacia la


cama. Su cuerpo respondió de inmediato, pero ella apretó una mano contra el pecho
de él, cubierto con la camiseta, para frenarle. Él se apartó, con confusión en el rostro.

—Me alegro de que estés a salvo —susurró ella—. Y me alegro mucho de que
estés en casa. Pero esperaba que pudiéramos hablar un poco antes.

La expresión de Holden pasó de confusa a aplastada.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz llana.

A Kendall se le encogió el corazón al ver la expresión de su cara mientras se


acordaba de cuando él le dijo que no sería la primera mujer que pensara que sería
divertido liarse con un SEAL, pero que cambiaría de opinión cuando la realidad se
interpusiera. Kendall le dijo que ella no era así, pero aquí estaba diciéndole que tenían
que hablar minutos después de que él volviera de una misión. ¿Qué otra cosa podía
pensar?

Todo lo que había querido decirle salió volando por la ventana. Porque si bien
era muy importante hacerle entender que no había tenido la intención de traicionarlo,
asegurarse de que supiera lo mucho que significaba para ella era mucho más
importante. Al menos ahora.

126
—No pasa absolutamente nada —murmuró, bajándole la cara de preocupación
y besándole suavemente aquellos labios perfectos—. Sólo quería decirte lo mucho que
te he echado de menos y lo mucho que significa que estés de vuelta en casa conmigo.

Empezó a respirar de nuevo cuando Holden se relajó y le devolvió el beso, la


mirada de preocupación que tenía hace un momento había desaparecido.

—¿Tú y casa? Creo que me gusta cómo suenan esas dos palabras juntas.

—Yo también podría acostumbrarme a ellas —Sonriendo, Kendall buscó la


hebilla de su cinturón y la abrió—. Pero tal vez ahora es el momento de hablar menos
y besarnos más.

—No me oirás quejarme —murmuró contra sus labios mientras la besaba de


nuevo.

Hizo gala de sus habilidades multitarea al seguir besándola mientras se bajaba


los pantalones y los calzoncillos.

Impresionante.

No tanto como su erección, pero aun así... ¿besarse y desvestirse? Supuso que los
Navy SEALs estaban entrenados para hacer de todo.

Él mandó su camiseta volando por la habitación al mismo tiempo que ella se


contoneaba y tiraba de la suya desde debajo del culo y por encima de la cabeza.
Kendall se revolvía en la cama sobre manos y rodillas para hacerle sitio cuando él la
agarró por las caderas y la arrastró de nuevo hasta el borde.

—¿Adónde crees que vas? —bromeó.

Ella gimió, excitada al sentir su erección rozándole insistentemente el culo.


Deslizó las manos por debajo de ella, deslizándolas por sus abdominales hasta
acariciarle los pechos, y luego la levantó hasta que su espalda quedó apoyada contra
su pecho desnudo y su pene quedó perfectamente encajado entre sus nalgas.

—Parece que no voy a ir a ninguna parte —murmuró ella, suspirando de nuevo


mientras él le besaba el cuello y los hombros.

Su barba desaliñada la llevó al borde de la locura mientras deslizaba sus dedos


cálidos entre sus rizos húmedos, jugueteando entre sus piernas. Holden sumergió un
dedo en su interior, curvándolo y acariciándola, haciéndola agitarse y gemir y mojarse
más a cada segundo que pasaba, llevándola al límite más rápido de lo que hubiera sido

127
posible. Luego sacó el dedo húmedo y empezó a hacerle pequeños círculos en el
clítoris. Ella se retorció contra él y sus gemidos se convirtieron en un largo y agudo
chillido.

Era casi vergonzoso lo rápido que Kendall explotaba. No es que se quejara.


Aceptaría un orgasmo alucinante en cualquier momento. Se fundió en el fuerte abrazo
de Holden y dejó que sucediera. Y cuando él bajó el ritmo unos instantes para dejarla
recuperar el aliento y volvió a acariciarle el clítoris, ella también dejó que eso ocurriera.

Cuando Holden terminó, ella estaba tan agotada que lo único que podía hacer
era desplomarse sobre sus manos y rodillas, con todos los músculos de su cuerpo
temblando. No estaba segura de si tuvo orgasmos múltiples o un clímax realmente
largo con muchos picos y valles. Nunca se había corrido tantas veces en su vida, así
que lo aceptaría, independientemente de los tecnicismos.

Kendall estaba pensando en darse la vuelta para averiguar dónde demonios se


había metido Holden cuando sintió una mano cálida en la cadera. Miró por encima del
hombro y se dio cuenta de que ya se había puesto el condón.

Jadeó cuando Holden la penetró de un solo empujón, sus dedos se clavaron


deliciosamente en sus caderas mientras él empezaba a moverse, golpeando con fuerza
su culo cada vez que se movía. El cuerpo de ella trató de aferrarse al suyo para que él
no pudiera ir a ninguna parte, a pesar de que lo que estaba haciendo le gustaba mucho.
Ese cosquilleo familiar justo debajo de su clítoris ya estaba empezando, creciendo más
fuerte con cada empuje y diciéndole que otro orgasmo estaba a la vuelta de la esquina.

Siempre había pensado que la chica encima era su postura favorita, pero ahora
que Holden estaba así detrás de ella, estaba dispuesta a cambiar de opinión.

—Justo así —jadeó—. No te atrevas a parar.

Definitivamente no se detuvo. En lugar de eso, la puso de rodillas como había


hecho antes, con la espalda apretada contra su pecho mientras sus manos la recorrían
por todas partes. Excepto que esta vez, él estaba enterrado profundamente dentro de
ella y tocándola en lugares que la hacían ver estrellas.

—Vale, alguien tiene que llamar a los editores del Kama Sutra y decirles que
añadan esta postura al libro lo antes posible porque esto es increíble.

Holden probablemente se habría reído si no estuviera tan ocupado


mordisqueándole el cuello.

128
Kendall no estaba segura de cómo lo había hecho, pero, de algún modo, giró el
cuerpo lo suficiente como para besarle mientras se deshacía en sus brazos. Fue el
clímax más delicioso que jamás experimentó. Se desmadejó mientras él se corría con
ella, sus fuertes brazos la apretaban tanto que sabía que lo sentiría mañana.

Acabaron entrelazados con las piernas flojas de lado sobre la cama, el peso de él
presionándola cómodamente contra el colchón, su piel tan cálida contra la de ella que
parecía una manta, su boca murmurando palabras indistintas pero perfectas en su
oído. Kendall sabía que había cosas de las que tenían que hablar, pero en aquella
situación no había forma de que arruinara aquel momento.

Podía esperar hasta más tarde, cuando fuera.

***
Holden estaba seguro de que sólo llevaba cinco minutos dormido cuando sintió
la mano de Kendall en su hombro, sacudiéndole.

—Holden, despierta —le dijo.

La idea de que Kendall lo despertara para hacer el amor de nuevo era atractiva,
pero entre la misión y la bienvenida a casa que le había dado, estaba completamente
agotado.

Levantó la cabeza lo suficiente para ver el reloj. Mierda, aún no eran las 11:00.
Llevaban dormidos menos de una hora. Había salido de San Diego a las 16.00 , cuatro
de la tarde, del martes y estuvo casi tres días sin parar. Con el cambio de hora y toda
esa mierda de volar hacia atrás en el tiempo, había llegado a casa a las tres de la
madrugada del jueves, lo que sólo eran dos días desde la perspectiva del huso horario
de San Diego.

Con razón estaba tan cansado.

—Vuelve a dormirte —murmuró, cerrando los ojos y hundiéndose en la


almohada—. Te prometo que luego podremos hacer el amor tantas veces como
quieras. Sólo dame unos minutos más de sueño.

—Holden, hablo en serio —dijo ella bruscamente, empujándole el hombro de


nuevo—. Tienes que levantarte. Tenemos que hablar y no tenemos mucho tiempo.

Las palabras, el tono y la forma frenética en que le sacudía acabaron por sacarlo
del sueño. Se levantó sobre el codo y miró alrededor de la habitación, intentando

129
averiguar qué pasaba, pero no vio nada fuera de lugar. Kendall estaba sentada a su
lado en la cama con su camiseta de los SEALs de Coronado y unos pantalones cortos de
correr. Ambos se habían puesto algo de ropa hacía un rato, después de descubrir que
dormir juntos desnudos sólo daba lugar a más sexo. No es que la ropa ayudara mucho.
Kendall estaba muy sexy con esos pantalones cortos.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba agarrando el móvil con tanta
fuerza que tenía los nudillos blancos. Mierda, estaba muy asustada. Cualquier
pensamiento sobre el culo sexy de su novia desapareció. No sabía lo que era, pero algo
iba mal.

—¿Qué está pasando? —preguntó, apartando las mantas y girándose para


mirarla.

—Tenemos que hablar y no tenemos mucho tiempo —repitió ella. Se apartó el


pelo detrás de la oreja con una mano temblorosa—. Hay cosas que me gustaría haberte
dicho desde el principio, pero no pude. Ahora sólo espero que podamos salir adelante.

