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Módulo VII: Depresión en la infancia

“Aunque actualmente se reconoce su propia entidad; no existe un total acuerdo de la definición del término
por los diferentes autores, debido a los diferentes puntos de vista, pero sí parece haber unanimidad para
aceptar que su prevalencia ha aumentado en los últimos años” (Guillén, Montaño, et. Al, 2013, p. 500).
La patología depresiva infantil engloba síntomas heterogéneos, de forma polimorfa, comórbida y muy
variable (no hay una clínica muy delimitada).
“Los psiquiatras infantiles coinciden por un lado en la escasez de estudios dedicados a la depresión en el
niño, y por otro en la dificultad de su detección en tanto que la vivencia depresiva suele estar enmascarada
por diversos trastornos del comportamiento. Todo esto se traduce en una dificultad por parte del entorno
familiar y escolar para la detección” (Canelo, Pandolfi, Simari, et al., 2005, p.23).
La depresión en la infancia suele ser muy insidiosa, empieza con irritabilidad, molestias gástricas, puede
asociarse a hiperactividad, etc.; y no tanto con tristeza como en los adultos.
FUNDAMENTAL EN LOS PROCESOS DEPRESIVOS:
• La importancia de las pulsiones agresivas
• La importancia de la pérdida o de la separación en el pasado del niño depresivo
DEPRESIÓN EN FUNCIÓN DE LA EDAD:
• Depresión del bebé y el niño pequeño (hasta 24-30 meses)
• Depresión del niño pequeño (3 años a 5-6 años)
• Depresión del niño mayor (5-6 años a 12-13 años)
• Depresión del adolescente (12-13 a 18 años)
• WINNICOTT: “la figura primordial es quien le ofrece al bebé un ambiente facilitador al permitirle la
exploración en sus primeros meses de vida” (p. 16).
Tanto Winnicot como Melanie Klein “señalan el lugar que tiene en los niños los duelos patológicos, las
distintas reacciones ante pérdidas -la tendencia antisocial, las actuaciones agresivas, los accidentes, y los
síntomas depresivos”.
• MELANIE KLEIN: “POSICIÓN DEPRESIVA”
“Se discutía si la depresión infantil podía ser considerada una entidad real y sólida, puesto que algunos
psicoanalistas (Rochlin, 1959; Rie, 1966) habían establecido que, sin la presencia de un superyó
internalizado, plenamente desarrollado, no podía aparecer la enfermedad depresiva, con lo que el posible
comienzo de la depresión habría que situarlo en la adolescencia, y los niños quedaban excluidos de padecer
una verdadera depresión” (Guillén, Montaño, et. Al, 2013, p. 502). Es aquí donde Melanie Klein plantea la
“posición depresiva”.
El niño es capaz de aprehender a la madre como objeto total: se atenúa la escisión entre objeto bueno y
objeto malo, las pulsiones libidinales y hostiles tienden a relacionarse con el mismo objeto (madre). El niño
ahora es capaz de reconocer que se trata de la misma madre que aparece y que desaparece, que lo angustia y
vuelve para gratificarlo.
La angustia llamada depresiva se refiere al peligro fantaseado de destruir y perder a la madre a consecuencia
del sadismo del sujeto (yo la dañé y me castigan por eso). Esta angustia es combatida mediante diversos
modos de defensa (defensa maníaca, por ejemplo), y se supera cuando el objeto amado es introyectado en
forma estable y asegurada.
Hablaba de la posición esquizoparanoide y la posición depresiva como dos fases o momentos que podían
alternarse a lo largo de la vida (no son evolutivos necesariamente, sino que son estadios del desarrollo del
psiquismo que se reactivan en diferentes momentos de la vida).
Posición: no es una fase propiamente dicha, sino estados del desarrollo del psiquismo que se reactivan en
diferentes momentos de la vida. Caracterizada por un conjunto de ansiedades y defensas.
LO MAS MADURO SERÍA PASAR DE LO ESQUIZO PARANOIDE A LO DEPRESIVA.
• Posición esquizo-paranoide: se maneja principalmente con fantasías y ansiedades muy primarias donde el
objeto está escindido entonces por un lado puede ser muy persecutorio y por el otro lado idealizado (la
contracara de lo persecutorio). El objeto es parcial: es bueno (idealizado) o malo (persecutorio). Describe los
primeros momentos del psiquismo incipiente (cuando el pecho está es bueno, cuando no está es malo y
abandónico despierta angustia paranoide) y el funcionamiento en la psicosis.
La posición depresiva es un “tipo de relaciones de objeto consecutivo a la posición paranoide; comienza
alrededor del cuarto mes y se supera progresivamente en el curso del primer año, aun cuando pueda
encontrarse también en el curso de toda la infancia y reactivarse en el adulto, especialmente en el duelo y en
los estados depresivos” (Diccionario de Psicoanálisis).
• Posición depresiva (posición más avanzada dentro del desarrollo del psiquismo): el niño reconoce a la
madre como objeto total, atenuándose la escisión entre objeto malo y objeto bueno: la madre es la que
gratifica y la que frustra, las pulsiones libidinales y hostiles tienden a relacionarse con el mismo objeto
(madre). Caracterizada por la angustia depresiva que refiere a la angustia de haber dañado fantásticamente al
objeto: mi madre desaparece porque yo la he dañado, a consecuencia de mi propio sadismo. Este sadismo
tiene que ver con apropiarse, morder, introyectar, intentar incorporar primitivamente a ese objeto que tanto
deseo. Ante estas fantasías aparecen las defensas maníacas basadas en la disociación e inhibición. Se supera
cuando el objeto amado es introyectado en forma estable y aseguradora (Laplanche y Pontalis, 1981, Labor)
Y ESTO OCURRE SI EL NIÑO TUVO EXPERIENCIAS LO SUFICIENTEMENTE BUENAS CON ESA
MADRE COMO PARA SENTIRLA ESTABLE Y ASEGURADORA. Si la madre tiene muchos cambios
de humor, o se ausenta tomada por su propia depresión, la introyección del objeto asegurador no se va a
realizar de forma correcta. QUIEN ME VA A CONTENER, A DEFENDER: puede ser la madre presente, o
la idea de madre: el recuerdo del consejo de la mama, de su cariño. La inestabilidad de una madre genera
efectos negativos en el desarrollo del niño, no se puede internalizar objetos estables. Estas experiencias
quedan marcadas, y nosotros vamos a funcionar en base a ellas (ejemplo: cuando llueve decimos: qué lindo
que llueve, está para quedarse tapaditos y abrazaditos --> da cuenta de una madre que acompañó y estuvo en
la infancia).
“La depresión puede ser entendida desde esta teoría mediante la cual el sujeto vivencia sentimientos de
pérdida y culpa -a veces buscando el consecuente castigo- que puede llegar a la autoeliminación o micro
suicidios (en el caso de niños, caídas, lastimaduras, conductas de riesgo, fracasos escolares, etc.). La
depresión por lo tanto se vincula con la pérdida, real o fantaseada de un objeto amado, de un estado ideal, de
la salud, del bienestar, etc.” (profesora Muñiz)
En la posición depresiva entonces:
● El mismo objeto que gratifica es el que frustra. Sentimientos ambivalentes hacia ese objeto: lo amo y lo
odio.
● Reactivación de estos modos de funcionamiento en situaciones de pérdida, duelo, separación. Bronca
hacia el que nos abandona y a su vez idealización e introyección idealizada de ese otro.
● La angustia depresiva que tiene que ver con fantasías de haber perdido al objeto por haberlo atacado
genera mucha culpa. Se supera la angustia depresiva mediante mecanismos reparatorios: el Yo utiliza estos
mecanismos para adaptarse a las situaciones de ataque porque la culpa se hace intolerable.
● Cuando otros significativos comienzan a aparecer en la vida del bebé que desvían la atención exclusiva de
la madre, los mecanismos reparatorios le permiten al bebe proyectar la rabia o ira hacia otros, ya no hacia la
mamá. PARA PROTEGER AL OBJETO QUE FUE ATACADO, A LA MAMÁ.
• Casas de Pereda, M (2018). El desamparo del desamor. A propósito de la depresión en la infancia.
Revista Uruguaya de Psicoanálisis (en línea) 127.
Introducción
Amparo implica otro que rodea y remite a todo aquello del orden de la realidad efectiva que protege de las
fuerzas exteriores, del posible daño. Y, al mismo tiempo, implica en el orden de la vivencia (fantasía) la
necesidad expresa de un afecto, del compromiso libidinal del otro en esa función de cuidado y protección.
Desamparo queda así muy próximo (también en su etimología) a desamor, desamparado, des-amado.
Dimensión imaginaria esencial en la Depresión, en su mala articulación con lo Real y lo Simbólico.
Aceptar la pérdida del otro hace posible, presente, imprescindible al otro en su función simbólica. Es decir,
para que haya aceptación de la pérdida, tiene que mantenerse el amor de objeto (no al objeto, sino del
objeto). “Desde el otro, en su función materna, surge un elemento simbólico (frustración) en un contexto
libidinal presencial del amor del otro, elemento imaginario” (p. 12).
El mecanismo de la desmentida en la infancia, habla de una “función yoica en pañales” (p. 12). Es de gran
importancia la función simbólica que la madre ejerce aquí; dispone de la omnipotencia, de la negación, de la
desmentida para manejarse con la frustración, privación, castración (p. 12).
El mal encuentro con la función materna fallante promueve la adhesión al otro para no enfrentarse a la
angustia ante la ausencia. Modos que hablan también de duelos fallidos, o de mal procesamiento del duelo
que es, a su vez, un elemento (o un modo de articulación) fundamental en la constitución del deseo.
En la perspectiva que desarrollo en las páginas siguientes, se plantea que los momentos depresivos de la
infancia, frente a la angustia que implicaría ese contacto con el desamparo del desamor, desencadenan o
promueven un corte, una interrupción, una desconexión «salvadora».
Un primer sentido es la disminución o el bloqueo de simbolización, anonadamiento para el sujeto del
inconsciente en la paralización de la cadena significante. Desvalimiento psíquico. ¿Desamparo de la no
disponibilidad simbólica?
En ese instante de silencio psíquico, el acto sustituye el sentido que debería circular en la cadena donde
discurre el deseo. Se coagula en un momento de lo real y aparecen haceres, acciones sin poder simbólico
más que para el que las pueda «oír». Testimonio del desamparo que convierte al niño en un llamado, en un
reclamo pesado para el otro. Y el acto es a su vez testimonio del desamparo, ahora un acto. Es el segundo
sentido que señalé antes, expresión clínica de la depresión de una caricatura agrandada del reclamo y del
señalar al otro su rol fallido. Acoso al otro, señalándolo en su función carente, con la exigencia de cuidado,
el exceso de la dependencia. Pensemos en la imagen de un niño perdido o de un niño desesperado de
angustia como evocadora de este desamparo.
«Es la revuelta anímica contra el duelo lo que devolvió el goce de lo bello», dice Freud, y se pregunta: «¿Por
qué ese desasimiento de la libido de sus objetos habría de ser un proceso tan doloroso? No lo
comprendemos. [...] Solo vemos que la libido se aferra a sus objetos, y no quiere abandonar los perdidos,
aunque el sustituto ya esté aguardando». Eso entonces, es el Duelo.
El trastorno de ese procedimiento del duelo genera mucho de lo que nos ocupa. Procedimiento,
procesamiento, es tránsito del sujeto en su encuentro con el otro, que podrá dar cuenta de la depresión.
Un no duelo, una imposibilidad de «abandonar los objetos perdidos».
Como decía Freud, la fuerza de lo bello está en su significación, en el valor de representar una vivencia, una
idea, instaurando una disponibilidad, representaciones que son en sí mismas testimonio de la pérdida ya
acontecida. Y esto es placentero, gozoso, cuando Freud describe la impronta de su mirada al paisaje
perecedero. Transitoriedad, que por ser pérdida y vivida realmente como tal, permite a Freud disfrutar de ese
objeto evanescente, paisaje perecedero.
Si lo importante es la significación, lo que impide ese procesamiento de duelo, el dolerse por la pérdida, es
precisamente la fallida significación. Así, en lo que llamamos pérdida del objeto acontecerá en realidad una
pérdida del sujeto. Toda relación de objeto es, en realidad, una relación de falta de objeto, para que haya
disponibilidad de sujeto de deseo. Es esa falta de objeto la significación cumplida de la que hablaba Freud.
Objeto siempre perdido, será solo reencontrado (los sucesivos objetos libidinales). Significación,
simbolización, es inscripción de una pérdida para disponer del símbolo, construcción que ordena o articula
algo vivido; metáfora que es vía y realización, a la vez, de dicha significación.
Esa tarea de significación es tarea que se da en el encuentro del niño con su madre que dará lugar y espacio,
perspectiva simbólica para que dicha significación acontezca.
Y el testimonio de esa simbolización será, en la perspectiva lacaniana, el objeto a, que es en parte el otro de
las identificaciones especulares (objeto de identificación), pero al mismo tiempo aquello que ya no se tiene,
resto que se pierde en toda la simbolización —objeto perdido—.
La relación de objeto en esta relación se juega en la tríada frustración, privación, castración, en relación, a su
vez, con los tres registros: Simbólico, Imaginario y Real. Y en esta perspectiva, el objeto es siempre una
falta de objeto, motor del deseo y origen de la fantasía.
La frustración, verdadera piedra angular en este tema, no es sino un modo de nombrar en el vínculo con el
otro (lo que el otro —la madre— ejerce sobre el niño) el procesamiento de la radical pérdida del objeto, la
aparición de la falta del objeto que va a permitir la emergencia del deseo. Piedra angular porque tanto
determina la estructura normal como desencadena sus fallas.
La frustración implica una pérdida en lo imaginario, en esa relación dual madre-niño, y refiere a un objeto
real en juego y que puede ser, en un momento dado, la madre misma. La frustración es «asunto propio de la
madre simbólica», dice Lacan (1960), y se refiere a que la madre enseña al niño a sufrir frustraciones, «a
percibir bajo una tensión inaugural la diferencia entre pérdida e ilusión» (1956-1957/inédito).
En la depresión o en los momentos depresivos de la infancia, esta función materna falla o desfallece, se
desarticula esta dialéctica separación-alienación en la constitución del deseo y lo que se exterioriza es la
dependencia en su lado de exceso.
La depresión y la melancolía surgen, no como ataque al objeto introyectado, sino como un defecto de
simbolización donde no ocurre una pérdida simbólica.
La autora toma el concepto freudiano de “inhibición”: Inhibición que se traduce en lo afectivo por todo el
complejo sintomático del dolor, la tristeza, el abatimiento, la pérdida de interés, y que compromete el polo
esencial del cuerpo en el marco de esa dificultad de simbolización, y allí este se hace acto, pero no acto en
su dimensión de discurso que en modo similar a la palabra implica el sujeto de deseo y la expresión de sus
fantasías. Lo que emerge es algo del orden de la acción no sostenida por lo reprimido, esa aparición
inquietante y sorpresiva que caracteriza el acting-out y el pasaje al acto.
El a posteriori, que organiza desde la peripecia edípica los procesos de separación y pérdidas implica, a su
vez, que representación y pensamiento se ven trabados.
Y lo que se manifiesta en la clínica es ese desfallecimiento simbólico. El acto es lo que hay que explicar,
dice Freud. Es que no surge un síntoma, una solución de compromiso entre instancias. Lo que emerge es
del orden del acto.
Aparece así el registro freudiano de la inhibición, o el lacaniano del desfallecimiento de la estructura. Están
muy próximos aún en el resorte último de esa inhibición o desfallecimiento. Ambos hablan de un soltarse de
las representaciones.
Por otro lado, desde la perspectiva lacaniana se habla de aflojamiento del sujeto en la cadena significante, un
no disponer del objeto del fantasma y el surgimiento de la angustia que lo conduce al acting-out o al pasaje
al acto. Aflojamiento significante con conservación de lo imaginario en el acting-out, o el patético soltarse
de ella en el salto a lo real del pasaje al acto (Lacan, 1963/inédito; Cottet, 1985; Gauguin, 1987).
Acciones que no tienen valor estructurante, valor metafórico (más que para el que las «escucha»). Huida o
sideración. Ni el acting-out ni el pasaje al acto tienen el estatuto del acto en su efecto significante como lo
tiene en cambio el acto-gesto-juego del discurso infantil.
Aflojamiento del sujeto de su propia cadena significante para no enfrentarse a la angustia ante la
ausencia del deseo del Otro. Así, esto se evidencia en la dependencia hostil con respecto a la madre, con
ese aumento de la tendencia a seguirla en las protestas y exigencias constantes, huidas provocadoras,
negativas a aceptar sustitutos maternos, rabietas y severas pataletas. Conjunto de signos con los que M.
Mahler describe el estado de ánimo negativo en el niño pequeño y que puede oscilar en ciclos periódicos; y
en la sesión analítica, los comportamientos que Melanie Klein describió como tentativas de suicidio
inconscientes (golpearse, lastimarse o ponerse en situación de riesgo) no son sino esos acting-outs o a veces
pasaje al acto, testimonio de movimientos melancoliformes, verdaderos agujeros de simbolización.
Huida o sideración —decía antes—. Huida en un doble registro:
• el de los actos de fugas, huidas reales más o menos significativas;
• la huida en lo psíquico, un aflojamiento significante, el acting-out.
Sin pretender abarcar todos los matices que surgen de dichas reflexiones, señalaré, no obstante, que en
general al acting-out se lo entiende como la disolución simbólica con conservación de lo imaginario,
mientras que en el pasaje al acto habría una disolución imaginaria, escapando en lo real a toda inscripción
significante. Y en relación con el objeto a, ambos serían respuestas a la irrupción de dicho objeto en escena
derivadas de la angustia ante lo real. Huida del a en el acting-out, fusión con él en el pasaje al acto.
Resumen
Tomando algunas ideas acerca de la etiología de la depresión en la infancia, se plantea la posibilidad de
pensar el desamparo psíquico como la dificultad en un momento dado de disponer de la capacidad de
simbolización (pensamiento, verbalización).
El desamparo para el sujeto es máximo en esos instantes de angustia en los que, no disponiendo del símbolo,
estalla en actos que son, a su vez, expresión inequívoca de tal reclamo. Se toma el concepto de frustración
para articular allí la importancia del otro y su compromiso libidinal para hacer efectiva la función simbólica
de la pérdida real.
Finalmente, se realizan algunas consideraciones acerca de la expresión clínica de la depresión en la infancia
donde quedan apoyadas las consideraciones teóricas acerca de la dificultad de simbolización como resorte
etiológico. Así, las expresiones clínicas son del orden del acto, no sostenidas por su efecto significante.
Acting-out y pasaje al acto como testimonios del borramiento de la palabra.
Collazos Cifuentes, D., Jiménez-Urrego, A. (2013). Depresión infantil: Caracterización
teórica. Revista Gastrohnup 2013 V 15, N 2; 15-19 (mayo-junio).
RESUMEN
La Depresión Infantil es un tema que ha sido poco estudiado ya que su sintomatología se aleja de la
manifestada en los adultos. Por otro lado, hay quienes se cuestionan un diagnóstico prematuro de este
trastorno del comportamiento. No obstante, en la actualidad son cada vez más los niños que presentan una
serie de síntomas recurrentes e igualmente, padres que recurren a las valoraciones psiquiátricas y
psicológicas debido a tales manifestaciones. El objetivo de este trabajo es caracterizar la Depresión Infantil y
sus manifestaciones sintomáticas a partir de una revisión teórica del concepto desde los autores más
representativos de la Escuela Psicoanalítica y de Investigaciones que se aproximen a la comprensión de
dicha problemática. En la actualidad, hay pocos estudios sobre esta problemática. No obstante, los síntomas
asociados a la Depresión Infantil son cada vez más recurrentes por lo que este trabajo cobra importancia
para la Psicología en tanto las aproximaciones diagnósticas a partir del CIE-10 y el DSM-IV presentan
criterios no especificados dentro de sus nosologías. Lo casos varían dependiendo de las particulares
sintomatologías del infante y la edad del niño.
INTRODUCCIÓN
La Depresión Infantil es un tema que ha sido poco estudiado ya que su sintomatología se confunde con la
del adulto. Por otro lado, hay quienes se cuestionan un diagnóstico prematuro de este trastorno del
comportamiento. No obstante, en la actualidad son cada vez más los niños que presentan una serie de
síntomas recurrentes e igualmente, padres que recurren a las valoraciones psiquiátricas y psicológicas debido
a tales manifestaciones. Se realizará una revisión teórica de los principales exponentes de la depresión
infantil con el fin de caracterizar el concepto de Depresión en la población infantil ya que son pocas las
investigaciones acerca de este tema y en muchos estudios es diagnosticada con los mismos síntomas de la
depresión en adultos. Se expondrán los síntomas más significativos de la depresión infantil desde diversos
autores, enmarcando que aún no hay estudios significativos sobre esta patología y cada vez es más común
encontrar en los niños síntomas asociados a la depresión y no se le presta la importancia requerida para su
abordaje clínico. Moureau de Tours, Psiquiatra del siglo pasado postulaba que el niño partir de los 7 años,
podría presentar una franca excitación maniaca o, por el contrario, una manifestación de depresión. El DSM-
IIIR define el síndrome depresivo, como un grupo de síntomas del estado del ánimo con otros síntomas
asociados que se presentan conjuntamente. En el DSMIV no hay criterios diagnósticos exclusivos de la
depresión infantil y se clasifican dentro de los "trastornos no especificados".
LA MADRE COMO PUNTO DE ANCLAJE
Winnicott, Pediatra y Psicoanalista inglés afirmaba que la figura primordial es quien le ofrece al bebé un
ambiente facilitador al permitirle la exploración en sus primeros meses de vida, Por ello el desarrollo
del bebé junto a la madre es vital dado que se dice que el bebe recién nacido no existe y la madre es quien
sirve de sostén para que dicho infante tenga oportunidad de exploración en tanto el bebe se encuentra en un
estado de dependencia. Las fallas durante el proceso de desarrollo repercutirá según la precocidad con que
se manifieste.
Rene Spitz habla acerca de la ausencia física materna que proporciona en el niño un daño, dado que la madre
proporciona bienestar emocional y físico; si el bebé se ve privado de estos cuidados maternales se produce
un daño que se divide en dos categorías: la privación emocional y privación emocional total.
Privación emocional: también llamada depresión anaclítica, este fue un término introducido por Spitz en
una observación que realizó con niños entre 12 a 18 meses. Estos niños eran cuidados por sus madres los
primeros seis meses, en la cual la relación madre-hijo era buena, posterior a este se separaban de dichas
madres y aparecían síntomas tales como: lloriqueo, retraimiento, una actitud de negación por su entorno y
rechazaban a la gente que intentaba algún tipo de acercamientos con dichos infantes. Si el adulto insistía en
tratar de acercarse al bebé, este respondía con un llanto inconsolable. El lloriqueo del bebé persistía durante
tres meses, época en la cual el niño perdía significativamente peso, aparición del insomnio y posterior a esto,
ocurrían otro tipo de cambios en el infante. El llanto desaparecía para instalarse en él expresiones rígidas,
ojos inexpresivos y distantes.
Estos niños fueron separados de su madre al sexto y octavo mes de vida, durante un periodo de tres meses.
Se encontró durante este tiempo síntomas parecidos que se encuentran en los adultos cuando padecen de
depresión. En los niños observados aparecían síntomas diferentes, en algunos era evidente el llanto, en otros
aparecía el retraimiento, pero cada niño tenía algunas particularidades específicas. Es por ello que se hace
complejo clasificar síntomas que determinen la depresión infantil.
Privación emocional total. La diferencia de esta con la depresión anaclítica es que estos niños no tienen
contacto alguno con sus madres a diferencia de los primeros. Se observaban síntomas de la depresión
anaclítica, pero aparecían con mucha más rapidez y se hacían cada vez más graves. Esto dio lugar a un
nuevo cuadro clínico, cuyos síntomas eran: coordinación ocular defectuosa, pasivos por completo y retraso
motor. En el segundo año de vida el desarrollo de estos niños se detenía un 45% y a los cuatro años estos
niños no podían sentarse, hablar o estar de pie. Cada vez empeoraban más, aparecían problemas somáticos,
infecciones, desarrollo psicológico inadecuado y privación emocional, en algunos casos muerte del infante;
Spitz denominó esta problemática como Síndrome del hospitalismo.
Bowlby habla de pérdida afectiva y hace referencia a que la mayoría de tristezas producidas en un ser
humano se debe a la pérdida de una persona amada, esto posibilita los trastornos depresivos y de duelo
crónico cuyos sentimientos son: impotencia, tristeza, soledad, seres no queridos y detestables, incapacidad
de establecer lazos afectivos. Este autor guarda similitud con Spitz coincidiendo en que la depresión en
niños, puede relacionarse con la ausencia o pérdida de un ser amado primordial en la temprana infancia.
Como síntomas principales según las investigaciones de estos autores aparece el llanto debido a la ausencia
de su objeto de amor, desesperanza, pérdida de peso.
Cyrulnik refiere síntomas similares en niños sin familia cuya situación implica afrontar la imposibilidad de
narrarse al no tener de base una historia que los identifique. Para este autor, la importancia de la palabra
para los bebés, “es un modo de expresión aun imperfecto”; por tal hecho, para que adquiera una ritmicidad
depende del encuentro entre un organizador interno, necesidad de apego y un organizador externo (sensorial,
afectivo, social).
Otros estudios sobre depresión en niños afirman que puede ocasionar: fracaso escolar, anorexia, bulimia,
suicidios además de síntomas asociados (Tabla 1). Según el autor, el bebé al separarse de su madre pierde
significativamente peso. En la adolescencia puede generar problemas alimenticios dado que la alimentación
brinda un papel importante, siendo el primer vínculo que el niño establece con su madre, al perderlo o al ser
abandonado se podría manifestar posteriormente como trastornos de la conducta alimentaria.
Fonagy et al., ha hecho revisiones sobre resiliencia y ha identificado que el apoyo social obtenido a partir
de experiencias educativas gratificantes posibilitan la adaptación del niño a situaciones difíciles a las
que está expuesto en su vida. El medio escolar podría ser un factor clave en el desarrollo del dolor y las
adaptaciones o ajustes que en general vivencia el niño. En otro estudio Fonagy identifica que vínculos
interrumpidos pueden generar en el individuo psicopatía, es decir crear la máxima distancia con las personas
del exterior, generando en el niño insensibilidad. Estos síntomas se manifiestan de acuerdo al desarrollo del
infante, por ende, la escuela y la familia son de gran importancia en la detección de la depresión infantil.
Desde la escuela francesa del psicoanálisis las investigaciones han ido en aumento en el ámbito del trabajo
clínico con niños. Lacan hace algunas aproximaciones que resultan paradigmáticas para la comprensión de
la problemática. Siguiendo sus postulados, la madre es para el niño objeto de amor en tanto presencia que
suple inicialmente sus necesidades biológicas. Tal presencia se articula en el par “presencia-ausencia” y, en
ese lugar el niño se constituya como objeto de amor de la madre. En este sentido, cabría cuestionar ¿Qué
acontece simbólicamente en el niño cuando una madre no se presentifica bajo ninguna circunstancia? Este
planteamiento no se aleja a los planteamientos de los autores anteriores en tanto otorgan un lugar
preeminente a la madre como pivote de la constitución del sujeto. Con lo anterior, no sentirse amado, ser
abandonado o separado de su madre podría ser nefasto para el niño.
Serge Lebovici Psiquiatra infantil francés cuyo interés se centra en la psicopatología del bebé, hace
referencia a que el Psiquiatra es quien agrupa síntomas y signos de un paciente para clasificar al sujeto según
características encontradas en los manuales de disturbios mentales; cuando se trabaja con niños la cuestión
se complejiza, dado que los padres tienden a compadecerse de sus hijos y el trabajo psicológico se hace
mucho más difícil. Lebovici plantea que el niño es quien da señal de que algo está pasando dentro de la
estructura familiar. Por ello se propone que cuando se encuentra un niño con ciertas patologías se incluya en
el trabajo psicosocial a la familia para el mejoramiento del menor. Esto evidencia que “el niño presentado al
psiquiatra era el enfermo elegido, que hacía falta tratar a la familia, a la que los trastornos del niño le
permitan cierta forma de equilibrio”.
Es en las interacciones familiares donde se desarrolla el funcionamiento mental y el lugar que se le es
asignado a cada miembro dentro de una familia. No obstante, las perturbaciones más significativas se
establecen en las dificultades maternas, cuando esta padece de ansiedad o depresión entre otras
situaciones repercutiendo en la vida anímica del niño: por ejemplo, inapetencia y pérdida de sueño,
entre otras alteraciones, lo que Lebovici ha denominado “desarmonías interactivas graves”. Un
tratamiento adecuado y a tiempo hace que estas problemáticas se traten y se reconozcan previniendo que se
establezcan en etapas más avanzadas. Este autor propone un tipo de abordaje donde: “la familia sea
considerada como una unidad funcional” dado que la patología del bebé es el reflejo de la crianza y de
las interacciones familiares.
CONCLUSIONES
En el área infantil muchas sintomatologías se encuentran como criterio no especificado con el agregado de
que muchos diagnósticos infantiles se realizan con criterios hechos para adultos. Por ello que el motivo de
consulta en Salud Mental Infantil no resulta concretado. La psicología aún no tiene investigaciones
sistematizadas acerca de la depresión infantil, los casos varían dependiendo de las particulares
sintomatologías del infante y la edad del niño. "la depresión infantil es un cuadro complejo de
reconocimientos relativamente recientes como entidad clínica dentro de la psicología".
Nissen, afirma que en la infancia los síntomas fundamentales de la depresión como es la tristeza y la
anhedonia pueden no ser evidentes, por el contrario pueden aparecer manifestaciones psicosomáticas
como: enuresis, onicofagia, manipulación genital, miedo nocturno, crisis de llantos y gritos. Toolan opina
que los síntomas depresivos se deben a desordenes conductuales. Backwin, Raskin, consideran que los
síntomas enmascarados predominantes serían: agresividad, hostilidad en la conducta verbal, delincuencia,
irritabilidad, disminución del rendimiento académico, ausentismo. Kovacs et al.; Gittelman-Klein insisten
que la sintomatología es variada y confusa y no permite diferenciar la depresión de otras patologías
infantiles, suponiendo que esta es una patología multifactorial.
En términos generales, esta revisión permite comprender que el mundo del infante no posee un
lenguaje lo suficientemente elaborado para poder comunicarse, dificultando el diagnóstico de la
Depresión Infantil. Tal reflexión hace indispensable la adecuada formación y conocimiento por parte
del profesional de la Salud Mental acerca de esta y otras psicopatologías.
Guillén Guillén, E., Gordillo Montaño, M., Ruiz Fernández, I., Gordillo Gordillo, M., Gordillo
Solanes, T. (2013). ¿Depresión o evolución?: Revisión histórica y fenomenológica del concepto
aplicado a la infancia y adolescencia. 499-506.
La sintomatología depresiva en estas edades se suele presentar de forma polimorfa, comórbida, y muy
variable, por esto se convierte en objeto de numerosos debates, al no tener una clínica tan delimitada como
la de otros trastornos mentales específicos de la infancia y la adolescencia.
Cytryn, 1980, distingue tres corrientes de opinión actuales sobre la nosología de la depresión infantil: 1)
como una entidad clínica única que requiere un criterio diagnóstico distinto al usado para los adultos, 2)
englobarla en los trastornos afectivos de los adultos y diagnosticarla con los mismos criterios de ésta,
aunque ligeramente modificados, 3) no concederle la categoría de entidad diagnostica válida. La más
verosímil y mayormente aceptada es la visión de que la depresión infantil comparte la etiopatogenia con
la depresión del adulto pero en sus manifestaciones se aparta a menudo de ella, tomando características
propias, según corresponde a los distintos niveles de desarrollo.
Los síntomas y signos más propios de sintomatología afectiva en estas primeras etapas son las molestias
gástricas, la agresividad, el negativismo, los trastornos de conducta y el rechazo o la fobia escolar. En
cambio, el sufrimiento por vivir acompañado de autodesprecio y sentimientos corporales displacenteros, la
pérdida de energías e intereses, la incomunicación en distintos niveles, y la alteración de los ritmos
circadianos constituirían el conjunto de síntomas comunes en infantes, adolescentes y adultos.
Por todo esto, se observa que la patología depresiva infantil engloba síntomas heterogéneos, no sólo
