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Los imperios en Mesopotamia, tanto grandes como pequeños, son efímeros. Desde la
ciudad sumeria, la hegemonía pasa a los semitas de Akkad, estableciendo el primer
gran Imperio mesopotámico. Luego, surgen una serie de reinos sumerios seguidos por
el Imperio babilónico, encabezado por Hammurabi. Cada intento de dominio se inicia
desde la baja Mesopotamia, buscando someter otras regiones. Sin embargo, el
imperialismo mesopotámico se enfrenta a revoluciones internas e invasiones de
pueblos vecinos. Aunque se emplea el terror y se perfeccionan los métodos de
represión, el particularismo y las diferencias culturales persisten. Además, las guerras
y revueltas agotan las energías de los pueblos mesopotámicos, allanando el camino
para futuros conquistadores como Ciro el persa o Alejandro Magno.
Los deberes religiosos del rey mesopotámico son múltiples y están intrínsecamente
ligados a su papel como líder político. En primer lugar, el rey asume deberes rituales,
actuando como sacerdote o gran sacerdote de la divinidad nacional, realizando
ceremonias religiosas y supervisando los templos. También tiene responsabilidades
administrativas en la gestión de los bienes de los templos y en los nombramientos de
funciones sacerdotales. En términos morales, se espera que el rey promueva la
justicia, la equidad y la verdad. Sin embargo, la justicia está ligada a la voluntad divina,
y el rey debe obedecer ciegamente a los dioses, buscando su guía a través de
presagios, sueños, oráculos y otros signos. El rey se convierte en un intermediario
entre los dioses y la comunidad, buscando asegurar su buena voluntad y protección.
Aunque hay algunas similitudes con la monarquía egipcia, la principal diferencia radica
en que los reyes mesopotámicos, en esencia, no son considerados dioses. Aunque se
les atribuyen ciertos honores divinos en algunas ocasiones, generalmente se les ve
como representantes de la divinidad y como protectores de la comunidad, más que
como seres divinos en sí mismos.
El poder monárquico en Mesopotamia abarcaba diversos ámbitos de la vida colectiva.
Además de sus atribuciones religiosas, el rey ejercía el mando militar y las funciones
administrativas. Como jefe supremo del ejército, se le consideraba un líder guerrero y
se le atribuían victorias personales, confiando en la protección divina. En términos
administrativos, el rey era responsable de la centralización y la buena gestión de los
recursos materiales y humanos, lo cual era esencial para mantener la cohesión de los
territorios y pueblos bajo su dominio. Durante el reinado de Hammurabi, la dinastía
babilónica estableció un control más estricto sobre las comunidades sometidas,
centralizando la administración y designando funcionarios en lugar de príncipes
locales. Aunque algunos príncipes locales retuvieron el título de gobernador, en su
mayoría eran funcionarios designados por el rey y desplazados según su
conveniencia.
El transporte era una necesidad vital en la antigua Mesopotamia. Los canales y ríos,
como el Éufrates, permitían el transporte fluvial de mercancías a largas distancias. Las
barcazas y embarcaciones reguladas por el código de Hammurabi facilitaban el
transporte de carga. Además, se utilizaban carros y caballos para fines militares,
mientras que para el transporte civil se empleaban animales de carga como asnos,
mulos y camellos. Aunque las condiciones de los caminos y la seguridad no eran
óptimas, los comerciantes se agrupaban en caravanas para protegerse durante los
viajes en las regiones secas o montañosas, una práctica que persistió en el Oriente
durante milenios.
El descubrimiento de las tumbas de Ur, que datan del año 3000, reveló la creencia en
la otra vida y la importancia del mobiliario terrestre que se enterraba con los
cadáveres, desde la cerámica rústica para los más pobres hasta los objetos preciosos
para los poderosos. Aunque con el tiempo la preocupación de los vivos por los
muertos perdió intensidad, la muerte no corresponde a un total aniquilamiento y se
ilustra el temor hacia la divinidad y la piedad que se le profesa.