Ella hablaba tan rápido que él apenas podía entender qué demonios estaba
diciendo. Sin embargo, reconoció el pánico cuando lo vio.

—Kendall, más despacio —Le cogió las manos—. Estás empezando a


preocuparme. Sólo dime lo que está pasando. Porque mi cabeza está empezando a
imaginar una mierda realmente aterradora.

Ella respiró hondo.

—Sé lo que robaste en San Francisco. Esa pieza de tecnología de la NSA.

Holden no se dio cuenta de que había dejado de respirar hasta que el pecho
empezó a arderle por contener el aire. Por fin lo soltó, al tiempo que se le retorcían las
tripas. ¿Cómo demonios podía saber Kendall que había robado algo en San Francisco?
Y lo que era más importante, ¿cómo sabía ella lo que había robado si él no lo sabía?

—¿Qué estás diciendo? —susurró, el pavor lo llenaba.

—No soy quien crees que soy —Su voz era tan suave que apenas podía oírla—.
Te he estado mintiendo todo el tiempo. No sobre todo. Pero sobre muchas cosas.

La cabeza le daba vueltas. ¿Qué demonios quería decir con que ella no era quien
él creía que era?

—Holden, soy...

130
Lo que estaba a punto de revelar fue interrumpido por un violento estruendo en
la sala de estar, seguido inmediatamente por fuertes gritos. Se movió instintivamente
y saltó de la cama para interponerse entre los intrusos y Kendall, preparándose para
atacar con la única arma de que disponía: las manos.

Los brazos de Kendall le rodearon el pecho, como si intentara retenerlo.

—Holden, para. No intentes luchar. Te lo ruego.

Antes de que pudiera preguntar de qué estaba hablando, cuatro hombres con
uniformes tácticos de color verde oliva entraron por la puerta de la habitación,
apuntándoles a él y a Kendall con carabinas M4.

—¡No os mováis! —ordenó uno de ellos, mientras los otros tres se desplegaban
formando un semicírculo a su alrededor.

Holden trató de mantener su cuerpo entre Kendall y las armas, pero ella lo sujetó
con fuerza, negándose a moverse.

—Para, Holden —le dijo, con voz suave y cargada de lágrimas.

Él vio el parche del FBI pegado con velcro a la parte delantera del uniforme más
cercano casi al mismo tiempo que salían las esposas. La sensación de hundimiento que
tenía en las tripas le llegó hasta los huevos. Algo iba jodidamente mal.

Cuando el imbécil de las esposas le agarró la muñeca, quiso reaccionar


violentamente. Era una respuesta prácticamente codificada en su ADN. Pero Kendall
seguía sujetándolo y no podía defenderse sin hacerle daño.

—Está bien, Holden —murmuró ella.

¿Está bien?

Por su vida, él no podía entender cómo ella podía pensar que algo de esto estaba
bien. O qué demonios estaba pasando.

—¿Kendall? —dijo, girándose para mirar a la mujer con la que había pasado la
mañana haciendo el amor, suplicando con esa sola palabra una explicación.

Pero ella se limitó a mirarlo fijamente, con el sonido ensordecedor de las esposas
al encajar en sus muñecas.

—Excelente trabajo, agente Patton.

131
Holden giró la cabeza para ver a alguien que nunca habría esperado.

Isaac. El ex novio de Kendall.

Holden observó estupefacto cómo el imbécil entraba en el dormitorio y se


acercaba a Kendall. No, Kendall no. Agente Patton. ¿Qué coño?

—Me preocupaba que no recibieras mi mensaje a tiempo para controlar la


situación, pero debería haber sabido que encontrarías la manera de calmar las aguas
—Isaac se fijó en la camiseta y los pantalones cortos que llevaba—. Tengo que
felicitarte por haberte desnudado por Dios y la Patria.

Holden quería darle un puñetazo en la cara a aquel imbécil, aunque tuviera que
arrastrar consigo a los cuatro matones del SWAT del FBI. Pero al final, lo único que
pudo hacer fue mirar fijamente a la mujer que tenía delante mientras la realidad de la
situación se abalanzaba sobre él.

Kendall no era una estudiante universitaria que cursaba un máster. No estaba


huyendo de un ex novio imbécil. No era una mujer guapa que quería empezar una
vida con un SEAL de la Marina. No era la mujer de la que se había enamorado tan
rápido y tan fuerte.

Kendall era una agente del FBI que estaba allí para meterlo en la cárcel. Todo lo
que había pasado entre ellos durante la última semana fue una completa y jodida
mentira. Ella nunca sintió nada por él. Sólo lo folló y le engañó hasta que la caballería
pudiera aparecer y arrestarlo.

Estaba a punto de estallar contra ella, tan cabreado que no podía ver bien, cuando
la mirada de ella se encontró con la suya. Las palabras murieron en su garganta.

Ella miró a Isaac.

—¿Qué haces aquí? Creía que tenía hasta el sábado.

—Sí, sobre eso —Isaac sonrió satisfecho y se encogió de hombros—. La subasta


se ha adelantado al viernes por la noche en lugar del sábado. Y el SAIC decidió que ya
tenías todo el tiempo que ibas a tener. Ahora hacemos esto a la antigua.

Holden no entendía una maldita palabra de lo que decían los dos federales, y
estaba a punto de preguntar qué demonios querían de él, cuando Isaac hizo un gesto
con la mano hacia la puerta.

132
—Sacadle de aquí. Apenas tenemos más de veinticuatro horas para conseguir
que hable.

Kendall observó inexpresivamente cómo los matones del SWAT del FBI lo
arrastraban hacia la puerta. Aquella completa falta de emoción en su rostro dolía más
que su traición. Ella había jugado con él y él nunca lo vio venir.

133
Capítulo 18
—TE PREGUNTARÍA EN QUÉ demonios te has metido, pero a juzgar por las
esposas, creo que la respuesta es obvia.

Holden levantó la vista y vio a su jefe, el comandante Mack Hunt, de pie en la


puerta, mirándole inexpresivamente. Alto, de hombros anchos y pelo negro azabache,
Mack había pasado por el BUD/s con el antiguo jefe del Equipo, Kurt. A día de hoy
seguían siendo muy amigos.

Holden se encogió de hombros lo mejor que pudo, teniendo en cuenta que aún
tenía las manos encadenadas y sujetas a la parte superior de la mesa.

—Es complicado, señor, y no es algo que se pueda arreglar —Lanzó una rápida
mirada al espejo unidireccional antes de volverse hacia su comandante—.
Probablemente no debería estar aquí, señor.

Mack era un hombre que nunca se había contenido cuando le apetecía dar una
paliza a sus hombres, así que Holden se sorprendió cuando entró en silencio en la sala
de interrogatorios y cerró la puerta tras de sí.

—No hay nadie detrás del cristal. Eso formaba parte del acuerdo al que llegué
antes de entrar aquí.

Holden asintió con la cabeza. Los federales podrían haber mentido y colado a un
agente en la otra sala después de que entrara Mack. Diablos, podrían tener encendido
un dispositivo de grabación. Este lugar probablemente estaba lleno de ellos. Pero
confiaba en su jefe. El hombre había sobrevivido a su tiempo en el campo de batalla
porque era inteligente. Sabía cómo protegerse a sí mismo y a sus hombres. Lo que
significaba que había tomado las medidas adecuadas para asegurar su privacidad.

No es que Holden planeara decir nada incriminatorio de todos modos.

—Entonces, ¿qué es lo que el FBI espera que hagas? —preguntó aunque ya tenía
una idea bastante clara. No había reloj en la habitación, así que no podía decir con
exactitud cuánto tiempo llevaban interrogándole, pero habían pasado al menos entre
ocho y diez horas. Siempre las mismas preguntas una y otra vez por parte de varios
interrogadores desde distintos ángulos.

134
¿Dónde está el objeto que robaste?

¿A quién se lo diste?

¿Dónde se celebra la subasta?

¿Cuándo tendrá lugar la transferencia de la propiedad?

¿Cómo se llamaba el jefe del crimen organizado con el que viviste cuando eras
adolescente?

Las preguntas se habían vuelto repetitivas, y obsoletas, rápidamente. Y Holden


no respondió a ninguna. En lugar de eso, se echó hacia atrás en la silla y miró fijamente
al federal que tenía enfrente, hasta que los hombres se frustraban y se marchaban
enfadados. Ese imbécil, Isaac, fue el que más había durado. Se enfadó tanto cuando
Holden se negó a decir una palabra que casi le pega un puñetazo. Era infantil, pero
Holden tomaría cualquier victoria que pudiera conseguir. Frustrar al FBI tanto como
pudiera era lo máximo que podía esperar. Tarde o temprano lo meterían en una celda
y dejarían de hacerle preguntas.

Como se negaba a entablar cualquier tipo de conversación con ellos, Holden sabía
que en algún momento cambiarían de táctica y traerían a alguien que creyeran que
podía hacerle hablar. Al parecer, Mack era ese alguien.