respecto a la edad adulta, sino que presenta diferencias ligadas a la edad (preescolar, escolar, adolescente), al
sexo, a la presencia o ausencia de comorbilidad (médica, psicológica) y a la comorbilidad específica con el
retraso mental.
Antes de comenzar con la revisión del concepto, sería importante señalar el aumento considerable de la
prevalencia de depresión infantil y adolescente en todo el mundo, y al mismo tiempo la disminución de la
edad en la que se inicia.
DESARROLLO DE LA CUESTIÓN PLANTEADA:
Breve revisión del concepto desde una perspectiva histórica:
Podría dividirse en cuatro etapas desde el inicio de aparición de bibliografía relacionada con este tema hasta
la actualidad: 1) Periodo inicial, con referencias al concepto de melancolía; 2) S-XIX; 3) La primera mitad
del s-XX, con una progresiva fijación del término “depresión” y su creciente interés; 4) Segunda mitad del s-
XX, con abundante producción bibliográfica y análisis detallados sobre la enfermedad depresiva. (Están
desarrollados)
Por el recorrido histórico expuesto anteriormente, podemos observar que las referencias al contenido de lo
que constituyen las depresiones infantiles son relativamente extensas y datan de hace muchos años. Se ha
ido modificando en buena parte la terminología, los aspectos que estaban en primer plano, y se ha ido
delimitando su propio concepto, hasta llegar a la actualidad, donde las Clasificaciones Internacionales de las
Enfermedades Mentales, como el CDI-10 y la DSM-IV-TR, coinciden en clasificar las depresiones infantiles
y adolescentes en la misma entidad que la de los adultos, aunque con ligeras modificaciones.
¿Qué es la depresión infantil?, síntomas, signos y criterios diagnósticos:
La depresión mayor es un trastorno del
estado de ánimo que consiste en un
conjunto de síntomas, que incluyen un
predominio del tipo afectivo (tristeza
patológica, la desesperanza, la apatía,
anhedonia, irritabilidad, sensación subjetiva
de malestar), pudiendo aparecer síntomas de
la esfera cognitiva, volitiva y física. Por lo
tanto, podría referirse a un deterioro global
del funcionamiento personal, con énfasis
especial en la esfera afectiva.
Podríamos señalar que en comparación con
la depresión en adultos, la depresión en niños y adolescentes puede tener un inicio más insidioso, puede ser
caracterizado por irritabilidad más que por la tristeza, y ocurre más a menudo en asociación con otras
condiciones tales como ansiedad, trastorno de conducta, hiperactividad y problemas de aprendizaje. La
gravedad de la depresión puede ser definida por el nivel de deterioro y la presencia o ausencia de cambios
psicomotores y síntomas somáticos.
Nos centraremos en los aspectos que resultan nucleares tanto para el diagnóstico como para las formas
clínicas de la depresión en la infancia y adolescencia.
Una de las variables en la que nos detendremos y que, a nuestro juicio, constituye mayor importancia es la
edad. No cabe duda que las manifestaciones afectivas se presentan y desaparecen, sintomatológicamente, de
modo diferente según la etapa de desarrollo.
La primera etapa importante en la que nos detendremos será la edad preescolar, del nacimiento a los 5
años. La patología depresiva en estas edades cursa con ansiedad, irritabilidad, rabietas frecuentes, llanto
inexplicable, quejas somáticas, pérdida de interés en sus juegos habituales, cansancio excesivo, aumento de
la actividad motora, falla en alcanzar el peso para su edad, retraso psicomotor o dificultad con el desarrollo
emocional, menor capacidad de protesta, disminución de iniciativa y repertorios sociales y trastornos del
sueño, apetito y peso. En este periodo se han observado diferentes tipos de depresión: Depresión por
deprivación y anaclítica de Spitz, comentada más arriba; Depresión sensoromotriz (Shaffi, 1997) que
afecta a la etapa sensoromotriz del niño (0-18 m) con inhibición del lenguaje, retraimiento, humor irritable,
llanto frecuente que va perdiendo intensidad y se vuelve un gimoteo y llanto irritable, desaparece la sonrisa
social y de reconocimiento, con posibles enfermedades físicas (vómitos, diarrea…). Suele darse de forma
aguda, con un curso rápido, de horas a días y se vuelve cíclica o crónica si la madre no alivia el sentimiento
depresivo; Depresión somatogénicas (Nissen, 1983) en las que existe una condición médica dominante
(encefalopatías…); y las Formas psicóticas precoces, cuadro psicótico que se acompaña de sintomatología
depresiva en algunos periodos.
El siguiente periodo del desarrollo natural, es la etapa escolar (entre 6 y 11 años), en la que la corporalidad
y sus alteraciones son las vías de expresión principales. Las formas más frecuentes que encontramos en esta
edad son las latentes o encubiertas, cuyos síntomas aparentemente no parecen ser depresivos. En relación al
estado de ánimo en estas edades, destaca el tipo disfórico. En el juego, los sueños y las pesadillas
predominan los temas depresivos como culpabilidad, frustración, pérdida, abandono o suicidio, surgiendo
pensamientos muy autocríticos, por los que tiende a disculparse continuamente y a buscar la alabanza y la
tranquilidad. Se aprecia en gran medida una falta de interés y motivación por el rendimiento escolar y las
relaciones con los compañeros, además de un cambio brusco en el comportamiento, encontrando payasadas
en un niño que era antes callado o retraimiento en uno comunicador. Respecto al comportamiento motor,
aumento de nerviosismo, agitación, torpeza y predisposición a accidentes, hiperactividad, conducta agresiva
o perturbadora.
La adolescencia (11-18 años), periodo en el que los adolescentes normales tienden hacia la depresión, por lo
que se hace especialmente importante poder diferenciar entre la etapa normal del estado de ánimo
depresivo y la depresión patológica. Numerosos autores han señalado que muchas de las depresiones
adolescentes no son diagnosticadas porque se confunden con la crisis adolescente.
La sintomatología en esta edad es muy variada y cicladora y la atipicidad propia de los cuadros depresivos
de la adolescencia va disminuyendo a medida que el sujeto se aproxima al límite de edad adulta. En las
depresiones adolescentes, los datos psíquicos cuentan mucho menos, pues la subjetividad todavía no se ha
desarrollado suficientemente y además ocurre que, el adolescente afecto de molestias subjetivas depresivas,
suele esforzarse intuitivamente en asignar al trastorno un origen orgánico, lo cual implica una
elaboración secundaria, que puede enmascarar los datos subjetivos originarios. En relación a esta distinción,
parece haberse probado que los síntomas somáticos y psicológicos de la depresión varían en función de la
edad del niño, pudiendo apreciarse ciertas tendencias a sustituir los síntomas somáticos por los psicológicos.
Como manifestaciones clínicas características de esta etapa encontramos que el estado de ánimo disfórico y
deprimido se presenta de forma más volátil, con gran aumento de las reacciones de ira, pudiendo llorar sin
motivo, con una expresión continua seria y malhumorada. En relación a la pubertad, señalar que ésta puede
retrasarse en el adolescente crónicamente deprimido, y se aprecian grandes dificultades para aceptar los
cambios provocados por ésta. En el área cognitiva, se aprecian cambios en la actitud frente al esfuerzo y
responsabilidad en sus tareas y aumenta la baja autoestima, sintiéndose defraudados a sí mismos y a los
demás e intentan defenderse de este sentimiento con la negación, fantasías omnipotentes, o evadiéndose
mediante consumo de sustancias. Pueden mostrar nulo interés por el comportamiento sexual o promiscuidad
como defensa del sentimiento de vacío y soledad, teniendo en ocasiones calidad autodestructiva. Existe una
mayor vulnerabilidad para el comportamiento suicida, que aumenta a estas edades, llevándolo a cabo la
mayoría de las veces de forma violenta, con pensamientos mal organizados y sin un plan definido.
En resumen, y para ir finalizando el análisis de la sintomatología en estas etapas, resaltaremos las diferencias
principales entre el periodo escolar y adolescente. En la infancia la depresión aparece en forma desgarrada y
fragmentaria, y a medida que el niño se introduce en la adolescencia, toma un desarrollo estructurado, con
un curso más crónico, aunque con altos y bajos. En la adolescencia existe un riesgo de dos a cuatro veces
mayor que la depresión persista en la edad adulta, y suele aparecer asociada a trastornos disociales, a
trastornos de la actividad y la atención, trastornos relacionados con sustancias, y a trastornos de la conducta
alimentaria. A su vez, en la infancia la sintomatología cursa con quejas somáticas, ansiedad, irritabilidad,
rabietas, aislamiento social y conectada a trastorno de ansiedad por separación, siendo las formas latentes y
encubiertas las más frecuentes.
DISCUSIÓN
Señalar que se hace más complicado cuanto más joven es el niño, ya que las manifestaciones clínicas son
distintas a las de los adultos, sin existir criterios de clasificación específicos para estas edades. Añadido a
esto, los niños/as e incluso los adolescentes, tienen dificultad para identificar como depresión lo que les
ocurre, y los adultos relevantes en la vida del menor no pueden creer que a esa edad se sufra de depresión,
sumándose a esto el hecho de que admitirlo puede significar para ellos un fracaso como padres o
educadores.
En los niños y adolescentes, la depresión tiene un impacto importante en su crecimiento y desarrollo
personal, en su rendimiento escolar y en las relaciones familiares e interpersonales. Hay pruebas de que el
trastorno depresivo podría continuar durante la adolescencia y que podría extenderse durante la vida
adulta, lo que se refleja en altos índices de consultas y hospitalizaciones psiquiátricas y en los problemas
laborales y la relación que se originan en el futuro, por lo tanto, la depresión a estas edades, además del
costo personal, puede también implican un costo social grave.
• Press, S (s/f). Indagando la depresión en el infans.
Introducción
Se trata de establecer puentes entre praxis y teoría como forma de profundizar en problemáticas de la
temprana infancia. La clínica del niño pequeño debe, necesariamente, indagar los sucesos de la
estructuración psíquica, la conformación de los soportes narcisistas en interacción con lo ambiental,
entendido también, como deseo y prehistoria parental.
Introducir lo primario en las formaciones del narcisismo del niño pone en tela de juicio algunas afirmaciones
sobre el T.E.A o la psicosis infantil, llevándonos a pensar los bordes narcisistas de la neurosis infantil.
Generalmente, los síntomas en niños muy pequeños y tempranos aluden a fallas en el proceso de división del
aparato psíquico, fragilidad de inscripción y simbolización del objeto primario comandada por la represión
originaria. Lógicas como las creadas por Freud, Klein, Winnicott, Spitz, Lacan han sido aportes muy
valiosos a la hora de pensar la clínica. Junto a otras más actuales, son muy necesarias aunque no sean del
todo solidarias. Diferentes autores conceptualizan el momento en que se entrona el narcisismo entre los 6 y
18 meses lo que permitiría tender puentes que consideren problematicas del fort/da, la pregnancia del odio
de la P.E.P con las dificultades al acceso a la P.D., la patología de la transicionalidad, la importancia de la
discriminación entre lo familiar y extraño (angustia del 8vo mes), el juicio de atribución y existencia, el
tránsito por el Estadio del Espejo.
La evolución de muchos pacientes que consultan por variedad de síntomas, llevan a peguntarse por la
utilidad de estos indicadores para el diagnóstico en la infancia, sus alcances y sus límites.
El proceso de estructuración considera la complejidad del funcionamiento psíquico, un tipo de organización
estructural y evolutiva de la sexualidad infantil, el juicio, pensamiento, identificaciones, gesto, palabra,
aprendizajes. Sus tiempos lógicos y cronológicos entendidos en sus posibilidades de inscripción, repetición
y resignificación.
A partir de las dificultades que ofrece la clínica psicoanalítica con niños pequeños quisiera compartir
reflexiones sobre la Depresión del lactante, sus orígenes y derivas, que se hacen visibles cuando un niño
juega en la entrevista al mostrar la pregnancia de la muerte, la violencia, autoagresividad y la amenaza de
suicidio.
La Depresión en el Lactante.
Me interesa recobrar el concepto de Depresión en el lactante, particularmente para los pequeños cuyos
síntomas visibles y graves, ocurren, como ya señaló Spitz (1989), cuando describió la “depresión anaclítica”,
por la interrupción de libidinización pasados los 3 meses de vida.
Este autor enfatizó que no se trata de carencias en la atención de funciones corporales del niño sino que de
una ausencia repentina de investiduras, de cualidades aportadas por el deseo parental para renovadas
experiencias pulsionales. La huella erógena y el proceso de identificación primaria en curso queda
interferido, lo que lleva a pensar que la Depresión del Lactante está más lejos de lo anaclítico y muy cerca
de lo pulsional obstaculizado para la conformación de imagos.
Diferenciar la Depresión en el Infans de un síndrome autista es difícil in situ, siendo una distinción que la
mayoría de las veces podemos considerarla a posteriori, luego de la evolución con sus movimientos
transferenciales. 3 Lo importante a destacar es que son situaciones que logran reversibilidad en la
recuperación de los vínculos, el lenguaje y juego simbólico con los tratamientos.
Spitz toma la 2da teoría de las pulsiones y basa la descripción metapsicológica en términos de Eros y
Thánatos defusionándose a los 3 meses de vida del bebé.
Defusión pulsional que retiene lo desligado tanático enfermando al cuerpo, impidiendo ligazones que
redundan en problemáticas somáticas y retraen el interés por interacciones.
Ciertos hechos de la historia relatada por los padres de niños tempranos pueden ofrecernos pistas.
Por ejemplo, los padres relatan historias de bebés relativamente pasivos o irritables, que padecieron
afecciones que tocan al cuerpo, que alertaron por anorexias, vómitos, falta de desarrollo pondoestatural,
trastornos del sueño, enfermedades de piel. Con numerosas consultas para descartar causas médicas o
neuropediátricas, se nos va inclinando la balanza hacia el sufrimiento psíquico instalándose desde el primer
año de vida.
Algunos padres describen a sus bebes “buenos” por ser poco demandantes, escasamente solícitos hasta que
aparecen señales de rechazo o evitación de contacto luego del 4to mes de vida. Rechazo del pecho,
retraimiento, desvío de la mirada, repliegue, son algunos de los síntomas que suelen solaparse con los del
Autismo.
Otras veces, el sufrimiento de los primeros años de vida no es “ruidoso”, o más bien, pasa inadvertido por
los padres hasta que en el niño temprano se escolariza. En el niño pequeño, ya se ven implicados lo somato
psíquico, tocando la motricidad, alimentación, sueño, lo esfinteriano, el desarrollo de afecciones somáticas.
Sintomatología que señala en espejo, fallas de la narcisización parental y de la organización psíquica, de las
vicisitudes simbólicas que son verdaderos mojones para alcanzar la alteridad y objetalidad.
Pre-ludios
El proceso de identificación primaria va mostrando momentos significativos, que pueden ser comprendidos
como organizaciones dentro del proceso de la constitución narcisista.
Freud utiliza la noción de “organización de la libido” ya en 1905 (p.179), cuando desarrolla sus escritos
sobre sexualidad infantil en los que claramente concibe lo erógeno en simultáneo con la incorporación,
retención, identificación. Organizaciones pregenitales oral, anal y más adelante, fálica como es la genital
infantil (1923), se definen por el primado de zona erógena con un modo específico de vínculo con el objeto
y de pulsiones parciales peculiares.
Más adelante, en Pulsiones y Destinos de la Pulsión (1915) se detiene en los movimientos pulsionales con
destinos precisos que parten de la experiencia de placer-displacer del yo placer purificado. Si bien aún se
encuentra pensando desde la 1ª teoría de las pulsiones, deja entrever que las raíces del narcisismo asientan
sobre las cualidades de lo placentero y lo displacentero, cuando aún no existe una discriminación yo- no yo,
ni afuera – adentro. En este momento, todo displacer será experimentado como ajeno y como un atentado
para la autoconservación del yo. Se proyecta, se expulsa y se registra como amenazante. Las experiencias
placenteras serían introyectadas, acogidas por el yo placer. Como dice Freud en este texto, “ El yo –sujeto
( coincide ) con el placer” y “ El mundo exterior (coincide) con displacer…” (1915 p.131). Desde temprano,
los procesos pulsionales activos funcionan en oleadas que podrían volverse pasivizadas si se exponen, como
alerta Freud, a ciertas “alteraciones”. Podríamos pensar que estas “alteraciones” que llevarán de la actividad
a la pasividad son conducidas por el displacer resultando como repudio y odio a la hora de alcanzar la etapa
de objeto, imago con la cual se experimentará extrema ambivalencia.
Me parece importante destacar que en este trabajo Freud afirma (p. 127) que la vuelta sobre el yo y el
trastorno de la actividad en pasividad son el sello de la organización narcisista. No sólo se trata de defensas
estructurantes del yo, sino que también de funcionamientos que, cristalizados, hunden en la
indiscriminación, en atrapamientos reflexivos en los que diversas experiencias se viven en términos de odio
que retorna contra el yo.
Numerosos bebés padecen situaciones displacenteras por prematurez, CTI, internaciones o intervenciones en
los primeros meses de vida y se hallan expuestos al dolor físico, a la separación con objetos primarios al
comienzo de la lactancia. Otros, encuentran padres que sufren pérdidas, duelos, enfermedades, internaciones
que trastocan la continuidad del vínculo, determinando ausencias de las cuales el bebé acusa recibo. Algunos
niños, que han sufrido estas “alteraciones”, pueden traer a la consulta activamente lo que han vivido
pasivamente en actos o expresiones lúdicas que exponen la vivencia hostil y de peligro de vida como
violencia frente a un mundo paranoide. Junto a sus padres, logran activar procesos elaborativos para estas
experiencias traumáticas tempranas.
Más allá del principio de placer ( 1920 ), introduce el proceso por el cual la excitación pulsional resigna,
releva, pospone satisfacción al tiempo que tolera el displacer que impone una realidad peligrosa, ominosa.
En el contexto de teorización sobre el displacer, angustia, terror provocadas por experiencias traumáticas,
surge la observación del juego de su nieto. “Fort da”, son las vocalizaciones del niño frente a la ida y retorno
del carretel, producción activa que intenta dominar los efectos de la ausencia real de la madre al tiempo que
elaborar la ambivalencia por el abandono. Como reiteración, su actividad lúdica re-presenta, testimonia
inscripciones al tiempo que es un modo de “recordar” al objeto ausente. Poco después, Freud introduce la
noción de Compulsión a la repetición, como aquello pulsional originario que insiste en aspirar satisfacciones
placenteras directas desde las cicatrices del narcisismo (p.20) (Subrayado mío). Cicatrices que nos enfrentan
en la clínica a la disyuntiva de dilucidar si estamos frente una repetición significante, que abre puertas al
sentido y elaboración o si nos enfrentamos al retorno de lo igual. Surge así la pregunta sobre el destino de
estas cicatrices tan tempranas cuando no logran expresión simbólica ni parecen pasibles de elaboración.
En este contexto, Freud desarrolla la 2da Teoría de las pulsiones confrontando P de Vida versus P. de
Muerte, en virtud de la repetición de fenómenos clínicos relacionados con las neurosis traumáticas, traumas
infantiles no rememorables ni ligados, relacionados con el desamparo. Sus fenómenos clínicos conducirían
hacia un estado físico y/ o psíquico que alude o determina la muerte misma.
Partiendo de esta nueva propuesta, queda abierta la cuestión de los orígenes del masoquismo y el
sentimiento de culpa inconsciente, ya no sólo secundarios sino con bases “oscuras” (1924 p. 169),
constitucionales, originarias. Es indudable el nexo que establece Freud entre masoquismo y sadismo, pulsión
de muerte y desligazón, libido y mezcla con apoderamiento.
“…. Puede decirse que la pulsión actuante en el interior del organismo- el sadismo primordiales idéntica al
masoquismo. Después que su parte principal fue trasladada afuera, sobre los objetos, en el interior
permanece, como su residuo, el genuino masoquismo erógeno que por una parte ha devenido en componente
de la libido, pero por otra tiene por objeto al ser propio.“ (1924 p 170).
Este masoquismo erógeno acompañará a la libido a lo largo del desarrollo tomando al decir de Freud,
“cambiantes revestimientos”.
El Problema Económico del Masoquismo ilustra además lo especular en esta ida y vuelta de lo proyectado e
introyectado. El sadismo oral de devorar se experimenta como angustia de ser devorado, lo mismo que el
golpear y ser golpeado de la organización sádico anal. Estas metas pulsionales podrían devenir
identificaciones que, como formaciones narcisistas, dan lugar a imagos destructivas.
El analista de niños trabaja con lo que se reitera, lo que retorna como intento de ligazón e inscripción
significante, como retorno de lo reprimido originario, como ambivalencia con el objeto y se alerta frente a la
insistencia de lo desligado que no halla inscripción o transformación a lo largo del proceso.
El fort-da en juego, nos propone una pista al tiempo que nos interroga sobre estas funciones primordiales
que conformarían el más acá del principio de placer, un “más acá del fort da” (Rodulfo, p. 29) influidos por
el origen del sadismo y el masoquismo en un niño que ha padecido experiencias de abandono.
Desde los comienzos de la vida, muy tempranamente los bebes saludables testimonian la confluencia de
significantes, marcas de lo libidinal y de deseo. Con gran fuerza comunicante vemos la sonrisa, mirada y voz
del niño (laleo-balbuceo) expresándose como lenguaje del cuerpo y aunándose como una Gestalt (Spitz
p.82) que responde en espejo al rostro, voz y sonrisa de otro. Formas del “decir” preverbal, gestual, corporal,
sensorial que habla de la inmersión en el mundo del lenguaje y del reconocimiento de lo humano
comunicando afectos.
“Sintonia” progresiva conduciendo al proceso de identificación primaria, que al mes y medio de vida ya es
evidente. Se puede pensar como un avant coup, un organizador como señala Spitz, que da señales
fundamentales de objetos libidinales conformando Yo.
La discriminación entre familiar y extraño, el momento que llamamos “angustia del 8vo mes” da cuenta de
un período clave, de uno de los momentos estructurantes más significativos para el niño. Movimientos de
escisión, condensación y proyección de lo odiado con el objeto desplazados sobre lo extraño, indicarían
procesos inconscientes de conservación del objeto amado y distinciones, discriminaciones que involucran a
la conformación del juicio de atribución (lo bueno y lo malo) y existencia (presencia y ausencia) en vínculo
con la realidad.
Melanie Klein, parte de la 2da tópica y 2da teoría de las pulsiones y nos aporta su punto de vista al
considerar la P. de Muerte para concepciones diferentes pero ineludibles a la hora de pensar los orígenes de
la depresión, la manía y melancolía. Lo depresivo como “posición” es definido por el tipo de defensas,
angustia y relación de objeto en íntima interacción con mecanismos reparatorios. Lo depresivo como
“Posición” habla de tránsitos dolorosos para el duelo por la pérdida del pecho, de la introducción del tercero,
de contacto con afectos ambivalentes para un objeto que junto al yo van integrándose, Se trata de un
momento en el que el bebé muestra cambios, sufre una “melancolía en status nascendi” (Petot p.56). Lo
Depresivo moviliza experiencias primitivas como una apuesta en la que lo libidinal y creativo se debe
sobreponer a lo thanático destructivo.
Quisiera destacar la introducción de las Defensas Maníacas, que se hallan al servicio de atenuar el dolor por
la pérdida y la culpa por el odio fantaseado como feroces ataques del yo al objeto. Las Defensas Maníacas
ofrecen una “solución” frente a la culpa, un salvataje para el yo, al costo de devaluar al objeto, de negar la
dependencia y lo vital que significa su superviviencia. Si el Objeto sigue siendo destinatario del odio y el yo
no encuentra bondades reparatorias, retorna como acusaciones y reproches superyoicos vengativos hacia el
yo. El Yo apela a la negación omnipotente de su realidad psíquica para triunfar, desmentir dolor y culpa
frente a un mundo interno inundado de objetos moribundos, dañados por las mociones matricidas/parricidas.
Esta realidad psíquica, resabio de la PEP, ilustra los matices paranoicos y omnipotentes del narcisismo que
despliega en espejo, lo destructivo del yo con del objeto y del superyó con el yo.
El Espejo
En muchos niños el espejo como estadio, desenmascara alcances pero también limitaciones de la
constitución narcisista.
Por ello, para algunos bebés el reconocimento de su imagen y la del otro es una gran prueba. El espejo como
Estadio podría mostrar una gran conmoción cuando existieron fallas del espejamiento primitivo, refuerzos
de lo paranoide que en estos casos, conducen a lo melancólico-depresivo. La sensorialidad, lo cenestésico, la
sensualidad predominante hasta los 6-8 meses de vida, no necesariamente se asumen como una imagen
jubilosa. La imagen inconsciente del cuerpo no es exclusivamente escópica, articula experiencias corpóreas
primitivas, carnales, motrices y cenestésicas que provienen del contacto cuerpo a cuerpo con los padres,
conformarán cualidades significantes y afectivas. Lo simbólico y lo no simbolizable, la historia
transgeneracional atraviesa lo sensorio motor volviéndose o no, cuerpo pulsional erógeno.
El encuentro con el espejo deja entrever que la mirada como “percepción de la forma humana” no es
suficiente para que exista reconocimiento de la imagen del cuerpo como “yo junto a otro”.
En íntimo contacto con el cuerpo y la sensorialidad pulsional, el fracaso transformacional (Bollas) de los
objetos primordiales podría fijar imagos paranoides-melancólicas que provocan desmentida o evitación en el
cruce de miradas.
La Depresión en el niño pequeño
Desde el punto de vista técnico, el analista trabaja “amasando” junto al niño pequeño condiciones para
configurar símbolos. Pre-ludios para lo lúdico en sesión como práctica que siembra y recoge significantes
que darán cuerpo a significaciones. Al decir de Winnicott, en psicoanálisis nos dedicamos a una “forma muy
especializada de juego” (1972 p.65 ). En este sentido, no existiría ninguna actividad relevante en el proceso
de desarrollo de la simbolización que no se visualice por algún tipo de juego. Se trata justamente de generar
las condiciones para la producción de metáforas para conductas, silencios o verbalizaciones.
Muchos niños tempranos retraídos, relativamente ausentes, nos convocan en transferencia. Esta convocatoria
puede limitarse a una rabieta al momento de finalización de una primera entrevista, lo que se podría entender
como demanda de análisis, de haber registrado sostén, el deseo del analista para la continuidad de su ser y
existir.
En la vida cotidiana, son niños que muestran que la presencia del otro es imprescindible en lo concreto, ver
y ser visto son requisitos existenciales. Exigen asistencia constantemente buscando una aprobación que
pareciera tener que contrarrestar una persistente crítica superyoica descalificadora de cada una de sus
producciones. La no presencia, les alude a lo muerto-desvitalizado del objeto que invade con una vivencia
de derrumbe expresada como angustia que desorganiza lo psíquico, somático o motriz.
Es frecuente advertir la adherencia a fantasías con temáticas crueles, mortíferas que culminan en
autoagresión o suicidio, deshilachándose luego como discontinuidades de juego, decaimiento –
empobrecimiento de lo constructivo - imaginativo.
El vínculo transferencial reproduce algo de lo tiránico que se vive a nivel familiar. Es muy solícito y
demandante, alternando buena expresión simbólica con rabietas o explosiones frente al más mínimo
desencuentro. Desencuentros que señalen alteridad, discriminación, frustración, un No, ofician de riesgo
vital para el niño que apela al dominio omnipotente.
Es notorio cómo literalmente “cambian” en presencia de los padres, mostrando ante el analista la erotización
y/o descontrol que eclosiona ante esa presencia concreta.
A diferencia de lo que ocurre con la desmentida estructural (Casas, M) que, así como facilita la construcción
de teorías y fantasías para resolver enigmas sobre la ausencia, la sexualidad, la diferencia de sexos, cae
silenciosamente dando lugar a la represión y a los diques, en el niño deprimido la desmentida se instala
como patológica precozmente. En diversos formatos fantasmáticos, el niño se atrinchera en certezas que lo
protegen de la vivencia de muerte.
Ideas, juegos o dibujos reiteran la adhesión a personajes cuyo matiz omnipotente ofrece poderes o
soluciones mágicas, máscaras para vivencias de gran desvalimiento.
Desde la perspectiva kleiniana, vemos en el predominio de defensas maníacas al servicio de la negación de
la hostilidad con el objeto. Se sostiene la ilusión omnipotente posicionándose como triunfante ante lo
ominoso, lo extraño, desconocido o diferente. Familiaridad ante lo desconocido y en una pseudo-autonomía,
cuya impulsividad negativista ataca, identificación proyectiva mediante, lo que proviene del otro, sean pares,
familiares, docentes o analista.
Disfraces para el desvalimiento de un yo que se desmorona ante la separación y el estar a solas por quedar a
merced de sus fantasmas moribundos, de sus eventos subjetivos tanáticos, de imagos omnipotentes que
refuerzan la vivencia de ser el “asesino”. La ausencia reflota estas imagos objetales y del yo
amenazados/amenazantes. Lo maníaco omnipotente se halla al servicio de encubrir la ambivalencia, odio
con el objeto que recae como sombra sobre el yo. Matanzas, suicidio, autodestrucción se juegan como
aniquilación del objeto y del yo.
La sexualidad deambula entre lo diverso, en igualdades y dualismos que no logran el salto hacia metáforas,
sustituciones simbólicas para las separaciones, diferencias, el tercero y la prohibición. Parece no investir
(Chemama,2007) al evitar la búsqueda de vínculos o mirada. El sufrimiento depresivo narcisista instala en
posición oral muda-anal retentiva pasiva o en una guerra explosiva sádica con oposición a cambios o
gratificaciones. La analidad deserotizada, no simbolizada, no trabaja a favor de separaciones y legados por
lo que vemos lo retentivo en diferentes niveles metonímicos, involucrando lo oral-anal/uretral: anorexias,
mericismos, mutismos, retenciones fecales y urinarias, intolerancia a la ausencia de objetos primarios.
Estas opacidades identificatorias, fisuras de los basamentos narcisistas, se sostienen por desmentida
patológica, defensas como I. proyectiva, defensas maníacas, retorno contra sí mismo, transformación en lo
contrario que veremos progresar hacia funcionamientos que no necesariamente son autísticos ni psicóticos.
Situaciones que culminarían en escisiones cicatrízales del yo, prótesis que preservan la existencia
manteniendo la ilusión de omnipotencia con renegación de límites, de castración simbólica y alteridad. Tal
como Winnicott ilustra al describir la psicopatología del objeto transicional (p.39) serán escisiones que
derivan en sociopatías, adicciones, fetichismos, depresiones narcisistas, afecciones psicosomáticas, a las que
en el niño podemos sumar fracasos en la socialización o aprendizajes.
• Donzino, G. (2003). Duelos en la infancia. Características, estructura y condiciones de posiblidad.
En Cuestiones de infancia. UCES. (39-57)
El duelo es un tema que en la teoría psicoanalítica ha ocupado desde Freud en adelante un destacado lugar.
Su importancia y desarrollo se justifica tanto por su imposición desde la clínica como por los aspectos
teóricos que se entrelazan en él: objeto, yo, libido –yoica y objetal–, identificación, narcisismo,
ambivalencia, culpa, recuerdo, fantasía, realidad psíquica y externa, autoconservación, pulsiones de vida, de
muerte, castración...
En esta oportunidad quisiera compartir con ustedes algunas hipótesis sobre las características y las
condiciones de posibilidad de los duelos en la infancia, así como sus manifestaciones clínicas.
Serán, más exactamente, interrogantes y algunas aproximaciones teóricas que surgieron de observaciones
basadas en el análisis de niños y adolescentes que sufrieron la pérdida de uno de los progenitores en la
primera infancia o en la adolescencia. Aunque el verdadero disparador de la investigación sobre este tema
fueron los elementos descubiertos en el análisis de dos pacientes adultas cuyos padres habían fallecido
asesinados cuando ellas tenían dos y cinco años de edad y de otra serie de pacientes cuyas madres sufrieron
depresiones, con internaciones e intentos de suicidio de mayor o menor gravedad. Observando las
manifestaciones de esas pérdidas y separaciones tempranas en su vida actual, me preguntaba entonces cómo
habrían sido de niñas, qué quedó inscripto de eso y de qué modo. Me preguntaba también si la infancia
