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CAPITULO 1

Las Máquinas de café expreso estaban a punto, y la clientela no dejaba de entrar


a cúmulos a la cafetería. Ordenes de capuchinos, lattes, mocas, y el nuevo crema
coco mokaccino salían cada minuto. Los lunes por la tarde siempre estaban
atareados, sobre todo la última semana de agosto por el comienzo del nuevo
semestre académico.

El café era el lugar favorito de muchos Geeks, lectores implacables y todo tipo de
estudiante universitario que apeteciera socializar.

CaféLivre fue uno de los primeros lugares que visité cuando me matricule en la
carrra, y el día en que vi el anuncio en el que buscaban a una persona para trabajar
y tomar pedidos en la caja registradora, no dude en solicitar un empleo; Y
afortunadamente me quedé con él. Desde entonces, trabajo medio tiempo cada
tarde después de asistir a mis clases regulares en la Universidad de California, Los
Ángeles, donde estoy cursando mi tercer semestre en química.

La cafetería se encuentra al sureste de Westwood, en una calle concurrida de la


avenida principal.

Cuando termino mi día, lo habitual es que me quede charlando con mis


conocidos, sin embargo, si no estoy en el CaféLivre, lo más natural es que me
encuentre en el campus de UCLA. Siempre estoy ocupado con mis actividades
curriculares, pero también soy un entusiasta en visitar galerías de arte, asistir a
estrenos de películas, caminar por las playas y montañas del condado y, por
supuesto, ver películas en Netflix. - ¡Claro, excepto en las fechas de los parciales!

Ser admitido y recibir una beca para estudiar en la UCLA fue un logro que colmó
de orgullo a mi familia. Mis padres se conocieron cuando estudiaban en la
Universidad Comunitaria de Ohio, y desde entonces están juntos. Mi padre siempre
idealizó con que sus hijos fuesen a una universidad de prestigio. Pero a pesar de
haberlo conseguido, la presión por mantener mis calificaciones no ha disminuido
ni siquiera en la licenciatura.

Por otro lado, mi hermano gemelo Ansel siempre se destacó en el deporte. Fue la
estrella del equipo de futbol de nuestra secundaria y tuvo el record de ser el mejor
goleador durante dos temporadas consecutivas. Después de graduarnos de la
secundaria, Ansel se mudó a Miami para jugar futbol en la Universidad
Internacional de Florida, y el día que nos despedimos fue la primera vez que ambos
estaríamos a más de un estado de distancia.

Nuestra madre no paró de llorar ese día en el aeropuerto, no obstante, mantuve


una constante comunicación con él, y los primeros días conversábamos
prácticamente a diario a través de las redes sociales, pero eventualmente nos
ocupamos tanto con nuestras actividades personales que rara vez conversábamos
por mensajes.

Lo último que sabía de Ansel era que estaba haciendo un excelente trabajo en el
equipo de fútbol universitario, y que había recibido muchas ofertas de equipos
profesionales para ser fichado. Se había convertido en el delantero titular del
equipo de la FIU, y tenía un promedio de 3 goles por juego. Ansel se había
convertido en un prospecto del fútbol universitario.

Por mi parte, ser el chico becado de la UCLA que trabaja en el CaféLivre tras la
caja registradora tenía sus ventajas. Una centena de bebidas cafeinadas totalmente
gratis a mi disposición. Un tarro de granos de café recién tostados traídos desde
Colombia en los que me gustaba meter la mano y revolverlos de vez en cuando. Y
una gerente que nunca salía de su oficina, más que para ir al mostrador para tomar
panecillos o pedirle al mensajero que le consiga alitas de pollo. Mi vida social desde
que era el chico en la caja registradora también había mejorado a su medida, y
como pasatiempo personal tenía la afición de conceder un grano de café tostado a
los tipos guapos con los que intentaba iniciar un diálogo, por supuesto, lo hacía
para que apreciaran su asombroso aroma.