—Me dijeron que robaste algo de la NSA. Algo crítico para la seguridad nacional
—Mack se sentó y apoyó el tobillo en la rodilla opuesta—. Quieren que te convenza
para que les digas dónde lo escondiste o a quién se lo diste.

—Ya me lo imaginaba —dijo Holden.

—He oído a uno de los agentes decir que el FBI ha tenido un agente encubierto
contigo durante la última semana. ¿Es cierto?

Holden asintió con la cabeza, con el pecho apretado como si estuviera en una
prensa. Al menos Mack no sabía que él y Kendall se habían acostado.

Pensar en Kendall evocaba imágenes en su cabeza que no quería ver. Imágenes


de ella arrodillada en su cama, vestida con su camiseta, con la cara llena de angustia
mientras intentaba decirle algo. Por supuesto, no le salieron las palabras porque el FBI
pateó su puerta y lo arrestó mientras la mujer de la que se había estado enamorando
le impedía luchar.

135
—Mierda, Holden, sabes que probablemente te enfrentas a cadena perpetua,
¿verdad? —preguntó Mack—. Si no te ejecutan por traición.

Holden apretó la mandíbula y asintió con la cabeza.

Mack golpeó la mesa con una mano y maldijo.

—Estoy acostumbrado a que mis SEALs se metan en líos de vez en cuando.


Meterse en peleas y acabar en medio de algo en lo que no tienen nada que hacer es una
cosa. Pero esto no es algo que pueda arreglar o hacer desaparecer.

—Lo sé —dijo Holden en voz baja—. Y no te lo estoy pidiendo.

La verdad era que no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Había robado esa maldita
cosa de la NSA porque era la única manera de ayudar a un amigo a salvar la vida de
su pequeña. Su carrera, su libertad y su vida habían desaparecido por ello. Si confesaba
todo, iría a la cárcel de por vida. Si no decía nada, iría a la cárcel de por vida. En
cualquier caso, estaba jodido.

Su única esperanza era que si esperaba hasta el último momento para decirle al
FBI lo que querían saber, podría hacer un trato con ellos y salir de la cárcel antes de
empezar a usar un andador. Sin embargo, no se trataba sólo de él. No tenía ni idea de
lo que podía hacer la cosa que había robado, pero debía de ser algo que ponía en
peligro a los Estados Unidos si los federales estaban tan desesperados por recuperarla.
Lo que significaba que también ponía en peligro a todas las personas que le
importaban.

Eso incluía a Kendall.

Sabía que era jodidamente estúpido seguir preocupándose por ella después de lo
que había hecho, pero lo hacía.

Pensó que había encontrado algo especial con Kendall. Que tal vez finalmente
conoció a alguien que se preocupaba por él lo suficiente como para estar allí cuando
volviera a casa de cualquier agujero de mierda en el que hubiera estado. Incluso se
convenció a sí mismo en los tranquilos rincones de su mente que estaba enamorado de
Kendall, y que tal vez, ella podría estar enamorándose de él.

Claramente, se equivocaba. Al menos en la parte de que ella lo amaba.

Había sido un maldito idiota.

136
***
—Quizá porque soy idiota.

Kendall suspiró, deseando poder simplemente desaparecer en la tela del sofá del
salón de Holden. Habría sido más fácil que enfrentarse a las miradas suspicaces de las
personas a las que llegó a considerar amigas, personas que querían saber por qué no
le había contado la verdad a Holden a tiempo para que él pudiera hacer algo para
arreglar la situación.

Kimber y Dalton estaban en el sofá. Kyla y Wes estaban sentados en el suelo,


cerca del televisor. Noah y Sam estaban junto a la puerta de la cocina. Cada uno de
ellos la miraba con diversos grados de sospecha y enfado mientras esperaban a que
explicara su enigmática respuesta a una pregunta por lo demás sencilla.

Por supuesto, si hubiera una manera fácil de responder, ya lo habría hecho.

Kimber le había enviado un mensaje de texto hacía una hora que constaba de tres
simples palabras.

¿Es verdad?

Kendall estaba sentada en el mismo lugar del sofá de Holden en el que se


encontraba ahora, casi desesperada, cuando sonó su teléfono. Después de que el
equipo SWAT sacara a Holden, se vistió y fue a la oficina de San Diego con la
esperanza de hablar con él. Pero Isaac se negó a dejar que viera a Holden. Le dijo que
si a estas alturas no había logrado que Holden le dijera dónde estaba la Llave, no iba a
conseguirlo.

Kendall se había quedado mirando el mensaje de Kimber durante al menos cinco


minutos, sin saber qué decir. No le sorprendió que los amigos de Holden supieran que
le tenían detenido y que ella estaba implicada. No entendía por qué se pusieron en
contacto con ella después de lo que hizo. Desesperada por arreglar el daño que había
hecho, le respondió a Kimber.

Es verdad, lo arruiné. Metí la pata.

Probablemente no era la frase más coherente que había aparecido en el dominio


wifi, sobre todo si Kimber no sabía que Kendall era agente del FBI. Pero fue sincera.
Eso tenía que contar para algo.

¿Él te importa? escribió Kimber.

137
Kendall ni siquiera tuvo que pensar. Sí.

¿Vas a hacer algo para ayudarle?

Quiero hacerlo, pero no sé cómo. Las palabras se desdibujaron mientras los ojos se
le llenaban de lágrimas. Eso le había pasado mucho hoy.

¿Dónde estás?

Casi le daba miedo decir que estaba en casa de Holden. Que estaba allí porque
quería sentirse cerca de él. Cuando le dijo la verdad a Kimber, su respuesta había
conmocionado a Kendall.

Estaremos allí en veinte minutos.

Kendall había supuesto que con “nosotras” Kimber se refería a Kyla y a ella. Se
quedó atónita al ver que cuatro SEALs vinieron con ellas. Eso fue hacía media hora.

—Entonces, ¿vas a ampliar eso de idiota? —Preguntó Kimber exasperada—. ¿O


esa es tu respuesta?

¿Por dónde empezaba?

—Soy agente del FBI y ésta era mi primera misión encubierta —dijo en voz baja—
. No tenía ni idea de qué demonios estaba haciendo. Lo único que sabía era que tenía
que averiguar para quién había robado Holden el juguete tecnológico de la NSA y
dónde estaba. Nunca planeé enamorarme de él. Se suponía que eso no pasaría. Cuando
me di cuenta de que estaba enamorada de él, ya era demasiado tarde. Traté de
advertirle, pero mi jefe se puso nervioso. Lo siguiente que supe fue que un equipo
SWAT estaba entrando por la puerta —Tragó saliva, conteniendo las lágrimas—.
Tendríais que haber visto cómo me miraba mientras lo sacaban a rastras.

Todos la miraron como si le hubieran salido aletas de la cabeza. Ese fue el


momento en que se dio cuenta de que había admitido en voz alta que amaba a Holden.

Debería haberla aturdido. La idea de que alguien pudiera enamorarse en una


semana era una locura. Era aún más descabellado si se tenía en cuenta que toda la
semana fue una enorme mentira y que ninguno de los dos había sido completamente
sincero en nada.

Excepto en las partes relacionadas con lo mucho que se querían. En eso fueron
muy sinceros. Más lágrimas amenazaron a Kendall cuando se enfrentó a la verdad. Se

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enamoró de un hombre que ni siquiera la conocía de verdad y había conseguido que
lo metieran en la cárcel.

—¿Holden realmente robó algo de la NSA? —Preguntó Kyla conmocionada.

Bueno, más conmocionada de lo que se había mostrado antes. A decir verdad,


Kyla parecía fuera de sí cuando llegó. Como si no pudiera entender cómo las cosas
habían llegado a ese punto.

Kendall se había preguntado lo mismo unas mil veces hoy.

—Ni siquiera voy a entrar en lo clasificada que es esta información, pero basta
con decir que acabaría en una celda justo al lado de Holden si alguien supiera que os
lo he contado. Pero sí, robó una pieza extremadamente valiosa de tecnología de
espionaje de la NSA —dijo—. La llaman la Llave y están desesperados por recuperarla
porque, al parecer, no hay sistema de seguridad informático en el mundo que esta cosa
no pueda piratear. Y lo que es peor, está previsto que salga a subasta en la Dark Web
mañana por la noche. Si un grupo terrorista le pone las manos encima...

Dejó el resto sin decir. Todo el mundo allí era lo suficientemente inteligente como
para darse cuenta de lo malo que sería algo así. Tampoco señaló que si Holden era
declarado culpable, se enfrentaba a cadena perpetua, o algo peor. Eso la asustó tanto
que apenas podía respirar.

—No sabíamos lo que estábamos robando —dijo Wes, con una voz casi tan suave
como la de Kyla e igual de aturdida—. Nos dieron la ubicación y el plan de seguridad
y nos dijeron exactamente en qué cámara acorazada entrar. Demonios, ni siquiera
abrimos la caja para ver la cosa. Lo cogimos y nos fuimos.

Kyla miró a Wes, con el rostro repentinamente pálido.

—¿Nosotros? ¿Tú también estabas allí? ¿Por qué hiciste algo así? Si el FBI se
entera, irás a la cárcel.