misma es el tiempo lógico para un trabajo de elaboración de pérdidas semejantes y bajo qué condiciones.
Obsérvese que anteriormente he escrito “pérdida” y “fallecimiento” y no “duelo”, precisamente para
introducir lo que quiero diferenciar en este trabajo.
La consideración más frecuente es ligar el duelo con una pérdida. Y en sentido estricto, no hay duelo sin la
pérdida de un objeto. Pero la inversa no es necesariamente así: no ante toda pérdida vamos a encontrarnos
con un duelo.
El duelo es un trabajo, un proceso simbólico, intrapsíquico, de lento y doloroso desprendimiento de un
objeto catectizado, que supone un reordenamiento representacional. Es la elaboración psíquica sobre el
estatuto de un objeto que ha devenido ausente. En este sentido es humanizante y enriquecedora de la vida
anímica. Su contracara, la melancolía, o duelo patológico, en cambio, muestra justamente el fracaso de esta
simbolización.
Respecto de ello Melanie Klein escribe: “Así, mientras que el dolor se experimenta con toda intensidad y la
desesperación alcanza su punto culminante, surge el amor por el objeto, y el sujeto en duelo siente más
poderosamente que la vida interna y la externa seguirán existiendo, a pesar de todo, y que el objeto amado
perdido puede ser conservado internamente. En esta etapa del duelo el sufrimiento puede hacerse
productivo. Sabemos que experiencias dolorosas de toda clase estimulan a veces las sublimaciones, o aún
revelan nuevos dones en algunas personas, quienes entonces se dedican a la pintura, a escribir o a otras
actividades creadoras bajo la tensión de frustraciones y pesares. Otras se vuelven más productivas en algún
otro terreno –más capaces de apreciar a las personas y las cosas, más tolerantes en sus relaciones con los
demás– se vuelven más sensatas. En mi opinión, este enriquecimiento se logra a través de procesos similares
a aquellos pasos que acabamos de investigar en el duelo. Es decir, cualquier dolor causado por experiencias
dolorosas, cualquiera que sea su naturaleza, tiene algo de común con el duelo y reactiva la posición
depresiva infantil. El encuentro y la superación de la adversidad de cualquier especie ocasionan un trabajo
mental similar al duelo.”
Freud, en Duelo y Melancolía se pregunta por qué este trabajo resulta tan doloroso. “Cada uno de los
recuerdos y esperanzas –escribe Freud– que constituyen un punto de enlace de la libido con el objeto, es
sucesivamente despertado y sobrecargado, realizándose en él la sustracción de la libido. No nos es fácil
indicar en términos de la economía por qué la transacción que supone esta lenta y paulatina realización del
mandato de la realidad ha de ser tan dolorosa. Tampoco deja de ser singular que el doloroso displacer que
trae consigo, nos parezca natural y lógico [...] No nos es posible dar respuesta a esta objeción, que refleja
nuestra impotencia para indicar por qué medios económicos lleva a cabo el duelo su labor. Quizá pueda
auxiliarnos aquí una nueva sospecha. La realidad impone a cada uno de los re - cuerdos y esperanzas que
constituyen puntos de enlace de la libido con el objeto, su veredicto de que dicho objeto no existe ya, y el
yo, situado ante al interrogación de si quiere compartir tal destino, se decide, bajo la in - fluencia de las
satisfacciones narcisistas de la vida, a cortar su ligamen con el objeto abolido. Podemos pues, suponer, que
esta separación se realiza tan lenta y paulatinamente, que al llegar a término ha agotado el gasto de energía
necesario para tal labor”.
Ahora bien, si tomamos en cuenta los tres aspectos que Freud considera en el párrafo citado (el examen de
realidad, el lento proceso y la opción del yo), tanto la construcción de la realidad como la constitución del yo
en su capacidad de seguir un mandato erótico son aspectos que en la infancia están en proceso de
estructuración. ¿Está el niño en condiciones psíquicas de realizar ese examen de la realidad y promover que
su yo decida por las satisfacciones narcisistas de la vida, cuando la percepción del tiempo, la relación con la
realidad y la construcción de su narcisismo responden, como investigó Winnicott, a un proceso gradual que
implica al tiempo, donde esos objetos externos son su apoyatura...?
Ciertamente, Freud se está refiriendo a un trabajo sólo realizable con la condición precisa de que la categoría
de objeto ausente se haya simbolizado. Una cita de Klein ilustra este problema: “Una de las diferencias entre
la temprana posición depresiva y el duelo normal, es que cuando el niño pierde el pecho o el biberón que ha
llegado a representar para él un objeto bue - no, beneficioso y protector dentro de él y experimenta dolor, lo
siente aunque su madre está junto a él. En el adulto, sobreviene el dolor con la pérdida real de una persona
real; sin embargo, lo que lo ayuda para vencer esta pérdida abrumadora es haber establecido en sus primeros
años, una buena imago de la madre dentro de sí. El niño pequeño, sin embargo, está en la cúspide de sus
luchas contra el miedo a perderla, interna y externamente, porque no ha logrado establecerla dentro de sí de
un modo seguro. En esta lucha, la relación del niño con su madre, su presencia real, es la más gran - de
ayuda”.
Llegado este punto es necesario, entonces, establecer categorías diferenciales respecto del momento vital en
que se haya producido una pérdida, o –como plantea Winnicott–, si “el amor por la representación interna de
un objeto perdido, puede atemperar el odio del objeto amado introyectado que la pérdida entraña”.
He reunido una serie de fragmentos clínicos que tal vez nos permitan extraer de ellos las características de
los duelos en la infancia, sus diversas presentaciones, las consecuencias para cada momento de
estructuración y sus períodos críticos.
Milagros, de nueve años, es derivada por el colegio ya que presenta graves problemas en el aprendizaje. Una
evaluación psicopedagógica previa indica que se “observan serios conflictos psicológicos”. Durante las
primeras entrevistas el padre de Milagros se queja, en tono de evidente molestia, de que la niña todas las
mañanas mientras él se está afeitando, le cuenta que soñó con su madre muerta. En este sueño se le aparece
con un bebé en brazos, se le aproxima, le seca las lágrimas a Milagros y le dice: “no llores”. Otras veces el
sueño es con la imagen de una Virgen, a quien –siempre con un niño en brazos– le brota una lágrima que cae
por la mejilla. Ante estos relatos, el padre se irrita y se desespera. La interroga sobre las características de las
imágenes y comprueba que es la descripción de la madre muerta. “¿Cómo puede soñar con la madre si no la
conoció?”, se pregunta el padre una y otra vez. Este refiere el comienzo de los episodios a que su suegra le
contó a la niña que su madre estaba muerta. La niña conocía este hecho ya que iban al cementerio a visitar a
su mamá y a su hermanito muerto de bebé, quien yacía en la misma tumba de su madre.
Se presenta a la siguiente entrevista Julia, la actual esposa del padre. Cuenta que la abuela materna de
Milagros le mostraba fotos de la madre, recordándole que Julia no era su mamá sino su madrastra. La
imagen que Milagros sueña es la que conoce a través de las fotos. Julia presencia los matutinos episodios en
los que llorando, Milagros le cuenta al padre sus sueños. “La culpa es de la abuela por mostrarle esas fotos”,
concluye Julia.
Como un rompecabezas, en el transcurso de las siguientes entrevistas, se va aclarando la historia: la mamá
de Milagros era una mujer de frágil salud. El primer hijo varón del matrimonio muere a los seis meses por
meningitis. La depresión la inunda y a partir de esto se encomienda a la “Difunta Correa”, para que sus hijos
nazcan y crezcan sanos. Nace Deolinda, la hermanita mayor de Milagros, y dos años más tarde otra
Deolinda, Milagros Deolinda. Los nombres de esta niña responden: el primero a la Virgen de los Milagros, a
quien la madre le pide que nazca un varón, y el segundo al de la Difunta Correa.
Nace Milagros y la madre fallece pocos días después. El padre, también huérfano de madre cuando era
pequeño, desesperado acude a Julia, novia en su adolescencia y le pide que se haga cargo de sus pequeñas
hijas. Julia se decide al verla a Milagros flaca, sucia y escaldada, y se casa sólo para cuidar y alimentar a las
niñas.
Julia ya había criado a dos sobrinas que convivían entonces con ella. Interrogada respecto de si ella hubiera
deseado tener hijos propios, rompe en llanto y cuenta que tuvo un hijo de soltera que estudiaba ingeniería en
Tucumán y que “desapareció” en la lucha contra la subversión. “Supongo que está muerto –dice–, pero me
dijeron que no hiciera nada porque podía desaparecer yo. Si supiera dónde están sus restos, para llevarle una
flor. Ni siquiera en sueños puedo verlo”.
Presuntamente las niñas no sabían de este hijo de Julia. Sólo su esposo y las sobrinas, cuando la veían llorar,
entendían por qué lo hacía. Milagros, en cambio, preguntaba con insistencia por qué cada vez que iban al
cementerio a visitar la tumba de su madre y hermanito, tenían que llevar una flor para el osario común...
Milagros se presenta a la primera entrevista como una niña sumamente rara. Hace gestos con su cara y
revolea sus ojos hasta el punto de dejarlos en blanco. Dibuja un arbolito con las raíces visibles y un puntito
ennegrecido entre ellas. “Es un arbolito con raíces”. Sí, y veo que hay una cosita ahí... le respondo mientras
le señalo las raíces. “Es un pajarito que se murió y lo enterraron ahí... vos sabés cómo queda... la tortuguita...
cuando se muere... cómo quedan los huesitos... yo enterré un pajarito y quiero ver los huesitos, cómo quedan
los huesitos”. Agrega otra forma circular imprecisa en el dibujo y me cuenta sobre una tortuguita que tuvo y
empieza a lloriquear y hacer muecas con la cara.
Consultan por Ariel, de recientes tres años de edad. Sus padres lo adoptan a los veintidós meses
aproximadamente (calculados sobre la base de unos estudios que le realizan). Es llevado a un Juzgado por
una señora que dice que lo dejaron a su cuidado y no lo vinieron a buscar más. Agrega que lo cuidaba el
guardabarrera en la casilla del paso a nivel donde lo dejaron. Es registrado como NN.
Los papás adoptivos lo retiran de un hogar de monjitas donde estaba alojado. Allí lo llamaban “Daniel”. No
es posible determinar el tiempo transcurrido entre el guardabarrera y el Juzgado, pero los papás confirman
que antes de llegar al hogar de las monjitas estuvo internado en un hospital por desnutrición. En el momento
de la adopción su estado físico mostraba el pelito chamuscado, estaba escaldado y con excoriaciones
múltiples en los genitales y la cola. Se observaba, además, una importante cicatriz de antigua quemadura en
uno de los miembros.
Los papás dudan en cambiarle nuevamente el nombre. Finalmente, se deciden por bautizarlo Ariel, “león de
Dios”.
En cuanto a su nivel de constitución psíquica y trastornos centrales, los papás refieren que Ariel no habla,
pronuncia sólo palabras bisílabas que su madre traduce; padece de enuresis nocturna; usa ch u p e t e ;
deambula sin parar; abre cajones y puertas; se escapa de todos lugares; se desnuda y se sienta bajo la lluvia;
imita el ruidito de animalitos varios bajo el festejo de sus padres; rechaza a su madre, la escupe y patea (no
así al papá); no hay juego; parece no mirar ni escuchar ni responde al llamado; sus padres se quejan de su
difícil crianza ya que no acepta normas.
La primera vez que veo a Ariel, deambula sin parar por el consultorio mientras sus padres dialogan
conmigo. Uno a uno, muerde y arranca la mina de todos los lápices. Amaso una bolita de plastilina delante
de sus ojos y luego la achato entre mis dedos haciendo una tortita: es la primera vez que me mira a los ojos.
Luego de varios meses de intenso trabajo con los padres, comienzo a trabajar con Ariel junto a su mamá. En
una de las primeras sesiones la madre amasa un caracol grande con plastilina. Ariel le pide: “Be-bé, be-bé”.
La madre lo amasa y Ariel hace que se besen. Luego aplasta al caracol grande contra el escritorio mientras
grita: “¡mamá, mamá!” Seguidamente aplasta al caracolito bebé.
Más adelante, en otra sesión (ya a solas con Ariel), saca de mi bolsillo las llaves, las sacude e imita el tañido
de las campanas. ¿La campana del guardabarrera?... ¿Era un recuerdo, o lo construido durante el trabajo con
los padres? No lo sé. Lo central era que el camino de la construcción posible de una historia estaba en
marcha y si fueran una evocación o un constructo, bienvenidos eran.
Durante incontables sesiones, más adelante, Ariel tirará objetos por la ventana, intentando en más de una
oportunidad, arrojarse él mismo. Luego de casi tres años de tratamiento, Ariel me sorprende con el siguiente
juego: yo soy un señor que va a la veterinaria a comprar un perrito. El es un cachorrito en una jaula que me
pide, rascándome con las patitas, que lo elija a él. Este juego tiene muchas variantes: el dueño de la
veterinaria me echa diciéndome que no hay más perritos, mientras el perrito se queda llorando y me dice que
vuelva; me pide que lo lleve a él, pero que no puede irse por su mamá, ante lo cual debo llevarme a los dos;
me pide que lo lleve, pero tiene bebés y debo llevar también a sus hijitos; me pide que lo lleve avisándome
que tiene bebés en la panza. Lo llevo y sobre el diván nacen los cachorritos, a los que él cuida, como una
madre celosa, gruñéndome para evitar que me acerque. Otras, Ariel es el cachorrito nacido y con los ojitos
entrecerrados hociquea buscando la teta hasta prenderse del botón de mi camisa.
El análisis de este caso, como el de otros niños adoptados, propone un tipo de clínica donde la construcción
y las intervenciones estructurantes son nuestros aliados técnicos.
Diego tiene quince años. Consulta luego de la muerte de su padre, ocurrida hace tres meses por una
enfermedad incurable, deteriorante y progresiva del sistema nervioso. Su sintomatología es: mareos, miedos
intensos (a fantasmas, ruidos, viento), angustia desbordante e insomnio. Su mayor preocupación es el miedo
angustioso y temores hipocondríacos.
“Tengo miedo a descomponerme, a desmayarme y que me lleven en una ambulancia; que me hagan algo
cuando yo esté inconsciente. Me empiezo a sentir mal o la idea de que me voy a descomponer hace que me
empiece a marear, me corre un frío por el cuerpo, me voy poniendo blando de las piernas a los brazos y
cuando me llega a la cabeza, me mareo y me desmayo”.
Diego es fanático del fútbol, pero no puede jugar a la pelota o salir a la calle por temor a que “me
descomponga”.
La madre refiere que tiene un “parecido físico extraordinario” con el papá y que la enfermedad de éste fue
producida por un “fuerte golpe en la cabeza”.
Diego dice: “A los doce años íbamos caminando por la calle y yo me crucé delante de él. Se tropezó
conmigo y lo hice caer. Cayó de frente en el piso... medio se desmayó... fue por mi culpa...”
La mamá agrega que los últimos meses de la enfermedad de su marido fueron muy duros ya que su propio
padre había sufrido un ataque cerebral. “Era Navidad, de un lado del arbolito estaba mi padre en su silla de
ruedas y del otro mi marido, en otra. Los médicos me dijeron que moriría cuando la enfermedad llegue al
cerebro, al centro de la respiración. Se iba a ahogar. El día que eso pasó, lo dejé solo; me encerré en la pieza
y después de un rato, salí gritándole a Diego que fuera a buscar al médico, que su papá se había
descompuesto. En realidad ya había fallecido”.
Lentamente, Diego empieza a “salir”. Trae un sueño que califica de “un poco lindo, un poco feo”: “Mi
primo (personaje familiar adorado por Diego, a quien el papá encomendó la crianza de su hijo) viene en un
coche y toca la bocina. Me asomo y mi primo me dice: ‘mirá quien viene...’. Y es mi viejo que se asoma por
el techo levantado del Citroën”. Se despierta angustiado. Lo lindo es que soñó con el padre. Lo feo, que
cuando se despertó comprobó que no era posible.
Puntualicemos: Pérdidas no metabolizadas a lo largo de varias generaciones. Familias hipotecadas por
duelos imposibles, heridas que se abren a cada momento detrás de un esfuerzo tenaz por desmentir y
silenciar.
Múltiples pérdidas tempranas, traumas y abandonos en un momento de la vida donde lo que se afecta son los
cimientos mismos del psiquismo.
Miedo, culpa y síntomas por identificaciones que recuerdan rasgos dolientes del ser querido, anulan la
distancia con el objeto perdido, pero, como contrapartida, llenan de terror.
Quizá de los tres casos el más complejo sea el de Milagros. Un mito familiar arrasador la deja en un
comprometido lugar: ella no es el varón pedido a la Virgen, pero su negación alude al lugar que le esperaba:
reemplazar al pequeño fallecido; desde ese lugar mítico es a la vez la que sobrevive alimentándose de la
madre muerta y la difunta que revive a su hijo; es la virgen-madre que llora los hijos desaparecidos de otra
madre. La falla de apropiación simbólica del objeto deja a Milagros confinada a la representación de la
pérdida a través de lo real de la muerte: los huesitos, los restos materiales.
El pequeño Ariel lucha por sobrevivir. Su psiquismo tiene muchas posibilidades aún de estructurarse gracias
al apreciable apoyo de sus padres. Pero las marcas en su cuerpo están y es una larga historia para remontar.
Diego también se encuentra con la muerte en un momento crítico de su desarrollo psicosexual, pero con
recursos simbólicos que le permiten exponer un cuerpo como escenario de los significantes que marcan su
ligazón al padre. Identificaciones a desandar. Su “extraordinario parecido físico”, podrá ser una salida o una
tumba.
La elección de estos casos para abrir nuestro tema es porque presentan de modo paradigmático casi todos los
problemas del duelo en la infancia y la adolescencia. Para abordarlos, los separaré en problemas teóricos y
clínicos.
Diariamente, imperceptiblemente, los niños y los adultos nos enfrentamos a pérdidas a las que podemos
resignarnos. No desestabilizan el narcisismo. Son separaciones que representan que sólo una parte se separa,
se resigna, de un todo, pero ese todo sigue inalterable. El mantenimiento de ese “todo” remite a la economía
narcisista de un sujeto.
El duelo, ya lo dijimos, es básicamente un proceso de reinvestidura de algo que, paradójicamente, debe ser
desinvestido. Trabajo que debe realizar el Yo del sujeto psíquico.
La primera premisa que nos imponen los casos, es que un niño en duelo está inmerso en un medio ambiente
aquejado también por una pérdida. No es posible el duelo de un niño aislado, ni desligado de una historia.
Ese medio ambiente es la familia, más específicamente los padres.
Centraré entonces el análisis en dos cuestiones que participan de los duelos en la infancia: los padres y el
niño.
Puntualicemos primero, muy rápidamente, algunos de los varios aspectos de la teoría de las relaciones
paterno-filiales:
- Durante los primeros meses el medio, fundamentalmente la madre, funciona como barrera protectora
antiestímulo. Adaptada a las necesidades de su bebé, la madre ofrece su cuerpo para que el niño la busque
ante situaciones de tensión, abriéndose así los circuitos de la satisfacción pulsional y la erogeneidad. El
padre, por su parte, protege esa díada y ambos cuidan al niño ante situaciones de peligro, permitiendo el
equilibrio vital y la introyección de lo autoconservativo.
- También se erigen ante el hijo como lugar simbólico supuesto de un saber. Desde allí, transmiten una
historia, significados, normas, ideales y placeres.
- Y son, por otra parte, los más valiosos soportes de identificaciones.
Todos estos elementos (y tantos otros que no he mencionado), conforman hilos de lo fundamental: los
padres sostienen funciones estructurantes.
La palabra del adulto, del padre superviviente, la “versión” sobre qué es la muerte, la negación o el silencio,
tienen durante la infancia consecuencias determinantes.
¿Cuáles son las condiciones que permiten que un duelo sea llevado adelante o no?...
¿En qué medida el duelo del niño queda imposibilitado, frenado o dificultado a partir de la mentira de los
adultos, de su silencio?... Versiones tales como “está en el cielo”, “se quedó dormida”, “se transformó en un
ángel”, etc., las vemos emerger en las más variadas formas sintomáticas y fobias. Las del silencio, en otra
variedad de cuadros quizá más graves, psicosomáticas, adicciones, vacíos. ¿Pero qué decir ante aquello que
Freud descubrió, que no hay representación?...
Arminda Aberastury, se pregunta en uno de sus escritos por qué los padres no pueden decir al niño lo que
pasó, significar la muerte como tal. Considera que de esta manera los padres piensan que evitarían un
sufrimiento al niño. En realidad, identificados proyectivamente con el hijo, son los propios aspectos
infantiles de los padres que le hacen suponer que le están hablando a sí mismos desvalidos respecto de esa
muerte.
El silencio, las mentiras o las explicaciones falsas, exigen al niño realizar un doble trabajo. El niño “sabe”
que algo ha pasado, no sabemos qué representación tiene de la muerte pero sí que tiene una inscripción de lo
ocurrido, una percepción de que alguien no está.
Esta percepción de lo ocurrido debe ser falseada en función de lo que le cuenten como ocurrido. El niño
debe renegar una convicción en función de una palabra mentirosa. Esto supone la acción de un mecanismo
renegatorio.
Este fenómeno no sería en sí algo problemático ya que forma parte del primer movimiento normal en todo
duelo: la renegación (verleugnung) de la pérdida. El riesgo estriba en una patologización de este mecanismo
sostenido por la versión parental coincidente con la renegatoria del chico mismo.
El segundo tiempo del duelo propiciado por la renegación “normal” previa, consiste en la producción de
fantasías de reencuentro con el objeto perdido o de seguir sus pasos y morir con él, que supone ya una
modificación del contenido renegado: se acepta la idea de su desaparición pero cabría un reencuentro en
algún otro lugar. Fantasías que se toparán tarde o temprano con la prueba de la realidad, la opción entre la
vida o la muerte con la consecuente posibilidad de una salida elaborativa.
El caso de Milagros nos muestra otro aspecto del lugar parental en los duelos. El niño no puede preguntar,
no puede recurrir a un adulto que le ayude a significar la situación de pérdida porque golpea en un punto de
imposibilidad del padre superviviente. Es decir, en sus propios conflictos y duelos pendientes. El niño lo
intenta, pero pronto percibe que sus preguntas angustian al otro y opta por proteger al adulto de ese dolor.
Esto tiene su contracara en la protectora actitud de los adultos que desean aliviarle al niño cualquier dolor y
sufrimiento. Como señalaba Aberastury, creen que el recuerdo y la palabra sobre el dolor causa más dolor,
desconociendo que la falta de palabra a un dolor es lo que más duele. El adulto superviviente teme hablar de
la muerte o plantear la situación porque ese solo acto catectiza sus recuerdos dolorosos y de este modo los
deseos de muerte se activan y su sola carga supone la anticipación de la muerte, su aceleración y
presentificación.
El niño, por su parte, “capta” que preguntar y querer saber hace sufrir al otro (y él no quiere que su único
objeto se ponga mal) y, además, que el otro tampoco desea que él sufra por pensar en eso, por lo cual el niño
debe callar. Algunos padres ven con alivio que el chico está muy bien, que no le afectó, que sigue igual que
antes. Motivo por el cual es poco frecuente que recibamos consultas por que se suponga, o se tema, dolor en
los niños que han perdido seres queridos.
Los duelos en la infancia no se presentan como en el adulto. No es por lo general la tristeza ni el abatimiento
moral lo que observamos clínicamente, sino lo que se ha denominado “equivalentes depresivos”. Ellos
comprometen fundamentalmente al cuerpo del niño y se presentan, en correspondencia con lo temprano de
la pérdida, bajo la forma de:
a) Desaparición brusca de adquisiciones en su desarrollo intelectual, afectivo o motor.
b) Retracción autoerótica: chupeteo, aislamiento, balanceo, apatía hacia el medio seguida de un período de
llanto inconsolable.
c) Trastornos del sueño y de la alimentación (pesadillas y anorexias tempranas).
d) Distracción escolar; descenso del nivel escolar.
e) Manifestaciones de ansiedad: - más o menos manifiestas: tics; rituales; fobias; miedos (a extraños, a la
soledad, a la oscuridad); parloteo incesante; voracidad o agitación incontrolable (por lo general detectables
en la escuela) - o latentes: sobreadaptación, retraimiento silencioso (por lo general estas manifestaciones
pasan inadvertidas por los maestros)
f) Enfermedades recurrentes: otitis, anginas, trastornos gastrointestinales.
g) Transformaciones de lo sufrido pasivamente a su forma activa: niños que se posicionan como perdedores
crónicos, o se exponen a riesgos y accidentes.
Hasta aquí he planteado algunas de las características que desde el medio familiar dificultarían el duelo en la
infancia. Voy a describir ahora las condiciones de posibilidad de elaboración de duelos por parte de un niño
según sea su nivel de constitución psíquica. Muchos autores han ubicado los requisitos para la elaboración
de un duelo7. Puntuaré sólo tres condiciones siguiendo para ello a una analista francesa:
1ª) La aceptación de la pérdida. Reconocimiento de que el objeto ha muerto y que ello es irreversible e
irrecuperable. Ello supone, además, la aceptación de la propia muerte como un destino inevitable.
2ª) Que el sujeto no se identifique con la causa de la muerte del ser querido.
3ª) Que la muerte no reavive una pérdida anterior no metabolizada (condición esta última generalmente
faltante en la mayoría de los casos que consultan).
¿Podrá un niño cumplir al menos con estas tres condiciones? Inicialmente diremos que sí, pero sólo desde el
momento en que el niño posea lenguaje y simbolización del objeto como ausente, distinción entre lo
animado e inanimado, pasado, presente y futuro y relaciones causa-efecto. A partir de allí podremos hablar,
teóricamente, de duelo en sentido estricto. Previo a ello, la pérdida, será significada como abandono o
inscripta como vacío.
Para pensar el estatuto de las pérdidas en cada momento crítico del armado del psiquismo, precisemos los
siguientes hitos en dicha estructuración:
1- La capacidad simbólica del niño que ha sufrido una separación (fundamentalmente de la madre) antes de
los seis meses, no permite una representación psíquica que sitúe al objeto como externo a él. Dicha pérdida
no es significable como tal, sino como una ausencia infinita o como un agujero en su cuerpo. Citemos aquí
lo que Winnicott escribió respecto de la “depresión psicótica”: “Por ejemplo, la pérdida puede ser de ciertos
aspectos de la boca que desaparecen desde el punto de vista infantil, junto con la madre y el pecho, cuando
se produce una separación en una época anterior al momento en que el bebé ha llegado a una etapa de su
desarrollo emocional que pueda equiparlo de manera adecuada para encarar esa pérdida. La misma pérdida
de la madre pocos meses después entrañaría una simple pérdida del objeto, sin ese elemento adicional de
pérdida de parte del sujeto”.
La cantidad de tiempo que el niño puede tolerar respecto de una ausencia es, siguiendo a Winnicott, decisiva
en esta fase. Es el período crítico donde se gestan y prenuncian muchos de los casos de psicosis infantil.
También donde la solidaridad biológica hace que madres sustitutas suplan rápidamente la alimentación y
fundamentalmente los cuidados del lactante. A veces con muy buenos resultados, donde observamos que la
función se jerarquiza por sobre la pérdida del objeto. Sobre las marcas posibles de estas tempranas pérdidas,
el discurso familiar será el que aporte luego los elementos para su posterior elaboración.
2- La capacidad simbólica del niño desde los seis meses hasta el año y medio, abre un panorama distinto. El
niño empieza a diferenciar a la madre como un objeto externo e independiente de él. La posición depresiva
infantil plasma en el psiquismo del niño la posibilidad de pérdida del objeto total amado, el Yo unificado del
niño estará en condiciones de soportar el dolor por su odio hacia el objeto. Además, el surgimiento de la
pulsión de dominio permite el ejercicio del juego del fort-da, hito central en la adquisición de la categoría
simbólica de la ausencia. El tiempo y el espacio pasan a tener otra organización en la mente del infante
(Sami Ali; 1976) y el proceso secundario comienza a estabilizarse junto al surgimiento de la palabra.
Si todo sale bien, las consecuencias para el futuro psíquico del niño serán alentadoras. Las pérdidas reales en
este período dejarán al niño no sólo sin el amor del objeto sino sin el soporte identificatorio que ese objeto
era para él. Soporte identificatorio que lo sostiene en tanto ser. Las experiencias relatadas por Spitz sobre el
marasmo infantil son el ejemplo elocuente de esto.
3- La adquisición del lenguaje, entre los dieciocho meses y los dos años, marca el período donde la palabra
aporta el mayor poder de ligadura representacional. La capacidad de experimentar culpa y la
fantasmatización de escenas –posibilitada por la existencia de símbolos e imagos– permitirá el despliegue
lúdico y la interpretación de los hechos según los modelos pulsionales predominantes.
4- Sólo resta incorporar a partir de los tres años, el juicio de existencia y el examen de la realidad que le
permitirá preguntarse ¿qué es lo que perdí?, ¿dónde está lo que perdí?, para estar en condiciones de elaborar
un duelo. El juicio de existencia y el criterio de realidad están en este caso, en el niño, sostenidos por las
palabras que otros dieron sobre esa pérdida. Desde ese texto el niño podrá dar rienda suelta a su curiosidad y
necesidad de comprender. El dominio del lenguaje y la simbolización posibilitarían a través del juego,
recrear, al modo de un compañero silencioso, la elaboración de la relación con el objeto perdido, de la
misma manera que en las fantasías y en los recuerdos haría la elaboración del duelo un adulto.
5- La adolescencia en sí misma es otro paradigma de los duelos. Momento de resignificaciones y de crisis.
Desde lo observado en la clínica, el recurso más frecuente del adolescente ante la pérdida de un ser querido
se apoya en la identificación, más o menos masiva, o a rasgos característicos de ese objeto aún los de su
enfermedad o muerte. En los casos más graves, la ingesta de drogas refuerza las fantasías de fusión con el
objeto o también se dan rupturas psicóticas ante un esfuerzo de trabajo que suma al propio de esta fase, un
quantum no metabolizable.
Al comienzo de este relato dije que el análisis de pacientes adultos fueron el disparador de interrogantes
sobre el tema. En los casos de las dos mujeres cuyos padres habían muerto por asesinato, ese duelo no había
sido realizado en la infancia. Un manto de secreto cuidaba la “ve r s i ó n oficial”. Había como un hueco de
datos y recuerdos; sabían del suceso, o bviamente, pero no lo que habrían perdido con ello. El intento de
armar algo fue promovido desde el análisis. Una buscando en los arch ivos periodísticos de la época, la otra
interrogando a su madre hasta hacerle “confesar” otra historia oculta. Algo mostraba que había en sus
psiquismos una cicatriz y que la simbolización se hacía alrededor de esa cicatriz. Pero la cicatriz estaba.
Eran mujeres de una tenacidad adm i rable, pujantes y emprendedoras pero ninguno de sus logros evitaba un
estado latente de tristeza, una sensación amenazante de que las cosas podían irse a pique en cualquier
momento, un temor a la soledad y a que lo logrado se pierda; sumado esto a sucesivas historias de amores
desencontrados.
Las del segundo grupo (con madres depresivas), en cambio, se mostraban muy eficientes en su vida, buenas
alumnas en la infancia, excelentes estudiantes, buenas madres y esposas. No era la soledad el trasfondo sino
la vacuidad (“me siento una lata vacía –decía una paciente–, miro adentro de la lata y no hay nada, y mire
que busco...”), sufrían de una falta de matiz afectivo que reflejaba exactamente lo descubierto por André
Green10 (1980) a propósito del “duelo blanco” y el “Complejo de la madre muerta”: una madre que está
viva, pero muerta simbólicamente para el hijo; sumida ella en una depresión que deja a aquél sumergido en
un duelo interminable, por un objeto que desconoce.
Desde la teoría, las condiciones para la elaboración de un duelo son las enunciadas. Como toda
generalización y abstracción son categorías en cierto modo puras. La clínica se nos presenta más compleja.
En nuestra práctica, no analizamos sólo un duelo, sino a un sujeto, niño o adulto en su singularidad y en su
raigambre histórica.
El trabajo específico que realizamos con un niño es en pos de la liberación posible de lo que oprima y
comprometa a su psiquismo. Los duelos son un doloroso pero liberador trabajo.
¿Se da en infancia la elaboración final del mismo o es sólo el primer tiempo de una moratoria a resignificar
en dos tiempos más: la adolescencia y las crisis vitales de la adultez?...
• Marcelli, D, De Ajuriaguerra, J. (2005). La depresión en el niño Cap. 18 (pp. 359-371). En Manual de
Psicopatología del niño. (3da.ed.). Masson (IMPRESO)
• Pinto, S. (9-12 agosto 2007). Depresión infantil y psicoanálisis. Ponencia oral presentada en el VIII
Congreso Chileno de Psicoterapia. Viña del Mar, Chile. (IMPRESO)