Por lo habitual mis días transcurrían entre mis clases, el CaféLivre y las salidas
al centro con mis amigos. Aunque este viernes por revés, me la pase todo el día
distraído. Desde que salí de mi cama en la mañana, no paraba de sacar mi teléfono
celular cada minuto posible para tomar la hora. Inclusive el profesor de química
orgánica me sugirió salir de la clase, bajo la mirada tajante de los demás. El motivo
de mi obvia distracción, era que mi hermano Ansel estaría de visita en la ciudad y
se iba a quedar conmigo toda la siguiente semana.

Temprano por la mañana recibí una llamada de mi madre en la que me indicaba


que debía pasar por él al aeropuerto de Santa Mónica a las ocho de la noche. Y al
medio día conversé con Ansel antes de que saliera al aeropuerto. Lo único que sabía
de su visita a los Ángeles, era que su entrenador lo había enviado para realizar
pruebas de fichaje en club de fútbol profesional Los Angeles Spark, y Ansel estaba
muy entusiasmado.
Mientras facturaba una orden de lattes para una pareja de novios, mi compañera
de cuarto Nancy entro a la cafetería con nuestra amiga Abigail Greco. Ambas eran
estudiantes de Arte en la UCLA, y tenían la costumbre de pasar por el café todos los
viernes por la tarde. Las dos habían llegado en el momento perfecto, la hora exacta
marcaba las cuatro y treinta, por lo que yo aprovechaba mis habituales diez
minutos de descanso para ir a hacer conversación.

– ¿Hey chicas lo mismo de siempre? – vociferé mientras preparaba tres capuchinos


con esencia de cacao y vainilla.

– ¡Lo mismo de siempre bebé! – certificó Nancy. A su vez que buscaba con Abigail
un lugar libre para sentarse.

Acabé de servir los capuchinos y paseé danzando a la mesa que Nancy y Abigail
habían conseguido. Estaba sonando New Rules de Dua Lipa en la rocola hibrida
con conexión a internet que teníamos. Sin duda alguna nuestro estilo era único,
todas nuestras mesas estaban fabricadas de hierro negro con enredaderas
entretejidas floreciendo debajo de ellas. La decoración Hípster atrapaba a
cualquiera, al tiempo que nuestros uniformes constaban únicamente de un simple
delantal negro con el logo de la cafetería; y claro lo mejor de todo era el café que
servimos todos los días.

– ¿Cómo están las chicas más guapas de la facultad de arte? – pronuncié situando
la bandeja sobre la mesa con los cafés.

– Como siempre más bellas. – afirmo Abigail tomando su taza.

Nancy prosiguió. – Quisimos pasar un rato al salir de clases para cotillear un poco.
¿Qué tal ha ido tu día guapo?

– Es lunes, como siempre ajetreado. Pero nos las sabemos arreglar.

– CaféLivre siempre está a punto. – señaló Nancy.

– Saturada querrás decir. – manifestó Abigail.

Los tres reímos después de ese comentario, y a pesar de que no estaba


equivocada, siempre era nuestro sitio favorito para quedar a conversar. No hay
mejor momento que una tarde después de un día dinámico en la universidad o el
trabajo, para quedar y tomar algo con tus amigos, y codiciar que el fin de semana
llegue pronto.
– ¿Iras hoy por tu hermano? – Preguntó Nancy.
– ¡Si! Debo pasar por él a las ocho.

– ¿Al aeropuerto de Los Angeles? – Preguntó Abigail.

– Al de Santa Mónica.

– y cuánto tiempo planea quedarse? – Siguió Nancy.

No tenía idea de cuánto tiempo se tomaban los aspirantes a ser fichados por un
equipo en las pruebas, ni siquiera sabía qué tipo de pruebas realizaban. Pero
imaginaba que debían ser un par de días de entrenamientos en el campo y alguno
que otro juego de exhibición.

– A lo mucho un par de semanas, viene por un fichaje de futbol.

– debe ser genial que tu hermano sea un deportista destacado. – Opinó Abigail.

– ¿Has dicho que juega en Miami no? – Rebuscó Nancy en su memoria.

– Si, es el titular delantero del equipo de la Universidad Internacional de Florida.

– ¿Y también es gay? – soltó Abigail mientras se quitaba la crema del bozo.

– ¡ABIGAIL! – soltó Nancy.

– ¿Qué? Es solo curiosidad. – Replicó.

– No, no es gay. – Visualmente apenado.