Una lágrima rodó por su mejilla y Wes la atrapó con un suave pulgar. Como si
se diera cuenta de lo que había hecho, apartó rápidamente la mano, con la cara
enrojecida.

—Cuando secuestraron a Emma y nos dimos cuenta de que íbamos a tener que
irrumpir en el lugar para el que trabajaba Kimber, Holden sabía que necesitaríamos
equipo especializado —dijo Wes, mirando a todos menos a Kyla—. Obviamente, no es
el tipo de material que puedes conseguir en Walmart, así que Holden y yo fuimos a

139
ver a un tipo que solía conocer. Sólo que el tipo no nos prestaría el equipo a menos que
Holden accediera a robar algo para él —Negó con la cabeza—. No sabíamos que era
un equipo de espionaje de la NSA. Si lo hubiéramos sabido, nunca habríamos hecho el
trabajo.

Dalton maldijo. A su lado, los ojos de Kimber se llenaron de lágrimas.

Aunque Holden nunca lo había dicho, Kendall sospechaba que por eso robó la
Llave. Demonios, Holden prácticamente se lo dijo la primera noche que se conocieron,
cuando le explicó que haría cualquier cosa para proteger a su familia. Dalton, Kimber
y Emma eran su familia. Wes lo hizo por la misma razón.

—Fue McKinney, ¿no? —le preguntó a Wes—. Él os prestó el equipo. Lo robasteis


para él.

Los ojos de Wes se entrecerraron, como si acabara de revelar algo que no debía.
Algo que Kendall usaría para herir aún más a su amigo. Como si pudiera herir a
Holden más de lo que ya lo había hecho.

—¿Holden te habló de él? —Cuando ella asintió con la cabeza, Wes exhaló un
suspiro—. Tengo que admitir que estoy un poco sorprendido. Sólo te conoce desde
hace una semana.

—A veces una semana puede ser tiempo suficiente cuando dos personas están
siendo honestas entre sí —dijo ella y luego hizo una mueca de dolor—. Bueno, al
menos fuimos sinceros en lo personal. Las cosas que realmente importaban. Me contó
cómo creció en San Francisco. Sé que estuvo en una banda, que su madre era
drogadicta y que McKinney lo acogió bajo su protección.

Kimber se secó las lágrimas.

—Parece que has aprendido mucho sobre Holden. Tu jefe en el FBI debe estar
encantado. Eso hará que el procesamiento de Holden sea mucho más fácil.

El golpe dolió, pero se lo merecía.

—Nunca le conté a mis superiores nada de eso. Nada más allá de generalidades.
El FBI sabe que su madre murió de una sobredosis de drogas y que conocía a un tipo
implicado en el crimen organizado, pero nada más que eso.

—¿Por qué no les dijiste el nombre de McKinney? —preguntó Dalton.

—Porque me enamoré de Holden —dijo ella con sencillez.

140
Noah se apartó del marco de la puerta en el que había estado apoyado.

—Con todo esto que le has estado ocultando a los federales, ¿es posible que
Holden pueda salir de esta cuando vaya a juicio?

Kendall suspiró. Era la misma pregunta que se había estado haciendo todo el día.

—Probablemente no. Si estuviéramos hablando de un juicio normal en un


tribunal normal, podría tener una oportunidad. Pero con las implicaciones para la
seguridad nacional, los fiscales querrán sangre, sobre todo si la Llave se vende en esa
subasta. En ese tipo de ambiente, con la montaña de pruebas circunstanciales que
tienen vinculando a Holden con el robo, lo van a encerrar de por vida.

—¿Y si Holden confiesa y les habla de ese tal McKinney? —Preguntó Kyla.

—En el momento en que Holden confiese y les hable de McKinney, perderá el


poco valor que tiene para ellos —dijo Kendall—. Si el FBI es capaz de recuperar la
Llave, puede que consiga recortar tiempo de su condena, pero aún le esperan décadas
en una prisión federal.

Si eso le permitiera salir impune, ella ya habría estado en la oficina de campo


gritando el nombre de McKinney desde la azotea.

—¿Y si el FBI no recupera la Llave? —Preguntó Wes—. ¿Y si alguien más la


recuperara y se la ofreciera a los federales a cambio de clemencia total y absoluta para
Holden?

Por un momento, Kendall no entendió a qué se refería Wes. Pero a medida que
las palabras se filtraban lentamente y su significado tomaba forma, la esperanza que
no se había permitido siquiera considerar empezó a crecer en su pecho.

—¿Sabes dónde tiene McKinney esa cosa? —le preguntó a Wes con entusiasmo.

El negó con la cabeza.

—No, pero conozco a alguien que probablemente sí. Sólo tenemos que ir a sacarlo
de la oficina de campo del FBI.

Kendall parpadeó.

Al lado de Wes, los ojos de Kyla se abrieron como platos.

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—¿De verdad estás sugiriendo que saquemos a Holden, robemos algo a un jefe
del crimen organizado y luego lo canjeemos por la libertad de Holden? Por no hablar
de la nuestra, ya que el FBI se dará cuenta de que fuimos nosotros quienes lo sacamos.

La cabeza de Kendall daba vueltas mientras intentaba imaginar cómo era posible
que pudieran llevar a cabo algo así. Era una locura.

—Sabes que es una locura, ¿verdad? —señaló Kimber—. Nunca pasaremos de la


puerta principal.

Kendall rezó para no arrepentirse de esto.

—Vosotros no podéis, pero yo sí —dijo.

***
Holden estaba sentado con los ojos cerrados cuando oyó abrirse la puerta de la
sala de interrogatorios. Sin duda era otro agente que iba a interrogarle. Aún no tenía
ni idea de qué hora era, pero debían de ser cerca de las 04.00.

Los pasos ligeros le indicaron que era una mujer. No le sorprendió. Le habían
lanzado una docena de tipos diferentes, de intelectuales a amenazadores, en un intento
de hacerle hablar. Tenía sentido que lo intentaran con una mujer. Probablemente
pensaron que respondería bien a un toque más suave.

Como si eso tuviera una maldita oportunidad de funcionar.

Si ella seguía el mismo guión, se sentaría frente a él, se presentaría y le diría que
estaba allí para ayudarle. Las primeras veces le hizo gracia. Después de eso, se había
vuelto molesto.

Pero ella no hizo eso. En lugar de eso, le agarró las muñecas y le quitó las esposas.
Él levantó la cabeza y casi se cayó de la silla al ver a Kendall. Le habría dolido mucho,
porque tenía los tobillos encadenados.

—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó, con el corazón disparado y cayendo


en picado al mismo tiempo. Se hundió aún más cuando se dio cuenta de la importancia
de su presencia—. Oh, ya lo entiendo. Te enviaron para interrogarme, pensando que
ya tenías el papel de poli bueno, puesto que ya te habías acostado conmigo. Apuesto
a que los otros agentes se rieron cuando les contaste lo fácil que fue enamorarme de ti.

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Kendall se estremeció ante sus palabras, y él se sintió inmediatamente como una
mierda por haberlas dicho. Pero demonios, ella le había mentido en todo. ¿Qué
demonios se suponía que tenía que hacer... darle las gracias?

Kendall apretó la boca, pero no dijo nada mientras se agachaba para quitarle los
grilletes de los tobillos. Se enderezó, dio un paso atrás y le indicó que se levantara.

—Vamos —dijo cuando él no se movió—. No tenemos mucho tiempo.

Holden la miró fijamente. Había pensado demasiado en Kendall desde que los
federales lo trajeron aquí. No era tan ingenuo ni tan estúpido como para culparla de
ser del FBI o de que le arrestaran. Lo primero era cosa de ella. Lo segundo era culpa
suya. Él había robado esa maldita cosa de la NSA.

No, lo que hacía casi imposible mirarla, y mucho menos perdonarla, era el hecho
de que le hubiera engañado para que se enamorara de ella. Él había pensado que era
diferente y todo fue una mentira.

—Vámonos —le instó.

—¿Adónde? —Se frotó las rozaduras de las muñecas varias veces antes de cruzar
los brazos sobre el pecho—. Si me vas a llevar a una celda, ¿por qué me has quitado
las esposas y los grilletes?

—No te voy a llevar a una celda, idiota —le espetó ella, y luego miró hacia la
puerta, con una mirada de pánico en los ojos—. Te estoy liberando.

Él frunció el ceño, seguro de que estaba alucinando.

—¿Qué?

—Estoy aquí para liberarte.

Kendall volvió a echar un vistazo rápido a la puerta, como si pensara que alguien
pudiera entrar en cualquier momento. ¿Por qué iba a importarle si alguien lo hacía?
Ella era uno de ellos. Llevaba una maldita placa del FBI con su foto enganchada al
cinturón, por el amor de Dios.

—¿A qué clase de juego estás jugando? —preguntó—. ¿Crees que si actúas como
si intentaras ayudarme a escapar, volveré a confiar en ti y te diré dónde está la Llave?