Módulo VIII: Problemáticas infantiles


centradas en el cuerpo
• Marcelli, D, De Ajuriaguerra, J. (2005). Manual de Psicopatología del niño. (3da.ed). Cap. 4, 7, 8 y
19. Masson (IMPRESO)

Módulo IX: Problemáticas actuales en


adolescentes. El cuerpo como escenario.
• Frágola, A. O. (2009). Vulnerabilidad adolescente y psicopatología de las adicciones. Psicoanálisis:
Revista De La Asociación Psicoanalítica De Buenos Aires, 31(2/3), 337-359.
INTRODUCCION
Las adicciones constituyen una pandemia social, un problema psicopatológico y un embrollo jurídico. Hoy
nadie duda que el abuso de drogas es un fenómeno dinámico y multideterminado, que requiere de una
confluencia de factores biológicos, psicológicos y socioculturales.
Aun cuando es cierto que hay casos típicos, tenemos derecho a desconfiar de cualquier teoría o explicación
única del abuso de drogas.
En este trabajo nos referiremos a algunos aspectos de la psicopatología y la clínica de las adicciones en los
adolescentes buscando la confluencia entre los aportes del psicoanálisis y los de otras disciplinas del campo
de la salud mental, como las neurociencias. En ese contexto la vulnerabilidad es uno de los puntos centrales,
y tanto el estado del self como el desequilibrio narcisista propio de la adolescencia se hallan íntimamente
relacionados con dicha vulnerabilidad.
Si bien no existe prácticamente período de la vida en el que el riesgo de adicción esté ausente, está
demostrado que niños y adolescentes son los grupos etarios más proclives. Esta es la visión más difundida y
pocos dudan que el problema de las drogas constituye un verdadero desafío para las generaciones jóvenes
(Kaminer, Y.; Tarter, R. E., 2004; Kosten, T. R., 2003; Marías, J., 1988).
También representa un desafío para los profesionales de la salud mental. Y es bien sabido que muchos
colegas evitan estos pacientes o sufren cierta incomodidad al enfrentarse con un adolescente que abusa de
las drogas.
Aunque pocas veces se lo admita abiertamente, la consulta con el paciente adicto constituye con frecuencia
una experiencia molesta, difícil y desalentadora en la que el analista se siente por momentos desarmado o
impotente aunque sea un profesional experimentado. Así le resulta complicado mantener una actitud
confiada, objetiva y no enjuiciadora, necesaria para el éxito terapéutico. La valoración narcisista de su rol
analítico se ve socavada en el abordaje de casos que implican una probabilidad alta de fracaso del
tratamiento, que suelen presentar dificultades en el contacto con el paciente o su familia y que además
pueden poner sobre el tapete la cosmovisión del analista y su actitud ante el uso de sustancias químicas que
afectan el estado de ánimo.
Hoy es posible encontrar, en muchos pensadores del campo psicoanalítico, profundas formulaciones que
buscan dar cuenta de la complejidad de las constelaciones adictivas. El elogio del instrumento analítico
encuentra entonces su contrapartida en cierto tono discretamente peyorativo con el que resultan calificados
(o “descalificados”), los productos de la transferencia y los vínculos del sujeto adicto. Cierto es que la
reacción terapéutica negativa, por ejemplo, es un obstáculo frecuente en el análisis de estos pacientes, pero
su aparición, influida por el tipo de estructura de personalidad subyacente, no es necesariamente un
ingrediente central o un impedimento definitivo en estos casos. El consumo de drogas abarca un amplio
espectro de personalidades de base y en consecuencia pueden generarse diversas variantes transferenciales.
Pretender enfocar a todos los casos usando los mismos parámetros y supuestos básicos conduce
necesariamente al desencuentro y a la dificultad en el contacto intersubjetivo. Por ejemplo, el paciente que
es predominantemente captado desde la perspectiva de su hostilidad, reacciona frecuentemente con sumisión
o con rabia hacia el analista, que como un integrante más del “establishment” ve confirmada fácilmente su
propia perspectiva: la asociación entre lo malo –la falla moral para el imaginario social– y la conducta
adictiva.
Si repasamos buena parte de la bibliografía analítica sobre adicciones, encontramos una serie variada de
conceptos que pueden estar reflejando, a través de un ingrediente crítico, la respuesta del analista ante el
despecho que a veces sufre durante el tratamiento de estos pacientes problema: resistencia narcisista,
manipulación, objetos tiránicos, arrogancia, ataques maníacos, pacto perverso, desafío tanático signado por
la pulsión de muerte, obturación de la triangulación, narcisismo maligno, ataque al pensamiento. Estas son
sólo algunas precisas formulaciones que pueden estar señalando: a) las complicaciones de la clínica analítica
de las adicciones; y b) la insuficiencia del instrumento utilizado cuando no se amplía la perspectiva. No es
casual que J. Riviere (1936), la autora de uno de los trabajos clásicos sobre reacción terapéutica negativa,
haya advertido lúcidamente que algunos aspectos de la transferencia de estos pacientes pueden constituir un
golpe para el narcisismo del analista que afecta su instrumento de trabajo.
La cuestión es que cualquiera sea la perspectiva o la técnica que utilicemos, los pacientes adictos
constituyen un reto, y Brandchaft (1999) se ha preguntado “¿cuán a menudo cierta falsedad del paciente
acerca de sus propias metas, experiencias o sentimientos puede llegar a ser fomentada inconscientemente
por respuestas del analista que le indican que sus sentimientos son defensivos, anacrónicos, destructivos u
obstructivos?”
LA ADICCION Y SUS PERSPECTIVAS
Naturalmente una visión completa del tema requiere demasiado espacio. Intentemos sin embargo una reseña
de algunas perspectivas que conviene no desestimar para tener una visión actualizada. Algunos elementos
pertenecen a la geografía que transita habitualmente cualquier analista. Otros provienen de áreas
relacionadas que no pueden ser ignoradas gratuitamente: ampliar nuestro espacio mental para dar lugar a los
aportes de la interdisciplina nos da la posibilidad de movernos con mayor eficacia en un terreno que no tiene
porqué quedar marginado en la periferia de la terapia psicoanalítica.
Veamos entonces algunos puntos a considerar:
1) Aspectos del desarrollo evolutivo que incluyen la difícil delimitación entre normalidad y patología en la
adolescencia. La depresión juvenil y su relación con el consumo de drogas.
2) La transformación narcisista de la adolescencia, las vivencias de vacío y el campo intersubjetivo.
3) La neurobiología y los cambios neuroquímicos asociados con la transición del consumo de sustancias a la
adicción. Los sistemas cerebrales de refuerzo y la motivación. La patología dual.
4) La vulnerabilidad que resulta de las circunstancias anteriores y su inclusión en un modelo integral de las
adicciones. La mirada social. Las drogas y la persona.
DESARROLLO EVOLUTIVO
Hoy es un lugar común la relación entre adolescencia y uso y abuso de drogas. Algunos aspectos evolutivos
nos pueden ser de utilidad para comprender mejor las adicciones en adolescentes:
a) Lo específico de la psicopatología en niños y adolescentes es su carácter evolutivo: ellos están inmersos
en un desarrollo madurativo continuo que hace que lo que puede parecer patológico a una edad no sólo no lo
es en otra, sino que puede llegar a tener un valor estructurante, de modo que su ausencia a veces denuncia un
trastorno patológico. En cuanto a las drogas, familiares y/o terapeutas pueden caer en el error de confundir el
uso esporádico recreativo de sustancias psicoactivas con el abuso y la dependencia adictiva. Las fantasías
subyacentes y la significación psicopatológica son muy diferentes y por ende las medidas a implementar.
b) La crisis adolescente implica una profunda transformación de las estructuras del psiquismo y de la
inserción social del sujeto.
Esta transformación personal genera diversas manifestaciones que esquemáticamente podemos agrupar en
cuatro áreas: I) la identidad; II) el cuerpo y las funciones vitales (sueño, alimentación, sexualidad); III) los
procesos de mentalización que incluyen el estado de humor y; IV) los problemas de la acción, el paso al
acto. Desde las cuatro áreas encontramos determinantes para el consumo de sustancias. Tanto las
alteraciones de la identidad como los cambios pulsionales y las alteraciones del humor generan displacer,
mientras que el paso al acto, asociado a un control precario de los impulsos, provee por una parte placer
inmediato y por otra cierto alivio de las vivencias desagradables a través de la droga que actúa en el sistema
nervioso central.
Wieder y Kaplan (1969), de los primeros psicoanalistas que estudiaron en forma pormenorizada el tema en
adolescentes, subrayaron el rol que las drogas cumplen para reducir el distress y mantener la homeostasis en
adolescentes, como una suerte de “prótesis estructural”.
En todas las áreas suceden transformaciones y disrupciones, se generan síntomas que son capturados por el
entorno social y catalogados por los médicos, los sociólogos, los periodistas y los psicoanalistas.
c) Vulnerabilidad y afectos depresivos: reasignación de prioridades libidinales, duelo por la pérdida y duelo
anticipatorio, durante la fase adolescente son sumamente frecuentes las manifestaciones de tipo depresivo,
que suelen incluir una clásica nostalgia angustiosa, esa difusa melancolía existencial que tan bien reflejan los
jóvenes creativos o los escritores que han sabido describir las vivencias interiores de los jóvenes en esos
años hipersensibles, a veces vacilantes y opresivos. Sirvan de ejemplo las obras de Herman Hesse, el Retrato
de un Artista Adolescente de James Joyce, La Infancia de un Jefe de Jean P. Sartre, o entre los argentinos El
Juguete Rabioso de Roberto Arlt (Fahrer, R.; Ortiz Frágola, A. 1990).
Sucede también que los sentimientos típicamente depresivos, el humor triste, son muchas veces negados u
ocultados, en especial por los adolescentes varones, que los asocian con blandura, debilidad o falta de
hombría. Muestran más, en cambio, la apatía y la abulia, el vacío afectivo, la falta de concentración, el
aburrimiento, la fatiga y la irritabilidad.
Además de la negación de los afectos depresivos, en forma compensatoria puede aparecer la tendencia a la
acción, el paso al acto que lleva a reacciones impulsivas y a conductas violentas o delictivas. La tendencia a
la acción se asocia con frecuencia al consumo de sustancias psicoactivas y a otras formas de búsqueda de
estimulación tales como las conductas de riesgo o la promiscuidad sexual. Es el mecanismo que McDougall
describió en el paciente desafectivizado que está intentando suplir su hueco en la vida emocional.
La gran dificultad que enfrentamos al considerar estas manifestaciones clínicas es que la adolescencia, por
su dependencia, por su mutabilidad, por su incertidumbre evolutiva, por el carácter aparatoso de ciertas
manifestaciones que resultan ser triviales, es uno de los períodos de la vida en los que el establecimiento de
un perfil psicopatológico se vuelve más aleatorio. De todas maneras la persistencia, continuidad y
profundidad de los afectos depresivos en adolescentes son datos significativos que con frecuencia se asocian
al consumo adictivo de sustancias y marcan una diferencia con las oscilaciones circunstanciales del humor y
las transformaciones propias de las crisis evolutivas mencionadas en el ítem anterior que acompañan al
consumo esporádico.
NARCISISMO E INTERSUBJETIVIDAD
La clásica visión de la adolescencia se sustenta en el papel protagónico que tienen los cambios pulsionales
que suceden en este período (S. Freud, 1905, 1925 y 1939; E. Jones, 1922; A. Freud, 1957). Más cercano a
nuestros tiempos Laufer y Laufer (1984) han señalado la naturaleza del impacto potencialmente traumático
que puede tener en algunos adolescentes la llegada a la madurez física de la pubertad. La adolescencia
resulta ser entonces la continuación del desarrollo psicosexual interrumpido por la latencia. El tema esencial:
la reactivación del drama edípico y los duelos que lo acompañan.
Pero la transformación adolescente implica también una reorganización del equilibrio narcisista alcanzado
en etapas anteriores y una conmoción de los mecanismos reguladores de la autoestima. Las sustanciales
modificaciones de la imagen corporal y la activación del desarrollo cognitivo causan en el joven un impacto
de tal magnitud que trae aparejada una completa reestructuración de su self. El paulatino reemplazo de una
representación duradera del self por otra puede poner en peligro a un self cuyo establecimiento nuclear había
sido deficiente. La concomitante desidealización de las figuras parentales debilita otro soporte narcisista y
entraña un aumento de la vulnerabilidad del self. Entonces nuevos ídolos o ideales, la sumisión a la cultura o
la formación de una contracultura pueden servir por igual para restaurar una autoestima vacilante.
Desde luego que la idea de la activación del narcisismo en la adolescencia no es novedosa. Basta para ello
señalar el poco conocido trabajo de Rank (1911), citado por Echegoyen (1991), que se refería al narcisismo
como un fenómeno normal que sobreviene en la adolescencia.
Pensamos que el narcisismo y la intersubjetividad son dos ejes centrales a la hora de considerar la patología
adolescente y en especial el abuso de drogas. En los pacientes jóvenes se pueden apreciar con claridad
estados de desequilibrio narcisista que son versiones amplificadas de aquellos que forman parte de la vida
cotidiana. Las vivencias de vacío, los sentimientos de vergüenza, inadecuación e inferioridad, la introversión
y una difusa angustia existencial, los procesos alternantes de idealización y desvalorización en los vínculos
interpersonales, son todos resultado de perturbaciones en los sectores de la personalidad que regulan el
estado de sí mismo –el self– y la valorización que el sujeto hace de sí, la autoestima.
La difusión de la identidad, la pérdida transitoria de la cohesión, vigor e integración del self implican
fenómenos de desequilibrio narcisista y pueden ser hallados en individuos que abarcan un amplio espectro
que va desde la adolescencia normal, las situaciones de duelo y otras crisis vitales, hasta los trastornos
fronterizos, pasando por los llamados por Kohut trastornos narcisistas de la personalidad.
Algunas chicos atraviesan los procesos normales de reacomodación psíquica juvenil con mayor dificultad, y
por momentos su estado mental se asemeja notablemente a aquellos sujetos que presentan trastornos
crónicos del sentimiento de identidad, impulsividad caótica y labilidad afectiva propios de los trastornos
borderline (Ortiz Frágola, A., 2000; 1999). Naturalmente el carácter transitorio, breve, del desequilibrio
narcisista se asocia con benignidad del proceso y consumo esporádico. Su persistencia es en cambio típica
en el abuso y la dependencia de drogas.
También ocurre algo similar con ciertos mecanismos que el sujeto utiliza para enfrentar sus vivencias
desagradables. Así los estados autoinducidos de tensión, en los que se buscan intencionalmente situaciones
de extremo esfuerzo, agotamiento o dolor, actúan como una suerte de estimulante afectivo y sensorial que
facilita el reconocimiento de los límites y la integridad del self. Otras veces el sufrimiento narcisista
determina la búsqueda de alguna estimulación que permita recuperar la vivencia de un sí mismo cohesivo,
firme, valioso, la sensación de estar vivo. Los recursos son diversos, la hipersociabilidad, la sexualidad
compulsiva o el uso de sustancias psicoactivas. (Ortiz Frágola, A., 2007; Pumariega, A. J.; Rodriguez, L.;
Kilgus, M. D., 2004)
Si reflexionamos acerca de estas constelaciones psicopatológicas es muy probable que evoquemos nuestra
experiencia con los pacientes adictos que hayamos tratado.
Pero también la clínica de la transferencia o la simple observación atenta de la vida psíquica de personas del
rango neurótico, nos dejan ver ejemplos de lo que es el sufrimiento narcisista y de cómo el uso de sustancias
químicas puede ser una de los mecanismos para sobrellevarlo.
Así una hipótesis para tener en cuenta es que cierto uso de drogas en la adolescencia, y el uso de otras
sustancias psicoactivas como el alcohol o los fármacos autoadministrados en un período posterior de la vida
(la edad de los padres), en especial ansiolíticos, hipnóticos y analgésicos, pueden cumplir funciones
psicológicas y neurobiológicas semejantes.
Otro aspecto a considerar pasa por la repercusión afectiva en el entorno. Los estados mentales juveniles
sacuden necesariamente la vida familiar, así como son moldeados o deformados por ese continente. Los
terapeutas no escapan tampoco al impacto de esa turbulencia, y pueden verse envueltos en el “turmoil”
adolescente. Así surgen las consultas de familiares angustiados por las situaciones de riesgo en que se coloca
un paciente o por la confesión alarmante de su falta de ganas de seguir viviendo así. En el analista o en todo
el equipo terapéutico se generan entonces stress e impotencia que corren paralelos con la vivencia de los
familiares y con las experiencias infantiles del paciente.
En el mundo de las relaciones objetales y los vínculos interpersonales la conmoción narcisista emerge
entonces en un campo intersubjetivo compuesto por un self precario y vulnerable inmerso en una matriz de
relaciones arcaicas y fallidas. Esto no significa necesariamente un grupo familiar con objetos
enloquecedores (Garcia Badaracco), sino que alcanza con un medio ambiente incapaz de sintonizar
afectivamente con el sujeto, de brindarle suficiente contención emocional y lograr alguna comprensión
empática de sus vivencias. El desbalance narcisista de los padres sumidos en su propia crisis vital que los
deja no disponibles para sus hijos es moneda corriente en las familias de los jóvenes adictos. Los padres
están “fuera del área de cobertura”, inalcanzables para las silenciosas necesidades filiales de idealización.
A su vez, en los tramos iniciales del tratamiento, la repetición transferencial del adolescente adicto suele
ubicar al analista en un rol paterno vacilante, desconectado de las inquietudes de su hijo y de su escenario,
de la alternancia juvenil entre la omnipotencia y la zozobra. Esto puede coincidir con el analista en estado de
desconcierto ante un panorama –la dramática de la adicción– que no termina de conocer y comprender, o
que malinterpreta desde el otro lado de la brecha generacional. Quien tiene en tratamiento tanto adolescentes
adictos como pacientes fronterizos u otros narcisistas, sabe muy bien que temas como idealización,
confrontación y lucha, sintonía afectiva o disponibilidad emocional son elementos cruciales en el análisis.
La observación del desarrollo nos muestra que los avatares ya señalados de la transformación adolescente,
los cambios puberales, el remodelamiento psíquico, el desequilibrio narcisista y la presión social determinan
una especial vulnerabilidad ante la oferta de las drogas.
Las sustancias psicoactivas, insistimos, pueden proveer un alivio transitorio a algunas de las manifestaciones
propias de la adolescencia, sea a través de la atenuación de estados afectivos displacenteros o merced al
efecto desinhibitorio y la facilitación del contacto social. En el primer aspecto al referirnos a las
motivaciones para el consumo hablaremos del factor automedicación, en el segundo caso el factor recreativo
del uso de drogas.
El problema es también que, en la medida en que algunos jóvenes se habitúan a disfrutar de las drogas y a
confiar en ellas para afrontar su vida, los procesos normales de integración y complejización del psiquismo
se ven interferidos en una atrofia por falta de uso (como un órgano o un músculo) que perturba sus
posibilidades de crecimiento y desarrollo mental (Khantzian, 1997, 2003).
Cercana a la perspectiva descripta, que conecta el uso de drogas con la búsqueda de regulación del estado
del self afectado por razones evolutivas o psicopatológicas, Ulman y Paul (1989, 1992) han definido lo que
llamaron mecanismos adictivos gatillo (“addictive trigger mechanisms”). Estos son sustancias específicas o
comportamientos (alcohol, drogas, alimentación, juego patológico) que se usan de manera regular y
compulsiva para despertar fantasías arcaicas y estados de éxtasis por su efecto antidepresivo y antiansioso.
Este efecto se logra porque estos estados reproducen funciones cumplidas originariamente por los llamados
objetos del self. A las funciones descriptas por Kohut en su Psicología del Self (espejamiento, idealización,
gemelaridad), estos autores agregan en este caso lo que llaman función de pacificación, de aplacar la rabia
narcisista y proveer una suerte de anestesia disociativa.
Pero a diferencia de lo que ocurre con los objetos del self propios del desarrollo humano, que cumplen esas
funciones de soporte del self y a la par promueven su desarrollo, para que más adelante el self modificado
pueda hacerse cargo de gran parte de esas funciones, en estos casos los mecanismos gatillo son vicarios,
mimetizan esas funciones pero son incapaces de agregar estructura y transformar al self. Por el contrario,
deforman el self y tienen un efecto esterilizante que cosifica a una persona transformándola en un ritual y un
hábito deshumanizado. La pérdida del carácter de humano es central en esta visión de las adicciones. Está
presente en el pasado de los vínculos del sujeto adicto y se torna esencial en el tratamiento cuando el
paciente adicto experimenta transferencialmente al analista como una suerte de esponja absorbente (no-
humana, más bien un objeto transicional) que humedece y transforma los estados disfóricos de
fragmentación o colapso del self, de alienación o de rabia narcisista. El analista debería permitir ser usado
transitoriamente como cosa inanimada teniendo cuidado de no rechazar las funciones adscriptas ni de
gratificarlas contratransferencialmente involucrado. Si bien estas alternativas se van haciendo visibles una
vez que se va instalando el lazo transferencial, ya desde el inicio del vínculo con el paciente adicto es
necesario que el analista pueda detectar no tanto lo que la droga le hace al paciente sino más bien lo que la
droga hace por él: cuando transcurría el primer año de tratamiento, Josefina, que inició su análisis a partir de
una internación por sobredosis de cocaína y alcohol, decía: “La droga es el mejor compañero para alguien
como yo…cuando yo tomaba cocaína me sentía más linda, abría más los ojos, tenía una mirada más linda. A
mí la cocaína me sentaba bien, me iba con lo que me faltaba a mí para sentirme bien conmigo misma. Era mi
peor momento y sin embargo en algo me sentía bien conmigo misma”.
Una mirada analítica al sujeto proclive a la adicción va a vislumbrar tarde o temprano algún déficit
significativo en cuatro áreas nucleares del funcionamiento psicológico relacionadas con el terreno narcisista:
1) registro y regulación de las emociones, 2) mantenimiento de un sentido estable del self, 3) manejo de los
vínculos interpersonales y 4) cuidado de la propia integridad, incluyendo la habilidad de anticipar las
consecuencias de la propia conducta.
Ahora bien, hasta aquí nos hemos referido a la vulnerabilidad poniendo el acento en sus aspectos
psicodinámicos, aquellos que surgen en forma nítida en los jóvenes sanos y en la práctica clínica general con
adolescentes adictos. Pero los progresos de la neurobiología en los últimos veinte años hacen visibles otros
aspectos de la vulnerabilidad vinculados al funcionamiento del cerebro.
NEUROBIOLOGIA DE LAS ADICCIONES
Los avances en neurociencias están revolucionando la comprensión de los mecanismos involucrados en las
adicciones. No se vislumbra razón suficiente para dejar de incorporar los nuevos datos a una teoría general
que integre los aportes psicoanalíticos y las investigaciones neurobiológicas. Es apropiado que como
analistas estemos enterados de los últimos descubrimientos y desarrollos en temas que como la
neurobiología de las adicciones, se hacen presentes a diario en nuestra práctica clínica, lo sepamos o no.
Esto nos va a permitir no sólo tratar mejor al paciente adicto, sino también comprender más acabadamente
muchas manifestaciones de la parte neurótica de la personalidad de jóvenes y de adultos que no
necesariamente son abusadores de drogas pero que sí utilizan sustancias psicoactivas (alcohol, tabaco, café,
ansiolíticos) en su vida cotidiana en forma recreativa o ante situaciones de stress psicobiológico.
La primera cuestión a considerar desde esta perspectiva es que las investigaciones neurobiológicas en
adicciones han mostrado que las drogas que generan dependencia parecen tomar el comando de zonas
filogenéticamentemente antiguas del cerebro que se ocupan de la regulación de tendencias repetitivas como
la alimentación, la sexualidad y la interacción social. (Funciones que evocan, no por casualidad, los
conceptos psicoanalíticos de pulsión o impulso instintivo). Estas áreas cerebrales comprenden al sistema
límbico e incluyen la amígdala, el núcleo accumbens, y el área tegmental ventral (Bickel, 2006). Los
circuitos vinculados a esta zona proveen sensaciones de placer, que también son activadas por las drogas de
abuso. Además el sistema límbico es responsable de nuestra percepción de las emociones, lo que explica la
propiedad que tienen todas estas sustancias de alterar el humor. Más aún, evidencias adicionales sugieren
que las zonas más “modernas” del cerebro, como la corteza frontal, parecen quedar “off line” tanto
estructural como funcionalmente durante el proceso de adicción. Pero la corteza frontal o cerebro anterior,
que queda relegada en las adicciones, está relacionada con el pensamiento abstracto, con la capacidad de
planear, de resolver problemas complejos y tomar decisiones. En otras palabras podríamos decir que el
cerebro se torna más primitivo en su modo de funcionar y pierde logros evolutivos alcanzados previamente.
Ahora bien, decimos que las drogas de adicción se apropian del comando de ciertos circuitos, pero ¿cómo
sucede esto?
Es relativamente simple. Las células del sistema nervioso se comunican entre sí y conforman circuitos –
envían, reciben y procesan información– a través de sustancias químicas que son los neurotransmisores. Y
bien, algunas drogas adictivas, como la marihuana o los opiáceos (morfina, heroína, analgésicos opiáceos)
tienen una semejanza estructural con los neurotransmisores, entonces “engañan” a las neuronas y generan
mensajes falsos que producen una disrupción en la red.
Otras drogas, como la cocaína, el éxtasis o las anfetaminas clásicas, provocan una liberación de gran
cantidad de neurotransmisores normales que inundan y también distorsionan los canales de comunicación, a
la par que agotan las reservas naturales de esos transmisores (Volkow, NIDA, 2007).
En última instancia todas las drogas de adicción producen liberación de dopamina en las zonas cerebrales
mencionadas, generan placer y cierto grado de euforia. Esto va de la mano con que todas activan los
Circuitos Cerebrales de Refuerzo (“Brain Systems of Reward”).
¿Qué implica esto? Cada vez que se activan estos circuitos, el cerebro advierte que algo importante está
ocurriendo, que debe ser recordado (aunque sea de manera inconsciente, diríamos como psicoanalistas) y
luego repetido (sin elaboración, por supuesto). Son conductas necesarias para la supervivencia del individuo
y la especie (alimentación, sexualidad). Y como las drogas de adicción activan estos circuitos, el consumo,
que al principio era voluntario y ocasional, se transforma paulatinamente en compulsivo. En inglés este
“hambre” por consumir droga se denomina craving. Es una fuerza, una tendencia imperiosa a consumir la
sustancia de adicción. (Ni la complejidad del tema ni el propósito de este trabajo justifican el salto
epistemológico que implica el intento de relacionar este término con el concepto de pulsión en psicoanálisis,
pero es un terreno interesante para la especulación, que está comenzando a ser abordado por algunos autores.
(Véase Khantzian, E. J., 2003, 5,1 y los comentarios de Panksepp, Johnson, Koob y Clifford Yorke).
Los activadores naturales de los circuitos de refuerzo como la comida o el objeto sexual despiertan fuertes y
apasionados apetitos, pero sin embargo en los cuadros de adicción, la droga los supera. Por eso se afectan
vidas, salud física, relaciones de amor y familias. Y decimos que los supera porque cuando se consumen las
drogas de adicción se libera de 2 a 10 veces más cantidad de dopamina que ante los refuerzos naturales
(Spanagel, R.; Weiss, F., 1999), y esto produce un muy poderoso factor de motivación, es decir esa conducta
tiende a ser repetida más allá del obstáculo que se interponga en el camino. A su vez en el cerebro del sujeto
adicto, los reforzantes naturales como alimento o sexualidad pasan a ejercer un menor efecto. Esto tiene que
ver con cambios celulares que se producen a raíz del proceso de “aprendizaje” que conlleva el consumo de
drogas, la llamada neuroplasticidad. Pechnik et al, (2007) han señalado que al comienzo en el uso inicial de
cualquier sustancia participa una decisión voluntaria, pero con la administración repetida de la droga, esa
elección se torna progresivamente menos voluntaria y más influenciada por la adaptación del cerebro a la
presencia crónica de la sustancia.
¿Cómo y por qué se producen esos cambios?
La transición del uso recreativo a la adicción está asociada con cambios en el funcionamiento neuronal que
se acumulan con la administración repetida y que disminuyen paulatinamente con el tiempo luego de la
discontinuación del uso. Esto lo vivió cualquier ex fumador.
De la misma manera que bajamos el volumen de una radio que suena demasiado fuerte, el cerebro reacciona
ante la inundación de dopamina y otros neurotransmisores asociada a la ingesta repetida de droga, a través
de disminuir la producción de dopamina o disminuyendo el número de receptores que reciben y envían
señales. Este descenso del número y sensibilidad de los receptores que sigue a la administración repetida de
la droga se llama “down regulation”. Como consecuencia el impacto de la dopamina en los circuitos de
refuerzo del adicto es anormalmente bajo y esto se relaciona con las manifestaciones de depresión,
indiferencia y profundo desinterés que dominan su panorama emocional. En términos farmacológicos se
habla de tolerancia, la misma cantidad de droga produce cada vez menos efecto y en consecuencia, se tiende
a aumentar la dosis progresivamente para lograr el efecto de antes.
La activación de los circuitos de refuerzo positivo, que llevan al sujeto a volver a consumir para obtener
nuevamente placer, la disfunción hedónica de estos circuitos ha sido llamada el “lado luminoso de las drogas
de adicción” (Koob, 2006). Pero en estrecha relación con los anteriores vamos a hallar los llamados circuitos
de refuerzo negativo: las drogas pueden también actuar como refuerzo al aliviar estados anímicos negativos
previos, como dolor, angustia, depresión, aburrimiento o inhibición social, manifestaciones frecuentes y
típicas en la juventud. Esta forma de refuerzo es también llamada refuerzo negativo. Aquí tendríamos el
factor automedicación. La droga encaja, podríamos decir, en una deficiencia del sujeto y la alivia
temporariamente.
Una forma especial de refuerzo negativo es el alivio de los síntomas de abstinencia, que son manifestaciones
displacenteras que aparecen en el sujeto que interrumpe o disminuye el consumo de una sustancia de
adicción. Sabemos que cuando la dependencia se establece, el alivio de estos síntomas puede convertirse en
un potente refuerzo para continuar el consumo de drogas (Palomo, Ponce, 2002). Este ha sido llamado “el
lado oscuro de las drogas de abuso”. Hay que volver a consumirlas, ya no por placer sino para aliviar el
sufrimiento de no consumirlas.
Cualquier profesional que haya tratado pacientes adictos conoce el problema de la posibilidad de la recaída.
La vulnerabilidad a las recaídas, aun luego de largos años de abstinencia, implica (Kalivas y Volkow, 2007)
la confluencia de cambios en el funcionamiento cerebral resultado de injuria química (uso repetido de la
droga), disposición genética, desestabilización emocional y disparadores ambientales aprendidos.
Finalmente, dos áreas en las que las futuras investigaciones arrojarán datos significativos en los próximos
años son el sistema endocannabinoide y los circuitos que actúan en la modulación del stress.
Respecto al sistema endocannabinoide, aunque hasta aquí para simplificar hemos preferido no referirnos a
ninguna droga en particular, conviene dedicar un párrafo a la marihuana, por ser la droga ilícita más
consumida por los adolescentes en Argentina y en general en el mundo occidental, sujeta además a fuertes
polémicas a propósito de su legalización. En el análisis de cualquier paciente joven de nuestro tiempo el
tema del uso de marihuana, ni que hablar del alcohol, suele aparecer directa o indirectamente, y no viene
mal estar al tanto de alguna información al respecto, evitando actuar como una figura paterna que ignora el
tema y prefiere que se ocupe otro o se asusta y reacciona con prejuicio.
Los agentes psicoactivos presentes en la marihuana son los cannabinoides. El más importante es el 5
tetrahidrocanabinol (5THC). Pues bien, ya en la década del 90 se identificaron receptores cannabinoides
distribuídos en la corteza cerebral y núcleos de la base, que son entonces los lugares de acción de la
marihuana.
El descubrimiento de estos receptores estimuló la búsqueda de los transmisores endógenos con los cuales
estos receptores interactúan en forma natural (Gold, M. S.; Frost-Pineda, K.; Jacobs, W. S., 2004).
Devane aisló en 1992 el primer cannabinoide endógeno que es llamado anandamida. Así la secuencia opio -
receptores opioides - opiáceos endógenos parece repetirse con la marihuana y las anandamidas.
Dicho de otro modo, la marihuana provee un agente externo, el THC, que actúa en los mismos lugares del
cerebro donde actúan las anandamidas que son sustancias naturales del organismo.
Pero quizás lo más importante es la observación experimental de la capacidad reforzante. Aunque en este
sentido la anandamida es menos potente que los opiáceos, comparte con éstos los lugares de acción en el
cerebro y diversas propiedades farmacológicas, como la participación en los circuitos que regulan la
percepción del dolor (Martin, 2004).
Otro dato curioso e interesante es que se ha hallado anandamida en el chocolate, un alimento para muchos
difícil de resistir.
Uno de los desafíos que enfrentan actualmente los investigadores es dilucidar con precisión el rol fisiológico
del llamado sistema endocannabinoide. Este abarca receptores distribuidos tanto en el cerebro como en otras
regiones del organismo y no sólo está involucrado en mecanismos de refuerzo, vías de dolor y analgesia,
sino también con procesos cognoscitivos y con el apetito y el metabolismo. Se sabe que hay relación con el
llamado síndrome metabólico, obesidad y patología cardiovascular.
En cuanto al stress, las drogas de abuso son también poderosos activadores de los neurocircuitos vinculados
al stress, entre ellos el eje hipotálamo-hipofiso-adrenal (HHA).
En una línea cercana a la cuestión del stress, hechos clínicos y experimentales permiten correlacionar los
corticosteroides (hormonas que actúan en el stress) con la vulnerabilidad al abuso de drogas y también al
padecimiento de trastornos afectivos y cuadros de angustia (Alamo, 2002).
Volviendo al tema de la vulnerabilidad, nos queda por agregar que también se ha demostrado que los
factores genéticos juegan también un papel de peso.
Sólo a modo de ejemplo mencionaremos que las ratas Lewis, una cepa con conducta preferencial por drogas
de abuso, presentan un perfil bioquímico en núcleo accumbens y área tegmental ventral similar al de otras
ratas tratadas crónicamente con opiáceos, cocaína o alcohol (Guitart, 1993). Parece que estos cambios
bioquímicos, conductuales y estructurales se producen como consecuencia de una alteración en la carga
genética celular inducida por el consumo de drogas. De modo que el cerebro de las ratas con tendencia
genética a la adicción se parece mucho al de las ratas no predispuestas, pero que consumieron drogas
durante cierto tiempo. El cerebro de éstas últimas se modificó y se convirtió en “cerebro adicto”.
El campo de la investigación genética en humanos tiene mucho para aportar en este problema. Hasta el
momento los estudios sugieren que los factores psicológicos y ambientales tienen un papel mayor en el
inicio del uso de drogas, mientras que los factores genéticos tienen peso en aquellos sujetos que pasan del
uso ocasional al abuso y la dependencia (Hasin, 2006).
LA PATOLOGIA DUAL
El stress constituye un puente de unión con la llamada patología dual. Al respecto sabemos que la alta
comorbilidad entre patología psiquiátrica y dependencia a las drogas tiene tanta trascendencia desde el punto
de vista neurobiológico, diagnóstico y terapéutico que ha dado lugar a que se hable de patología, trastorno o
diagnóstico dual. Esto implica que cada vez que nos hallamos ante un paciente que abusa de drogas es
conveniente preguntarse si esa adicción no está acompañada de otro trastorno psicopatológico. Depresión,
trastornos de ansiedad, fobias, psicosis y por supuesto trastornos fronterizos o narcisistas son moneda
corriente cuando tratamos patología adictiva. Los estudios epidemiológicos muestran en este caso que las
personas que padecen alguna de las patologías mencionadas tienen una prevalencia de abuso de drogas
mucho más alta que la población general (Kandel, D. B.; Johnson, J. G.; Bud, H. R., 1999). Tanto las
hipótesis explicativas como las formas transferenciales y la estrategia terapéutica global dependerán
entonces no solamente de la adicción sino de la estructura que la sustenta.
En cuanto al trastorno bipolar, la exagerada difusión del concepto y más aún, su hipertrofia a través de la
idea de espectro bipolar, pueden inducir a error. En algunos ámbitos se genera la tendencia a diagnosticar a
cualquier adolescente cuyo ánimo varía, que tiene algo de impulsividad o ha consumido drogas, como
bipolar (Kosten, T. R., 2003). Se confunde una crisis de adolescencia patológica, abordable analíticamente
con buena probabilidad de éxito, con un cuadro bipolar, que implica el agregado de una terapéutica
farmacológica. Diagnosticar en exceso o pasar por alto pueden, ambos, ser influenciados por aspectos de la
contratransferencia y por la formación del terapeuta.
LA MIRADA SOCIAL Y LOS MODELOS DE LA ADICCION
El contexto social influye de manera decidida en la consideración del abuso de drogas. En algunas épocas,
en algunos grupos culturales o en sectores de nuestra sociedad, prevalece un modelo moral de la adicción.
De acuerdo a esa visión, los individuos adictos son totalmente responsables de su dependencia. La adicción
es una búsqueda hedonista de placer y al mismo tiempo, una señal de corrupción moral. Aquí se genera una
secuencia que indica: falla de la voluntad - pecado o delito - castigo legal como posible medio terapéutico y
disuasivo. También se produce un fuerte sesgo hacia el poder de decisión del sujeto para decidir si es adicto
o no, si consume o no consume. ‘
Como reacción frente al modelo moral, surge el modelo de la enfermedad. Este paradigma cobra especial
fuerza a través de Alcohólicos Anónimos, que en su explicación tienden a liberar al sujeto de culpa por la
enfermedad. Se apoya en la predisposición biológica a la adicción y tiende a hacer a un costado y soslaya a
los factores psicológicos, como si no tuvieran relevancia. Promueve un cambio en la conducta sin detenerse