Suponer que el hermano gemelo de un chico gay, también es gay. Es casi dar por
hecho que ser gay se debe a la mala crianza de los padres, o a algún componente
genético. Cuando éramos niños y dejamos de usar la misma ropa. Ansel siempre
estuvo en lo suyo, y yo en lo mío; y el único que llevaba novias a casa era él.

– Al menos espero que sea guapo como tú. – Continuó comentando Nancy.

Bufé. – ¡No esperes que nos parezcamos! – y luego reímos.

– Tienes que presentárnoslo. – Instó Abigail.


– Si, tienes que llevarlo al departamento con nosotros. – Apoyó Nancy.

Afirmé con la cabeza. – Por supuesto nenas.

– ¿Y podemos ir a verlo a los entrenamientos? – Curioseó Abigail.

– No lo sé, – De verdad no tenía idea. – Pero le preguntaré.

– Que su hermano vaya a verlo en compañía de las chicas más guapas de la UCLA
seguro lo motiva a jugar mejor.

– Lo has dicho Amiga. – apuntó Abigail.

– O quizá puede distraerse y fallar. – dije mientras sonreía.

– Que aguafiestas eres Aiden. – Alegó Nancy.

– Lo sé.

Eran las siete y cuarto cuando concluyó mi turno. Insólita cuenta la que se había
facturado en ocho horas de trabajo. En seguida cuando llegó Tom, mi relevo, le
pasé el reporte diario y brinqué de prisa del asiento. Fui en marcha al área de
casilleros, y Darcy la gerente, me lanzo una mirada reparona desde su reclinable, al
tiempo que engullía unas alitas asadas. La salsa con las que estaban aderezadas se
brincaba a su blusa mientras las tragaba. Al menos la regordeta Darcy no tenía
problema en disfrutar la llegada de la noche.

Empujé la llave contra el cerrojo y abrí el casillero de trancazo, alcanzando mi


mochila. Debía estar a las ocho en el aeropuerto para recoger a Ansel, por lo que le
marque un par de veces a su número celular, pero la llamada era reenviada al
buzón. – Aún debía estar por aterrizar.

Conseguí subir a un taxi a dos cuadras del bulevar de Westwood y le pedí al


conductor que me trasladará lo más rápido que pudiera al aeropuerto de Santa
Mónica. Dado que era inicio de semana las calles y avenidas conurbanas al
aeropuerto se atiborraban de turistas y viajeros frecuentes; por lo que conseguir un
taxi disponible resultaba ser una verdadera faena.

Bajé en el estacionamiento del Aeropuerto e ingresé a la sala de espera, eché la


mirada para buscar a Ansel entre la multitud, y mientras caminaba iba sorteando a
las personas que eran recibidas con abrazos y rótulos de bienvenida. Quería
suponer que encontrar a Ansel resultaría ser una tarea sencilla, solo debía buscar
mi propio retrato entre los demás rostros.

Le eché un ojo a la pantalla de arribo para comprobar si su vuelo se había


retrasado, pero hacia diez minutos desde que los pasajeros habían descendido. –
¿Acaso Ansel se había marchado del aeropuerto? – Mi madre había sido muy
obstinada en que yo tenía que recogerlo, y no creo que haya insistido tanto si él no
estuviera al corriente de que yo vendría por él.

Espabilé que había estado cargando mi teléfono celular dentro de mi mochila, y


lo más viable es que Ansel ya hubiese encendido sus datos móviles. Todos los
gemelos tenemos una antena imaginaria sobre nuestras cabezas, por lo que, si a
uno se le ocurría una idea, de manera sobrenatural el otro la recibía directo desde
su conexión inalámbrica; y el vínculo que Ansel y yo teníamos era poderoso.

✓✓ WS: Hey Ansel, estoy en la sala de espera, ¿dónde estás?

✓✓ WS: ?????

✓✓ WS: ANSEL????

Me preguntaba si habria perdido su vuelo.

Ansel (Hermano) WS: Estoy en la cafetería, moríamos de hambre.

✓✓ WS: ¿Morían de hambre?

Ansel (Hermano) WS: ¿Pedimos una hamburguesa para ti?

✓✓ WS: No tengo hambre. ¿Y exactamente dónde estás?