Ella respiró hondo y luego soltó:

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—Maldita sea, Holden. Lo he pillado. No confías en mí. Y tienes motivos para no
hacerlo. Metí la pata, y lo sé. No hay nada que pueda hacer para cambiar eso ahora.
Sin embargo, puedo tratar de sacarte de esta situación. Pero para hacerlo, necesito que
confíes en mí lo suficiente como para venir conmigo antes de que venga otro agente.

—Reconoces la incoherencia de lo que acabas de decir, ¿verdad? —preguntó—.


Entiendes que no confío en ti, pero luego me pides que confíe en ti. ¿Por qué demonios
iba a hacerlo?

Ella suspiró y, por un momento, él pensó que en sus ojos había lágrimas. Luego
negó con la cabeza y le miró fijamente.

—Porque Wes, Dalton, Noah y Sam están abajo en una furgoneta, junto con Kyla
y Kimber. Necesito sacarlos de este edificio antes de que alguien tropiece con ellos. O
con nosotros, para el caso.

Debía de estar más agotado de lo que pensaba, porque sencillamente no podía


comprender lo que Kendall acababa de decir. Era imposible que la hubiera oído bien.

—¿Por qué estarían abajo en una furgoneta? —fue todo lo que pudo decir.

—Porque si puedo sacarte de aquí, todos vamos a conseguir esa maldita cosa que
robaste y la usaremos para canjear tu libertad.

Si antes pensaba que estaba confundido, no se comparaba con lo mucho que le


daba vueltas la cabeza en ese momento.

—¿Por qué harías algo así? Irás a la cárcel conmigo si esto sale mal.

Kendall lo miró durante mucho tiempo.

—Porque te amo y haré lo que sea para tener la oportunidad de demostrártelo.

Antes de que pudiera decir nada, Kendall se dio la vuelta y se dirigió a la puerta.
Con la mano en el pomo, le miró por encima del hombro.

Holden respiró hondo, se puso en pie y la siguió fuera de la habitación.

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Capítulo 19
EL VIAJE hasta San Francisco fue horrible. Los amigos de Holden se las
arreglaron para que ella y Holden fueran sentados juntos en la última fila de la
furgoneta grande, con una fila vacía entre ellos y todos los demás. Tal vez pensaron
que les darían intimidad para hablar, pero no fue así. En lugar de eso, Holden y ella
miraron por sus respectivas ventanillas laterales y se ignoraron durante las quince
horas que duró el viaje hasta San Francisco. De hecho, Holden no habló con nadie
desde que ella lo había sacado a escondidas por la puerta trasera de la oficina de San
Diego.

Dalton conducía mientras Noah iba de copiloto. Wes y Kyla iban en el asiento de
atrás. Kyla había estado pegada a su portátil todo el tiempo, vigilando la subasta de la
Dark Web y los distintos sistemas de comunicaciones de las fuerzas del orden,
asegurándose de que nadie se tropezara con su ubicación.

Las únicas personas que no estaban con ellos eran Kimber y Sam. Como Kendall
sabía que el FBI la estaría buscando a ella y a Holden, les dio las llaves de su coche y
les dijo que condujeran hasta México. Con el pelo rubio de Kimber y la musculatura
de Sam, se parecerían bastante a ella y a Holden en las cámaras de tráfico. Podría
conseguirles un par de días extra.

O hacer que Kimber y Sam fueran enviados a prisión.

Kendall no quería ni pensar en eso.

Su pequeño grupo probablemente habría llegado a San Francisco en diez horas


si hubieran tomado la interestatal, pero eso facilitaría que el FBI los descubriera, así
que le dijo a Dalton que se ciñera a las carreteras secundarias. El viaje fue largo, sobre
todo por la frialdad con la que Holden la trataba. Al menos se había puesto la ropa que
ella le trajo.

Kendall le miró de reojo, tratando de hacerlo sin que se diera cuenta. No tenía
por qué molestarse. Era como si él no supiera que ella existía. Por otra parte, Holden
tampoco parecía ser consciente de nadie más. Después de subir a la furgoneta, le dio a
Dalton una dirección en las afueras de Napa Valley y no dijo ni una palabra desde
entonces. Se había limitado a mirar al vacío, como a un millón de kilómetros de
distancia.

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Kendall le contó por qué volvió a por él, incluso le dijo que le amaba. Y Holden
no había respondido. Odiaba admitirlo, pero le dolía. Entendía por qué Holden no la
amaba, ni siquiera confiaba en ella, y sabía que la única razón por la que accedió a
venir era porque sus amigos estaban implicados en aquel loco plan, pero saber todo
eso no aliviaba en absoluto el dolor que sentía en el pecho, ni las lágrimas que
amenazaban con correr por sus mejillas.

—Acabamos de salir de Silverado Trail —anunció Dalton desde detrás del


volante.

—A medio kilómetro, verás una señal a la derecha de Soda Canyon Road —dijo
Holden, sin dejar de mirar por la ventanilla lateral—. Toma el desvío y síguelo hasta
que te diga que pares. Habrá un estrecho barranco en el que podremos aparcar la
furgoneta. Caminaremos desde allí.

—¿Caminar adónde? —exigió Dalton, parecía estar sintiendo un poco de la


frustración que todo el mundo empezaba a mostrar—. ¿Nos vas a contar cuál es el
plan? ¿O a dónde demonios vamos?

Holden desvió su atención de lo que fuera tan interesante fuera de la ventana.

—Aproximadamente a un kilómetro y medio pasado el barranco cruzaremos por


una línea de vallas hacia el viñedo de McKinney. McKinney dirige la mayor parte de
sus operaciones criminales desde allí. Ahí es donde estará la Llave.

—¿De verdad crees que McKinney se arriesgaría a tener algo tan incriminatorio
como eso en su propiedad personal? —preguntó Kendall.

Holden guardó silencio durante tanto tiempo que ella pensó que no respondería
a su pregunta, pero finalmente resopló.

—McKinney no es precisamente un paranoico, pero ha llegado a donde está en


el mundo sin fiarse de nadie. Nunca guardaría algo tan valioso como la Llave en
ningún otro sitio.

—Suponiendo que tengas razón, ¿sabes dónde la escondería? —preguntó Noah


por encima del hombro.

—Hay un conjunto entero de cámaras acorazadas bajo el garaje —dijo Holden—


. Es donde McKinney guarda sus posesiones más valiosas y sólo unas pocas personas
de su máxima confianza tienen acceso a ellas o incluso saben que están allí. Puede que

146
organice la subasta desde la casa principal, pero guardará la Llave en una de esas
cámaras acorazadas hasta que el comprador transfiera el dinero a su cuenta.

Kyla levantó la vista de su portátil para mirarle.

—Eso será más pronto que tarde. La subasta está llegando a su fin. La puja
asciende a casi doscientos millones y sólo hay dos jugadores serios implicados.

—Mierda —murmuró Kendall—. Tenemos que darnos prisa —El corazón le latió
más deprisa. Si no recuperaban la Llave, liberar a Holden no habría servido para
nada—. No tenemos ni idea de cuánto tiempo conservará McKinney la Llave después
de que se cierre la puja, pero no me sorprendería que el comprador tuviera a alguien
preparado para recogerla en cuanto se cierre el trato.

Todos murmuraron su acuerdo. Bueno, todos menos Holden. Volvió a mirar por
la ventana como si no pudiera importarle menos.

Unos minutos después, Dalton metió la furgoneta en el barranco y avanzó hasta


que el vehículo quedó oculto entre la maleza rala. En cuanto estuvieron fuera de la
furgoneta, Holden dio instrucciones.

—Con la subasta en marcha, McKinney tendrá guardias apostados alrededor del


perímetro del viñedo. Una vez que los hayamos pasado, Wes bajará conmigo a las
cámaras acorazadas que hay bajo el garaje. Dalton y Noah, mantened la seguridad
arriba.

Kendall abrió la boca para preguntarle a Holden dónde la necesitaba, pero él


volvió su atención hacia Kyla.

—¿Crees que puedes piratear el sistema de seguridad? —preguntó—. Habrá


varias capas de contraseñas y cifrado en las señales, pero si consigues entrar,
tendremos una visión de casi todo lo que ocurre en la propiedad.

Kyla asintió con la cabeza, dedicándole una sonrisa confiada —Acércame lo


suficiente para captar una señal wifi en mi portátil y entraremos. Si tenemos suerte,
quizá pueda quedarme fuera de ese perímetro defensivo que mencionaste.

Eso pareció satisfacer a Holden. Se dio la vuelta para dirigirse hacia el viñedo y
casi pasó por encima de Kendall. Él se detuvo y le dirigió una mirada fría que le hizo
un nudo en el estómago aún mayor del que ya tenía.

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—¿Dónde me quieres? —preguntó en voz baja, dándose cuenta después que las
palabras salieron de su boca de que su pregunta podría llevar a una respuesta que
realmente no quería oír.

Holden la miró un momento más y luego levantó la barbilla en dirección a Kyla.

—Quédate aquí y cubre a Kyla. No te acerques a la casa principal ni al garaje,


veas lo que veas u oigas lo que oigas.