a pensar en la personalidad del sujeto ni en la posible psicopatología concomitante.
El modelo de la enfermedad ha ayudado a mucha gente a través de AA. No ha sido tanto su éxito con los
pacientes adictos a otras sustancias.
Finalmente, el modelo psicodinámico, sintetizado por Gabbard (2001), emerge de la integración de los
elementos psicológicos en la experiencia clínico-psiquiátrica y es particularmente útil para comprender el
problema en los jóvenes.
Así podemos ver a la adicción como una vía final común, resultado de la interacción entre predisposición
genética, terreno neurobiológico, déficit estructural de la personalidad, influencias ambientales y tendencias
culturales.
Los clínicos con experiencia saben que un abordaje uniforme para todos los adictos es inadecuado, porque
se requieren estrategias diferentes según la patología de base. Hay un polimorfismo estructural y a la vez
defensas, fantasías, estrategias, objetos y discursos típicos (Moguillansky, 2008). Pero la adicción ocurre en
una persona.
Gabbard (2000) señalaba como las interpretaciones psicoanalíticas clásicas han tendido a considerar al
abuso de sustancias como una conducta regresiva y/o autodestructiva.
Algunas perspectivas psicodinámicas actuales, que incluyen aportes de raigambre intersubjetiva, ponen el
acento en la adicción como una conducta defensiva y pseudoadaptativa. Las drogas refuerzan técnicas de
protección contra afectos displacenteros como vergüenza, depresión, rabia, o sensación de vacío o
desintegración.
Más que tendencias autodestructivas, parece haber una inadecuada generación de la capacidad para la
autoprotección. Es más bien déficit en el autocuidado.
Además de la deficiencia en la función regulatoria de los afectos, hay un precario control de los impulsos y
de la regulación de la autoestima.
Todos estos déficits en la armazón y por lo tanto en el funcionamiento de la personalidad hacen que sea
difícil tolerar y regular la cercanía interpersonal.
De más está decir que estos modelos no son excluyentes sino complementarios y es necesario tenerlos
globalmente en cuenta en un problema tan complejo como las adicciones.
LAS DROGAS Y LA PERSONA
Hasta aquí hemos reseñado algunos aportes sobre el problema de las adicciones que en general son
reconocidos por todos los que se ocupan del problema, más allá del acento que pueda poner cada especialista
en función de su formación y de su actividad habitual.
Para finalizar, reiteremos una breve referencia, aún más abarcativa, a propósito del progresivo proceso de
despersonalización que sufre el sujeto que se ve envuelto en el consumo de drogas (Ortiz Frágola, A., 2000).
No nos referimos al sentido de identidad o las alteraciones de conciencia, sino al paulatino deterioro de la
autonomía personal, el sacrificio de su propia libertad.
Es ilustrativo y conmovedor comparar estas características de la adicción con el análisis de las vivencias
personales sufridas en el transcurso de una guerra, que hace un profundo observador de la realidad como
Julián Marías.
Dice el filósofo en su autobiografía que esta enorme pesadilla constituye un peculiar “estado”, desconocido
para quienes no lo han vivido, durante el cual el tiempo mismo sufre una extrañísima transformación, con
una sorprendente impresión de “ilusorio”, como si no acabara de ser real lo que por otra parte es atroz,
violento, algo que irrumpe en la vida y altera su capacidad de proyectar, mejor dicho la sujeta a una pauta
impuesta que se siente como ajena. Esta impresión “va cobrando la forma de un túnel. Significa un
angostamiento del horizonte, acompañado de oscuridad, sólo aliviada por algunos indecisos fulgores. Pero
además hay una dirección impuesta que en cierto modo ‘arrastra’; el individuo se siente ‘llevado’, no sabe
bien por quién ni adónde, a lo largo del túnel, del cual no se puede escapar”.
De igual manera que el ciudadano común ve trastornado su destino al verse envuelto en el descalabro de una
guerra, el individuo drogadicto va siendo progresivamente arrastrado por las circunstancias y se ve relegado
sutilmente a una particular sensación de pasividad, de inevitable restricción de su libertad. Llega a verse
constreñido a transitar por un túnel estrecho donde sólo lo ilusorio le permite tolerar su propia decadencia.
En nuestra “modernidad líquida”, incisivamente descripta por Zygmunt Bauman (2003), el “hombre sin
vínculos”, particularmente sin vínculos tan fijos y estables como solían ser las relaciones de parentesco en la
época de Freud, busca compulsivamente llenar el vacío dejado por los antiguos lazos ausentes. Pero lo que
encuentra (o tal vez lo que busca), señala Bauman, más que vínculos son conexiones. Relaciones virtuales
de fácil acceso y salida que son la encarnación de lo instantáneo y lo descartable.
Podríamos decir que el uso de drogas provee un buen caldo para sobrevivir en esa modernidad líquida.
Actúa como solvente que diluye los restos pegoteados de los objetos antes necesarios y a la vez resulta un
magma de unión ilusoria.
De todas maneras, aunque intentemos generalizaciones desde nuestra propia disciplina o desde las que
recibimos aportes, la lógica de las categorías no se adecúa bien al desorden y la complejidad de las
relaciones humanas.
En cada sujeto adicto –en todos los pacientes en realidad– se mantiene al menos un resquicio, una vía de
acceso a la espontaneidad disimulada detrás de la repetición transferencial.
Nuestro difícil rol requiere un compromiso persistente y una mesurada y no ingenua confianza, que son
recursos esenciales para intentar desmontar aquel túnel y restituir al adicto el pleno ejercicio de su libertad.
• Janin, B. (2008). Encrucijadas de los adolescentes de hoy. Cuestiones de infancia, 12, 17-31.
Adolescencia: encrucijadas... amor, sexualidad y muerte.
Lugar de encuentros y desencuentros, de pasiones y amores intensísimos, de desesperaciones, de caída a los
infiernos, de choque con el mundo... y también de esperanzas, de un mundo que uno supone abierto para
siempre...
Al decir de Julia Kristeva (1993), “estructura abierta a lo reprimido”. Y los deseos incestuosos retornan, los
fantasmas se presentifican y la omnipotencia reina.
Época del amor eterno, de los grandes descubrimientos, del heroísmo. El adolescente es el héroe, el que
transgrede, el que arriesga todo a cada instante, el que supone que todo instante es infinito. Toda
adolescencia tiene un componente trágico y es raro que alguien haya transitado esa época de la vida sin
sufrimientos.
Amores...
El amor... ¿Cómo pasar del amor infantil por los padres a un amor exogámico? Enamoradizos, los
adolescentes se fusionan con el otro y viven cada separación como un desgarro.
Y el sexo... en el encuentro apasionado y sin soportes... como rescate en el otro, como descubrimiento de sí
mismo...
Y la muerte... como posibilidad cercana... y a la vez como lo reversible... lo insoportable y lo que hace
soportable la vida... El adolescente puede actuar lo que el niño fantasea, pero muchas veces con la lógica
megalomaníaca infantil.
Adolescentes que antes y ahora no son los mismos...
Sin embargo, a pesar de todos los cambios, la mirada social sigue siendo la de “estar en guardia”. Los
adolescentes fueron, son y serán peligrosos para todo lo establecido, para los protectores de que nada
cambie, para los que necesitan que reine “la paz de los sepulcros”.
Pero el modo en que la adolescencia se manifiesta varía con las épocas.
Muchas cosas permanecen idénticas pero muchas han cambiado. El hombre conquistador se encuentra con
mujeres que avanzan más rápido que él. La antigua prohibición sexual a las “nenas” que se hacen mujeres
queda callada, pero reaparece en la fantasía de que toda púber será violada (con lo que se le da la versión
más brutal de la sexualidad).
Los adolescentes siguen viviendo el amor como fusión con el otro y cada separación como un desgarro. Pero
en una disociación mucho más clara que la que existía en otra época, pueden separar sexo y amor (en
realidad, juegos sexuales y amor) y se jactan, mujeres y varones, de “haber estado con cuatro en una noche”.
Lo íntimo y lo público se confunden y ese “estar” se da en los apartados de los boliches o en un rincón de un
bar... a la vista de todos.
Y, como siempre, el tiempo... con sus urgencias...
Una paciente de 18 años me decía: “Me llamó Juan y me dijo que le pasan cosas conmigo y que quiere
verme. Yo le dije que no sabía, porque está Pedro en el medio, pero después lo llamé a Pedro y le dije que
no quería verlo nunca más, porque me gusta Juan. Pero ahora me parece que Pedro me va a odiar y Juan no
me va a querer, porque ya pasó tiempo y quizá él ya se arrepintió o no sé”. De a poco, me voy dando cuenta
de que toda la conversación con Juan fue el día anterior y que con Pedro sale hace una semana. Un tiempo
que no es el cronológico se juega ahí, mucho más cercano a los no-tiempos del deseo.
Los amores adolescentes suelen durar un instante pero tienen la fuerza inconmensurable de la pasión más
absoluta. Son amores que se suponen eternos, en un presente eterno y por los que uno se quitaría la vida.
Los valores de la época
Michel Houellebecq, en La posibilidad de una isla, plantea el tema de la inmortalidad1 ... y resume bastante
bien los ideales de esta época: mantener la juventud y la belleza a toda costa (ser eternamente adolescente),
ocupar poder a costa de otros, tratar de no sentir.
Y esto nos hace pensar: ¿Cómo pueden desplegarse los adolescentes si los adultos los toman como modelos?
¿Cómo identificarse con otros, más grandes, si ellos mismos son ubicados como objeto de identificación?
“Estoy harta de ser madre de mi madre”, decía una paciente.
La adolescencia supone ideas de futuro, transformación de la propia imagen, proyectos... Quizá uno de los
puntos centrales de la adolescencia sea la posibilidad de armar proyectos...
Sabemos que todo adolescente busca valores alternativos a los de los padres, que la sociedad les ofrece casi
inevitablemente modelos e ideales a los que intentará responder y en el cumplimiento de los cuales intentará
recuperar la imagen perdida, el narcisismo golpeado. Es decir, mientras se es un niño, se puede suponer
amado por todos, si se es amado por los padres, y este es casi un derecho por el simple hecho de existir, pero
la salida al mundo implica la puesta en juego de las propias posibilidades frente a otros. Y ahí lo difícil es
sostener el amor a sí mismo en base a logros, en una sociedad que, a diferencia de las primitivas, no señala
con claridad ni las metas ni el recorrido.
Es decir, el sostén narcisista proveniente de vínculos exogámicos durante la adolescencia es clave para el
decurso del proceso adolescente.
Entonces, intentaré analizar la problemática actual de los adolescentes tomando en cuenta la crisis de valores
que se da a nivel social.
Considero que en los últimos años se han producido modificaciones en los modelos culturales dominantes y
que la crisis económica, así como los cambios políticos, han cuestionado los ideales vigentes. El
individualismo, la eficiencia y el dinero como fin en sí mismo han pasado a ser valores de nuestra cultura.
La idea de progreso ha sido puesta en jaque.
Desbordados y sobreexigidos, los adultos tienen que realizar tal esfuerzo para sostenerse a sí mismos (ser
“sobrevivientes” es un término muy usado por nuestra generación y que alude a múltiples sentidos) que les
resulta muy difícil sostener y contener a otros. “Sobrevivir” remite a la muerte. ¿Cómo mostrarles un camino
hacia la vida, cómo ayudarlos a confiar en sus posibilidades? ¿Qué terrores se nos presentifican, vuelven
desde ellos cuando salen al mundo?
Curiosamente, los adolescentes que se drogan, que toman alcohol, que andan en moto a gran velocidad,
hablan de “llenar un vacío”, de sentir algo.
Y retomo: vacío doble. No sienten, no se sienten, porque no pudieron identificarse con otros que se
conectaran empáticamente con ellos. Porque los otros estuvieron tan aturdidos, o tan metidos en “su”
mundo, que no estuvieron disponibles para registrar los vaivenes afectivos, los estados de desesperación, las
demandas de amor. O quizá porque frente al propio tambaleo, la angustia del otro se hacía intolerable.
Pero también vacío por ausencia de ideales, porque cuando se apartan e intentan romper con los modelos
parentales se encuentran con un mundo de normas poco claras, de un “todo vale”, “sálvese quien pueda”, de
una exigencia de “sé exitoso” aunque es casi imposible , “estudiá”, aunque no se sabe para qué sirve,
“trabajá, aunque no vas a ganar ni para mantenerte”. Buscar un lugar se hace difícil. Y el futuro aparece
riesgoso. Frente a esto, no es extraño que los adolescentes se refugien en el “aquí y ahora”, en un puro
presente.
A veces, si sienten que los padres se viven a sí mismos como derrotados, no pueden ni siquiera discriminarse
a través de la pelea. ¿Con qué padres identificarse entonces? ¿A quiénes enfrentar si los adultos han perdido
de entrada la batalla? ¿Cómo sostener la idealización necesaria para poder desidealizarlos si el narcisismo
parental fue puesto en crisis?
Y si no está posibilitado el incremento del amor a sí mismo a partir de la consecución de logros, frente al
registro de las propias falencias se apela a diferentes defensas para reasegurarse narcisísticamente. Así, el
aplauso de los otros, el éxito, debe ser rápido y fácil. La droga y el alcohol son buscados como aquello que
devuelve mágicamente el paraíso perdido.
Vivimos en un mundo de imágenes y acciones. La palabra ha perdido valor, prevaleciendo la desmentida de
lo dicho. Es notorio cómo privilegian los adolescentes música e imagen como lenguajes y cómo descreen de
las palabras de los adultos.
Quiebre de redes identificatorias, sentimientos de inseguridad e impotencia, bombardeo de los medios de
comunicación, exceso de mensajes confusos, pérdida del valor de la palabra, cuestionamento de la idea de
justicia... un mundo en el que los adolescentes deben encontrar su lugar.
Así, al consultorio llegan muchas consultas por adolescentes que no quieren seguir estudiando, que desertan
del colegio secundario.
“No trabaja ni estudia, se droga esporádicamente...” es un motivo de consulta frecuente.
En lugar de una afirmación (quiero ser... alguien diferente de lo que son tus sueños, que aparece en otros
adolescentes), con lo que nos encontramos es con un negativismo absoluto, claramente autodestructivo.
Quiero... nada.
Es decir... parece que el punto “no estudia ni trabaja”... muestra el límite, el borde... ese tiempo sin futuro...
¿por no querer crecer? ¿porque crecer es peligroso?
Si bien la adolescencia es un momento vital proclive a las situaciones de crisis, si bien hay en todos los
planos una suerte de terremoto interno, considero que gran parte de la patología que vemos en los
adolescentes de hoy (deserción escolar, intentos de suicidio, uso de alcohol y drogas, fugas reiteradas,
anorexia y bulimia), debe ser pensada en un contexto de falla en la constitución del ideal del yo cultural. Así,
uno de los problemas más graves en los adolescentes actuales es la ausencia de proyectos, lo que refleja un
vacío interno.
Pensarse en una historia y en relación con un futuro es una tarea complicada e imprescindible.
Pero cuando en una sociedad predomina la transgresión de las normas éticas, los chicos quedan atrapados en
un mundo de terrores en el que se les combinan las representaciones parentales con las propias escenas
temidas.
La idea de una debacle, de un no-futuro o de un futuro espantoso, produce una inundación de afectos y
fantasmas ligados a lo temido por uno mismo y por las generaciones que lo precedieron.
Y cuando se deja de pensar en términos de futuro, de proyectos, el pasado vuelve, ya no como historia,
como relato de sucesos pasados, sino como retorno de lo temido, inundando y aplastando al presente...
Los duelos
Todo adolescente se mira en un espejo que, como un caleidoscopio, le ofrece una imagen siempre
discordante y siempre variable de sí. Y hay adolescentes que parecen no soportar los duelos y cambios que
implica la adolescencia y, más que una pérdida a elaborar, enfrentan un dolor terrorífico.
Perder los soportes infantiles se torna insoportable cuando esos soportes no fueron firmemente
internalizados. Más que la pérdida de algo, mientras lo demás permanece, parece ser el derrumbe de todo el
edificio lo que está en juego.
Y frente a tanto dolor, es frecuente que se produzca un efecto de tierra arrasada. Hacen como los rusos frente
a las tropas de Napoleón: queman todo en la retirada. Cuando los adultos avanzan suponiendo que
conquistan territorio, lo que hacen es marchar sobre un territorio devastado, en el que el repliegue ha sido
absoluto. Y entonces, se encuentran con que del otro lado no hay nadie, ni para escuchar ni para conectarse
afectivamente.
¿Será una suerte de repetición invertida de situaciones anteriores? ¿Estos chicos habrán vivenciado la
ausencia del otro, la desconexión afectiva?
Una adolescente de 15 años, que sale permanentemente con diferentes muchachos en una búsqueda
desesperada, sometiéndose a maltratos, le contesta a la madre que le reprocha su actitud: “¿No te das cuenta
de que necesito todo el tiempo tener alguien que me abrace y que me diga que me quiere?”.
También es frecuente que los padres desmientan el abatimiento generalizado de estos chicos y el consumo
de drogas o alcohol, enterándose generalmente porque alguien denuncia la situación, después de varios años.
¿Por qué la pérdida se transforma en desgarro, la separación no puede realizarse y la tensión dolorosa se
vive como algo intolerable que debe ser anulado como sea?
Se separan aparentemente de los padres, sin separarse, adhiriéndose a un objeto (como la droga) que no
pueda abandonarlos.
Los vínculos que establecen tienen un carácter de adhesividad, pero son superficiales. No pueden amar ni se
sienten amados.
Tienen anestesiado el sentir, porque el dolor es excesivo. Intentan, entonces, expulsar todo dolor.
La capacidad para registrar los propios sentimientos se da en una relación con otros que a su vez tienen
procesos pulsionales y estados afectivos. Adultos que a veces buscan sentirse vivos a través del consumo
vertiginoso, desconectados de sí mismos y de los otros.
La tendencia a la desinscripción, a la desinvestidura, a la desconexión, que lleva a “excorporar” o a expulsar
violentamente toda investidura lleva al vacío. Toda representación puede ser dolorosa y hasta el proceso
mismo de investir e inscribir puede ser intolerable. Trastornos graves de pensamiento suelen predominar en
estos chicos. No pueden ligar ni conectar lo inscripto.
Vaciamiento de pensamientos, de sentimientos, “vacío” del que dan prueba las patologías que predominan
actualmente. Exceso de dolor sin procesamiento, sin nadie que contenga y calme.
“Desagüe de recuerdos”: en la tentativa de separarse, el adolescente intenta “sacar de sí” todo aquello que
vive como presencia materna-paterna dentro de él. Sin embargo, él “es” ya rasgos maternos-paternos,
identificaciones estructurantes que lo sostienen. Y al intentar expulsarlas de sí, expulsa pedazos de sí mismo.
Pero si las identificaciones se han ido edificando en un “como si”, como una cáscara vacía, la sensación de
“romperse en mil pedazos” en el cambio lo abrumará permanentemente. Esto facilita que se aferre a algo-
alguien para sostenerse, algo-alguien que le garantice ese entorno de cuidados, disponibilidad, sostén, que
anhela y, fundamentalmente, algoalguien que lo haga sentirse existiendo.
Generalmente, la crisis adolescente lleva a separarse de los padres y a buscar nuevos objetos, sosteniendo las
identificaciones constitutivas del yo y la prohibición del incesto frente a la reedición de la conflictiva
edípica.
Pero en muchos adolescentes la actualización de los deseos incestuosos se hace intolerable porque fallan
tanto los modelos como las prohibiciones internas y un yo armado en un “como si” se resquebraja. Así,
entran en pánico frente a los objetos nuevos, no pueden abandonar a la madre (se odian por no poder
hacerlo) y realizan un movimiento expulsor de sus deseos. Como si para enfrentar los deseos incestuosos
debieran arrasar con todo deseo, sentimiento, pensamiento. Lo que predomina es la expulsión de la
representación del objeto, pero también del deseo mismo, lo que los lleva a sensaciones de vacío, de
inexistencia.
Eero Rechardt y Pentti Ikonen (1991) afirman que la destrucción del objeto estimulante y/o la fuente de la
libido puede servir para apaciguar el exceso de libido no ligada, resultando de este modo posible pensar los
desbordes agresivos de estos chicos como intentos de aniquilar la pulsión, proyectada afuera.
Destrucción en la búsqueda de una supuesta paz interna, porque el fragor de Eros resulta intolerable e
incontenible. A veces, cuando se impone la idea de que es el objeto el causante del “exceso”, se sienten
atacados y reaccionan con estallidos de violencia.
Y cuando se abroquelan en el autoerotismo e intentan armar una coraza protectora antiestímulo, no pueden
resolver la contradicción entre aquel y la exigencia de cumplir normas, por lo que tienden -restitutivamente-
a idealizar salidas transgresoras. Son chicos que afirman: “Yo hago lo que quiero” después de declarar: “No
quiero nada”.
Esto suele combinarse con madres que abruman con un contacto incestuoso.
El propio funcionamiento pulsional arrasa, abrumando al sujeto con una tensión desgarradora. Allí donde
otros arman la novela familiar, pueden escribir una historia, armar fantasías, ellos quedan a merced de
urgencias no tramitables, no simbolizables.
Y si en un primer momento lo que quieren es aplacar el dolor, en un segundo momento el no sentir les
genera desazón, los deja con vivencias de vacío, de no-vida. Frente a esto, buscan “emociones fuertes”:
alcohol, droga, velocidad, golpes, como elementos que sacuden, que lo sacan del estado de apatía.
Los ideales
Generalmente, los ideales cobran una importancia fundamental en la adolescencia. Frente al quiebre de la
imagen de sí mismo, los ideales son sostén narcisista.
Pienso que los ideales culturales favorecen o entorpecen la resolución de la crisis adolescente.
En un contexto cultural en el que las normas y valores no están claros, el pasaje del vínculo corporal a la
palabra se hace más difícil, y esto lleva a que se fluctúe entre momentos de confusión y de violencia.
A la vez, el ideal del yo cultural ofrece caminos alternativos a la exigencia pulsional, caminos alternativos
que lo ayudan a desprenderse de los objetos incestuosos. Pero si la sociedad no sostiene esos caminos, el
adolescente queda apresado en los deseos incestuosos o en el rechazo a todo deseo. Y estos chicos fluctúan
entre ambas posiciones.
Freud afirma que la ética supone una limitación de lo pulsional. Pienso que, si consideramos el movimiento
de la pulsión sexual y el entramado de Eros y Tánatos en la misma, podríamos decir que la transmisión de
una ética de vida implicaría una limitación en el movimiento de retorno de la pulsión, es decir, en el efecto
de la pulsión de muerte, en el cerramiento que implica la desaparición de la pulsión misma como motor y a
la vez el sostenimiento del movimiento como búsqueda permanente, como derivación a otras metas.
Considero por esto que, paradójicamente, hay una transgresión que implica un triunfo de la desligadura.
A la vez, podemos hablar de una transgresión creativa, al servicio de Eros, que implica complejizar,
reorganizar. Es más, pienso que es la salida por excelencia a la crisis adolescente. Camino diferente en las
distintas generaciones, pero siempre productivo, generador de cambios con respecto a la anterior.
La creación supone normas, reglas y posibilidades de ir más allá de ellas, de romper con los caminos ya
establecidos, retomando la historia para abrir recorridos nuevos. La transgresión como triunfo de Tánatos, en
cambio, implica la desmentida o la desestimación de la norma en una suerte de burla omnipotente que lleva
a la autodestrucción.
¿Por qué son tantos los adolescentes que, en esta época, toman caminos autodestructivos?
Considero que, en una historia de violencias, en un contexto transgresor, en una época de crisis de los
valores éticos, es más difícil encontrar un camino. Y los adultos tienden a repetir una actitud culpabilizadora
con los jóvenes mucho más que pensarlos en una cadena generacional y social. Se tiende a ubicarlos como
culpables, sin preguntarse por el lugar que ocupan ni por las transformaciones de las que son voceros.
Los valores que predominan en nuestra cultura, como el éxito fácil, la apariencia, el consumo, no tienen
peso. Podríamos decir que son valores triviales, que no ayudan a la complejización sino que favorecen las
fantasías omnipotentes y megalomaníacas. La idealización del poder y de la magia refuerzan los ideales del
yo-ideal. En lugar de proyectos, hay un “ya” demoledor.
La disyunción es: o se es “un ganador” o no se es, situación que deja a alguien en crisis absolutamente solo y
desamparado. Esto, en un momento en que el sí mismo está siendo cuestionado, puede ser devastador. Puede
hacer sentir que la lucha está perdida de antemano y que eso implica no ser. “Quedás afuera del mundo” es
una frase muy usada últimamente, que alude a una marginalidad radical. Y entonces, tierra arrasada frente al
empuje pulsional, tierra arrasada frente a los embates al narcisismo, tierra arrasada frente a las exigencias de
un mundo que no da vías de salida.
En una época en la que, como afirma Cornelius Castoriadis: “No puede no haber crisis del proceso
identificatorio, ya que no hay una autorrepresentación de la sociedad como morada de sentido y de valor, y
como inserta en una historia pasada y futura” (Castoriadis, C.; 1996), ¿a qué y con quién identificarse?
Es por esto que, actualmente, los referentes internos, la ética transmitida, la capacidad mediatizadora y
complejizadora, son fundamentales como elementos con los que alguien llega a enfrentar un pasaje que no
solo no está pautado sino que está dificultado socialmente.
La tensión entre el yo y el ideal del yo se resuelve en una derrota que aparece como derrumbe narcisista.
Sentimiento que puede ser rápidamente encubierto con la euforia que da el alcohol o la cocaína, entre otras
drogas. Omnipotencia prestada que tapa por momentos el dolor intolerable.
Como plantea Pascal Hachet, el consumo de droga es “una tentativa ineficaz de autocuración de
sentimientos impensables” (Hachet, P.; 1997, pág. 119).
Los adolescentes que aparecen en la película Elefant (en la que se relata la matanza que se hizo en
Columbine, una escuela secundaria de EE.UU.), matan para divertirse. Pero lo llamativo en la película es la
ausencia de adultos. No están o están como una mirada amenazante o como seres tambaleantes, a los que
hay que cuidar y sostener. Si no, son una especie de sombra que puede complicar, enojarse, pero que no
sostiene ni cuida.
En Elefant, hay un vacío de palabras y, sobre todo, un vacío de preguntas. Vacío que es llenado por
imágenes de la tele, por movimientos automáticos, ...sin personas ni proyectos.
La violencia
Repudio de los ideales parentales, búsqueda de nuevas identificaciones, reactivación de la omnipotencia
infantil en pugna con la aceptación del cuerpo marcado por el sexo masculino o femenino, todo esto puede
llevar a regresiones y tanto a mecanismos de defensa psicóticos como a actuaciones que, a veces, son graves.
Ginette Michaud plantea que el repudio de los antiguos ideales y el vacío de ideales que deberían
reeemplazar a aquellos induce al adolescente a construir ‘neonecesidades’ y una ‘neorrealidad’ (Michaud,
G.; 1984). Y dice que los adolescentes a los que todo se les satisface inmediatamente dejan de desear y
quedan en un estado de desazón.
Octave Mannoni, retomando a Winnicott, afirma: “La oscuridad de los fenómenos de identificación es lo
que hace difícil una teoría psicoanalítica de la adolescencia. El sujeto está obligado -¿cómo? ¿por qué?- a
condenar las identificaciones pasadas. Sabe que ya no es un niño -y si no lo sabe no faltará quién se lo
recuerde-, pero sabe también que no es un adulto (algo que se le recuerda aún más) y que se expone al
ridículo (que produce precisamente una ruptura de identificación en el nivel del yo), si se deja ir y cree que
es un adulto. Los pájaros que mudan de plumaje son desdichados. Los seres humanos también mudan, en el
momento de la adolescencia, y sus plumas son plumas prestadas; se dice a menudo que el adolescente que
comienza a perder sus antiguas identificaciones toma el aspecto de algo prestado. Sus ropas no parecen ser
las suyas, ya se trate de vestidos de niños, ya de vestidos de adultos; y sobre todo ocurre lo mismo con sus
opiniones: son opiniones tomadas en préstamo. [...] ...todavía no comprendemos bien cómo todo eso se
arregla al terminar la adolescencia, pues el sujeto no se desembaraza en modo alguno de sus objetos
prestados; en cierto modo logra modificarlos, integrarlos, hacerlos suyos. Su personalidad continúa siendo
ciertamente tan compuesta como lo fue siempre, pero es compuesta y, así y todo, está integrada” (Mannoni,
O.; 1994, pág. 26-27).
En el análisis, el único modo en que parecería poderse abordar esta crisis identificatoria (que si faltase sería
aún más preocupante) es a través del juego (fantaseo): ser otros, y de ahí lo de la novela... asumir diferentes
personajes, en un juego de fantaseo en el que el adolescente va probando diferentes ropajes.
François Marty (1999) dice que en la pubertad, la problemática infantil estalla por la reactivación
sexualizada de las imagos parentales. En la psicosis pubertaria, ese movimiento de sexualización se efectúa
en la desmentida y la desestimación de la diferencia sexual y de las generaciones. Lo que rige es el incesto.
Se invisten los objetos infantiles narcisistas. La pubertad precipita al adolescente en la psicosis para huir de
la tensión interna que ella ocasiona, ligada al riesgo de la fusión con el objeto incestuoso primario. El
conflicto psicótico lleva a la huida del objeto al mismo tiempo que a su búsqueda.
El púber intenta organizar la pregunta acerca de los orígenes, situarse en un lazo de filiación.
Para salir del encierro en que lo deja la pubertad, cuando se declaran rupturas o fallas del orden simbólico, el
púber crea un delirio o hace un pasaje al acto (suicidio, crimen, etc.).
La desestimación de la realidad lo obliga a escindir su visión del mundo. El retorno de la cosa desestimada y
desmentida aporta al delirio fragmentos de verdad. Pero a la vez la desestimación y el clivaje atacan el
proceso de pensamiento, impidiendo la ligazón de las representaciones. El adolescente se debate en un uso
sinfín de palabras, escenas, en busca de sentido, de simbolización.
En relación con el lugar del analista, Octave Mannoni retoma a Winnicott y dice que “nuestro papel es
afrontar, lo cual da por sobreentendido que no se trata de soportar pasivamente ni de reprimir ciegamente”
(Mannoni, O.; 1994, pág. 23).
La adolescencia es un momento de resignificación en el que los apoyos externos vuelven a ser
fundamentales. Es el mundo el que tiene que ayudar a sostener el narcisimo en jaque.
La violencia puede ser pensada como un recurso, generalmente autodestructivo, al que muchos adolescentes
apelan frente al terror de verse desdibujados en un mundo en el que se suponen sin lugar. Sería un modo de
forzar al medio, de declararse existente a través de una transformación del medio.
Philippe Jeammet dice: “Siempre que el narcisismo está en cuestión, el sujeto se defiende por un
movimiento de inversión en espejo que le hace actuar como lo que él teme sufrir. El comportamiento
violento busca compensar la amenaza sobre el yo y su desfallecimiento posible imponiendo su dominio
sobre el objeto desestabilizador. [...] ...existe así una relación dialéctica entre la violencia y la inseguridad
interna generando un sentimiento de vulnerabilidad del yo, de amenaza sobre sus límites y su identidad, una
dependencia acrecentada de la realidad perceptiva externa para reasegurarse en ausencia de recursos internos
accesibles y, en compensación, una necesidad de reaseguramiento y de defensa del yo mediante conductas
de dominio sobre el otro y sobre sí mismo” (Jeammet, P.; 2002, pág. 60-61).
Dijimos que los adolescentes necesitan reaseguros externos para sostener el narcisismo. Esto hace pensar
que el modo en que transiten la adolescencia dependerá en gran medida de que encuentren esos reaseguros
en el mundo externo y a la vez que el contexto les ofrezca un espacio de sostén narcisista.
Ahora, es habitual que el adolescente sienta “su necesidad de los otros como una dependencia intolerable. Se
siente disminuido y amenazado frente a esta necesidad que lo confronta a una pasividad enloquecedora. La
necesidad del otro se convierte en una invasión por parte de este transformada en una fuerza aspirante. Su
necesidad ya no es sentida como tal por el paciente sino como una necesidad del otro sobre él” (Jeammet, P.,
2002, pág. 65).
“El desarrollo de la personalidad está atrapado en este dilema: para ser él, debe alimentarse de los otros y al
mismo tiempo necesita diferenciarse de estos otros. Hay aquí una contradicción potencial: ¿cómo ser él
mismo si para serlo necesita a la vez ser como el otro y diferenciarse del otro?” (Jeammet, P., 2002, pág.
68).
Es decir, los adolescentes pueden luchar contra sus propios deseos, en tanto sienten que el desear implica
necesitar a otro que puede no estar. Y, para peor, la presencia del otro puede hacer resurgir el dolor por la
ausencia posible, cuestión a tener en cuenta en la transferencia.
En el análisis de adolescentes el tema muchas veces es cómo interpretar sin hacer sentir al otro que uno es el
que armó la interpretación, sino que fue él quien la produjo. Es decir que no sienta que debe al otro, ni que
suponga que es el otro el que produce el placer, sino que pueda sentir el placer del descubrimiento sin tener
que agradecer ni preguntarse quién es el causante de ese placer.
A la vez, una tarea fundamental de todo adolescente es escribir una historia. Y esto en un momento en que
no quiere recordar su infancia y le cuesta proyectarse a un futuro.
Los proyectos
Muchas veces, cae sobre niños y adolescentes la exigencia de sostener a los adultos, de hacerse cargo de lo
que sus padres no pueden resolver. Ya en los últimos años, las demandas parentales vienen siendo
desmedidas y se viene transmitiendo a los hijos un vaticinio catastrófico: “nunca va a poder solo”, “se piensa
que lo voy a mantener toda la vida”. “¿No se da cuenta de que no doy más?”. Vaticinio que no es más que la
proyección en el hijo de la propia sensación de fracaso en relación con los propios proyectos. No hay
proyectos para ellos y, cuando los hay, estos tienen tal distancia con las posibilidades reales del niño que su
cumplimiento se torna imposible. Mientras los adultos fluctúan entre la furia y la tristeza, los adolescentes se
deprimen: “No me quieren, nunca están conformes conmigo”. “No sé qué es lo que esperan de mí”. “Si nada
sirve, para qué seguir estudiando”. La muerte aparece como alternativa.
Piera Aulagnier afirma: “Si el futuro es ilusorio, lo que es indudable, el discurso de los otros debe ofrecer en
contraposición la seguridad no ilusoria de un derecho de mirada y de un derecho de palabra sobre un devenir
que el yo reivindica como propio; solo a ese precio la psique podrá valorizar aquello de lo que ‘por
naturaleza’ tiende a huir: el cambio” (Aulagnier, P.; 1977, pág. 169). Es decir, el temor al futuro deja a los
adolescentes en una dependencia sin salida.
Rosine Crémieux (2000) plantea que uno de los elementos constitutivos del psiquismo es la esperanza de
obtener ayuda externa. ¿Qué efecto de desfallecimiento psíquico puede acarrear el que no haya esperanzas a
nivel colectivo y que el mundo externo aparezca como peligroso?
Podemos decir que los proyectos son la presencia de la pulsión de vida allí donde el narcisismo primario se
quiebra, muestran la distancia con el ideal y a la vez lo ubican como posible.
Proyectos y esperanza permiten desplegar el empuje pulsional de un modo mediatizado, frenar la pura
insistencia de la muerte. Proyectos y esperanza que nos ubican, desde una mirada diferente, en pensar al
adolescente como alguien que crece, que va a los tumbos, que descubre y cuestiona, que actúa por
desesperación y porque siente que tiene que jugarse y mostrarse, que no teme a la muerte porque se
considera inmortal y porque puede ser mártir o héroe y que deberá ir armando, en fin, a su manera, un
mundo distinto del de sus padres, en lo privado y en lo público.
Y que debe ser acompañado en ese trayecto sin ser lanzado al precipicio ni encerrado en la prisión
endogámica.
Amor, sexualidad y muerte se jugarán entonces como posibilidades abiertas, como caminos a construir por
cada uno en cada momento, a la manera de cada uno. Un uno sostenido en un contexto.
• Rojas. M.C. (2013). Clínica de la adolescencia: una perspectiva sociovincular. Jornada Anual de la
Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo.
Comenzaré mi enfoque de la clínica de la adolescencia proponiendo pensar al adolescente “en situación”, es
decir, considerando para su diagnóstico y tratamiento las distintas dimensiones que operan en simultaneidad,
a modo de condición, tanto del fenómeno adolescente como de sus patologías. En primer término,
las operatorias propias del mundo psíquico de cada adolescente, inclusivas de esa disposición
constitucional señalada por Freud en las series complementarias.
El cuerpo se presentifica de modo especial con la metamorfosis de la pubertad, a través de la
aceleración del crecimiento, el juego hormonal y la consiguiente irrupción de la sexualidad, que
trastoca el mundo subjetivo previo y plantea otras exigencias al psiquismo. Momento de desequilibrio
que pone en marcha múltiples procesos autoorganizativos, de incierto devenir. El cuerpo, marcado porlos
otros de la crianza y por el lenguaje de su tiempo, pasa además a primer plano, en la era de la
imagen, desde otras vertientes que ponen en juego el narcisismo, en relación con la jerarquía del
mirar y ser mirado. Dentro de esta perspectiva “en situación”, también tomaré en cuenta las pertenencias
grupales e institucionales, familia, escuela, pares, etc., y los caracteres de la trama social. Esta
mirada, sociovincular, incluye lecturas que van más allá del adolescente mismo y amplían la
comprensión delanalista también en el trabajo con el paciente singular.
El proceso adolescente supone la vacilación de ciertas certezas de la infancia, implica las
urgenciasdeconstrucción/ reconstrucción de la propia identidad, inclusiva de nuevas exigencias pulsionales y
expansiones del campo representacional. En relación con esto, si bien el adolescente encara procesos
de autonomización, requiere la pertenencia a vínculos que le ofrezcan apuntalamiento, a fin de
desligarse del sostén infantil intrafamiliar. El psiquismo requiere puntos de anclaje aptos para dar base a su
proyección hacia el futuro y para la construcción de su identidad (quién voy e iré siendo.)
Es a mediados del siglo XX que cobra relieve la adolescencia como etapa en sí misma y comienza
a construirse un singular imaginario adolescente impregnado de individualismo, que enfatizó muchas
veces una autonomía precoz y solitaria. Sumado a otras condiciones, esto va planteando la desorientación y
desvalimiento del adolescente de hoy, quien se encuentra, en ocasiones, arrojado a un desierto de donde se
espera que salga virtualmente sin apoyos. Por otra parte, se le ofrecen todas las elecciones, ya que casi nada
está resuelto por la sociedad o la familia: tiene así que elegir la inserción laboral; puede optar entre la hétero,