Ansel (Hermano) WS: Al fondo en la cafetería.

✓✓ WS: Vale, voy para allá.

✓✓ WS: Aunque te sugiero que salgamos pronto, encontrar transporte a esta hora
es complicado.

Ansel (Hermano) WS: Ya nos las arreglaremos, te espero aquí.


Menudo crédulo que resultaba ser Ansel, después de todo era la primera vez que
visitaba la ciudad.

Ansel se encontraba conversando con un joven en una de las mesas del comedor
de la cantina. El tipo se sentaba de espaldas hacia mí, por lo que a secas alcanzaba a
diferenciar su pelo negro afinado. Me aventuraba a suponer que se trataba de algún
conocido suyo que había viajado con él o con el que se había tropezado en el
aeropuerto.

A los pocos minutos Ansel advirtió que me dirigía hacia ellos, y el sujeto que se
hallaba con él volteó y me clavó la mirada. Tan pronto como lo vi, aparté los ojos de
mi hermano, y estos quedaron fijados en los de aquel muchacho. Dos conjuntos
grises con atisbos rasgados de azul que me dejaron con la boca abierta.

De topetazo me precipité contra su mesa y el joven se levantó de prisa.

– Oye ten más cuidado. – había evitado mi colosal caída rescatándome del brazo.

Una sonrisa torcida se comenzaba a delinear en mi rostro; al tiempo que me


abochornaba.

– ¡Estoy bien descuida! – intente reponerme irguiéndome de golpe, aunque mi


corazón latía a mil por hora.

– ¿Es tu hermano?

Ansel se levantó y me abrazó animoso. – Si por supuesto que es él. – rodeando


mis brazos con los suyos.

Yo estaba tan quieto como un sauce. Fue el abrazo más embarazoso que habia
tenido en mucho tiempo, especialmente después de casi enterrar mi cara contra el
piso pulido de la cafetería.

– ¿Estas más Alto o es idea mía? ¿Y que es ese olor? ¿Café? – Olfateándome.

– ¡Auxilio! – Grito mi subconsciente.

Mi cara no podía ponerse ya más colorada. – ¡Si, lo es! Ten un poco de cuidado
Ansel. – acabando el efusivo abrazo.
Con el rabillo del ojo alcanzaba un vistazo sostenido del suave y agraciado níveo
perfil del muchacho frente a nosotros. Sus mejillas parecían oprimirse en el borde
de su boca, como si estuviese tratando de contener un gesto; y sus ojos danzaban de
Ansel hacia mí con peculiar oscilación.

– El vuelo estuvo fatigoso, pero sortearon un lugar libre en primera clase y resulté
ser el afortunado. – Soltó Ansel.

–Yo nunca he viajado en primera clase. – Respondí

– Verdaderamente no es la gran cosa. – Enunció el joven, en clara dirección a mí.

Mis ojos no podían despegarse de él, aunque el bochorno en mi rosto se había


moderado.

– Lo siento. – dijo Ansel. – Él es James. – Seguido de – Y éste es mi hermano


Aiden.

James me estrecho su mano. – Un gusto, soy James. – Con tono grácil.

Lancé mi mano en caza de la suya y la impaciencia me hizo cerrar el apretón


justo a la mitad de sus nudillos.

– Que tal, soy Aiden. – mi voz rechinó aguda.

Su rostro se mantuvo apacible cuando salvó mi pésimo agarre, dándome un


fuerte pero ligero apretón de manos.

– Es un placer conocerte Aiden. No esperaba que fuesen tan similares.

Me llené de cortedad. Por supuesto acababa de dar una lerda primera impresión.
Estas eran el tipo de cosas que me enloquecía que sucedieran en el CaféLivre
cuando pensaba si quiera en flirtear con cualquier muchacho. Por eso les
obsequiaba un grano de café, para que el tema de conversación siempre
concurriese a de dónde provenía nuestra exclusividad.

Solté su mano y me encogí de hombros – También es un placer.

Él se quedó estoico observándome.


– James y yo nos hemos conocido en el avión. – Dijo Ansel. – Estuvimos pegando
la hebra por horas.
– ¿Se han conocido en el avión? – Soné desconfiado.