Y sin más, Holden se dio la vuelta y se dirigió hacia el barranco, atrapando el rifle
automático corto que Wes le arrojó despreocupadamente antes de desaparecer en la
oscuridad. Santo cielo, habían traído armas automáticas. Esto estaba ocurriendo de
verdad.

Kyla le dedicó una pequeña sonrisa.

—Si te sirve de ayuda, aposté veinte dólares diciendo que Holden y tú ibais a
solucionar esto y volver juntos.

Kendall resopló.

—Si tú apostaste por que volveríamos a estar juntos, ¿qué apostaron los demás?

—Noah y Wes apostaron por que Holden y tú os enzarzabais en una gran


discusión y tú le pegabas. Dalton apostó a que todo esto nos estallaría en la cara y
acabaríamos todos en la cárcel.

Kendall suspiró mientras sacaba su Glock del FBI y comprobaba que estuviera
cargada. Tenía que admitir que, si estuviera apostando su dinero, también apostaría
por ese último resultado.

***
—¿Te comportas como un gilipollas a propósito o ahora te sale de forma natural?
—susurró Wes mientras bajaban con cautela por la oscura escalera bajo el garaje de
McKinney.

Holden giró la cabeza y miró a su amigo con el ceño fruncido. Al menos, había
pensado que Wes era su amigo. Pero oír a su compañero de equipo decir algo así le
hizo preguntarse.

—¿Qué diablos significa eso? —preguntó en voz baja.

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Este no era el momento ni el lugar para tener esta conversación, pero iban a
tenerla de todos modos. Probablemente deberían, supuso, ya que el viaje desde San
Diego fue horrible. Como si te metieran una endodoncia por el culo. Kendall lo había
ignorado todo el tiempo, sin duda considerándose estúpida por haberlo sacado del
calabozo del FBI. Luego estaba esa mierda que dijo sobre amarlo. Tenía que estar
arrepintiéndose de eso también. Obviamente era mentira. Los agentes del FBI no se
enamoraban de los criminales que iban camino de la cárcel.

—Sabes exactamente lo que significa —murmuró Wes, comprobando cada


esquina mientras bajaban los escalones de piedra—. Kendall arriesgó su vida y su
libertad para sacarte de esa oficina de campo, y tú has sido un completo imbécil desde
entonces.

Kyla y Dalton se comunicaban por radio con Holden. La subasta estaba


terminando y el personal de seguridad de McKinney se estaba inquietando. Tal vez
pensaban que los perdedores iban a causar problemas. Por suerte, Kendall y Kyla
estaban fuera del perímetro de seguridad y no corrían peligro.

Holden le habría dado un puñetazo a su amigo por llamarle imbécil si no fuera


por el simple hecho de que Wes probablemente tenía razón. Holden se había
enfurruñado como un maldito niño de cinco años durante todo el trayecto. Pero en su
defensa, tenía una buena razón.

—Wes, ella me mintió.

Su amigo resopló.

—Oh, ¡bua, bua! Así que nunca te dijo que era federal. Supéralo. Tú también
mentiste. Como la parte de no mencionar que habías robado una pieza de tecnología
de seguridad nacional.

Holden maldijo en voz baja.

—Eso es completamente distinto. Y, además, no estoy enfadado por esa parte.


Vale... sí... puede que esté un poco enfadado por esa parte. Pero, sobre todo, estoy
cabreado porque me la jugó. Todo el tiempo que estuvimos juntos, me hizo creer que
era real. Me hizo creer que por fin había conocido a la mujer con la que podría pasar
el resto de mi vida. Mierda, Wes. Creo que me estaba enamorando de ella.

—Tal vez deberías darle un respiro a la mujer —señaló Wes mientras llegaban al
nivel inferior y avanzaban por el largo pasillo central que salía de la escalera—. Que

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vosotros dos os ocultarais secretos no significa que todo lo que pasó entre vosotros
fuera mentira.

—Sí, lo fue —dijo Holden en voz baja—. Todo.

Por la radio, Kyla les avisó de que un grupo de personas se estaba moviendo de
la casa principal al garaje.

—Puede que vengan a recoger la Llave. Cogedla y salid de ahí.

Holden aceleró el paso y se adelantó a su amigo, dirigiéndose al final del pasillo.


El lugar tenía exactamente el mismo aspecto que cuando lo había visto hacía tantos
años. Tenuemente iluminado y envuelto en sombras, pequeñas huecos y pasillos más
pequeños se ramificaban a izquierda y derecha del pasillo principal. Con suerte, eso
significaba que todo lo demás seguía igual. Como el lugar donde McKinney prefería
guardar sus posesiones más preciadas: la última cámara acorazada del pasillo de la
derecha. Si tenían suerte, la combinación seguiría siendo la misma. La de la puerta de
arriba lo había sido.

McKinney era un animal de costumbres y no le gustaba cambiar las cosas.

—Yo estaba allí cuando Kendall admitió que se enamoró de ti mientras estaba
encubierta —dijo Wes—. No la conozco tan bien como tú, pero tengo que decirte que
me pareció muy sincera. Se paró frente a nosotros y derramó su corazón. Ella fue la
que ideó este loco plan para sacarte de la custodia del FBI y recuperar la Llave para
poder usarla para negociar tu libertad. Nada de eso me suena a mentira. Suena a mujer
seriamente enamorada de un hombre al que no quiere ver en una celda.

Holden no sabía que decir a eso, así que no dijo nada.

Se detuvo frente a una puerta acorazada que habría enorgullecido a un banco y


tecleó la combinación, que debía de tener al menos una década de antigüedad. Rezó
en silencio para dar las gracias cuando los cerrojos se replegaron y la pesada puerta se
abrió, dejando al descubierto una sala llena de cajas fuertes individuales y una pesada
mesa en el centro de la habitación con un maletín negro en el centro.

El mismo maletín que él y Wes habían robado hacía unas semanas.

Entró y abrió el maletín para descubrir una caja negra más pequeña,
decididamente sosa, con unas cuantas luces LED y algunos conectores USB.

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Holden lo cogió cuando oyó el inconfundible sonido de disparos de armas
automáticas en el piso de arriba. Maldiciendo, cogió la llave, se la metió en el bolsillo
y se dirigió a la puerta de la cámara acorazada.

—No estoy segura de lo que ha pasado, pero creo que debes de haber activado
algún tipo de alarma —dijo Kyla con urgencia, con una voz difícil de oír por encima
del estruendo de los disparos—. Hay hombres armados corriendo hacia el garaje. No
creo que Dalton y Noah puedan detenerlos. Kendall viene a ayudar.

Hasta entonces, Holden no se había preocupado demasiado. Sus compañeros de


Equipo y él habían salido airosos de todo tipo de situaciones posibles, incluso de
aquellas en las que se vieron abrumadoramente superados en número. Pero lo de
Kendall viniendo a ayudar lo cambió todo.

—¡No dejes que baje, Kyla! —gritó en su micrófono mientras corría tras Wes hacia
el pasillo principal—. ¡Mantenla allí contigo!

—No puedo —dijo Kyla—. Ya está en camino.

Holden maldijo mientras él y Wes corrían por el pasillo, con la mente dándole
vueltas a mil por hora. Qué demonios creía Kendall que podía hacer en esta situación.
Era una federal, no un soldado. No había forma de que pudiera abrirse paso a través
del campo de batalla en los terrenos por encima de ellos y llegar hasta aquí para
ayudar.

Acabaría matándose.

Estaba tan absorto en esos pensamientos que ni siquiera se dio cuenta de que
había gente abajo, en las cámaras acorazadas, con ellos, hasta que salió al pasillo
principal y casi fue aniquilado por una lluvia de disparos que se dirigían hacia él.
Holden se lanzó a través del pasillo hacia uno de los huecos mientras Wes retrocedía
hacia el pasadizo del que acababan de salir.

Holden se arrodilló y asomó la cabeza por la pared, sólo para retroceder


rápidamente cuando la zona donde había estado estalló en fragmentos. Sacó la
carabina y disparó un par de veces. Eso le valió un centenar de cartuchos de fusil de
asalto que se estrellaron contra la pared y el suelo. Llamó la atención de Wes para ver
que su compañero de Equipo le devolvía la mirada con la misma expresión. Estaban
atrapados. Y jodidos.

Entonces, tan rápido como empezó, cesaron los disparos, dejándole los oídos
zumbando mientras la gente del otro extremo del pasillo hacía una pausa para

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recargar. Estaba a punto de volver a asomar la cabeza para ver si podía pillar
desprevenido a uno de los tiradores cuando oyó una risita familiar.

—Cuando sonó la alarma, algo me dijo que eras tú, Holden, aunque intentara
convencerme de que nunca serías tan estúpido como para venir aquí —dijo
McKinney—. Tenías que saber que nunca te dejaría salir de aquí con eso. Vale
demasiado. Ahora, ¿por qué no nos dejamos de juegos? Tíralo y podemos manejar esto
como una familia.

El primer instinto de Holden fue hacer exactamente lo que McKinney le pedía,


tirar el juguete tecnológico en el centro del pasillo, y luego poner un cargador lleno de
balas a través de la maldita cosa. Sería mezquino y rencoroso, pero se sentiría bien. Sin
embargo, decidió no hacerlo. La Llave era lo único que podía mantenerle fuera de la
cárcel.