homo o bisexualidad; drogarse o no; comer o no: decidir todo su quehacer en el mundo. Por otro
lado, el espacio social suele desmentir el mensaje de “libertad” cuando coarta expectativas. Frente a
tal paradoja y a la fragilidad incontinente de múltiples pertenencias suelen aparecer el vacío, la falta de
proyecto, la apatía, distintas formas de violencia y otros fenómenos que atraviesan en este momento la
clínica de la adolescencia.Estas cuestiones difieren bastante en los distintos grupossociales.
Dicha ideología individualista también ha traspasado a los psicoanalistas: ella pudo también
llevarnos a confundir autonomía con soledad. Winnicott modifica dichas perspectivas cuando se
refiere a la capacidad de estar a solas, capacidad basada, como él señala,en una paradoja: estar a
solas cuando otra persona –inicialmente, la madre-se halla presente. (12 ) Modos actuales del
pensamiento proponen hoy, en esta misma línea, una interdependencia discriminada, planteando una
verdadera paradoja: para ser autónomo hay que depender.(9) En lo que hace a la escuela secundaria,
a menudo parece poco apta para adecuarse a las modalidades actuales predominantes en los jóvenes
(estilos perceptuales diferentes, otras particularidades del pensamiento y la cognición.)
Mientras los estilos adolescentes se expanden, la infancia de la modernidad parece diluirse. Una de las
primeras transformaciones de la idea moderna de niñez se relaciona con la concepción freudiana de
la sexualidad infantil, (5) que atentara contra creencias epocales, tales como la inocencia asexuada
del infantil sujeto. Hoy se perfila un niño míticamente autosuficiente, un “agrandadito” que se comporta
muchas veces como un adolescente o un adulto: niño al que se le supone un saber aun más alláde
su propia potencialidad lógico/ afectiva. Todo esto nos habla de otras formas de considerar la
diferenciación entre generaciones, que es uno de los temas enlazados con la problemática adolescente.
Notamos así que la adolescencia ha avanzado sobre los otros grupos etáreos. En las últimas décadas nace
esta suerte de adolescencia temprana, cuyos rasgos, en lo que hace a comportamiento general,
vestimenta, aficiones, se manifiestan en algunos niños antes de los primeros signos de la pubertad.
Junto a ello, configura un fenómeno usual el denominado adolescente tardío, temática de la que ya
se ocupa P. Blos. (3) Dice el autor, en un enunciado de fuerte vigencia actual entre nosotros: “El individuo
se adhiere a la crisis adolescente con persistencia, desesperación y ansiedad. En este estado
tumultuoso nunca falta un componente de satisfacción; incluye ingeniosas combinaciones de las
gratificaciones infantiles con las prerrogativas adultas.”: “Se trata de niños con expectativas grandiosas.
Si crecen se exponen a renunciar a los sueños de gloria.” Estas son problemáticas presentes en nuestra
clínica, lo cual se ve incentivado por las escasas posibilidades de realización y por lo elevado de las
aspiraciones fijadas por el medio social. En relación con ello, suele desplegarse un mundo fantasmático
pleno de realizaciones grandes e inmediatas, al tiempo que aparecen dificultades en el hacer, abulia,
indiferencia afectiva. Por otra parte, la adultez carece de valoración y la vejez devino vergonzante,
lo cual incide enel procesamiento del tránsito adolescente al diluir parcialmente la investidura del
futuro e instalar, a veces, una tendencia a la realización inmediata. Se ve entonces modificada la formulación
del proyectoidentificatorio. (2)
El adolescente establece un diálogo con la muerte, ésta se hace presente, violenta e inevitable. El tiempo
actual le ofrece escasos recursos para dicha confrontación, cuando la muerte parece haber perdido buena
parte de sus rituales, y se instalan mecanismos de renegación, en una sociedad que elude tramitar el dolor
psíquico e interrogar la carencia. Reconocemos de tal modo la incidencia de la desmentida en
relación con pérdidas que implican el trabajo del duelo. Asimismo, notamos cierta propensión a
renegar los duelos por lainfancia, tarea psíquica propia de la transición adolescente considerada ya
por el Psicoanálisis (duelo por el cuerpo infantil perdido, por el rol y la identidad infantil, por los
padres idealizados de la niñez) (1) El abandono de la infancia aparece anhelado y anticipado, siendo
poco considerados sus costos psíquicos. Por otro lado, aunque el transcurrir adolescente implica
pérdidas diversas, se abre de modo especial a las grandes adquisiciones: los duelos son pues
inseparables de la emergencia de lo nuevo. Las pérdidas y su elaboración, como sabemos, habilitan
la construcción del deseo, que se articula con el proyecto. Lo renegado no tramitado, en cambio, se
vincula con la perentoriedad de la pulsión y puede aparecer bajo la forma de trastornos de la
corporalidad o actuaciones: rasgos característicos de algunas de las patologías usuales en la
actualidad en la consulta adolescente.
En el procesamiento de pérdidas y creaciones, el adolescente vive la transformación del sí mismo y sus
vínculos; de su visión del mundo, ideologías y creencias. Selener y Sujoy (11) proponen un cuarto duelo,
“duelos a futuro”,2en relación con lo cual pienso dos variantes posibles. Una, la dimensión de
pérdida implícita en cualquier elección, al eliminar las otras opciones; otra, y ésta sí vinculada con dolor
psíquico, surgiría cuando no es factible elegir ni el presente ni el futuro, exponiendo al sujeto a la depresión
y el vacío. Por otra parte, cuando las exigencias psíquicas conectadas con el final de la infancia no se
reconocen y tramitan, el adolescente puede permanecer adherido al objeto endogámico/ incestuoso, al
prolongar la dependencia infantil. Esto se relaciona con ese otro eje del discurrir adolescente que es el
pasaje de la dependencia a la autonomía respecto de los lazos de familia. Podríamos así decir que las
maneras, singulares, en que cada adolescente atraviesa el espinoso camino de inserción en el mundo
adulto y el logro de la autonomía, ponen también de manifiesto excesos y carencias propios del
entramado social y familiar.
Familias y adolescentes
Dada la importancia que el contexto familiar, con sus apegos y desprendimientos, asume entre nosotros, es
posible a veces proponer la inclusión de abordajes familiares a partir de algunas consultas adolescentes.
Suele suponerse que las intervenciones terapéuticas en el ámbito de la familia, o con los padres,
desfavorecen la construcción de la intimidad y la autonomía.Entiendo que ello deja de lado la consideración
de una autonomía vinculada, que implique no el aislamiento sino el crecer y discriminarse “solo, con
otro”. Sin embargo, la operación en la intersubjetividad tomará en cuenta en los modos de la
intervención los requerimientos del proceso adolescente en el sentido de la autonomización y las
transcripciones singularizadas. La propia indicación vincular suele en esta etapa generar un específico
material clínico, precisado de trabajo elaborativo. En todos los casos, al menos interesará conocer la
posición que el paciente ocupa en su familia, cuáles son los modos de vinculación predominantes en
ella y cuáles las expectativas de los familiares hacia él. Todo ello no sólo amplía la comprensión del analista
sino que abre también camino a los abordajes múltiples.
Además de la relación con su familia, serán importantes también sus formas de inclusión en
distintos grupos, en la escuela y otras instituciones. A la vez, considerar de qué manera él se posiciona ante
las exigencias, ofertas y contradicciones propias de la trama social y acerca de los valores e ideales
que en ella circulan. No obstante la multiplicidad de condiciones operantes en la problemática
adolescente, podemos preguntarnos acerca de la especificidad de lo familiar durante la adolescencia
de los hijos ¿Cómo opera en relación con el psiquismo adolescente una familia que vive este
peculiar tiempo social, grupo familiar que alberga a un adolescente tan marcado a su vez por su tiempo,
por la invasión mediática, por una virtualidad tecnológica que lo diferencia de otras generaciones?
La familia no ejerce hoy, por logeneral, amplias funciones de orientación: carece de tal posibilidad
o cree, a partir de ideologías vigentes, que no debe hacerlo. Las expectativas parentales –tan lejos
de aquellos mandatos rígidos que originaron las rebeldías adolescentes de los ‘50 y los ‘60-parecen
reducirse a la expectativa de una indefinible y exaltada felicidad. Las familias con hijos
adolescentes se hallan también en transición hacia la finalización de la etapa de convivencia. Más
allá del propio adolescente, los duelos y adquisiciones ligados al paso del tiempo abarcan al
conjunto familiar. Los padres experimentan también especiales crisis y transformaciones; especiales,
digo, porque entiendo que cambio y crisis son intrínsecos al transcurso vital mismo y no privativos de
algunos momentos.
En este período se va produciendo una intensa transformación en las cualidades de la pertenencia al
grupo familiar. Las perturbaciones de esta modificación vincular suelen aparecer bajo dos formas
extremas: a) familias que intentan sostener una pertenencia sin cambios, como continuidad de la
infancia de los hijos; se trata, a menudo, de grupos endogámicos, de discurso autoritario y poco
cuestionable, con sus efectos de cierre; b) por otro lado, familias de lazos frágiles y discurso fragmentario,
que no ofrecen el apuntalamiento apto para sustentar tanto la pertenencia como el desasimiento. Hallamos,
en unas y otras, disfunciones en las operatorias de contención e interdicción, propias de las
configuraciones familiares. Dentro del segundo grupo incluyo las familias expulsivas: en ellas parece
haber un movimiento sin espacio transicional entre una fusión vincular no continente y un modo de
“salida” que equivale a una expulsión. La falla que afecta el procesamiento de la operación separadora deja
espacio al impulso y el desgarro. Se trata de un imaginario desprendimiento, connotado por la
indiferencia.
En el funcionamiento familiar simétrico, hoy frecuente, una problemática posible se relaciona con el
desvanecimiento de las regulaciones, falla de la función de interdicción que interfiere a la vez la
función amparadora. Dichas fisuras afectan la prohibición del goce violento e incestuoso y
obstaculizan la construcción del sujeto de deseo. Me refiero a aquellas familias donde la
indiferenciación diluye la responsabilidad adulta y la posibilidad de la heterarquía (circulación del
poder al modo no jerárquico.) Aun cuando es destacable el respeto por el hijo como sujeto implícito en
estas modalidades vinculares, aparecen ciertas dificultades ligadas a su exceso o distorsión.
Particularmente cuando el niño o adolescente es idealizado como portador de un saber que superaría
al adulto, invirtiéndose la posición asimétrica, lo que puede dar lugar a formas de abandono y
desprotección no registradas como tales. Ser propuesto por su familia como sede idealizada del
saber y del poder constituye para el adolescente una exigencia de realizaciones y perfección
(encarnadura del yo ideal.) Esta problemática puede aparecer bajo la forma de desinvestidura libidinal
del saber, apatía, actuaciones, inhibiciones del pensamiento. Frente a la magnitud de lo esperado el
adolescente puede evitar su confrontación con la realidad, la que exige trabajo y espera, cuando el
ideal se desplaza al futuro y al más allá de su yo (constitución del Ideal del yo.) El adolescente
“ideal” padece a veces aburrimiento –en la escuela y hasta en la vida-lo cual parece surgir, entre
otras razones, de la ilusión de ya saberlo –o “serlo”-todo. El aburrimiento cercena el propio pensamiento,
elimina la capacidad de sorpresa y descubrimiento. Se genera en dicho adolescente un péndulo entre la
omnipotencia narcisista y el colapso de la autoestima.
Familias de asimetría invertida: En algunos grupos con estas características predominan las
modalidades trasgresivas. Aparecen, en otros, hijos sobreadaptados, con dificultades de desasimiento,
ya que han de permanecer como sostén de los padres. En otros casos puede frenarse el pensamiento, se ven
favorecidas las repitencias escolares y/ o cuadros regresivos y encerrantes, que sostienen al adolescente
como tal.
Junto a familias que se exceden en expectativas desmedidas encontramos otras en las que apenas se insinúa
el indispensable proyecto anticipatorio familiar. Hay ambigüedad, o falta de deseo, o mensajes
dobles, que dan lugar a veces a confusiones paralizantes, en ocasiones ligadas a la contradicción
insoluble entre las expectativas de los integrantes de la pareja parental.
Persistencia de la idealización parental: la idealización inicial de los padres y su posterior caída forman parte
del proceso de crecimiento; cuando los padres ideales se sacralizan se constituye en cambio una
forma de alienación en el discurso parental que puede dar lugar, entre otros, a problemas del pensamiento
autónomo. El hijo aquí se desconoce comoportador de un deseo y un pensamiento singulares. En esta índole
de familias se dificulta la obsolescenciaparental, a la que Gutton (6) se refirió; sería declarada obsoleta la
utilización del objeto parental en beneficio de objetos nuevos: entiendo que esto es posible relacionado con
la tramitación de la capacidad de estar a solas a la que ya me referí. Como contrapartida, cuando se da la
precoz caída de la idealización de los padres, esto deja al joven sujeto sin la guía inicial para sus proyectos,
que deberá basar en líderes extra familiares, o grupos de pares de fuerte pertenencia. A veces, esto puede
llevar al adolescente a buscar pertenencias sustitutivas en grupos de características alienantes (sectas,
pandillas delictivas o grupos de adictos.)
Son muy importantes para el adolescente los grupos de pares, en la probable intimidad de sus vínculos puede
sustentarse la desinvestidura de los objetos endogámicos y habilitarse la reestructuración identificatoria y
el proyecto. No obstante, cuando un grupo deviene pertenencia decisiva y excluyente, formar parte del
mismo puede desfavorecer la conformación de su identidad. (8)
Efectos de la trasmisión intergeneracional: la construcción del sujeto se realiza sobre el fondo de la
trasmisión familiar, que ofrece raíces al psiquismo en su vertiente creativa, ligada al narcisismo de
vida. El sujeto va realizando una apropiación singular de la herencia: no es en la ruptura y vaciamiento del
ligamen y la historia familiar que el sujeto deviene autónomo, sino en su posibilidad de apropiación
metabólica y transformadora, donde pueda fijar su semejanza y su diferencia respecto del discurso familiar.
Si no hay tal apropiación, puede quedar situado en posición de objeto, viéndose arrasado en distintos
grados por el discurso alienante, encerrado en la inhibición o impulsado al acting. La revisión
histórica es una de las tareas centrales de la adolescencia, y ella también se ve facilitada u obturada
por la configuración familiar. El adolescente ha de construir susalas, pero para ello se requieren
raíces. Estas tienen que ver también con la narrativa autobiográfica, historización que lo sitúa como
eslabón en la cadena de las generaciones.
Cuando es predominante en la familia el mecanismo de la desmentida, se demarcan situaciones de
desamparo desapuntalante. El no ver, no percibir, no anticipar, ligados a dicho mecanismo, suele
reproducirse en los hijos, con un déficit de la función psíquica defensiva ligada a la señal de
alarma del psiquismo. Los hechos devienen “accidentes”, no previsibles y disruptivos, configurándose
posibles situaciones de riesgo físico y psíquico. Se vive cada situación “como si fuera la primera vez”: la
experiencia parece no fijarse en la memoria, y esto se relaciona también con el valor epocal de la
instantaneidad. 3
Los padres enfrentan en este período la pérdida de los hijos pequeños y con ellos su propio lugar idealizado,
que constituyera un importante puntal narcisista, aun cuando en la actualidad son cuestionados por los niños
desde edades muy tempranas y se ven rápidamente desplazados por figuras exaltadas en la
respectiva generación infantil o adolescente. Los padres vivencian que van dejando de ser el centro de la
vida psíquica de los hijos, transformación a menudo vivida como pérdida, lo cual supone un duelo
que habitualmente afecta con mayor intensidad todavía hoy a la madre que al padre, pese a la
inserción de la mujer en el mundo creativo/ productivo. De tal modo, los padres viven, al decir de Bollas,
también un "duelo generacional"; este implica la pérdida de los objetos que dieron identidad a sutiempo
joven, sustituidos por sucesivas camadas de sujetos enlazados por otros símbolos. "Cada generación-
dice este autor-asiste a su conversión en historia"(4)
Por su parte, tramitantambién el renunciamiento al hijo como objeto edípico y el duelo por la
propia juventud: la significación psíquica del crecimiento de los hijos se relaciona con la confrontación con
la vejez. También tomemos en cuenta la elaboración de la pérdida de la exclusividad de la práctica sexual en
la familia y del control de la sexualidad de los hijos, lo que los lleva a cuestionar su propia
sexualidad. La emergencia sexual del hijo induce una supuesta finitud de la propia sexualidad. Dice
Freud: “... la entrada del niño en la genitalidad debería traer aparejada, de manera mítica, la salida del
padre, su muerte genital”(5) Gutton, por su parte, señala: “El niño púber se convierte en figura del ello. El
progenitor vive bajo su presión.”(6) Tales problemáticas plantean posibles salidas elaborativas, u otras
formas ligadas al síntoma y la violencia.
Observamos en algunos casos actualmente una búsqueda de acortar la distancia con los hijos y los esquemas
juveniles a través de la imitación de las modalidades adolescentes. Ante el hijo que crece tienden a
reaparecer en los padres expectativas forjadas desde el nacimiento y también desilusiones o
satisfacciones frente a su realidad: se producen, de tal modo, encuentros y desencuentros. Hay cierta
pérdida de familiaridad ante el nuevo ser que el hijo adolescente encarna. Eso se incrementa y
deviene a veces extrañeza cuando éste se asemeja poco a la expectativa parental, remarcándose los
márgenes del desencuentro. Es posible que dicha extrañeza hoy se acentúe, ya que es profunda la
distancia generacional y los referentes cambian con celeridad. Enfatizo en este punto la operancia de
modelos identificatorios múltiples y diversos aportados por la trama social extra familiaren las
transformaciones y novedades del psiquismo adolescente. Es preciso en algunos casos elaborar nuevos
reconocimientos: recíprocos, ya que para el adolescente también se modifica la visión de los padres de la
infancia.Los ámbitos terapéuticos compartidos pueden dar pie a estos procesos. En cuanto a la pareja, el
crecimiento de los hijos también constituye el germen de nuevos modos de encuentro y desencuentro:
se trata pues de momentos de intensa transformación. Los padres experimentan también cierta tendencia a
evaluar su vínculo conyugal a partir dela presunta “calidad” de los productos. Cuando la pareja ha
funcionado tomando como eje de su vínculo el espacio de lo familiar, la elaboración de los cambios ligados
al crecimiento de los hijos es más difícil, así como las exigencias de conformar un espacio de pareja
diferenciado de las líneas de la filiación, que especifican el ámbito de lo familiar.
Otra tarea psíquica característica de la familia con hijos adolescentes es la construcción de los
espacios de intimidad, que deja de lado esa casi transparencia propia de la vinculación con los niños. Según
Aulagnier, (2) el secreto es condición para el funcionamiento del yo, pero en tanto derecho a la creación de
pensamientos que puedan o no comunicarse por decisión propia, es decir, instalando la
opacidad en lugar de la transparencia, lo que habilita el pensamiento singular. En este punto
me interesaría diferenciar la configuración de la intimidad respecto de la clandestinidado el
aislamiento en el adolescente: la función analítica se sitúa del lado de la construcción de la intimidad del
sujeto en crecimiento, pero también toma en cuenta el apuntalamiento intersubjetivo del psiquismo, una
de las líneas que he elegido destacar en esta presentación.
• Sujoy, O. (2014). Riesgos actuales en las condiciones de producción de subjetividad en
adolescentes. Cuestiones de infancia, 16, 73-83.
Cada época construye su propia narrativa en relación a la infancia y adolescencia y en este sentido las
nociones compartidas por las sociedades acerca de estos tramos de la vida son construcciones sociales. Es
decir, las definiciones colectivas de las representaciones de la infancia y adolescencia son producidas y a su
vez son productoras de procesos en los que resultan inseparables la cultura y los sujetos que la construyen.
Por esta razón hablamos de adolescencias, ya que no es un concepto universal: las formas que revisten las
crisis y los padecimientos en estas etapas de la vida se construyen en consonancia con las condiciones
productoras de subjetividad de las culturas en la que se gestan.
No es la misma edad la de un niño de trece años que recién inicia la escuela secundaria con un proyecto a
futuro, que otro niño de trece que es sostén de su familia y trabaja desde los seis u ocho años.
Acentúo esta idea porque muchas veces las miradas sobre las adolescencias movilizan nociones
hegemónicas y abstractas que perturban el reconocimiento de las diferencias y singularidades de cada uno.
Voy a centrar esta reflexión en las marcas epocales que plasman la subjetividad contemporánea de los
adolescentes, algunas particularidades de la organización subjetiva que señalan cambios en el procesamiento
de la experiencia y de las crisis que deben resolver; en las características de los riesgos actuales que los
amenazan, tanto desde las propuestas que cada cultura les ofrece como de los modelos vinculares que se
instituyen en los grupos que habitan y comparten.
Representaciones sociales de la adolescencia
Si bien la coexistencia de variadas formas de subjetivación crea diversas adolescencias, la potencia y
expansión de la revolución tecnológica tiñe actualmente la mayoría de las actividades y quehaceres
humanos.
Los medios de comunicación realizan actualmente una operación invasiva en territorio adolescente y ejercen
un enorme poder intrusivo sobre la modelización de las pautas de conducta, gustos, prácticas, lenguaje,
modos de relación en general.
Es de destacar que los cambios que observamos en las modalidades subjetivas y vinculares denotan intensas
variaciones que se produjeron en las condiciones de producción de subjetividad y que, si bien fueron
facilitadas por el soporte tecnológico, abarca una compleja red que comprende la ideología de mercado, el
establecimiento de nuevos paradigmas, representaciones sociales, mitos, costumbres, configuraciones
familiares y patrones de vinculación inéditos en la historia de la humanidad como lo es la realidad virtual.
Las representaciones sociales que se producen en cada época y cultura, también son generadoras de prácticas
que actualmente incluyen conductas de alto riesgo para los adolescentes, disfrazadas de actividades
recreativas gracias a la banalización de su contenido.
Se han ido construyendo categorías de adolescencias ligadas a las leyes del mercado. Tenemos la figura del
niño-adolescente consumidor, entrenado para desear aquello que no necesita, guiado por pantallas que ya
conforman su hábitat natural.
Otra figura actual de adolescente es una representación ligada a una supuesta sabiduría, una creatividad
espontánea, un talento natural otorgado por su capacidad de operar aparatos que simulan prolongaciones de
la mente: el joven oráculo se asemeja a las funciones que cumplían en la antigüedad pitonisas y sacerdotes
que daban respuestas enviadas por los dioses a las consultas que se les planteaban. Hay varias publicidades,
historietas y relatos que señalan esta cualidad, solo que ahora estos sacerdotes reciben las verdades reveladas
Google mediante.
Por supuesto dichas representaciones sociales se aplican a los chicos con acceso a los medios tecnológicos.
Otras categorías no distinguen recursos económicos como las que destacan la indisciplina, violencia,
sexualidad precoz.
Vemos cómo se alteran las nociones de otras representaciones sociales tales como el lugar y función de los
padres y madres: estos atraviesan una época en la que se vieron abruptamente despojados de los referentes o
modelos que orientaban sus propias crianzas. Estados de perplejidad frente a conductas novedosas de sus
hijos que obstaculizan la modalidad de construcción de sus vínculos. “No sé quién es, no lo reconozco”, “no
me escucha”, son comentarios habituales de padres angustiados.
No quedan excluidos los terapeutas de adolescentes de esta perplejidad. Muchos luchan contra ciertos
conceptos estancos, viejos paradigmas y modelos epistemológicos difíciles de sostener a la luz de la
complejidad de la demanda.
Los tiempos cambian, nuevas subjetividades se construyen y el Psicoanálisis se transforma demandando
herramientas y prácticas creativas que sean operativas en este mundo plagado de incertidumbres, cambios
acelerados y problemáticas de la carencia.
El Psicoanálisis trata de acceder en este tiempo desde un pensamiento complejo al sufrimiento del humano
contemporáneo signado a construirse en una época de crisis, desapuntalamiento de los valores e ideales
colectivos, el reinado del mercado, la desmaterialización de los intercambios, etc.
Algunas inquietudes actuales circulan alrededor de interrogantes en relación a los modos constructivos de la
subjetividad actual y particularmente qué tipo de trabajo psíquico se está desplegando en las nuevas
generaciones que parecieran operar con mecanismos mentales poco conocidos para nosotros.
Precisamente la reacción inicial ha sido patologizar estas modalidades novedosas. Los que trabajamos con
adolescentes tenemos mucho que investigar para descubrir qué perturbaciones se ocultan bajo el disfraz de
época, así como qué trastornos son solamente expresiones de un profundo cambio en las formas de
procesamiento mental.
Algunas condiciones de riesgo
La adolescencia ha sido descripta por muchos autores quienes coinciden en definirla como una etapa del
desarrollo que se caracteriza por un estado de vulnerabilidad. Si se entiende el concepto de riesgo como un
conjunto de condiciones y factores que tienen la potencialidad de producir daños, en el adolescente la
exposición y magnitud a los efectos nocivos de dichos factores tendrá mayores consecuencias,
efectivamente, dada su situación de vulnerabilidad.
“¿Por qué la maestra dice que la tierra gira si yo nunca veo que se mueve?”, preguntó Sebi de siete años a su
papá quien le explicó lo de la velocidad. Sebi tiene ahora diez y seis años y relataba este recuerdo a sus
compañeros/ as de grupo terapéutico. “Si pudiera dar vueltas a enorme velocidad estaría siempre en el
mismo lugar”, agregó luego. “No crecería más, todo sería siempre igual”, comentó alguien; “¡Ah! mi mamá
estaría re-contenta porque siempre sería joven”, dijo otra.
Congelar el tiempo, eterna juventud, cuerpo inmortal, inexistencia de cambios, ausencia de incertidumbre,
de desprendimiento…
Estos son algunos de los ingredientes del menú de ilusiones e ideales que conforman la subjetividad actual,
con otros condimentos como los poderes mágicos, omnipotencia, ritmo acelerado, fuerte excitación o
adrenalina, descontrol.
Con frecuencia se entendió el concepto de crisis desde la tensión que existe entre peligro y oportunidad.
Hoy nos ocupa más la tarea de crear recursos protectores frente a la magnitud de los peligros que atraviesan
los adolescentes. Si bien siempre se considero la adolescencia una de las crisis vitales en el devenir humano,
como ya señalé, el aporte de la característica cerril que reviste esta crisis actualmente, se agudiza por los
factores de riesgo a los que están sometidos los adolescentes, tanto en su seguridad física como en la
producción de trastornos emocionales.
Cada época produce variadas condiciones que pueden generar múltiples y específicos factores de riesgo
tanto desde el punto de vista social-ambiental como los modelos vinculares e identificatorios en los que se
gesta la subjetividad.
Veamos algunos aspectos con los que se construyen estas nuevas generaciones.
La potencia y expansión de la revolución tecnológica tiñe actualmente la mayoría de las actividades y
quehaceres humanos.
Los medios de comunicación realizan, hace ya tiempo, una operación invasiva en territorio adolescente y
ejercen un enorme poder intrusivo sobre la modelización de las pautas de conducta, gustos, prácticas,
lenguajes, modos de relación en general.
Estas formas de colonización de la organización subjetiva genera la construcción de recursos psíquicos que
tienden a un funcionamiento focalizado en los bordes. Estos procesos de contacto efímero (en las
superficies) se observan también en el vuelco a la exhibición de aspectos de la vida de cada adolescente que
solían permanecer en la intimidad.
Es llamativo que estos procesos que no se ligan o integran a organizaciones estables del psiquismo, como
podría ser por ejemplo, el tronco identificatorio, permanecen disponibles a ser volcadas al exterior o
desestimadas por mecanismos variados. Observan una capacidad de cambio muy rápida.
Ahora manifiestan exacerbadamente la necesidad de hacerse visibles a los demás como si respondieran a
una condición de posibilidad de existencia. En otro polo vemos cada vez más en la consulta clínica,
adolescentes que se refugian en el aislamiento como mecanismo protector frente a las vigorosas demandas
de un medio que tolera poco las diferencias cuando del mercado se trata.
Hace más de una década, se empezaron a notificar en Japón un creciente número de adolescentes que
permanecían encerrados en sus cuartos sin otra actividad o conexión que la tecnológica. Los denominaron
hikikimori o hakikimori. Algunos ya llevaban años de encierro.
Ya se han reportado algunos casos aquí, aunque los que más he tratado son adolescentes que quedaban
encerrados varios días o gran parte del día. No hay que confundirlos con aquellos adolescentes que
desarrollan una adicción a los juegos en red que también pueden enclaustrarse durante días siguiendo el
juego. Salvo esta característica no comparten otros síntomas.
Esta clausura social que denominé ermitaños digitales, no responden a características de síntomas psicóticos
o restituciones de quiebre psíquico. Tampoco a víctimas de maltrato o abuso ni deprivaciones en los
vínculos tempranos. El síntoma más visible es la disociación: parecen afectados por una suerte de anestesia
emocional, un desinterés por el mundo externo. Bromberg (2006) describe estados parecidos producto del
intento de encontrar estabilidad y continuidad del self. Serían adolescentes que no soportan la
hiperestimulación y exigencia del medio.
Hay poca bibliografía al respecto pero sí material en videos sobre el tema. Sus características se encuentran
en el otro extremo de otros adolescentes, los más recientes ninis así denominados en Méjico, (en EE.UU. e
Inglaterra los llaman neet) que son adolescentes que “ni estudian ni trabajan” y, a diferencia de los
ermitaños, pasan sus días agrupados en plazas o lugares abiertos donde se dedican a hacer nada (como ellos
mismos refieren). La búsqueda es estar con otros y tener un sentimiento de pertenencia. Muchos de estos
agrupamientos pueden derivar a ser captados por bandas organizadas o consumo de drogas. Por ahora solo
hay publicaciones de tipo estadístico, y no se ha estudiado si tienen características de personalidad
particulares.
Otros adolescentes presentan gran diversidad de problemáticas, entre otras la dificultad de crecer, de armar
su propio proyecto.
En una sesión de grupo de chicos de diez y siete/dieciocho años están discutiendo los problemas en la
elección de carrera.
Es un momento de decisión que se podría definir como el de elaboración y consecución de un proyecto a
futuro.
Se preguntan: ¿en qué medida la construcción de un proyecto se ve afectado por la incidencia y presión de la
oferta colectiva? ¿Puede ésta impugnar la propia historia?
Patricia dice: “me conecté a Internet para ver si me gusta otra cosa”. Es como si dijera: mi deseo está en otra
parte y lo busca en la pantalla ¿Qué camino recorre un joven en la construcción de su identidad si el modelo
y el ideal preponderante lo otorga una imagen que le promete emblemas identificatorios, que velozmente se
vislumbran ajenos porque no convocan su capacidad deseante?
Dicho de otro modo: si el narcisismo está apoyado sobre objetos, imágenes, ideales propuestos por la cultura
vigente, que cambian velozmente, el peligro de quiebre se torna crónico, ya que el mundo interno se vuelve
rápidamente obsoleto y falto de coincidencia con la oferta cambiante o ausente del mundo externo. La
subjetividad instituida necesita poder virar con celeridad, si no lo hace, queda entrampada en contenidos que
ya no existen, ya que sucumbe a la tendencia de defender siempre lo que ya se incorporó más allá de su
evidente ineficacia actual. “A ver si me meto en algo”, dice Patricia. “Hacé dos carreras por las dudas”,
sugiere Carina. Lorena: “buscá algo en Facebook”. Si bien el deseo siempre está en otro lado, aparece ahora
con una intensidad peculiar.
La perturbación que se esboza aquí en la metabolización e incorporación de contenidos representacionales,
en la fragilidad y sufrimiento en los vínculos, perfilan una característica exacerbada en los adolescentes de
hoy: los pasos del proceso representacional, las ligaduras que son necesarias para la formación de objetos
sólidos y permanentes, han adquirido una notable fragilidad.
La previa: pacto de alcohol
Eran las cuatro y diez de la madrugada de un domingo. Suena el teléfono al lado de mi cama.
Una voz llorosa me pide ayuda sin que yo pudiera entender qué era lo que pasaba.
Una paciente de quince años, Carolina, quería que le dijera qué hacer. Estaba en un hospital al que había ido
llevando a una amiga en estado de coma alcohólico y pensaba que como ella no había dicho que estuvieron
tomando alcohol, los médicos no la iban a poder salvar por no saber qué le pasaba. Si decía, iba a traicionar
a su grupo, quebrando un pacto tácito de silencio.
En este abanico podemos enumerar una serie de riesgos predominantes en los/as adolescentes actuales:
embarazo, aborto, bulling o acoso entre pares, trastornos postraumáticos por iniciación sexual prematura,
enfermedades de transmisión sexual, intento de suicidio, violencia (maltrato físico o psicológico), consumo
de sustancias (como alcohol u otras drogas) y cortes, entre otros.
En el caso de Carolina y sus amigas han incorporado en su grupo tres elementos que nuclean a vastos grupos
de adolescentes hoy:
• Una creencia: para divertirse hay que tomar alcohol;
• Un sistema de ideales: ilusión fusional, libertad entendida como descontrol, alegría confundida con
excitación;
• Una práctica: la previa.
La necesidad de pertenencia en los grupos de adolescentes crea diferentes ritos de iniciación en aras de
instalar modelos homogéneos de ideales, gustos, creencias y prácticas.
El empuje del mercado sobre los niños y adolescentes consumidores, penetró todos los estamentos
económico-sociales. Se observa en los adolescentes una constante búsqueda engañosa de diferenciación, aun
cuando sea una caída sobre un lecho fusional en el que el pertenecer finalmente iguala a todos. Todo aquello
que atentara contra la unión y mantenimiento de los lazos libidinales tiene que ser destruido. Tomo un
concepto Kaës quien enunció uno de los puntales del Psicoanálisis de Grupo: el concepto de pacto
denegativo. Denomina como tal a aquellos acuerdos inconscientes que constituyen los vínculos. Para que se
sostenga un vínculo algo tiene que quedar en negativo, es decir, por fuera del vínculo (todo aquello que
atentaría contra la unión y mantenimiento de los lazos libidinales entre los sujetos) y tiene tanto una función
organizadora del vínculo como una defensiva. Quiere decir que mediante este pacto quedan excluidos
aquellos contenidos que pueden perturbar la constitución de un vínculo.
Pienso a esta práctica que llaman la previa conformada como un pacto de alcohol.
Los pactos absorben en este caso las representaciones ofrecidas por la publicidad asegurando un conjunto de
consumidores fieles y sirviendo como nexo potenciador del sentimiento de fusión-ilusión que brinda el
encuentro. Este escenario se ve reforzado por ritos de iniciación, rituales de ingesta, reglas de cuidado
grupal, lealtad al consumo. Este último es dador de identidad- pertenencia y está sostenido por un pacto de
silencio.
Los grupos de amigos
El grupo de amigos se constituye en la adolescencia actual cumpliendo una serie de funciones que alojan los
procesos de crecimiento de esta etapa. Podríamos pensar en una suerte de probeta que protege, acompaña,
brinda referentes identificatorios y que dependiendo de los nutrientes que utilizan, también puede
organizarse como un ámbito de máximo peligro según las características y reglas que instituyen.
Cuando los chicos se reúnen a tomar alcohol antes de ir a bailar, en general es muy difícil que alguien no
comparta la práctica: por ser rechazado por el conjunto, o por quedar aislado al no poder vincularse con los
demás en los mismos términos.
Cuando le pregunté a Carolina por qué no iba más a bailar con sus amigos, su respuesta fue: no se puede ir
sin tomar.
Todos deben renunciar a diversos aspectos de su conformación subjetiva; se reprimen, niegan o desmienten
(según las posibilidades defensivas de cada organización psíquica) las prohibiciones, mandatos familiares,
peligros, etc., en un poderoso cóctel de omnipotencia y negación. Todo en aras de sostener una ilusión
homogeneizante que diluye los miedos, inseguridades, diferencias, incertidumbres…
Se ha destacado como característica de la etapa adolescente, la velocidad y creciente aceleración de los
procesos mentales. Un ritmo de cambio acompañado por el veloz pasaje de un objeto a otro (desde los
intereses lúdicos, intelectuales, las actividades, ideales, compañías) en busca de nuevos referentes
identificatorios que avalen el alejamiento de los vínculos amorosos infantiles. Actualmente, no solo la
carencia de estabilidad y continuidad en el apuntalamiento cultural, sino el empuje desde un exterior en
rápida transformación que impone modelos de cambio constante parecen potenciar y entrar en resonancia
con la particular velocidad de trabajo psíquico propio de esta etapa.
Tomando, por ejemplo, la característica de aceleración (que ha modificado las nociones de tiempo y
espacio), como en las comunicaciones, demanda del joven respuestas que requieren una velocidad en la
selección de opciones que deben adaptarse al todo ya, al instante.
Una fuerte tendencia a la nivelación generacional, fortalece en los grupos de pares, la creación de códigos y
lenguaje propios que son modificados ni bien comienzan a ser utilizados por personas de otras edades, como
niños o adultos. En este aspecto el grupo de pares opera como lugar de anclaje que protege la singularidad
de la construcción subjetiva.
También cumple tareas constitutivas al ser dador de significaciones que crean, a partir de los vínculos,
funciones y recursos psíquicos a los que carecían de ellos.
Vemos así que los grupos pueden alojar tanto elementos que producen efectos destructivos y de riesgo para
la salud mental y física de los adolescentes, como cumplir una función protésica, protectora que genera
pensamiento y creatividad.
• Tato, G (2012). Mensajes del cuerpo Ed. (ES UN LIBRO)