– Si en primera clase. – Certificó Ansel.

– Ansel no paraba de hacer ruido toqueteando los misceláneos de su asiento, hasta


que le pregunté si se encontraba bien. – dijo James.

– Estaba buscando el puerto USB en mi asiento, pero no encontraba más que la


palanca reclinable.

Ambos rieron jocosos.

En ese momento teniendo a James de frente podía detallar todos sus rasgos. La
menuda sombra de una barba se marcaba alrededor de su mandíbula, y sus
pómulos eran angularmente muy masculinos. Sus cejas gruesas y perfiladas
enmarcaban sus refulgentes ojos. Y en su contextura delgada se podía notar que
tenía un porte definido, y sobre todo en su aspecto resaltaba una exagerada
sofisticación.

Entonces el celular de James sonó. Lo sacó del bolsillo de su gabardina beige y


echo un vistazo a la pantalla.

– Disculpadme vuelvo en seguida. – alejándose varios metros de nosotros.

Aproveché la oportunidad para interrogar a Ansel sobre su sociable acompañante.

– ¿Y qué haces con este tipo?

La atención de Ansel saltó de James hacia mí. – ¿Con James? Es un tipo muy
genial.

– ¿Genial?

– ¡Si! Me ha contado que ha viajado desde Inglaterra y me ha dicho que conoce a


varios fichajes de Los Angeles Spark.

– Qué curioso. ¿Y también es un jugador?

– ¿James? Para nada. Yo diría que es más bien un tipo de negocios.


– ¿Un tipo de Negocios?

– Deja el drama Aiden, te he dicho que es un tipo genial.


Mi actitud quisquilla tal vez se debía a que no era yo el afortunado de haber
conocido a este hombre en el avión.

– Pero se ve muy joven para ser un tipo de Negocios.

– Es un acomodado millennials de 23 años que le gusta viajar.

– Entonces es solo dos años mayor que nosotros.

– Me ha contado que ha vuelto a los Estados Unidos porque su padre ha muerto.

– ¿Y te ha dicho eso en el avión? – Miré a Ansel con inquietud.

– Si, me ha dicho que su padre era millonario y ha dejado una serie de empresas a
su nombre. – Ansel me lanzaba aquello mientras su cara reflejaba aprobación.

– ¿Millonario?

– Sí, un tal Jhon Spie… Spiegel.

No podía creer lo que estaba escuchando. Jhon Spiegel era un acaudalado


empresario de los Ángeles. Dueño de la más grande corporación de casinos y
apuestas de la metrópoli, y un destacado filántropo. Sin embargo, hace una semana
fue hallado muerto en su oficina en el centro de la ciudad. Su muerte fue la bomba
de chismes que corrieron en el CaféLivre toda la semana.

Según el parte oficial de la policía de Los Ángeles, Spiegel se habría suicidado


disparándose a sí mismo en la cien, y las opiniones sugirieron que lo habría hecho
debido a problemas financieros. Pero después de las exhaustivas investigaciones
del departamento de policía de Los Ángeles, se supo que su actual esposa, la actriz
de Hollywood Andrea Piper, lo habría matado para quedarse con su fortuna.

– ¿Él es hijo de Jhon Spiegel? – miraba a James con más curiosidad.

– Y su único heredero.
James pareció notar que hablábamos de él, ya que nos miraba fijamente, pero
después de unos segundos se giró y nos dio la espalda.

– ¿Y no te parece todo muy oportuno?


– Probablemente, pero a veces las oportunidades te caen del cielo, o las encuentras
estando en él.

– Ansel… – soné increpante.

En ese momento James terminaba su llamada y volvía hacia nosotros. Su andar


seguro le daba un aura perspicaz, y su mirada sobre nosotros me apresaba.

– Entonces, ¿nos vamos? – dijo James.

Ansel me arrojó una de las maletas que traía consigo – Por supuesto.

Quede desconcertado – ¿A dónde van?

– James nos llevará en su auto.

– ¿Nos?

– Si, a los dos. – indicó Ansel.

Una expresión de osadía se reflejaba en el rostro de James mientras yo


procesaba la información.

Luego Ansel se fue andando con James.

y no tuve más opción que seguir tras ellos.

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