Se asomó por el borde de la pared y vio a McKinney y al menos media docena de


sus hombres escondidos en huecos y pasillos hasta la entrada de la escalera por la que
él y Wes habían bajado antes. Volvió a mirar a McKinney cuando reconoció a uno de
los hombres que estaban con su antiguo jefe. Era el tipo del tiroteo que casi mató a
Kendall. El hecho de que el hombre trabajara para McKinney no le sorprendió, pero
aun así le cabreó.

—¿Familia? —resopló Holden—. Quizá deberías haber pensado en eso antes de


manipularme para que robara esto para ti. Si realmente me considerabas de la familia,
deberías haberme dicho que había robado algo por lo que me ejecutarían por traición
si me pillaban. En serio, ¿ni siquiera un aviso? Eso es muy frío.

McKinney se rió.

—No es frío. Es pragmático. El Holden Lockwood que yo conocí nunca se habría


dejado atrapar. Convertirte en un SEAL te hizo descuidado.

—Tal vez —convino Holden—. O tal vez planeaste que me atraparan todo el
tiempo, pensando que yo cargaría con la culpa sin delatarte nunca.

Cuando McKinney no respondió, Holden supo que había dado en el clavo.

—Ahora ya no importa, ¿verdad? —La voz de McKinney era áspera—. Sé que


estás dando largas, esperando que esos hombres que tienes arriba puedan ayudarte,
pero la verdad es que no hay forma de que salgas vivo de aquí a menos que me des
esa cajita negra.

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Unos pasos resonaron en el pasillo, y Holden se asomó lo suficiente como para
ver a varios de los hombres de McKinney arrastrándose por el corredor. Mierda. El
hombre al que solía considerar más como un padre que como su verdadero padre sólo
había estado distrayéndole para que sus matones pudieran situarse en mejor posición
para acabar con Wes y con él. Ambos eran SEALs, pero les superaban en número y
estaban atrapados contra la pared.

—Dalton. Noah —dijo en voz baja en su micrófono de radio—. Si estabais


esperando hasta el último segundo para hacer una aparición dramática, ahora sería un
buen momento.

Hubo una ráfaga de disparos de armas a través de la radio cuando alguien de


arriba pulsó su micrófono para responder.

—¡Lo siento, amigo! —gritó Noah—. Estamos un poco ocupados aquí arriba.
Estás por tu cuenta por un tiempo. Buena suerte y toda esa mierda.

Holden maldijo justo cuando otra voz llegó por la radio.

—Estoy llegando —dijo Kendall—. Aguantad un minuto más y estaré allí para
ayudar.

—¡No te atrevas a venir aquí, Kendall! —gritó Holden en su micrófono incluso


cuando los hombres de McKinney empezaron a disparar, llenando el pasillo con una
cacofonía de ruido ensordecedor y salpicando de escombros las esquinas tras las que
él y Wes se escondían—. Te lo estoy diciendo. No lo hagas.

Wes se asomó y empezó a devolver los disparos. Holden se movió para hacer lo
mismo.

Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, vio abrirse la puerta del fondo del
pasillo. El corazón se le oprimió en el pecho cuando Kendall salió al exterior,
empuñando nada más que una pistola Glock de pequeño tamaño.

La maldita mujer hizo caso omiso de los violentos temblores de su cabeza


mientras se deslizaba por el pasillo hacia los hombres que querían matarlos a él y a
Wes. Levantó la Glock y apuntó al hombre más cercano. Holden quería gritarle que se
detuviera, decirle que estaba siendo suicida. Haría el primer disparo sin que nadie se
diera cuenta, quizá incluso el segundo. Pero entonces se darían la vuelta para abatirla
sin pensárselo dos veces.

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En el momento en que disparó, un puñado de matones de McKinney se giraron,
dándose cuenta de que había una amenaza a sus espaldas.

—¡Cúbreme, Wes! —gritó Holden.

Salió del hueco, se puso el M4 al hombro y disparó lenta y metódicamente una


vez tras otra. Sus acciones eran tan suicidas como las de Kendall. Salir a campo abierto
con tantas armas apuntando hacia él era una locura. Pero sabía que ella y Wes
impedirían que McKinney y sus hombres se centraran en él hasta que pudiera
acercarse lo suficiente para acabar con esto.

Apuntar resultó casi imposible, ya que todo su mundo parecía reducirse a la


visión de Kendall caminando hacia él, disparando su pequeña 9 mm a los hombres
que trataban de matarle. Holden siguió moviéndose, enfrentándose a los hombres que
se atrevían a apuntar sus armas hacia la mujer que amaba. No le importaba si
sobrevivía, siempre y cuando ella saliera con vida.

Los ojos de McKinney se abrieron como platos cuando sus hombres empezaron
a caer a su alrededor. Retrocedió hasta un hueco, con la mirada oscilando entre Holden
y Kendall. Debía de saber que no tenía tiempo de disparar a ambos, y siendo el cabrón
que era, apuntó con su arma a Kendall.

Holden no dudó. Simplemente apuntó el cañón de su arma y apretó el gatillo.


McKinney, un hombre al que había querido como a un padre, fue empujado hacia atrás
contra la pared mientras aparecían tres puntos rojos en el centro de su pecho.

Los pocos malos que quedaban fueron fáciles de eliminar y, en cuanto cesó el
tiroteo, Holden se acercó a Kendall, con el terror que sentía sustituido por una ira
blanca.

—¡Eso ha sido lo más estúpido y demente que nadie ha hecho jamás! —gritó,
respirando con tanta fuerza que le dolía el pecho—. Podrías haber muerto. Maldita
seas, te dije que no bajaras aquí.

Kendall no dijo nada. En lugar de eso, acortó la distancia que los separaba a la
carrera y se arrojó a sus brazos. Él soltó su M4, dejándolo colgar de las correas, y la
atrapó. El beso que se dieron fue tan intenso que casi lo mareó, pero no le importó. Le
devolvió el beso como si su vida dependiera de ello.

—Mierda de tiempo para eso —dijo Wes mientras corría junto a ellos—. Dalton
y Noah necesitan ayuda, así que dejadlo ya y vámonos.

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Holden maldijo en silencio y se apartó.

—Quédate aquí abajo, donde es seguro —ordenó a Kendall mientras recargaba


su carabina.

Kendall no dijo ni una palabra mientras se agachaba y cogía el rifle automático


de fabricación belga que McKinney había estado sujetando, y luego rebuscó en los
bolsillos del hombre hasta dar con un cargador de repuesto. Sin mirar a Holden, se dio
la vuelta y se dirigió a las escaleras.

Holden volvió a maldecir, esta vez en voz alta, pero no tuvo más remedio que ir
tras ella mientras subía corriendo las escaleras. Intentó evitar que cometiera alguna
imprudencia una vez fuera, pero Kendall corría demasiados riesgos en lo que a él
respectaba.

La pelea terminó en pocos minutos. Sobre todo porque la gente que estaba allí
para la subasta se subió a sus lujosos coches y salió corriendo de allí. Holden y los
demás les dejaron marchar. Habían conseguido lo que buscaban.

Cuando quedó claro que ya no había malos a los que enfrentarse, Kendall dejó
que le quitara el arma automática de la mano. La tiró al suelo y la estrechó entre sus
brazos, abrazándola con fiereza.

—No vuelvas a hacer una locura así.

—No vuelvas a robar otra pieza de tecnología de la NSA y no tendré que hacerlo
—susurró ella.

Él resopló.

—¿Qué hacemos ahora?

—Llamamos por teléfono a la oficina de San Diego e intentamos que todo vaya
mejor —murmuró ella, besándole—. Si eso no funciona, nos vamos a México.

Holden vio como un millón de agujeros en el simplista plan, pero no los señaló.

—A mí me vale.