Módulo X: Violencia contra niños y niñas.


Maltrato infantil. Abuso sexual infantil y
explotación sexual.
Save the Children (2012) Violencia sexual contra los niños y las niñas. Abuso y explotación sexual
infantil. Guía de material básico para la formación de profesionales.
 Violencia sexual contra la infancia
La protección de los niños y las niñas frente a todas las formas de violencia, como el abuso y explotación
sexual, es un derecho consagrado en el artículo 19 de la Convención sobre los derechos del niño.
El abuso sexual infantil es una de las formas más graves de violencia contra la infancia y conlleva efectos
devastadores en la vida de los niños y las niñas que lo sufren. Estas prácticas, que se han presentado siempre
en la historia de la humanidad, sólo han empezado a considerarse como un problema que transgrede las
normas sociales cuando se ha reconocido su impacto y las consecuencias negativas que tienen en la vida y el
desarrollo de los niños o niñas víctimas y cuando se ha reconocido al niño como sujeto de derechos.
Implica la transgresión de los límites íntimos y personales del niño o la niña. Supone la imposición de
comportamientos de contenido sexual por parte de una persona (un adulto u otro menor de edad) hacia un
niño o una niña, realizado en un contexto de desigualdad o asimetría de poder, habitualmente a través del
engaño, la fuerza, la mentira o la manipulación.
La explotación sexual infantil y la trata de niños y niñas con fines de explotación sexual es la forma más
extrema en que se manifiesta esta violencia. Supone la utilización de menores de edad en actos de naturaleza
sexual a cambio de una contraprestación, normalmente económica. La aceptación por parte del niño o la
niña de esta transacción resulta irrelevante y así lo establecen las principales normas internacionales.
 Tipos: tres modos fundamentales en los que se manifiesta esta violencia de naturaleza sexual contra
la infancia
1. Abuso sexual infantil con o sin contacto físico.
2. Imágenes de abuso sexual a través de las TIC.
3. Explotación sexual infantil y trata.
 El internet
El rápido y amplio desarrollo de Internet ha promovido una nueva manera de vivir lo individual y lo
colectivo debido a la facilidad para las comunicaciones y para el intercambio de información desde
cualquier lugar del mundo. Con ello, las imágenes de abuso sexual de niños, niñas y adolescentes han
aumentado considerablemente. Estas imágenes son la evidencia de un abuso sexual infantil.
El término pornografía infantil es definido como: toda representación, por cualquier medio, de un niño -o
niña- dedicado a actividades sexuales explícitas, reales o simuladas, o toda representación de las partes
genitales de un niño con fines primordialmente sexuales
“Por ‘trata de personas’ se entenderá la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de
personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al
engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o
beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de
explotación.
Por ‘niño’ se entenderá toda persona menor de 18 años.”
 Lucha por erradicación del abuso
Las normas internacionales destinadas a la lucha por la erradicación del abuso y la explotación sexual
infantil en sus diferentes manifestaciones prescriben una intervención de los poderes y administraciones
públicas basada en la prevención, persecución de los delitos y protección de las víctimas. El primer y
fundamental paso para su efectividad es reconocer su existencia y romper el silencio en torno a él.

Los acuerdos internacionales relacionados con el abuso y la explotación sexual de la infancia también
señalan que la intervención ante el abuso y explotación sexual infantil debe incluir entre otras medidas:
 Atención a las necesidades de las víctimas de la trata de personas y la utilización de niños en la
pornografía, incluidas su seguridad y protección, su recuperación física y psicológica, y su plena
reintegración en su familia y en la sociedad, teniendo presente el interés superior del niño.
 Lucha contra la demanda que fomente este tipo de delitos contra los niños y las niñas y los factores
que dan lugar a ella.
 Las medidas necesarias para erradicar el abuso y la explotación desde un enfoque integral que tenga
en cuenta todas las causas profundas que subyacen a su aparición.
 Prevención
Es imprescindible el conocimiento de la realidad del abuso sexual y las dinámicas sociales, culturales y
familiares que promueven su aparición. Es necesario establecer medidas y acciones de prevención y
atención en todos los ámbitos responsables de la protección de los niños y las niñas para promover una
respuesta adecuada a sus necesidades como víctimas de estos delitos. Para ello es necesario generar
mecanismos o sistemas estatales, regionales y locales de protección que estén coordinados y sean efectivos y
eficientes.
 Persecución
los Estados tienen que adoptar las medidas necesarias para eliminar, tipificar como delito y castigar de
manera efectiva todas las formas de explotación y abuso sexual de niños.
Una de las circunstancias que inciden en la recuperación de los niños y las niñas víctimas de abuso sexual o
de explotación es la respuesta que recibe ante la revelación, el descubrimiento o la denuncia de esta
situación de violencia.
Es importante promover:
 Un fácil acceso a la justicia, con actuaciones efectivas, rápidas y coordinadas. • La atención de
calidad en salud -mental y física-.
 Unos servicios sociales apropiados a las necesidades específicas de estos niños y niñas.
 La formación de profesionales capacitados para la evaluación psicológica y la intervención
específica para víctimas de abuso sexual.
 Factores de riesgo de situaciones de abuso y explotación sexual infantil.
Existen una serie de factores de diversa naturaleza que pueden favorecer que se produzcan situaciones de
abuso y explotación sexual infantil.
Factores sociales:
 Falta de concienciación del niño o la niña como sujetos de derechos. Los niños son particularmente
dependientes de los adultos encargados de su protección
 Los estereotipos de género. Los parámetros de belleza y de éxito en los que se hace una
sobrevaloración del cuerpo y de los modelos que promueven los medios masivos de comunicación.
 Validación social de la violencia y el abuso del poder dentro de las relaciones cercanas.
 La tolerancia o validación social de ciertas formas de agresión física, de cierto tipo de relaciones
sexuales con niños o niñas.
 El desconocimiento de la trascendencia que tienen las vivencias en la infancia para el desarrollo y la
vida de las personas.
 Falsas creencias sobre la sexualidad infantil y de la sexualidad adulta.
 Tolerancia social en la utilización de los niños, niñas o adolescentes en pornografía o en prostitución
infantil.
 Costumbres culturales que promueven el matrimonio temprano.
 El consumo de alcohol y de sustancias psicoactivas ha demostrado ser un factor asociado al abuso
sexual infantil.
Factores familiares
 Relaciones familiares en donde se ejerce el poder de manera abusiva y no equitativa.

 Dificultades en la comunicación.
 Distancia emocional, incapacidad para responder a las necesidades del niño o la niña.
 Falta de información sobre el desarrollo infantil y sobre el desarrollo de la sexualidad.
 Violencia de género.
 Niños o niñas en situación de desprotección o presencia de otras formas de violencia como
negligencia, maltrato físico, etc.
Factores personales
 De los niños o las niñas:

 Los niños o las niñas que presentan


 discapacidad son más vulnerables a ser víctimas de todas las formas de violencia.
 Niños y niñas más pequeñas.
 Niños o niñas que no tienen vínculos de apego seguro con sus cuidadores o con carencias afectivas.
 Niños o niñas que crecen en un entorno de violencia de género.
 Niños o niñas que no tienen información sobre situaciones de riesgo o que no tienen información
clara sobre sexualidad.
 Las niñas están en mayor riesgo de ser víctimas de abuso sexual o de explotación sexual que los
niños.
De los agresores:
 Familias donde se ejerce la violencia de género y donde los estereotipos machistas influyen
notoriamente en sus vidas.
 Historias de infancia con presencia de maltrato físico, psicológico o sexual.
 Poca capacidad de empatía.
 Distorsiones cognitivas.
 Consumo de pornografía infantil.
 Trastornos de la personalidad psicopática.
Consecuencias físicas
 Hematomas.

 Infecciones de transmisión sexual.


 Desgarramientos o sangrados vaginales o anales.
 Enuresis, encopresis.
 Dificultad para sentarse o para caminar.
 Embarazo temprano.
Consecuencias psicológicas iniciales del abuso sexual infantil:
 Problemas emocionales

 Miedos.
 Fobias.
 Síntomas depresivos.
 Ansiedad.
 Baja autoestima.
 Sentimiento de culpa.
 Estigmatización.
 Trastorno por estrés postraumático.
 Ideación y conducta suicida.
 Autolesiones.
Problemas cognitivos:
 Conductas hiperactivas.

 Problemas de atención y concentración.


 Bajo rendimiento académico.
 Peor funcionamiento cognitivo general.
 Trastorno por déficit de atención con hiperactividad.
Problemas de relación:
 Problemas de relación social.

 Menor cantidad de amigos.


 Menor tiempo de juego con iguales.
 Elevado aislamiento social.
Problemas funcionales:
 Problemas de sueño (pesadillas).

 Pérdida del control de esfínteres (enuresis y encopresis).


 Trastornos de la conducta alimentaria.
 Quejas somáticas.
Problemas de conducta:
 Conducta sexualizada: Masturbación compulsiva. Imitación de actos sexuales. Uso de vocabulario
sexual inapropiado. Curiosidad sexual excesiva. Conductas exhibicionistas.
 Conformidad compulsiva.
 Conducta disruptiva y disocial: Hostilidad. Agresividad. Ira y rabia. Trastorno oposicionista
 desafiante.
 Factores que inciden en las consecuencias de la violencia sexual perpetrada sobre niños y niñas
1. La relación entre el niño o la niña y su agresor o explotador. Si la relación entre los dos es muy
cercana y de confianza, mayores serán los efectos en los sentimientos, los pensamientos y las
relaciones sociales del niño o la niña víctima.
1. La edad del niño cuando ocurre el abuso. Cuanto más pequeñas sean las víctimas, mayor puede ser el
daño en su desarrollo físico y sexual.
2. La duración del abuso. Cuanto más prolongado el abuso en el tiempo, mayores consecuencias
negativas tendrá sobre la vida y el desarrollo del niño o la niña.
3. El tipo de abuso sexual puede haber producido mayor daño físico o daño psicológico (la vulneración
de la dignidad).
4. El sexo de la víctima. El riesgo de embarazos tempranos no deseados genera otro tipo de
consecuencias negativas en la vida de muchas niñas víctimas de abuso sexual infantil. La
estigmatización que pueden sufrir muchos niños varones víctimas de abuso sexual, incide en la baja
denuncia por lo que están más desprotegidos.
5. Las respuestas y reacciones de los entornos familiares, sociales, institucionales y judiciales frente a la
revelación y denuncia del abuso sexual infantil.
6. El uso de violencia física además del abuso sexual puede aumentar el sentimiento de terror y los
efectos pueden estar relacionados con altos niveles de ansiedad.
7. La resiliencia del niño. Cada persona tiene sus propias características de personalidad, sus historias
de vida y sus habilidades personales y sociales individuales, que generan un forma particular y única
de responder a las situaciones traumáticas
 Pautas de intervención para el personal educativo, sanitario o de atención Psicosocial ante la
sospecha de abuso o explotación sexual infantil
1. Mantén la calma y evita hacer preguntas que puedan intimidar al niño o la niña.
2. Puedes hacer preguntas más vagas para asegurarte de lo que ha querido decir o para evaluar su
seguridad. Ten en cuenta que no hay que presionarle para que cuente lo que ha ocurrido.
3. Creer al niño a la niña lo que te cuenta. No le culpes con preguntas como: ¿por qué no has contado
antes?, ¿por qué lo permitiste?, etc.
4. Mantener una actitud respetuosa con el niño o la niña víctima
5. Reportar, a la mayor brevedad posible. Haz un informe escrito describiendo exactamente lo que el
niño o la niña ha contado.
6. Buscar atención especializada. Si crees que es un caso de urgencia y que el niño o la niña corre un
riesgo inminente, contacta con la policía o con los servicios sociales de la zona.
7. Explícale el siguiente paso al niño (por ejemplo, decirle que tendrás que informar a quien tengas que
hacerlo). Brinda explicaciones claras a los niños y las niñas y a sus familias.
UNICEF – Historias de Silencio: prostitución infantil
La prostitución constituye un hecho social, que trasciende la particularidad del acto de comercio sexual entre
personas y los aspectos psicológicos de los directamente involucrados. es reveladora de prácticas, ideas,
actitudes y comportamientos que desconocen los derechos humanos y forman parte de una organización
social destinada a perpetuar relaciones de dominación.
«la prostitución es parte del ejercicio de la ley del derecho sexual del varón, una de las maneras por las
cuales a los varones se les asegura el acceso a los cuerpos de las mujeres». Puede afirmarse que, más que
varones, se trata del derecho sexual de quienes sustentan la masculinidad hegemónica, mientras que los
subordinados —es decir, aquellos sobre quienes estos tienen un acceso asegurado—constituyen un grupo
heterogéneo que incluye las múltiples manifestaciones de lo femenino en cuerpos de mujeres, las
masculinidades subalternas manifestadas en distintas formas de homosexualidad masculina.

Se trata de una relación de mercado, donde La persona se reduce a mercancía. El hecho social prostitución
implica distintos grados y tipos de violencias, presentes de formas más o menos manifiestas, lo cual se
agudiza al observar la explotación sexual comercial de niñas, niños y adolescentes.
 Cuatro tipos de agentes que intervienen en la explotación sexual comercial de niño y
adolescentes.
1. Directamente involucrados: niños y adolescentes, clientes, proxenetas, integrantes de redes con
distinto grado de compromiso, dueños de locales, trabajadores de locales donde se explota sexual
comercialmente a niños y adolescentes, amigos de clientes que conocen su práctica, familiares de los
niños y adolescentes, consumidores de pornografía por distintas vías.
2. Aquellos que por su profesión o lugar en la sociedad están llamados a intervenir de alguna manera:
legisladores, implementadores y ejecutores de programas, integrantes de instituciones estatales (del
Poder Judicial, del Ministerio del Interior, del inau, etcétera), integrantes de organismos
internacionales encargados de velar por el cumplimiento de los derechos humanos, periodistas y
comunicadores.
3. Aquellos que por su actividad pueden entrar en contacto: personal de salud, integrantes de ong que
trabajan con infancia y adolescencia y con derechos humanos, docentes, trabajadores del transporte,
entre otros.
4. Aquellos que tienen conocimiento indirecto del fenómeno: el resto de la sociedad. Esto coloca el
fenómeno en su lugar real: constitutivo de la sociedad y parte de la trama social. No es un fenómeno
marginal, propio de sectores excluidos, asociado a comportamientos desviados, como con frecuencia
se pretende presentarlo.
 Pobreza y prostitución infantil
Hasta el momento, en Uruguay no existen programas de intervención comprehensivos. Tampoco existe un
organismo público o privado especializado, a pesar de que, frente a la demanda, algunas ong con trayectoria
de intervenciones en casos de abuso y maltrato de niños y adolescentes están fortaleciendo áreas destinadas
específicamente para los casos de prostitución. El fenómeno está presente, por lo que, de modo más o menos
frecuente, educadores y profesionales de diversas instituciones se enfrentan a él.
La existencia de niños y adolescentes en situación de explotación sexual comercial es un fenómeno
complejo y su interpretación conlleva la dificultad de traspasar algunas miradas heredadas que colocan a la
pobreza en un lugar privilegiado para explicarlo. Sin desconocer que la pobreza influye fuertemente en la
configuración de vulnerabilidades, es necesario ir más allá.
El sentido común sociocéntrico tiende a pensar que las personas que viven en situación de pobreza tienen
mayor tolerancia hacia la prostitución, que no existen prejuicios al respecto pues constituye un recurso al
que echan mano en caso de necesidad económica, y se las percibe como una población con mayor
permisividad sexual. Sin embargo, del trabajo de campo con adolescentes mujeres y varones que viven en
condiciones socioeconómicas muy vulnerables se desprende que tienen prejuicios sobre el ejercicio de la
prostitución en esos contextos e inclusive sobre quien la ejerce o la ha ejercido en algún momento.

En muchos casos el prejuicio está depositado en aquellas situaciones estereotípicas de la prostitución


(femenina, ejercicio en la calle, en un local, de forma permanente), pero no incluyen otras situaciones
(prostitución encubierta), que se viven con mayor tolerancia o aceptación. Estas representaciones se
vinculan estrechamente a cómo se piensa y se vive la sexualidad. Más que un cuidado corporal, lo que está
ausente en las prácticas y representaciones de estos jóvenes es la posibilidad de ser sujetos de derecho y, por
tanto, exigirlo a las personas con quienes se relacionan sexualmente. Cuanto más alto es el estrato
socioeconómico, mayor es la dificultad de acceder al estudio del fenómeno, pues se activan mecanismos de
protección que no existen en los estratos bajos.
Los diversos procesos que han atravesado los niños, niñas y adolescentes antes de llegar a la situación de
prostitución incluyen violencias de distinto tipo, especialmente abuso sexual, ausencia de vínculos familiares
positivos, muchas veces falta de autoestima, situaciones de pobreza aguda… En fin, una serie de elementos
que permiten afirmar que esos adolescentes no están en una situación de elección.
Es importante reconocer que en ciertas circunstancias la prostitución llega a ser una opción. Existen
adolescentes que la consideran una opción. La pregunta que se impone es con qué están contrastando la
prostitución, cuáles son las condiciones de vida que consideran menos deseables.
 Instituciones educativas
Se espera que las instituciones educativas, además de su rol académico, proporcionen un espacio para el
crecimiento emocional, afectivo y social de los niños y adolescentes. Sin embargo, de manera creciente en
los últimos años, estas se han ido convirtiendo en lugares de violencia entre pares y de desamparo emocional
y afectivo para los alumnos.
 Pago
Las distintas situaciones de explotación sexual comercial de niños y adolescentes se articulan con un
conjunto de facilitadores. Si bien el dinero resulta en un primer momento uno de los más fuertes, es
necesario considerar otros que también revisten importancia. Lo habitual es que el niño o adolescente quiera
acceder a una serie de bienes materiales o simbólicos que están fuera de su alcance y cuyo acceso en
ocasiones es facilitado a través de la situación de prostitución. Sin embargo, no es posible afirmar que en
una situación de explotación sexual comercial determinada exista un solo facilitador, sino que son varios los
que se ponen en juego, sobre todo al referirnos a los mecanismos que posibilitan la permanencia en la
situación de prostitución.
La obtención de dinero es uno de los facilitadores que aparecen con más frecuencia y claridad, de manera
preponderante frente a otros. La situación de intemperie en que viven muchos adolescentes hace que la
relación con el cliente, con el explotador o con la red de prostitución se convierta en un lugar de
continentación. El explotador se aprovecha de la situación de vulnerabilidad e indefensión en que se
encuentran estos adolescentes. Así, la situación de prostitución significa la posibilidad de encontrar a alguien
en quien se tiene confianza, sentirse respetado y querido.
La búsqueda de mejorar la propia imagen, así como la posibilidad de cuidarse, son especialmente gravitantes
para ingresar o para continuar en una situación de prostitución. Esto necesariamente se relaciona con
experiencias previas de violencia en forma de tratamientos denigrantes u otros aspectos de la violencia
emocional y psicológica.
La explotación sexual comercial de niños, niñas y adolescentes en general, y la prostitución en particular,
constituyen un fenómeno difícil de aislar de otros que también se observan en la vida social.
 En Uruguay
La prostitución infantil está invisibilizada, lo cual no significa que se trate de un fenómeno desconocido,
sino que se lo oculta.
•Fraga, M. (2016). Análisis de las respuestas al Test de Pata Negra en niños víctimas de maltrato. Cap.
Marco Teórico. Tesis de Maestría. Facultad de Psicología -UdelaR.
MARCO TEÓRICO
MALTRATO INFANTIL
La infancia y la niñez son definidos como “período de la vida que va desde el nacimiento hasta la pubertad”
(Diccionario de la Real Academia Española, 2001). La definición es igual tanto para infancia como para
niñez. Ambos términos sólo pueden ser homologados como una etapa cronológica del ciclo vital.
En cada tiempo socio-histórico, las nociones de infancia, de niñez, de niños y niñas se encuentran
subordinadas a las controversias presentes en los enunciados filosóficos, educativos, legislativos, médicos,
religiosos y, sobre todo, a las creencias y ficciones que se formule una comunidad determinada sobre los
niños y las niñas. (Minnicelli, 2010).
La infancia, suele ser un concepto idealizado a nivel social, como un tiempo de inocencia y pureza, “esta
naturalización e idealización permitió ocultar o silenciar los delitos, los desbordes y las injusticias que
sufrieron y aún sufren, muchos niños.” (Cohen Imach, 2010).
Minnicelli (2010) considera que, si tomamos la infancia como un significante, no se deja aprehender
fácilmente en un concepto único. Para cada uno va significar en forma diferente por la misma lógica del
significante, el cual va a poner en movimiento la cadena hacia lo reprimido de la infancia.
En el discurso social es difícil encontrar una definición única de infancia. Los niños1 están atrapados en las
diferencias históricas de significación de los imaginarios de cada época.
Ariés (1987) presenta a la infancia como un concepto moderno. Nace hacia los finales de la Edad Media, en
el cual el niño cobra un estatuto diferente del adulto. El historiador considera que los niños no se distinguían
especialmente de los adultos.
Plantea que la infancia “se reducía al período de su mayor fragilidad, cuando la cría del hombre no podía
valerse por sí misma” (Ariés, 1987, p. 10). Luego de esta etapa, el infante pasa directamente a una vida de
hombre joven, sin pasar por la juventud, conviviendo con los adultos de su entorno, no solo su familia.
No obstante, existía un sentimiento muy superficial hacia el niño, mientras era gracioso, tratado como un
cachorrito. Su muerte, lo que ocurría con frecuencia, no generaba aflicción, otro lo vendría a sustituir. “El
niño no salía de una especie de anonimato” (Ariés, 1987, p. 10).
El niño era parte de la comunidad, pertenecía a ella como a sus padres. Lo público y lo privado estaban
entretejidos, desde el nacimiento, ya que era dado a luz en la habitación de sus padres, pero con la asistencia
de familiares y vecinas.
La familia conyugal se diluía en un “´circulo´ denso y muy afectuoso, integrado por vecinos, amigos, amos y
criados, niños y ancianos, mujeres y hombres, en donde el afecto no era fruto de la obligación”. (Aries,
1987, p.11) Esto constituía un aprendizaje de la casa, la comunidad, el pueblo, de las reglas, de la vida
cotidiana.
A temprana edad, siete u ocho años, los varones iban con su padre al trabajo y las niñas se quedaban con la
madre aprendiendo las tareas de la mujer.
Ariés considera que la misión de la familia era la conservación de los bienes, o un oficio en común. No tenía
en sí misma una función afectiva. “El sentimiento entre esposos, entre padres e hijos, no era indispensable
para la existencia, ni para el equilibrio de la familia: tanto mejor si venía por añadidura”. (Aries, 1987, p. 11)
El autor trabaja en un apartado sobre el bautismo, pensando que en una sociedad básicamente cristiana, se
prestaría mucha atención a la vida después de la muerte. Esta historia del bautismo permitiría comprender la
actitud ante la vida y la infancia en épocas remotas, pobres en documentos, no tanto para confirmar o
modificar la fecha del origen de un ciclo, como para demostrar la transformación, en el transcurso de un
polimorfismo continuo, de las mentalidades arcaicas de forma sofrenada, mediante una serie de pequeños
cambios. La historia del bautismo me parece un buen ejemplo de este tipo de evolución en espiral. (Ariés, p.
19-20)
Continúa, en una “sociedad unánimemente cristiana, como eran las sociedades medievales” (Aries, p. 20)
todos debían estar bautizados. Pero los adultos no lo hacían con mucha celeridad. La iglesia comienza a
presionar a las familias en que se bautice a los pequeños lo antes posible, por lo que se abandonan los
bautizos colectivos y con plazos largos entre uno y otro, comenzando a bautizarlos cuando el niño es un
recién nacido. Esto trae aparejado a posteriori, el registro de los bautismos celebrados, con lo cual aparece el
control.
Control que antecede a los estados en el registro de la población. Es a partir de intereses eclesiásticos que se
comienzan algunos de los cambios que se suceden en la historia de la humanidad.
A partir del siglo XVI, en las ciudades europeas y debido a los cambios en dicha época (conquista del Nuevo
Mundo, reforma protestante, guerras religiosas), se inician cambios en cuanto a la concepción de la infancia.
Comienza a cuidarse a los niños de enfermedades y de su posible muerte. El cuerpo del niño comienza a
tomar importancia.
Otra de las proposiciones que hace Ariés se refieren a los cambios que se van produciendo en el correr del
tiempo. Dichos cambios tienen múltiples causas y también múltiples consecuencias. Las cuales se relacionan
con los usos y costumbres, en general relacionados con el control de la sexualidad y la organización de las
fiestas (elemento muy importante en las sociedades antiguas).
La sociedad industrial genera nuevos espacios para el niño y los adultos.
El espacio del niño cambia a nivel familiar, ya que comienza a tomar importancia la educación, a partir de la
cual el niño es separado de la familia en la escuela, colegio por largos períodos. Considera que esto no puede
suceder si no es porque la familia tiene un lugar diferente. La cual se convierte en un espacio de afecto, entre
los esposos, entre los padres y los hijos, por lo que la educación de los mismos pasa a ser algo fundamental.
Es a partir de Rousseau en 1762 al publicar “Emilio o De la educación” que da impulso a la familia
moderna. Comienza entonces, la idea de preparar al niño para el mundo adulto a través de las instituciones
escolares, la cual genero una separación entre niños, niñas y los adultos.
Los niños comienzan no solo a pertenecer a su ámbito familiar sino también a instituciones como la escuela
y la iglesia. Surge el castigo como método prínceps de educación.
Ariés (1987) considera que estos castigos eran similares a los de los convictos, vara de castigo y celdas
carcelarias por lo que el niño perdió la libertad que había disfrutado.
Comienzan, a gestarse en forma más o menos organizada lo que posteriormente se convertiría “una forma
particular de gobierno2 , la tecnología disciplinaria3 que surge en el siglo XVIII y XIX y tiene su apogeo a
principios del XX”. (Gómez Sánchez y Martínez Martínez, 2006).
Gómez Sánchez y Martínez Martínez (2006), toman de Foucault las formas de gobierno, el cual refiere a la
forma de ejercer el poder a través del conocimiento de “aquellos que toma por objeto y que persigue la
realización de fines sociales y políticos a través de la acción, de una manera calculada, sobre las fuerzas,
actividades y relaciones de los individuos” (p. 8). Las formas de gobierno, se materializan a través de
diferentes tecnologías, las cuales serían prácticas y discursos propios de cada uno de las formas de
gubernamentalidad. (p. 8)
La tecnología disciplinaria busca generar un individuo dócil, eficaz, utilizable, tratando de canalizar la
conducta reduciendo los desvíos de la norma. Estas prácticas se basan en la estructuración del espacio y del
tiempo de las relaciones entre las personas a través de las jerarquías y de los juicios moldeados a través de la
norma, en instituciones (escuela, hospital, cárcel, entre otros).
El no cumplimiento de la norma, amerita el castigo en cualquiera de sus formas. Es bajo esta forma de
tecnología que la historia de la infancia continúa la serie de maltratos pero ahora en forma “oficial”. Como
ya fue planteado es a partir de la educación que el niño comienza a tomar otro lugar tanto a nivel familiar
como social. Los cambios sociales generan cambios en las familias y estas en los sujetos que las componen.
El niño es el eje alrededor del cual se organiza la familia. Si muere, provoca aflicción, ya no se le puede
sustituir, adquiere tal importancia que es mejor tener menos hijos para poder ocuparse mejor de él o ellos,
darle una educación para que fueran “mejores” adultos. Esta reducción en los nacimientos comienza a
hacerse patente hacia el siglo XVIII.
En ese tiempo surgen y coexisten dos tendencias, una en la que los padres se encuentran muy entusiasmados
con sus hijos, a los que consideran más maduros y despiertos. Y la otra quienes denuncian esta
complacencia de los padres en la educación de los niños, considerando que mimarlos provoca debilidad.
Cohen Imach (2010) considera que se revelan tres cambios fundamentales a partir del siglo XV, que llevan
al concepto de infancia, principalmente en las ciudades europeas:
1) Preocupación por los aspectos médicos del niño. En ese momento comienzan a fajar a los niños. Allí
surgen dos opiniones diferentes unos consideran que muestra cuidado y atención para otros es el símbolo de
las imposiciones que sufre el niño, lo que no es bueno para su desarrollo.
2) La entrega por parte de algunas madres de los niños a amas de cría. Por un lado, esto se relaciona con que
la mujer comience a tener otros espacios de los que tenía asignados. La medicina, entre otros considera que
la mujer se aparta de su función productora, en tanto educadora, reduciéndola a un papel de reproductora.
3) Aparición de nuevas estructuras educativas. Relacionándolas en especial con los colegios, donde los
padres los envían como forma de que sus instintos básicos queden bajo la dirección de la razón.
Continúa la autora: Este modelo de infancia estuvo acompañado por una serie de disposiciones jurídicas que
respondían a preocupaciones públicas. Si bien a la sazón esa legislación no fue masivamente aplicada, ha
constituido la base de la actual política de protección a la infancia y supone la intervención del Estado en
cuestiones sociales y demográficas. (p. 43)
Cada período histórico marca el interés o la indiferencia con respecto a la infancia. En una misma sociedad
coexisten ambos sentimientos, cual predomina no es fácil de establecer.
Las proposiciones de Ariés generaron una “legitimación académica, de modo hegemónico” (Minnicelli,
2010, p. 37). Pero no tardo en surgir el debate sobre las mismas, muchas veces rebatiéndolas.
Una de las grandes críticas que se le realiza es sobre el infanticidio tolerado. De hecho, Ariés (1987)
reconoce que es una de las falencias de su trabajo. No era una práctica admitida, pero sí tolerada. No se
trataba como en Esparta de aquellos niños con problemas, sino también de aquellos niños que no se querían
tener. La importancia del infanticidio dentro del debate, se relaciona con que el mismo existió desde siempre
y no finalizó aún en nuestros días.
Otra es que marca el inicio del sentimiento de infancia a partir de la modernidad, siglo XVIII. Enesco (s/f)
considera que cada etapa histórica tuvo su propia forma de educar y criar a los niños. La autora toma de
Ariés el concepto que el sentimiento de infancia, cercano a lo que se considera actualmente, es a partir del
siglo XVIII.
Volnovich considera que “la tesis central de Ariés es la opuesta a la de De Mause” (Volonovich, 1999, p.
36). Piensa que dicho autor sostiene que el niño en la antigüedad, cuando no se logró aún el concepto de
infancia, se encontraba inmerso en una especie de paraíso en el que los niños eran “ignorados pero felices”
por poderse mezclar con personas de diferentes edades y clases. Y es recién al inicio de la modernidad,
cuando surge el concepto de infancia, y con él la familia, la cual destruye la felicidad de la infancia, dada
por los lazos que generaba naturalmente, comenzando a encerrarlos, principalmente en centros educativos,
donde se los castigaba en formas diferentes.
Continúa Volnovich (1999) que para De Mause, en la Alta Edad Media, ya existía el concepto de infancia,
“cuando los niños eran prácticamente masacrados” (Volnovich, 1999, p. 36). Considera que es a partir de la
familia moderna que se comienza a tratar de conservar a los niños y un trato más humano.
De cualquier forma, sea una u otra hipótesis de cuando y como se inicia el concepto de infancia. La historia
de la infancia es una larga secuencia de abusos. El hecho de que se mezclaran con personas de diferentes
clases y edades, como una idealización de la situación, parece querer ocultar la gran cantidad de abusos a
nivel físico, que los niños padecían. Abusos sexuales, trabajos muy peligrosos (minas de carbón, por
ejemplo), horarios extenuantes, falta de alimentos, descanso, castigos físicos a los que los niños eran
expuestos por ser considerados pequeños adultos.
Volnovich (1999) resume: El trato despiadado hacia los niños, la práctica del infanticidio, el abandono, la
negligencia, los rigores de la envoltura con fajas, las torturas múltiples, la inanición deliberada, las palizas y
los encierros alevosos han sido moneda corriente a través de los siglos. (p. 35)
Es en el siglo XX, considerado el siglo del niño, donde lentamente se comienza a considerar a la infancia
como una etapa donde se reconoce el papel del crecimiento y de la seguridad como importantes para que
exista un adulto integro. Con ello comienza a pensarse a los niños como sujetos de derechos. En 1989 se
firma la Convención de los Derechos del Niño, lo que coloca a los niños en otro lugar a nivel social y por
ende político. Aún así, en esta materia no ha habido muchos cambios.
Cada cultura tiene una definición diferente de tratar a los niños, lo que es violencia para unas, es para otras
rituales incuestionables. (Cohen Imach, 2010) Pensemos en que hay niñas que padece ablación como ritual,
para otras sociedades es impensable dicha actividad.
En estos tiempos donde la ciencia y la tecnología han tenido avances importantes, conviven con la
inseguridad, falta de justicia e igualdad frente a la infancia.
La mortalidad infantil evitable, los millones de niños que mueren por año de enfermedades curables, por
falta de higiene, por falta de agua y alimentos que sí existen y se dilapidan, los millares de niños que mueren
apaleados, revelan que la pesadilla no ha terminado. Y muestran un cuadro inexplicable: si bien las
condiciones económicas y la injusticia en la distribución de los recursos haría pensar que el destino de los
niños es diferente para aquellos que viven en los países desarrollados y aquellos que viven en los países
dependientes, para aquellos que pertenecen a tal o cual clase social, género o etnia, la realidad actual revela
que los malos tratos, los abandonos y la violencia no están exclusivamente destinados a los que nacen en
medios carenciados. La violencia contra los niños de clases altas, el maltrato por omisión, el abandono al
que son sometidos, bastan para demostrar que el amor maternal, lejos de ser “natural” o de estar influido por
razones económicas, es una construcción “artificial” no lograda del todo. (Volnovich, 1999).
A este respecto Gómez Sánchez y Martínez (2006) plantean que en las sociedades posdisciplinarias, lo
normal se ha vuelto flexible y heterogéneo, pero sigue existiendo un patrón de juicio normativo en el cual
los criterios de adaptación incluyen más aspectos de la subjetividad y son más rigurosos. Pero no toda la
sociedad tiene las mismas posibilidades de alcanzar las formas de vida que se muestran como valiosos y
posibles de ser alcanzados por todos ya que depende de la posición de las personas en la sociedad. Los
excluidos son aquellos que no pueden alcanzar aquellos objetivos, no pueden hacerse reconocibles por los
prototipos presentados que marcan las formas de ser aceptables. Es así que las diferentes posiciones ya sea
de género, y de clase continúan distribuyendo desigualmente a vencedores y perdedores.
La tecnología disciplinaria comenzó a entrar en crisis a partir de la segunda guerra mundial, comenzando
otro tipo de sociedad, la neoliberal. Ambas tecnologías de gobierno coexisten.
Las autoras plantean que, por el encarecimiento, tanto económico como político, que conlleva el
mantenimiento de las instituciones cerradas, se comienza a sustituir la vigilancia externa por la obligación
interna de la responsabilidad propia. “En las sociedades4 de control el poder pierde el rostro y en ellas el
sujeto de gobierno no es un sujeto dócil y disciplinado sino un sujeto libre y autónomo”, (Dean, 1999; Rose,
1999, citados por Gómez Sánchez y Martínez Martínez, 2006)
Esto justificaría que los problemas estructurales sean interiorizados como problemas psicológicos, como
cuestiones de carácter privado cuya responsabilidad es solamente del sujeto. “Los problemas sociales pasan
a ser considerados problemas individuales”. (Gómez Sánchez y Martínez Martínez, 2006)
La violencia se muestra en estos tiempos como un emergente de la sociedad … se vincula con la
imposibilidad de hacer funcionar los mecanismos de una autoridad real, sensata. Cuando la ley falla, quien
detenta el poder intenta imponerla a toda costa y de un modo arbitrario. Ambos aspectos -concentración de
poder e imposición arbitraria de una norma- conducen, inexorablemente, a formas familiares autoritarias.
(Cohen Imach, 2010, p. 30-31)
Es una temática que comienza a visibilizarse m aunque siempre estuvo pero oculta, muda. Cohen Imach
(2010), lo plantea como un síntoma social, ya que el síntoma es para el sujeto algo extraño, ajeno que se
manifiesta, pero se desconoce. Es social, ya que es la sociedad, quien se pregunta por el síntoma y no el
sujeto. “La violencia, al igual que los chicos de la calle y la miseria, revela una falla en la sociedad, denuncia
sus falencias; habla de un malestar y exige una respuesta.” (p. 22)
El maltrato infantil es una forma de violencia doméstica. Todas las formas de la misma se basan en el abuso
de poder o de autoridad. La violencia doméstica en todas sus formas es un problema a nivel nacional e
internacional.
Barrán (2008 [1989]) en su Historia de la sensibilidad en el Uruguay, plantea la imagen que se tiene de la
familia en lo que denomina la cultura “bárbara”, época en la cual el niño era disciplinado a golpes, muchas
veces de rebenques y taleros. Tampoco era muy afectivos principalmente con sus hijos varones a quienes si
se les daba afecto iban a ser débiles. El padre era una figura autoritaria e incuestionable.
En relación a nuestro país en el año 2008 se realizó una encuesta la cual mostró los siguientes resultados: el
53,7 % de los adultos encuestados dijo haber agredido físicamente al niño o adolescente de referencia.
(INFAMILIA, 2008). Las modalidades de violencia que se valoraron en el estudio fueron: maltrato
psicológico, maltrato físico moderado y severo. Así mismo, surge que la prevalencia general es de 74,4 %, la
prevalencia crónica del 58,5 % y que en niños escolares (6 a 11 años) es de 63,3%.
En el agosto de 2014 el Sistema Integral de Protección a la Infancia y a la Adolescencia contra la Violencia
(SIPIAV) publica su Informe de Gestión 2014. En él destacan que se registraron 1.728 situaciones de
violencia en el Sistema de Información para la Infancia (SIPI), de ella se extrajeron los siguientes datos con
respecto al tipo de violencia: 50% a violencia emocional, 22% abuso sexual, 16% maltrato físico, 12%
negligencia. Esta tipificación es tomada de la Ley de Violencia Doméstica N° 17.514. En violencia
emocional se incluye: exposición a violencia doméstica (VD), entre otras y la violencia sexual incluye abuso
y explotación sexual.
Tanto la encuesta como el informe muestran la importancia del maltrato a nivel de la infancia y la
adolescencia en nuestro país. El informe implica aquellos casos que pasaron por centros en los que se
reportan a SIPIAV, lo cual no son todos los casos a nivel nacional por lo que solo se ve la punta del iceberg
del problema a nivel nacional.
Tipos de maltrato infantil
Beigbeder de Agosta, Barilari, Colombo (2001) toman de Visir y Agosta la siguiente definición de abuso y
maltrato infantil: Injuria física y/o mental y/o abuso sexual y/o trato negligente de todo individuo menor
ocasionado por la persona encargada del cuidado y custodia, que implique peligro o amenaza o daño real
para la salud y el bienestar físico y mental del niño. (p.12)
Colombo y Gurvich (2012) plantean los diferentes tipos de maltrato:  Negligencia como la falta de
cuidados físicos, educacionales y emocionales.  Abandono como la falta de supervisión. Niños de la calle o
abandonados en la vía pública.  Maltrato físico como el daño intencional no accidental que ocasiona
hematomas, fracturas, quemaduras, mordeduras.  Maltrato emocional como el rechazo, la indiferencia, la
desvalorización, el aislamiento, el terror y la corrupción.  Abuso sexual como la utilización de un menor
para la satisfacción sexual de un adulto que incluye el exhibicionismo, las manipulaciones genitales, la
participación en material pornográfico, introducción de objetos en genitales y el coito.  Síndrome de
Münchausen by Proxy que consiste en la creación por parte del adulto de signos y síntomas en el niño que
confunden al médico tratante. El niño es así sometido a peligrosas maniobras diagnósticas y terapéuticas (Ej.
La madre contamina la muestra de orina del niño con sangre menstrual o le administra dosis excesivas de
laxante)  Abuso fetal como todo acto que de manera intencional o negligente cause daño al niño por nacer,
como exceso de alcohol, tabaco, drogas.  Ritualismo.  Niños de la guerra.  Testigos de violencia
conyugal.  Adopción maligna.
Características de los padres.
Existen estudios que muestran una relación entre padres maltratadores y su infancia como víctima de
maltrato. El psicoanálisis intentó dar respuesta a problemática, si bien dicha respuesta es más abarcativa, se
puede pensar la “compulsión a la repetición” como forma de comprender lo que sucede.
El concepto freudiano (1920) de compulsión a la repetición se deriva de la pulsión de muerte. Freud
conceptualizó dos pulsiones, la de vida y la de muerte. La primera busca ligar, crear, mientras la segunda
repite una y otra vez lo mismo. Entonces, la compulsión a la repetición es un mecanismo por el cual el sujeto
revive activamente, situaciones dolorosas de su pasado, las cuales fueron sufridas en forma pasiva. Repetir
una y otra vez lo traumático que no ha logrado procesarse.
El padre maltratador proyecta en sus hijos la imagen de sus propios padres. Ratman de Keisar (2010) trabaja
las características de los padres maltratadores que elaboraron Becher y Kuperman (1999), en general estos
padres presentan perturbaciones de carácter, depresión, bajo tolerancia a la frustración, bajo control de
impulsos, inmadurez afectiva, baja autoestima, personalidad rígida. Muchas veces por desconocimiento,
esperan más de los hijos que la edad cronológica que los mismos tienen, por lo cual se generan sentimientos
de insatisfacción. La represión de las emociones que estas personas sufrieron en la infancia, generan en ellos
dificultades para expresarse a nivel verbal por lo que tienden a actuar.
Cohen Imach (2010) comenta: El padre suele ser agresivo, tener baja autoestima, presenta sentimientos de
soledad, que se manifiestan en distintas formas de aislamiento social y hostilidad, es una figura dominante y
controladora en su familia, posee concepciones erróneas en relación con el desarrollo normativo de los niños
y basándose en ellas, atribuye maldad a ciertos comportamientos de sus hijos. (p.83)
La misma autora plantea sobre las madres maltratadoras que las mismas suelen presentar rasgos de
inmadurez afectiva, dependencia, desvalorización de sí misma, inseguridad, baja autoestima, “dificultad para
tolerar las preocupaciones que un hijo trae aparejadas y reaccionan frente a ellas de forma impulsiva y en
forma descontrolada hacia el niño.” (p.84)
Sobre el abuso sexual, Perrone y Nannini (1997) consideran que existen dos tipos de abusadores. El primero,
son hombres suaves, reservados, que aparecen frente a los demás como moralistas, sumisos, que pueden
generar en los niños sentimientos de ternura y de protección. El segundo, son violentos con la víctima,
tienden a controlar, someter, usando violencia física y psicológica.
Las madres que abusan se podrían enmarcar dentro del primer grupo de Perrone y Nannini, comparten con
dicho grupo el no ejercer presión ni violencia.
Estas descripciones no implican un cuadro psicopatológico, son constantes que aparecen en investigaciones.
Lo mismo sucede en que hay personas que cumplen con estas características y no son abusadoras y
viceversa.
Miller (1990) citada por Ratman de Keisar (2010) plantea: Estas personas fueron golpeadas y humilladas a
una edad tan temprana que nunca les fue posible vivir conscientemente en su interior las experiencias de
aquel niño desamparado y atacado, pues pare ello hubieran necesitado del adulto comprensivo y
coadyuvante que les faltaba” (P. 69)
Características de la familia.
Muchas veces se consulta por niños con diversos síntomas que encubren situaciones de violencia familiar,
dificultades de aprendizaje, inquietud, enuresis, encopresis, agresividad, hiperactividad, impulsividad, quejas
somáticas inespecíficas, trastornos del sueño, conductas de riesgo.
Como todo síntoma denuncia no solo situaciones personales sino también familiares, lo cual, es más fuerte
en la infancia, ya que los niños por su indefensión, inmadurez y dependencia, son más vulnerables a las
dificultades vinculares familiares.
Cuando los padres ponen expectativas en sus hijos que ellos no pueden cumplir se sienten atacados en su rol
de padres, viviendo las demandas de los pequeños como origen de sus frustraciones. Al respecto Borelle y
Russo (2013) comentan:
Como consecuencia, en el plano vincular puede presente una marcada desafectividad y, al mismo tiempo,
conductas parentales de cuidado excesivo, por sobrecompensación de las irrupciones agresivas. Así, el
vínculo se vuelve desconcertante para el niño, por sus características antagónicas y simultáneas. (p. 175)
Los adultos justifican, muchas veces, el maltrato, por la educación que el niño debe tener así como por su
futuro. Lo cual es percibido por el niño como exigencias inalcanzables y dobles mensajes. Estos son propios
de estas familias en las cuales aparecen secretos y pactos de silencia, continúan las autoras.
Características del niño
Muchas veces los niños o adolescentes consumen drogas o alcohol como forma de no sentir. En su casa
también vieron consumo, que en algunas personas provoca desinhibición de los impulsos.
Los niños se pueden desenvolver en forma dócil o en otros casos con conductas de dominio (identificación
con el agresor). Debajo de ambas conductas se encuentra baja autoestima. Unos se comportan con poca
flexibilidad corporal, gestual y otros lo hacen en forma hiperactiva, mostrando la pobreza en la
simbolización.
Es frecuente, principalmente en abuso sexual, que presenten trastornos del sueño, como forma de controlar y
vigilar todo lo que sucede, o no querer dormir por las pesadillas o flashbacks, lo que provoca insomnio de
conciliación. También en los caso de abuso sexual casos pueden presentarse conductas sexualizadas,
conocimiento precoz de sexualidad.
Las autoras antes citadas agregan:
En niños mayores o en casos muy graves, las fugas del hogar son una estrategia directa para escapar de la
trama vincular. Estas pueden estar acompañadas o no de conductas consideradas de tipo antisocial, como el
hurto, que evidencia la necesidad de tomar de otros lo que niño siente que necesita y le fue negado en su
ámbito familiar, y que implica una significativa falla en la internalización de la ley paterna, en la
discriminación de límites entre lo propio y lo ajeno, entre lo público y lo privado. (p. 176)
Más allá del tipo del maltrato que el niño haya padecido, los signos que más destacados son:
a) Agresividad: estos niños suelen ser más agresivos que sus compañeros de clase. Su agresividad es más
fácil de provocar, más intensa y más difícil de controlar. Si bien la mayoría de esos niños no delinquen en su
vida futura, una proporción muy alta de los sujetos que cometen delito ha sido severamente maltratada en su
infancia.
b) Autoagresividad: en muchos casos las víctimas del maltrato infantil incorporan una modalidad
autoagresiva para resolver los conflictos, representada mediante intentos de suicidio o suicidios concretados
al llegar a la adolescencia (Bringiotti, 2006). Diversas investigaciones muestran que los niños maltratados
con depresión infantil tienden a atribuir los sucesos positivos a elementos externos, mientras que se
adjudican los negativos a sí mismos.
c) Baja autoestima: una de las principales características de estos niños, que parece en la mayoría de las
investigaciones y se confirma en el trabajo clínico con ellos, es su baja autoestima, que casi siempre va
unida a sentimientos de desesperanza, de tristeza y de depresión, dado que han sido objeto (principalmente
en el abuso sexual) de un abuso de confianza, de inseguridad y falta de confianza tanto en sí mismo como en
los otros.
d) Estigmatización: los niños agredidos sexualmente presentan, además, lo que se denomina
“estigmatización”, es decir que sienten en forma constante vergüenza y culpa. En casos extremos, estos
sentimientos los llevan a tener conductas autodestructivas, como el abuso de alcohol o drogas, la
prostitución e, incluso, el suicidio (Cohen Imach, 2010)
TRAUMA
Lo traumático no distingue edad ni género, atañe a niños y adultos, en definitiva, todo el que padece un
acontecimiento traumático está expuesto a sus secuelas. Las personas son potencialmente vulnerables a la
fuerza de la violencia externa sorpresiva. Los sucesos catastróficos para la vida y el psiquismo se convierten
en traumáticos. El trauma no es una enfermedad mental alude al padecimiento psíquico del sujeto.
J. Libman (2010) plantea la siguiente definición genérica de trauma psíquico, articulando la psiquiatría y el
psicoanálisis:
Se considera un trauma psíquico a aquel o a aquellos acontecimientos –que pueden ser sucesivos,
acumulativos, o diferidos en el tiempo, y articulados por una significación personal y/o simbólica de los
mismos–, que desbordan la capacidad del sujeto para poder procesarlos psicológicamente.
Cuando el sujeto se encuentra expuesto a un monto de excitación exterior elevada de manera inesperada,
sucede que esa cantidad de energía no puede ser procesada por el psiquismo y se transforma en un suceso
que abruma a quien padece perforando toda protección frente a esos estímulos avasalladores. La
simbolización de lo acontecido no puede ser realizada, no puede representarse psíquicamente la irrupción
sufrida.
Al no ser capaz de esa representación simbólica, el acontecimiento no puede ser narrado, no puede ser
puesto en palabras. La persona no logra armar una historia organizada ya que determinados fragmentos del
suceso que lo ha perturbado no pueden recordarse. Puede suceder también que los fragmentos se agolpen en
su mente en cantidades de imágenes y sensaciones sin lograr armar una narración clara y bien integrada. En
palabras del mismo autor: "no puede darle figurabilidad psíquica a sensaciones y reacciones somáticas que
surgen al recordar el o los acontecimientos que a posteriori devinieron traumáticos". (Clase 1, p. 2-3)
Es importante destacar que lo traumático no necesariamente es el hecho en sí mismo, sino de la combinación
entre el potencial traumático del acontecimiento violento e inesperado, y la incapacidad del sujeto de
asimilarlo, procesarlo e intregrarlo a su psiquismo.
Continúa J. Libman (2010):
Las consecuencias clínicas de las vivencias traumáticas se expresan de dos formas: en la aparición de
síntomas específicos, y en modificaciones de la personalidad. En cuanto a los síntomas es frecuente observar
la siguiente tríada sintomática, que se puede dar en forma conjunta, o uno de los síntomas por separado:
reexperimentación (recuerdos, sueños a repetición sobre sensaciones, imágenes o recuerdos fragmentados y
mezclados), evitación de aquellos estímulos que recuerden el acontecimiento perturbador (pensamientos,
lugares, personas) y alteraciones del funcionamiento psicofisiológico (trastorno del sueño, irritabilidad,
hipervigilancia, síntomas de ansiedad). Con respecto a la personalidad se pueden observar cambios notorios
como la desconfianza ante los desconocidos, el embotamiento emocional, tener una visión pesimista del
mundo y de las relaciones humanas, etc. (Clase 1, p. 2-3)
La definición de maltrato y abuso sexual que Beigbeder de Agosta, Barilari, Colombo (2001) utilizada
anteriormente, deja claro que hay dos elementos importantes en el maltrato la amenaza o daño real que se
pueden presentar, lo que habla de lo traumatogénico que puede ser el maltrato.
La capacidad del niño debido a que por su edad, no han ido adquiriendo mecanismos de defensa ni
representaciones cognitivas no pueden hacer frente a personas de mayor poder y fuerza física que ellos. Esto
aumenta la indefensión infantil.
Colombo y Gurvich (2012) definen trauma “a esta fuerza que desde afuera invade al aparato y que el niño
percibe como algo amenazador y difícil de enfrentar.” (p. 143)
Consideran que la magnitud del trauma se relaciona con el tipo de vínculo entre la víctima y el maltratador,
tipo de maltrato, duración, grado de agresividad física o mental que utilice sobre el niño y la ausencia de una
figura protectora. El niño queda así sujetado en su desarrollo psíquico, incapaz de defenderse, presentado
una serie de síntomas que dificultan su normal vínculo con los otros y con sí mismo.
Las autoras continúan: "La necesidad de escapar de este mundo amenazador se vuelve imperiosa ya que el
niño empieza a transitar una vida de indefensión, ansiedad crónica, el secreto saber qué cosas horribles le
pasarán una y otra vez". (p. 143-144)
Una posible escapatoria a esta situación se le presenta al niño cuando, no habiendo lugar que sea seguro en
el exterior, se inventa un mundo interior que le permite esa seguridad que le es esquiva. Es la forma que
encuentra el niño violentado en su psiquismo de compatibilizar el amor y la necesidad hacia el adulto o la
familia que siente amenazante y que le provoca sentimientos de rabia, desconfianza y le causan un profundo
dolor. Utilizará así el mecanismo de defensa de la disociación para poder responder a las demandas
parentales y creencias patológicas de sus padres, poniéndose a su vez a salvo sus conflictos internos como
forma de minimizar el estado de confusión interna y poder vivir una vida sin incongruencias.
EVALUACIÓN PSICOLÓGICA
Durante mucho tiempo las técnicas proyectivas han sido uno de los principales instrumentos del psicólogo
clínico buscando con ello una búsqueda de la descripción de la personalidad. Pero no estuvieron libres de
controversias, perdiendo muchas veces prestigio entre los clínicos y en la enseñanza de los tests.
Frank de Verthelyi (1989) hablando sobre los precursores de las técnicas proyectivas, cita a Exner (1976)
quien plantea que desde los griegos surge la preocupación sobre la percepción subjetiva o más realista del
mundo exterior así como el uso de estímulos ambiguos. Pero quienes recurren específicamente a los
estímulos muy poco estructurados son Boticelli y Leonardo Da Vinci, en el Renacimiento, quienes los
utilizaban como punto de inicio de sus producciones y también como forma de evaluar la capacidad creativa
de los candidatos a ser alumnos de su taller.
En el siglo XIX existía un juego llamado "Blotto", en que los jugadores asociaban imagines o inventar
poemas sobre la base de manchas de tinta. Binet lo utiliza como una prueba de imaginación sistematizada en
su test. Posiblemente todo esto pueda ser tomado como antecedentes del Rorschach.
Frank de Vertehlyi, considera que es Galton quien propone la primera técnica proyectiva formalizada,
habiendo realizado una lista de palabras como estímulo para la asociación. Tema que después en 1912
retoma y amplia Carl Jung.
En 1921, Rorschach presenta su tesis doctoral, continuando la investigación sobre las manchas de tinta,
quien la refiere a diferentes tipos psicopatológicos. Esta es la primera técnica proyectiva que obtiene gran
popularidad en Estados Unidos.
Aún, así en las tres primeras décadas del siglo XX predomina el uso de los tests de inteligencia y la
concepción psicométrica de la personalidad, evaluando rasgos específicos de la personalidad,
contrastándolos con la norma.
En 1935 Morgan y Murray crean el Thematic Apperception Test (TAT) a partir de allí varios grupos de
psicólogos buscaron una fundamentación teórica para esclarecer y ampliar la hipótesis proyectiva
subyacente. Abt (1977) considera a la psicología proyectiva como un movimiento contra los conceptos de la
psicología académica y el conductismo, imperante principalmente en Estados Unidos. La psicología
proyectiva intenta, entonces, explicar en forma holística la personalidad, considerando que el sujeto buscar
organizar sus experiencias con el mundo y con lo social intentando adaptarla a sus necesidades propias y
únicas. "De aquí que la psicología proyectiva quiera investigar el papel de todas las funciones y procesos
psicológicos que actúan en la personalidad total, enfatizando la unicidad e interacción de los intereses,
conflictos y estilos de organización que caracterizan a cada individuo." (Frank de Verthelyi,1989, p. 9)
La concepción de la personalidad de la psicología proyectiva se relaciona con el psicoanálisis, la gestalt, la
topología, que busca la integración de las formulaciones descriptivas e interpretativas relativas al individuo.
Sostiene que la causalidad psicológica es siempre personal y nunca general, estudia a cada individuo como
único y no como representante de una clase de individuos cuyos miembros tienen algunos rasgos
determinables en cantidades variables.
Los tests proyectivos se diferencian de las técnicas objetivas en su fundamentación teórica, en las
características del estímulo, la forma de administración, rol del psicólogo y en la modalidad de evaluación
de los resultados.
Epistemología de las Técnicas Proyectivas
Cada teoría es un sistema de hipótesis que se refieren a un objeto, que a su vez es una representación
conceptual de una situación real o supuestamente real. (Celener, 2000) La teoría define un objeto, es a través
del método que se estudia el objeto.
Las técnicas proyectivas son métodos que usan los psicólogos para abordar su objeto de estudio, el sujeto.
Se concuerda con esta definición: "Sujeto, es en cierta medida, sinónimo de Aparato Psíquico, porque es la
suma de los efectos mutuos de las diferentes instancias, que lo componen (Ello-Yo-Superyó). El Aparato
Psíquico sería su expresión objetivante, mientras que el sujeto quedaría asignado a la experiencia de la
subjetividad." (Green, 1996, citado por Celener, 2000).
La autora plantea que el Objeto-Modelo de las Técnicas Proyectivas, es el creado por Freud en su
concepción metapsicológica del aparato psíquico. Sería el “Caja transparente”, en el cual se hipotetiza sobre
las estructuras subyacentes a lo fenomenológico, sería el caso del psicoanálisis. En contraposición se
encuentra el objetomodelo, “Caja negra”, desde donde se ve lo fenomenológico pero de lo que sucede en el
interior del sujeto nada se puede saber, relacionados con las teorías positivistas, empiristas.
Los Métodos objetivos de evaluación psicológica, se basan en las teorías positivistas, empiristas, su objeto-
modelo es el cajanegrista. Por ejemplo, se le presentan al sujeto estímulos a los cuales debe dar respuesta, si
responde con acierto a tantos problemas, se le da un porcentaje que lo ubica en un percentil, pero esto no
muestra como el sujeto llegó a dichas respuestas.
Los Métodos proyectivos, se basan en teorías racionalistas o idealistas, definiendo su objeto de estudio como
objeto-modelo de caja transparente. El método debe permitir hipotetizar sobre la estructura y el contenido de
la caja a partir de la respuesta, para comprender lo que no es observable. Las producciones del sujeto son
abordadas para reconstruir los significados que determinaron su respuesta al estímulo. A través del método
de las Técnicas proyectivas, se intentará construir hipótesis acerca de las identificaciones, fijaciones
libidinales, mociones pulsionales, objeto de las mismas, características del Yo, por ejemplo.
La validez del método estaría dada por “la equivalencia entre el esquema de manifestaciones externas (R) y
la totalidad de lo inobservable (estructura interna de la Caja).” (Celener, 2000, p. 103). El método tiene que
permitir que lo inobservable se haga visible, son objetos que no pueden ser vistos por los sentidos, se
presentifican a través de los instrumentos que hacen ver lo que no está allí, la inferencia interpretativa hace
evidente lo no evidente.
Un fenómeno cultural, histórico, social o psíquico tiene en su base, un conjunto de elementos sensoriales,
conductas, expresiones verbales, pero ninguna en sí misma explica el fenómeno. Explicar este fenómeno por
lo que se percibe con los sentidos, no es inteligible, el fenómeno lo explicamos porque lo asociamos con
otras vivencias, experiencias, interpretaciones.
Entonces, lo que la psicología puede aprender de las ciencias duras es el rigor con que estudia las
características de su objeto específico y la construcción de los métodos en función de dicho objeto.
En la vida cotidiana se busca un intento de explicación al comportamiento de los sujetos, en general
vinculada a alguna situación o hecho que explique dicha conducta.
Frente a este hecho, el científico no tiene ventajas, la misma está en el rigor que pueda aplicar en la
observación de las conductas, en su descripción y en la prudencia con que puede manejar las explicaciones.
La confirmación no es absoluta.
“El objeto del científico, no es entonces describir lo que cualquiera puede saber por la observación cotidiana,
sino justamente, poner atención con métodos y técnicas adecuadas, en la descripción de aquello que no se
ofrece al sentido común.” (Celener, 2000, p. 106)
Al describir la subjetividad, sucede algo parecido, se debe encontrar relaciones no advertidas, regularidades
desconocidas, que pasan desapercibidas para la observación cotidiana. Pero en esta descripción, nos
acercamos a niveles cada más globales, a totalidades de la conducta más amplias, necesitando buscar en la
subjetividad. El psicoanálisis es una de las teorías que más aportes brinda a través de su Metapsicología.
A partir del objeto, ya definido queda pensar el método adecuado para poder “ver” los inobservables, a
través de qué técnica se pondrán en evidencia, técnica que los transformará en observables.
Para la reconstrucción del contenido de lo no observable, se buscarán estímulos con determinadas
características que permitirán las respuestas necesarias para dicha reconstrucción. Como son inobservables,
también formarán parte del método: las hipótesis interpretativas.
En los Métodos proyectivos como en el psicoanálisis hay hipótesis interpretativas para la reconstrucción de
lo inobservable. Las Técnicas proyectivas no pueden copiar el método con exactitud, si bien ambos buscan
el mismo fin, descubrir lo psíquico oculto, los objetivos difieren, el del psicoanálisis es terapéutico y en las
técnicas proyectivas es diagnóstico.
El método de Freud era la asociación libre, sin censura por parte del paciente y que requería del
psicoanalista atención flotante e hipótesis interpretativas.
En los métodos proyectivos las hipótesis, según Celener (2000) son:
1. Causalidad o determinismo psíquico. Las asociaciones en un tratamiento psicoanalítico como frente a un
método proyectivo, están condicionadas por un contenido oculto para el sujeto. Por ello la interpretación
adecuada a dicha respuesta permitirá aprehender el fenómeno psíquico no observable.
2. Proyección. Freud en el inicio de su obra, 1984, plantea la proyección como mecanismo de defensa. En
1913, le da otro significado ampliando el concepto de proyección como un proceso habitual, por medio del
cual los procesos afectivos son externalizados, conformando la representación del mundo exterior.
3. Apercepción. Bellack, retoma el concepto de proyección como proceso habitual y crea el concepto de
Apercepción, como la percepción significativamente interpretada.
El método en las técnicas proyectivas se relaciona con los estímulos, ya sean verbales, imágenes, manchas
de tinta, también con las respuestas, sean verbales, lúdicas, gráficas.
A partir de las respuestas es que se comienza el proceso de interpretación de las mismas. A través de las
Recurrencia y Convergencias, que dan firmeza a las interpretaciones con la comparación intra e intertest de
las respuestas del mismo sujeto. Esto es lo que hace al grado de confiabilidad de las técnicas proyectivas, ya
que dichas convergencias y recurrencias representan los aspectos más estables del psiquismo.
La estandarización de la técnica, o sea que se presente siempre el mismo estímulo, aplicado de la misma
manera, en el mismo orden garantiza la validez de la técnica. Así, la variedad está en las respuestas del
sujeto, que muestra su singularidad. La estandarización permite descubrir lo representativo, permite
comparar su producción con la de otros sujetos.
Test de Pata Negra
Corman y su equipo de colaboradores elaboran el “Test Patte Noire” (Corman,1979) entre los años 1959 y
1961 en el Centro Médico Psicológico de Nantes, Francia. El dibujante Paul Dauce fue quien ilustró las
láminas.
El “Test de Pata Negra (PN)” es un test proyectivo que indaga sobre la personalidad infantil y sus conflictos
dominantes, así como las defensas frente a estos.
El héroe principal es el cerdito Pata Negra, llamado así por la mancha negra que tiene en su pata izquierda y
la cual se encuentra también en la pata derecha de la madre cerda. En algunas láminas la mancha no es
visible y el niño puede o no ver al héroe en ellas.
Corman (1979) utilizó como antecedente inmediato al test “Blacky Pictures Test”, creado en EE.UU en
1946 por G. Blum, cuyo héroe es un perrito llamado Blacky. Ambas técnicas incluyen un mismo personaje
en todas las láminas, a diferencia del CAT-A, que cuenta con diferentes animales. El autor considera que la
elección de un solo tipo de animal para las láminas, hace que el niño pueda proyectarse en él de forma más
expresiva e intensa.
El fundamento teórico de la técnica es el psicoanálisis freudiano. Considerando que la estructura psíquica se
encuentra conformada por tres instancias: yo, ello y superyó. El yo es una instancia de relación con el
mundo exterior, donde los mecanismos defensivos, equilibran y frenan a las pulsiones. Estas últimas se
encuentran en el ello, son inconscientes y tratan de satisfacerse en forma pura e inmediata. Es sobre estas
tendencias que se diseñó las láminas del test. El superyó, es la base de los ideales, las prohibiciones, las
identificaciones con las imagos parentales.
El autor plantea que conviene “dar igual importancia a la defensa del yo que a las tendencias instintivas”
(Corman, 1979, p. 25) Considerando que es la forma de lograr una imagen de la problemática infantil lo más
fiel posible, mostrando así los conflictos que enfrentan a dos instancias, lo cual revelará las motivaciones
profundas de la conducta infantil.
También hace hincapié en las identificaciones, las cuales en el sujeto son múltiples. Señala específicamente
dos, relacionadas con lo anteriormente expuesto:
1. Identificación de tendencia, donde la historia está centrada en el héroe.
2. Identificación de defensa, mostrando como asume el sujeto la tendencia que expresa (coincide con la
identificación de tendencia) o si se aleja de ella a través
de las defensas yoicas.
El equipo de Corman reunió a lo largo de dos años de
investigación doscientas administraciones, tanto de
niños bien adaptados como de niños con dificultades
de adaptación. La premisa de la que parte es que los
comportamientos bien adaptados expresan respuestas
adecuadas a las estimulaciones del medio. Por el
contrario, los comportamientos mal adaptados, no
pueden ser explicados por ningún razonamiento,
tratándose de motivaciones inconscientes.
Cada una de las láminas del test presenta un tema,
frente al cual el niño reacciona según sus propias
tendencias, realizando una historia que en mayor o
menor medida es acorde con dicho tema. Una buena
adaptación, se expresa en la flexibilidad con que el sujeto pasa de un tema a otro. En cambio, los sujetos
inadaptados fijados a una etapa de su historia vital, con una personalidad rígida, tienden a reaccionar de una
manera única a la mayor parte de los estímulos.
La aplicación del test se divide en 7 momentos:
1. Presentación del Frontispicio: se le presenta al niño esta lámina, preguntándole datos de los personajes.
2. Presentación de las láminas: momento en que se le pide al niño que elija las láminas que le resulten
interesantes para contar una historia y que la cuente.
3. Método de Preferencias–Identificaciones (P-I): en esta etapa se pide al niño que clasifique las láminas en
aquellas que le gusten y en las que no le gusten. Se indaga sobre el por qué de su elección y sobre con quien
se identifica en cada lámina.
4. Preguntas de síntesis: se indaga sobre diferentes asuntos (preferencias, atracciones afectivas) relacionados
con los personajes.
5. Presentación de la lámina “El Hada”: a. Se le presenta al niño la lámina “El Hada”, donde la consigna es
que PN puede pedir tres deseos y cuáles le parecen que pueden ser. b. Se agrega como cuarto deseo el Test
del Bestiario de Zazzó, eligiendo otro animal en que quisiera convertirse PN y por qué. c. Luego se consigna
al niño que imagine que es a él a quien se le presenta un Hada por lo que puede pedir tres deseos y comente
cuales son.
6. Graficación: Si es posible por tiempo y cansancio del niño, se le puede pedir que dibuje de memoria la
lámina que más le haya interesado. 7. Sueño de Pata Negra: También se puede solicitar que imagine un
sueño de PN y que lo dibuje.
Corman (1979) considera que a pesar que es un test muy estructurado, el sujeto no se limita en su fantasía,
pudiendo proyectar sus sentimientos, tendencias y defensas. Esta técnica presenta libertad para definir el
sexo, la edad, el parentesco de los personajes; puede ordenar las láminas como desee para hacer su historia;
también presenta libertad para describir la situación, para interpretar la escena que aparece, los sentimientos
de los protagonistas de la misma, puede elegir libremente las que le gustan o no así como identificarse con
cualquiera de los personajes.

• Alarcón, L., Araújo, A., Godoy, A. y Vera, M. (2010) Maltrato infantil y sus consecuencias a largo
plazo.
• MSP, SIPIAV, UNICEF (2018) Protocolo para el abordaje de situaciones de violencia sexual hacia
niñas, niños y adolescentes en el marco del Sistema Nacional Integrado de Salud.
• MSP, SIPIAV, UNICEF (2019) Protocolo para el abordaje de situaciones de maltrato a niñas, niños y
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Módulo XI: El suicidio como máxima


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