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Capítulo 20
—¿NO OS IRÉIS a tragar en serio esta sarta de chorradas? —exigió Isaac mientras
el SAIC Danner y varios otros agentes veteranos del FBI se sentaban en las sillas
alrededor de la mesa de conferencias y consideraban la historia que Kendall acababa
de contarles. Holden y ella llevaban toda la mañana en la oficina de San Francisco.
Ella había contado una historia sobre cómo un Navy SEAL fue engañado para
robar algo sin saber lo que era y cómo decidió trabajar con una agente encubierta
novata para ayudar a recuperarlo cuando se dio cuenta de las implicaciones del robo
para la seguridad nacional. Afortunadamente, Holden era lo bastante listo como para
mantener la boca cerrada cuando llegaban a las partes de la historia que eran creativas,
aunque ella había visto cómo se le movía la boca unas cuantas veces.
—Esto es una completa broma —continuó Isaac—. La agente Patton permitió la
fuga de un sospechoso bajo custodia federal y luego llevó a cabo una misión no
autorizada con personal de servicio militar no autorizado que provocó la muerte de
más de una docena de ciudadanos estadounidenses. Lockwood y ella deberían estar
en prisión ahora mismo.
Danner ignoró a Isaac, con su mirada azul clavada en Kendall.
—Cuénteme más sobre esta misión no autorizada y esta persona de vigilancia que
tenía en su equipo. La que adquirió horas y horas de vídeo de la residencia de
McKinney.
Se refería a Kyla. El FBI sabía que hubo otros SEALs implicados además de
Holden, pero no les interesaban. Cuando Kendall le dijo a Danner que no sólo tenía la
Llave, sino también los datos de vigilancia de todos los agentes de inteligencia
extranjeros que pujaron en la subasta, así como toda la información de sus cuentas
bancarias en el extranjero, prácticamente se le cayó la baba. Aún le impresionó más
que los informáticos del FBI dijeran que el sistema de seguridad de McKinney debía
de estar demasiado encriptado para poder ser pirateado.
Kendall no tenía intención de revelar la identidad de Kyla, por supuesto, por
mucho que el FBI lo deseara. La chica ya había arriesgado demasiado. De ninguna
manera Kendall la quería en el radar del FBI.
—Esa persona en concreto era una fuente externa que encontré por mi cuenta —
dijo—. Su ayuda estaba supeditada a que mantuviera el anonimato. Preferiría
mantener mi relación confidencial con esta persona en caso de que vuelva a necesitarla.
Isaac murmuró algo en voz baja.

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—Sin una cadena de custodia legal, todo lo que esa persona haya obtenido carece
de valor ante un tribunal.
Junto a Kendall, Holden parecía querer darle un puñetazo a Isaac. No le culpaba.
Isaac estaba cabreado porque ella había pasado por encima de él y llamó a Danner para
negociar la libertad de Holden. Estaba aún más furioso porque no se le reconocía el
mérito de haber recuperado la Llave.
Danner frunció el ceño ante Isaac.
—Hay muchas situaciones en las que la admisibilidad en los tribunales no es un
problema. Ahora mismo, estoy más interesado en saber cuánto tiempo lleva la agente
Patton desarrollando contactos así de capaces.
Isaac parecía a punto de echar sapos por la boca, quizá incluso un toro con cuernos.
Pero fue lo bastante listo como para quedarse callado cuando se dio cuenta de que
Danner y los demás agentes estaban más interesados en este tipo de cosas que en el
robo original y la reciente recuperación de la Llave.
La reunión continuó durante otros veinte minutos. Danner les hizo preguntas de
todo tipo a Holden y a ella, desde por qué Kimber y Sam habían ido a México hasta de
dónde sacaron Holden y los demás SEALs sus armas. Ella estaba impresionada por lo
bien que Holden manejaba las preguntas que Danner le lanzaba. Incluso en la que
explicó como se vio obligado a matar a McKinney y cómo no le había molestado en
absoluto, se le escapó de la lengua con suavidad y sin un atisbo de emoción, aunque
ella sabía que no era cierto.
Danner despidió a Isaac y a los demás agentes poco después. En cuanto la puerta
se cerró tras ellos, Danner les dirigió a Holden y a ella una mirada apreciativa. Kendall
se preguntó hasta qué punto se había creído su historia.
—No voy a fingir que conozco toda la historia entre ustedes dos, pero al fin y al
cabo, no me importa —dijo Danner—. El FBI tiene oficinas de campo enteras llenas de
agentes que saben seguir las reglas y hacer las cosas según las normas. Usted ignoró
las reglas y reescribió el libro, agente Patton. Tengo muchos agentes con más
experiencia que no podrían haber hecho lo que usted hizo. Recuperó la Llave sin dejar
que se viera comprometida y tiene montañas de datos sobre agentes de inteligencia
extranjeros que podemos explotar durante años. En resumen, considéreme
impresionado. Sólo lamento perderla como activo.
Kendall estaba segura de que todo esto iba a salir bien, hasta que Danner dijo eso.
Holden parecía tan confundido como ella.
—¿Señor? —dijo—. ¿Me van a despedir?
Danner negó con la cabeza riendo.
—Claro que no. La ascienden.

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Ella parpadeó.
—¿Me ascienden?
Él asintió con la cabeza.
—Naturalmente, supuse que querría trasladarse a la oficina de San Diego para que
Holden y usted no tuvieran que mantener una relación a larga distancia.
Kendall no dijo nada. Holden y ella habían pasado mucho tiempo besándose y
murmurando palabras de afecto la noche anterior, pero en la confusión de las luces
brillantes y las interminables preguntas de esta mañana, las cosas se volvieron
confusas. No tenía ni idea de lo que les esperaba.
Danner apartó la silla y se puso en pie.
—Contramaestre Lockwood, llamaré a su comandante dentro de una hora para
hacerle saber cuánto aprecio que la Marina ayudara oficialmente al FBI en este asunto.
Estoy seguro de que usted acabará recibiendo algún tipo de elogio por ello, aunque
será demasiado confidencial para que nadie lo vea nunca.
Holden asintió con la cabeza, y Kendall pudo ver que se sentía aliviado. Y ella
también. Los dos habían dado por sentado que todo iría bien y que le liberarían, pero
era la primera vez que alguien decía algo oficial.
Danner hizo un gesto con la cabeza y salió de la sala de conferencias cerrando la
puerta tras de sí.
El silencio se prolongó después de que Danner se marchara mientras Kendall
intentaba averiguar qué decir. Esperaba que Holden dijera algo, pero no lo hizo.
Habían pasado tantas cosas entre ellos en tan poco tiempo que era difícil saber qué era
verdad y qué era simplemente algo que ella deseaba que fuera verdad. Era difícil
incluso saber por dónde empezar. Pero necesitaba decir algo porque realmente quería
esto. Fuera lo que fuese.
—Lo siento —dijo finalmente, pensando que nunca estaba de más empezar con
una disculpa—. Por no haberte dicho antes que era una federal infiltrada contigo para
encontrar la Llave.
Holden la miró.
—¿Es eso lo que intentabas decirme la otra mañana antes de que Isaac se
presentara en mi puerta con sus compañeros del SWAT?
Ella asintió con la cabeza y le dedicó una pequeña sonrisa.
—Sí. Quería decírtelo en cuanto volvieras de la misión, pero no podía. No cuando
era obvio que me necesitabas tanto. Me convencí de que estaría bien esperar hasta que
despertáramos, pero, por supuesto, me equivoqué.

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Él se encogió de hombros.
—A decir verdad, no estoy seguro de que las cosas hubieran sido diferentes si me
hubieras dicho la verdad aquella mañana. Me habría sentido traicionado, me habrían
detenido y acabado en la sala de interrogatorios del FBI.
Frunció el ceño.
—Entonces, ¿qué? ¿Estás diciendo que decirte la verdad no habría importado?
¿Que nada de lo que hubiera dicho habría servido de algo?
Holden la miró tanto tiempo que pensó que su corazón dejaría de latir de lo mucho
que le dolía. Cuando finalmente asintió con la cabeza, ella se convenció de que
realmente había dejado de latir. Se terminó. Después de todo lo que hizo para intentar
salvar su relación, se había acabado.
Parpadeando, Kendall empezó a levantarse, pero él la agarró del brazo. Ella se
negó a mirarlo, no quería que viera las lágrimas que corrían por sus mejillas.
—Nada de lo que dijiste entonces habría cambiado las cosas, porque ya se habían
dicho demasiadas cosas —dijo en voz baja—. Cosas que eran verdad y cosas que eran
mentira... por parte de los dos. Cuando bajaste a las cámaras del garaje de McKinney,
me dijiste todo lo que necesitaba oír sin decir ni una palabra. Arriesgaste tu carrera y
tu vida por mí. Nunca necesitarás decir nada más que eso para demostrar que me
amas. Yo también te amo, aunque no haya podido demostrártelo de la misma manera.
Ella le miró, sorprendida de ver lágrimas también en sus ojos. Su corazón empezó
a latir tan fuerte que parecía que iba a explotar.
—No tienes que demostrarme que me amas —susurró Kendall—. Sólo decir las
palabras es todo lo que necesitaré.
Holden estaba de pie antes de que Kendall se diera cuenta de que se había movido,
tirando de ella en sus brazos y abrazándola.
—Te amo, Kendall Patton. Mientras me lo permitas.
Más lágrimas cayeron sobre sus mejillas, esta vez de felicidad. Estaba tan segura
de que había perdido esto... Holden la sostuvo todo el tiempo, frotando pequeños
círculos en su espalda y haciendo los más ridículos ruidos tranquilizadores.
—Entonces, ¿debería solicitar formalmente el traslado a San Diego? —preguntó en
voz baja.
Holden le inclinó la cabeza hacia atrás con un suave dedo bajo la barbilla.
—Me gustaría.
Luego la besó, largo y tendido, hasta que ella estuvo a punto de averiguar si la
puerta de la sala de conferencias tenía cerradura.

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—Vamos. Vamos a mi apartamento —dijo ella, besándole de nuevo—. Puedes
decirme cuánto me amas y luego ayudarme a pensar cómo van a caber todas mis cosas
en tu casa.

Fin

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